La Boca de la
Verdad
Al final del largo pasadizo amurallado, las
paredes se estrecharon aún más y el camino dio paso a unas
escaleras de piedra rojiza por las que Ariadna empezó a bajar con
sumo cuidado.
Tras el encuentro con el buscador de mariposas no se había
tropezado con nadie más. ¿Serían ellos dos los únicos habitantes
del Laberinto? ¿Nadie más había extraviado el sentido de la
vida?
Aunque había buscado con la mirada una mariposa blanca, como le
había aconsejado el explorador, no había visto ninguna. De hecho,
tampoco otros pájaros habían sobrevolado el Laberinto. Sólo los
muros y un cielo azul que se volvía pesado e intenso como la tinta
a medida que avanzaba el día.
Por esto mismo aquellas escaleras habían dado la esperanza a
Ariadna de que por fin estaba llegando a algún sitio. Sin embargo,
tras bajar más de cien peldaños se encontró en una plaza con cuatro
posibles caminos que formaban una cruz.
«¿Y ahora qué?», se preguntó mientras paseaba la mirada por las
diferentes alternativas. Todos los
caminos le parecían iguales, por lo que dudaba sobre cuál tomar.
Estuvo unos segundos sin moverse, embargada por la confusión,
mientras se enfadaba con el explorador por no haberle dado alguna
indicación en este sentido.
Al retroceder un paso, como si hubiera algo amenazador en aquella
encrucijada, se dio cuenta de que justo debajo de su pie había una
inscripción en el suelo de piedra.
Al centro del
Laberinto
Ariadna se sintió muy aliviada al ver aquella
indicación y pensó que, como en todos los laberintos, debía pasar
por su centro para luego seguir y encontrar la salida. Mientras la
obedecía tomando el camino a su izquierda, pensó que hallar el
centro del Laberinto -donde estaba la salida- sería coser y
cantar.
En lugar de muros ahora avanzaba entre verdes y tupidos cipreses
que desprendían un intenso olor campestre. Por unos momentos sintió
el deseo de cantar a todo pulmón, como cuando era una niña y jugaba
a perderse en los parques. Pero, cuando estaba a punto de hacerlo,
algo la detuvo.
El camino terminaba en una enorme puerta de madera con una máscara
de bronce en el centro.
Contrariada por este obstáculo, Ariadna empujó la puerta para ver
si cedía. Pero estaba firme como los muros entre los que había
despertado aquella mañana. Al volver a empujar el portón, esta vez
con rabia, una voz espectral dijo: -¡Está cerrada!
Ariadna se giró asustada para ver quién había hablado. Pero se
hallaba sola. ¿De dónde había salido la voz entonces? Tras mirar
alrededor una vez más, finalmente devolvió la mirada a la puerta y
a la máscara de bronce, un relieve que representaba un hombre
barbudo que tenía los ojos y la boca huecos.
La voz había salido de allí.
Recordó haber leído que en Roma había una máscara como aquélla. Era
de mármol y se llamaba la Boca de la Verdad. Según la tradición,
quien metía la mano en la boca y era un mentiroso era mordido por
la máscara.
¿Quién eres?
Aquélla era la pregunta que debía responder para
pasar al otro lado y proseguir su camino. Tranquilizada por la sencillez de la prueba, se limitó a
decir bien alto.
- Soy Ariadna.
- ¡No! -repuso lúgubremente la máscara-. Ese es sólo tu
nombre.Yo te pregunto quién
eres.
- Soy una mujer de 33 años que se ha
perdido en el Laberinto de la Felicidad.
- ¡No es suficiente! Miles de humanos, entre ellos otras
mujeres de tu misma edad, se han perdido aquí dentro. Muchos ni
siquiera han logrado salir y han muerto de viejos entre estos
muros. ¿Quién eres tú?
-bramó la voz.
Ariadna se quedó muda. No esperaba que aquella pregunta
aparentemente sencilla tuviera una respuesta tan complicada. Al ver
que no respondía, la máscara de la puerta empezó a increparla
así:
- ¿Eres una criadora de dudas? ¿Te dedicas a negar lo que
otros afirman? ¿Eres ave de mal agüero? ¿Eres ilusa, desconfiada,
escéptica?
Ariadna recordó entonces cuando era muy pequeña y se metían con
ella. En esos casos siempre se había rebelado. ¿Dónde había ido a
parar toda esa fuerza interior?
- ¡Cállate! -saltó ante la palabrería de la máscara-. ¡Soy lo
que yo decida ser! Y, al decir esto, las puertas se
abrieron.