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Te espero Destino de Verónica García Montiel
– Necesito marcharme esta tarde –. Miré a Jota, éste sostenía el periódico en sus manos. Sin quitar la vista de él, contestó:
–¿Adónde?– pasó de página y se cruzó de piernas.
– A casa de mi madre. Le prometí que estaría allí para Navidad–. Jota cerró el periódico y por primera vez me miró a los ojos. Alzó una ceja.
– ¿Crees que voy a dejar que te marches del país? ¿Me ves cara de estúpido?
– Volveré después de Navidad, te lo prometo.
– ¿De la misma forma que prometiste devolverme el dinero al final del año pasado?
– Jota, por favor, necesito ver a mi madre y a mi hermana, hace dos años que no las veo.
– Tor, no te moverás de aquí hasta que me devuelvas el maldito dinero–. Gruñó con los dientes apretados.
– Mi madre y mi hermana están esperándome. No tengo pensado fugarme ni huir, no lo he hecho hasta ahora.– Recé en silencio para que aquel hombre tuviera un poco de piedad y la mostrara conmigo. Entrecerró los ojos, apoyó un codo en la mesa y se inclinó hacia delante.
– ¿Cómo se llama tu hermana?– Por inercia apreté la mandíbula.
– Abby–. Contesté.
– ¿Tienes alguna foto de ella por aquí?
–No –. Gruñí. Abby era mi hermana pequeña e intocable. Se levantó de su asiento y con dos zancadas se puso justo enfrente de mi nariz. Era más alto que yo, así que se agachó para que nuestros ojos quedaran a la misma altura.
– No te lo voy a repetir una vez más. ¿Tienes una foto de tu hermana Abby aquí? Apreté los dientes para contener la ira. Metí la mano en mi bolsillo trasero, saqué la cartera y la abrí. Saqué la foto de graduación de mi hermana y la tiré sobre la mesa. Jota echó una media sonrisa y reculó un par de pasos, después, se dirigió hacia la mesa y cogió la foto para estudiarla con atención. Sonrió con malicia. Podía notar como la devoraba con sus dos ojos azules.
– Todo sea por la familia... – rompió el silencio. – Pasaremos la Navidad en casa de tu madre.
– Por favor, deja a mi familia en paz. Te lo suplico. Jota me empotró contra la pared colocando el antebrazo sobre mi cuello y con la mano libre agarró mis pelotas.
– No me digas lo que tengo que hacer–. Y apretó tan fuerte su mano que creí que me haría papilla los huevos. Negué dolorido, con la cabeza.
***
Se me hacía tan difícil volver... Volver a mi pueblo natal siempre había sido un engorro. Aunque en esta ocasión, más que un engorro era un tremendo dolor. Justo enfrente del hogar en el que crecí, sentada dentro de mi escarabajo, observaba el jardín que me vio crecer. Aquella hermosa casa hogareña, que tanto aprecié y amé, no había cambiado en nada desde la última vez que la visité, hace ahora un par de años. La mecedora seguía intacta bajo el porche, las mismas cortinas, los grandes macetones de flores coloridas... A mi madre le gustaban mucho las plantas, era capaz de mantener una flor de temporada en su pleno resplandor, aun estando a cinco grados de temperatura y en Navidad. Tenía las mismas ganas de picar a la puerta y abrazar a mi madre, como arrancar el coche y marcharme. Inspiré hondo, cerré los ojos y subí el volumen de la música. Bryan Adams no es que me ayudara mucho con su canción I Do It For You. Pero sí, como bien decía el título de la canción, lo haría por él, porque sé lo feliz que se sentiría al saber que, a pesar de su ausencia, podíamos seguir siendo una familia unida. Sequé las lágrimas que brotaron de mis ojos y volví a sentir esa punzada de dolor en el pecho. Aquel dolor que parecía no disminuir nunca. Me abroché hasta el último botón de la chaqueta y abrí la puerta del coche, dejándome llevar, únicamente, por el deseo de abrazar a mi queridísima madre, Rubí Slong. En la calle hacía un frío de mil demonios, latigazos de hielo destrozaban mi nariz y orejas, así que las resguardé bajo la bufanda y salí. Saqué la mano de mi bolsillo y presioné el timbre.
– Ab... Abby. – Su dulce rostro y ojos brillantes me recibían con los brazos abiertos, ante mí la mujer perfecta, aquella que merecía toda mi admiración. Quizás no mereciera tal recibimiento, tras la muerte de mi padre había evitado por todos los medios regresar a casa. Era demasiado doloroso volver y no encontrarle sentado en su sillón, sentía una herida abierta, un enorme vacío tras su marcha. Todavía no sabía si sería capaz de pasar la Navidad en el mismo hogar donde hace dos años lo celebramos junto a él.
–Hola, mamá. – Me quebró la voz. Carraspeé discretamente. –Se te ve genial. – Dije con una débil sonrisa. Mi madre no dudó en abrazarme con aquellos brazos llenos de ternura y amor, y me derrumbé llorando en su hombro.
– Mi pequeña y dulce Abby... No llores cariño.
– Siento mucho no haber vuelto antes... – Me sinceré repleta de culpabilidad.
– Shh...Lo sé... Hay que dejar sanar el dolor. – Me tranquilizó acariciándome el pelo. Sujetó mi semblante entre sus manos para que alzara mi mirada y secó con sus pulgares cada lágrima que derramé. – Estás guapísima. Entra cariño, aquí fuera hace mucho frío – Dijo y besó mi frente con un amor incondicional.
Tras pasar el umbral, me armé de valor para afrontar lo que tanto había esquivado hasta ese momento. Era hora de hacer frente a ese dolor. Aferrada a la mano de mi madre, me dejé guiar por ella. Al llegar al comedor busqué con la mirada el asiento de mi padre, pero no lo encontré. La sala de estar no parecía la misma. Todo había sido sustituido. ¿Por qué? ¿Por qué no estaba el asiento de mi padre y la mesita donde apoyaba sus pies mientras veía los partidos de fútbol? Había otros muebles y las paredes estaban pintadas en otro color. Fruncí el ceño.
– Porque así es más sencillo. – Rompió el silencio mi madre, que parecía haber escuchado mi mente.
– Esperaba...
– Sí, lo sé. – me cortó. – Esperabas encontrar el comedor de siempre. Decidí hacer un cambio, era demasiado doloroso.
– Está bien... – Dije asintiendo, dándole mi aprobación. – Me gusta.
– Me alegra saberlo.
A pesar del cambio radical del salón y del tiempo transcurrido tras su marcha, el aroma de papá permanecía levemente en el ambiente. Si cerraba los ojos e inspiraba profundamente, podía ver su rostro a la perfección, siempre sonriente.
– Dime hija, ¿cómo te va en la ciudad? – Mi madre me invitó a sentarme en el sofá. Me senté justo a su lado y paseando la vista por la sala en busca de algún recuerdo, contesté:
– De maravilla, mamá. Todo perfecto y cada día más contenta.
Era mentira, pero... ¿cómo podía explicarle a mi madre que las cosas allí no son nada fáciles? Lo cierto es que me fui muy ilusionada. Creí que mi futuro podría ser mejor y que la ciudad me brindaría un buen trabajo. Pero no, en la ciudad las cosas son muy complicadas. Es cierto que tienes más facilidad de encontrar trabajo, pero los alquileres son muy caros y consumes un setenta por ciento de tu salario. Con el treinta por ciento restante, debes sobrevivir los treinta días del mes. Trabajaba de camarera en un restaurante de comida rápida diez horas diarias, solo un día de fiesta a la semana y un contrato de cuarenta horas mensuales, cobrando una miseria. Es decir... una estafa consentida. Cuatro años atrás, pensé que era la mejor opción... Cuando llegué a la ciudad me sentí como un pájaro en libertad, lejos de las bocas chismosas que criticaban cada pequeño movimiento que hiciera. Aunque dejar a la familia había sido la parte más difícil… Tenerlos tan lejos y no poder visitarlos cuando me apetecía era muy doloroso. Ahora ya me había hecho demasiado independiente, me había acostumbrado a mi vida en soledad. Uno de mis mayores placeres en el que consistía mi vida, era llegar a casa después de un día agotador y liarme en mi manta preferida, leyendo una buena novela calentita en el sofá. Posiblemente si mi madre supiese la realidad se asustaría. Yo nunca fui así.
– Y Tor... ¿Cómo le van las cosas? – Le pregunté a mi madre para evitar seguir hablando de mi farsa en la ciudad.
– Muy bien – contestó sonriente. – La última vez que me llamó me comentó que todo le iba de fábula y que su empresa iba viento en popa.
Mi hermano Tor era dos años mayor, mucho más decidido y, probablemente, más inteligente que yo. Por eso a él siempre le iban mejor las cosas.
–Debe estar a punto de llegar. – Comentó mi madre mientras echaba un vistazo al reloj que adornaba la chimenea.
***
Abrí el cercado de madera que rodeaba el jardín de mamá. La casa no parecía haber cambiado, incluso mi bicicleta oxidada seguía estando en el mismo lugar donde la dejé por última vez. Todo seguía igual, pero ya nada era lo mismo. Papá, una parte fundamental de la casa, se había ido.
– Nunca pensé que venías de una familia tan humilde... – Escuché a Jota justo detrás de mí. Me giré para quedar cara a cara con él y, furioso, espeté:
– ¡Vete a la mierda!– Jota agarró mi corbata en un puño y estiró. Chasqueó la lengua un par de veces y negó con la cabeza.
– Te estoy dando la oportunidad de cerrar nuestra deuda solo con prestarme a tu hermana un día y una noche, y tú me lo agradeces así. No estás siendo agradecido, Tor...
– Mi hermana jamás se iría con un desconocido. – Dije con grabes problemas para articular y respirar.
– Claro... – sonrió maliciosamente. – Para eso estás tú, para convencerla. Aunque yo optaría por contarle la verdad y que sepa que su hermano está de mierda hasta las trancas y que gracias a ella, puede que sea libre. Piénsalo. – Guiñó un ojo. Cuando ya creí que me desplomaría por falta de oxígeno, Jota soltó mi corbata y la alisó. A continuación me dio una palmada en el hombro y me animó: – Vamos, tengo ganas de conocer a tu familia.– Apreté la mandíbula y reanudé el paso.
***
El timbre sonó justo después de las palabras de mi madre. Se levantó de inmediato, yo preferí esperar sentada. Estar en casa me abrumaba. Escuché en la lejanía como mi madre daba la bienvenida y después la sonrisa alegre de mi hermano. En ese momento algo o alguien me desconcertó, un timbre de voz que desconocía resonó en la lejanía. Era una voz masculina aterciopelada y seductora. Escuché como los pasos se acercaban al salón y decidí ponerme de pie.
–¡Abby! – Casi apenas pude verle el rostro cuando me abrazó por el cuello. – Qué bien te veo, Abby... – Dijo retrocediendo un paso para observarme más detenidamente. Es una pena que no me haya dejado ni un segundo para poder observarlo yo también. Pero sí, seguía siendo el mismo... Aunque estaba diferente... No sabría decir el qué, pero algo en él era distinto. Mis ojos curiosos fueron en busca de aquella voz tan llamativa y di con lo que andaba buscando. Realmente era mucho más de lo que esperaba... Unos ojos azules grandes con una hermosa forma, y con un tono tan claro como el agua del Caribe, brillaban... ¿Gélidos? Se me entrecortó el aliento y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su rostro era perfecto, lucía una piel fina extremadamente blanca, casi diría albina, el color negro azabache de su pelo hacía un fuerte contraste. Tenía los labios rosados rozando el rojizo, carnosos y bien perfilados... Realmente era bellísimo. Pero frío... Algo en mi interior me decía que era frío. Quizás era su mirada, algo desafiante y afilada. Por un momento me vi incapaz de apartar la mirada de aquel hombre tan misterioso, no pude evitar mirarlo con el mismo desafío que destilaban sus ojos.
–Abby... – Tor rompió el silencio y me cogió la mano haciéndose a un lado. – Éste es… Es... Jota... – ¿Por qué dudó? La forma de vacilar de mi hermano a la hora de presentármelo me desequilibró un tanto. Hice un esfuerzo y sonreí.
– Voy a ir a buscar unas galletitas que he encargado en la pastelería. – Nos comunicó mi madre colocándose su chaqueta de lana que conjuntó con un gorro negro.
Una vez mi madre se fue, la sala pareció disminuir, y la presencia del chico acaparaba mi espacio vital. Una sensación extraña que jamás había sentido. Él seguía estando en la otra punta de la sala, apoyado en el marco de la puerta, con las manos metidas en los bolsillos. Llevaba una camisa ajustada con los primeros botones desabrochados y las mangas arremangadas por encima de los codos. Me miraba meticulosamente y con los labios entreabiertos, humedeciéndose el labio inferior. Mi hermano dejó de estar relajado y comenzó a removerse incómodo. Le miré y vi en su rostro que algo le preocupaba.
– Abby...– pasó su mano por el pelo. Suspiró y paseó la mirada por todo el salón. – Tengo que... pedirte un favor.
– Dime, Aitor–. Me crucé de brazos. Solo utilizaba su nombre completo cuando me enfadaba. No estaba enfadada, pero sí preocupada.
– Necesito...
– Necesita que te vengas conmigo esta tarde, sí o sí. – Se entrometió Jota.
–¡Déjame a mí!– Le gritó Tor.
–¿De qué habláis? – Pregunté confusa.
– Si te dejo a ti, no llegaremos a tiempo. – Se sentó en el reposabrazos del sofá mirando impaciente su reloj de muñeca.
–¡¿Con quién tengo que ir?! – Me entrometí enfadada.
– Conmigo. – Contestó Jota, sonriente.
–¿Por qué?– Le pregunté a mi hermano. Éste desvió su mirada de la mía.– ¿En qué lío te has metido, Aitor?
– Si te vienes conmigo, dejará de tenerlos... – Dijo Jota muy chulesco.
– Tú, cállate.– Le ordené a Jota.– Estoy hablando con él.
– Y yo contigo... Él no te lo dirá, créeme.
–Aitor...– Exigí una respuesta. Mi hermano vaciló unos minutos, pero finalmente se decidió a hablar.
– Tengo una deuda con Jota...– Dijo en un susurro.
–¿De cuánto? – quizá yo podía ayudarle, tenía unos ahorros en mi cuenta bancaria. Tor hizo una sonrisa amarga.
– Trescientos... mil.
– ¡Joder, Aitor, eso es mucho dinero!– Dije escandalizada.
– Le perdono hasta el último centavo si me acompañas esta noche.– Volvió a entrometerse Jota. Le hice un corte de manga sin quitar la mirada a mi hermano, que tenía la cabeza agachada.
– Dile a mamá que he tenido que salir por un asunto de trabajo, que me ha surgido a último momento y que... – Miré al chico con aire grotesco.– Jota me ha acercado a la ciudad. Pero Aitor, tenemos una conversación pendiente. – Dije severamente.– Tú... – Me dirigí a Jota. – Llegamos tarde.
Jota se levantó silbando hacia adentro.
– Tela marinera con tu hermana, ¿no?
***
Dejar a mi madre tirada en estas fechas tan especiales y emotivas, me hizo sentir una hija horripilante. Estaba subida en el coche de un extraño petulante, camino a un lugar desconocido, con el corazón en vilo. Le miré de reojo y vi al Sr Jota desabrocharse otro botón más de su camisa, con las gafas de sol puestas mientras cantaba la canción Smell Like Spirit de Nirvana que resonaba en la radio. ¿De dónde salió este personaje? Dejé que cantase su canción a gusto.
– ¿Te gusta Nirvana? – Negué con la cabeza. – Y ¿AC/DC?– Volví a negar con la cabeza. – ¿Guns N´ Roses?
–No.– Contesté secamente. ¿Tanto le costaba dejarme en silencio? Le miré para que notara en mi rostro las pocas ganas que tenía de seguir conversando con él. Se subió las gafas de sol dejándolas apoyadas en su frente.
– ¿Y qué coño te gusta a ti?– ¿Por qué utilizaba esa palabra tan soez? Era un maleducado. Aun así quitarle puntos a su físico al lenguaraz era imposible. Lo cierto es que era todo un adonis, pero se alejaba mucho de ser el galán de mis sueños. Si mantuviera su boca callada, puede que lo fuera.
–Mariah Carey.– Le informé con la barbilla en alto. Jota echó la cabeza hacia atrás con una carcajada, el gesto me resultó ofensivo.
– Por Dios de mi vida... No lo dirás en serio, ¿verdad?– Asentí firme y resentida. Le mostré el lado más ácido de mi rostro y le eché una mirada asesina. Se inclinó hacia mí y por inercia me eché hacia atrás, quedando empotrada en el asiento. Jota estiró su brazo y abrió el cajón del salpicadero al mismo tiempo que me lanzó una mirada de reojo.
– No iba a tocarte.– Endureció tanto su voz que erizó mi piel. Diría que le ofendió mi gesto. Metió su mano en el cajón y extrajo algo que no logré ver.– ¿Quieres? – Me ofreció mostrando el paquete de chicles que sostenía en la mano.
– No. Gracias. – Jota se encogió de hombros y se llevó a la boca el paquete, dejando caer en su interior un par de pastillas que escuché chocar contra sus dientes.
– Peor para ti. – Dijo concentrándose de nuevo en la carretera, mascando pausadamente. Algo le sentó mal y no sabría decir el qué.
– ¿Adónde me llevas?– Tras formular la pregunta sentí una punzada de pavor. No sabía dónde me dirigía, y tenía la sensación de haberme quedado en las manos de un león hambriento. No había que olvidar que, gracias a mí, saldaría la deuda de mi hermano de trescientos mil dólares. ¿Cómo se saldan dichas deudas?
–¿Tienes miedo, pequeña Abby?
–No me llames "pequeña Abby".– Le reprendí irritada.– No. – Contesté a su pregunta.
–Claro, no lo volveré hacer, pequeña Abby. – Satirizó con una sonrisa malévola.
Una hora más tarde seguíamos en el coche, circulando por un camino de tierra adentrándonos en un espeso bosque. Cada minuto que pasaba, acrecentaba más mi miedo. Aquél camino desnivelado nos alejaba de la civilización, y no me resultaba para nada alentador saber que si por algún motivo debiera huir, tenía la ciudad a más de una hora en coche. El coche se detuvo enfrente de una verja negra de hierro, que podría haber sido diseñada por el mismísimo conde Drácula. Más allá de la verja logré ver una impresionante mansión, muy parecida a la casa Norman Bates, donde se rodó una famosa película de terror. Y el hecho de que el sol comenzara a caer no ayudaba a tranquilizarme. Por si fuera poco, un grupo de murciélagos revolotearon sobre nosotros. Jota salió del coche, lo rodeo por la parte delantera y abrió mi puerta.
– Dime... – comenzó a decir mientras me tendía la mano.– ¿Tienes ahora miedo, pequeña Abby?– le retiré la mano con un manotazo, lo fulminé con la mirada y salí, sin su ayuda, de su coche deportivo.
– No me llames pequeña Abby.– Protesté sin mirarle.
–Claro, no lo volveré hacer...
El interior de la casa conjuntaba con su fachada. No había visto nada en toda mi vida tan...¿Temible? El color rojo cereza dominaba en la entrada. Una enorme alfombra en tonos rojo y marrón subía por una enorme escalera de madera. Unos cuadros antiguos colgaban de las paredes, cuadros que no hacían para nada acogedora la estancia, sino que la hacían un poco más espeluznante. Intenté no poner mucho interés en la decoración de la casa para no acabar realmente aterrada. Jota entrelazó sus dedos con los míos. Le miré confusa, pero él hizo ver que no se percató. Cuando miré de nuevo al frente, di un pequeño salto asustada, pero me tranquilicé al ver a un hombre mayor que iba en silla de ruedas.
– ¡Hombre, abuelo!– Saludó Jota efusivo y dio dos pasos hacia delante arrastrándome con él. – ¿Cómo estás, viejo?
–Mi querido nieto... – Dijo el hombre alzando los brazos para abrazar a Jota, el cual seguía aferrado a mi mano.– Me alegra saber que has vuelto.– Realmente me sentía desconcertada, había imaginado mil lugares distintos, no sabría decir cual más terrible, pero no imaginé que acabaríamos en casa del abuelo del extraño patán. Una vez terminaron de abrazarse, Jota pasó un brazo por mi hombro.
–Te presento a mi novia, Abby. Está enamorada de mí hasta las trancas. – Tras sus palabras noté como mi sangre se concentraba en mis mejillas. Disimuladamente le di un pellizco en las costillas, Jota se dobló un tanto, aunque disimuló besándome la sien.
– Claro...– Dije con graves problemas para articular palabra. – Su nieto fue muy pesado, nunca he visto a un hombre arrastrarse tanto por una mujer... – Escuché como Jota se atragantaba con su propia saliva, carraspeó para recomponerse y sujetó mi barbilla con una mano para obligarme a mirarle. Con decisión aplastó sus labios sobre los míos e introdujo su lengua en mi boca acariciando exquisitamente mi paladar, finalizó dándome un beso casto en la comisura de los labios. Me dejó un sabor mentolado y fresco en la boca.– Sabes muy bien pequeña Abby...
– No sea un maleducado, Jota... Ten un poco de respeto por este viejo y chocho abuelo...– Se entrometió el abuelo dándole un cachete en el culo. Jota soltó una carcajada. – ¿Habéis cenado?
El anciano era una sabia y envejecida copia que su nieto. Durante la cena hablaron de sus cosas, gran parte de la conversación se centró en el trabajo, y yo me sentí bastante fuera de lugar. Tras la cena el abuelo se retiró para acostarse. Su ausencia provocó en mí un sentimiento de soledad, tuve la sensación de haber retrocedido en el tiempo en aquel enorme salón de muebles del siglo XIX. Jota interrumpió mis pensamientos levantándose de su asiento y tendiéndome su mano.
– Te enseñaré la habitación. – Por segunda vez rechacé su mano y me puse de pie sin ayuda.– ¿Por qué te caigo tan mal?
– ¿Cómo me debe caer una persona como tú, que tiene atemorizado a mi hermano?
– Yo no le tengo atemorizado. – Contestó rudamente.– Estás muy equivocada, Abby, si crees que yo soy el malo de la película.– Me sujetó de la mano inesperadamente y empezó a andar estirando de mí.
Al llegar a la segunda planta, confirmé que la casa era horrible. La segunda planta no tenía nada que envidiar de la primera. Un largo y amplio pasillo con lámparas de araña en el techo, y decorado con varios cuadros, a cuál de ellos más espeluznante. Jota abrió una puerta y me adentró en un elegante dormitorio con una ancha y alta cama que podía corresponder, tranquilamente, a alguna princesa celta.
– ¿Te gusta?– Preguntó Jota mientras se sentaba en una esquina de la cama.
– Puede que sea la única parte de la casa que no me acojone.– Le contesté francamente, Jota soltó una carcajada sincera. Negó con la cabeza y se dispuso a desabrochar los botones de su camisa, se la quitó y la tiró sobre un antiguo asiento estampado. Tenía un torso fibroso y perfecto, sin pizca alguna de grasa, con los músculos bien definidos. Con grandes esfuerzos subí la mirada hasta sus ojos, se me hacía imposible dejar de observar su hermosa figura, sus hombros anchos y sus brazos fuertes.
–No voy a dormir contigo. – Aclaré.
–Sí, sí que lo harás...
–Déjate de tonterías, Jota...
–Abby, si lo que te preocupa es que te pueda tocar, te dejo claro que no lo haré.– Contestó a la defensiva. De una manera u otra se sintió atacado como si acabara de acusarle de algo insólito. En el coche hizo lo mismo.– Además...– suavizó su voz.– Eres demasiado delicada. Y yo demasiado "guarrete" en el sexo.– Tras sus palabras se me tensaron todos los músculos de mi cuerpo, vientre, columna, gemelos… todo, excepto en medio de mis inglés. Me quité el pantalón sin quitarle la vista de encima, pero Jota no apartó la mirada de sus zapatos. Corrí hacia la cama y me metí bajo las sabanas. Cuando se quitó los zapatos y el pantalón yo ya estaba tapada hasta la barbilla. Se giró hacia mí y sonrío negando con la cabeza.
– A ver... Abby, no mires que me da vergüenza, tía.– Me entró la risa y por primera vez desde que lo vi, me reí con una sonora carcajada.
–Shh... – Chasqueó la lengua.– Si mi abuelo se despierta pensará que te estoy haciendo algo impuro, y él es de la idea de la consumación después del matrimonio. – Volví a reírme. Abrió las sábanas y se tumbó en un lado de la cama, se arrimó y estiró su brazo.– Te presto mi brazo para que apoyes la cabeza.– Esta vez me mordí mi labio inferior para evitar reírme.
–No es necesario.– Le aclaré.
–No te quiero asustar, pero por las noches se pasea una niña con un vestido blanco que arrastra una muñeca y….
–¡Jota, por favor, para!– Le corté pavorida.
–¿Te presto mi brazo?– Rebufé y alcé la cabeza para que pasara su brazo por debajo de mi nuca.
–Gracias por prestarme tu brazo, no dudaré en tirárselo a la niña si se acerca más de la cuenta.– Jota soltó una risotada y me besó la coronilla. Supongo que no debería haberme gustado aquel gesto, pero lo cierto es que me encantó.
– No lo dudes, esa niña tiene muy mala saña.
–¡Para!– Me arrimé todo lo que puede a él y vigilé la puerta, temerosa.
– ¿Eres virgen?– Preguntó de repente. Ya no me sentía tan a gusto pegada a su cuerpo e hice el ademán de separarme, pero clavó una de sus manos en mi cadera para evitar que me moviera del sitio. – Estamos hablando, Abby, no voy a tocarte.– Su voz era áspera y bruta, nuevamente se había enfadado.
–No, no lo soy. – Le aclaré.
–No te creo...
–No tengo porqué engañarte... ¿Quién haría algo así?
–Mi primera novia me engañó. – Dijo completamente relajado.– Me dijo que era virgen y me la creí.
–¿Y no lo era?
–No, pensó que se había desvirgado abriéndose de piernas en gimnasia...– Rompí a reír a carcajadas y noté como unas de mis lágrimas rodaba por mi mejilla. No podía parar de reír, no recordaba cuando fue la última vez que me reí con tantas ganas.
–No te rías, Abby... – Dijo molesto.– Las mujeres sois así de imprevisibles. – Me giré hacia él, le miré y le besé la mejilla.
–Buenas noches, Jota.
–Buenas noches, pequeña Abby.
Cuando desperté a la mañana siguiente, me encontré sola en la enorme cama. Tras recordar donde estaba, comencé a hacerme preguntas... Jota me había llevado a casa de su abuelo, ¿únicamente acompañarlo saldaría la escalofriante deuda de mi hermano? No me acababan de encajar las piezas. Nada tenía sentido. Una vez vestida salí de la habitación, nuevamente me estremecí al ver el pasillo y su decoración. Bajé las escaleras con un aire parecido al de Rose de Titanic bajando las del barco. Al llegar a la primera planta, una sirvienta con uniforme azul celeste y media melena oscura, me saludó educadamente:
–Feliz Navidad, señora.– Hizo una especie de reverencia y no pude evitar mirarla extrañada. No sabía que todavía se utilizaban las reverencias, aunque puede que la sirvienta también fuera a conjunto con la casa.
–Muchas gracias. Igualmente, señora.– E hice otra reverencia. Seguí caminando hacia el salón y allí me encontré a Jota, esté alzó la vista en cuanto notó mi presencia.
–Buenos días, Abby. –Clavó un codo en la mesa y apoyó la barbilla en la palma de su mano. Le sonreí.
–Buenos días.
–¿Un café?
– Sí, gracias.– Me senté en unas de aquellas sillas robustas que tenían un cierto parecido a los tronos y que vestían el salón. Dejó justo enfrente de mí una taza de cerámica con acabados en oro, con platito a conjunto.
–Jota, no entiendo por qué...
– Shh.– Me cortó.– Tómate el café.
–Es que no lo entiendo.– Insistí. Pero el abuelo apareció e interrumpió nuestra conversación clandestina. Jota abandonó su asiento, se acercó a mí y estiró de mi brazo hasta que quedé de pie, se sentó en mi asiento y me dejó sobre su regazo. Entonces, comenzó a jugar con uno de mis anillos, como si lo hubiera hecho toda la vida.
–Buenos días pareja.– Saludó el anciano mientras se acercaba, con destreza, a la mesa con su silla de ruedas.
–Buenos días. – Exclamamos al unísono.
–¿Qué tal habéis dormido?
– A pata suelta.– Manifestó Jota. Colocó mi melena a un lado hasta dejar desnudo parte de mi cuello y dejó caer una lluvia de besos suaves y dulces. Cerré los ojos con fuerza. ¿Por qué hacía eso? Los besos parecían penetrarse por mis poros hasta llegar a mi sangre y hacerla correr con fuerza. Era como si mi cuerpo empezara a despertar después de haber estado invernando durante siglos, los mismo que debía tener esta casa.
– No es necesario que lleves tan lejos el papel... – Le susurré, al tiempo que sentía varios escalofríos provocados por sus besos.
Ascendió sin dejar de besarme hasta llegar a mi oído y, allí, exclamó:– Si no me apeteciera besarte, no lo haría. No te confundas.
Comencé a sentir una alta temperatura en mi trasero que provenía del cuerpo de Jota. Hice el amago de levantarme, ya que la situación me resultaba un pelín incomoda teniendo al pobre abuelo desayunando justo enfrente de nosotros, pero Jota me agarró de las caderas con ambas manos y presionó hacia abajo, para evitar que me moviera.
– Haz el favor y quédate quietecita, anda.
– Es una situación algo incomoda.– Discrepé en un murmullo.
–No te voy a hacer nada, Abby, solo te beso y te acaricio inofensivamente. Ninguna mujer debe sentirse incomoda cuando la veneran.– Se me llenaron los pulmones de aire al escuchar sus palabras. Jota podía ser un poco de todo: rebelde, maleducado, grotesco, gracioso, divertido y también un galán.
–A... a lo mejor... tu abuelo–. Tartamudeé al notar que Jota adentraba una mano por debajo de mi camisa y acariciaba, con la palma de su mano, la piel desnuda de mi vientre.– Se disgusta.
–Mi abuelo solo se disgustaría si te ofendiera o te tratara mal. No por esto. Esto... – besó mi mandíbula.– No es malo, eres una chica con demasiados prejuicios anticuados.
–Se me habrá pegado de la casa...– Dije sin saber muy bien lo que decía ya que Jota me estaba volviendo majara con su toqueteo y sus traicioneros besos. Pese a que no lo podía ver, noté su sonrisa por cómo se tensaron sus labios sobre mi piel.– ¿Es mucho pedir que me dejes de torturar, ya no por tu abuelo, sino por mí?
–Sí. –Dijo tajante, agarró mi mano y se la llevó a la boca para besar mis nudillos.– Tengo que aprovechar al máximo la presencia de mi abuelo porque sé que si no es por eso no me dejarías besarte con tanta facilidad.
–Ya...– Lo cierto es que no estaba segura de eso, ya que de estar a solas con él, posiblemente sería yo quien lo empotrara contra la pared y le arrancara la ropa. Agradecí tener el privilegio de mantener mis pensamientos únicamente para mí.
–¿Cuándo volveréis a visitarme?– Tosí y me removí incómoda sobre el regazo de Jota cuando escuché al pobre abuelo.
– Pregúntaselo a Abby.– Jota volvió a colocarme el pelo en su posición natural y no pude evitar sentirme un poco recelosa cuando separó sus labios de mi piel.
–Dime, Abby, ¿Cuándo volveréis a visitarme?
–Pronto. – Me apresuré a decir y miré de reojo a Jota.
– A ver si es verdad querida, porque me aburro mucho en esta enorme casa.– Él anciano me observó con franqueza y me esforcé por sonreír. Jota miró su reloj de muñeca, estiró el brazo para coger un croissant que había sobre una bandeja de plata y se levantó alzándome con él.
–Hora de irnos.– Jota me hizo a un lado, fue a abrazar a su abuelo y le besó en la frente.– nos veremos pronto.
***
Al salir a la calle se me entrecortó el aliento, el frío calaba los huesos. En cambio Jota parecía vivir en primavera ya que no se molestó en ponerse la chaqueta, la llevaba sobre el hombro. Me miró de soslayo mientras le daba un enorme bocado al croissant que sostenía en la mano. Estiró su brazo e hizo puntería metiéndome el bollo en la boca.
–¡¿Jota?!– le recriminé con la boca llena. Se rio como un crío.
–No quiero que le digas a tu hermano que te he hecho pasar hambre.– Saqué el croissant de la boca y reí pese a que me apetecía aguantar la compostura con cara agria. Decidí no enfadarme y le di un considerable bocado a mi desayuno exprés dirigiéndome hacia el deportivo. Jota se interpuso en mi camino y se apoyó sobre la puerta del copiloto. Frené mis pasos y me crucé de brazos a escasos centímetros de él.
–Me gustaría entrar...– Mis dientes no paraban de castañetear, tenía un frío de mil demonios. Estiró del cuello de mi chaqueta y caí torpemente sobre su cuerpo.
–No te molo, ¿verdad?– Noté su gratificante aliento caliente chocar en la piel de mi rostro.
–A mí no me molan las cosas, me gustan.– Le expliqué mientras me perdía observando la comisura de sus labios.
– Pues lo que he dicho... A ti te gustan los hombres sofisticados, serios y estirados, protagonistas de novelas.– No pude esconder mi sonrisa, pese a que lo intenté. Es cierto que siempre creí que el hombre de mi vida podría ser un personaje de mi novela preferida, pero desde que conocí a Jota empecé a ver más allá de mi lista de deseos. Colocó un dedo por debajo de mi barbilla y la alzó un poco para poder besarme con una suavidad increíble. Acarició mi lengua con la suya en un roce delicado y sentí una fuerte taquicardia cuando abrí los ojos y vi que me besaba mirándome fijamente. Siempre pensé que los besos, para sentirlos, se daban con los ojos cerrados. En cambio Jota, una vez más, rompió mi ideal. – Una pena...– interrumpió aquel mágico y agradable beso para finalizar con un beso casto. Se retiró y me dejó entrar en el coche.
El camino a casa me resultó abrumador. Mi interior estaba dividido en dos. Una parte de mí quería seguir a solas con Jota, la otra quería huir de ese chico atrevido sin una pizca de vergüenza en su persona.
– Siento decirte que no puedo ponerte Mariah Carey, puede que mi pobre coche no lo aguante, pero puedo poner un villancico. Si quieres... – Que Jota rompiera cualquier silencio comenzaba a gustarme. Sonreí.
– Pon lo que quieras.
–Nunca me digas eso, porque nada de lo que yo quiera a ti te gustará...– En sus palabras había alguna intención que no logré captar, pero que no iba relacionada con la conversación.
El coche frenó justo enfrente de la casa de mamá, pude ver a mi hermano asomado por la ventana.
– ¿Ya están saldados los trescientos mil dólares que te debe mi hermano?
–No.– Me enfureció, me fui con él para saldar la deuda. Pese a que fue agradable pasar una Navidad diferente y romper mi rutina, me sentí estafada.
–Jota... Eso no fue lo que acordamos.
– Abby, no le perdonaré ese dinero a tu hermano de ninguna de las maneras. Decidí aprovecharme de Tor para poder visitar a mi viejo de la manera que a él más le gustaría: creyendo que he sentado cabeza. Pero la deuda con tu hermano sigue en pie. Y debes saber que, gracias a mí, está a salvo. Entiendo que durante estos dos años vuestra comunicación ha sido escasa, pero yo de ti le preguntaría en que se gastó tanto dinero y quién fue el que le ayudó. Manteniendo en pie mi deuda evito que se meta en nuevos problemas.– Las palabras de Jota me dejaron un tanto desorientada, aunque podía ver su honradez en cada una de ellas. Si eso era cierto, entonces, la que estaba en deuda con aquel chico de mirada azul y perversa, era yo.
– Gracias.– Susurré. Él me acarició la mejilla con su pulgar y noté como mi cuerpo se deshacía.– ¿Bajamos?– Le pregunté señalando la casa con la cabeza. Sonrió y miró al frente.
–Me tengo que ir.– Sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos acompañado de una fuerte opresión en el pecho.
– ¿No vas a pasar las Navidades con nosotros?– Negó con la cabeza.– ¿Volveremos a vernos?
–Pero niña, ¿en qué quedamos? A ti no te molan los chicos como yo...
– Que sí, que sí que me molan. Me molan mazo... – dije con una tonta risilla. Jota se dejó caer en el asiento riendo a mandíbula batiente.
–Soy bastante influyente, no creo que sea bueno para ti, pequeña Abby.
–¿Eso es un "No"?– pregunté dolorida.
– Eso es un "No lo sé". Depende de lo que nos depare el destino.
– ¿Crees en el destino?– Dije confusa. No creí que su personalidad se ciñera a semejantes creencias.
– Qué sabrás tú de mí...– susurró como si hubiera adivinado mis pensamientos. Me incliné hacia él para besarle en la mejilla, pero Jota hizo un giro inesperado haciendo que nuestros labios se aplastaran y me besó repetidas veces con picos sonoros.
–Lárgate o saco del maletero a la niña de casa de mi abuelo para que te vigile esta noche de cerca...– Me reí sobre sus labios.
– Ojalá te dé por saco todo el camino.
– Seguro... Pero no será esa niña.– me dio un último beso y me separó con un pequeño empujón.
–Te esperaré...– dije mientras salía de su coche. Y sonrió de nuevo enseñando sus perfectos dientes blancos.
–Dile a tu hermano que le espero pasado mañana, que no se le ocurra hacer ninguna gilipollez.
– Seré yo quien me encargue de que coja el vuelo en la dirección debida.
– Confío en ti, tonta y caprichosa pequeña Abby.
– No me llames "tonta y caprichosa". – Dije ofendida.
–No lo volveré hacer tonta caprichosa.– Cerré la puerta y me giré para mirarlo una vez más. Ese chico era lo más raro que había conocido en mi corta, aburrida e insípida vida.
Los adornos de Navidad daban mucha alegría, ver la casa de mamá con tantos adornos navideños hizo que sonriera feliz. Pese a la ausencia de mi padre, estas vacaciones serían inolvidables.
En ocasiones, la vida te brinda la oportunidad de enriquecerte de las personas que se cruzan en tu camino. Todavía no sabía en qué me había enriquecido aquel extraño patán desenfadado, arrogantemente y divertido, pero hizo que mi interior volviera a colorearse en tonos vivos. Sabía que no había llegado a enseñarme ni una tercera parte de su persona y posiblemente me privó de ver lo mejor de él. Aunque esa pequeña parte que me mostró, fue suficiente para creer en el destino. "Te espero, destino".