XIV

Primera hora de la mañana en el Fuerte de Ruatha

Mediodía en el Weyr de Benden

Cuando llegó la noticia de que era probable que la Eclosión tuviera lugar aquel radiante día primaveral, Jaxom no supo si se alegraba o no. Desde que las dos reinas se habían matado la una a la otra diez días antes, Lytol se había sumido en una tristeza tan profunda que Jaxom había andado de puntillas por el Fuerte. Su tutor había sido siempre un hombre exageradamente serio, que nunca se permitía una broma ni un comentario ligero, pero este nuevo silencio enervaba a todo el Fuerte. Incluso el bebé recién nacido no lloraba.

Era lamentable, muy lamentable, perder una reina, sabía Jaxom. Pero perder dos, de un modo tan horrible… Era como si las cosas apuntaran a acontecimientos cada vez más desastrosos. Jaxom estaba asustado, con una extraña sensación que penetraba hasta sus huesos. Casi temía ver a Felessan. Nunca se había librado del todo del complejo de culpabilidad por haber invadido la Sala de Eclosión, y se preguntaba si éste era su castigo. Pero era un muchacho lógico, y la muerte de las dos reinas no se había producido en Ruatha, ni siquiera en el Weyr de Fort del cual dependía el Fuerte de Ruatha. No había visto nunca a Kylara ni a Brekke. Conocía a F’nor y le compadecía si la mitad de lo que había oído comentar era cierto: que F’nor se había llevado a Brekke a su weyr y había abandonado sus obligaciones como Lugarteniente para cuidarla. Ella estaba muy enferma. Lo curioso era que todo el mundo se mostraba apesadumbrado por Brekke pero nadie mencionaba a Kylara, que también había perdido una reina.

A Jaxom le intrigaba aquello pero sabía que no podía hacer preguntas. Del mismo modo que no podía preguntar si Lytol y él asistirían a la Eclosión. El hecho de que el caudillo del Weyr hubiera enviado la noticia equivalía a una invitación. Además, Talina era una candidata ruathana para el huevo de reina. Ruatha tenía que estar representada en la Eclosión. El Weyr de Benden siempre había tenido Impresiones abiertas, incluso cuando los otros Weyrs imponían restricciones. Y hacía siglos que no veía a Felessan. Aunque era cierto que nadie había hecho mucho más que vigilar a las Hebras desde la boda en Telgar.

Jaxom suspiró. Aquel había sido un día inolvidable. Se estremeció, recordando lo enfermo que se había sentido y el frío y —sí— el miedo que había pasado. (Lytol decía que un hombre no temía admitir su miedo). Mientras contemplaba el duelo entre F’lar y T’ron había experimentado un miedo terrible. Se estremeció de nuevo al recordarlo. En Pern, las cosas iban de mal en peor. Las reinas se mataban unas a otras, los caudillos de los Weyrs se batían en público, las Hebras caían aquí y allá sin seguir ninguna pauta… El orden que presidía la vida se estaba desintegrando; las constantes que constituían su rutina se estaban disolviendo, y él era impotente para detener el inexorable deslizamiento. No era justo. Todo había marchado perfectamente. Todo el mundo había estado diciendo lo mucho que había mejorado el Fuerte de Ruatha. Ahora, en los últimos seis días, habían perdido aquellas tierras de cultivo septentrionales y, si las cosas seguían igual, no quedaría gran cosa del duro trabajo de Lytol. Tal vez por eso estaba actuando de un modo tan… tan raro. Pero no era justo. Lytol había trabajado duramente. Y ahora, parecía como si Jaxom fuera a perderse la Eclosión y, con ella, la oportunidad de ver quién Impresionaba el más pequeño de los huevos. No, no era justo.

—Señor Jaxom —llamó con voz entrecortada una sirvienta desde el umbral de la puerta. Era evidente que había venido corriendo—. El señor Lytol dice que te pongas tus mejores ropas. La Eclosión está a punto de empezar. Oh, Señor, ¿crees que Talina tiene alguna posibilidad?

—Desde luego —dijo Jaxom, con cierta brusquedad a causa de la excitación—. Tiene sangre ruathana, ¿no? Ahora, lárgate.

Los dedos de Jaxom se las entendieron nerviosamente con las ataduras de sus pantalones y de la túnica que había estrenado para la boda en Telgar. Él no había ensuciado la fina tela, pero en el hombro derecho podían verse aún las huellas grasientas de los dedos de un excitado huésped que le había apartado bruscamente de su ventajoso puesto en la escalera del Fuerte de Telgar durante el duelo.

Se puso la capa, encontró el segundo guante debajo de la cama, y echó a correr hacia el Gran Patio donde esperaba el dragón azul.

La vista del azul, sin embargo, le recordó inevitablemente a Jaxom que al primogénito de Groghe le habían entregado uno de los huevos de lagarto de fuego. Lytol había rechazado deliberadamente los dos huevos que correspondían al Fuerte de Ruatha. Aquello, también, fue una incalificable injusticia. Jaxom tenía derecho a un huevo de lagarto de fuego, aunque Lytol no pudiera soportar la idea de Impresionar al suyo. Jaxom era Señor de Ruatha, y Lytol no había obrado correctamente al negarle aquella regalía.

—Será un buen día para Ruatha si vuestra Talina Impresiona, ¿no es cierto? —fue el primer saludo de D’wer, el caballero azul.

—Sí —respondió Jaxom, y su voz sonó áspera a sus propios oídos.

—Alegra esa cara, muchacho —dijo D’wer—. Las cosas podrían ser peores.

—¿Cómo?

D’wer rió burlonamente y, aunque la risa ofendió a Jaxom, no podía llamar al orden a un dragonero.

—Buenos días, Trebith —dijo Jaxom, saludando al dragón, que volvió la cabeza con un alegre brillo en su enorme ojo.

Ambos oyeron la voz de Lytol, desabrida pero perfectamente clara mientras daba instrucciones a los capataces.

—Por cada campo que resulte dañado, sembraremos otros dos mientras tengamos suficientes semillas. Hay mucha tierra buena al nordeste. Espabilad a la gente.

—Pero, Señor Lytol…

—No hay pero que valga. Si no somos previsores nos quedaremos sin comida, y esa es una perspectiva que no creo que le guste a nadie.

Lytol pasó revista rápidamente a Jaxom y le dio los buenos días con aire ausente. El tic se puso en marcha en su mejilla en el momento en que trepó al hombro de Trebith. Hizo una seña a su pupilo para que se instalara delante de él, y luego asintió con la cabeza en dirección a D’wer.

El dragonero azul respondió con una leve sonrisa, como si no hubiera esperado más locuacidad por parte de Lytol, y súbitamente estuvieron en lo alto, con Ruatha empequeñeciéndose cada vez más debajo de ellos. Y en el inter, con Jaxom conteniendo la respiración contra el terrible frío. Y luego encima de la Piedra de la Estrella de Benden, tan cerca de otros dragones que también se dirigían al Weyr que Jaxom temió que se produjera una colisión en cualquier momento.

—¿Cómo… cómo saben dónde están? —le preguntó a D’wer.

El caballero azul sonrió.

Ellos lo saben. Los dragones nunca chocan entre sí. —Y la sombra de un recuerdo nubló el rostro habitualmente jovial de D’wer.

Jaxom gruñó. Había sido un estúpido al hacer alusión por muy indirecta que fuera, a la batalla de las reinas.

—Muchacho, todo nos recuerda aquello —dijo el caballero azul—. Incluso los dragones están más pálidos. Pero —continuó, en tono más animado—, la Impresión nos ayudará a olvidarlo.

Era lo que esperaba Jaxom aunque, pesimista, estaba convencido de que también hoy algo saldría mal. Luego se agarró frenéticamente a la túnica de montar de D’wer, ya que le pareció que estaban volando rectamente hacia la fachada rocosa del Cuenco del Weyr. O, peor aún, a pesar de las seguridades de D’wer, directamente hacia el dragón verde que viraba también en aquella dirección.

Pero súbitamente se encontraron en la amplia boca de la entrada superior, una abertura que conducía a la inmensa Sala de Eclosión. Remolineo de alas, una concentración del olor a almizcle de dragones, y se posaron sobre las arenas ligeramente humeantes, en el gran anfiteatro con sus hileras de perchas para hombres y animales.

Jaxom tuvo una visión confusa de los huevos en la Sala de Eclosión, de las túnicas de vivos colores de los reunidos ya en ella, de los cuerpos de dragones de ojos brillantes y alas plegadas, de los grandes y graciosos azules, verdes y pardos. ¿Dónde estaban los bronce?

—Traen a los candidatos, Señor Jaxom. Ah, ahí está el joven tunante —dijo D’wer, y súbitamente el cuello de Jaxom recibió una sacudida mientras Trebith maniobraba para posarse hábilmente sobre un saledizo—. Ya hemos llegado.

—¡Jaxom! ¡Has venido!

Y Felessan se precipitó a sus brazos, con sus ropas tan nuevas que olían a tinte y eran ásperas contra las manos de Jaxom mientras palmeaba la espalda de su amigo.

—Muchas gracias por haberle traído, D’wer. Buenos días, Señor Gobernador Lytol. El caudillo y la Dama del Weyr me han encargado que te salude de su parte y te pida que te quedes a comer después de la Impresión, si puedes dedicarles unos instantes de tu tiempo.

Felessan recitó la lección tan de corrido que el caballero azul sonrió. Por su parte, Lytol se inclinó de un modo tan solemne que Jaxom no pudo evitar una sensación de enojo ante la rigidez de su tutor.

Pero Felessan era impermeable a tales sutilezas y tiró apresuradamente de Jaxom, apartándole de los adultos. Habiendo alcanzado cierto alejamiento físico, el muchacho empezó a hablar con un susurro tan estridente que todo el mundo, dos saledizos más arriba, podía oírle claramente.

—Estaba convencido de que no te permitirían venir. Todo ha sido tan triste y tan horrible desde… ya sabes… desde que pasó aquello.

—Tú no sabes nada, Felessan —dijo Jaxom, con un siseo de reprobación que sumió a su amigo en un sobresaltado.

—¿Eh? ¿Qué he hecho de malo? —preguntó finalmente, esta vez en un tono más circunspecto, mirando a su alrededor aprensivamente—. No me digas que ha ocurrido algo malo en el Fuerte de Ruatha…

Jaxom alejó a su amigo todo lo posible de Lytol en aquella hilera de asientos, y luego le empujó tan bruscamente para que se sentara, que Felessan dejó escapar un grito de protesta que ahogó inmediatamente detrás de sus dos manos. Jaxom miró de soslayo a Lytol, pero el hombre estaba respondiendo a los saludos de los que se encontraban un piso más arriba. Seguía llegando gente, lo mismo a pie que a lomos de dragones. Felessan rió súbitamente, señalando a un hombre y una mujer de aspecto muy orondo que cruzaban la Sala de Eclosión. Era evidente que llevaban zapatos de suela muy delgada, ya que avanzaban a saltitos sobre la arena caliente, entregados a una especie de danza que contrastaba cómicamente con su apariencia física.

—No creí que viniera tanta gente con todo lo que ha estado ocurriendo —murmuró Felessan en tono excitado, con los ojos brillantes—. ¡Míralos! —y señaló a tres muchachos, todos con el emblema de Nerat en sus pechos—. Parece que estén oliendo algo desagradable. Tú no crees que los dragones huelen, ¿verdad?

—No, desde luego que no. Sólo un poquito, y es un olor agradable. Esos no son candidatos, ¿verdad?

—Noooo. Los candidatos visten de blanco. —Felessan hizo una mueca ante la ignorancia de Jaxom—. No llegarán hasta más tarde. ¡Ooops! Y más tarde puede ser muy pronto. ¿Has visto como se movía aquel huevo?

El movimiento había sido observado, ya que los dragones empezaron a susurrar. Se oyeron gritos excitados de los que habían llegado últimamente y que ahora se apresuraban en busca de un asiento. Y Jaxom apenas pudo ver el resto de los huevos debido al repentino despliegue de alas de dragones en el aire. De pronto, y con la misma rapidez, las alas se aquietaron y no hubo ya ningún impedimento para una visión perfecta. Todos los huevos parecían moverse. Casi como si finalmente les hubiera penetrado el calor de las arenas ardientes y no pudieran soportarlo. Un solo huevo permanecía inmóvil: el pequeño, apoyado contra la pared más lejana.

—¿Qué le pasa a aquel huevo? —preguntó Jaxom, señalándolo.

—¿El más pequeño? —Felessan tragó saliva, hurtando el rostro a la vista de su amigo.

—Nosotros no le hicimos nada.

Yo no le hice nada —dijo Felessan en tono firme, mirando a Jaxom—. Tú lo tocaste.

—Es posible que lo tocara, pero eso no significa que lo dañara —dijo el joven Señor del Fuerte, como si suplicara que le tranquilizaran.

—No, tocarlos no les produce ningún daño. Los candidatos los han estado tocando durante semanas enteras y se están moviendo.

—Entonces, ¿por qué no se mueve aquél?

Ahora, Jaxom tenía dificultades para que Felessan le entendiera, ya que el susurro se había convertido en un continuo y excitado cencerreo que resonaba de un lado a otro a través de la Sala de Eclosión.

—No lo sé —Felessan se encogió tímidamente de hombros—. Es posible que ni siquiera Eclosione. Eso es lo que dicen ellos, en cualquier caso.

—Pero yo no hice nada —insistió Jaxom, principalmente para tranquilizarse a sí mismo.

—¡Ya te lo he dicho! Mira, ahí llegan los candidatos. —Entonces, Felessan se inclinó, pegando sus labios al oído de Jaxom y susurrando algo tan ininteligible que tuvo que repetirlo tres veces antes de que Jaxom le oyera.

—¿Brekke vuelve a Impresionar? —exclamó Jaxom, en voz mucho más alta de lo que pretendía, mirando de soslayo hacia Lytol.

—¡No grites! —le siseó Felessan, empujándole hacia atrás en su asiento—. Tú no sabes lo que ha estado pasando aquí. ¡Deja que te lo cuente, vale la pena!

—¿Qué? ¡Cuéntamelo!

Felessan miró hacia Lytol, pero el hombre parecía haberse olvidado de ellos; su atención estaba concentrada en los jóvenes que avanzaban hacia los huevos, con una expresión decidida en sus pálidos rostros, sus cuerpos tensos de anticipación en las blancas túnicas.

—¿Qué quieres decir con lo de la re-Impresión de Brekke? ¿Por qué? ¿Cómo? —preguntó Jaxom, su mente asaltada por conflictos simultáneos: Lytol montando a un dragón de su propiedad, Brekke volviendo a Impresionar, Talina dejada al margen y llorando debido a que era de sangre ruathana y tenía que ser dragonera.

—Lo que he dicho, sencillamente. Impresionó a un dragón una vez, es joven. Dicen que era una Dama del Weyr mucho mejor que esa Kylara —Felessan se limitaba a hacerse eco de la generalizada opinión desfavorable sobre la ex Dama del Weyr Meridional—. De ese modo Brekke se curará. Verás —y Felessan bajó de nuevo la voz—, F’nor está enamorado de ella. Y he oído decir… —hizo una pausa teatral y miró a su alrededor (como si alguien pudiera oírles en medio de aquel alboroto)— …he oído decir que F’nor pensaba dejar que Canth cubriera a la reina de Brekke.

Jaxom miró a su amigo, asombrado.

—¡Estás loco! Los dragones pardos no cubren a las reinas.

—Bueno, F’nor iba a intentarlo.

—Pero… pero…

—¡Sí, es verdad! —insistió Felessan—. Tendrías que haber oído a F’lar y a F’nor. —Sus ojos se abrieron hasta adquirir el doble de su tamaño normal—. Fue Lessa, mi madre, la que dijo que tenían que hacerlo. Que Brekke volviera a Impresionar. Era demasiado buena, dijo Lessa, para vivir medio muerta.

Los dos muchachos miraron hacia Lytol con una expresión de culpabilidad en los ojos.

—¿Creen… creen que Brekke puede volver a Impresionar? —preguntó Jaxom, sin perder de vista el severo perfil de su tutor.

Felessan se encogió de hombros.

—No tardaremos en saberlo. Aquí están.

En efecto, surgiendo de la negra boca del túnel superior, aparecieron dragones bronce en tan rápida sucesión que parecían unidos por un hilo invisible.

—¡Ahí está Talina! —exclamó Jaxom, poniéndose en pie de un salto—. Ahí está Talina, Lytol —y se acercó a su tutor para tirar de su brazo. El hombre no había observado ni las instancias de Jaxom ni la entrada de Talina: sólo tenía ojos para la muchacha que salía del túnel inferior. Dos figuras, un hombre y una mujer, se quedaron de pie junto a la amplia abertura, como si pudieran acompañarla hasta allí, y no más lejos.

—Esa es Brekke, desde luego —dijo Felessan en voz baja, acercándose a Jaxom.

La muchacha se tambaleó ligeramente y se detuvo, sin que las arenas calientes parecieran afectar a sus pies. Luego irguió los hombros y avanzó lentamente hacia las cinco muchachas que esperaban junto al huevo dorado. Se paró junto a Talina, la cual hizo un gesto a la recién llegada para que ocupara un lugar en el semicírculo formado alrededor del huevo de la reina.

Los murmullos cesaron. En medio del repentino silencio, preñado de inquietud, fue claramente audible el crujido de una cáscara, seguido por los chasquidos de otras.

Los dragoncillos, relucientes, torpes, feos animalitos, empezaron a surgir de sus cascarones, piando, gorjeando, con unas cabezas cuneiformes demasiado grandes para los delgados y sinuosos cuellos. Los jóvenes candidatos permanecían completamente inmóviles, tensos sus cuerpos con los esfuerzos mentales de atraer a los dragoncillos hacia ellos.

El primero en salir de su cascarón avanzó tambaleándose más allá del muchacho más cercano, que había saltado diestramente a un lado. Cayó, con el hocico por delante, a los pies de un muchacho alto de cabellos negros. El muchacho se arrodilló, ayudó al dragoncillo a incorporarse sobre sus temblorosas patas, y fijó su mirada en los ojos multicolores. Jaxom vio a Lytol junto a él, y vio el hecho de la terrible pérdida de Lytol grabado en el rostro grisáceo del hombre, tan atormentado ahora como el día que su Larth había muerto a consecuencia de las quemaduras de fosfina.

—¡Mira! —gritó Jaxom—. El huevo reina… Está oscilando. Oh, cuánto me gustaría…

Se interrumpió, temiendo herir los sentimientos de su amigo. Por mucho que deseara que Talina Impresionara, lo cual significaría tres Damas del Weyr vivientes de sangre ruathana, sabía que Felessan estaba apostando por Brekke.

Felessan estaba tan absorto en la escena que se desarrollaba debajo de ellos que no había prestado atención a la frase sin terminar de Jaxom.

El huevo dorado se abrió de golpe, por el mismo centro, y su inquilina, con una ronca protesta, cayó de espaldas sobre la arena. Talina y otras dos muchachas avanzaron rápidamente, tratando de ayudar a incorporarse al animalito. Tan pronto como la reina se sostuvo sobre sus cuatro patas, las muchachas retrocedieron, en un gesto que hizo evidente su propósito de cederle la primera oportunidad a Brekke.

Brekke permanecía como ausente. Jaxom tuvo la impresión de que no le importaba en absoluto lo que estaba sucediendo. Parecía débil, rota, patética, desmadejada. Un dragón canturreó suavemente y Brekke agitó la cabeza, como si sólo entonces se diera cuenta de lo que la rodeaba.

La reina se volvió hacia Brekke, con los enormes ojos resplandecientes en la desproporcionada cabeza. Luego, el animal dio un paso adelante.

En aquel preciso instante una pequeña mancha color bronce cruzó la Sala de Eclosión. Gritando su desafío, un lagarto de fuego se paró encima mismo de la cabeza de la reina. Tan cerca, de hecho, que la reina retrocedió con un graznido sobresaltado y lanzó un mordisco al aire, extendiendo instintivamente sus alas para proteger sus vulnerables ojos.

Los dragones protestaron desde sus saledizos. Talina interpuso su cuerpo entre la reina y su pequeño atacante.

—¡Berd! ¡Quieto! —Brekke avanzó, con un brazo extendido, para capturar a su enfurecido bronce. La reina expresó su apasionada protesta, ocultando su cabeza entre las faldas de Talina. Las dos mujeres se enfrentaron la una a la otra, con sus cuerpos en tensión.

Luego, Talina extendió su mano hacia Brekke, sonriendo. Su postura duró sólo unos segundos, ya que la reina empujó sus piernas perentoriamente. Talina se arrodilló, rodeando al dragoncillo con sus brazos en actitud tranquilizadora. Brekke dio media vuelta y avanzó hacia las dos figuras que esperaban junto a la entrada: había dejado de ser una estatua inmovilizada por la pena. Y, todo el tiempo, el pequeño lagarto bronce revoloteó en torno a su cabeza, emitiendo sonidos que se extendían desde el reproche hasta la amenaza. Sus gritos eran tan parecidos a los de la cocinera del Fuerte de Ruatha a la hora de la cena que Jaxom sonrió.

—Brekke no quiere a la reina —dijo Felessan, estupefacto—. ¡No lo ha intentado!

—Ese lagarto de fuego no se lo hubiera permitido —dijo Jaxom, preguntándose por qué estaba defendiendo a Brekke.

—Intentarlo, y conseguirlo, hubiera sido una terrible equivocación por parte de Brekke —dijo Lytol con voz apagada. Su cuerpo parecía haberse encogido, con los hombros hundidos y las manos colgando laciamente entre sus rodillas.

Algunos de los muchachos recién Impresionados estaban conduciendo a sus animales fuera de la Sala. Jaxom se volvió hacia ellos, temiendo perderse algo. Todo estaba ocurriendo con demasiada rapidez. El espectáculo terminaría dentro de unos minutos.

—¿Has visto, Jaxom? —estaba diciendo Felessan, tirando de la manga de su amigo—. ¿Has visto? Birto ha conseguido un bronce y Pellomar sólo ha Impresionado a un verde. A los dragones no les gustan los camorristas, y Pellomar ha sido el tipo más camorrista del Weyr. ¡Felicidades, Birto! —le gritó a su amigo.

—El huevo más pequeño no se ha abierto todavía —dijo Jaxom, tocando a Felessan con el codo y señalando—. ¿No tendría que haber Eclosionado ya?

Lytol enarcó las cejas, preocupado por la ansiedad que se reflejaba en la voz de su pupilo.

—Dijeron que probablemente no Eclosionaría —le recordó Felessan a Jaxom, mucho más interesado en averiguar qué dragones habían Impresionado sus amigos.

—Pero, ¿qué pasará si no Eclosiona? ¿No puede alguien romperlo y ayudar a salir al pobre dragón? ¿Lo mismo que hace una comadrona cuando el bebé no sale?

Lytol se volvió en redondo hacia Jaxom, con el rostro contraído por la cólera.

—¿Qué sabe un muchacho de tu edad de esos asuntos?

—Sé lo que pasó cuando nací yo —replicó Jaxom belicosamente, irguiendo la barbilla—. Estuve a punto de morir. Lessa me lo dijo, y ella estaba presente. ¿Puede morir un dragoncillo?

—Sí —admitió Lytol, que nunca le mentía al muchacho—. Puede morir, y es lo mejor que puede ocurrir si el embrión es deforme.

Jaxom observó su propio cuerpo rápidamente, aunque sabía muy bien que era como tenía que ser; de hecho, más desarrollado que algunos de los otros muchachos del Fuerte.

—He visto huevos que no han Eclosionado. ¿Quién necesita vivir… tullido?

—Bueno, ese huevo está vivo —dijo Jaxom—. Ahora mismo se está moviendo.

—Es cierto. Se está moviendo. Pero no se abre —dijo Felessan.

—Entonces, ¿por qué se marcha todo el mundo? —preguntó Jaxom súbitamente, poniéndose en pie de un salto. En efecto, no había absolutamente nadie en las proximidades del pequeño huevo.

La Sala estaba atestada de caballeros que apremiaban a sus animales para que bajaran a ayudar a los cadetes o a devolver a sus Fuertes a los invitados del Weyr. La mayoría de los bronce, desde luego, se habían marchado con la nueva reina. A pesar de lo espaciosa que era la Sala de Eclosión, su volumen se encogía con tantos y tan enormes animales en su interior. Pero ni siquiera los candidatos decepcionados dedicaban el menor interés a aquel pequeño y solitario huevo.

—Allí está F’lar. Alguien tendría que decírselo, Lytol. ¡Por favor!

—Ya lo sabe —dijo Lytol, dado que F’lar había reunido a varios caballeros pardos a su alrededor y todos ellos estaban mirando hacia el pequeño huevo.

—Ve a decírselo, Lytol. ¡Haz que le ayuden!

—A lo largo de su vida, una reina puede poner huevos más pequeños que los normales —dijo Lytol—. Este asunto no es de mi incumbencia. Ni de la tuya.

Dio media vuelta y echó a andar hacia la escalera, absolutamente convencido de que los muchachos le seguirían.

—No hacen absolutamente nada —murmuró Jaxom, desolado.

Felessan le miró y se encogió de hombros.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —murmuró—. Vámonos. No tardarán en servir la comida. Y esta noche hay muchas cosas especiales. —Y trotó detrás de Lytol.

Jaxom se volvió hacia el huevo, que ahora oscilaba salvajemente.

—¡No hay derecho! Les tiene sin cuidado lo que te pasa. Se preocupan por esa Brekke, pero a ti te abandonan. Vamos, huevo. ¡Rompe tu cascarón! Demuéstrales que estás vivo. ¡Una buena grieta, y apuesto a que hacen algo!

Jaxom se había deslizado a lo largo de la fila de palcos hasta situarse inmediatamente encima del pequeño huevo, que ahora insistía en sus esfuerzos, como si respondiera a los apremios del muchacho. Pero no había nadie cerca. Y los movimientos del huevo se hicieron tan frenéticos que Jaxom pensó que el dragoncillo necesitaba ayuda desesperadamente.

Sin pensárselo dos veces, Jaxom saltó a la cálida arena. Ahora podía ver las diminutas estrías en la cáscara, podía oír los frenéticos golpes en el interior… Cuando tocó la cáscara la encontró tan dura como si fuera de piedra. No tenía ya la flexibilidad del cuero como el día de su escapada.

—Nadie quiere ayudarte. ¡Lo haré yo! —gritó Jaxom, y golpeó la cáscara con el pie.

Apareció una grieta. Dos puntapiés más, y la grieta se ensanchó. En el interior, el dragoncillo pió lastimosamente al tiempo que golpeaba la dura cáscara con su hocico.

—Quieres nacer. Lo mismo que yo. Lo único que necesitas es una pequeña ayuda, lo mismo que yo —estaba gritando Jaxom, aporreando la grieta con sus puños. Se desprendieron unos trozos mucho más duros que los cascarones de las otras crías tirados por el suelo.

—Jaxom, ¿qué estás haciendo? —le gritó alguien, pero era demasiado tarde.

La gruesa membrana interior era visible ahora, y esto era lo que había estado impidiendo la salida del dragoncillo. Jaxom sacó su daga del cinto y rasgó la membrana: del saco cayó un diminuto cuerpo blanco, no mucho mayor que el torso del muchacho. Instintivamente, Jaxom extendió sus manos, ayudando al animalito a sostenerse en pie.

Antes de que F’lar o cualquier otra persona pudieran intervenir, el dragón blanco había alzado unos ojos llenos de adoración hacia el Señor del Fuerte Ruatha, y se había producido la Impresión.

Completamente ajeno al dilema que acababa de crear, el incrédulo Jaxom se volvió hacia los asombrados espectadores.

—¡Dice que se llama Ruth!