Capítulo 44

Un ingeniero social debe ser bueno en tres cosas: engañar, persuadir y mentir sin escrúpulos a la gente. Con su padre como modelo, no resultaba extraño que Harry tuviera un don para todo aquello.

Clavó los ojos en el teléfono de la habitación del hotel. Cuando era una adolescente, solía marcarse el reto de intentar engatusar a extraños al otro lado de la línea para que le proporcionaran información personal. Podía tratarse de cualquier cosa, desde una contraseña de cajero automático hasta el apellido de soltera de la abuela, no importaba. Nunca utilizaba aquellos datos; la única finalidad era obtenerlos y así perfeccionar su dominio del arte de la persuasión.

Pero ¿qué información buscaba aquella vez? Sentada con las piernas cruzadas sobre la cama, se dio unos golpecitos en los dientes con el bolígrafo. Anotó rápidamente todo lo que había averiguado sobre los dispositivos de seguridad de Rosenstock y lo añadió a las notas que había tomado después de examinar la página web. Encendió el portátil, descargó las fotos del listín telefónico interno del banco desde su móvil y las unió. La información era más o menos legible. Después se apuntó las palabras «cable amarillo» en el margen del bloc y revisó toda la información con la que contaba. Aún no era suficiente.

Descruzó las piernas y se dirigió al balcón. A pesar de las carencias de la habitación, las vistas de Cable Beach no defraudaban. La arena se asemejaba a la textura del azúcar y Harry se encontraba lo suficientemente cerca para escuchar las olas que rompían contra la orilla y se adentraban de nuevo en el mar.

Volvió a recordar la reunión con Glen Hamilton. Debía admitir que la seguridad del banco era rigurosa y, por lo visto, sólo se podía sortear desde dentro. Pero ¿dónde encontraría algún empleado interno que estuviera dispuesto a correr aquel riesgo? Pensó en Raymond Pickford, pero negó con la cabeza. Era dócil pero también débil, y existía la posibilidad de que se echara atrás en el último momento. Necesitaba a alguien con autoridad, alguien que no pudiera ser cuestionado.

Alguien como Philippe Rousseau.

Parecía haber recorrido un largo camino desde sus días como gestor de cuentas de su padre. Harry ignoraba el cometido del vicepresidente de relaciones con clientes internacionales, pero el cargo sonaba muy bien... tan bien que no le convenía en absoluto que alguien le acusara de algún error cometido en el pasado. Recordó que su padre le había comentado que Rousseau copiaba sus operaciones. ¿Qué pensaría la gente si supiera que un vicepresidente del banco había sacado partido de aquella información confidencial?

Se agarró a las rejas y cerró los ojos. Quizá la ingeniería social fuera una forma de deshonestidad, pero le encontraba un sentido. En cambio, el chantaje llevaba implícito un grado de malevolencia que no iba con ella.

Se volvió, entró de nuevo en la habitación y cogió las anotaciones que había dejado sobre la cama. Necesitaba documentos que atestiguaran las operaciones que Rousseau había copiado a su padre. Una vez las obtuviera, podría convencerlo para que hiciera cualquier cosa. Miró el teléfono de nuevo. Aquello era un auténtico desafío para sus habilidades de ingeniera social: conseguir de algún modo una prueba de las operaciones de Philippe Rousseau.

Echó otro vistazo a las notas, pero esta vez con intenciones diferentes. Cogió el bolígrafo y empezó a esbozar algunas ideas. Diez minutos después, realizó la primera llamada. Le contestaron enseguida.

—Buenas tardes, Rosenstock Bank and Trust, atención al cliente, le habla Webster. ¿En qué puedo ayudarle?

Aquel saludo ritual resultaba demasiado largo. Webster parecía tomarse su tiempo para pronunciarlo y se hacía evidente que disfrutaba del lento ritmo de su propia voz.

—Hola, Webster, me llamo Catalina Diego.

Harry imprimió a su voz un toque nasal norteamericano para camuflar su propio acento y así llamar menos la atención. Por experiencia, sabía que la mezcla del habla irlandesa con la americana del Medio Oeste pasaría por un suave acento canadiense.

—Le llamo de su proveedor de Dell aquí en Nassau —prosiguió—. Estamos realizando una encuesta para mejorar nuestros servicios. ¿Sería tan amable de dedicar algunos minutos a contestarme unas preguntas?

—Sí, por supuesto.

—Estupendo, se lo agradezco.

Harry sonrió. La ingeniería social se basaba en la cooperación con otras personas, por eso los encargados del servicio de atención al cliente eran unos excelentes objetivos. Al fin y al cabo, les habían preparado para ayudar a la gente.

—De acuerdo, Webster, ¿cuántos empleados trabajan en su área aproximadamente?

No contestó de inmediato, a buen seguro porque estaba haciendo un recuento en la sala.

—Unos veinticinco o veintiséis en este momento.

—¿Y cuáles son sus horarios?

—De siete de la mañana a nueve de la noche, siete días a la semana.

—¿Ha tenido que llamar en alguna ocasión a alguno de nuestros técnicos de servicio?

—Yo personalmente no.

Harry continuó con una serie de preguntas intrascendentes hasta que se sintió segura para tocar temas importantes.

—¿Alguna vez ha tenido problemas con los programas de la línea de asistencia en nuestros ordenadores? —inquirió.

—No, todo funciona bien. A veces un poco lento, pero nada más.

—¿En serio? Puede tratarse de un problema de memoria. ¿Qué programa tienen instalado actualmente?

—El Customer Focus. Ya hace tiempo que lo utilizamos.

—Lo conozco. —Nunca había oído hablar de él—. Es de Banking Solutions, ¿verdad?

—No, es de una empresa llamada Clear Systems. Su logotipo azul y rojo aparece en todas partes.

—Ah, sí. —Seguía sin tener ni idea—. He oído que sus herramientas de informes no son muy buenas. Podemos recomendarle un paquete con más prestaciones si lo necesitan.

—A mí me parece que funcionan bien. Sólo ejecuto algunos IDO al finalizar la jornada y nunca me he encontrado con ningún problema.

—¿IDO?

—Informe diario de operaciones.

—De acuerdo. ¿Y qué hay de los informes sobre datos archivados? Sé que representan una carga importante para el sistema. Si va lento, existe la posibilidad de mejorar las prestaciones de los ordenadores.

—Tendrá que hablar con la supervisora sobre estos temas, es la que se encarga de los IA.

Harry frunció el ceño pero enseguida lo comprendió. IA: informes de archivo.

—Buena idea, así lo haré. ¿Puede darme su nombre y su número?

—Claro. Es Matilda Tomlins, extensión 3. Pero el COR se encarga de las actualizaciones de hardware. —Antes de que Harry pudiera preguntarle nada, añadió—: Es el Centro de Operaciones en Red, en el piso de abajo. Se ocupan de los asuntos técnicos, aunque a veces, por su manera de actuar, parece que dirijan todo el banco. Ya sabe cómo son los informáticos.

—Sé de qué me habla, créame. Bueno, Webster, sólo un par de preguntas más y le dejo que regrese a su trabajo.

—Tómese su tiempo, no me corre prisa. Por cierto, ¿de qué parte de Canadá es usted?

Harry esbozó una sonrisa.

—Bueno, de todas partes. Principalmente de Toronto. Dígame, ¿qué tal funcionan su teclado y su pantalla? ¿Hay algún problema?

Acabó con unas pocas preguntas rutinarias, le agradeció su colaboración y colgó. Apuntó toda la información que había conseguido. Webster no creía haberle revelado ningún dato importante, pero Harry había aprendido una valiosa jerga bancaria que le otorgaría mayor credibilidad en el siguiente paso.

Se concentró en el listín telefónico interno de Rosenstock. Al lado de cada nombre aparecía el puesto de trabajo que ocupaba la persona en cuestión y su extensión de teléfono. Harry examinó la lista de arriba abajo y le dio la impresión de que sólo incluía a los empleados veteranos. Apuntó los nombres de los que trabajaban en el COR . Eran tres en total:

Jack Belmont, jefe de operaciones en red; Victor Williams, seguridad del COR; Elliot Mitchell, apoyo al COR. Harry levantó el auricular y marcó los tres números. Los dos primeros contestaron enseguida y ella colgó de inmediato. En la tercera llamada, le saltó el buzón de voz:

—Hola, soy Elliot Mitchell. Estaré ausente del lunes al miércoles 1 de abril. Por favor, deje su mensaje y me pondré en contacto con usted cuando regrese. Para cualquier cuestión de apoyo al COR urgente, le ruego llame a Jack Belmont al 5138591.

Harry dibujó un gran asterisco junto al nombre de Elliot Mitchell y acto seguido telefoneó a Matilda Tomlins, la supervisora de atención al cliente. En esta ocasión, utilizó el móvil de prepago que había comprado en Bay Street.

—Hola, Matilda al habla.

—Hola, Matilda, soy Catalina; estoy abajo, en apoyo al COR. Desde la semana pasada trato de solucionar aquel problema en los IA.

Hubo una pausa.

—¿Qué problema en los IA?

—¿Mitchell no le dijo nada antes de marcharse?

—No, no sé nada de la gente del COR, pero tampoco me sorprende. ¿Qué sucede?

Harry suspiró como si no pudiera perder el tiempo.

—Bueno, el caso es que al parecer existe un error de programación en los informes de su Customer Focus. Estamos intentando solucionarlo con Clear Systems pero, en pocas palabras, el problema es que los IA han estado haciendo referencias cruzadas a la base de datos en línea en lugar de a los archivos, y muchos de los punteros de dicha base se han corrompido.

Se produjo otra pausa. Probablemente, Matilda estaba intentando asimilar toda aquella información.

—¿Y eso qué significa?

—Pues que algunos de los datos de los clientes se extraen de los archivos y no de la base de datos en línea, y eso supone una carga importante para la red. Si muchos de sus empleados acceden a la información dañada, su departamento puede llegar a quedarse bloqueado durante horas. Lo que está claro es que hoy no podrá ejecutar ningún IDO.

—¿Qué me dice? Tengo que preparar un montón de ellos para dentro de una hora, por no mencionar las otras cosas que debo terminar. No puedo perder la conexión.

—Bueno, no es seguro que se vaya a quedar desconectada —aclaró Harry—, pero el fin de semana les ocurrió a algunas personas. Sólo la llamo para advertirle que puede pasar de nuevo.

—Esto es de locos. ¿Por qué diablos Elliot no me informó de esto?

—No lo sé. No vuelve hasta el miércoles. —Harry hizo una pausa—. Mire, haré lo siguiente: le dejo mi número de móvil para que me pueda localizar directamente si tiene algún problema. Haré lo posible para ayudarle.

—Está bien. Se lo agradezco mucho. Si tuviera que seguir los procedimientos habituales del COR, me pasaría aquí una semana.

Harry le dio el número de su móvil de prepago.

—Ahora que estoy aquí, es mejor que me diga su número de puerto de red para cuando tenga que volver a conectarlo. ¿Lo sabe?

—¿El número de puerto? ¿Cómo lo voy a saber?

—Puede que esté indicado en el cable de red, el cable amarillo que sale de su ordenador. Normalmente tiene una etiqueta azul en alguna parte.

—Sé cuál es el cable de red, gracias, no soy tan tonta. Espere un momento.

Hubo otra pausa y Harry se imaginó a la mujer agachándose para mirar debajo del escritorio.

—Sí, aquí lo tengo. —La voz de Matilda sonaba ahogada, como si estuviera boca abajo—. Puerto 7—45.

—Estupendo. Bueno, llámeme si me necesita.

Harry colgó y saltó de la cama. El nerviosismo se apoderó de sus extremidades y empezó a dar vueltas por la habitación mientras calculaba cuándo debía dar el siguiente paso. Si lo hacía poco después de la conversación con Matilda, la supervisora podría sospechar pero tampoco disponía de mucho tiempo.

Miró su reloj: las 16.30 en las Bahamas, las 21.30 en Dublín. Harry inspiró profundamente. Le quedaban menos de veinticuatro horas.

Consultó de nuevo el listín telefónico interno para buscar el número de Elliot Mitchell. Empezó a marcar extensiones cercanas cambiando la cifra final, con la esperanza de encontrar a alguien del equipo de apoyo al COR. No hubo respuesta a las dos primeras llamadas, pero a la tercera un tipo llamado Eric descolgó el teléfono en un tono de voz irritado.

—Hola, Eric —le dijo—. Soy Catalina de DataLink Communications. Estoy en la planta de arriba tratando de solucionar un problema de cableado para Matilda, de atención al cliente. Me preguntaba si podría ayudarnos.

—No sabía que hubiera un problema de cableado. Yo me encargo de los cables de red.

Harry articuló con los labios una grosería, pero no le puso voz.

—Bueno, puede que sea así, pero Elliot Mitchell autorizó nuestro desplazamiento urgente para arreglar este problema en su ausencia, y a eso he venido.

—Tendré que buscarla en los papeles. ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Catalina. Mire, me han llamado de otro sitio y tengo que irme dentro de diez minutos. Pierda el tiempo revisando el papeleo si quiere; le explicaré a Elliot que no pude realizar mi trabajo porque su equipo de apoyo no cooperó conmigo.

—¿Y quién ha dicho que no voy a cooperar? Lo único que le pido es que me lo consulte antes.

—Bueno, eso es lo que estoy haciendo. Hay que desconectar el puerto de Matilda un rato mientras examino el cable. ¿Podría hacerme ese favor? Es el puerto 7—45.

Eric hizo una pausa. Harry estaba segura de que había oído rechinar sus dientes.

—Tendrá que esperar un par de minutos —contestó finalmente—. No puedo dejar todo lo que tengo entre manos, ¿sabe?

—Está bien. Le volveré a llamar cuando necesite conectarlo de nuevo.

Cuando Harry colgó el teléfono, notó que la respiración se la había acelerado. El COR era la parte del plan que siempre resultaba más peligrosa, y le preocupaba haberse comportado de forma demasiado agresiva. ¿Y si Eric decidía llamar a Matilda o consultarlo con el jefe del COR? En poco tiempo se daría cuenta de que ni Catalina ni DataLink Communications existían.

Analizó la conversación con Eric y llegó a la conclusión de que no podía haber actuado de otra manera. El objetivo de la ingeniería social es convencer a la gente para que confíen en ti, y el método de persuasión empleado depende de la personalidad del blanco en cuestión. Algunos responden bien a la simpatía trasnochada, pero a otros les motiva más que salga a relucir el nombre de su jefe. La hosquedad de Eric la había llevado a tomar medidas extremas.

Se dirigió de nuevo al balcón para contemplar la playa y calmarse un poco. Un barco bananero surcaba las aguas en paralelo a la orilla. Según su guía, el nombre de Cable Beach provenía de los cables telefónicos transatlánticos que se instalaron bajo la arena en 1907 para unir las aisladas Bahamas con el resto del mundo. Harry se estremeció. Era extraño que conocer aquel dato incrementara aún más su sensación de soledad.

Se acordó de Dillon. Seguramente todavía estaría en Copenhague. Hacía dos días que no lo veía y empezaba a creer que la noche que pasaron juntos sólo había sido un espejismo. Volvió al interior de la habitación y cogió el teléfono del hotel para llamarlo al móvil. Tal como imaginaba, saltó el buzón de voz. Le dejó un mensaje para decirle dónde se encontraba y cuándo regresaría a casa. Acababa de colgar cuando sonó su móvil bahameño. Era Matilda Tomlins, y parecía muy apurada.

—Gracias a Dios, pensaba que me saldría el buzón de voz.

—Hola, Matilda, ¿todo bien?

—Lo estoy pasando fatal. Me he quedado sin conexión, como usted dijo, justo cuando estaba ejecutando un IDO. Mi ordenador está completamente bloqueado. Tiene que arreglarlo, no puedo hacer nada con él.

—Maldita sea, ya me imaginaba que podía pasar. De acuerdo, dentro de una hora estaré libre y me ocuparé de ello.

—¿Una hora? Demasiado tiempo, tengo que estar en marcha en unos veinte minutos como máximo.

—¿Veinte minutos? Vaya, no sé qué decirle, Matilda. Todavía tengo mucho trabajo aquí. Haré todo lo que pueda, ¿de acuerdo? Volveré a llamarla.

Harry colgó y dio un pequeño brinco. La ingeniería social inversa era una de sus técnicas favoritas, ya que consistía en engañar al blanco con el fin de que recurriera a su atacante si necesitaba ayuda. Sentía cierta compasión por Matilda, pero no podía hacer nada al respecto. Debía llevar a cabo sus planes.

Esperó diez minutos y llamó a Eric para pedirle que conectara de nuevo el puerto de Matilda. Al cabo de cinco minutos más, Harry la llamó.

—Hola, Matilda. En teoría, ya puede volver a trabajar.

—Espere, déjeme acceder al sistema. —Hubo una pausa—. Oh, gracias a Dios, funciona. Oiga, le agradezco mucho su ayuda.

—No hay de qué. Lo malo es que puede quedarse de nuevo sin conexión en cualquier momento.

—¿Qué?

—El problema de los IDO no se ha solucionado. Ya no estoy en la oficina, así que me temo que la próxima vez no podré ayudarla.

—¿Me está diciendo que tendré que recurrir a Eric?

—Eso creo. —Hizo una pausa—. Bueno, puedo intentar una cosa. Creo saber la causa del error de programación. Si tengo la oportunidad de analizar los datos de archivo, podré solucionárselo todo, pero necesito que me pase algunos IA.

—¿Ahora mismo?

—Eso puede ahorrarnos a ambas unos cuantos quebraderos de cabeza.

Matilda suspiró.

—Bueno, de acuerdo. ¿Qué quiere que haga?

Harry hizo una pirueta delante del espejo y seguidamente adoptó otra vez un tono profesional.

—Primero necesitamos una lista de operaciones de una de las cuentas corruptas del archivo, y entonces intentaremos relacionarlas con algunas transacciones.

—¿Y con qué número de cuenta pruebo?

—Espere, tengo por aquí unas anotaciones con todas las cuentas dañadas. —Harry consultó el número de cuenta de su padre—. Mire, inténtelo con ésta: 72559353.

—De acuerdo, tomo nota. ¿Desde qué fecha quiere la información?

—Bueno, hemos detectado que el problema comenzó en abril de 2000, así que necesitaríamos un informe desde abril hasta octubre de ese año, por ejemplo. ¿Puede conseguirlo?

—Un momento.

Harry oyó cómo Matilda escribía en el teclado y tuvo que reprimirse para no rogarle que se apresurara.

—Ya lo tengo —aseguró Matilda—. Ha sido bastante rápido, sólo hay ocho operaciones con acciones en esa cuenta. ¿Ahora qué hago?

—Está bien, guárdelo. Ahora intentaremos seguir las referencias cruzadas para delimitar el origen de la corrupción de los punteros. —Harry decía cosas sin sentido, pero estaba convencida de que, a aquellas alturas, a la supervisora ya no le importaba. Matilda sólo quería que el sistema volviera a funcionar—. ¿Puede obtener más información sobre esas ocho acciones? Hay que conseguir una lista de todas las cuentas que realizaron operaciones con esas acciones durante el mismo período. ¿Es posible?

—Sí, pero puede hacerse eterno. Son ocho informes diferentes.

—Está bien, acortémoslo. Seleccione las cuatro operaciones más importantes y concentrémonos en ellas.

Matilda suspiró.

—Espero que valga la pena.

Harry se puso a dar vueltas por la habitación como un soldado de cuerda mientras Matilda ejecutaba los informes. Diez minutos más tarde, le comunicó que ya estaban listos.

—Fantástico —dijo Harry—. ¿Me los puede enviar ahora por correo electrónico? Estoy a punto de llegar a casa. Con suerte, resolveré esto en pocos minutos y después hablaré con Eric sobre la limpieza de la base de datos. Le dejo mi cuenta de correo de Yahoo. —Le dio su dirección, en la que aparecía el nombre de Catalina—. Mientras tanto, llamaré a Eric para pedirle que ponga este asunto en su lista de prioridades, por si acaso.

—A ver si es verdad.

Harry colgó y conectó el portátil al enchufe del teléfono de su habitación. Al cabo de cinco minutos, ya había descargado los informes de Matilda y los estaba revisando.

En el informe de la cuenta de su padre aparecían todas las acciones que había comprado o vendido entre abril y octubre de 2000, con las correspondientes fechas y cantidades de dinero. Harry abrió los ojos de par en par al comprobar a cuánto ascendían algunas de aquellas cifras. Los otros informes se centraban en cuatro acciones en concreto: EdenTech, CalTel, Boston Labs y —sorpresa, sorpresa— Sorohan Software. Además, mostraban todas las cuentas de inversión que habían operado con aquellas acciones durante el mismo período junto con las fechas y las cantidades de cada transacción. Debía de haber más de doscientas cuentas en total.

Harry estudió los datos con una hoja electrónica para clasificar y filtrar la información. Al cabo de un rato, se hizo evidente que existían diferentes tácticas para realizar operaciones.

Primero estaba la de su padre: comprar barato y vender caro invirtiendo a corto plazo. Harry supuso que adquiría las acciones guiándose por la información privilegiada que manejaba; después las vendía cuando la noticia ya era vox pópuli y, por lo tanto, el precio había aumentado. La mayor parte de cuentas seguían otro patrón: compraban acciones cuando los precios crecían, justo en el momento en que su padre se deshacía de ellas. Seguramente eran inversores legítimos que se guiaban por la información de M&A que se hacía pública.

Escondida entre estas dos tácticas existía otra más sutil, de la que Harry no se hubiera percatado si no fuera porque la estaba buscando. La seguía una única cuenta de inversión y su premisa era simple: comprar y vender acciones imitando a su padre, en cantidades inferiores pero casi a la vez. La duplicación de las operaciones tenía lugar en las cuatro acciones, tanto en las adquisiciones como en las ventas.

Alguien se había aprovechado de la información de cuenta de su padre, y Harry estaba segura de que esa persona sólo podía ser Philippe Rousseau.