Víctor sonrió. No hacía falta decir nada más. Entre buenos amigos, las palabras son, muchas veces, innecesarias. Se abrazaron de nuevo. Víctor se fue, pero David se quedó sentado en el banco y volvió a poner sus pies desnudos sobre la fresca hierba del gran parque de la ciudad.

David notó un cosquilleo en el tobillo. Se inclinó y, sin mirar, arrancó una brizna que le rozaba muy suavemente la piel, que reclamaba su atención. Era un trébol de cuatro hojas.

David había decidido, a sus sesenta y cuatro años, empezar a crear Buena Suerte.

… ¿Cuánto tiempo esperarás tú?