17.
A Bárbara Lanau le han quitado el vendaje de la cabeza y le han dado el alta porque ella lo ha pedido. Se aburría en el hospital. Allí, al hojear el álbum, ha reconocido al hombre que la atacó. Ha sacado la ficha del archivo y ahora la estudia con interés. Las palabras se desdoblan y bailan en el folio como derviches. Se tapa un ojo y así consigue enfocar bien.
Reyes Lapuerta Gómez. Así se llama el tipo que estuvo a punto de matarla. Detenido tres veces por tráfico de drogas. Ha pasado cuatro años en prisión. Ahora está en libertad, disfrutando del tercer grado. Parece que quiere actualizar su currículum y se ha convertido en proxeneta.
El expediente incluye nombres de testigos y de soplones. Suficiente para empezar.
Estévez tuerce el gesto al encontrarla en la oficina.
—He ido a verte al hospital con un ramo de flores.
—¿Y dónde están?
—Se las he dado al gordo con paperas que ahora ocupa tu cama.
—Seguro que le han encantado.
—¿Qué haces aquí, querida? Tienes un hematoma, migrañas, visión doble…
—Y mucho trabajo. No puedo perder el tiempo.
—Cuidar la salud no es perder el tiempo.
—Gracias, mami. ¿Quieres ver esto?
Le muestra la ficha de Reyes Lapuerta.
—¿Quién es?
—¿No lo reconoces? Es el tío que te disparó.
—Yo no le vi la cara. ¿Estás segura de que es este?
—He llamado al laboratorio, la huella de la cinta americana es suya. No hay duda.
Estévez echa un vistazo al historial delictivo.
—Todo un veterano, por lo que veo. Habrá que hablar con los confidentes habituales, no creo que nos cueste mucho encontrarlo.
—¿Vamos?
Lanau tiene prisa y hace la pregunta mientras guarda los papeles en una carpeta, pero su compañero no se mueve.
—¿Tú qué tal estás?
—En plena forma.
Estévez la mira con escepticismo. Saca del bolsillo de la americana un parche de pirata. Lo ha debido de comprar en una tienda de disfraces.
—Mira lo que te he traído.
Ella lo mira un instante y luego sigue a lo suyo.
—Muy gracioso.
—Póntelo, seguro que te queda muy bien.
—Dime si me vas a acompañar a hacer estas pesquisas o me va a tocar ir sola.
—Primero tengo que enseñarte algo.
—¿Algo serio o del estilo del parche?
Él le hace un gesto y ella lo sigue por el pasillo. En la mesa de Estévez están los objetos que encontraron en el piso de los chaperos. Coge el fajo de dinero y lo sopesa.
—Veinticuatro mil euros en billetes de cien. Parece que los de quinientos han caído en desgracia.
—¿Qué es esto, Juan?
Estévez la pone al corriente del hallazgo.
—Joder con los hermanitos que querían ser actores.
—He peinado los teléfonos móviles. Son de prepago, los datos personales que facilitaron para comprarlos son falsos. A este le quedan cinco euros de saldo, los otros dos están secos y no nos sirven para nada. Pero este…
Muestra uno de los tres teléfonos. Lo enciende.
—Este sí es interesante. Mira.
Le muestra la galería de fotografías. René, el chapero muerto, aparece en varias imágenes acompañado de mujeres muy elegantes. Todas entradas en años.
—Parece un escort de lujo —dice Lanau.
Va pasando fotos. Imágenes en restaurantes, casinos, salas de fiesta. Tomadas de forma oculta.
—Zapatos italianos, reloj de oro. Impecable.
—Y ahora te enseño el mensaje.
—¿Qué mensaje?
Es un SMS muy escueto. Estévez lo lee.
—Veinte mil euros antes del viernes o difundimos el vídeo.
—¿Extorsionan a las señoras?
—Eso parece.
—¿Y dónde está el vídeo?
—No lo sé, pero está claro que las graban. Supongo que en escenas íntimas.
—Hay que registrar de nuevo el piso de la calle Libertad. Seguro que tienen una cámara oculta en la pared.
—No las graban allí.
—¿Por qué lo sabes?
—Primero, porque ayer inspeccioné las paredes y no había escondites para una cámara de vídeo. Y segundo, porque estas mujeres son muy elegantes. No las llevarían a ese cuchitril.
—¿Crees que las grabaciones las hacen en un chalé?
—Eso creo. Pero Arturo Laín Dorado no tiene domicilio conocido. Su último registro en el padrón es el piso de la calle Amaniel.
Lanau se fija en el lote incautado. Las balas, las armas, el dinero.
—¿Ha visto esto Arnedo?
—Se lo enseñé ayer, le interesó mucho. Nos da más tiempo para redactar el informe.
—Qué considerado.
—Pasamos una tarde muy entretenida. Me pidió que le mandara las fotos.
—Menudo listo, seguro que quiere meneársela mirándolas.
—¿Esa es la imagen que tienes de mí, Lanau? —dice Arnedo, que está apoyado en el quicio de la puerta. Lanau traga saliva.
—Disculpe, no le había visto.
—Ya me lo imagino. ¿Estás mejor?
—Sí, ya estoy bien. Con ganas de trabajar.
—Me alegro. Porque tenemos entre manos un asunto muy feo. A Gálvez se lo ha parecido y a la jueza también.
—¿Le has llevado las fotos a la jueza? —pregunta Estévez.
—Las fotos y los mensajes de extorsión. Os doy medios, os pongo gente, todo lo que necesitéis. Pero quiero que me traigáis de los cojones a ese chapero que se dedica a extorsionar a millonarias cachondas.
Arnedo clava la mirada en Lanau y ella se ve obligada a mantenérsela. Su problema no remite: delante de ella tiene a dos comisarios.