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El rollo de cinta grabadora, sacada del club Double Seven había estado en el estante encima del banco de pruebas durante seis días.
Wizard [3] Wong había mirado varias veces la cinta, no decidido del todo a borrar lo que había en ella, pero inquieto acerca de la posibilidad de pasar la información. Hoy en día grabar cualquier conversación telefónica era arriesgado. Y todavía más arriesgado era enterar a otra persona de lo que estaba grabado.
Con todo, Marino, como Wizard sabía muy bien, se había alegrado muchísimo de oír parte de lo grabado y pagaría bien por el privilegio. Fuera lo que fuera Tony «Oso» Marino, era generoso para pagar los buenos servicios, y por ello Wizard trabajaba para él periódicamente.
Sabía que Marino era un fullero profesional. Pero él, Wong, no lo era.
Wizard (su verdadero nombre era Wayne, aunque nadie le llamaba así) era un joven e inteligente chino-norteamericano, de segunda generación. También era experto en audio-electrónica, y se especializaba en detectar la vigilancia electrónica. Esto le dio reputación.
Para una larga lista de clientes, Wong proporcionaba la garantía de que en las oficinas y las casas no hubiera un micrófono oculto, de que los teléfonos no estuvieran controlados, de que la intimidad no fuera violada por una electrónica subrepticia. Con sorprendente frecuencia descubría aparatos para escuchar y, cuando esto sucedía, sus clientes quedaban impresionados y agradecidos. Pese a las seguridades oficiales de lo contrario —incluso recientemente algunas afirmaciones presidenciales— los micrófonos y los alambres grabadores en los Estados Unidos continuaban floreciendo y estaban muy extendidos.
Los jefes de las compañías industriales contrataban los servicios de Wong. Lo mismo hacían los banqueros, los editores de periódicos, los candidatos presidenciales, algunos abogados de nombre, una o dos embajadas extranjeras, un grupo de senadores de Estados Unidos, tres gobernadores estatales y un juez del Tribunal Supremo. Después estaban los otros ejecutivos… el Don de una «maffia» familiar, sus consigliori y otros engranajes en un nivel levemente menor, entre los que figuraba Tony Marino.
Ante sus clientes criminales Wizard Wong había dejado en claro una cosa: no quería participar en sus actividades ilícitas, se ganaba muy bien la vida dentro de la ley. Pero tampoco veía motivo para negar sus servicios, ya que el poner micrófonos ocultos era siempre ilegal, e incluso los criminales tenían derecho a protegerse por medio de la ley. Esta regla básica era aceptada y funcionaba bien.
De todos modos sus clientes en el crimen organizado indicaban a Wizard, de vez en cuando, que cualquier información valiosa que consiguieran como resultado de su trabajo, sería apreciada y recompensada. Y, ocasionalmente, había trasmitido levísimos datos a cambio de dinero, cediendo a la más antigua y simple de todas las tentaciones: la codicia.
Ahora también se sentía tentado.
Hacía más de una semana, Wizard Wong había hecho un examen de rutina en los dominios y teléfonos de Marino. Entre estos figuraba el club Double Seven, donde Marino tenía intereses financieros. Mientras registraba, y tras comprobar que todo estaba limpio, Wizard se divirtió poniendo un grabador en uno de los teléfonos del club, cosa que solía hacer, diciéndose que se lo debía a sí mismo y a sus clientes para mantener al día su experiencia técnica. Con este propósito había elegido un teléfono público en la planta baja del club. Durante cuarenta y ocho horas, Wizard había dejado una grabadora aplicada al circuito del teléfono, y la grabadora estaba oculta en el sótano del Double Seven. Era de tipo automático y se encendía cada vez que se usaba el teléfono.
Aunque era una acción ilegal, Wizard pensó que no importaba, ya que nadie, fuera de él, iba a escuchar lo grabado. Sin embargo, cuando lo escuchó, hubo una conversación, en especial, que le intrigó.
Ahora, el sábado por la tarde, y solo en su laboratorio de sonido, sacó la cinta del estante sobre el banco de pruebas, la puso en la máquina y escuchó nuevamente aquella conversación.
Se ponía una moneda, se marcaba un número. El sonido del disco estaba grabado. Una llamada. Solo una llamada.
UNA VOZ DE MUJER (suave, con un leve acento): Hola.
UNA VOZ DE HOMBRE (en un murmullo): Ya sabes quién habla. No uses nombres.
LA VOZ DE MUJER: Sí.
LA VOZ DE HOMBRE (siempre en un murmullo): Di a nuestro mutuo amigo que he descubierto algo importante. Muy importante. Se refiere a lo que él quería saber. No puedo decir más, pero iré a verte mañana por la noche.
LA VOZ DE MUJER: Bien.
Un clic. El que llamaba, en el Double Seven, acababa de cortar.
Wizard Wong no sabía con certeza por qué suponía que Tony «Oso» Marino podía estar interesado. Simplemente era un presentimiento, y sus presentimientos solían darle buenos resultados. Decidió, consultó una libreta de direcciones, fue al teléfono y marcó un número.
Tony el «Oso», según le dijeron, no podía verle hasta el lunes, al caer la tarde. Wizard concertó una cita para entonces y, tras comprometerse, se dedicó a extraer más información de la grabación. Volvió a enroscar la cinta y, con cuidado, la oyó varias veces.
—¡Ayudante de Judas! —las pesadas y sombrías facciones de Tony «Oso» Marino se contorsionaron en una mueca salvaje. Su incongruente voz de falsete era más alta que de costumbre—. ¡Tenía usted esa grabación de mierda y se ha quedado toda la semana calentándose el culo en lugar de venir aquí!
Wizard Wong dijo, a la defensiva:
—Soy un técnico, míster Marino. En general las cosas que oigo nada tienen que ver con mi trabajo. Pero, después de pensarlo, se me ocurrió que este caso era distinto —en cierto sentido estaba aliviado. Por lo menos no había habido una reacción de enojo por haber puesto un grabador en un teléfono del Double Seven.
—¡La próxima vez —amenazó Marino— piense con rapidez!
Hoy era lunes. Estaban en la terminal de camiones donde Marino tenía sus oficinas y, sobre el escritorio ante ellos, había una grabadora portátil que Wong había apagado. Antes de venir aquí había vuelto a grabar la parte significativa de la conversación, y la había pasado a una cassette, borrando después el resto.
Tony «Oso» Marino, en mangas de camisa en la sofocante y caliente oficina, parecía físicamente formidable, como de costumbre. Tenía los hombros de un luchador; sus muñecas y sus bíceps eran gruesos. Desbordaba la silla en la que estaba sentado, aunque no era gordo, pero sí de sólidos músculos. Wizard Wong procuró no sentirse intimidado, ni por el tamaño de Marino ni por su reputación de rudeza. Pero, ya fuera por lo caliente del cuarto o por otros motivos, Wong empezó a sudar.
Protestó.
—No he perdido tiempo, míster Marino. He descubierto otras cosas que supongo le interesará saber.
—¿Por ejemplo…?
—Puedo decirle a qué número se hizo la llamada. ¿Sabe? Usando un reloj marcador para contar la longitud de cada número que se marca, tal como está grabado y comparando…
—Basta de palabrerías. Deme el número.
—Aquí está —una hoja de papel se deslizó sobre el escritorio.
—¿Usted lo rastreó? ¿De quién es ese número?
—Tengo que recordarle que rastrear un número de esa manera no es fácil. Especialmente porque este no figura en guía. Por suerte tengo algunos contactos en la compañía telefónica…
Tony el «Oso» estalló. Golpeó con la palma el escritorio y el impacto fue como un disparo de revólver.
—¡Conmigo no se juega, hijo de puta! ¡Si tiene información, démela!
—Lo que quiero decirle —persistió Wizard sudando todavía más— es que la cosa es costosa. Tengo que pagar a mi contacto de la compañía telefónica.
—¡Pagará mucho menos de lo que va a sacarme! ¡Adelante!
Wizard se relajó un poco, sabiendo que había puesto el punto en claro y que Tony el «Oso» iba a pagar el precio que pidiera, ya que ambos sabían que la cosa podía presentarse otra vez.
—El teléfono pertenece a mistress J. Núñez. Vive en el Forum East. Aquí está anotado el edificio y el número del apartamento. —Wong tendió otra hoja de papel. Marino la tomó, miró la dirección y la dejó.
—Hay otra cosa que puede interesarle. Los informes dicen que el teléfono fue instalado hace un mes, a toda prisa. Normalmente hay que esperar mucho para conseguir un teléfono en el Forum East, y este no estaba en la lista de solicitudes; de pronto, bruscamente, pasó antes que todos los demás.
La creciente mueca de Marino se debía, en parte, a la impaciencia y, en parte, a la furia por lo que oía. Wizard Wong siguió, rápido:
—Sucede que se usó cierta presión. Mi contacto me dice que hay un informe en los archivos de la compañía de teléfonos que muestra que la presión provino de un tipo llamado Nolan Wainwright, jefe de Seguridad de un banco… el First Mercantile American. Dijo que el teléfono se necesitaba urgentemente para asuntos del banco. La cuenta también la paga el banco.
Por primera vez desde la llegada del técnico de sonido, Tony el «Oso» se quedó atónito. Por un momento la sorpresa asomó en su cara, después desapareció y fue reemplazada por una expresión vacía. Bajo aquella expresión su mente trabajaba, relacionando lo que acababan de decirle con hechos que ya conocía. El nombre Wainwright era la conexión. Marino estaba enterado de la tentativa, seis meses atrás, de plantar entre su gente un espía, una basura de nombre Vic, quien, después de reventarle los testículos, dijo el nombre «Wainwright». Marino conocía por su reputación al detective del banco. En la primera serie de acontecimientos Tony el «Oso» había estado bastante metido.
¿Había ahora otro espía? En tal caso, Tony el «Oso» sabía bastante bien qué era lo que ese espía buscaba, y había también otros negocios en el Double Seven que no deseaba ver expuestos a la luz. Tony el «Oso» no perdió tiempo meditando. No se podía reconocer la voz del que había llamado porque la voz era solo un murmullo. Pero la otra voz, la de la mujer, había sido rastreada de modo que, cualquier cosa que se necesitara saber, podrían obtenerla por ella. No le pasó por la cabeza la idea de que la mujer no colaborara; si era tonta, había maneras de hacerla hablar.
Marino pagó rápidamente a Wong y se puso a pensar. Por un rato con su cautela habitual, no se apresuró a tomar una decisión, y dejó que sus pensamientos vagaran durante varias horas. Pero había perdido tiempo, nada menos que una semana.
Esa noche, tarde ya, convocó a dos matones forzudos. Les dio una dirección en el Forum East y una orden:
—Traigan a la Núñez.