XI
Primera hora de la mañana en el Weyr de Benden
—Me gustaría que me advirtieras con tiempo la próxima vez que decidas reajustar la estructura social y política de este planeta —le dijo F’nor a su hermanastro cuando entró en el weyr de la reina en Benden, a la mañana siguiente. Desde luego, no había el menor rastro de resentimiento en su bronceado y sonriente rostro—. ¿Cómo están ahora las cosas?
—T’bor es caudillo del Weyr en las Altas Extensiones con Kylara como Dama del Weyr…
—¿Kylara en las Altas Extensiones? —inquirió F’nor con aire dubitativo, pero F’lar descartó con un gesto la incipiente protesta de su hermanastro.
—Sí, hay desventajas en eso, desde luego. Todos menos catorce de los habitantes del Weyr de las Altas Extensiones se marcharon con T’kul y Merika. La mayoría de los habitantes del Weyr de Fort decidieron quedarse…
F’nor rió desagradablemente.
—Supongo que fue un mal trago para Mardra —dijo, mirando a Lessa con aire expectante, ya que sabía cuán a menudo su Dama del Weyr había tenido que dominar su resentimiento y su indignación a causa de Mardra. Lessa devolvió su mirada con cortés despreocupación.
—De modo que P’zar actuará como caudillo del Weyr hasta que una reina remonte el vuelo…
—¿Hay alguna posibilidad de que sea un vuelo abierto para cualquier bronce?
—Esa es mi intención —respondió F’lar—. Sin embargo, creo que será mejor que los mayores de entre los bronce modernos se hagan notar por su ausencia.
—Entonces, ¿por qué has enviado allí a N’ton como Lugarteniente? —preguntó Lessa, sorprendida.
F’lar sonrió a su Dama del Weyr.
—Porque cuando una reina de Fort remonte el vuelo para aparearse, N’ton será conocido y apreciado por las gentes del Weyr de Fort y no les importará. Será considerado como un caballero del Fuerte, y no como un representante de Benden.
Lessa frunció la nariz.
—N’ton no tendrá mucho donde escoger en el Weyr de Fort.
—N’ton es absolutamente capaz de cuidar de sí mismo —replicó F’lar con una irónica sonrisa.
—Bueno, pareces haberlo arreglado todo a tu gusto —observó F’nor—. Sin embargo, yo lamento haber sido arrancado del Weyr Meridional. Había localizado una nidada muy prometedora de huevos de lagarto de fuego en una cueva de allí. No estaban aún lo bastante duros como para moverlos sin peligro. Si hubieras esperado unos cuantos días más, yo… —Se interrumpió, deslizándose en la silla que Lessa acababa de señalarle—. Dime, F’lar, ¿qué es lo que te pasa? ¿Has estado viajando por el intertiempo o algo por el estilo?
—No, recibió una puñalada en el vientre —respondió Lessa, mirando con severidad a su compañero de Weyr—. Y me veo con grandes apuros para retenerle en una silla, cuando en realidad tendría que estar en la cama.
F’lar se encogió de hombros, sonriendo, sin que hicieran mella en él los reproches de Lessa.
—Si estás… —empezó a decir F’nor con aire preocupado, levantándose a medias.
—Si estás… —repitió burlonamente F’lar, aunque su expresión reveló lo mucho que le fastidiaba su propia inferioridad física y el deseo que los otros mostraban de protegerla.
F’nor se echó a reír y volvió a sentarse.
—Y Brekke decía que yo era un paciente quisquilloso… ¡Ja! ¿Es grave la herida? He oído varias versiones de aquel duelo, pero en ninguna de ellas se mencionaba que habías sido alcanzado por tu adversario. Por lo visto, estaba armado con un espetón para wherries.
—Y vestido de piel de wher —añadió Lessa.
—Mira, F’lar, Brekke me ha declarado apto para volar por el inter —y F’nor flexionó su brazo, para demostrar que estaba en perfectas condiciones—. Comprendo que desees guardar el secreto acerca de tu herida, de modo que yo puedo ocuparme de las tareas más urgentes.
F’lar se echó a reír ante la insistencia de su hermanastro.
—No puedes permanecer inactivo, ¿eh? Bueno, en tal caso reasume tus responsabilidades. Han cambiado.
—Notablemente, por lo que veo.
—No exageres… ¿Viste a T’kul cuando llegó al Weyr Meridional procedente de las Altas Extensiones?
—No quise verle. Pero me enteré de su llegada. —F’nor apretó fuertemente los dedos sobre la palma de su mano derecha—. Los escuadrones combatientes habían salido ya para reunirse contigo en Igen y combatir a las Hebras. T’kul ordenó que todo el mundo, incluidos los heridos, abandonara el Weyr Meridional en el plazo de una hora. Confiscó lo que no pudieron llevarse. Declaró que el continente meridional le pertenecía sin limitaciones de ninguna clase. Que sus patrulleros liquidarían sin contemplaciones a cualquier dragón que no se atuviera a sus órdenes. Y algunos de esos dragones Antiguos son lo bastante estúpidos para hacerlo… —F’nor hizo una pausa—. ¿Sabes una cosa? Últimamente he estado observando…
—¿Llegó la gente del Weyr de Fort?
—Sí, y Brekke reconoció a T’ron para asegurarse de que había sobrevivido al viaje —respondió F’nor con aire sombrío.
—¿Vivía?
—Sí, pero…
—Bien. Desde luego, suponía que T’kul reaccionaría de esa manera. Disponemos de Ista, de Igen y del Boll Meridional como criaderos de lagartos de fuego, pero quiero que Manora te prepare algo para que puedas traer esos otros huevos de lagarto que encontraste. Necesitamos todos los que podamos encontrar. ¿Dónde está tu pequeña reina? Suelen regresar al lugar donde obtuvieron su primer alimento.
—¿Grall? Está con Canth, desde luego. Oyó gruñir a Ramoth en la Sala de Eclosión.
—Hmmm, sí. Afortunadamente, esos huevos no tardarán en eclosionar.
—¿Invitarás a todos los notables de Pern como hiciste antes de que los Antiguos plantearan problemas?
—Sí —respondió F’lar, con tanto énfasis que F’nor fingió alarmarse—. Esa cortesía produjo más beneficios que perjuicios. Ahora será un procedimiento normal en todos los Weyrs.
—¿Y has hablado con los Caudillos acerca de la asignación de caballeros a los Fuertes y Artesanados?
Los ojos de F’nor brillaron cuando F’lar asintió.
—¿Podrás deslizarte a través de las patrullas que T’kul ha establecido en el Meridional? —preguntó F’lar.
—Sin problemas. No hay allí un solo bronce al que Canth no pueda dejar atrás. Lo cual me recuerda…
—Bien, tengo dos encargos para ti. Recoger aquellos huevos de lagarto de fuego y… ¿recuerdas las coordenadas de la Caída de Hebras en la región pantanosa occidental?
—Desde luego, pero quería pedirte…
—¿Viste las lombrices que pululaban por allí?
—Sí.
—Pídele a Manora un cacharro que pueda cerrarse bien. Quiero que me traigas tantas de aquellas lombrices como puedas. Sé que no es una tarea agradable, pero no puedo ir yo y no quiero que se hable de este… hum… proyecto.
—¿Lombrices? ¿Un proyecto?
Mnementh aulló una bienvenida.
—Te lo explicaré más tarde —dijo F’lar, señalando hacia la entrada del weyr.
F’nor se encogió de hombros mientras se ponía en pie.
—¡Me arriesgaré, oh inescrutable! —Y se echó a reír, mientras F’lar le miraba con aire enfurecido—. Lo siento. Al igual que el resto de Pern, es decir, el norte, confío en ti. —Saludó airosamente a la pareja, y se marchó.
—El día que F’nor no se meta contigo empezaré a preocuparme —dijo Lessa, rodeando el cuello de F’lar con sus brazos. Apretó su mejilla contra la de él por un instante—. Es T’bor —añadió, apartándose de F’lar en el preciso momento en que el nuevo caudillo del Weyr de las Altas Extensiones entraba.
El hombre tenía aspecto de no haber dormido lo suficiente, pero mantenía los hombros y la cabeza erguidos, lo cual permitió al caudillo del Weyr de Benden observar la expresión inquieta y fatigada de su rostro.
—¿Acaso Kylara…? —empezó F’lar, recordando que ella y Meron habían estado tonteando juntos toda la noche anterior.
—No se trata de Kylara. Se trata de T’kul, que se consideraba a sí mismo como un gran caudillo del Weyr —dijo T’bor, profundamente disgustado—. En cuanto llegamos del Weyr Meridional, ordené que los escuadrones efectuaran un vuelo de reconocimiento, más que nada para que se familiarizaran con las nuevas coordenadas. Por el primer Huevo, no me gusta ver a nadie huyendo de los dragoneros. Huyendo. ¡Y ocultándose! —T’bor se sentó, tomando maquinalmente la copa de klah que Lessa le entregaba—. No había un solo fuego de señales ni un solo centinela. Pero sí numerosas huellas de quemaduras. No comprendo cómo pueden haberse deslizado inadvertidamente tantas Hebras. No parece posible, ni siquiera si las patrullas corrían a cargo de los caballeros más bisoños… De modo que me dejé caer en el Fuerte de Tillek para entrevistarme con el Señor Oterel —T’bor silbó en voz baja—. El recibimiento que me hicieron no es para ser descrito, te lo aseguro. Faltó muy poco para que me encontrara con una flecha en el vientre antes de que lograra convencer al capitán de la guardia de que yo no era T’kul. De que yo era T’bor, y de que se había producido un cambio de caudillos en el Weyr.
T’bor hizo una pausa para recobrar el aliento.
—Tardé lo indecible en tranquilizar al Señor Oterel hasta el punto de que accediera a escuchar lo que había ocurrido. Y me pareció —y el Meridional miró nerviosamente a Lessa y luego a F’lar—, que la única manera de restablecer su confianza era dejándole un dragón. De modo que… le dejé un bronce, y estacioné a dos verdes en los pequeños Fuertes a lo largo de la Bahía. También situé cadetes en alturas ventajosas a lo largo de la cordillera del Fuerte de Tillek. Luego le pedí al Señor Oterel que me acompañara a visitar al Señor Bargen en su Fuerte de las Altas Extensiones. Tenía la impresión —y no me equivocaba— de que si iba solo no conseguiría que su guardia me permitiera pasar. Bueno, nos quedaban seis huevos de la nidada que Toric encontró y… les regalé dos a cada uno de los Señores y dos al Maestro Pescador. Me pareció lo mejor que podía hacer. Ellos estaban enterados de que Meron tenía un lagarto de fuego… en el Fuerte de Nabol. —Y T’bor irguió sus hombros como si se dispusiera a soportar los reproches de F’lar.
—Hiciste lo mejor que podías hacer, T’bor —dijo F’lar calurosamente—. No podías haber actuado de un modo más inteligente.
—¿Asignando caballeros a un Fuerte y a un Artesanado?
—Habrá caballeros en todos los Fuertes y Artesanados antes de que termine la mañana —respondió F’lar, sonriendo.
—¿Y D’ram y G’narish no han formulado ninguna objeción? —T’bor miró a Lessa, incrédulo.
—Bueno… —empezó a decir Lessa, pero se vio relevada de la obligación de contestar por la llegada de los otros caudillos de los Weyrs.
D’ram, G’narish y el Lugarteniente del Weyr de Telgar entraron los primeros, seguidos a muy corta distancia por P’zar, el caudillo en funciones del Weyr de Fort. El Lugarteniente del Weyr de Telgar se presentó a sí mismo como M’rek, jinete de Zigeth. Era un hombre flaco y de aspecto melancólico, con los cabellos color de arena y una edad aproximada a la de F’lar. Mientras se sentaban alrededor de la gran mesa, F’lar trató de leer el estado de ánimo de D’ram. Era el personaje crucial, el más viejo de los Antiguos que quedaban, y si se habían enfriado en él los estímulos de los tumultuosos acontecimientos del día anterior y había cambiado de opinión después de dormir, la propuesta que F’lar estaba a punto de sugerir podría morir antes de nacer. F’lar extendió sus largas piernas debajo de la mesa, buscando la postura más cómoda.
—Os he convocado aquí temprano porque anoche tuvimos muy pocas oportunidades de hablar. M’rek, ¿cómo está R’mart?
—Descansa cómodamente en el Fuerte de Telgar, gracias a los caballeros de Ista y de Igen —y M’rek inclinó gravemente la cabeza hacia D’ram y K’dor.
—¿Cuántos hay en el Weyr de Telgar que quieran marcharse al sur?
—Unos diez, pero son caballeros viejos. Hacen más mal que bien, contándoles tonterías a los jóvenes cadetes. Hablando de tonterías, Bedella regresó del Fuerte de Telgar con algunas historias absurdas. Acerca de que iríamos a la Estrella Roja, y de lagartos de fuego, y de alambres parlantes. La obligué a callar. El Weyr de Telgar no está en condiciones de prestar oídos a esa clase de rumores.
D’ram resopló y F’lar le miró rápidamente, pero la cabeza del caudillo de Ista estaba vuelta hacia M’rek. F’lar captó la mirada de Lessa y asintió imperceptiblemente.
—Se habló de una expedición a la Estrella Roja —declaró F’lar en tono casual. La aprensión hizo que el rostro del hombre del Weyr de Telgar adquiriera una expresión más melancólica que nunca—. Pero hay tareas más inmediatas —añadió F’lar cautelosamente—. Y los Señores de los Fuertes y otros Artesanos no tardarán en llegar para discutirlas. D’ram sinceramente, ¿tienes algún inconveniente en que situemos caballeros en los Fuertes y Artesanados mientras no podamos prever las Caídas de las Hebras… es decir, hasta que podamos descubrir otra forma segura de comunicación rápida?
—No F’lar, no tengo ningún inconveniente —respondió el caudillo del Weyr istano, sin mirar a nadie—. Desde ayer… —Se interrumpió y, girando la cabeza, miró a F’lar con ojos turbados—. Creo que ayer me di cuenta por fin de lo grande que es Pern y de lo mezquino que puede ser un hombre preocupándose tanto de lo que debería tener y olvidando lo que ha conseguido. Y lo que tiene que conseguir. Los tiempos han cambiado. No puedo decir que me guste. Pern ha crecido mucho… y los Antiguos tratábamos de ignorarlo, supongo que debido a que estábamos un poco asustados de todo lo que había ocurrido. No olvides que sólo tardamos cuatro días en avanzar cuatrocientas Revoluciones. Demasiado tiempo… demasiado para que un hombre pueda asimilar de golpe y porrazo las diferencias. —D’ram estaba asintiendo con la cabeza, en un énfasis inconsciente—. Creo que nos apegábamos a las viejas maneras porque todo lo que veíamos desde esas enormes extensiones de bosques hasta centenares y centenares de nuevos Fuertes y Artesanados, nos resultaban familiares, y sin embargo… muy diferentes. T’ron era una buena persona, F’lar. No diré que le conocía a fondo. Ninguno de nosotros puede decir que conoce realmente a los demás, debido a que permanecemos la mayor parte del tiempo en nuestros Weyrs, descansando entre Caídas de Hebras. Pero todos los dragoneros son… son dragoneros. Para que un dragonero llegue al extremo de matar a otro… —D’ram agitó la cabeza lentamente de un lado a otro—. Tú podías haber matado a T’ron —D’ram miró a F’lar a los ojos—. No lo hiciste. Luchaste contra las Hebras sobre el Fuerte de Igen. Y no creas que ignoro que la daga de T’ron te alcanzó.
F’lar empezó a relajarse.
—Casi me partió por la mitad, de hecho.
D’ram soltó otro de sus habituales resoplidos, pero la leve sonrisa en su rostro mientras se echaba hacia atrás en su silla indicó que estaba de acuerdo con F’lar.
Mnementh informó a su jinete de que todo el mundo estaba llegando al mismo tiempo. Se necesitaba un saledizo más amplio. F’lar rezongó para sus adentros. Había contado con disponer de más tiempo. No podía poner en peligro el reciente y frágil acuerdo con D’ram asustándole con desagradables innovaciones.
—No creo que los Weyrs puedan continuar siendo autónomos en estos tiempos —dijo F’lar, olvidando todas las frases pomposas y hábiles que había estado ensayando—. Hace siete Revoluciones estuvimos a punto de perder Pern debido a que los dragoneros habían perdido contacto con el resto del mundo; ya hemos visto lo que ocurre cuando un dragonero pierde contacto con un dragonero. Necesitamos vuelos de apareamiento libres, intercambiar bronces y reinas entre Weyrs para fortalecer la sangre y mejorar la raza. Necesitamos establecer un turno rotatorio en los servicios de los escuadrones para que todos los caballeros lleguen a conocer los Weyrs y los territorios de los demás. Un hombre llega a aburrirse y a descuidarse volando siempre sobre un terreno que conoce demasiado bien. Necesitamos Impresiones públicas…
Todos pudieron oír el murmullo de saludos y el resonar de pesadas botas en el pasillo.
—El Weyr de Ista siguió al Weyr de Benden ayer —le interrumpió D’ram, con su lenta sonrisa alcanzando a sus ojos oscuros—. Pero ten cuidado con las tradiciones que dejas de lado. Algunas no pueden ser descartadas impunemente…
Entonces se pusieron en pie, mientras los Señores de los Fuertes y los Maestros Artesanos entraban en el weyr. El Señor Asgenar, el Maestro Herrero Fandarel y su Maestro Artesano de la madera iban delante; el Señor Oterel del Fuerte de Tillek y Meron, Señor del Fuerte de Nabol, con su lagarto de fuego graznando sobre su brazo, llegaron juntos, pero el Señor Oterel buscó inmediatamente a Fandarel. Empezó a formarse una atmósfera de inquietud, cargada de preguntas que no habían sido contestadas la noche anterior. Cuando la mayoría estuvieron presentes, F’lar abrió la marcha hacia la Sala del Consejo. Así que los caudillos de los Weyrs se hubieron alineado detrás de él, dando frente a los Señores y Artesanos, Larad, Señor del Fuerte de Telgar, tomo la palabra:
—Caudillo del Weyr, ¿has establecido ya dónde es más probable que se produzca la próxima caída de Hebras?
—Donde tú la situaste, Señor Larad: en las llanuras occidentales de los Fuertes de Telgar y Ruatha —F’lar asintió hacia el Gobernador Lytol de Ruatha—. Probablemente a últimas horas del día de hoy. Ahora es muy temprano en aquella parte del país y no pretendemos reteneros aquí mucho tiempo…
—¿Durante cuánto tiempo permanecerán con nosotros los caballeros que nos han sido asignados? —preguntó Corman, Señor del Fuerte de Keroon, mirando fijamente a D’ram, situado a la izquierda de F’lar.
—Hasta que todos los Fuertes y Artesanados dispongan de un sistema de comunicaciones eficaz.
—Necesito hombres —rugió el Maestro Herrero Fandarel, desde uno de los rincones de la Sala—. ¿De veras queréis esos lanzallamas por los que me habéis estado atosigando?
—No, si los dragoneros vienen cuando les llamemos —respondió Sangel, Señor del Fuerte de Boll, con aire ceñudo.
—¿Está preparado el Weyr de Telgar para cabalgar hoy? —inquirió el Señor Larad, persistiendo en sus dudas.
M’rek, el Lugarteniente del Weyr de Telgar, se puso en pie, miró a F’lar con aire vacilante, se aclaró la garganta y finalmente asintió.
—¡El Weyr de las Altas Extensiones volará con los caballeros de Telgar! —dijo T’bor.
—¡Y el Weyr de Ista! —añadió D’ram.
La inesperada unanimidad provocó un murmullo entre los reunidos, mientras el Señor Larad se sentaba.
—¿Tendremos que quemar los bosques? —Asgenar, Señor de Lemos, se puso en pie. La pregunta era el ruego de un hombre orgulloso.
—Los dragoneros queman Hebras, no árboles —respondió F’lar tranquilamente, pero había un retintín en su voz—. Hay bastantes dragoneros —y señaló a los caudillos de los Weyrs a ambos lados de él— para proteger los bosques de Pern…
—Eso no es lo más necesario, Benden, y tú lo sabes —gritó el Señor Groghe de Fort poniéndose en pie, con sus ojos saltones—. Yo digo que debéis ir en busca de las Hebras a la propia Estrella Roja. Ya se ha perdido bastante tiempo. Siempre estáis diciendo que vuestros dragones pueden ir a cualquier parte, a cualquier lugar que les indiquéis.
—Un dragón tiene que saber primero a dónde va, hombre —protestó G’narish, caudillo del Weyr de Igen, levantándose excitadamente.
—¡No me vengas con historias, joven! Tú puedes ver la Estrella Roja tan claramente como mi puño —y Groghe proyectó hacia adelante su mano cerrada como un arma—, con aquel aparato de mirar a distancia… Marchad a la fuente ¡Marchad a la fuente!
D’ram se había puesto en pie al lado de G’narish, añadiendo sus furiosos argumentos a la confusión. Un dragón rugió tan ruidosamente que por un instante todos quedaron ensordecidos.
—Si ése es el deseo de los Señores y Artesanos —dijo F’lar—, prepararemos una expedición para volar en el futuro. —Sabía que D’ram y G’narish se habían vuelto a mirarle, estupefactos. Vio que el Señor Groghe enarcaba las cejas suspicazmente, pero toda la Sala estaba pendiente de él. Habló rápida y claramente—. ¿Has visto la Estrella Roja, Señor Groghe? ¿Podrías describirme las masas de tierra? ¿Calcularías que tendremos que limpiar una zona tan grande como, digamos, el continente septentrional? D’ram, ¿estás de acuerdo en que se tardaría unas treinta y seis horas en llegar allí volando en línea recta? ¿Más? Hmmmm. Tendríamos que volar en formación muy cerrada, ya que no podríamos contar con el apoyo de equipos de tierra. Eso significaría pesos de dragón de pedernal. Maestro Minero, necesito saber con exactitud cuánto material tienes a punto de ser utilizado. El Weyr de Benden tiene siempre a mano alrededor de cinco pesos de dragón, al igual que los otros Weyrs, de modo que probablemente necesitaremos todo el que tengas. Y todos los lanzallamas del continente. Admito, dragoneros, que ignoramos si podemos cruzar una distancia semejante sin daño para nosotros mismos y para los dragones. Supongo que si las Hebras sobreviven en este planeta nosotros podemos existir en aquél. Sin embargo…
—¡Basta! —aulló Groghe del Fuerte de Fort, con el rostro enrojecido y los ojos desorbitados.
F’lar sostuvo con fijeza la mirada de Groghe de modo que el colérico Señor del Fuerte se diera cuenta de que no se estaban burlando de él; de que F’lar hablaba completamente en serio.
—Para que resultara eficaz, Señor Groghe, una empresa semejante dejaría a Pern sin ninguna clase de protección. Y, sabiéndolo, no podría en conciencia ordenar una expedición de ese tipo. Espero que estarás de acuerdo en que es mucho más importante, en estos momentos, asegurar lo que tenemos. —Era preferible comprometer el orgullo de Groghe en una ambición que por ahora resultaba prematura. Más tarde, F’lar no podría eludir una empresa susceptible de convertirse en un símbolo de bandería para los descontentos—. Quiero echar una buena mirada a la Estrella Roja antes de intentar ese salto, Señor Groghe. Y a los otros Caudillos también les gustaría. Puedo prometerte que en cuanto podamos distinguir algunas coordenadas aceptables para los dragones, enviaremos un grupo de voluntarios a explorar. A menudo me he preguntado por qué no ha ido nadie hasta ahora. O, si ha ido alguien, qué sucedió. —Había pronunciado las últimas palabras en voz más baja, y durante largo rato reinó un profundo silencio en la Sala.
El lagarto de fuego graznó nerviosamente sobre el brazo del Señor Meron, provocando una reacción inmediata y violenta en la mayoría de los hombres.
—Probablemente, ese Archivo se ha deteriorado también —dijo F’lar, elevando su voz a un nivel audible por encima de los inquietos murmullos y carraspeos—. Señor Groghe, Fort es el más antiguo de los Fuertes. ¿Existe alguna posibilidad de que vuestros pasadizos posteriores oculten también tesoros que podamos utilizar?
La respuesta de Groghe fue un breve asentimiento con la cabeza. Se sentó bruscamente, mirando con fijeza hacia adelante. F’lar se preguntó si había enajenado al hombre más allá de la reconciliación.
—No creo que lleguemos a apreciar del todo la enormidad de una aventura semejante —observó Corman, Señor del Fuerte de Keroon, con aire pensativo.
—¿Un salto adelante de nosotros otra vez, Benden? —preguntó Larad, Señor del Fuerte Telgar, con una triste sonrisa.
—Yo no diría eso, Señor Larad —respondió F’lar—. La destrucción de todas las Hebras en su fuente ha sido una preocupación favorita de los dragoneros Revolución tras Revolución. Yo sé cuanto territorio puede cubrir un Weyr, por ejemplo; cuanto pedernal es utilizado por un Weyr durante una Caída. Naturalmente, nosotros —y señaló a los otros caudillos— tendríamos información inasequible para vosotros, del mismo modo que vosotros podríais decirnos a cuantos invitados podéis dar de comer en un banquete…
Aquello provocó risas en la mayoría de los presentes.
—Hace siete Revoluciones os convoqué para preparar la defensa de Pern contra su antigua plaga. Se precisaban medidas desesperadas si queríamos sobrevivir. Ahora no estamos en condiciones tan difíciles como hace siete Revoluciones, pero nos hemos hecho culpables de incomprensiones que nos han desviado de la preocupación fundamental. No podemos perder tiempo asignando presuntas responsabilidades. Seguimos a merced de las Hebras, aunque estamos mejor equipados para enfrentarnos a ellas.
»En una ocasión anterior encontramos respuestas en Archivos antiguos, en los útiles recuerdos del Maestro Tejedor Zurg, el Maestro Agricultor Andemon, el Maestro Arpista Robinton, y en las actividades del Maestro Herrero Fandarel. Ya sabéis lo que encontramos en salas abandonadas de los Weyrs de Benden y Fort: objetos fabricados hace muchas Revoluciones, cuando no habíamos perdido ciertas habilidades y técnicas.
»Con franqueza —y F’lar sonrió súbitamente—, yo confío más bien en las habilidades y técnicas que nosotros, en nuestra Revolución, ahora mismo, podemos desarrollar.
Se produjo un inesperado murmullo de asentimiento a aquellas últimas palabras.
—Me refiero a la habilidad de trabajar juntos, a la técnica de cruzar fronteras arbitrarias de terreno, artesanado y categorías, debido a que debemos aprender unos de otros algo más que el simple hecho de que ninguno de nosotros puede permanecer solo y sobrevivir.
No pudo continuar, porque la mitad de los hombres se habían puesto en pie, estallando en vítores y aclamaciones. D’ram estaba tirando de su manga, G’narish discutía con el Lugarteniente del Weyr de Telgar, cuya expresión era penosamente indecisa. F’lar pudo ver fugazmente el rostro de Groghe antes de que alguien se interpusiera en el camino. El Señor de Fort, también estaba visiblemente ansioso, pero aquello era mejor que un abierto antagonismo. Robinton captó su mirada y le dirigió una amplia sonrisa de estímulo. F’lar no tuvo, pues, opción a seguir hablando, pero pensó que sus oyentes podrían contagiarse unos a otros el entusiasmo… probablemente con mejores efectos que con sus más cuidadosamente elegidos argumentos. Miró a su alrededor buscando a Lessa, y la vio que se dirigía hacia la puerta de la Sala y se detenía en el umbral, evidentemente advertida de una llegada tardía.
El que apareció en la entrada fue F’nor.
—Tengo huevos de lagarto de fuego —gritó—. Huevos de lagarto de fuego —y entró en la Sala, avanzando a lo largo del pasillo abierto para él hasta la Mesa del Consejo.
En medio de un expectante silencio, depositó el abultado paquete envuelto en fieltro sobre la mesa y dirigió una mirada triunfal alrededor de la Sala.
Robados delante de las mismas narices de T’kul. ¡Treinta y dos huevos!
—Bien, Benden —inquirió Sangel del Boll Meridional con voz tensa—. ¿Quién tiene preferencia aquí?
F’lar se fingió sorprendido.
—¿Cómo, Señor Sangel? Eso es algo que debéis decidir vosotros —y su gesto barrió imparcialmente la Sala.
Era evidente que nadie había esperado aquello.
—Nosotros, desde luego, te enseñaremos lo que sabemos de ellos, te orientaremos en su adiestramiento. Son algo más que animales de compañía o de adorno —y asintió hacia Meron, que se sobresaltó hasta el punto de que su bronce siseó y agitó sus alas—. Señor Asgenar, tú tienes ya dos huevos de lagarto. Puedo confiar en que serás imparcial. Es decir, si los Señores comparten mi opinión.
Cuando empezaron a discutir, F’lar abandonó la Sala del Consejo. Quedaba mucho por hacer esta mañana, pero no le vendría mal un pequeño respiro. Y los huevos ocuparían durante un rato a los Señores y Artesanos. No notarían su ausencia.