6
Llamó a la puerta y abrió el mismo hombre de librea y pajarita.
No le preguntó qué quería ni quién era. Dijo únicamente, dentro de su ya conocido hermetismo:
— Pase.
Lía pasó y se vio en el mismo salón del día anterior.
Vestía el único traje de mujer que tenía. Es decir, le quedaba otro, pero lo dejó en su maleta junto con todo lo demás, en la casa del servicio doméstico, para que las monjas lo dieran a quien quisieran.
El vestido que la cubría no era ni mucho menos elegante.
Ni siquiera de buen género.
Pero Alicia, que estaba esperándola, se echó a reír al verla y comentó jocosa.
—Si no fueras tan guapa, el vestido te destrozaría.
Lía miró en torno.
—¿Y... él?
—No le esperes ahora. Anda a lo suyo. Soy yo la que tengo orden de ponerte decente. Aquí’ tienes de todo. Es tu talla. Pasa conmigo. Hay montañas de cosas primorosas que gustan a rabiar a las mujeres.
La asió de la mano y Lía cruzó el cuarto-salón y se vio en la alcoba del día anterior.
—La compartirás con Martín — le dijo Alicia.
Lía se impacientó.
El solo hecho de estar allí ya la excitaba.
—¿No va a venir él? — preguntó anhelante.
Alicia la miró maliciosa.
—Te gustó, ¿eh?
—Tanto...
—Ya te lo dije. Nadie hace el amor como él. Es un genio en esas lides. Pero te voy a advertir una cosa si quieres vivir aquí y en paz el tiempo que Martín considere conveniente. Nos pasó a todas y la que no lo entendió salió pronto de esta casa y no todas pasaron al piso contiguo.
—¿Qué quieres decir?
—A Martín le importaba un pito tu historia. Ni lo que piensas, ni lo que sientes. Ni tampoco intentes averiguar lo que siente él. Es como es y se le toma así o no se le toma. La intimidad parte de Martín. ¿Entiendes? Tú sé zalamera, coquetuela y sensible, excitante y erótica. Pero no trates de buscar mucha más intimidad con Martín, sobre todo psíquica. Martín tiene su vida aparte de esta que ves. Hace lo que gusta. Aparentemente no se mete en nada de ese negocio, pero lo lleva al día y no se le pasa ni una. Y cuando pases al piso próximo y entre Martín con sus amigos, como un cliente más, acéptalo si te busca a ti y cállate si no te busca. ¿Vas entendiendo?
—Es como un reyezuelo.
—Es lo que es y basta. Anda — apremió—, desnúdate. Vamos a probar ropa, desde estas bragas primorosas a estos sujetadores, camisones, batas, trajes de noche y de calle... Deportivos y de vestir. Creo que he elegido bien. Hay de todo. Como ves no me olvidé de nada. Hasta abrigo de pieles...
Lía estaba maravillada, pero más que los trajes le inquietaba la ausencia de Martín.
— ¿Crees que vendrá hoy?
—O no vendrá — dijo Alicia indiferente —. A ti sólo te queda esperar y no se te ocurra preguntarle dónde ha estado ni por qué ha tardado tanto. Ni tampoco pongas cara de enfadada. No soporta eso. Él viene aquí para vivir si le apetece y si, por el contrario, prefiere meterse en su despacho a trabajar, nunca se te ocurra interrumpirlo.
—O sea, que debo ser una amante callada y resignada.
—No serás su amante, Lía, métete esto en la cabeza. Eres una joven predestinada a convivir con nosotras ahí cerca, en un piso elegantísimo, lleno de lujo y comodidades y mesa de princesas. Sólo que de momento, Martín te considera una ingenua e inexperta para el amor y va a despabilarte.
Lía se agitó.
Miró a Alicia con ansiedad.
—¿Y si me enamoro de él?
Alicia empezó a mover trajes y ropa interior. Soltó la carcajada.
—Tienes dos trabajos, enamorarte y aguantarte ese amor. Martín no se enamora.
Lía era demasiado ingenua para admitir tal cosa.
Por eso se inclinó hacia Alicia y le asió el brazo nerviosamente con las dos manos.
—Pero ¿y si se enamora de mí? ¿Por qué no podría ocurrir?
—Empieza a quitarte esos trapos — dijo enojada—. No sueñes con tonterías. Para Martín somos las chicas de su negocio, pero jamás una de ellas ni yo que soy la que con más confianza trata y a la que me encarga estas cosas — mostró la ropa — estuvo aquí más de un mes.
Lía casi lloraba.
—¿Un mes tan sólo?
—Y no siempre ese tiempo. Puede ser una semana o menos. Después has de conformarte con que te visite de vez en cuando entre sus amigos. Y si a los amigos se les antoja que la bacanal sea en comunidad, lo es y te toca o no te toca Martín.
Dicho lo cual y como consideraba que Lía ya debía estar al tanto de lo que sería su vida en el futuro, procedió a quitarle el vestido.
—Deja, puedo yo.
—Pues anda aprisa. Yo tengo otras cosas que hacer. Debes probarte todo este montón de ropa. Aquí tienes la colonia que le gusta a Martín. Después, cuando pases al piso si no te gusta ésta la cambias por otra. Desde este instante ya tienes asignado tu” sueldo y es diez veces más grande que el que tenías en los almacenes. Hazme caso y no te enamores tanto de Martín. Ya sé que quien conoce a Martín no lo olvida. Dímelo a mí que me pirro por pasar una noche a su lado. Pero aquí hay que conformarse...
Dicho lo cual procedió a probarle a Lía toda aquella ropa.
Lía cambiaba radicalmente.
Todo le estaba perfecto. Así que una vez puesto y quitado, Alicia lo iba colgando en un armario lateral.
—Cuando dejes el piso ya vendré a ayudarte a sacar todo esto.
* * *
Lía cenó sola servida por el matrimonio estirado, uniformado y silencioso.
Después pasó al salón elegantemente vestida. Parecía otra.
Resultaba más esbelta y tenía una distinción extrema y una clase depurada.
Ella misma no se reconocía.
Los nervios le estallaban por dentro, pensando a qué hora llegaría Martín.
Sabía, porque Alicia se lo había dicho, que debía acostarse en la cama anchísima de Martín aunque éste no llegase y que no se impacientase si no llegaba.
Pasó la velada en el salón hasta que pasaron el último telediario de la televisión.
De buena gana se hubiera mordido las uñas, pero las tenía arregladas, lacadas y largas y sus manos lucían así mucho más finas.
A la una de la madrugada pasó al cuarto.
Se dio una ducha protegiendo su cabello bajo un gorro de goma, se puso un camisón primoroso y una bata transparente encima, no menos primorosa.
Con chinelas divinas pasó de nuevo al cuarto.
Era grande y lujoso, pero ella ya no desentonaba.
Sus ropas íntimas eran tan elegantes y primorosas como todo lo que le rodeaba.
Sentada en el lecho primero y tirada hacia atrás después, se pasó una buena hora.
La rendía el sueño.
Habían sido, muchas emociones juntas en un solo día, y estaba cansada.
No supo el tiempo que durmió.
Ella creyó que muchas horas, pero realmente no habían sido más que dos, todo lo más tres.
De repente sintió una cosa en su pelo y abrió los ojos despavorida.
A la tenue luz de la lámpara vio a Martín en pijama. Tenía su enigmática sonrisa en los labios y aquella mirada oscura que parecía una luminaria.
Se fue sentando poco a poco hasta quedar con los pies apoyados en el suelo.
— Martín — susurró como si sus labios besaran aquel nombre.
Él sonrió con tibieza.
Se sentó a su lado y le asió una mano.
—Estás muy hermosa — dijo ponderativo, pero siempre dentro de aquel hermetismo que causaba pesares en la joven—. Espero que Alicia haya hecho su labor a conciencia.
—Tengo mucha ropa, desde luego — titubeó — y toda muy bonita.
Martín la empujó hacia atrás y se inclinó hacia ella.
Le asió un seno con cuidado y se lo acarició hasta poner el pezón erecto. Después le pasó la mano por los dos mientras le buscaba la boca con la suya.
Le deslizó la lengua entre los labios, produciendo en Lía una sacudida erótica. Se cruzó en su cuello y se apretó contra él.
Martín no parecía alterarse. Todo lo hacía con mesura, pero profundizaba hasta el infinito. Era hermético hasta para amar, pero lo hacía de una forma sexual y convincente, y siempre dentro de un erotismo cauteloso, pero vivo.
La soltó y la dejó excitada sobre la cama. La notaba cálida y estremecida. Ella vio como se despojaba del pijama y lo dejaba caer al suelo y desnudo ya, la desnudaba a ella.
La trajinó a su aire y la adiestró en aquella lección amorosa para que luego supiera vender bien hábilmente su sexo.
Cuando la tuvo a punto la penetró y le hizo igual que el día anterior.
Ni una palabra.
Pero ella no podía contener su exaltación y su sensibilidad a flor de piel y decía cosas.
Ni ella misma recordaba después aquellas cosas.
Frases ahogadas y tensas al mismo tiempo.
Pero sí sabía que era enteramente poseída y que ella poseía a su vez. Fue largo todo. Lento y cauteloso y eficaz. Muy eficaz.
Era un buen maestro. Lía podía no saber nada al acostarse con él y una vez terminado el acto tener tanta experiencia como una Alicia o una Inés o cualquier mujer de las que vendían sexo en el piso de al lado.
Con Martín había que aprender.
Y ella aprendía.
Cuando lo vio tendido y algo jadeante a su lado, le oyó decir:
— Estoy cansado. No eres la primera esta noche.
Después se quedó dormido a su lado.
La vida al lado de Martín era una delicia y un martirio.
No se sabía nunca cuándo iba a llegar o cuándo iba a irse, o cuándo le haría el amor. A veces llegaba a una hora temprana y se metía en el despacho no saliendo hasta muy tarde. Otras veces acudía a la hora justa de comer y se sentaba ante ella a la mesa y mientras comía hablaba de trivialidades. Otras veces regresaba tarde y ni siquiera la tocaba.
Pero las más de las veces le hacía el amor.
¿Cuánto tiempo?
Mucho.
Más de dos semanas.
Siempre dentro de su hermetismo, pero calando cada vez más.
Le había dicho en varias ocasiones que podía salir y entrar cuanto quisiera y que le gustaría que acudiera al gimnasio con Alicia y sus compañeras.
Sin embargo, también le había dicho que no pasara al piso contiguo bajo ningún concepto, lo que ella obedecía a rajatabla, pues la verdad sea dicha, temía cada día que él la enviara a aquel piso, lo que hubiera ocasionado en ella un trauma tremendo pues estaba perdidamente enamorada de él.
Si él la quería o no, era cosa que no se sabía. Suponía que no, si hacía caso de Alicia, pues aquélla le tenía dicho en todos los tonos que lo más que duraba una muchacha con Martín era un mes escaso, y que luego Martín no volvía a acordarse de ellas.
En cuanto a la actitud de Martín era silenciosamente apasionante, pero también, según Alicia, con todas hacía igual.
Decidió, pues, seguir los consejos de Alicia y no meterse para nada en la vida de Martín y compartir su posesión cuando él la solicitaba, pero ni siquiera le buscaba si él no iba a por ella. Costaba hacer las cosas así, pero ella las hacía.
Por supuesto, fue al gimnasio con las amigas y así fue conociendo a todas las chicas bandera que había en el piso. Eran reales hembras y cada una más guapa que la otra. Lía a su lado se veía como un poco menguada, pues era más baja que todas ellas y resultaba más frágil. Podía ser más atractiva que ellas, pero menos escultórica aunque sí, eso era verdad, mucho más femenina.
Al mes justo de vivir en casa de Martín todavía aquél no le había ordenado pasar al piso. Eso comentaba ella con Alicia aquel día que salieron juntas de compras.
* * *
—Tienes expresión de miedo y de felicidad en los ojos — le dijo Alicia ya en el taxi que las devolvía a casa.
Lía se desahogó con ella.
—Estoy loca por él. Es como tú dices, hermético y silencioso, pero eficiente y eficaz para el amor como nadie. Por otra parte estoy segura de estar perfectamente adiestrada para vender sexo. ¿Por qué no me envía al piso?
Alicia se alzó de hombros.
—Tal vez se da cuenta de que estás loca por él.
—¿Es que no se la dio con respecto a ti y a las otras?
—Seguro, pero como es así, peculiar y caprichoso, igual contigo se encuentra bien. Puede que seas aún muy ingenua.
—La ingenuidad morirá conmigo, pero eso no hace el amor, ¿no?
Alicia sonrió con tibieza.
Estimaba a Lía.
Era una buena chica y de caer en otro ambiente seguro que hubiera hecho feliz a un buen marido.
Tener hijos y un hogar propio y todas esas cosas que hacen las mujeres que se casan.
Le palmeó la mano con cuidado.
—No te precipites ni te impacientes. Tú déjate estar. Mientras él no te mande irte... pues te quedas.
—Pero es que sufro temiendo que cualquier día me envíe al piso.
—Eso sí que es posible, Lía — dijo Alicia muy seria —, y si ocurre así procura no llorar ni hacerle una escena. No soporta las escenas.
Aquella semana sin decirle siquiera adiós, se ausentó y ella supo de su ausencia tan sólo porque no regresó a casa.
Luego lo comentó con Alicia cuando ambas estaban en el gimnasio.
—Ah, es que eso también tenía que habértelo dicho. Se me olvidó. Viaja con frecuencia. Nunca dice adiós cuando se va, ni hola cuando vuelve. Tú tómalo con calma.
—Debió llevarme con él — dijo Lía resentida.
Alicia la miró incrédula.
—¿Lo dices en serio?
—¿Por qué no? Soy su chica de turno...
—No seas tan ingenua, Lía — le reprochó Alicia —. Tú, por lo visto, duermes con Martín, os hacéis el amor, pero no le conoces en absoluto.
—Sólo haciéndome el amor y es inigualable — casi sollozó Lía.
—Martín no tiene ataduras ni las tendrá en la vida. ¿Que qué vida es la de Martín aparte de lo que conocemos? Cualquiera sabe. Martín es mucho Martín. Nunca se conoce de veras a un hombre así. Yo puedo decirte que tiene amigos poderosos, que está cargado de dinero, que si tiene este negocio es por capricho o porque le gusta. Pero no por necesidad Lo que hace cuando viaja lo ignoro y lo ignoramos siempre todas. Confórmate con esperarle y nada más.
—¿Cuánto tiempo suele estar ausente?
—Oh, no sé. Igual un mes que una semana que un día. Pero si, como dices, ya hace tres que falta, sin duda alguna esta vez se trata de sus largos viajes cuya duración la sabe él, pero sólo él y nadie más.
Lía se agitó estremecida.
Tenía los ojos húmedos.
Una vez más, Alicia se maravilló de su sensibilidad. Ella deseaba a Martín, pero tanto como para llorar por él ni se le ocurría. Claro que ella hacía el amor con todos y Lía, de momento, sólo lo hizo con su novio, aquellos drogadictos y Martín...
—¿Mujeres, Alicia?
La pregunta ardía en los labios.
Alicia se quedó mirándola disgustada.
—Lía, le amas demasiado. Todas le deseamos, pero amarle así, con el alma, sólo tú. Eso es demasiado. Vas a sufrir y jamás disfrutarás en el piso con otros hombres porque estás enamorada de Martín como una colegiala. Y toda mujer que se enamore así de Martín pierde el tiempo. De todos modos, si te refieres a mujeres como amantes o como amigas ocasionales, no lo sé, Lía. Él se va y ya te dije que nunca dice a dónde ni cuándo va a volver. Es más, no creo que nadie lo sepa.
Lía lloró aquellos días su ausencia.
A solas, en el cuarto que compartía con él cuando estaba, lloró como una desesperada. De celos, de pena, de rabia, de amor, de angustia.
Pero Martín regresó una noche cualquiera. ¿Cuántos días después? Casi treinta. Venía moreno, curtido, sonriente...
Le hizo el amor como nunca.
De haber tenido más experiencia Lía hubiera pensado que Martín llegaba deseoso de ella. Pero Lía sabía hacer el amor de maravilla porque él le enseñó, pero los conocimientos psicológicos del ser humano eran tabú para ella.
No obstante y aun con saber tan poco de psicología, se dio cuenta de que Martín la estaba queriendo mucho, o por lo menos que la había echado en falta, porque le apretaba contra sí como si no se cansara nunca de tenerla cerca.
Desnudos los dos en la cama y en silencio, se quisieron a borbotones. Le hizo el amor tres veces aquella noche y sólo al amanecer le vio dormir rendido, jadeante y agotado.
Le contempló dormido.
De darse gusto a sí misma hubiera besado su frente tersa, sus mejillas morenas, sus ojos cerrados.
Pero tenía miedo.
No se expansionaba nunca por eso. No decía lo que sentía.
¡Pero era tanto lo que sentía!
Continuó la vida.
Un mes, dos...
Alicia, cuando se reunía con ella, decía invariablemente:
—Pues es verdad que tarda en adiestrarte.
Lía, que cada día olvidaba que en un momento cualquiera la enviaría al piso, decía a su amiga en aquel instante:
—¿Adiestrarme? Si lo estoy.
—Pues no lo entiendo. Jamás tuvo tanto tiempo a una chica con él.
—El otro día me repitió que no pasara al piso.
—¿Y no añadió cuándo te enviaría?
—No.
—Muy raro. Es la primera vez que ocurre.
—¿Ocurrir qué?
—Eso. Que se quede con una misma chica tanto tiempo. Además has de saber que ahora no pasa nunca al piso a distraerse. Se queda en el despacho y de allí se viene aquí o se va a la calle.
Lía no se esperanzó por ello.
Su intimidad sexual con Martín era total y lo pasaba mejor cada día a medida que ambos se iban conociendo y compenetrando, pero la intimidad moral o psíquica no se comunicaba y si existía era sólo como un poco volando entre ambos. La conocía cada cual, pero no se manifestaba en alta voz.
Al tercer mes transcurrido y cuando ya casi se perfilaba la primavera, la modista acudió con todo el equipo de verano. Principesco.
Precioso.
Lía se lo probó todo y andaba dando vueltas en torno a Martín.
—¿Te gusta? ¿No te gusta?
Él daba cabezaditas, pero no decía nada en voz alta, sólo curvaba los labios en una sonrisa que parecía una mueca informe.
Al cuarto mes le dijo inesperadamente.
—Haremos un viaje. Prepara las maletas.
Lía sintió que el corazón le saltaba.
Se libró de preguntar a dónde.
Hizo las maletas y se fueron junto al norte en el auto de Martín.
Estuvieron ausentes dos meses y sin separarse apenas.
Regresaron morenos a Madrid. Se iniciaba septiembre.
Lía pensaba angustiada: «Ahora me pasará al piso. »
Pero él no mencionó tal cosa. Eso sí, seguía siendo el mismo. Su personalidad no variaba nunca, ni siquiera para hacer el amor.
Pero eso sí, el amor con él cada día era más íntimo, más ahogante, más apasionado...
* * *
Llegó aquel invierno y ella seguía en el piso particular de Martín.
A veces él no salía en todo el día y charlaba con ella. De naderías, de nimiedades, pero charlaba al fin y al cabo. Nunca hablaba de sí mismo, eso no.
Pero Lía cada día tomaba más confianza con él, se sentaba en el suelo y le ponía la cabeza en las rodillas y mientras él hablaba de cualquier cosa, le acariciaba el pelo una y otra vez.
En alguna ocasión llegaba hacia las diez y media y de repente le decía:
—Vístete, ponte bella. Nos vamos al teatro.
Así casi todo el invierno.
Alicia decía después a Lía:
—Pues es cierto que todo me resulta raro. Sobre todo tratándose de un hombre tan caprichoso como Martín. Suele cansarse de sus amigas con rapidez y tú casi llevas un año a su lado. ¿Es que no piensa mandarte al piso?
A todo esto Lía no sabía.
Su intimidad con Martín era mayor.
Larga y suave. Cálida, apasionada, prolongada.
Se hacían el amor incluso, a veces, dos veces durante la noche y si bien se cansaban físicamente, moralmente no parecían hartos uno del otro.
Ella ponía la cabeza en el pecho desnudo de Martín y él, de aquella manera silenciosa, le acariciaba el pelo y la cara y el cuello y a veces le deslizaba los dedos por el seno en su silencio como reverencioso.
Un día se lo dijo a Alicia.
—Voy a sacar yo el tema.
—¿Qué dices?
—Lo de pasar al piso o no pasar.
Alicia casi se encogió.
—Yo no lo haría.
—Yo sí — dijo Lía resuelta —. No quiero vivir más en esta incertidumbre. Si todas habéis estado un tiempo más bien corto, ¿por qué yo llevo un año y la intimidad entre los dos es cada día mayor?
—Si te callaras, harías mejor.
No quiso callarse.
La ocasión se presentó aquella noche.
Él regresaba del piso. Se oía música a través de los tabiques.
Por lo visto tenían fiesta en el piso contiguo.
Lía se acercó a él como hacía siempre y le besó en la boca con aquel cuidado suyo reverencioso,
—¿Qué está pasando en el piso?
—Una fiesta.
—¿Estuviste en ella?
Él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
—Sí, dejé allí a mis amigos.
—¿Y tú?
—Me vine aquí. Me apetecía más.
—Martín...
La voz de Lía tenía una rara vibración.
Él la miró interrogante.
—¿Qué?
—¿Cuándo me envías allí? ¿No estoy adiestrada aún?
Martín hizo un gesto vago.
La besó en la boca.
—¿No te basto yo? — preguntó en sus labios.
Lía se aferró a su cuello.
Apretó aquel beso.
Le deslizó la lengua entre los labios y él se excitó y la llevó al cuarto apretada contra sí.
—Me bastas — dijo cuando él la desvestía —. Claro que me bastas. Pero vivo en vilo, temiendo que un día me mandes al piso de al lado.
—Tú tranquila.
—¿Puedo estarlo?
No.
Pensaba que no, pero en cierto modo seguía necesitándola. El día que se cansara de ella... la enviaría, pero ¿se cansaría?
—Martín, te estoy hablando.
Él se puso sobre ella con lentitud.
—Te oigo.
—¿Cuándo?
—Qué más da. Igual nunca. O mañana. Ya veremos...
Y empezaba a hacerle el amor, con lo cual Lía no supo lo que iba a ser de ella. De momento estaba con Martín y él la estaba queriendo como nunca, y así la poseía... Con fuerza, con pasión. Como si empezara en aquel instante.