Sid se despidió de Merlín con un firme y afectuoso abrazo. Después subió a su blanco caballo y partió en busca de aventuras. Pasó el resto de sus días enseñando a otros caballeros y no caballeros, incluso a los niños, las reglas de la Buena Suerte.

Ahora que sabía crear Buena Suerte, no podía guardar ese secreto solamente para sí, porque la Buena Suerte es para compartirla.

Y es que Sid pensó que si, actuando en solitario, había sido capaz de crear tanta Buena Suerte en tan solo siete jornadas, ¿de qué no sería capaz todo un Reino, si cada uno de sus habitantes aprendían a crear Buena Suerte el resto de sus vidas?