XVI
Atardecer en el Weyr de Benden
Anochecer en el Weyr de Fort
Durante los días siguientes, F’nor estuvo demasiado ocupado para preocuparse. Brekke estaba recobrando sus fuerzas e insistió en que él debía reintegrarse a sus actividades. Al mismo tiempo logró que Manora le permitiera bajar a las Cavernas Inferiores y ser de alguna utilidad. Manora la puso a atar cabos en la barra de un tapiz ya terminado, lo cual permitía a Brekke vivir en medio de las hormigueantes actividades de la Caverna. Los lagartos de fuego la acompañaban de un modo casi continuo. Grall era presa de deseos contradictorios cuando F’nor se marchaba a realizar alguna tarea, y el caballero pardo tenía que ordenarle que se quedara con Brekke.
F’lar había supuesto correctamente que Asgenar y Bendarek aceptarían cualquier solución susceptible de conservar los bosques. Pero la incredulidad y la resistencia inicial con las que tropezó le demostraron lo ingente de la tarea que había emprendido. El Señor del Fuerte y el Maestro Artesano habían adoptado una actitud de franco escepticismo hasta que se presentó N’ton con un puñado de Hebras vivas —podía oírselas sisear en el recipiente— y las dejó caer en una gran maceta llena de verdeante vegetación. Al cabo de unos instantes, la maraña de Hebras que habían visto caer sobre los renuevos de fellis habían sido devoradas por las lombrices. Deslumbrados, aceptaron incluso la afirmación de F’lar de que las hojas perforadas y humeantes sanarían en muy pocos días.
Había muchas cosas acerca de las lombrices que los dragoneros desconocían, tal como F’lar se encargó de explicar. Cuanto tiempo tardarían en proliferar de modo que una zona determinada pudiera ser considerada «a prueba de Hebras»; la longitud del ciclo vital de las lombrices; qué densidad de lombrices sería necesaria para asegurar la cadena de protección…
Pero habían decidido dónde empezar en el Fuerte Lemos: entre los valiosos árboles de madera dura tan solicitados para la fabricación de muebles, tan vulnerables a las incursiones de las Hebras.
Dado que los anteriores residentes del Weyr Meridional no habían recibido ningún adiestramiento para la agricultura, no habían prestado la menor atención al significado de las bolsas de larvas en los bosques meridionales. Ahora era otoño en el hemisferio sur, pero F’nor, N’ton y otro jinete se habían puesto de acuerdo para viajar por el inter a la primavera anterior. La ayuda de Brekke resultó muy útil también, ya que conocía tantos aspectos de la vida y el gobierno del Weyr Meridional que pudo decirles dónde no colisionarían con otros en el pasado. Aunque criada en un Artesanado agrícola, Brekke había actuado como enfermera durante su estancia en el Sur, permaneciendo deliberadamente al margen de las tareas agrícolas del Weyr para cortar toda conexión con su vida pasada.
Aunque F’lar no apremió al Maestro Agricultor Andemon, siguió adelante con sus planes como si contara con la colaboración del Artesanado agrícola. En varias ocasiones, Andemon pidió lombrices y Hebras que le fueron enviadas inmediatamente, sin que por su parte informara de ningún progreso.
El Maestro Herrero Fandarel y Terry habían sido puestos al corriente del proyecto, y se preparó una demostración especial para ellos. Una vez dominada la repugnancia inicial ante las lombrices y el horror de encontrarse tan cerca de Hebras vivas, Terry se había mostrado tan entusiasmado como el que más. La exhibición de las lombrices sólo arrancó un profundo gruñido del Maestro Herrero, que limitó sus comentarios a una crítica sarcástica de la cacerola de mango largo en la cual eran capturadas las Hebras.
—Ineficaz. Ineficaz. Sólo puede abrirse una vez para atrapar a los bichos —y había cogido la cacerola, encaminándose hacia el dragón-mensajero que le estaba esperando.
Terry se había apresurado a asegurar que el Maestro Herrero estaba indudablemente impresionado, y que colaboraría en todo lo que estuviera a su alcance. Sus palabras fueron interrumpidas por un aullido de impaciencia de Fandarel, y Terry fue a reunirse con él, tras inclinarse profundamente ante los desconcertados dragoneros.
—Creí que Fandarel encontraría eficaces a las lombrices, al menos —observó F’lar.
—Tal vez se quedó mudo de asombro —sugirió F’nor.
—No —y Lessa hizo una mueca—. ¡Le enfureció la ineficacia!
Lo cual provocó la risa de sus compañeros. Aquella misma noche llegó un mensajero del Taller de Fandarel, con la cacerola que el Herrero se había llevado y otro aparato realmente notable. Tenía forma de bulbo y un mango muy largo desde cuyo extremo podía abrirse la tapadera, accionando un dispositivo que discurría por el interior del mango cilíndrico. Lo realmente ingenioso, aparte de la tapadera, era la forma del recipiente, que impedía que las Hebras pudieran escapar una vez atrapadas en su interior, aunque la tapadera volviera a abrirse.
El mensajero confió también a F’lar que el Maestro Herrero estaba teniendo dificultades con su aparato de escribir a distancia. Todo el alambre tenía que ser cubierto con un tubo protector para que las Hebras no pudieran cortar el superfino metal. El Herrero había hecho pruebas con diversos materiales, pero no disponía de tiempo para completarlas, ya que sus talleres estaban agobiados con la reparación de lanzallamas encasquillados o quemados. Las Caídas de Hebras eran ahora muy frecuentes, y los equipos de tierra se dejaban ganar por el pánico cuando el material les fallaba a media Caída, de modo que resultaba imposible no atender todas las urgentes peticiones de reparación. Los Señores de los Fuertes, a los cuales se les habían prometido los aparatos de escribir a distancia como medio de comunicación entre los aislados Fuertes, empezaban a reclamar soluciones. Y la definitiva —para ellos— solución: la propuesta expedición a la Estrella Roja.
F’lar había empezado a convocar diariamente un consejo de sus Lugartenientes y consejeros íntimos a fin de que no se descuidara ningún aspecto del plan general. Ellos decidieron también qué Señores y Maestros Artesanos podían aceptar el conocimiento radical, pero se habían movido cautelosamente.
Asgenar les dijo que Larad del Fuerte Telgar era de ideas mucho más conservadoras de lo que suponían, y que la limitada demostración en las Habitaciones no sería un argumento tan persuasivo como un campo protegido bajo un ataque en masa de las Hebras. Por desgracia, la joven esposa de Asgenar, Famira, en una visita a su hogar, aludió inadvertidamente al proyecto. Menos mal que tuvo la presencia de ánimo de su lagarto de fuego a su Señor, el cual llevó a sus parientes consanguíneos al Weyr de Benden para una explicación y demostración «a fondo». Larad no quedó convencido y se enfureció por lo que calificó de «cruel engaño y alevoso abuso de confianza» de los dragoneros. Cuando, más tarde, Asgenar insistió en que Larad visitara el sector de bosque que estaba siendo protegido y viera como se dejaban caer Hebras vivas sobre un arbolito recién plantado, arrancándolo a continuación para demostrar que la protección era eficaz, la rabia del Señor del Fuerte de Telgar empezó a remitir.
Los amplios valles de Telgar habían sido muy afectados por las casi continuas Caídas de Hebras. Los equipos de tierra de Telgar estaban desalentados por la perspectiva de una incesante vigilancia.
—Lo que no tenemos es tiempo —había exclamado Larad de Telgar al ser informado de que la protección a base de lombrices era un proyecto a largo plazo—. Perdemos campos de cereales y de raíces todos los días. Los hombres están cansados ya de luchar interminablemente contra las Hebras, no les quedan energías para nada. En el mejor de los casos tenemos solamente la perspectiva de un invierno difícil, y temo lo peor si me guío por lo ocurrido en estos últimos meses.
—Sí, resulta muy duro ver la ayuda tan próxima… y tan lejana como el ciclo vital de un insecto tan pequeño como un dedo meñique —dijo Robinton, una parte integrante de aquella confrontación. Estaba acariciando al pequeño lagarto de fuego que había Impresionado hacía muy pocos días.
—¿Qué pasa con ese aparato de mirar a distancia? —inquirió Larad con los labios apretados y el rostro contraído por la preocupación—. ¿Se ha hecho algo con respecto a la expedición a la Estrella Roja?
—Sí —respondió F’lar, manteniéndose con firmeza en una actitud paciente y razonable—. Se han aprovechado todas las noches claras para efectuar observaciones. Wansor ha adiestrado a un escuadrón de observadores y ha pedido prestados al Maestro Tejedor Zurg sus mejores dibujantes, los cuales han realizado innumerables bocetos de las masas del planeta. Ahora conocemos sus caras…
—¿Y…? —apremió Larad.
—No podemos ver ninguna característica suficientemente clara como para orientar a los dragones.
El Señor de Telgar suspiró con resignación.
—Creemos —y F’lar advirtió con la mirada a N’ton, ya que el joven caballero bronce tomaba tanta parte como Wansor en las investigaciones— que esas Caídas frecuentes cesarán dentro de unos meses.
—¿Cesarán? ¿Cómo puedes saberlo? —La esperanza entró en conflicto con la suspicacia en el rostro del Señor de Telgar.
—Wansor opina que los otros planetas de nuestro cielo han estado afectando al movimiento de la Estrella Roja; haciéndolo más lento, al ejercer una tracción desde varias direcciones. Tenemos vecinos muy próximos, ¿sabes? Uno de ellos se encuentra ahora ligeramente por debajo de la parte central de nuestro planeta, y dos por encima y más allá de la Estrella Roja, lo cual es una rara conjunción. Wansor cree que, cuando los planetas se alejen, se restablecerá la antigua rutina de la Caída de las Hebras.
—¿Dentro de unos meses? Eso no nos hará ningún bien. ¿Y puedes estar seguro?
—No, no podemos estar seguros… y por eso no hemos anunciado la teoría de Wansor. Pero lo sabremos a ciencia cierta dentro de unas semanas —F’lar alzó una mano para interrumpir las protestas de Larad—. Seguramente habrás observado que las estrellas más brillantes, que son nuestros planetas hermanos, se mueven de oeste a este durante el año. Mira esta noche y verás la azul ligeramente encima de la verde, y muy brillante. Y la Estrella Roja debajo de ellas. Bien, ¿recuerdas el diagrama de la Sala del Consejo del Weyr de Fort? Nosotros estamos convencidos de que es el diagrama de los cielos alrededor de nuestro sol. Has visto a los muchachos jugar a hacer girar una bola atada al extremo de un cordel. Tú mismo habrás jugado a eso más de una vez. Sustituye los planetas por las bolas, el sol por el jugador, y tendrás la idea general. Algunas bolas giran más rápidamente que otras, debido a factores tales como la fuerza impulsora y la longitud y tensión del cordel. Básicamente el principio de las estrellas alrededor del sol es el mismo.
Robinton había estado dibujando algo en una hoja, y le entregó el diagrama a Larad.
—Tengo que ver esto en el cielo por mí mismo —dijo el Señor de Telgar, sin ceder un palmo de terreno.
—Es todo un espectáculo, te lo aseguro —dijo Asgenar—. A mí me fascina, y si —sonrió, con su delgado rostro súbitamente todo grietas y dientes— Wansor llega a construir algún día duplicados de ese aparato de mirar a distancia, quiero instalar uno en las alturas de Lemos. Desde allí pueden verse perfectamente los cielos septentrionales. ¡Me gustaría contemplar a través de un aparato de mirar a distancia esas lluvias de estrellas que tenemos cada verano!
—¡Bah! —exclamó Larad desdeñosamente.
—Es fascinante, de veras —insistió Asgenar, con los ojos brillantes de entusiasmo. Luego añadió, en un tono distinto—: No soy el único enamorado de ese espectáculo. Cada vez que voy a Fort, tengo que discutirle a Meron de Nabol la oportunidad de utilizar el aparato.
—¿Nabol?
Asgenar se mostró ligeramente sorprendido ante el impacto de su casual observación.
—Sí, Nabol está siempre allí. Al parecer, tiene más interés que cualquier dragonero en encontrar coordenadas.
Nadie encontró graciosa la suposición.
F’lar miró a N’ton con aire interrogador.
—Sí, es cierto, siempre está allí. Si no fuera Señor de un Fuerte… —y N’ton se encogió de hombros.
—¿Por qué? ¿Dice él por qué?
N’ton volvió a encogerse de hombros.
—Dice que busca coordenadas. Pero eso es lo que hacemos nosotros. Y no hay ninguna característica suficientemente clara. Sólo masas disformes grisáceas y verdigrises oscuras. No cambian, y aunque su estabilidad es obvia, ¿son tierra? ¿O mar? —N’ton empezó a captar la acusadora tensión en la estancia y parpadeó nerviosamente—. Además, la cara queda oscurecida con demasiada frecuencia por esas espesas nubes. Es desalentador.
—¿Se desalienta Meron? —preguntó F’lar en tono incisivo.
—No estoy seguro de que me guste tu actitud, Benden —dijo Larad frunciendo el ceño—. No pareces muy interesado en descubrir alguna coordenada.
F’lar miró a Larad directamente a los ojos.
—Creí que habíamos explicado el problema con el que nos enfrentamos. Tenemos que saber adónde vamos antes de poder enviar a los dragones allí. —Señaló el lagarto verde posado en el hombro de Larad—. Has estado intentando adiestrar a tu lagarto de fuego, de modo que puedes apreciar la dificultad. —Larad tensó su cuerpo, a la defensiva, y su lagarto siseó, amenazador. Pero F’lar continuó—: El hecho de que en los Archivos no exista ninguna referencia a una tentativa para ir allí revela claramente que los antiguos, que construyeron el aparato para mirar a distancia y que sabían lo suficiente como para trazar el mapa de nuestro cielo con nuestros planetas vecinos, no fueron. Debían tener un motivo, un motivo válido. ¿Qué tendría que hacer yo, Larad? —inquirió F’lar, moviéndose de un lado para otro en su agitación—. ¿Pedir voluntarios? Tú, y tú, y tú —dijo F’lar, apuntando con un dedo a una imaginaria formación de jinetes—, en marcha, saltad por el inter hasta la Estrella Roja. ¿Coordenadas? Lo siento, no tengo ninguna. Decidles a vuestros dragones que echen una buena mirada a medio camino de allí. Si no regresáis, maldeciremos a la Estrella Roja por vuestras muertes. Pero moriréis sabiendo que habéis resuelto nuestro problema: los hombres no pueden ir a la Estrella Roja.
Larad enrojeció bajo el sarcasmo de F’lar.
—Si los antiguos no registraron ningún conocimiento íntimo de la Estrella Roja —intervino Robinton, rompiendo el pesado silencio—, proporcionaron soluciones domésticas. Los dragones, y las lombrices.
—Ninguna de las cuales es una protección eficaz en este momento, cuando la necesitamos —replicó Larad con voz impregnada de amargura y de desaliento—. ¡Pern necesita algo más concreto que promesas… e insectos! —Y abandonó bruscamente las Habitaciones.
Asgenar, con una protesta en los labios, empezó a seguirle, pero F’lar le detuvo.
—No está en condiciones de razonar, Asgenar —dijo F’lar, con el rostro contraído por la ansiedad—. Si no ha quedado convencido por las demostraciones de hoy, no sé qué más podemos hacer o decir.
—Lo que le preocupa es la pérdida de las cosechas del verano —dijo Asgenar—. El Fuerte de Telgar se ha estado extendiendo, como ya sabes. Larad se ha atraído a mucha gente insatisfecha que pertenecía a Nerat, a Crom y a Nabol. Si fallan las cosechas, el invierno será muy difícil para él, dado que el hambre siempre engendra problemas de todas clases.
—Pero, ¿qué más podemos hacer? —preguntó F’lar, con una nota de desesperación en su voz. Se cansaba con mucha facilidad. La fiebre le había dejado con pocas reservas físicas, una circunstancia más deprimente para él que cualquier otro problema. La obstinación de Larad había sido una inesperada decepción. Habían tenido tanta suerte con todos los otros hombres a los que habían interesado en el proyecto…
—Yo sé que no puedes enviar a unos hombres a ciegas a la Estrella Roja —dijo Asgenar, afectado por la ansiedad de F’lar—. He intentado decirle a mi Rial a dónde quería que fuera. Y a veces se pone frenético porque no puede verlo con la suficiente claridad. Espera a que Larad empiece a enviar a su lagarto de fuego a algún lugar. Entonces comprenderá. Verás, lo que más le molesta es darse cuenta de que no puedes planear un ataque contra la Estrella Roja.
—Tu error inicial, mi querido F’lar —y la voz del Arpista sonó más sarcástica que nunca— fue el proporcionar una salvación del último desastre inminente en tres días escasos, trayendo a nuestra época a los Cinco Weyrs Perdidos. Ahora, los Señores de los Fuertes esperan que realices un segundo milagro con la misma rapidez.
La observación era tan descabellada que F’lar estalló en una carcajada antes de poder evitarlo. Pero la tensión y la ansiedad se disolvieron, y los hombres preocupados recobraron algo de la necesaria perspectiva.
—Lo único que necesitamos es tiempo —insistió F’lar.
—Que es precisamente lo que no tenemos —dijo Asgenar.
—Entonces, utilicemos del mejor modo posible el tiempo de que disponemos —dijo F’lar en tono decidido, dejando atrás su momento de duda y de desilusión—. Vamos a trabajar sobre Telgar. F’nor, ¿cuántos jinetes puede prestarnos T’bor para ir en busca de bolsas de larvas por el intertiempo al Continente Meridional? N’ton y tú podéis establecer las coordenadas con ellos.
—¿No debilitará eso la protección del Continente Meridional? —preguntó Robinton.
—No, porque N’ton ha mantenido los ojos abiertos. Observó que numerosas bolsas de larvas nacidas en el otoño eran reventadas o devoradas durante los meses de invierno. De modo que hemos modificado nuestros métodos. Revisaremos una zona en primavera para localizar las bolsas supervivientes, retrocederemos al otoño y nos llevaremos algunas de las que no sobrevivirían. Habrá unos cuantos wherries que se perderán una comida, pero no creo que trastornemos demasiado el equilibrio.
F’lar empezó a pasear de un lado para otro, rascándose con aire ausente el lugar donde su herida, en plena cicatrización, le producía un intenso prurito.
—Necesito también a alguien que vigile a Nabol.
Robinton se echó a reír.
—Al parecer, vamos a utilizar unos agentes muy raros: lombrices… Meron… Oh, sí —se apresuró a añadir—, Meron puede ser una buena baza. Dejemos que fuerce su vista y pille una tortícolis contemplando la Estrella Roja. Mientras esté ocupado en eso, sabremos que disponemos de tiempo. Los ojos de un hombre vengativo se pierden pocos detalles que pueden resultarle beneficiosos.
—Un tanto a tu favor, Robinton. N’ton —y F’lar se volvió hacia el joven caballero bronce—, quiero estar al corriente de todas las observaciones que haga ese hombre, de lo que busca en la Estrella Roja, de lo que pueda ver en ella, de todas sus reacciones. Creo que no le hemos prestado la debida atención. Incluso podríamos tener que estarle agradecidos.
—Preferiría estar agradecido a las lombrices —replicó N’ton con cierta vehemencia—. Francamente, señor —añadió vacilando acerca de una misión por primera vez desde qué había sido incluido en el Consejo—, preferiría buscar lombrices o capturar Hebras.
F’lar contempló pensativamente al joven caballero.
—En tal caso, N’ton —dijo finalmente—, piensa en esta misión como en la captura de la Hebra final.
Brekke había insistido en hacerse cargo del cuidado de las plantas de las Habitaciones cuando se sintió más fuerte. Alegó que se había criado en un Artesanado agrícola y, en consecuencia, estaba capacitada para aquella tarea. Pero prefería no estar presente durante las demostraciones. De hecho, rehuía a todas las personas que no pertenecían al Weyr. Podía soportar las simpatías del Weyr, pero la compasión de los forasteros le resultaba intolerable.
Esto no afectaba a su curiosidad, y hacía que F’nor le contara todos los detalles de lo que ella calificaba como el secreto más conocido de Pern. Cuando F’nor le habló de la actitud negativa del Señor de Telgar ante lo que los Weyrs trataban de hacer, Brekke no disimuló su contrariedad.
—Larad está equivocado —dijo, con la deliberada lentitud que había adoptado últimamente—. Las lombrices son la solución, la correcta. Pero es cierto que la mejor solución no resulta siempre fácil de aceptar. Y una expedición a la Estrella Roja no es una solución, aunque responda al deseo instintivo de los perneses. Es obvio. Tan obvio como lo fueron dos mil dragones sobre el Fuerte de Telgar hace siete Revoluciones. —Sorprendió a F’nor con una leve sonrisa, la primera desde la muerte de Wirenth—. Por mi parte, al igual que Robinton, preferiría confiar en las lombrices. Plantean menos problemas. Claro que yo me crié en un Artesanado agrícola.
—Últimamente aludes mucho a esa circunstancia —observó F’nor, volviendo el rostro de Brekke hacia él, indagando en los ojos verdes. Estaban serios, como siempre, y en la límpida mirada había la sombra de una pena que nunca se borraría del todo.
Brekke enlazó sus dedos en los de F’nor y sonrió dulcemente, con una sonrisa que no dispersó la pena.
—Me crié en un Artesanado agrícola —puntualizó—, pero ahora pertenezco al Weyr.
Berd canturreó su aprobación y Grall añadió un trino por su cuenta.
—Podemos perder unos cuantos Fuertes en esta Revolución —dijo F’nor amargamente.
—Eso no resolvería nada —dijo Brekke—. Me alegro de que F’lar haya decidido vigilar a ese nabolés. Tiene una mente retorcida.
Súbitamente, Brekke abrió la boca, aferrando los dedos de F’nor con tanta fuerza que sus uñas rompieron la piel.
—¿Qué te pasa? —F’nor rodeó el cuerpo de la muchacha con los dos brazos, en un gesto protector.
—Tiene una mente retorcida —dijo Brekke, mirando a F’nor con ojos asustados—. Y tiene también un lagarto de fuego, un bronce, tan adulto como Grall y Berd. ¿Sabe alguien si lo ha estado adiestrando? ¿Adiestrándolo para viajar por el inter?
—Todos los Señores tienen nociones… —F’nor se interrumpió al darse cuenta de la dirección de los pensamientos de Brekke. Berd y Grall reaccionaron al miedo de Brekke con nerviosos chillidos y aleteos—. No, no, Brekke. No puede hacerlo —la tranquilizó F’nor—. Asgenar tiene un lagarto de fuego que sólo es una semana más joven, y nos ha dicho lo difícil que le resulta enviar a su Rial a algún lugar de su propio Fuerte.
—Pero Meron tiene el suyo desde hace más tiempo. Podría haber llegado más lejos…
—¿Meron? —El tono de F’nor era escéptico—. Ese hombre no tiene la menor idea de cómo hay que tratar a un lagarto de fuego.
—Entonces, ¿por qué está tan fascinado con la Estrella Roja? ¿Qué otra cosa podría planear sino enviar allí a su lagarto bronce?
—Meron sabe que los dragoneros no se atreverían a enviar dragones. ¿Cómo puede imaginar que un lagarto de fuego es capaz de llegar allí?
—Meron no confía en los dragoneros —insistió Lessa, evidentemente obsesionada con la idea—. ¿Por qué habría de creer en aquella imposibilidad? ¡Tienes que decírselo a F’lar!
F’nor asintió, porque era la única manera de tranquilizarla. Brekke estaba aún patéticamente delgada. Sus párpados parecían transparentes, aunque había una leve rojez en sus labios y mejillas.
—Prométeme que se lo dirás a F’lar.
—Se lo diré. Se lo diré, pero no a medianoche.
Al día siguiente, con un escuadrón de caballeros a su cargo para viajar intertiempo en busca de bolsas de larvas, F’nor olvidó su promesa y no volvió a acordarse de ella hasta el anochecer. Para justificarse a los ojos de Brekke, le pidió a Canth que hablara con Lioth, el dragón de N’ton, para que transmitiera a su jinete la teoría de Brekke. Si el caballero bronce del Weyr Fort veía algo que diera cuerpo a las suposiciones de Brekke, informarían a F’lar.
Tuvo ocasión de hablar con N’ton al día siguiente, cuando se encontraron en el aislado valle que Larad de Telgar había elegido para la siembra de lombrices. El campo, observó F’nor, estaba dedicado al cultivo de un nuevo vegetal híbrido muy solicitado como un lujo gastronómico y que sólo se desarrollaba favorablemente en algunas zonas elevadas de los Fuertes de Telgar y de las Altas Extensiones.
—Es posible que Brekke no ande desencaminada —admitió N’ton—. Los vigilantes han mencionado que Meron acostumbra a mirar durante largo rato a través del aparato y luego fija bruscamente su mirada en los ojos de su lagarto hasta que el animal se pone frenético y trata de remontar el vuelo. En realidad, anoche el pobre animalito se marchó al inter gritando. Meron paseaba de un lado a otro de muy mal humor, maldiciendo a toda la especie dragonil.
—¿Has comprobado lo que había estado mirando?
N’ton se encogió de hombros.
—Anoche, la visibilidad era muy escasa. Demasiadas nubes. Lo único visible era aquella cola gris… el lugar parecido a Nerat pero apuntando al este en vez de al oeste. Y no tardó en desaparecer también.
F’nor recordaba perfectamente aquel detalle: una masa gris formando una especie de cola de dragón, apuntando en dirección contraria a la rotación del planeta.
—A veces —continuó N’ton—, las nubes encima de la estrella son más claras que todo lo que puede verse debajo. La otra noche, por ejemplo, había una nube que parecía una muchacha trenzando sus cabellos —y N’ton ilustró con expresivos gestos de sus manos lo que estaba diciendo—. Pude ver la cabeza, ladeada hacia la izquierda, la trenza a medio terminar y la mata de pelo suelto. Fascinante.
F’nor no descartó del todo aquella conversación, ya que él mismo había observado la variedad de rasgos identificables en las nubes alrededor de la Estrella Roja, y a menudo se había sentido más atraído por aquel espectáculo que por lo que se suponía que debía mirar.
El informe de N’ton sobre la conducta del lagarto de fuego era muy interesante. Los animalitos no dependían tanto de los que los manejaban como los dragones. Podían desaparecer en el inter cuando estaban aburridos o se les pedía que hicieran algo que no era de su agrado. Reaparecían tras un interludio, habitualmente a la hora de la cena, suponiendo sin duda que las personas olvidaban rápidamente. Grall y Berd habían superado, al parecer, aquella fase. Desde luego, manifestaban un notable sentido de responsabilidad hacia Brekke. Uno de ellos estaba siempre a su lado. F’nor estaba dispuesto a apostar cualquier cosa a que Grall y Berd eran la pareja de lagartos de fuego más de fiar de todo Pern.
De todos modos, Meron sería vigilado estrechamente. Era posible que pudiera llegar a dominar a su lagarto. Tal como había dicho Brekke, tenía una mente retorcida.
Aquella noche, cuando F’nor entró en el pasadizo que conducía a su weyr, oyó una animada conversación aunque no pudo distinguir las palabras.
Lessa está preocupada, le dijo Canth, sacudiendo sus alas contra sus costados mientras seguía a su jinete.
—Cuando se ha vivido con un hombre durante siete Revoluciones, se sabe lo que tiene en la mente —estaba diciendo Lessa en tono excitado cuando entró F’nor. Se giró, con una expresión casi culpable en el rostro, reemplazada por otra de alivio al reconocer a F’nor.
El caballero pardo miró más allá de Lessa hacia Brekke, cuyo rostro mostraba una sospechosa inexpresividad. Ni siquiera le dedicó una sonrisa de bienvenida.
—Se sabe lo que tiene en la mente… ¿quién, Lessa? —preguntó F’nor, deshebillando el cinturón de su túnica de montar. Luego tiró sus guantes sobre la mesa y aceptó el vino que Brekke le sirvió.
Lessa se dejó caer en la silla que tenía a su lado, mirando a todas partes menos a F’nor.
—Lessa teme que F’lar intente ir personalmente a la Estrella Roja —dijo Brekke.
F’nor meditó en aquello mientras bebía su vino.
—F’lar no es tonto, mis queridas muchachas. Un dragón tiene que saber adonde va. Y nosotros no podemos darles ninguna coordenada. Mnementh tampoco es tonto. —Pero mientras F’nor alargaba su copa hacia Brekke para que volviera a llenarla, pensó súbitamente en la muchacha de la nube de N’ton trenzando sus cabellos.
—F’lar no puede ir —dijo Lessa con voz ronca—. Él es lo que mantiene unido a Pern. Es el único que puede consolidar a los Señores de los Fuertes, a los Maestros Artesanos y a los dragoneros. Incluso los Antiguos confían ahora en él. ¡En nadie más!
F’nor se dio cuenta de que Lessa estaba desacostumbradamente trastornada. Grall y Berd vinieron a posarse en los brazos de la silla de Brekke, trinando suavemente y agitando sus alas.
Lessa se inclinó a través de la mesa, con una mano sobre la de F’nor para retener su atención.
—Oí lo que dijo el Arpista acerca de los milagros. ¡La salvación en tres días! —Sus ojos estaban llenos de amargura.
—¡Ir a la Estrella Roja no es la salvación para nadie, Lessa!
—Sí, pero nosotros no sabemos eso a ciencia cierta. Sólo suponemos que no podemos ir, porque los antiguos no lo hicieron. Y hasta que demostremos a los Señores las verdaderas condiciones que imperan allí, no aceptarán la alternativa.
—¿Más problemas por parte de Larad? —preguntó F’nor frotándose la nuca. Tenía los músculos inexplicablemente agarrotados.
—Larad es todo un caso, desde luego —dijo Lessa, encogiéndose de hombros—, pero le prefiero a Raid y a Sifer, que no hacen más que propagar rumores absurdos y exigir una acción inmediata.
—¡Muéstrales las lombrices!
Lessa soltó bruscamente la mano de F’nor, frunciendo los labios con exasperación.
—¡Si las lombrices no convencieron a Larad de Telgar, ejercerán menos efecto sobre esos viejos testarudos! No, ellos —y al subrayar el pronombre hizo patente el desdén que le inspiraban los viejos Señores de los Fuertes— opinan que Meron de Nabol ha encontrado coordenadas después de tantas noches de observación, y que las está hurtando maliciosamente al resto de Pern.
F’nor sonrió y agitó la cabeza.
—N’ton está vigilando a Meron de Nabol. El hombre no ha encontrado nada. Y no podría hacer nada sin que nosotros lo supiéramos. Y, desde luego, está teniendo muy poca suerte con su lagarto.
Lessa parpadeó, mirando a F’nor con aire de incomprensión.
—¿Con su lagarto? —inquirió.
—Brekke cree que Meron podría intentar enviar a su lagarto a la Estrella Roja.
Como si hubieran tirado de una cuerda atada a su espalda, Lessa se puso en pie, y sus enormes y oscuros ojos se posaron primero en F’nor y luego en Brekke.
—Sí, eso sería muy propio de él. No le importaría sacrificar a su lagarto, ¿verdad? Y es tan adulto como los vuestros. —Su mano voló hacia su boca—. Si él…
F’nor rió con una seguridad que súbitamente supo que distaba mucho de sentir. Lessa había reaccionado demasiado positivamente a una idea que en su fuero interno él consideraba muy improbable. Desde luego, Lessa no tenía un lagarto de fuego, y no podía apreciar sus limitaciones.
—Es posible que lo haya intentado —se sintió obligado a decir—. N’ton le ha estado vigilando. Pero no ha tenido éxito. Ni creo que lo tenga. El carácter de Meron no es el más adecuado para tratar con lagartos de fuego. A esos animalitos no puede ordenárseles «haz esto» o «haz aquello» como si fueran vulgares fregonas.
Lessa apretó sus puños en un exceso de frustración.
—Tiene que haber algo que podamos hacer. Te repito, F’nor, que sé lo que F’lar tiene en su mente. Sé que está tratando de encontrar algún medio de llegar a la Estrella Roja, aunque sólo sea para demostrarles a los Señores de los Fuertes que no existe ninguna otra alternativa que no sean las lombrices.
—Es posible que esté dispuesto a arriesgar su cuello, mi querida Lessa. Pero ¿opinará lo mismo Mnementh?
Lessa miró a F’lar con aire de disgusto.
—¿Crees que sería honesto prevenir al pobre animal contra las intenciones de su propio jinete? Oh, me siento capaz de estrangular a Robinton. ¡Él y su salvación en tres días! F’lar no puede dejar de pensar en eso. Pero F’lar no es el único que tiene esa idea… —Y Lessa se interrumpió bruscamente, mordiéndose el labio inferior y deslizando su mirada hacia Brekke.
—Yo te comprendo, Lessa —dijo Brekke muy lentamente, sosteniendo sin parpadear la mirada de Lessa—. Sí, yo te comprendo.
F’nor empezó a masajearse el hombro derecho. Era probable que últimamente hubiese viajado demasiado por el inter.
—No importa —dijo Lessa de pronto, con desacostumbrada energía—. Estoy nerviosa debido a toda esta incertidumbre. Olvida lo que he dicho. Todo es producto de mi imaginación. Estoy tan cansada como… como lo estamos todos.
—Tienes razón Lessa —asintió F’nor—. Todos vemos problemas que no existen. Al fin y al cabo, ningún Señor de un Fuerte se ha presentado en el Weyr de Benden con un ultimátum. ¿Qué podrían hacer? Desde luego, F’lar ha obrado rectamente; ha explicado el proyecto de protección a base de lombrices con tanta frecuencia que me pondría enfermo si tuviera que escucharlo otra vez más. Ha sido completamente sincero con los otros caudillos de los Weyrs y con los Maestros Artesanos, asegurándose de que todo el mundo sabía con exactitud en qué consistía el plan. ¡Éste es un secreto que no se perderá por el simple hecho de que alguien no pueda leer una piel!
Lessa se puso en pie, con el cuerpo en tensión. Se pasó la lengua por los labios.
—Creo —dijo en voz baja— que eso es lo que más me asusta. El hecho de que F’lar tome tantas precauciones para asegurarse de que todo el mundo se entera bien. Por si se diera el caso…
Lessa se interrumpió y salió precipitadamente del weyr.
F’nor la contempló mientras se alejaba. Aquella interpretación de la locuacidad de F’lar empezaba a asumir un terrible significado. Molesto, se giró hacia Brekke, sorprendido al ver lágrimas en los ojos de la muchacha. La tomó en sus brazos.
—Mira, descansaré un poco, comeremos, y luego iré al Weyr de Fort. Veré a Meron personalmente. Mejor aún —y abrazó a Brekke, tranquilizándola—, me llevaré a Grall. Es la más vieja de que disponemos. Quiero comprobar si acepta la idea del viaje. Estoy convencido de que si alguno de los lagartos de fuego es capaz de aceptarla, será ella. ¡Ánimo! ¿No te parece una buena idea?
Brekke se pegó a él, besándole tan apasionadamente que F’nor olvidó el pesimismo de Lessa, olvidó que estaba hambriento y cansado, y respondió con ávida sorpresa a las ardientes demandas de su compañera.
Grall no deseaba separarse de Berd, enroscado en la almohada junto a la cabeza de Brekke. Pero tampoco F’nor deseaba separarse de Brekke. Ella le recordó, después de haberse amado intensamente, que tenían obligaciones. Si Lessa había estado lo bastante preocupada por F’lar como para confiar en Brekke y en F’nor, la preocupación de la propia Brekke no le iba a la zaga. F’nor y ella debían asumir todas las responsabilidades necesarias.
Brekke era especial para asumir responsabilidades, pensó F’nor con cariñosa tolerancia, mientras despertaba a Canth. Bueno, el controlar a Meron no le llevaría demasiado tiempo. Ni el comprobar si Grall aceptaba la idea de ir a la Estrella Roja. Desde luego, sería una alternativa preferible a la de que F’lar realizara el viaje. Si el pequeño lagarto reina la tomaba en cuenta.
Canth estaba de muy buen humor mientras volaban primero por encima del Weyr de Benden y luego, saliendo del inter, por encima de la Piedra de la Estrella del Weyr de Fort. Había lámparas encendidas a lo largo de la corona que limitaba el Weyr y, más allá de la Piedra de la Estrella, las siluetas de varios dragones.
Canth y F’nor, del Weyr de Benden, anunció el dragón pardo, contestando a la intimación del centinela. Lioth está aquí, y el dragón verde que tendría que estar en Nabol, añadió Canth, mientras se disponía a tomar tierra. Grall revoloteó por encima de la cabeza de F’nor, esperando hasta que Canth se hubo alejado para reunirse con los otros animales para posarse sobre el hombro del caballero pardo.
N’ton surgió de entre las sombras, con su sonrisa de bienvenida distorsionada por las lámparas del sendero. Echó la cabeza hacia atrás, señalando el aparato de mirar a distancia.
—Meron está aquí, y su lagarto de fuego tiene muy buen aspecto. Me alegro de que hayas venido. Estaba a punto de pedirle a Lioth que avisara a Canth.
El lagarto bronce de Meron empezó a chillar con una excitación a la que Grall hizo eco nerviosamente. F’nor acarició sus alas extendidas, emitiendo la versión humana del canturreo de un lagarto de fuego que habitualmente la tranquilizaba. Grall plegó sus alas, pero empezó a dar saltitos de un pie al otro, haciendo girar sus ojos con visible inquietud.
—¿Quién está ahí? —inquirió Meron de Nabol perentoriamente. La sombra de Meron se destacó de la roca sobre la cual estaba montado el aparato de mirar a distancia.
—F’nor, Lugarteniente del Weyr de Benden —respondió fríamente el caballero pardo.
—No tienes nada que hacer en el Weyr de Fort —dijo Meron, en tono desabrido—. ¡Largo de aquí!
—Señor Meron —dijo N’ton, situándose delante de F’nor—. F’nor de Benden tiene tanto derecho como tú a estar en el Weyr de Fort.
—¿Cómo te atreves a hablar de esa manera al Señor de un Fuerte?
—¿Es posible que haya encontrado algo? —le preguntó F’nor a N’ton en voz baja.
N’ton se encogió de hombros y avanzó hacia el nabolés. El pequeño lagarto de fuego empezó a chillar. Grall extendió de nuevo sus alas. Sus pensamientos eran una mezcla de disgusto y de enojo, teñidos de temor.
—Señor Meron, has estado utilizando el aparato de mirar a distancia desde el anochecer.
—Y seguiré utilizándolo mientras me dé la gana, dragonero. Largo de aquí. ¡Déjame en paz!
Demasiado acostumbrado al inmediato cumplimiento de sus órdenes, Meron se giró de nuevo hacia el aparato de mirar a distancia. Ahora, los ojos de F’nor estaban acostumbrados ya a la oscuridad, y pudo ver al Señor del Fuerte inclinándose para aplicar su ojo al visor. Vio también que el hombre sujetaba fuertemente a su lagarto de fuego, y que el animal se retorcía tratando de escapar. Sus chillidos eran cada vez más estridentes.
El pequeño está aterrorizado, le dijo Canth a su jinete.
—¿Te refieres a Grall? —le preguntó F’nor a su dragón, desconcertado. Se daba cuenta de que Grall estaba excitada, pero no leía terror en sus pensamientos.
No. A su hermanito. Está aterrorizado. El hombre es cruel.
F’nor no había oído nunca semejante condena de su dragón.
Súbitamente, Canth profirió un increíble aullido, que sobresaltó a los jinetes, a los otros dos dragones, y puso a Grall en vuelo. Antes de que la mitad de los dragones del Weyr de Fort despertaran para trompetear una pregunta, la táctica de Canth había alcanzado el efecto que él deseaba. Meron había soltado a su lagarto, y el animalito se había marchado al inter.
Con un grito de rabia ante aquella interferencia, Meron saltó hacia los dragoneros para encontrar su camino bloqueado por el amenazador obstáculo de la cabeza de Canth.
—El caballero que tienes asignado te llevará a tu Fuerte, Señor Meron —informó N’ton al nabolés—. No vuelvas a presentarte en el Weyr de Fort.
—¡No tienes ningún derecho! No puedes negarme el acceso al aparato de mirar a distancia. Tú no eres el caudillo de Weyr. Convocaré un Cónclave. Les diré lo que estás haciendo. Te han obligado a actuar así. ¡No puedes engañarme! No puedes engañar a Meron con tus evasivas y contemporizaciones. ¡Cobardes! ¡Sois una pandilla de cobardes! Siempre lo he sabido. Cualquiera puede ir a la Estrella Roja. ¡Pondré al descubierto vuestra hipocresía, pandilla de afeminados!
El dragón verde, con un brillo malévolo en sus ojos, se inclinó de modo que Meron pudiera trepar a su hombro. El Señor de Nabol lo hizo sin interrumpir el chorro de sus exabruptos y acusaciones. Antes de que el dragón se remontara por encima de la Piedra de la Estrella, F’nor se encontraba ya ante el aparato de mirar a distancia, para observar la Estrella Roja.
¿Qué podía haber visto Meron? ¿O se limitaba a aullar acusaciones sin fundamento para fastidiarles?
Siempre que había contemplado la Estrella Roja con su hirviente cubierta de nubes, F’nor había experimentado un temor que tenía algo de primitivo. Esta noche, el temor era como una espina superhelada desde sus testículos hasta su garganta. El aparato de mirar a distancia revelaba la cola apuntando hacia el oeste de la masa gris que tenía un extraño parecido con Nerat. La sombra de las nubes la oscurecía. Nubes que remolineaban para formar una figura… que esta noche no era la de una muchacha trenzando sus cabellos. Era más bien un puño macizo, con el pulgar de un gris más oscuro curvándose lenta y amenazadoramente sobre los dedos cerrados, como si las propias nubes estuvieran agarrando la punta de la masa gris. El puño se cerró y perdió su concreción, semejando ahora una sola faceta del complejo ojo de un dragón, con los párpados semicerrados para dormir.
—¿Qué pudo haber visto? —preguntó N’ton en tono apremiante, palmeando el hombro de F’nor para llamar su atención.
—Nubes —dijo F’nor, retrocediendo para que N’ton pudiera mirar—. Como un puño. Que se ha convertido en un ojo de dragón. ¡Nubes, es lo único que puede haber visto sobre la cola parecida a Nerat!
N’ton miró a través del ocular y suspiró con alivio.
—¡Las formaciones de nubes no nos llevarán a ninguna parte!
F’nor extendió su mano hacia Grall. La pequeña reina acudió obedientemente, y cuando empezó a saltar hacia su hombro F’nor la retuvo sobre su brazo, acariciando suavemente su cabeza, alisando sus alas. Luego la izó hasta el nivel de sus ojos y, sin dejar de acariciarla, empezó a proyectar la imagen de aquel puño, formándose perezosamente sobre Nerat. Bosquejó el color, gris-rojizo, y blanquecino donde la parte superior de los imaginarios dedos podían ser iluminados por el sol. Visualizó los dedos cerrándose encima de la península neratiana. Luego proyectó la imagen de Grall volando por el inter hacia la Estrella Roja, hacia aquel puño de nubes.
Terror, horror, una remolineante y multifacetada impresión de calor, un viento violento, una ardiente falta de resuello, le enviaron tambaleándose contra N’ton mientras Grall se soltaba de su mano y desaparecía.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó N’ton, sosteniendo al caballero pardo.
—Le he pedido —y F’nor tuvo que respirar profundamente debido a que la reacción de Grall había sido realmente agobiante— que fuera a la Estrella Roja.
—¡Bueno, eso desvirtúa la idea de Brekke!
—Pero, ¿por qué reaccionó de un modo tan exagerado? ¿Canth?
Estaba asustada, respondió Canth en tono doctoral, aunque parecía tan sorprendido como F’nor. Le diste unas coordenadas vívidas.
—¿Le di coordenadas vívidas?
Sí.
—¿Qué fue lo que asustó a Grall? Tú no has reaccionado como ella, y captaste también las coordenadas.
Ella es joven e inexperta. Canth hizo una pausa, meditando algo. Recordó algo que la asustó. El dragón pardo pareció intrigado por aquel recuerdo.
—¿Qué es lo que dice Canth? —preguntó N’ton, incapaz de captar el rápido intercambio.
—No sabe lo que ha asustado a Grall. Algo que ha recordado, dice.
—¿Recordado? Sólo hace unas semanas que nació.
—Un momento, N’ton. —F’nor apoyó su mano en el hombro del caballero bronce, reclamando silencio, ya que le había asaltado súbitamente una idea—. Canth —dijo, respirando profundamente—. Has dicho que las coordenadas que le di a Grall eran vívidas. ¿Lo bastante vívidas… como para que tú me lleves a aquel puño que vi en las nubes?
Sí, puedo ver dónde quieres que vaya, respondió Canth, con tanta seguridad que F’nor quedó desconcertado. Pero éste no era el momento de pararse a meditar.
Se ajustó la túnica de montar y se puso los guantes.
—¿Vas a marcharte? —preguntó N’ton.
—Sí, aquí ha terminado la diversión por esta noche —respondió F’lar, con una indiferencia que le asombró a sí mismo—. Quiero asegurarme de que Grall ha regresado al lado de Brekke. En caso contrario, tendría que ir a buscarla al continente Meridional, a la cueva en que nació.
—Ten cuidado, entonces —le advirtió N’ton—. Al menos, esta noche hemos resuelto un problema. Meron no podrá conseguir que su lagarto de fuego vaya a la Estrella Roja antes que nosotros.
F’nor montó sobre Canth y saludó con la mano a N’ton y al centinela, reprimiendo su creciente excitación hasta que su dragón se hubo remontado a mucha altura por encima del Weyr. Entonces se tendió a lo largo del cuello de Canth y dio varias vueltas a las riendas alrededor de sus muñecas. Quería estar seguro de que no se caería durante aquel salto por el inter.
Canth continuó ascendiendo, directamente hacia la temible Estrella Roja, muy alta en el oscuro cielo, casi como si el dragón se propusiera volar hasta allí en línea recta.
F’nor sabía que las nubes eran formadas por el vapor de agua. Al menos, lo eran en Pern. Pero hacía falta aire para sostener a las nubes. Algún tipo de aire. El aire podía contener diversos gases. Sobre las llanuras de Igen, donde se alzaban los nocivos vapores de las montañas amarillas, uno podía asfixiarse si aquellos gases letales llegaban a sus pulmones. Los mineros hablaban de otros gases, atrapados en túneles subterráneos. Pero un dragón era rápido. Un par de segundos en el gas más mortífero que la Estrella Roja pudiera contener no podría perjudicarles. Canth saltaría al inter en un abrir y cerrar de ojos.
Sólo tenían que llegar hasta aquel puño, lo bastante cerca para que los grandes ojos de Canth vieran la superficie, debajo de la cubierta de nubes. Una ojeada para dejar definitivamente resuelta la cuestión. Una ojeada que correría a cargo de F’nor… y no de F’lar.
Empezó a reconstruir aquel puño etéreo, con sus dedos cerrándose sobre el extremo occidental de la masa gris sobre la enigmática superficie de la Estrella Roja.
—Díselo a Ramoth. Ella transmitirá lo que veamos a todo el mundo: dragón, caballero, lagarto de fuego. Tenemos que ir ligeramente por el intertiempo también, hasta el momento en que vi aquel puño sobre la Estrella Roja. Díselo a Brekke…
Y súbitamente se dio cuenta de que Brekke ya lo sabía, lo había sabido ya cuando le sedujo tan inesperadamente. Ya que ese era el motivo por el que Lessa se había confiado a ellos, a Brekke. F’nor no podía reprochárselo a Lessa. Ella había tenido el valor de correr un riesgo semejante hacía siete Revoluciones, cuando había retrocedido a través del tiempo para traer a los cinco Weyrs perdidos.
Llena tus pulmones, le advirtió Canth, y F’nor notó el paso del aire absorbido en gran cantidad a lo largo del cuello del dragón.
No tuvo tiempo de pensar en la táctica de Lessa porque el frío del inter les envolvió. F’nor no sintió nada, ni la suave piel del dragón contra su mejilla, ni el cuero de las riendas desollando sus muñecas. Solamente el frío. El negro inter nunca había durado tanto.
Luego surgieron del inter a un calor asfixiante. Cayeron a través del túnel que formaban al cerrarse los dedos de nube hacia la masa gris, que repentinamente estuvo tan cerca de ellos como la cúspide de Nerat en una Pasada de Hebras a alto nivel.
Canth empezó a abrir sus alas y gritó agónicamente mientras eran arrastrados por unos desaforados vientos que parecían brotar del interior de un horno. Había aire envolviendo a la Estrella Roja: un aire ardiente, cuyo calor era avivado por brutales turbulencias. Los indefensos dragón y jinete eran como una pluma, cayendo por espacio de centenares de longitudes sólo para ser proyectados de nuevo hacia arriba, una y otra vez, con espantosa fuerza. Mientras caían, con sus mentes paralizadas por el holocausto en el que habían penetrado, F’nor tuvo una breve visión de pesadilla de las superficies grises hacia las cuales y de las cuales eran alternativamente atraídos y repelidos: la cúspide neratiana era un gris húmedo y lustroso que se retorcía y burbujeaba y supuraba. A continuación fueron arrojados a las nubes rojizas salpicadas de mareantes grises y blancos, desgarradas aquí y allá por macizos ríos anaranjados de relámpagos. Un millar de puntos ardientes quemaron la piel sin proteger del rostro de F’nor, calaron el pellejo de Canth, perforando cada uno de los párpados sobre los ojos del dragón. El sonido abrumador y a múltiples niveles de la atmósfera ciclónica percutía en sus cerebros de un modo implacable.
Luego fueron introducidos en la espantosa calma de un embudo de calor ardiente y lleno de arena, y cayeron hacia la superficie… lisiados e impotentes.
Acongojado, F’nor tenía un solo pensamiento mientras sus sentidos le abandonaban. ¡El Weyr! ¡Era preciso advertir al Weyr!
Grall volvió junto a Brekke, piando lastimosamente, enterrándose en el brazo de la mujer. Estaba temblando de miedo, pero sus pensamientos eran tan caóticos que Brekke fue incapaz de aislar la causa de su terror.
Acarició a la pequeña reina, y le ofreció inútilmente unos trozos de carne. El animalito se negaba a ser tranquilizado. Luego, Berd captó la ansiedad de Grall, y cuando Brekke le reprendió, la excitación y la angustia de Grall se intensificaron.
De pronto, los dos verdes de Mirrim penetraron en el Weyr, gorjeando y revoloteando, afectados también por la conducta irracional de la pequeña reina. Mirrim llegó corriendo, escoltada por su bronce, siseando y abanicando sus alas casi transparentes.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien, Brekke?
—Estoy perfectamente —le aseguró Brekke, rechazando la mano que Mirrim tendía hacia su frente—. Están excitados, eso es todo. Es medianoche. Vuelve a la cama.
—¿Solamente excitados? —Mirrim frunció los labios como lo hacía Lessa cuando sabía que alguien la estaba rehuyendo—. ¿Dónde está Canth? ¿Por qué te han dejado sola?
—¡Mirrim! —El tono de Brekke sobresaltó a la muchacha. Enrojeció, mirando fijamente hacia sus pies, hundiendo los hombros como si tratara de empequeñecerse. Brekke cerró los ojos luchando por conservar la calma a pesar de que la inquietud de los cinco lagartos de fuego resultaba insidiosa—. Tráeme un poco de klah, por favor.
Brekke se levantó y empezó a vestirse con ropas de montar. La agitación de los cinco lagartos alados fue en aumento, revoloteando por la estancia como si trataran de escapar de algún peligro invisible.
—Tráeme un poco de klah —repitió Brekke, ya que Mirrim permanecía inmóvil, contemplándola con aire estupefacto.
Sus tres lagartos alados siguieron a Mirrim antes de que Brekke se diera cuenta de su error. Probablemente despertarían a las Cavernas Inferiores con su ansiedad. Llamó a Mirrim, pero la muchacha no la oyó. Un escalofrío entumeció sus dedos.
Canth no iría a ninguna parte si tenía la impresión de que al hacerlo pondría en peligro a F’nor. Canth tenía sentido común, se dijo Brekke, tratando de convencerse a sí misma. Canth sabía lo que podía y lo que no podía hacer. Era el dragón pardo más grande, más rápido y más fuerte de Pern. Era casi tan grande y casi tan inteligente como Mnementh.
Brekke oyó el metálico trompeteo de alarma de Ramoth en el instante en que recibía el increíble mensaje de Canth.
¿Viajando hacia la Estrella Roja? ¿Sobre las coordenadas de una nube? Brekke se apoyó contra la mesa, con las piernas temblorosas. Logró sentarse, pero sus manos no la obedecieron cuando intentó verter vino en una copa. Utilizando las dos manos, se llevó la botella a los labios y bebió un sorbo. El vino la entonó un poco.
No podía creer que F’nor y Canth vieran un camino para ir a la Estrella Roja. ¿Era aquello lo que había asustado tanto a Grall?
Ramoth seguía trompeteando su alarma, y Brekke oyó ahora a los otros dragones aullando su preocupación.
Brekke hurgó con dedos nerviosos en los últimos cierres de su túnica y se obligó a sí misma a ponerse en pie, a andar hacia el saledizo. Los lagartos alados se mantuvieron revoloteando a su alrededor, gimiendo sin cesar, con un gorjeo estridente de puro terror.
Brekke se detuvo en lo alto de la escalera, aturdida por la confusión en el resplandor crepuscular del Cuenco del Weyr. Había dragones en los saledizos, agitando excitadamente sus alas. Otros animales volaban en círculo a peligrosas velocidades. Algunos llevaban jinetes, la mayoría volaban por su cuenta. Ramoth y Mnementh estaban sobre las Piedras, con los ojos enrojecidos mientras trompeteaban a sus compañeros de Weyr. Algunos caballeros corrían de un lado a otro, aullando, llamando a sus animales, interrogándose mutuamente acerca del motivo de aquella inexplicable manifestación.
Brekke se tapó los oídos con las manos, inútilmente tratando de localizar a F’lar o a Lessa en medio de la confusión. Súbitamente aparecieron los dos al pie de la escalera y subieron corriendo hacia ella. F’lar fue el primero en llegar a su lado, ya que Lessa se quedó atrás, apoyándose con una mano contra la pared.
—¿Sabes lo que están haciendo F’nor y Canth? —gritó el caudillo del Weyr—. ¡Todos los animales del Weyr se están desgañitando, física y mentalmente! —Y F’lar se tapó sus propios oídos, mirando furiosamente a Brekke, esperando una respuesta.
Brekke miró hacia Lessa y leyó el miedo y la culpabilidad en los ojos de la Dama del Weyr.
—F’nor y Canth están viajando hacia la Estrella Roja.
F’lar tensó todo su cuerpo, y sus ojos se hicieron tan rojizos como los de Mnementh. Miró a Brekke con una mezcla de temor y de aversión, y Brekke retrocedió, tambaleándose. Como si aquel movimiento le relajara, F’lar miró hacia el dragón bronce que rugía estentóreamente en las alturas.
Echó los hombros hacia atrás y sus manos se cerraron con tanta fuerza que los huesos amarillearon a través de la piel.
En aquel momento, todos los ruidos cesaron en el Weyr, mientras todas las mentes sentían el impacto de la advertencia que los lagartos de fuego habían estado tratando de proyectar.
Turbulencia, salvajismo, crueldad, destrucción; una presión inexorable y mortal. Masas remolineantes de nauseabundas superficies grises que subían y bajaban. Un calor tan sólido como un aguaje. ¡Miedo! ¡Terror! ¡Una ansiedad inarticulada!
¡Un grito brotó de una sola garganta, un grito semejante a un cuchillo sobre unos nervios descarnados!
¡No me dejéis solo!
El grito surgió de unas cuerdas vocales laceradas por la suprema angustia; una orden, una súplica que parecieron repetir las negras bocas de los weyrs, las mentes de los dragones y los corazones humanos.
Ramoth saltó hacia lo alto. Mnementh estuvo inmediatamente a su lado. Luego, todos los dragones del Weyr fueron un solo escuadrón, incluyendo a los lagartos de fuego; el aire gimió con el esfuerzo por sostener la migración.
Brekke no podía ver nada. Sus ojos estaban llenos de sangre de los vasos que habían estallado por la fuerza de su grito. Pero sabía que había un puntito en el cielo, cayendo con una velocidad que aumentaba progresivamente; un descenso tan fatal como en el que Canth había tratado de interrumpir sobre las alturas pétreas de la cordillera de las Altas Extensiones.
Y no había ninguna conciencia en aquel puntito descendente, ningún eco, por leve que fuera, a su desesperada interrogación. La flecha de dragones ascendía, agitando las grandes alas. La flecha se hizo mayor, una, dos, tres veces, a medida que la engrosaban otros dragones, trazando un ancho sendero en el cielo, volando en línea recta hacia aquel puntito descendente.
Fue como si los dragones se convirtieran en una rampa que recibió el cuerpo inconsciente de su camarada de Weyr, lo recibió y frenó su impulso fatal con sus propios cuerpos, hasta que el último segmento de alas extendidas depositó suavemente en el suelo del Weyr al ensangrentado dragón pardo.
Medio ciega como estaba, Brekke fue la primera persona que alcanzó el ensangrentado cuerpo de Canth, con F’nor fuertemente sujeto a su quemado cuello. Sus manos encontraron la garganta de F’nor, sus dedos el tendón donde su pulso debía latir. Su carne estaba fría y era pegajosa al tacto, y el hielo sería menos duro.
—No respira —gritó alguien—. ¡Sus labios están azulados!
—Está vivo, está vivo —salmodió Brekke. Una leve pulsación había rebotado contra sus dedos investigadores. No, no lo había imaginado. Otra.
—No había aire en la Estrella Roja. El color azul. Está asfixiado.
Algún recuerdo semiolvidado impulsó a Brekke a separar las mandíbulas de F’nor. Luego cubrió la boca de F’nor con la suya y exhaló profundamente en su garganta. Brekke insufló aire en los pulmones de F’nor y lo aspiró.
—Eso está bien, Brekke —gritó alguien—. Puede dar resultado. ¡Despacio y seguido! Respira a fondo o te quedarás sin aire.
Alguien la agarró dolorosamente por la cintura. Brekke se aferró al cuerpo desmadejado de F’nor hasta que se dio cuenta de que los dos eran levantados del cuello del dragón.
Oyó a alguien que hablaba en tono apremiante, estimulando a Canth:
¡Canth! ¡Quédate!
El dolor del dragón era como un nudo cruel en el cráneo de Brekke. Aspiró y espiró. Aspiró y espiró. Para F’nor, para ella misma, para Canth. Tenía conciencia, como nunca la había tenido, de la simple mecánica de la respiración; consciente de los músculos de su abdomen dilatándose y contrayéndose alrededor de una columna de aire que ella impulsaba hacia arriba y hacia fuera, hacia dentro y hacia fuera.
—¡Brekke! ¡Brekke!
Unas manos duras tiraron de ella. Brekke se aferró a la túnica de piel de wher debajo de su cuerpo.
—¡Brekke! F’nor respira ahora por sí mismo. ¡Brekke!
La arrancaron de F’nor a la fuerza. Trató de resistir, pero todo era una mancha borrosa color sangre. Se tambaleó, su mano tocó la piel del dragón.
Brekke. Un leve susurro empapado en dolor, apenas audible, como si procediera de una distancia incalculable, pero era Canth. ¿Brekke?
—¡No estoy sola! —Y Brekke se desmayó, con el cuerpo y la mente vencidos por un esfuerzo que había salvado dos vidas.
Impulsadas por una poderosa energía, las esporas caían de la turbulenta atmósfera del planeta en deshielo hacia Pern, empujadas y atraídas por las fuerzas gravíticas de una triple conjunción de los otros planetas del sistema.
Las esporas caían a través de la envoltura atmosférica de Pern. Frenadas por la fricción de la entrada, caían en una lluvia de cálidos filamentos sobre la superficie del planeta.
Los dragones remontaron el vuelo, destruyéndolas con su aliento llameante. Las Hebras que eludían a los animales en el aire eran eficazmente quemadas por los equipos de tierra, o devoradas rápidamente por gusanos de arena y lagartos de fuego.
Excepto en la ladera oriental de una plantación de árboles de madera dura en las montañas del norte. Allí, los hombres habían dejado que las Hebras cayeran a su antojo. Observaron, uno de ellos con intenso horror, cómo la lluvia plateada perforaba hojas y caía siseando al suelo. Cuando cesó la lluvia, los hombres se acercaron cautelosamente a los puntos impactados, con los lanzallamas que portaban preparados para escupir fuego.
El más próximo de los agujeros producidos por las Hebras, todavía humeante, fue escarbado con una varilla de metal. Un lagarto de fuego pardo saltó del hombro de un hombre y, gorjeando para sí mismo, revoloteó sobre el agujero. Luego se posó en el suelo e introdujo un par de centímetros de inquisitivo hocico en el orificio. Finalmente agitó sus alas y volvió a posarse en el hombro especialmente almohadillado de su dueño, gorjeando, ahora con aire aburrido.
Su dueño sonrió a los otros hombres.
—Ninguna Hebra, F’lar. ¡Ninguna Hebra, Corman!
El caudillo del Weyr de Benden devolvió la sonrisa de Asgenar, engarfiando sus pulgares en su ancho cinturón.
—Y ésta es la cuarta Caída sin madrigueras y sin ninguna protección, Señor Asgenar.
El Señor del Fuerte de Lemos asintió, con los ojos brillantes.
—No hay madrigueras en toda la ladera. —Se volvió con aire triunfal hacia el único hombre que no parecía enteramente convencido y dijo—: ¿Puedes dudar de la evidencia de tus ojos, Señor Groghe?
El rubicundo Señor del Fuerte de Fort agitó lentamente la cabeza.
—Vamos, hombre —dijo el hombre de cabellos canos y nariz prominente y ganchuda—. ¿Necesitas más pruebas? Has visto lo mismo en el bajo Keroon, lo has visto en el Valle de Telgar. Incluso ese idiota de Vincet del Fuerte de Nerat ha capitulado.
Groghe del Fuerte de Fort se encogió de hombros, manifestando así la pobre opinión que tenía de Vincet, Señor del Fuerte de Nerat.
—Lo siento, pero no puedo confiar en un puñado de repugnantes insectos. Confiar en los dragones tiene sentido.
—¡Pero has visto a las lombrices devorando las Hebras! —insistió F’lar, cuya paciencia con el hombre se estaba agotando.
—¡No es lógico ni decente que un hombre tenga que estar agradecido a unas lombrices! —insistió por su parte Groghe.
—No recuerdo que te hayas mostrado excesivamente agradecido a la especie dragonil —observó Asgenar maliciosamente.
—¡No confío en las lombrices! —repitió Groghe, irguiendo belicosamente su barbilla. El dorado lagarto de fuego posado sobre su hombro gorjeó suavemente y frotó su cabecita contra la mejilla del hombre. La expresión de Groghe se suavizó. Pero se llamó al orden a sí mismo y se encaró con F’lar—. He pasado toda mi vida confiando en la especie dragonil. Soy demasiado viejo para cambiar. Pero, ahora, tú gobiernas el planeta. Haz lo que quieras. ¡Lo harás de todos modos!
Se alejó en dirección al dragón pardo que era el mensajero residente del Fuerte de Fort. El lagarto de Groghe extendió sus doradas alas, gorjeando alegremente mientras procuraba conservar el equilibrio.
El Señor Corman de Keroon apoyó un dedo contra un lado de su enorme nariz y se sonó ruidosamente. Tenía la desconcertante costumbre de desbloquear sus oídos de aquella manera.
—Viejo tonto. Utiliza las lombrices. Las utiliza. Pero no puede acostumbrarse a la idea de que es absurdo desear ir a la Estrella Roja y aniquilar a las Hebras en su suelo natal. Groghe es un luchador. Encerrarse en su Fuerte a esperar que las lombrices hayan completado su tarea no es lo suyo. A él le gusta actuar, arreglar las cosas a su manera.
—Los Weyrs aprecian tu ayuda, Señor Corman —empezó F’lar.
Corman resopló, y volvió a desbloquear sus oídos antes de rechazar con un gesto la gratitud de F’lar.
—Sentido común, simplemente. Proteger el suelo. Nuestros antepasados eran mucho más listos que nosotros.
—No sabía eso —dijo Asgenar, sonriendo.
—Yo sí, jovencito —replicó Corman secamente. Luego añadió, vacilante—: ¿Cómo está F’nor? Y… ¿cuál es su nombre?… Canth.
Los días en los que F’lar eludía una respuesta directa habían quedado atrás. Sonrió, tranquilizador.
—Está en pie. Para él ha pasado lo peor —aunque F’nor no perdería nunca las cicatrices en sus mejillas, allá donde las partículas ígneas habían penetrado hasta el hueso—. Las alas de Canth han mejorado mucho, aunque la nueva membrana crece lentamente. Cuando llegó, su cuerpo era una pura llaga, excepto en el espacio ocupado por F’nor. Todo el Weyr está a punto para entrar en acción en el momento en que desee ser untado con aceite. ¡Es mucho dragón para untar! —Y F’lar rió, tanto para tranquilizar a Corman, que parecía sinceramente angustiado por la suerte de Canth, como al recordar el espectáculo de Canth dominando al personal de todo un Weyr.
—Entonces, el animal volverá a volar.
—Eso creemos. Y combatirá a las Hebras también. Con más motivo que cualquiera de nosotros.
Corman miró a F’lar a los ojos.
—Me doy cuenta de que harán falta muchas Revoluciones para sembrar de lombrices todo el continente. Este bosque —y señaló la plantación de árboles de madera dura—, mi rincón en las llanuras de Keroon, el del valle de Telgar, han recibido todas las lombrices que podían sacarse durante esta Revolución del continente Meridional sin debilitar sus defensas. Yo estaré muerto mucho antes de que se haya completado la tarea. Sin embargo, cuando llegue el día en que todo el continente esté protegido, ¿qué pensáis hacer los dragoneros?
F’lar sostuvo unos instantes la mirada del Señor del Fuerte Keroon, y luego sonrió a Asgenar, que esperaba su respuesta con aire expectante. El caudillo del Weyr empezó a reír suavemente.
—Secreto de Artesanado —dijo, viendo reflejarse la decepción en el rostro de Asgenar—. Alegra esa cara, hombre —añadió, palmeando cariñosamente el hombro del Señor de Lemos—. Piensa en ello. Tú deberías saber ya lo que los dragones hacen mejor.
Mnementh estaba posándose cuidadosamente en el pequeño claro en respuesta a su llamada. F’lar cerró su túnica, preparándose para volar.
—Los dragones irán a lugares mucho mejores que cualquier otro en Pern, Señores de los Fuertes. De momento tenemos todo el continente Meridional para explorar cuando termine esta Pasada y los hombres puedan volver a relajarse. Y hay otros planetas en nuestros cielos para visitar.
La sorpresa y el horror se reflejaron en los rostros de los dos Señores de los Fuertes. Los dos tenían lagartos de fuego cuando F’nor y Canth habían dado su salto al inter; sabían íntimamente lo que había ocurrido.
—Todos no pueden ser tan inhóspitos como la Estrella Roja —dijo F’lar.
—¡Los dragones pertenecen a Pern! —exclamó Corman, y se sonó la enorme nariz.
—Es cierto, Señor Corman. Y puedes tener la seguridad de que siempre habrá dragones en los Weyrs de Pern. Después de todo, es su hogar.
F’lar alzó su brazo en un gesto de despedida, y el bronce Mnementh remontó el vuelo majestuosamente.