VI

Interludio, verano de 207 a. C.-otoño de 205 a. C.

La última resistencia del númida Masinissa sobre la colina fue vencida sin necesidad de armas: llegó a un acuerdo con Marco Junio Silano y se rindió, prometiendo aliarse con Roma. Escipión se retiró entonces a su base de Tarraco, dando por concluida la campaña de aquel año. Tenía buenas razones para sentirse satisfecho por el resultado. Los púnicos se habían retirado a Gades.

Ya en la primavera del año siguiente, Marco Junio Silano fue encargado de sitiar Castulum, que se había sublevado contra los romanos durante el invierno anterior. Al final, la ciudad fue entregada a Silano por Cerdúbelo, un jefe turdetano que simpatizaba con los romanos. Mientras, Escipión conquistó Iliturgi y acto seguido se retiró a Cartago Nova para celebrar unos fastuosos juegos fúnebres en memoria de su tío y de su padre, muertos años antes en la guerra contra los púnicos. Durante este tiempo, Silano y Marcio se dedicaron a saquear la comarca de Castulum. Los romanos necesitaban dinero urgentemente para pagar a sus tropas y evitar posibles motines.

Marcio sitió la ciudad de Astapa, que se había mantenido fiel al bando púnico pese a la evidente superioridad romana sobre los ejércitos de Cartago. Sus habitantes habían capturado a los forrajeadores de las legiones, y a los incautos mercaderes desperdigados por el campo que osaban internarse en territorios aún no controlados por las legiones les habían despojado de todo cuanto llevaban encima, e incluso habían asesinado a algunos de ellos. La ciudad resistió el asedio hasta la muerte por suicidio en masa de sus habitantes, quienes, cuando vieron las legiones al otro lado de sus murallas, comprendieron que, debido a su actuación, no apaciguarían la furia de los romanos ni siquiera rindiéndose. Como no esperaban resistir un asedio ni mucho menos vencer al ejército romano, los indígenas amontonaron en la plaza de la ciudad sus objetos más preciados, colocaron sobre ellos a sus esposas e hijos, y levantaron una pira alrededor sobre la que apilaron haces de ramaje seco. Dejaron en la ciudad una guardia de cincuenta hombres que vigilasen el lugar mientras el resultado del combate fuese dudoso, y se dispusieron a presentar batalla. Las instrucciones para los guardianes de la ciudad eran claras: si los guerreros que se disponían a combatir eran derrotados y la ciudad corría el riesgo de caer en manos de Marcio, sería porque todos los que habían luchado estaban muertos. En ese caso, debían encender la pira para que no quedase nada valioso en manos del enemigo. A esta orden, añadieron terribles invocaciones y conjuros a los dioses para que castigasen a aquellos que vacilasen, por traición o debilidad, a la hora de cumplir las órdenes.

El combate fue feroz; el ímpetu de los indígenas puso en peligro el campamento romano en dos ocasiones. A pesar de todo, las legiones eran más numerosas y estaban mejor adiestradas. Finalmente acabaron con la resistencia de sus rivales. Sin embargo, la matanza más espantosa ocurrió dentro de la ciudad: siendo evidente la derrota de los indígenas, las mujeres y los niños eran degollados por los guardias y, aunque la mayoría de ellos aún estaban vivos, eran arrojados a la pira encendida, empapada por la sangre de los sacrificados. Después, los propios guardias se precipitaron sobre las llamas. Cuando llegaron los romanos al lugar, la matanza ya se había consumado. Atónitos, contemplaron la terrorífica escena durante largo rato. Sin embargo, muchos de ellos codiciaron las riquezas que aún brillaban, fundiéndose en medio del fuego, y algunos murieron devorados por las llamas al intentar sacar de ellas aquellos tesoros. Así cayó Astapa, y Marcio quedó tan impresionado por el valor de sus habitantes que, por orden suya, la ciudad no fue arrasada por sus legionarios.

Acto seguido, Escipión planeó la toma de Gades, la última base importante que les quedaba a los púnicos en Hispania. Para ello, como había caído enfermo, ordenó a Marcio y a Lelio que llevasen a cabo una operación conjunta por tierra y por mar para conquistar la ciudad-isla. Lelio se dirigió hacia allí con su flota, pero tropezó durante la travesía con una pequeña escuadra de ocho naves capitaneada por el púnico Adérbal, que transportaba prisioneros a Cartago. Venció a su rival, pero el combate alertó a los defensores de Gades, que se aprestaron a rechazar el ataque romano. Como el factor sorpresa, que era en el que se basaba el asalto, había fallado, los romanos decidieron suspender la operación debido a la dificultad para sitiar la poderosa fortaleza púnica.

Pero los problemas se multiplicaban para Escipión: al enterarse de la enfermedad del general, creyendo por un rumor que su muerte estaba cercana, las tropas acuarteladas en la ciudad de Sucro se sublevaron y expulsaron a los tribunos del campamento con el pretexto de que les retrasaban el pago de los estipendios. Al mismo tiempo, más al norte, los ilergetas, ausetanos y lacetanos, comandados por Indíbil y Mandonio, con el apoyo de los púnicos, invadieron los territorios vecinos de los suessetanos y edetanos, aliados de Roma, con un ejército de treinta mil infantes y cuatro mil jinetes. La situación se tornaba crítica para los romanos. El mismo Escipión, a pesar de su enfermedad, tuvo que ponerse al frente de las legiones. Venció a los indígenas en territorio lacetano, a los que causó fuertes pérdidas: cerca de mil doscientos muertos y más de tres mil heridos. Indíbil consiguió escapar con parte de su ejército, pero Mandonio se entregó a los romanos y fue crucificado.

Mientras tanto, Magón, el hermano de Aníbal, se enteró de los problemas de Escipión. A pesar de que el Senado cartaginés le había ordenado acudir a Italia a auxiliar a su hermano, decidió hacer un intento de reconquistar Cartago Nova. Su operación fue un fracaso, pues sus tropas se dispersaron por la playa cercana a la ciudad, dedicándose a saquearla, por lo que la guarnición romana tuvo tiempo de reaccionar y rechazó el ataque sin ninguna dificultad. Pero la mayor sorpresa se la llevó Magón a su regreso a Gades: se encontró con que los habitantes de la ciudad le habían cerrado las puertas. El general púnico, enfurecido por la traición, desembarcó en la cercana aldea de Cimbis y envió emisarios a Gades con el pretexto de negociar con los magistrados gaditanos. Cuando estos acudieron a hablar con el Bárcida, Magón los apresó y ordenó que los crucificaran como escarmiento a la ciudad rebelde. Sin embargo, este castigo fue inútil, pues los gaditanos, sintiéndose protegidos por sus murallas, no cambiaron de opinión. Magón, todavía furioso, comprendió que había perdido la ciudad y se embarcó hacia su base de Mahón en las islas Baleares.

Así, Gades, la última de las colonias púnicas en Hispania y una de las más importantes, se entregó a Roma, con lo que la presencia de Cartago en Hispania llegaba a su fin.

Los romanos firmaron pactos con aquellas ciudades que habían negociado la paz con ellos y se habían rendido sin resistencia. Estos tratados les garantizaban a aquellas ciudades una amplia autonomía administrativa, leyes propias, la posibilidad de acuñar sus propias monedas, además de prometerles que no tendrían que pagar impuestos ni albergar guarnición romana alguna. Entre las ciudades que gozaban de estas condiciones se encontraban Gades, Saguntum y Emporion.

Al año siguiente, a principios de verano, Escipión fundó la colonia de Itálica en el valle del Betis con el objetivo de controlar las rutas que atravesaban aquel lugar y cuidarse de que nadie se rebelase. Después partió de nuevo para Tarraco. Desde la base romana regresó de nuevo a Gades por mar para negociar con el númida Masinissa su adhesión definitiva al bando romano.

Tras cinco largos años de guerra en Hispania, y habiendo conseguido su gran objetivo de expulsar a los púnicos de allí, Publio Cornelio Escipión regresó a Italia, entregando el ejército de Hispania a Silano y a Marcio. El primero tendría el mando de las tropas hasta la llegada del nuevo procónsul.

Roma dominaba entonces la costa del mar Interior, desde los Pirineos hasta las Columnas de Hércules, y más allá, hasta el territorio de los conios; hacia el interior, dominaba el valle del Betis hasta los territorios de los túrdulos y los oretanos. El Senado dividió el territorio conquistado hasta aquel momento en dos provincias con el fin de administrarlo y explotarlo mejor: la Hispania Citerior, que englobaba los territorios al norte del Iberus; y la Hispania Ulterior, que constituía el resto de las tierras hispanas dominadas por Roma. Esta división originaba que tuviesen que ser elegidos dos nuevos magistrados con poder proconsular.

Influido por el mismo Escipión, el Senado envió a Hispania como procónsules a Lucio Cornelio Léntulo a la Citerior y a Lucio Manlio Acidino a la Ulterior, a pesar de que ninguno de los dos había cumplido aún las magistraturas superiores que incluían mando militar. El ejército romano se redujo a una legión más quince cohortes aliadas en cada una de las dos provincias.