VIII

Media mañana en el Weyr Meridional

—No, Rannelly, no he visto a Kylara en toda la mañana —le dijo Brekke a la anciana pacientemente, por cuarta vez aquella mañana.

—Y tú tampoco te has preocupado de tu pobre reina, supongo, tonteando con esos… esos pajarracos —replicó Rannelly, gruñendo mientras salía cojeando del Vestíbulo del Weyr.

Brekke había encontrado finalmente tiempo para visitar al pardo herido de Mirrim. El animal estaba tan atiborrado de golosinas, suministradas por su supercelosa enfermera, que apenas abrió un párpado cuando Brekke lo examinó. El ungüento de adormidera resultaba tan eficaz en los lagartos de fuego como en los dragones y los humanos.

—Se está recuperando estupendamente, querida —le dijo Brekke a la ansiosa muchacha, y los verdes se agitaron sobre los hombros de la niña en respuesta a su exagerado suspiro de alivio—. Ahora bien, procura no sobrealimentarlos. Se agrietaría su piel.

—¿Crees que se quedarán?

—Con los cuidados y los mimos que les prodigas, cariño, no es probable que se marchen. Pero tienes obligaciones que en conciencia no puedo permitir que eludas…

—Todo por culpa de Kylara…

—¡Mirrim!

Avergonzada, la muchacha inclinó la cabeza, pero le dolía profundamente el hecho de que Kylara diera todas las órdenes y no trabajara, dejando que sus tareas recayeran sobre Brekke. No era justo. Mirrim se alegraba mucho de que los pequeños lagartos de fuego la hubiesen preferido a ella, rechazando a Kylara.

—¿Qué es lo que ha dicho la vieja Rannelly acerca de tu reina? Tú cuidas perfectamente a Wirenth. Tiene todo lo que necesita —dijo Mirrim.

—Ssssh. Voy a verla. La dejé durmiendo.

—Rannelly es tan mala como Kylara. Cree que es muy lista y que lo sabe todo…

Brekke estaba a punto de regañar a su hija adoptiva cuando oyó que F’nor la llamaba.

—Los caballeros verdes traerán parte de la carne colgada en las cuevas de sal —dijo apresuradamente, cambiando de opinión—. Los lagartos de fuego no deben comerla, ¿sabes? Los muchachos pueden cazar wherries silvestres. Su carne es tan buena, si no mejor. No tenemos la menor idea del efecto que un exceso de carne roja puede tener sobre los lagartos.

Con aquella advertencia para inhibir la impulsiva generosidad de Mirrim, Brekke fue a reunirse con F’nor.

—¿No ha llegado ningún caballero de Benden? —le preguntó a F’nor, tirando del cabestrillo a través de su hombro.

—Te hubieras enterado inmediatamente —le aseguró Brekke, ajustando hábilmente la tela al cuello de F’nor—. De hecho —añadió en tono de leve reproche—, hoy no hay ningún caballero en el Weyr.

F’nor rió burlonamente.

—Y no hay demasiados pretextos para su ausencia… No hay una sola playa a lo largo de la costa que no tenga un dragón acostado, con un caballero enroscado, fingiendo dormir.

Brekke se tapó la boca con la mano. No quería que Mirrim la oyera reír como una chiquilla.

—Oh, ¿te ríes?

—Sí, aunque todo el mundo parece asombrarse cuando lo hago —dijo Brekke con la debida solemnidad… pero la risa seguía danzando en sus ojos. Luego observó que en el cabestrillo faltaba su habitual ocupante—. ¿Dónde está…?

—Grall está enroscada entre los ojos de Canth, tan amodorrada que probablemente no se movería si marcháramos al inter. Lo cual he estado a punto de hacer. Si no me hubieras dicho que podía confiar en G’nag, juraría que no ha entregado mi mensaje a F’lar, o que lo ha perdido.

—No vas a ir al inter con esa herida, F’nor. Y si G’nag dijo que había entregado el mensaje, lo hizo. Tal vez ha surgido algo…

—¿Más importante que la Impresión de lagartos de fuego?

—¿Quién sabe? Las Hebras están cayendo a destiempo… —Brekke se interrumpió, pensando que no tendría que haberle recordado aquello a F’nor, a juzgar por la expresión que asomó a su rostro—. Tal vez no, pero tenía que recabar de los Señores de los Fuertes centinelas y fogatas, y quizá F’lar está ocupado con eso. Desde luego, no es culpa tuya si no estás allí para ayudarle. Esos odiosos caballeros del Weyr de Fort son unos incontrolados. Mira que sacar de su Weyr a una verde a punto de aparearse… —Brekke volvió a interrumpirse, apretando fuertemente los labios—. Pero Rannelly dijo «mi» reina, no «su» reina.

La muchacha se puso tan pálida que F’nor la sostuvo, agarrándola del codo con su mano ilesa.

—¿Qué pasa? Kylara no habrá sacado de aquí a Pridith estando a punto de aparearse… A propósito, ¿dónde está Kylara?

—No lo sé. Tengo que ir a ver a Wirenth. ¡Oh, no, Kylara no podría haber hecho eso!

F’nor siguió a la muchacha, que avanzaba rápidamente a través de los árboles colgantes que se arqueaban sobre el amplio recinto del Weyr Meridional.

—Wirenth es prácticamente una recién nacida —gritó F’nor detrás de ella, y entonces recordó que en realidad Wirenth había salido de su cascarón hacía mucho tiempo. Era lo mismo que tendía a pensar de Brekke como la más reciente de las Damas del Weyr Meridional. Brekke parecía muy joven, demasiado joven…

Tiene la misma edad que tenía Lessa cuando Mnementh cubrió a Ramoth por primera vez, le informó Canth.

—¿Está Wirenth preparada para remontar el vuelo? —le preguntó F’nor a su pardo, parándose en seco.

Pronto. Pronto. Los bronces lo sabrán.

F’nor contó mentalmente el total de bronces del Weyr Meridional. La cifra no le gustó. No porque los bronce fueran pocos en número, una descortesía para una reina nueva, sino porque sus caballeros siempre se habían disputado a Kylara, al margen de que Pridith se aparease o no. Cualquiera que fuese el bronce que cubriera a Wirenth, el caballero tendría a Brekke, y el pensar en alguien que había compartido el lecho con Kylara haciéndole el amor a Brekke enfurecía al caballero pardo.

Canth es tan grande o mayor que cualquier bronce de aquí, pensó con enojo. Nunca había establecido aquel tipo de comparación, y se obligó a sí mismo a apartarla de su mente.

Ahora bien, ¿y si diera la casualidad de que N’ton, joven atractivo y excelente jinete, estuviera en el Weyr Meridional? ¿O B’dor, del Weyr de Ista? F’nor había cabalgado con el istano cuando su Weyr y Benden unieron sus fuerzas en Nerat y Keroon. Tenían ambos unos bronce estupendos, y aunque F’nor le concedía más probabilidades a N’ton, si la montura de B’dor cubría a Wirenth, ésta y Brekke tendrían la opción de trasladarse al Weyr de Ista. Allí sólo había tres reinas, y Nadira era una Dama del Weyr mucho mejor que Kylara, a pesar de que procedía de la Antigüedad.

Complacido con esta solución, aunque no tenía la menor idea de cómo alcanzarla, F’nor continuó su camino en dirección al claro de Wirenth, bañado por el sol.

Se detuvo antes de llegar, viendo que Brekke estaba completamente absorbida en su reina. De pie junto a la cabeza de Wirenth, con su cuerpo graciosamente inclinado contra el dragón, rascaba cariñosamente el borde del ojo próximo a ella. Wirenth estaba soñolienta, con un párpado entornado lo suficiente para demostrar que tenía conciencia de la atención su cabeza cuneiforme descansando sobre una pata delantera, sus patas traseras dobladas debajo de su cuerpo enmarcada por su larga y graciosa cola. Bajo el sol, resplandecía con un color amarillo-anaranjado revelador de una salud excelente… y que muy pronto se convertiría en un bruñido dorado. Muy pronto, pensó F’nor, ya que Wirenth había perdido todo rastro de la grasienta blandura de la adolescencia; su piel era fina y tersa, sin una sola mancha que sugiriese falta de cuidados. Era un dragón muy bien proporcionado; sus patas, su cola y su cuello guardaban entre sí una perfecta simetría, no demasiado largos ni demasiado cortos. A pesar de su tamaño, ya que su longitud no era superada por la de Pridith, tenía un aspecto mucho más esbelto. Era uno de los mejores ejemplares engendrados por Ramoth y Mnementh.

F’nor frunció ligeramente el ceño al contemplar a Brekke, sutilmente cambiada en presencia de su dragón. Parecía más femenina… y deseable. Como si intuyera la proximidad de F’nor, Brekke se giró, y la lánguida expresión de su rostro, iluminado por la adoración que le inspiraba su reina, resultó súbitamente turbadora para F’nor.

F’nor se aclaró apresuradamente la garganta.

—No tardará en remontar el vuelo, ¿te has dado cuenta? —dijo, con voz más ronca de lo que hubiera deseado.

—Sí, creo que lo hará, mi beldad. Me pregunto cómo le afectará eso a él —dijo Brekke, modificando su expresión. Se apartó a un lado y señaló al diminuto bronce incrustado entre la quijada y el antebrazo de Wirenth.

—No podemos saberlo —respondió F’nor, y con otra serie de carraspeos disimuló su irritación ante el pensamiento de Brekke poseída por alguno de los caballeros bronce del Weyr Meridional.

—¿Te encuentras mal, F’nor? —inquirió la muchacha con tono preocupado, volviendo a transformarse bruscamente en la Brekke que él conocía.

—No. ¿Quién será el afortunado caballero? —se oyó preguntar a sí mismo. Era una pregunta normal. Después de todo, él era Lugarteniente de F’lar, y tenía derecho a interesarse por aquellas cuestiones—. Puedes pedir un vuelo abierto, ¿sabes? —añadió defensivamente.

Brekke palideció y se reclinó de nuevo contra Wirenth. Como en busca de consuelo.

Como en busca de consuelo, se dijo F’nor a sí mismo; y recordó, sin que le sirviera de alivio, cómo había mirado Brekke a T’bor el día anterior.

—En un primer apareamiento, no importa que el caballero ya esté comprometido, ¿sabes?

Inmediatamente después de haber pronunciado aquellas palabras, F’nor supo que había cometido una estupidez. Brekke sabía exactamente cuál sería la reacción de Kylara si el Orth de T’bor cubría a Wirenth. Sabía que le amargaría la existencia todavía más. F’nor gruñó ante su propia falta de tacto.

—¿Te duele el brazo? —inquirió Brekke, solícita.

—No. No es mi brazo —y F’nor avanzó unos pasos, agarrando el hombro de Brekke con su mano ilesa—. Mira, sería preferible que pidieras un vuelo abierto. Hay muchos bronce buenos. N’ton, del Weyr de Benden, B’dor del Weyr de Ista… Son dos hombres estupendos, con animales excelentes. Entonces podrías abandonar el Weyr Meridional…

Brekke mantenía los ojos cerrados, y su cuerpo temblaba bajo la mano de F’nor.

—¡No! ¡No! —La negativa fue poco más que un susurro, y F’nor apenas la oyó—. Yo pertenezco aquí. No… a Benden.

—N’ton podría trasladarse.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Brekke y sus ojos se abrieron. Se desprendió de la mano de F’nor.

—No. N’ton… no debe venir al Weyr Meridional —dijo secamente.

—Kylara no le seducirá —continuó F’nor, decidido a tranquilizarla—. Kylara no tiene éxito con todos los hombres, ¿sabes? Y tú eres una mujercita muy dulce, ¿sabes?

Con un cambio de humor tan repentino como los de Lessa, Brekke le sonrió.

—Es agradable saberlo.

Y F’nor tuvo que reír con ella, ante su propia y descarada interferencia, ante la idea de un caballero pardo como él dando consejos a alguien como Brekke, que tenía más sentido común en su dedo meñique que F’nor en todo su cuerpo.

Bueno, de todos modos enviaría un mensaje a N’ton y B’dor. Ramoth le ayudaría.

—¿Le has puesto nombre a tu lagarto? —preguntó.

—Berd. Lo decidimos Wirenth y yo. A ella le gusta —respondió Brekke, sonriendo con ternura a la pareja de durmientes—. Aunque todo esto resulta desconcertante. ¿Por qué tengo yo un bronce, tú una reina y Mirrim tres?

F’nor se encogió de hombros, sonriendo.

—¿Por qué no? Desde luego, cuando les hayamos explicado que ése no es el modo de emparejarse, es posible que se adapten a la norma sancionada a través de las Revoluciones.

—Lo que yo quería decir era que, si los lagartos de fuego, que parecen ser dragones en miniatura, pueden ser Impresionados por cualquiera que se acerque a ellos en el momento crucial, los dragones combatientes, y no sólo las reinas que no mastican pedernal, podrían ser Impresionados también por mujeres.

—Luchar contra las Hebras es una dura tarea. Déjala para los hombres.

—¿Crees que gobernar un Weyr no es una tarea dura? —Brekke no elevó el tono de su voz, pero sus ojos se oscurecieron furiosamente—. ¿O labrar campos y ahuecar acantilados para Fuertes? ¿Y…?

F’nor silbó.

—Caramba, Brekke, esas son unas ideas muy revolucionarias en una muchacha criada en un artesanado… donde las mujeres saben que sólo hay un lugar para ellas. ¡Oh! ¿Has estado pensando en Mirrim como jinete?

—Sí. Ella es tan buena o mejor que algunos de los cadetes varones que conozco —y había tanta aspereza en la voz de Brekke que F’nor se preguntó qué podía echar de menos en los muchachos a los que aludía—. Su capacidad para Impresionar a tres lagartos demuestra…

—Hey… no te entusiasmes demasiado, muchacha. Ya tenemos bastantes problemas con los Antiguos para que encima tratemos de que acepten a una muchacha montando a un dragón combatiente. Vamos, Brekke, sé que estás muy encariñada con la niña, y parece una muchacha inteligente, pero tienes que ser realista.

—Lo soy —replicó Brekke, en un tono tan enfático que F’nor la miró, sorprendido—. Algunos caballeros tendrían que haber sido artesanos o agricultores… o… nada, pero los dragones los encontraron aceptables al nacer. Otros son verdaderos jinetes, en cuerpo y alma. Los dragones son el principio y el final de su ambición. Mirrim…

Un dragón irrumpió en el aire encima del Weyr, trompeteando.

—¡F’lar! —Con un dragón tan enorme, no podía ser nadie más.

F’nor echó a correr, haciendo una seña a Brekke para que le siguiera hasta el campo de aterrizaje del Weyr.

—No. Wirenth está despertando. Esperaré aquí.

F’nor se alegró de que Brekke prefiriera quedarse. No deseaba que formulase aquella absurda teoría delante de F’lar, particularmente cuando él quería que su hermanastro trajera aquí a N’ton y a B’dor, en beneficio de Brekke. Cualquier cosa, con tal de evitarle la clase de escena que improvisaría Kylara si el Orth de T’bor cubría a Wirenth.

—¿Dónde está la gente? —fue el seco saludo de F’lar cuando su hermanastro se reunió con él—. ¿Dónde está Kylara? Mnementh no ha podido encontrar a Pridith. Y ella no puede estar vagabundeando por su cuenta.

—Todo el mundo ha salido en busca de lagartos de fuego.

—¿Con las Hebras cayendo fuera de pauta? De todas las estupideces… ¡Este continente no es inmune, ni mucho menos! ¿Dónde cáscaras está T’bor? Sería lo único que nos faltaría: ¡las Hebras asolando el continente meridional!

El exabrupto era tan poco característico del caudillo del Weyr que F’nor le miró fijamente. F’lar se pasó una mano por los ojos, frotándose las sienes. El frío del inter había desencadenado de nuevo su jaqueca. La conversación en el Artesanado había resultado agobiante. Agarró el brazo de su hermanastro, disculpándose.

—No tenía derecho a hablarte así, F’nor. Te ruego que me perdones.

—No tiene importancia… Mira, ahí llega Orth.

F’nor decidió esperar antes de preguntarle a F’lar cuál era el verdadero motivo de su preocupación. Podía imaginar lo que Raid, del Fuerte de Benden, o Sifer, del Fuerte de Bitra, habían dicho acerca de las nuevas levas de mano de obra. Probablemente tenían la impresión de que el cambio en la Caída de las Hebras era una ofensa personal, algo tramado por el Weyr de Benden para fastidiar a los Fuertes leales de Pern.

T’bor se apeó de su dragón y avanzó hacia los dos hombres.

Tal vez Brekke no andaba tan desencaminada en su herética doctrina, pensó F’nor. T’bor había hecho al Weyr Meridional autárquico y productivo, una tarea ímproba. Sin duda, hubiera sido un buen elemento en un Fuerte.

—Orth me dijo que estabas aquí, F’lar. ¿Qué te trae al Weyr Meridional? ¿Te has enterado de lo de los lagartos de fuego? —inquirió T’bor, sacudiéndose la arena de sus ropas mientras andaba.

—Sí, me he enterado —respondió F’lar, en un tono tan serio que la sonrisa de bienvenida de T’bor se borró de su rostro—. Y yo pensé que tú te habías enterado de que las Hebras están cayendo fuera de pauta.

—Hay caballeros a lo largo de toda la costa, F’lar, de modo que no me acuses de negligencia —dijo T’bor, volviendo a sonreír—. Los dragones no necesitan volar en formación para localizar a las Hebras. Cáscaras, hombre, puede oírse su siseo a través del agua.

—Supongo que estabas buscando huevos de lagarto de fuego —dijo F’lar, en un tono que revelaba que el informe de T’bor no le había tranquilizado del todo—. ¿Has encontrado alguno?

T’bor agitó la cabeza.

—Hay rastros, más hacia el oeste, de otra nidada, pero no he visto ninguna cáscara ni cadáver. Los wherries pueden dar cuenta rápidamente de cualquier cosa comestible.

—En tu lugar, T’bor, yo no daría permiso a todo un Weyr para buscar huevos de lagarto de fuego. No hay ninguna garantía de que las Hebras no avanzarán sobre este continente desde el océano.

—Siempre lo han hecho. Las pocas que nos han llegado.

—Han caído Hebras diez horas antes de lo previsto a través del norte de Lemos, cuando tendrían que haber caído al sur de Lemos y al sudeste de Telgar —dijo F’lar secamente—. Y posteriormente me he enterado de que habían caído Hebras, fuera de pauta —hizo una pausa para dar más énfasis a sus palabras—, en el Fuerte de Telgar y el Fuerte de Crom, aunque no conozco todavía las diferencias de tiempo con las tablas horarias. No podemos confiar en ningún hecho anterior.

—Montaré puestos de vigilancia inmediatamente, y enviaré los escuadrones de exploración tan al sur como hemos penetrado —dijo T’bor apresuradamente; y, encogiéndose en su chaqueta de montar, echó a correr hacia Orth. Al cabo de unos segundos, dragón y jinete estaban en el aire.

—Orth tiene buen aspecto —dijo F’lar, y luego miró con una atención especial a su hermanastro, antes de sonreír y de palmear afectuosamente el hombro sano de F’nor—. Y tú también. ¿Progresa la curación de tu brazo?

—Estoy en el Weyr Meridional —respondió F’nor como si ésta fuera una explicación suficiente—. ¿De veras hay Caídas de Hebras tan erráticas?

—No lo sé —dijo F’lar, encogiéndose de hombros, visiblemente irritado—. Háblame de esos lagartos de fuego por favor. ¿Compensan el tiempo perdido por todos los caballeros útiles de este Weyr? ¿Dónde están los vuestros? Me gustaría verlos antes de regresar a Benden.

Miró hacia el nordeste, con el ceño fruncido.

—Cáscaras, ¿no puedo faltar del Weyr de Benden una semana sin que se venga todo abajo? —preguntó F’nor, en tono tan vehemente que F’lar le miró con momentánea sorpresa antes de echarse a reír con aparente relajamiento—. Eso está mejor —dijo F’nor, haciendo eco a la risa del caudillo del Weyr—. Vamos. Hay un par de lagartos en la sala del Weyr y necesito un poco de klah. Yo también he estado fuera buscando nidos toda la mañana, ¿sabes? ¿O prefieres probar el vino del Meridional?

—¡Ja! —F’lar hizo que la exclamación sonara como un reto.

Cuando entraron en la sala del Weyr, Mirrim estaba allí sola, removiendo el guisado de carne en los grandes calderos. Los dos verdes la contemplaban desde la larga y ancha repisa del hogar. Daba la impresión de que Mirrim padecía una extraña deformación en el pecho, hasta que F’nor comprobó que se había colocado un cabestrillo en el cual se alojaba el pardo herido, con sus ojillos como diminutos puntos de luz. Al sonido de sus botas sobre el pavimento la muchacha giró en redondo, con los ojos llenos de una aprensión que se convirtió en asombro cuando su mirada pasó de F’nor a F’lar. Su boca dibujó una «O» de pasmo al reconocer al caudillo del Weyr de Benden por su parecido con F’nor.

—¿Y tú eres la… la joven dama que ha Impresionado a tres? —preguntó F’lar, cruzando la enorme estancia hacia ella.

Mirrim inició una serie de nerviosas reverencias, provocando las protestas del pardo ante aquella agitación.

—¿Puedo verlo? —preguntó F’lar, y rascó hábilmente un diminuto párpado—. ¡Es un verdadero primor! Canth en miniatura —y F’lar miró de soslayo a su hermanastro para comprobar si estaba de acuerdo—. ¿Está muy malherido… esto…?

—Su nombre es Mirrim —dijo F’nor, en un tono que sugería que la memoria de su hermano dejaba mucho que desear.

—Oh, no, caudillo del Weyr… se está recuperando muy bien —dijo la muchacha con otra reverencia.

—Tiene el estómago lleno, veo —comentó F’lar, con un gesto de aprobación. Luego miró a la pareja posada en la repisa y canturreó suavemente. Los dos verdes irguieron sus cabecitas, extendieron sus frágiles y transparentes alas y arquearon sus lomos, canturreando a su vez de placer—. No te faltará trabajo con este trío.

—Puedo cuidarlos perfectamente, palabra. Sin olvidar mis obligaciones —dijo Mirrim apresuradamente, con los ojos todavía muy abiertos. De pronto se giró para remover el contenido del caldero más próximo, y giró de nuevo sobre sus talones antes de que los hombres pudieran alejarse—. Brekke no está aquí. ¿Os apetece un poco de klah? ¿O de carne? ¿O algo…?

—Nos serviremos nosotros mismos —le aseguró F’nor, tomando dos cubiletes.

—Oh, yo debería hacer eso, señor…

—Tú tienes que vigilar tus calderos, Mirrim. Nosotros nos arreglaremos —dijo F’lar amablemente, mientras comparaba mentalmente el estado de los asuntos domésticos en la Herrería con el orden y la buena cocina de esta sala.

Hizo una seña al caballero pardo para que ocupara la mesa más alejada del hogar.

—¿Puedes oír algo de los lagartos de fuego? —preguntó en voz baja.

—¿Te refieres a los de Mirrim? No, pero puedo comprender fácilmente lo que deben estar pensando por sus reacciones. ¿Por qué?

—Una pregunta ociosa. Pero ella no procede de una Búsqueda, ¿verdad?

—No, desde luego que no. Es hija adoptiva de Brekke.

—Hmmm. Entonces, ella no es una prueba, exactamente.

—¿Una prueba de qué, F’lar? No he padecido ninguna lesión en la cabeza, pero no puedo seguir tus pensamientos.

F’lar miró a su hermanastro con una ausente sonrisa en los labios y luego se encogió de hombros, con un gesto de cansancio.

—Tendremos problemas con los Señores de los Fuertes; están desilusionados e insatisfechos con los Weyrs de los Antiguos, y se rebelarán ante cualquier medida más expeditiva contra las Hebras.

—¿Lo has pasado mal con Raid y Sifer?

—Ojalá sólo fuera eso, F’nor. Ellos se avienen a razones —y F’lar informó a su hermanastro de lo que Lytol, Robinton y Fandarel le habían contado el día anterior.

—Brekke tenía razón al decir que había surgido algo realmente importante —dijo F’nor más tarde—. Pero…

—Sí, esa noticia es un bocado difícil de tragar, de acuerdo, aunque nuestro Maestro Herrero, siempre eficiente, tiene lo que podría ser una respuesta, no sólo para la vigilancia de las Hebras sino también para establecer unas comunicaciones decentes con todos los Fuertes y Talleres de Pern. De un modo especial teniendo en cuenta que no podemos conseguir que los Antiguos asignen caballeros fuera de los Weyrs. Hoy he presenciado una demostración del aparato, y vamos a instalar uno para los Señores de los Fuertes en la boda de Telgar…

—¿Esperarán las Hebras hasta entonces?

F’lar se encogió de hombros.

—Podrían ser el mal menor, francamente. Las Hebras han demostrado ser más flexibles en su comportamiento que los Antiguos, y menos fastidiosas que los Señores de los Fuertes.

—Uno de los problemas fundamentales entre los Fuertes y los Weyrs son los dragones, F’lar, y esos lagartos de fuego podrían facilitar las cosas.

—Eso es lo que estaba pensando antes, teniendo en cuenta que la joven Mirrim había Impresionado a tres. Eso es realmente asombroso, incluso tratándose de una muchacha criada en un Weyr.

—A Brekke le gustaría Impresionar a un dragón combatiente —dijo F’nor en tono casual, observando atentamente el rostro de su hermanastro.

F’lar le miró con aire desconcertado, y luego echó la cabeza hacia atrás y estalló en una carcajada.

—¿Imaginas… la reacción… de T’ron? —logró articular.

—Lo suficiente para ahorrarme tu versión, pero el lagarto de fuego podría actuar de intermediario, por así decirlo… Además, esos animalitos, si se demuestra que son susceptibles a un adiestramiento adecuado, podrían mantener a los Fuertes en contacto con los Weyrs.

—«Si… si». ¿Hasta qué punto son similares a los dragones los lagartos de fuego?

F’nor se encogió de hombros.

—Como ya te he dicho, son Impresionables… si bien no parecen poseer el sentido de la discriminación, aunque —señaló a Mirrim y luego sonrió maliciosamente— detestaron a Kylara a simple vista. Son esclavos de sus estómagos, aunque después de nacer ése es un rasgo muy dragonil. Responden al afecto y al halago. Los propios dragones admiten el parentesco y no parecen sentir celos de los animalitos. Yo puedo detectar emociones básicas en los pensamientos del mío, y en términos generales inspiran afecto a aquellos que los cuidan.

—¿Y pueden ir al inter?

—Grall, mi pequeña reina, lo hizo. En lo que respecta a masticar pedernal, no puedo aventurar una opinión. El averiguarlo es cuestión de tiempo.

—Un tiempo del que no disponemos —murmuró F’lar, apretando los puños y moviendo dubitativamente la cabeza.

Si pudiéramos encontrar una nidada endurecida, con los polluelos a punto de nacer, antes de esa boda… eso, combinado con el aparato de Fandarel… —Y F’nor dejó en el aire el resto de la frase.

F’lar se puso en pie con aire decidido.

—Me gustaría ver a tu reina. ¿Le has puesto el nombre de Grall?

—Eres un dragonero de los pies a la cabeza, F’lar —rió F’nor, recordando lo que había dicho Brekke—. Recuerdas perfectamente el nombre del lagarto, pero el de la muchacha… No importa, F’lar. Grall está con Canth.

—¿Hay alguna posibilidad de que puedas llamarla… desde aquí?

F’lar consideró aquella intrigante posibilidad, pero agitó la cabeza.

—Sería inútil, está dormida.

Lo estaba, enroscada en el hueco junto a la oreja izquierda de Canth. Tenía el vientre hinchado por la comida de la mañana, y F’nor lo frotó con aceite. Grall se dignó levantar dos párpados, pero no se despertó del todo, de manera que no vio ni al visitante adicional ni a Mnementh que la estaba observando. El dragón la encontró muy interesarte.

—Un verdadero encanto. Lessa querrá uno de esos animalitos, estoy seguro —murmuró F’lar, sonriendo, mientras saltaba del antebrazo de Canth, al que se había encaramado para observar a la pequeña reina—. Espero que crecerá un poco. Canth podría bostezar y tragársela inadvertidamente.

Nunca, y el comentario del pardo no necesitó ser transmitido al caballero bronce.

—Si pudiésemos calcular cuanto tiempo se tardaría en adiestrarlos, suponiendo que sean adiestrables… Pero el tiempo es tan inflexible como un Antiguo.

F’lar miró a su hermanastro directamente a los ojos, sin ocultar por más tiempo la profunda preocupación que le embargaba.

—No del todo, F’lar —dijo el caballero pardo, sosteniendo la mirada del caudillo del Weyr—. Como tú has dicho, lo peor es la enfermedad en nuestros propios…

La metálica y estridente llamada de un dragón, anunciando un ataque de las Hebras, interrumpió a F’nor a media frase. El caballero pardo estaba a punto de encaramarse a su dragón, reaccionando instintivamente a la alarma, cuando F’lar le agarró del brazo.

—No puedes luchar contra las Hebras con una herida sin cicatrizar, F’nor. ¿Dónde guardan el pedernal aquí?

Por muchas quejas que F’lar pudiera tener de la condescendencia de T’bor en el Weyr Meridional, tuvo ocasión de comprobar que la respuesta de los elementos de combate fue inmediata. Los dragones poblaron el cielo antes de que la alarma se hubiera desvanecido en el aire. Otros dragones surgieron de sus weyrs mientras los jinetes aprestaban equipos y pedernal. Las mujeres y los niños del Weyr estaban en las cuevas de suministros, llenando bolsas. Se había enviado un mensaje al poblado marítimo en el que pescadores de Ista y Tillek habían establecido una colonia. Actuaban como equipo de tierra. Cuando F’lar estuvo equipado y en el aire, T’bor empezaba a dar las coordenadas.

Las Hebras estaban cayendo en el oeste, a orillas del desierto, donde el terreno era pantanoso y donde la frondosa hierba estaba salpicada de aromos enanos y pequeños arbustos. Para las Hebras, el terreno fangoso era ideal para amadrigarse, ya que en él encontraban organismos suficientes para alimentarse mientras proliferaban y se extendían.

Los escuadrones, en correcta formación, penetraron en el inter a una orden de T’bor. Y, en un abrir y cerrar de ojos, los dragones planearon de nuevo en un aire sofocante y empezaron a despedir llamas contra los espesos racimos de Hebras.

T’bor había señalado una entrada a baja altura, lo cual mereció la aprobación de F’lar. Pero el movimiento de los escuadrones era ascendente buscando Hebras a niveles cada vez más altos a medida qué eliminaban el peligro inmediato a niveles inferiores. La gente del Weyr y los convalecientes reforzaron el grupo de pescadores como equipo de tierra, pero F’lar pensó que necesitaban más apoyo debajo de ellos. Sólo había tres reinas combatiendo, ¿y dónde estaba Kylara?

F’lar dirigió a Mnementh en un vuelo rasante en el preciso instante en que llegaban los equipos de tierra, amontonados en los dragones de transporte, y chamuscando cualquier masa de hierba que pareciera moverse. No dejaban de gritar, preguntando dónde se encontraba el Borde de vanguardia de la Caída, y F’lar dirigió a Mnementh al este por el norte. Mnementh obedeció, pero bruscamente viró hacia el norte, con la cabeza casi rozando la vegetación. Frenó su vuelo de un modo tan repentino que casi derribó a su jinete. Planeó, observando el suelo con tanta atención que F’lar se inclinó sobre el gran cuello para averiguar lo que le atraía. Los dragones podían ajustar el foco de sus ojos lo mismo para grandes distancias que para mirar muy de cerca.

Algo se ha movido… alejándose, dijo el dragón.

Los remolinos de aire que producía al desplazarse aplastaban la hierba contra el suelo. Y entonces F’lar vio los diminutos agujeros, de bordes ennegrecidos, causados por las Hebras en las hojas de los arbustos. Forzó su mirada, tratando de distinguir algún indicio de madrigueras de tierra removida, de agostamiento de la lujuriante vegetación. Pero los arbustos, la hierba y la tierra permanecían completamente inmóviles.

—¿Qué se ha movido?

Algo brillante. Ha desaparecido.

Mnementh se posó en el suelo, con sus patas hundiéndose en el rezumante terreno. F’lar se apeó y examinó de cerca los arbustos. ¿Era posible que las Hebras hubieran hecho aquellos agujeros durante una caída anterior? No. Las hojas se hubieran desprendido mucho antes. Inspeccionó la hierba a su alrededor. Ni una señal de madrigueras. Sin embargo, habían caído Hebras —y tenía que haber sido en esta Caída—, habían perforado hojas, hierba y árboles en una amplia zona… y se habían desvanecido sin dejar rastro. ¡No, era imposible! Cuidadosamente, ya que las Hebras podían morder a través de guantes de piel de wher, F’lar excavó en torno al arbusto que le había llamado la atención. La tierra desplazada hervía de diminutas lombrices, retorciéndose entres las gruesas raíces, pero no había ni rastro de Hebras.

Intrigado, F’lar alzó la mirada en respuesta a una llamada de los planeantes cadetes.

Quieren saber si éste es el Borde de la Caída de las Hebras, informó Mnementh a su jinete.

—Tiene que estar más hacia el sur —respondió F’lar, levantando el brazo hacia los cadetes y señalándoles aquella dirección. Luego contempló de nuevo la tierra removida, las lombrices enterrándose frenéticamente huyendo de la luz del sol. Con una gruesa rama sin corteza escarbó en los hoyos practicados por las patas de Mnementh, buscando cavidades que significaran infestaciones de Hebras—. Tiene que estar más hacia el sur. No lo entiendo. —Arrancó un puñado de hojas de un arbusto y las examinó atentamente—. Si esto hubiera ocurrido hace algún tiempo, la lluvia habría lavado los bordes de los agujeros. Y las hojas dañadas habrían caído.

Empezó a avanzar hacia el sur, y ligeramente al este, tratando de averiguar dónde habían comenzado a caer exactamente las Hebras. En todas partes, el follaje revelaba que habían pasado por allí, pero F’lar no encontró ninguna madriguera.

Cuando localizó Hebras ahogadas en las salobres aguas de una charca pantanosa, tuvo que considerar aquello como el Borde de vanguardia. Pero no quedó satisfecho, y en sus investigaciones se hundió en el fango hasta el punto de que Mnementh tuvo que acudir en su ayuda.

Estaba tan absorto en las anomalías de esta Caída que no se dio cuenta del paso del tiempo. En consecuencia, quedó algo desconcertado cuando T’bor apareció encima de él, anunciando el final de la Caída. Y los dos hombres se sintieron alarmados cuando el jefe del equipo de tierra, un joven pescador de Ista llamado Toric, constató que la Caída había durado dos horas escasas desde su descubrimiento.

—Una Caída breve, lo sé, pero no hay nada encima, y Toric dice que los equipos de tierra están limpiando los escasos sectores que resultaron alcanzados —dijo T’bor, más bien complacido por la eficaz actuación de su Weyr.

Todos sus instintos le decían a F’lar que algo no marchaba como era debido. ¿Podían haber cambiado sus hábitos las Hebras tan drásticamente? F’lar no tenía ningún precedente. Siempre caían en períodos de cuatro horas… pero era evidente que el cielo estaba despejado.

—Necesito tu consejo, T’bor —dijo F’lar, y su voz sonó tan preocupada que llevó al otro a su lado instantáneamente.

F’lar recogió un poco de agua salobre en el hueco de su mano, mostrándole a T’bor los filamentos de Hebras ahogadas.

—¿Habías observado esto alguna vez?

—Sí, en efecto —respondió T’bor en tono jovial, visiblemente aliviado—. Ocurre aquí todas las veces. En estas charcas tan poco profundas las Hebras no encuentran peces para comer.

—Entonces, ¿hay algo en las aguas pantanosas que acabe con ellas?

—¿Qué quieres decir?

Sin contestar a la pregunta, F’lar arrancó unas hojas del arbusto más próximo a él y se las mostró a T’bor. Sin darle tiempo a reaccionar de su asombro, señaló el camino por el que había venido, donde los equipos de tierra avanzaban sin utilizar ni una sola vez sus lanzallamas.

—¿Quieres decir que todo está así? ¿Hasta dónde?

—Hasta el Borde de la Caída de las Hebras, una hora de camino andando rápidamente —respondió F’lar, con el ceño fruncido—. Mejor dicho, allí es donde supongo que está el Borde.

—He visto arbustos y hierbas marcadas así en esos deltas pantanosos más cerca del Weyr —admitió T’bor lentamente, con el rostro pálido a pesar del bronceado de su piel—, pero pensé que simplemente estaban chamuscadas. Hemos localizado tan pocas infestaciones… y no había madrigueras.

T’bor estaba impresionado.

Orth dice que no ha habido infestaciones, informó Mnementh quedamente, y Orth volvió fugazmente unos ojos brillantes hacia el caudillo del Weyr de Benden.

—¿Y las Hebras cayeron siempre durante tan breve espacio de tiempo? —quiso saber F’lar.

Orth dice que ésta es la primera vez, aunque la alarma ha llegado con retraso.

T’bor giró unos ojos atormentados hacia F’lar.

—No ha sido una Caída breve, entonces —dijo, casi esperando que le contradijeran.

En aquel preciso instante Canth viró para tomar tierra. F’lar reprimió una frase malsonante cuando vio el lanzallamas en la espalda de su hermanastro.

—Eso ha sido la Caída más anormal que he presenciado nunca —gritó F’nor después de saludar a los dos caballeros bronce—. No pudimos acabar con todas en el aire, pero no hay ni rastro de madrigueras. Y hay Hebras muertas en todas las charcas. Supongo que tendríamos que estar agradecidos. Pero no lo entiendo.

—No me gusta, F’lar —dijo T’bor, sacudiendo la cabeza—. No me gusta. Las Hebras no eran esperadas aquí hasta dentro de unas semanas, y no en esta zona, además.

—Al parecer, las Hebras caen cuando y donde se les antoja.

—¿Se les antoja? ¿Cómo pueden elegir las Hebras? —preguntó T’bor, con la rabia de un hombre asustado—. ¡Carecen de inteligencia!

F’lar alzó la mirada hacia los cielos tropicales, tan brillantes que la funesta Estrella Roja, baja en el horizonte, no era visible.

—Si la Estrella Roja se desvía durante Intervalos de cuatrocientas Revoluciones, ¿por qué no una variación en la manera de caer?

—¿Qué haremos, entonces? —preguntó T’bor, con una nota de desesperación en su voz—. ¡Hebras que perforan y no se amadrigan! ¡Hebras cayendo fuera de pauta y sólo por espacio de dos horas!

—Para empezar, dedica unas patrullas a un cuidadoso reconocimiento del terreno. Como tú has dicho, las Hebras carecen de inteligencia. Incluso en esas nuevas desviaciones podemos encontrar una pauta predecible —F’lar frunció los ojos al cálido sol; estaba sudando en sus ropas de combate de piel de wher, más adecuadas para niveles superiores y el frío del inter.

—Haz un vuelo de reconocimiento conmigo, F’lar —sugirió T’bor ansiosamente—. F’nor, ¿estás en condiciones de acompañarnos? Si se nos pasa por alto una sola madriguera aquí…

T’bor hizo que Orth llamara a todos los jinetes incluso los cadetes, y les dijera lo que tenían que buscar, lo que se temía.

Todos los dragoneros del Weyr Meridional respondieron a la llamada, volando a una altura mínima, en formación compacta, para reconocer minuciosamente la región pantanosa hasta el Borde de la Caída. Ningún hombre ni animal pudo informar de alguna anomalía en la vegetación o en el suelo. El terreno sobre el cual habían caído Hebras tan recientemente estaba ahora indiscutiblemente libre de Hebras.

Aquella aparente seguridad aumentó la aprensión de T’bor, aunque consideró inútil otro vuelo de reconocimiento. En consecuencia, los escuadrones regresaron al Weyr por el inter, en tanto que los convalecientes lo hacían en vuelo normal.

Cuando T’bor y F’lar se deslizaban por encima del Weyr, los tejados de las construcciones del Weyr y los negros lechos de tierra y roca de los dragones resplandecieron debajo de ellos como una pauta a través de las hojas de los fellis y aromos gigantes. En el claro principal junto al Vestíbulo del Weyr, Pridith extendió su cuello y sus alas, trompeteando su bienvenida a sus camaradas.

—Vuela otra vez en círculo, Mnementh —le dijo F’lar a su bronce. Antes de enfrentarse con Kylara, quería darle a T’bor la oportunidad de reprenderla en privado. Lamentó, una vez más, haberle sugerido a Lessa que apremiara a aquella mujer para que se convirtiera en Dama de un Weyr. En aquel momento le había parecido una solución lógica. Y lo sentía sinceramente por T’bor, aunque el hombre lograba mantener bajo control sus peores motivos de queja. Pero la ausencia de una reina de un Weyr… Bueno, ¿cómo podría haber sabido Kylara que las Hebras caerían aquí antes de lo previsto? Sin embargo, ¿dónde estaba para no haber podido oír aquella alarma? Ningún dragón dormía tan profundamente.

Volaron en círculo mientras el resto de los dragones ocupaban sus weyrs, y F’lar observó que ninguno de ellos había tenido que descender junto a la Enfermería.

—¿Luchar contra las Hebras sin ninguna baja?

Me gusta eso, observó Mnementh.

Sin saber por qué, aquel aspecto de los acontecimientos del día inquietó todavía más a F’lar. En vez de meditar en ello, consideró oportuno tomar tierra. No le gustaba la idea de enfrentarse a Kylara, pero no había tenido ocasión de contarle a T’bor lo que había estado ocurriendo en el norte.

—Ya te he dicho —estaba gritando Kylara, en tono rabioso— que encontré una nidada e Impresioné a esta reina. Cuando regresé, no había aquí nadie que supiera dónde estabais. Pridith necesita unas coordenadas, por si lo has olvidado. —Se volvió hacia F’lar ahora, con ojos chispeantes—. Mis mejores saludos, F’lar de Benden —y su voz asumió un tono acariciador que hizo que T’bor se envarase y apretase los dientes—. Ha sido muy amable por tu parte luchar con nosotros cuando el Weyr de Benden se enfrenta con tantos problemas.

F’lar ignoró el alfilerazo y contestó al saludo inclinando ligeramente la cabeza.

—Mira mi lagarto de fuego. ¿No es espléndida? —Kylara sostuvo en alto su brazo derecho, exhibiendo al soñoliento lagarto dorado, con la piel de su vientre tensada por la comida ingerida recientemente.

—Wirenth y Brekke estaban aquí. Ellas sabían dónde estábamos —dijo T’bor.

—¡Brekke! —exclamó Kylara, encogiéndose desdeñosamente de hombros—. Me dio algunas coordenadas absurdas en lo profundo de los pantanos occidentales. Las Hebras no caen…

—Hoy lo hicieron —la interrumpió T’bor, con el rostro enrojecido por la rabia.

—¿De veras?

Pridith empezó a gruñir, inquieta, y Kylara se volvió para tranquilizarla, suavizando sus duras y desafiantes facciones.

—¿Ves? Pones nerviosa a Pridith, que está a punto de volver a aparearse.

T’bor parecía peligrosamente a punto de un estallido que, en su calidad de caudillo del Weyr, no podía permitirse. La táctica de Kylara era tan obvia qué F’lar se preguntó cómo podía caer el hombre en la trampa. ¿Mejoraría la situación si T’bor era reemplazado por alguno de los caballeros bronce del Weyr? F’lar pensó, como había hecho más de una vez, en la posibilidad de lanzar a Pridith al próximo vuelo de apareamiento en libre competencia. Y, sin embargo, le debía demasiado a T’bor para transigir con el hecho de que esta… esta mujer le ofendiera en una medida semejante. Por otra parte, tal vez uno de los bronce Antiguos más vigorosos, con un jinete capaz de no dejarse engatusar por Kylara y suficientemente interesado en conservar un Caudillaje, podría mantenerla a raya con mano dura.

—T’bor, el mapa de este continente está en el Vestíbulo del Weyr, ¿no es cierto? —preguntó F’lar, distrayendo al hombre—. Me gustaría establecer mentalmente las coordenadas de esta Caída…

—¿No te gusta mi reina? —preguntó Kylara, avanzando unos pasos y alzando el lagarto de fuego hasta colocarlo debajo mismo de la nariz de F’lar.

El animalito, desequilibrado por el repentino movimiento, hundió sus afiladas garras en el brazo de Kylara, perforando la piel de wher con la misma facilidad con que las Hebras perforaban las hojas. Profiriendo un aullido, Kylara sacudió su brazo desalojando al lagarto. A media caída, el animal desapareció. El grito de dolor de Kylara se transformó en un alarido de rabia.

—¡Mira lo que has hecho, estúpido! La has perdido.

—Yo, no, Kylara —replicó F’lar con voz dura y fría—. ¡Ten mucho cuidado de no empujar a los demás hasta su límite!

—Yo también tengo límites, F’lar de Benden —gritó Kylara, mientras los dos hombres se dirigían rápidamente hacia el Vestíbulo del Weyr—. No me empujes a . ¿Me has oído? ¡No me empujes a ! —Y siguió con sus maldiciones hasta que Pridith, ahora visiblemente excitada, las ahogó con sus estridentes lamentos.

Al principio, los dos caudillos de los Weyrs se limitaron a estudiar el mapa, tratando de calcular dónde podían haber caído Hebras sin detectar en el continente Meridional. Luego, los lamentos de Pridith se alejaron, y el claro quedó vacío.

—Tropezamos con el problema de siempre, T’bor —dijo F’lar—. Este continente tendría que ser objeto de un minucioso reconocimiento. Oh, me doy cuenta —y alzó una mano, anticipándose a una refutación defensiva— de que no dispones del personal necesario, ni siquiera con la afluencia de colonos procedentes de otras latitudes. Pero las Hebras pueden cruzar montañas —apoyó un dedo sobre la cordillera meridional—, y no sabemos lo que está ocurriendo en esas zonas no incluidas en el mapa. Suponemos que las Hebras sólo caen en este sector de litoral. Pero una vez establecida, una sola madriguera podría abrirse paso a través de cualquier masa de tierra y… —F’lar hizo un gesto significativo con las dos manos—. Daría cualquier cosa por saber cómo pudieron caer Hebras sin ser advertidas en esos marjales durante dos horas, sin dejar rastro de madriguera…

T’bor gruñó su asentimiento, pero F’lar intuyó que no estaba pensando en este problema.

—Tienes más preocupaciones de las que mereces con esa mujer, T’bor. ¿Por qué no declaras de libre competencia el próximo vuelo de apareamiento?

—¡No! —Y Orth hizo eco con un rugido a aquella vehemente negativa.

F’lar miró a T’bor con asombro.

—No, F’lar. Yo controlo a Kylara. Y me controlo a mí mismo también. Y mientras Orth puede cubrir a Pridith, Kylara será mía.

F’lar apartó rápidamente la mirada del tormento que se reflejaba en el rostro de T’bor.

—Y será mejor que sepas esto también —continuó T’bor en voz baja—. Kylara encontró una nidada completa. La llevó a un Fuerte. Pridith se lo dijo a Orth.

—¿A qué Fuerte?

T’bor agitó la cabeza con desaliento.

—A Pridith no le gusta, de modo que no lo nombra. Tampoco le gusta transportar lagartos de fuego fuera de los weyrs.

F’lar apartó el mechón de cabellos que caía sobre sus ojos en un gesto de irritación. La cosa se complicaba. ¿Un dragón disgustado con su jinete? La única restricción con la que todos habían contado era el lazo que unía a Kylara con Pridith. La mujer no podía ser tan estúpida, tan irreflexiva, tan desconsiderada como para romper aquel lazo en su egocéntrico egoísmo.

Pridith no me escuchará, dijo Mnementh súbitamente. Ni escuchará a Orth. Se siente desgraciada. Eso no es bueno.

Hebras cayendo inesperadamente, lagartos de fuego en manos del Señor de un Fuerte, un dragón disgustado con su jinete y otro anticipándose a las preguntas del suyo… ¡Y F’lar había creído tener problemas hacía siete Revoluciones!

—No puedo arreglar todo esto ahora mismo, T’bor. Por favor, pon centinelas y comunícame inmediatamente cualquier noticia de cualquier tipo. Si descubrierais otra nidada te agradecería mucho que me cedieras algunos de los huevos. Comunícame, también, si esa pequeña reina vuelve con Kylara. Admito que el animal tenía motivos, pero si huyen al inter con tanta facilidad, no creo que resulten útiles para nosotros, excepto como animales de compañía.

F’lar montó en Mnementh y saludó al caudillo del Weyr Meridional, sin que esta visita hubiese servido para tranquilizarle. Y había perdido la ventaja de sorprender a los Señores de los Fuertes con los lagartos de fuego. De hecho, el inoportuno regalo de Kylara causaría sin duda más problemas. ¿Una Dama del Weyr entrometiéndose en un Fuerte que no pertenecía a la jurisdicción de su propio Weyr? Casi deseó que los lagartos de fuego sólo sirvieran como animales de compañía, y que el acto de Kylara no trajera consecuencias. De todas maneras, había que contar con el efecto psicológico de aquel dragón en miniatura. Impresionable por cualquiera. Podía haber sido una baza muy valiosa para mejorar las relaciones Weyr-Fuerte.

A medida que Mnementh trepaba más arriba, a los niveles más fríos, la preocupación de F’lar por aquella Caída de Hebras iba en aumento. Habían caído. Habían perforado hojas y hierba, se habían ahogado en el agua, y sin embargo no habían dejado ningún rastro en aquel suelo tan feraz. Los gusanos de arena de Igen devorarían a las Hebras, casi tan eficazmente como el agenothree. Pero las lombrices que bullían en el negro barro del pantano no se parecían ni remotamente a los segmentados y envainados gusanos.

Incapaz de abandonar el continente Meridional sin un reconocimiento final, F’lar ordenó a Mnementh que se dirigiera al sector pantanoso occidental. El bronce le transportó obedientemente al lugar en el que sus patas se habían hundido en el suelo. F’lar se deslizó de su hombro, abriendo la túnica de piel de wher que el húmedo y pegajoso aire del marjal, recalentado por el sol, apretaba contra él como una mojada epidermis. A su alrededor resonaba un coro de leves sonidos, chapoteos y burbujeos, que no había percibido anteriormente. De hecho, el marjal había permanecido extrañamente silencioso, como asustado por la amenaza de las Hebras.

Cuando le dio la vuelta al montón de hierba junto a las raíces del arbusto, la tierra estaba deshabitada, las grises raíces levemente húmedas. Removiendo en otro sector, encontró un pequeño grupo de larvas, pero no con la profusión anterior. Sostuvo la bola de barro en su mano, observando cómo las lombrices se retorcían tratando de huir de la luz y del aire. Fue entonces cuando vio que el follaje de aquel arbusto no estaba ya dañado por las Hebras. El chamuscado había desaparecido, y una fina película se estaba formando sobre el agujero, como si el arbusto se estuviera remendando a sí mismo.

Algo se retorció contra la palma de su mano, y F’lar dejó caer apresuradamente la bola de barro, frotando su mano contra su pierna.

Arrancó una hoja, con la señal de las Hebras cicatrizando en el verde follaje.

¿Era posible que las lombrices del continente Meridional fueran el equivalente de los gusanos de arena?

De pronto echó a correr hacia Mnementh, montó de un salto, y agarró las riendas.

—Mnementh, llévame al comienzo de esta Caída. Tienes que retroceder seis horas. El sol estaría en el cenit.

Mnementh no protestó, pero el caballero bronce captó sus pensamientos: F’lar estaba cansado, F’lar debería regresar a Benden y reposar, hablar con Lessa. Viajar por el intertiempo era duro para un jinete.

El frío del inter les envolvió, y F’lar cerró apresuradamente la túnica que había abierto, pero no antes de que el aire helado pareciera morder su esternón. Se estremeció, con algo más que un escalofrío físico, cuando surgieron de nuevo sobre el marjal humeante de vapor. El ardiente sol tardó unos cuantos minutos en contrarrestar los efectos del implacable frío. Mnementh se deslizó ligeramente hacia el norte y se detuvo, planeando, encarado al sur.

No tuvieron que esperar mucho. Muy en lo alto, la sombra grisácea que presagiaba la Caída de las Hebras oscureció el cielo. A pesar de la frecuencia con que había contemplado el espectáculo, F’lar no podía librarse nunca de un sentimiento de temor. Y resultaba todavía más duro presenciar cómo aquella lejana sombra gris empezaba a descomponerse en láminas y racimos de Hebras plateadas. Presenciarlo y permitir que cayeran sin oposición sobre el marjal, debajo. Contemplar cómo perforaban hojas y vegetación, siseando al penetrar en el barro. Incluso Mnementh manifestó su inquietud, con las alas temblorosas mientras luchaba contra su impulso de zambullirse, eructando fuego, hacia la antigua amenaza. Pero también él contempló cómo el Borde de vanguardia avanzaba hacia el sur, a través del marjal, como una lluvia gris de destrucción.

Sin necesidad de una orden, Mnementh se posó a la orilla misma del Borde. Y F’lar, luchando contra una repugnancia tan intensa que estaba convencido de que le haría vomitar, arrancó un puñado de hierba humeante a causa de la penetración de las Hebras. Las lombrices, febrilmente activas, se agitaban pegadas a las raíces. Mientras F’lar sostenía la hierba en alto, unas hinchadas lombrices cayeron al suelo y se enterraron frenéticamente en el barro. Dejó caer aquel puñado de hierba y arrancó el arbusto más próximo, dejando al descubierto las grises y retorcidas raíces. También allí hormigueaban las lombrices, que se enterraron apresuradamente, huyendo de la repentina exposición al aire y a la luz. Las hojas del arbusto humeaban todavía a causa de las perforaciones de las Hebras.

Sin saber exactamente por qué, F’lar se arrodilló, arrancó otro puñado de hierba, y lo sacudió de modo que parte de las lombrices cayeran dentro de los dedos de uno de sus guantes de montar. Lo cerró fuertemente por la parte superior y lo aseguró debajo de su cinturón.

Montando de nuevo, le dio a Mnementh las coordenadas del Artesanado del Maestro Ganadero en Keroon, donde las colinas que se erguían eventualmente hasta las impresionantes alturas de Benden quedaban interrumpidas por las amplias llanuras del Fuerte de Keroon.

El Maestro Ganadero Sograny, un hombre alto, calvo, enjuto, tan chupado de carnes que sus huesos parecían sostenerse en posición correcta gracias a su jubón galoneado, sus ajustados pantalones de piel y sus pesadas botas, no se mostró demasiado complacido ante la inesperada visita del caudillo del Weyr de Benden.

F’lar había sido acogido con ceremoniosa cortesía, mezclada con cierta confusión, por los artesanos. Sograny, al parecer, estaba supervisando el resultado de un nuevo cruce de reses: el tipo de las llanuras, muy rápido, con el más robusto de las zonas montañosas. Un mensajero acompañó a F’lar al gran establo. Teniendo en cuenta la importancia del acontecimiento, F’lar pensó que era raro que nadie hubiera abandonado sus tareas. Pasó por delante de cabañas de piedra inmaculadamente limpia, de huertos muy bien cuidados, de cobertizos y establos que le hicieron pensar, involuntariamente, en el caos que imperaba en el artesanado del Herrero… aunque inmediatamente recordó las maravillas que aquel hombre realizaba.

—¿Tienes un problema para el Maestro Ganadero, caudillo del Weyr? —preguntó Sograny, tras haber saludado a F’lar con una breve inclinación y sin apartar los ojos del animal que estaba dando a luz en uno de los compartimientos del establo—. ¿Qué es lo que ha pasado?

La actitud del hombre era tan defensiva que F’lar se preguntó qué podía haber estado haciendo D’ram, del Weyr de Ista, para irritarle hasta tal extremo.

—El Maestro Herrero Fandarel sugirió que tú podrías aconsejarme, Maestro Ganadero —respondió F’lar, con una seriedad no exenta de cortesía.

—¿El Maestro Herrero? —Sograny miró a F’lar con ojos suspicaces—. ¿Por qué?

¿Qué podía haber hecho Fandarel para merecer tan mala opinión del Maestro Ganadero?

—Dos anomalías han llegado a mi conocimiento, Maestro Ganadero. La primera, una nidada de huevos de lagarto de fuego eclosionados cerca de uno de mis caballeros, el cual pudo Impresionar a la reina…

A los ojos de Sograny asomó una expresión de asombrada incredulidad.

—¡Ningún hombre puede capturar a un lagarto de fuego!

—De acuerdo, pero él pudo Impresionar a uno. Esto es evidente. Y creemos que los lagartos de fuego están emparentados directamente con los dragones.

—¡Eso no puede ser demostrado! —Sograny se irguió, dirigiendo una significativa mirada a sus ayudantes, los cuales recordaron súbitamente que habían descuidado tareas lejos de F’lar y del Maestro Ganadero.

—Por inferencia, sí. Debido a que las características similares son obvias. Siete lagartos de fuego fueron Impresionados en las arenas de una playa del continente Meridional. Uno de ellos por mi lugarteniente, F’nor, jinete de Canth…

—¿F’nor? ¿El hombre que se enfrentó con aquellos dos dragoneros ladrones en el taller del Herrero?

F’lar tragó su bilis y asintió. Aquel lamentable incidente había producido una inesperada cosecha de beneficios.

—Los lagartos de fuego presentan rasgos indiscutiblemente dragoniles. Por desgracia, no tengo aún ninguna prueba fehaciente.

Sograny se limitó a gruñir, pero se mostró súbitamente receptivo.

—Confiaba en que tú, como Maestro Ganadero, podrías saber algo acerca de los lagartos de fuego. En Igen abundan, desde luego…

Sograny le interrumpió, agitando la mano con un gesto impaciente.

—No puedo perder el tiempo con unos bichejos que no sirven para nada. Ninguno de mis artesanos…

—Existen indicios de que podrían sernos muy útiles. Después de todo, los dragones proceden de los lagartos de fuego.

—¡Imposible! —Sograny sostuvo con firmeza la mirada de F’lar, empeñado en negar aquella improbabilidad.

—Bueno, es evidente que no proceden de los whers guardianes —insistió F’lar.

—El hombre puede modificar el tamaño, pero sólo hasta cierto punto. Desde luego, puede conseguir que un animal grande dé origen a un animal mayor, mejorando la raza —y Sograny señaló la vaca en trance de parir—. Pero, ¿producir un dragón partiendo de un lagarto de fuego? ¡Absolutamente imposible!

F’lar no perdió más tiempo con aquel tema, sino que sacó el guante de debajo de su cinturón y vació las lombrices en la enguantada palma de la otra mano.

—Mira eso. ¿Habías visto anteriormente…?

La reacción de Sograny fue inmediata. Con un grito de terror, agarró la mano de F’lar, haciendo caer las lombrices sobre la piedra del establo. Aullando a sus ayudantes que trajeran agenothree, pisoteó las serpenteantes lombrices como si fueran la esencia del mal.

—¿Cómo has podido, tú, un dragonero, traer esta porquería a mi artesanado?

—¡Maestro Ganadero, procura controlarte! —gritó F’lar, agarrando al hombre y sacudiéndole—. Esas lombrices devoran a las Hebras. Igual que los gusanos de arena. ¡Igual que los gusanos de arena!

Sograny estaba temblando bajo las manos de F’lar, mirándole fijamente. Sacudió su calva cabeza, y la expresión de sus ojos se hizo más normal.

—¡Sólo el fuego puede devorar a las Hebras, dragonero!

—¡Te he dicho que esas lombrices devoran a las Hebras! —replicó F’lar fríamente.

Sograny miró a F’lar con evidente animosidad.

—Son una abominación. Me estás haciendo perder el tiempo con esas tonterías.

—Lo siento. Y te ruego que me disculpes —dijo F’lar, inclinando ligeramente la cabeza. Sograny se encogió de hombros y volvió a ocuparse de su vaca parturienta, como si F’lar no le hubiera interrumpido.

F’lar se dirigió hacia la puerta, poniéndose los guantes; su dedo índice entró en contacto con el húmedo y viscoso cuerpo de una lombriz.

—Consultar al Maestro Ganadero, ¿eh? —murmuró entre dientes, indicándole con un gesto al guía que no necesitaba sus servicios al salir del establo. El mugido de una res le siguió hasta el exterior—. Sí, Sograny trata con animales, pero no con ideas. Las ideas podrían ser una pérdida de tiempo, algo inútil.

Mientras Mnementh remontaba el vuelo, F’lar se preguntó cuantos problemas le estaría planteando a D’ram aquel viejo imbécil.