La Posada Sin
Sueños
Cuando salió del Banco de Amor, ya había caído
la noche. ¡El tiempo parecía pasar mucho más rápidamente en el
Laberinto de la Felicidad!
Antes de que el sueño borrara lo que había aprendido Ariadna volvió
a abrir su cuaderno esmeralda y escribió:
Cada persona es un
banco de amor
Luego se apresuró por la calle ya vacía,
pobremente iluminada por la luz anaranjada de las farolas. Empezaba
a hacer frío y Ariadna se preguntaba dónde pasaría la noche. Lo
cierto era que después de todo el día caminando por el Laberinto
ahora se sentía muy cansada.
Se fijó en que un caserón al final de la calle tenía un extraño
rótulo luminoso: posada sin
sueños.
Ariadna se acercó insegura e introdujo la cabeza
en el umbral, ya que la puerta estaba abierta. En la recepción,
iluminada por una lamparita de baja intensidad, había un conserje
delgado como una lámina.Tenía la cara muy triste y lo más raro de
todo era que iba vestido con un pijama y un anticuado gorro de
dormir.
«¿Será uno de los huéspedes que no puede conciliar el sueño?», se
preguntó ella mientras dudaba entre pasar al interior o seguir su
camino.
Al volver la vista a la calle, sin embargo, vio una luz muy
intensa. Una bola de fuego había surgido de la oscuridad y se
elevaba desde la tierra hacia el cielo.
Ariadna entendió que era una señal, pero la noche era demasiado
fría y hostil para que se atreviera a internarse en dirección al
lugar de donde había surgido la luz. Finalmente se decidió a entrar
en la posada.
El conserje con pijama y gorro de dormir la recibió con una mirada
de fastidio.
- ¿Tiene una cama libre para pasar la noche? -preguntó
ella.
- Depende -respondió hastiado. -¿De qué?
- De si quiere sólo dormir o también soñar.
- Pensaba que una cosa llevaba a la otra -repuso Ariadna con
sorpresa.
- Aquí no. Esta es la Posada Sin Sueños y sólo se puede
dormir. Si eso es lo que quiere, encontrará una cama allí dentro
-refunfuñó.
Dicho esto, señaló una cortina raída de color rojo oscuro y cerró
la conversación con un largo bostezo.
Ariadna pasó al otro lado de la cortina y, por el débil resplandor
que entraba por la ventana, pudo ver que era una amplia sala
rectangular con una docena de camas dispuestas en fila. La mayoría
de ellas estaban ocupadas por cuerpos muy rígidos, como si fueran
cadáveres.
Entre dos de estas figuras vio una cama libre y, aunque estaba
asustada, decidió tenderse para descansar un rato.
Cuando ya se echaba una manta de lana encima, la figura tumbada a
su izquierda dijo con voz ronca:
- Malas noches.
- ¿Cómo dice? -preguntó Ariadna extrañada.
- Aquí todas las noches son malas. Por eso le he deseado malas
noches. No puedo hacer otra cosa.
- ¿Y por qué todas las noches son malas?
- Porque en esta posada no hay sueños. Y los que no sueñan están muertos en vida. Recuérdelo, por
favor.
Ariadna se quedó muy impresionada con estas palabras, que meditó
antes de atreverse a preguntar a su vecino de cama:
- Desde el portal de la posada he visto que se elevaba hasta
el cielo una bola de fuego. ¿Usted sabe qué es?
- Nada importante -respondió la voz ronca-. Las lanza cada
noche un arquero desde el centro del Laberinto.
- ¿Cómo puede decir entonces que no es importante? -susurró
ella-. Pensaba que todos los que estamos aquí buscamos llegar al
centro del Laberinto para luego desde allí encontrar la
salida…
- ¡Paparruchas! -exclamó una agria voz femenina desde el fondo
de la sala-. ¡Es una pérdida de tiempo! Nunca nadie ha llegado al
centro, ¡ni mucho menos ha encontrado la salida!
- ¿Y tú qué sabes? -intervino una voz de muchacha que aún no
había hablado-. ¡Que no hayas llegado tú no significa que no puedan
llegar otras personas!
- ¡Muy bien dicho! -añadió otra voz masculina.
- En cualquier caso -dijo una débil y atemorizada voz de
hombre-, si alguien lograra llegar al centro del Laberinto, sería
su perdición. Una desgracia.
- ¿Por qué lo dice? -preguntó Ariadna, angustiada.
De repente la sala de los que duermen sin sueños se había
convertido en un coloquio invisible en el que todo el mundo
cuchicheaba.
- Porque el arquero es un minotauro que devora a todos los que
llegan al centro del Laberinto -prosiguió, susurrando, la misma
voz-. Por eso lanza flechas de fuego. Quiere atraer víctimas de las
que alimentarse.
- ¡Lo que yo decía! -insistió la voz agria de mujer-. ¡Nadie
puede salir del Laberinto!
Dicho esto, un súbito silencio se hizo en la sala y todos se
entregaron a un pesado dormir sin sueños.
El cansancio acumulado por Ariadna ese día hizo que también ella
cayera profundamente dormida.