IX. —El despertar espiritual

POCO a poco comenzaron a asomarse los primeros efectos de recuperación emocional de mis sobrinos..., gracias a la ayuda de la terapeuta y sus primeras reuniones de grupo con otros hijos de alcohólicos.

Valeria empezó a salir con más frecuencia acompañada de chicos y chicas de su misma edad. Seguía siendo responsable y perfeccionista, pero su nivel de posesividad bajó considerablemente. Se divertía y se tomaba menos en serio así misma y a los problemas.

Una tarde mientras me preparaba un café en la cocina, me llamó la atención el elevado tono de voz que estaba usando Bianca al teléfono.

—¡Siempre vamos a ver la película que tú quieres! Y ¡Ya estoy harta de que las cosas sean así!, ¡esta vez la elijo yo! Y...si no estás de acuerdo invita a alguien más.

Con una enorme sonrisa aplaudí la actitud de mi sobrina, una vez que le colgó el teléfono al patán que tenía por novio.

—¡Todo me tembló tía!, pero... ¡tengo que aprender a poner límites y a respetarme a mí misma!, como dice Isabel.

—¡Totalmente de acuerdo preciosa!, dije abrazándola efusivamente.

Adrián en cambio..., estaba practicando el dificilísimo arte de la tolerancia. A menudo lo observé apretándose los puños para no expulsar energía negativa por la boca. Sus calificaciones mejoraron y negoció con su papá los días y las horas en que podía segur ensayando con su banda.

Y mi pequeña conciliadora nos sorprendió a todos con frases como estas... ¡Allá ustedes si les gusta vivir discutiendo!, ¡es su problema!...Íes decía categóricamente a sus hermanos. —O... ¡Sólo tiene tos ferina!...— ¡No pasa nada! Nos decía cuando le tocaba presenciar algún ataque de neurosis en su papá.

Haciendo referencia al Cuento que Julio le había relatado acerca del rey que tosía todo el tiempo.

Sé que los momentos y las imágenes más traumáticas del alcoholismo de mi hermano quedarán grabados en su memoria tal vez para siempre. Pero a pesar de eso e incluso ¡gracias a eso!, es que todos..., incluida yo... tuvimos la oportunidad de comenzar a vivir de una manera más sana y positiva.

El hecho de entender al alcoholismo como una enfermedad familiar nos permitió entre otras cosas, ponerle nombre y apellido a nuestras propias disfunciones personales... Ahora ¡Ya no éramos marcianos en el planeta Tierra!, o ¡Rebeldes sin causa!, O... ¡Cobardes sin carácter!, O... ¡insensibles u obsesivos compulsivos! E incluso, ¡tampoco éramos almas de la caridad, ayudando a todo el que veíamos en problemas!

Fue tan liberador..., saber que todos esos defectos de carácter y esas actitudes enfermizas tenían una causa y también una solución.

Simplemente éramos hijos de una familia disfuncional y por lo tanto codependientes... ¡ahora en recuperación!

La boda estaba planeada para mediados de mayo; y esta vez yo estaba más entusiasmada que nunca. Laura y Hernaldo nos propusieron llevar a cabo la recepción en su nuevo restaurante. El lugar no era muy grande, pero era acorde con la intimidad y la sencillez que ambos pretendíamos conservar en nuestro enlace.

De otra manera, no hubiésemos tenido otro remedio que rentar algún auditorio para poder invitar al millón de amigos de mi futuro esposo.

Mi amiga Lucía y yo seguíamos al tanto la una de la otra, pero en un arranque de entusiasmo, decidió viajar a Guadalajara por un fin de semana, para compartir conmigo antes de que me convirtiera oficialmente en señora, como ella decía.

Julio me acompañó a recogerla al aeropuerto y ese par de amores míos, se convirtieron en grandes amigos desde que se conocieron...

Las fuerzas ya no me daban para seguir riéndome tanto, con las ocurrencias de los dos durante el camino de regreso a casa.

Lucía se instaló en mi recámara, y Julio se despidió... no sin antes hacer desatinar a Chepe como de costumbre. Quiso dejarnos solas para que pudiéramos platicar las innumerables aventuras que cada una habíamos pasamos en la distancia.

Pero acordamos encontrarnos al día siguiente para cenar en el restaurante de Hernaldo y Laura.

Lucía y yo hablamos sin parar, lloramos, reímos, recordamos viejos tiempos. Incluso accedió a acompañarme a una de mis reuniones de Al-anon. Ella era escéptica con todas esas cosas; pero al salir..., me confesó que ahí se había dado cuenta del alcoholismo velado de su actual pareja y consideró seriamente buscar un grupo de autoayuda al regresar a México.

—¡Me siento tan feliz amiga!, le anuncié a Lucía. —¡Estoy enamorada de un hombre increíble!, ¡Mi familia está empezando a recuperarse después de tantas tragedias!, ¡Tengo un programa de vida que me está devolviendo la cordura y las ganas de vivir extraviadas durante tanto tiempo!, y...como si fuera poco, ¡Tú estás aquí!, ¡No sabes cuánto te he extrañado!

Concluí emotiva, mientras conducía rumbo al restaurante donde nos encontraríamos con Julio.

Lucía me miraba conmovida... y a pesar de odiar las cursilerías, no pudo evitar que una lágrima la traicionara.

El tráfico estaba ¡apabullante! Eran las ocho y cuarenta de la noche, cuando llegó un mensaje de Julio a mi celular, avisándome que ya nos estaba esperando.

Le pedí a Lucía que le contestara, avisándole que tendríamos un retraso de quince minutos más por lo menos.

Abrí la ventanilla del auto un poco más, para asomar mi cara y respirar el aroma fascinante que despide por las noches la época de primavera.

—¡Si que tu novio es cursi!, exclamo Lucía, antes de leerme el mensaje que Julio había respondido.

—¡No te preocupes!, te esperé, te espero y te esperaré paciente, en ésta y en todas mis demás vidas. ¡Te amo!

—¡Esto sí es cursi!, ¡Dios mío!, pero daría lo que fuera porque un hombre me hablara así.

Al fin pudimos llegar a nuestro destino. Casualmente había lugar para estacionarme justo afuera de uno de los enormes ventanales que daban a la mesa en que nos estaba esperando Julio y nuestros amigos. Mientras subía la ventanilla del auto, Lucía se quedó mirando fijamente una camioneta que estaba estacionada con el motor encendido, justo frente a nosotros.

—¡Esos tipos están muy sospechosos amiga!

—¡Bájale a tu paranoia chilanguita!, bromeé inocente. Pero apenas cerré la portezuela del coche, la camioneta casi se vino encima de nosotras para bloquear el paso a un auto gris obscuro que venía seguido por otras dos camionetas iguales. En un abrir y cerrar de ojos, un séquito de hombres bajaron de cada camioneta, disparando en contra del auto emboscado. Lucía comenzó a gritar despavorida aun dentro de nuestro coche... y yo no sé por cuántos segundos permanecí inmóvil hasta que vi a Julio salir corriendo en mi encuentro.

Uno de los sicarios no entendió el... ¡porqué alguien saldría corriendo en medio de un tiroteo!... Y, con toda la sangre fría y la precisión del mundo...le disparo a tan sólo dos metros de mí.

—¡No! grité enloquecida.

No supe en qué momento se alejaron los asesinos, ni cuando llegaron las patrullas y la ambulancia. Lo único que sé es que la sangre no dejaba de extenderse por la camisa blanca de Julio.

—¡Mi amor! ¡Tranquilo, vas a esta bien!, le decía tratando de convencerme yo misma. —¡Una ambulancia! ordené mil veces, a cuanto humano veía en frente.

Laura y Lucía se quedaron conmigo tratando de mantener a Julio con los ojos abiertos, mientras que Hernaldo preguntaba entre sus comensales; si había algún médico presente.

Julio se aferró a mi mano...y mi mirada a la suya. Vi una lágrima salir de su mejilla.

—¿Te duele mucho mi amor? —¡No tanto... como tener que esperar otra vida para volver a encontrarte preciosa!, dijo sonriendo a pesar de todo.

—¡Eso no va a pasar!, —¡Éste es nuestro turno de ser felices!... ¿Entiendes?— La ambulancia ya no tarda... ¡te vas a poner bien! y en pocos días ¡esto no será más que un mal sueño! Repliqué enérgicamente limpiando aquella lágrima. Mientras asomaban las mías.

El único momento en que solté su mano, fue cuando los paramédicos lo instalaron en la camilla para subirlo a la ambulancia.

Llegamos al hospital en pocos minutos, pero para mí... ¡fue toda una eternidad!

Sobre todo cuando vi la enorme dificultad que Julio tenia para respirar.

—¡No puede respirar! le dije histérica al paramédico; que de inmediato le colocó una mascarilla de oxígeno.

—¡Aguanta mi amor!, ¡ya casi llegamos!

¡Qué impotencia debió sentir al no poder pronunciar una palabra más! Aun así... apretó mi mano con más fuerza y me guiñó un ojo en señal para tranquilizarme.

—¡Te amo! grité con todas mis fuerzas en cuanto una comitiva de hombres y mujeres vestidos de blanco me apartaron de su mano.

Julio permaneció más de tres horas en cirugía, sin que nadie nos reportara nada. Bernardo, su hermano... llegó casi de inmediato y, en medio de mi angustia... vi como uno a uno fueron llegando gran parte de los amigos más cercanos de Julio, ¡supongo que Laura y Hernaldo fueron quienes corrieron la voz!

Ese hombre no era un personaje de la política o del espectáculo. Pero convocó a ¡tantos corazones!, que tuvieron que ser desalojados del pasillo de espera por parte del personal de seguridad del hospital.

Julio era muy conocido entre los distintos grupos de Al-anon de la ciudad y de muchas partes del país. Después me enteré que alguno de sus miembros organizó una cadena de oración ¡impresionante! A la misma hora... cientos de personas en todo el mundo, ofrendaron una súplica a su Poder Superior por la salud de Julio.

Lucía, Gabriel y mis sobrinos permanecieron a mi lado durante esas horas infernales. Por fin vimos un médico asomarse por la puerta del quirófano. Bernardo y yo corrimos a su encuentro, tratando de encontrar en su rostro un resquicio de buen ánimo... Pero no fue así.

—¡Está muy grave!, dijo sin mayor preámbulo. —La bala perforó el ápice del pulmón derecho y... aunque ya drenamos toda la sangre y el agua del órgano; en cualquier momento puede volver a producirse y generar un paro respiratorio.— Haremos todo lo posible, pero lamentablemente no hay muchas esperanzas.

—¡Quiero verlo!, exigí como un roble. ¡Pero no de fortaleza, sino de dolor!

—Estará en terapia intensiva y sólo podrá verlo unos minutos..., pero será más tarde. —Espere a que la enfermera se lo indique.

Retrocedí unos pasos, y me alejé en busca de una capilla sin prestar oídos a nadie. Creo que me siguieron, pero no reparé en ello.

Una vez que estuve frente a aquel Cristo... que para mi representó desde niña a mi Poder Superior, rebasé todos los límites de cordura.

—¡No es justo! le reclamé enajenada de dolor. —¿Por qué nos haces esto?,— ¿No se supone que tú eres un Dios de amor?, —¿Por qué tanto dolor?— ¡Me duele! ¡Me duele mucho! le dije cayendo de rodillas. —¡Toda mi vida esperé conocer el amor!,— ¿Por qué me concediste conocerlo, si me lo ibas a quitar de esta manera?

—¡Perdí a mi padre!, —¡Casi pierdo a mi hermano!, y... ¡ahora!...— ¡No me lo quites también a él! ¡No te lo lleves a casa todavía!

Entonces escuché pronunciar mi nombre. Era Bernardo para avisarme que la enfermera nos permitiría entrar a ver a Julio.

¡No sé de dónde saque fuerzas para mantenerme en pie! Después de ver su mente y su cuerpo inertes, torturado por agujas y cables conectados a un montón de aparatos.

—¡Alguna vez quise matarte bribón!, —¡Hoy daría todo lo que tengo y todo lo que soy por mantenerte vivo! Le anunció Bernardo hecho un mar de lágrimas.

—¡Nunca te dije lo mucho que te admiro y más te vale que me estés escuchando!, porque no sé si te haga volver a oírme decir esto... ¡Te amo hermano!, y... ¡te necesito mucho más de lo creía!, ¡tienes que librar esta batalla!, ¡Has librado tantas, que ésta solo es una más! —Ceci ya viene en camino..., y dice que si se te ocurre morirte, ¡te mata! ¿Entiendes?

La potencia de la voz lo traicionó por completo. Besó su cabeza y salió para dejarme a solas con él... el minuto que me quedaba.

Quería decirle ¡tantas cosas!... pero esos sesenta segundos... sólo me dejaron prender mis labios a esa mano tan pálida y débil que apenas reconocía.

—¡Te amo como no sabía que se podía amar! ¿Sabes? —¡Vive!... ¡Vive por ti! ...— ¡Vive por mí! ...¡Vive por nosotros! ...¡te lo suplico!

Los días y las noches transcurrían sin más noticias que las de nuevas complicaciones. La espera cruel para poder entrar a verlo por tan solo unos minutos..., me estaba matando casi tanto... como la incertidumbre.

Su vida pendía de un hilo y yo tenía que resignarme a verlo diez o quince minutos tres veces al día. Eso me parecía ¡tan arbitrario! Cuando nadie me aseguraba que su corazón seguiría latiendo hasta el siguiente turno de visita.

Aun así, acepté alejarme del hospital un par de horas para darme un baño... hasta el cuarto día de esta pesadilla.

Entre lágrimas y gotas de agua repasé los instantes ¡más hermosos que viví al lado de Julio! Desde aquella conferencia que me abrió los ojos a la luz de un nuevo entendimiento de mi propia vida y la de mi familia... hasta la emotividad de sus palabras la noche que me propuso matrimonio frente a aquellos desconocidos.

¡Amaba tanto a ese hombre! que me resultaba insoportable la idea de no volver a oír su voz..., o sentir el calor de su piel.

Admito que mi dolor tenía una enorme dosis de egoísmo... Sabía bien que Julio no temía a la muerte, sino por el contrario..., la encontraba liberadora y fortuita por el reencuentro con la presencia de su Poder Superior.

Pero yo no había aprendido aún a ver ni a la vida ni a la muerte como lo hacía él.

Antes de regresar al hospital escuché ladrar a Ringo y reparé en el enorme apetito que debería tener luego de cuatro días... sin la presencia de su amo.

Busqué el duplicado de llaves que Julio me entregó antes de su último viaje para que yo pudiera atender a su fiel compañero... y me introduje en el enorme vacío que se sentía en ese espacio que; hasta hacía unos cuantos días... era mi futura casa.

Julio me había propuesto redecorarla a mi gusto y me detuve frente al cuadro recién colocado en la pared del estudio, que días antes compramos juntos en una galería del centro.

El óleo interpretaba la identificación de dos almas, reflejadas en los ojos de una mujer mirando a su amado.

Las lágrimas sobrevinieron otra vez....y caí desplomada en la silla del escritorio antiguo que Julio recibió como herencia de su padre.

Tomé entre mis manos su agenda de piel, el porta tarjetero, las plumas, y cuanto objeto encontré a mi alcance. Los aferré a mi pecho, buscando un indicio de su aroma..., pero encontré algo más que eso. Unas hojas escritas por su puño y letra que no solo me devolvieron la esencia de ese hombre, sino también la fe perdida.

—Llegar a creer en la existencia de un Poder Superior fue el paso ¡más difícil!, pero ¡más extraordinario que di en la vida!

—Cuando era niño, me hablaron de un “Cielo por premio” si me portaba bien... y de un “Infierno calcinante” si me portaba mal.

—El concepto que me dieron de Dios entonces..., fue el de un señor barbón que me espiaba por todos los rincones para descubrir y castigar todas mis faltas. ¡Y como cometí tantas!, creí que así como me iba de mal en la vida, me iba a ir de mal en la muerte.

Yo le tenía miedo a ese Dios..., y cuando uno le teme a algo, prefiere no acercarse.

—También me dijeron que... ¡si yo le pedía favores y le rezaba todas las noches hincado frente a un crucifijo!, Él me concedería lo que fuera.— Y yo no entendía ¡por qué después de los miles de rosarios que mi madre me obligó a rezar... mi papá seguía bebiendo!, y ¡mi familia se destruía cada vez más!

—¡Dios no existe! resolví aquella noche, en que mi padre y yo nos destrozamos a golpes y me corrió de casa.

—Vagué empapado entre lluvia y lágrimas por las calles desiertas de esta enorme ciudad, hasta encontrarme frente afrente con las puertas de una iglesia cerradas...como las de mi hogar... Y con todas mis fuerzas se lo grité... ¡Tú no existes!

Muchos años después, cuando al fin encontré las puertas abiertas de una familia enorme como Al-anon...

Fui confrontado por mi padrino acerca de mis resistencias para poder practicar los pasos que conllevan la participación de un Poder Superior

—Que frágil es la fe de aquel que cree que los milagros suceden cuando las cosas marchan en la dirección de su voluntad humana. No imaginan que los verdaderos milagros se produzcan al permitir sin resistencias que la voluntad de Dios se manifieste en sus vidas.

—¡Entiéndeme!, yo no puedo creer que haya un Dios, después de todo lo que he vivido. Le dije, cerrando por completo aquella conversación.

—Fue al poco tiempo que comprendí la veracidad de sus palabras.

—¡Hoy puedo afirmar que Dios existe!, y que las grandes tragedias de mi vida han sido las precursoras de los mejores regalos que he recibido.

De no haber sido por el alcoholismo de mi padre... y la disfunción de mi familia, no hubiese podido acceder a un programa de vida que me ha transformado en el ser humano pleno y fuerte que soy el día de hoy.

Cuando perdí a mi madre, experimenté el más intenso de todos los dolores. Esa morenita de metro y medio de estatura, que a pesar de todos los pesares, fue el ser que ¡más amor me dio!

Murió en mis brazos, sin que nadie pudiera evitarlo. Esa tarde..., yo mismo quise comenzar a morir. Durante días y noches enteras..., me entregué a mi pena sin permitir el consuelo de nadie, encerrado en mi habitación.

Ya no había culpas ni resentimiento en mi corazón. Para ese entonces, ya tenía dos años de haber emprendido mi recuperación y había logrado una relación maravillosa con esa mujer... y justo... cuando comencé a disfrutarla la muerte me la arrebató.

Eso me parecía ¡tan injusto y tan cruel!, pero ni siquiera tenía un Dios a quien reclamarle y eso me hacía sentir todavía peor.

Si por mi hubiera sido, no habría salido de mi guarida jamás. Pero los golpes a mi puerta y el timbrar constante de mi teléfono me distraían de las estrategias suicidas que mi mente fraguaba, como la única salida para tan insoportable sufrimiento.

Cansado de las interrupciones.., y convencido de que lo mejor sería dar por terminada mi existencia lejos de los que me querían; me decidí a tomar un avión y consumar mis planes en California. En mi ejercicio de compra y venta de bienes y raíces recién había adquirido un bien inmueble en condiciones bastantes deterioradas pero a un excelente precio, en el Este de Los Ángeles.

Arribé una tarde lluviosa de enero sin más equipaje... que un pequeño portafolio. Veinticinco años de recuerdos y ningún aliciente para retractarme de mi decisión.

—Los tornados de este año han azotado más fuerte que nunca los alrededores de esta ciudad..., y parece que vienen más. Me alertó preocupado, el taxista de origen salvadoreño que me condujo hasta mi casa.

Pero no hice ningún comentario, mi mente ya había definido, el “dónde’ pero seguía ocupada en elegir el “cómo” consumaría sus días.

Una vez que entré en esa casa desvencijada, que antes de que mi mamá agravara me había entusiasmado tanto comenzar a remodelar, pero que en ese momento, estaba en perfecta sintonía con el letargo y el desgaste de mi propio espíritu. Entonces me percaté de la montaña de correspondencia que estaba debajo de mis pies.

Eran un montón de sobres que aludían el nombre del dueño anterior del inmueble, pero para mi sorpresa... uno de ellos resaltaba por el tamaño y el color de su pape...y estaba membretado con mi nombre.

Meses antes había conocido una chica anglosajona en una convención internacional de hijos adultos de alcohólicos, con sede en mi país. Ella vivía en un condado de Los Ángeles y le entusiasmó mucho cuando le conté de la casa que acababa de comprar a unos minutos de distancia de la suya.

Intercambiamos teléfonos y direcciones. Y yo quedé en buscarla para que me orientara en los trámites que habría de realizar antes de restaurar mi propiedad. Pues casualmente, por no admitir que “diosidentemente”, ella era arquitecto.

En un gesto amable e inexplicablemente oportuno... se le ocurrió hacerme llegar a esa dirección un pergamino en señal de bienvenida, para cuando visitara mi casa en California.

El pergamino estaba impreso con la oración de la serenidad, que los grupos de doce pasos pronuncian en cada reunión y que es uno de sus emblemas principales...

“Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor, para cambiar las que sí puedo... y sabiduría para reconocer la diferencia”

El sobre también contenía una pequeña nota escrita en español, que seguramente alguien le ayudó a redactar. Y decía...

“Hoy aprendí a no preguntarle a Dios ¿por qué? Sino ¿para qué? Y quise compartirlo contigo. Recuerda siempre, que Él está tan solo a una oración de ti”.

No como nosotros, que ahora estamos tan lejos. Así que cuando llegues a Los Ángeles, llámame para charlar.

Un vuelco en el pecho y unas inmensas ganas de llorar me invadieron por completo.

¿Cómo podían haber llegado a mis manos esas palabras, justo en ese momento?

Quise evadir la emoción que estaba sintiendo..., haciendo uso de mi razón, como siempre hacía para explicar las cosas que otros suponían sobrenaturales. Pero me desarmé por completo cuando reparé en la fecha en que había sido remitido ese mensaje. Era la misma en que había muerto mi madre.

Entonces comprendí que era el momento de clamar otra vez el nombre de ese Dios...que desterré de mi mundo años atrás.

¿Dónde estás Dios? ¿Dónde has estado todos estos años?

Le pregunté como un loco, caminando de un lado a otro. Si de veras existes, dame una maldita razón por la que yo deba seguir vivo.

Dios no tiene una voz humana, aunque de vez en cuando utiliza la de alguien. Pero esa tarde quiso contestarme por medio del viento que en un instante, sin que yo lo esperara, comenzó a soplar con una fuerza inconmensurable.

Las enormes palmeras de la casa contigua, se retorcían en todas las direcciones. Y los ventanales vibraban estrepitosamente con intenciones de estallar en mil pedazos. Por un momento sentí que se erizaba mi piel y mucho desconcierto... pero ¡no porque mi vida estuviera en peligro!, a fin de cuentas, había escogido ese sitio para morir. Sino porque... sin duda alguna, estaba sintiendo por vez primera la presencia de Dios.

Me llevé las manos a la cara y sollocé como un niño, hasta que escuché una voz proveniente de la nada; que me dijo cálida, pero firmemente... ¡Te estaba esperando!

En ese momento, levanté el rostro y vi como poco a poco, las palmeras empezaron a mecerse suave y armoniosamente hasta quedar en pie. Sigilosamente abrí la puerta que daba paso al jardín trasero y, luego de encontrarme cara a cara con un enorme arco iris, le dije a mi Creador:

¡Yo también te estaba esperando! Esa tarde fue y será siempre, el gran parte aguas de mi vida. Porque fue entonces que supe lo que era un despertar espiritual Mi madre ya había completado su ciclo en este mundo... y eso me había trastornado de dolor. Pero gracias a esa pérdida fue que encontré a mi Poder Superior... y pude convertirme en un hombre de fe.

Ahora sé que cada obstáculo, cada pérdida, cada fracaso... encierra un regalo amoroso y sabio de mi Poder Superior... que puedo descubrir, haciéndole dos sencillas preguntas.

¿Para qué señor? y ¿qué quieres tú que yo haga?

Las respuestas casi siempre son inmediatas..., así como la serenidad y la calma que... invariablemente vienen con ellas.”

Julio había preparado ese material para la siguiente conferencia que habría de impartir. ¡Dios Santo! Esa misma tarde.

Me di cuenta al leer la pequeña invitación que venía engrapada a la primera hoja de aquel escrito. Me limpié las lágrimas y tome el teléfono para llamar a Hernaldo. Le pregunté si él sabía algo referente a esa conferencia.

Me confirmó, que pese a la ausencia de Julio, el evento se llevaría a cabo y que sería precisamente él quien tomaría su lugar. Le conté del testimonio que había encontrado... y emocionado...me suplicó que se lo prestara para poder transmitirlo a nombre de Julio.

Y así lo hice. Pero antes pasé al hospital, pues por ningún motivo..., perdería los quince minutos de visita que me dejaban estar cerca de él.

Besé su frente para avisarle que había llegado.

—¿Cómo le haces para seguirme enseñando tantas cosas a pesar de estar aquí? Le dije con dulzura... pero sobre todo con una enorme gratitud.

—Alguna vez me dijiste que si de algo te gustaba hablarle a la gente, era de fe y esperanza en un Poder Superior, porque para tu juicio... ese era el ingrediente ¡más importante! en la complicada receta de aprender a vivir.

—Esta tarde, no será tu voz..., pero sí tus palabras las que den ese mensaje. ¡Hernaldo y yo nos vamos a encargar de eso, mi amor!, le anuncié sonriendo con la certeza de que me estaba escuchando.

Uno de los grupos más antiguos y consolidados de Guadalajara estaba celebrando un año más de existencia y convocó a cientos de personas a tan importante acontecimiento. Julio Allende había sido el invitado de honor...todos lamentaban los motivos de su ausencia.

Hernaldo ya había dado inicio a la conferencia. Pero le hice llegar con una de las edecanes las hojas que Julio escribió con su puño y letra.

Pero a ese amigo mío ya se le había hecho costumbre meterme en líos frente a la gente.

Y me persuadió por micrófono a sentarme a un lado suyo... y ser yo el portavoz de aquel mensaje.

Solo Dios sabe cuánto me costó controlar las lágrimas y el quebranto de mi garganta... mientras di lectura a aquellas palabras

—Estoy segura de que Julio no solo nos está acompañando esta tarde, por medio de su testimonio..., sino que su corazón y su espíritu..., también están aquí.

—Durante casi diecisiete años, contra viento y marea... ha compartido su crecimiento emocional y espiritual a quienes han querido escucharlo y... ni una bala, ni todos los tubos que lo mantienen conectado a un respirador artificial, han podido impedir que él siga cumpliendo su misión de vida.

—Hace unas cuantas horas encontré este manuscrito, mientras lloraba amargamente y sin esperanza alguna, por la gravedad de mi compañero.

—Él, mi pena, pero principalmente Dios... me condujeron hasta ese escritorio, para que ustedes y yo... pudiéramos recibir este mensaje. Al menos en mí, ha causado un extraordinario impacto, en medio de la angustia y la tristeza que me embargaba. En este momento puedo decirles que he resuelto confiar mi vida y mi voluntad completamente en las manos de mi Poder Superior.

—¡Acepto humildemente Señor, cualquiera que sea tu voluntad sobre mí, y el hombre que tanto amo!, incluso si esto significa que te lo lleves de mi lado... pensé en voz alta... ante las lágrimas y las sonrisas de todos los oyentes.

Un estadio de paz y sosiego invadieron mi ser, una vez que pronuncié esas palabras. Ahora estaba en manos de Dios, y nada era mejor que eso.

Los aplausos, la oración colectiva...y esta carta escrita por mí, durante las largas horas de espera en el pasillo de aquel hospital... inspiradas en Julio, cerraron el evento.

A ti, que a pesar de todo, y a pesar de tanto, aún continuas de pie.

A ti, que con tu esperanza has dado a mi dolor el suave bálsamo de la comprensión.

A ti, que al compartirme tu pequeñez, me demuestras ¡cuán grande eres!, y ¡cuánto puedo aprender de ti!

A ti, que sin juzgarme, me das la certeza de que al fin, para alguien, tienen sentido mis palabras.

Gracias, por recorrer este camino conmigo. Porque tú lucha es mi lucha, porque tu valor me fortaleció para ser capaz de defender mi vida.

Porque tu sonrisa me alentó a buscar en dónde había extraviado la mía.

Gracias, sobre todo, por mostrarme a tu Dios... y permitirme encontrar al mío.

Porque salvando tu vida..., me has ayudado a salvar la mía.

“Es un lujo...tenerte como compañero de vida”