VI. —Mi pasado explico mi presente
APENAS desperté, me descubrí sonriendo. Estiré los brazos y mire en dirección al contorno iluminado de mi ventana. Agradeciendo a Dios como nunca antes el don de la vida.
Era domingo y las chicas ya me estaban esperando con un gran desayuno en la mesa. Adrián y fleto llegaron en seguida; uniéndose a nosotras. De pronto tocaron a la puerta y Nicole se ofreció como siempre a atender el llamado.
—¿Qué es esto? la escuchamos gritar.
—Casi todos corrimos a la puerta, alarmados..., para encontrarnos con un ¡enorme arreglo floral! que Julio había enviado.
—La señorita ¿Marian Toledo?, preguntó el mensajero
Los chiflidos y las bromas no se hicieron esperar; especialmente por Adrián y Nicole que eran los más eufóricos de la casa
—¡Ya son novios! ¡Ya son novios! gritaban aturdiéndome.
La tarjeta que se escondía entre los botones de aquellas hermosas rosas rojas, decía:
“He sido bendecido con muchas cosas en la vida, pero encontrarte en mi camino ha sido la más hermosa de todas’... ¡te amo!
Clavada en aquel pedazo de papel, no me percaté de que la puerta se había quedado abierta y para cuando alcé mi vista...Julio estaba parado frente a mí, iluminando todo mi mundo con la sonrisa y la mirada más enamorada que jamás haya visto en otro hombre.
Nos abrazamos frente a todos los presentes que no dejaban de aplaudir y manifestarse contentos por nuestra relación.
Julio viajaba una o dos veces por semana para seguir compartiendo el mensaje de Al-anon por distintas ciudades. Su economía era lo suficientemente sólida y podía darse el lujo de hacer esto sin mermar sus finanzas.
Él consideraba prioritario pagar la deuda que tenía con la vida, transmitiendo esperanza y fe a los familiares de alcohólicos que acudían a sus conferencias.
Pero aun cuando se encontraba fuera de la ciudad, nos manteníamos en contacto telefónico a diario.
Una tarde, mientras ayudaba a Nicole con su tarea, mi madre me sorprendió con una llamada. Desde que se fue de la casa de Gabriel, no había querido contestarme el teléfono en represalia por mi ruptura con Álvaro.
Se escuchaba muy deprimida y... casi llorando me pidió que regresara a México.
—¿No pensarás dejar a tu madre sola en navidad? cuestionó temerosa de mi respuesta.
Entonces tuve que contarle lo que estaba pasando con Gabriel y mi imposibilidad para dejar solos a los muchachos en esa fecha con ambos padres ausentes.
Pese a su enorme soberbia, no pudo evitar preguntar sobre el estado en que se encontraba su hijo. Y me dejó atónita al decirme que en todo caso, ella viajaría a Guadalajara para celebrar con mostros las fiestas navideñas.
La noticia no pareció entusiasmar mucho a sus nietos, pero igual disimularon su descontento, por consideración a mi ¡supongo!
Mi primera visita a un grupo de Al-anon fue un diecisiete de diciembre. Lo recuerdo perfectamente porque cada año celebro esa fecha con igual o mayor importancia que mi propio cumpleaños. Debido al renacimiento espiritual y emocional que significó en mi vida.
Tomé asiento en la silla que amablemente me indicó una joven risueña y permanecí escuchando atenta las experiencias de varias personas.
Me impresionó la enorme identificación que sentí con cada uno de esos seres humanos. Era como si hubieran plagiado mi historia y se la estuvieran adjudicando.
Una chica, de aproximadamente veinte años..., tocó las fibras ¡más sensibles de mi corazón!, cuando verbalizó un sentimiento que yo nunca pude definir en mi niñez.
—Los niños en una familia alcohólica estorbamos. —Dijo convencida, pero sin un rastro de conmiseración en su voz.— Mi madre siempre estaba en casa, pero sólo con su cuerpo. En realidad su mente y su espíritu estaban a una enorme distancia de mis necesidades de afecto y atención.
—Nunca nos descuidó en la alimentación, ni en la higiene. Pero estaba demasiado ocupada en la búsqueda de la sobriedad de mi papá, como para atender los sentimientos de sus hijos.
—Siempre me recibió con un beso a la llegada del colegio y un plato de sopa caliente. Pero cuando comenzaba a platicarle los acontecimientos del día,..Con la frescura propia de la edad..., ella fingía escucharme por instantes, pero luego de unos minutos, me callaba notablemente molesta.
—¡Hablas mucho niña!, decía, ¡yo tengo muchas cosas importantes en que pensar y tú me aturdes!
—En menos de una hora, pasaba de un beso a una agresión. —Era tan confuso para mi ese doble mensaje de... “Te quiero, pero vete” que aunque ahora entiendo la enfermedad emocional de mis padres y los he perdonado de corazón; me resulta difícil cambiar ese casette en mi memoria e inconscientemente busco relacionarme con parejas que siempre terminan haciéndome sentir igual de confundida.— Por un lado me demuestran afecto e interés, pero por otro... me abandonan emocionalmente como lo hacían mis padres. —De una u otra manera... aún no logro dejar de atraer estas relaciones en mi vida, ¡pero sigo luchando compañeros! Concluyó antes de abandonar la tribuna.
Eso mismo sentía yo en mi niñez. Mamá y papá estaban siempre fuera de casa. Crecí educada por la señora que nos ayudaba en el aseo. Y, los pocos momentos en que estaban presentes, se mostraban siempre indispuestos para mí. Si no había visitas..., estaban discutiendo por dinero, o por el aliento alcohólico de mi papá; o mamá padecía algún ataque terrible de jaqueca y ¡nadie podía hacer el más mínimo ruido!
La diferencia de sexo y de edad entre mi único hermano y yo, era tal que no compartíamos ningún interés en común. Tuve muchas muñecas y muchas comodidades...pero nada compensó la soledad y la tristeza de mi niñez.
Y hasta la llegada de Julio, mis relaciones sentimentales siempre fueron un fracaso. Escuchar a esa chica me hizo comprender mejor la causa.
Tenía que trabajar muy duro en mi recuperación emocional. Ya no quería sabotear otra relación más. Debía cambiar por mí misma ese doble mensaje almacenado en mi inconsciente, de...”Te quiero, pero vete”
Asistí tantas veces como pude a mis reuniones. Leí con avidez la literatura que el programa recomendaba y me preparé lo más que pude antes de la llegada de mi madre. Anhelaba comenzar a relacionarme con ella de una manera más sana. Esto entre otras cosas, implicaba comenzar a establecer los límites que nunca supe ponerle en todo lo referente a mi persona y mis decisiones en la vida. Esto me parecía ¡tan difícil!, porque además..., debía hacerlo con amor... Según lo sugería el programa de doce pasos y yo aún guardaba muchos resentimientos.
Julio me recordaba que todo en la vida es un proceso y mi recuperación no era la excepción.
—¡No puedes brincarte de la “A” a la “Z”!, me decía. —No te desesperes por no lograr cambios tan rápido como quisieras.— ¡Sé paciente contigo misma! y... por ningún motivo dejes de asistir a tus reuniones.
Por último. Me sugirió lo mismo que a Adrián; acerca de pegar los pocos o muchos fragmentos de historia que conocía del pasado de mi madre, para poder comprender mejor el origen de su neurosis.
Mamá era una mujer que siempre creía tener la razón. Era dominante y manipuladora. Propiciaba discusiones y líos, para luego instalarse en su papel favorito...el de la víctima.
Antes de saber que esa actitud era una enfermedad emocional llamada “neurosis” y que era uno de los muchos efectos que vivir con un alcohólico le había originado..., yo auténticamente me sentía en una rueda de la fortuna continuamente desde que era una criatura.
La admiraba por ese don de gentes que tenía en su juventud; pero a la vez la odiaba por el abandono y la agresividad que nos daba a los de su casa.
La compadecía por las vergüenzas que su esposo borracho la hacía pasar a menudo en las reuniones sociales, pero tampoco podía justificarla por la crueldad excesiva con la que lo trataba de regreso a casa.
En algún punto de mi adolescencia me abofeteó furiosa; porque se le metió en la cabeza que yo estaba teniendo relaciones sexuales con un noviecito que tuve en aquel entonces. Tan sólo por que regresé a casa quince minutos más tarde de lo acordado.
¡Lloré amargamente encerrada en mi recámara durante horas!, ¡Me mordía los labios para no gritarle!, ¡Cuánto la odiaba, por ser tan injusta y tan egoísta! ¡Todo tenía que girar a su alrededor!, ¡Todos teníamos que respetarla!, pero ella jamás supo demostrarnos a nosotros ni una milésima de ese respeto. Se metía en todos nuestros asuntos, leía mis diarios y esculcaba los cajones de Gabriel a escondidas. Al mínimo error nos insultaba y desquitó durante años la insatisfacción de su vida con mi hermano y conmigo.
—¡Es por ustedes que he soportado el infierno de vivir con su padre! y ustedes son unos mal agradecidos.
Vociferaba con frecuencia, si llegábamos a contradecirla en algo.
Al día siguiente del bofetón, se apareció muy temprano en mi habitación, para darme los buenos días sonrientes. Como si nada hubiera pasado unas horas antes.
—¡Te quiero mucho hija! dijo cálidamente..., mientras me rodeaba con sus brazos.
Yo sentía que me quemaba por dentro, pero no me atreví a rechazarla. Luego venía la culpa por ese sentimiento de odio y desprecio que tenía hacia ella. Me sentía la peor de las hijas y, ¿si yo estoy mal y ella está bien? ¡Terminaba enredada entre tanta incongruencia! ¡Tenía mil preguntas y ninguna respuesta!... Vivir así era auténticamente un estado de locura.
Entre besos, y música ambiental, Julio y yo poníamos la mesa para la celebración de navidad. Los muchachos se ofrecieron a ir por su abuela al aeropuerto, mientras nosotros terminábamos los pormenores de la cena.
El hermano de Julio viajó a Canadá para pasar la navidad con Cecilia... y Julio optó por quedarse conmigo. ¡Yo no se lo pedí! pero estaba feliz por su compañía. Aunque también un poco inquieta por la reacción de mi madre al enterarse de mi nueva relación. Temía algún desaire de su parte hacia con Julio.
Creía conocerla muy bien, pero esa noche rebasó límites inimaginables. Llegó a casa, acompañada nuevamente por Álvaro. Mis sobrinos estaban angustiados por la situación e intentaron advertirme con una llamada, pero nunca escuché el timbre del teléfono por el volumen de la música.
—¡Hijita!, ¡mira nada más el regalo que te traje! anunció orgullosa señalando al cínico de Álvaro.
Giré mi cabeza en dirección a Julio, con la expresión desencajada... a lo que él respondió guiñándome un ojo sin un rastro de desequilibrio.
¡No sabía cómo reaccionar! ¡Estaba furiosa e indignada!, pero a la vez paralizada por la situación.
Nicole rompió el silencio, tomando la mano de Julio y presentándolo airosa a su abuela como el novio de su tía Marian.
Ese hombre extraordinario no perdió compostura ni seguridad por un sólo instante..., y pese a las miradas fulminantes de Álvaro y mi madre, sonrió amable y extendió su mano a ambos en señal de cortesía.
Por supuesto que sabía que ese tipo era mi ex novio..., sin que nadie tuviera que aclarárselo. Y lejos de mostrar molestia..., inmediatamente les ofreció algo de tomar en señal de bienvenida. Ahora ellos eran los sorprendidos.
¡Sonreí al fin!, entendiendo el mensaje que Julio me estaba enviando... y divertida; entré a participar en el juego.
Ante las miradas desconcertadas de mis sobrinos, que no tardaron mucho en unirse a la estrategia inteligente contra el enemigo; uno a uno fuimos reuniéndonos en la cocina..., con el pretexto de revisar la cena y traer alguna botana a los invitados.
Una vez todos reunidos, Julio nos miró sonrientes a todos... y se limitó a decir...
—Tenemos dos opciones. Una, es armar un escándalo y arruinarnos esta noche. —La otra, es no entregar el poder de robar nuestra armonía y nuestra tranquilidad a nadie... y pasar una linda navidad.— Y, ¡como sé que todos aquí somos muy inteligentes!....creo que optaremos por lo segundo.
Sugirió, pasándole la charola de bocadillos a Bianca, que azorada lo cuestionó.
—¿Estás hablando en serio? ¡Este tipo viene por tu novia!, ¿no te molesta?
—¡En lo absoluto!, exclamó tomándome por la cintura. —Él puede hacer lo que guste y Marian también; sólo que... ¡después de probar este biscocho!, dijo llevándose la mano al pecho... ¡no creo que lo cambie tan fácil!, bromeó besándome en la mejilla.
Regresamos a la sala para invitar a los recién llegados a pasar a la mesa. Servimos una exquisita cena y nos dedicamos a disfrutarla tal como lo sugirió Julio. Sin tomar en cuenta las caras disgustadas de mi mamá y de Álvaro. La noche transcurrió tranquila... y luego de un rato, mis sobrinos comenzaron a dar las buenas noches.
Quedamos los cuatro solos. Y Álvaro que no pudo soportar más la felicidad que irradiaba mi rostro... irrumpió sarcástico.
—¡Que pronto me remplazaste Marian!, dijo intentando salpicar al fin su veneno.
Respiré hondo y serenamente contesté...
—¡Aprovecho tu comentario para darte las gracias Álvaro!, pues de no haber sido por nuestra ruptura... Julio y yo no tendríamos la dicha de estar juntos ahora. —Sonreí mirando a mi amado y tomando su mano.
—¡Fuiste bienvenido en esta cena por ser el invitado de mi madre! ¡Pero nada más!, continúe diplomática. —Así que te pido encarecidamente, que no vuelvas a evocar situaciones del pasado con tus comentarios por respeto a mí, a mi pareja... y especialmente... por respeto a ti mismo.
—¡Esto es humillante Doña Martha!, ¡Yo no tengo por qué soportar esto!, dijo levantándose de su silla fuera de control...
¡Álvaro espera! le ordenó mi madre.
—¡Marian y tú tienen que hablar!, ¡A eso viniste! —Y, ¡Perdóneme Julián, Jaime... o como se llame!, pero...— Mi hija y Álvaro tienen una relación de muchos años, que se ha visto momentáneamente interrumpida por malentendidos. —Y... seguramente usted es uno más de esos malentendidos.— Mi hija no puede haberse olvidado de su “casi esposo” en tan poco tiempo. Así que usted es quien está de sobra en esta mesa... Le pido por favor que se retire.
En ese momento, perdí toda intención de cordura y como volcán en erupción, detuve la sarta de tonterías que estaba diciendo mi madre.
—¡Basta mamá! si tanto quieres a Álvaro... ¿por qué demonios no te casas tú con él? y a mí me dejas en paz.
—¡No tienes ningún derecho de venir a disponer nada en esta casa!, ¡ni en mi relación con Julio, ni en mi vida! ¡Ya no soy la niña estúpida que siempre manejaste a tu antojo! ¡Soy una mujer adulta por si no lo has notado!
¡Tenía tantas cosas que decirle! y ¡tanto hartazgo de sus imprudencias y su control!... que hubiera podido continuar gritando el resto de la noche. Pero ella también perdió los estribos y se levantó iracunda para tratar de callarme con una bofetada. Y por primera vez, en mis casi treinta años, le sostuve la mano en el aire; y con la mirada encendida, anuncié...
—¡Ni un golpe más mamá!, te amo profundamente por ser mi madre, pero el que me hayas dado la vida, no te faculta para destruírmela.
Estupefacta ante mi reacción, no le quedó más remedio que retroceder un paso atrás sin hablar.
Tomé a Julio de la mano y salimos de ahí... pero no sin antes terminar de vomitar sobre Álvaro la indigestión emocional que me quedaba.
—La próxima vez..., así vengas con el Presidente de la República, no entras ni en esta casa, ni en mi vida... ¿te queda claro?
Me derrumbé temblorosa sobre el poof del estudio de Julio. El se limitó a abrazarme y a escuchar los sentimientos encontrados que... sin mayor ilusión brotaban de mis recuerdos más grises y lo que acababa de suceder.
—Sé que hice bien en ponerle al fin un límite a mi mamá Julio, pero no lo pude hacer con amor; como me lo indica el programa. Le dije angustiada.
—¡Algún día podrás mi amor!, por el momento..., deja de juzgarte por favor.
—¡Acabas de dar un paso enorme de recuperación!— Lo miré confundida —
Para las personas controladoras que siempre estamos protestando y entrometiéndonos en la vida de los demás; ¡es un logro! el día que dominamos a nuestra boca y podemos quedarnos callados. —En cambio, las personas que siempre callan y permiten abusos; ¡es un avance inmenso! el día en que hablan para defenderse e incluso el día en que gritan.
—¡Este es un buen principio Marian!, —Si sigues adelante en tu proceso de recuperación personal, irás logrando cada vez más un equilibrio adecuado entre tus emociones y tu forma de transmitirlas.— Pero dale tiempo al tiempo.
Era la primera vez que escuchaba algo así. Siempre reprobé los gritos y los enfrentamientos y, aun más entre padres e hijos. Pero las palabras de Julio tenían mucha lógica.
El programa de Al-anon promueve la sanación emocional y espiritual de sus miembros; pero nadie dijo que el proceso sería sencillo y sin dolor.
Quienes llegamos ahí, devastados por la convivencia con un alcohólico, neurótico o cualquier otra disfunción; hemos perdido... entre muchas cosas más..., la identidad propia y el respeto por nosotros mismos.
Quizá reaccioné inadecuadamente ante la actitud de mi madre. Pero al menos..., fui yo misma por una vez en toda mi vida y estaba aprendiendo a exigir un respeto que nunca antes me di.
Antes de regresar a casa de Gabriel, Julio me entregó una cajita envuelta en un aterciopelado moño rojo.
—¡Feliz navidad! dijo emocionado.
Era una cadena dorada, por la que bailaba una hermosa luciérnaga de oro con una circona brillante en representación de su luz.
—¡Está hermosa Julio!, agradecí mientras él me la colgaba del cuello.
—¡Las luciérnagas significan muchas cosas para mí!, me explicó... —Son la luz que un día hace muchos recibí en medio de tanta obscuridad.
—Son la esperanza que yo pretendo transmitir a quienes quieren escucharme. —Son el brillo de tus ojos y el destello resplandeciente que tu amor le ha dado a mi corazón..., y que tanto me faltaba para completar mi plenitud como hombre y como ser humano.
—¡Tú también eres mi luciérnaga! respondí con otro abrazo y un beso tierno, que al instante..., se tomó apasionado e intenso.
Hicimos el amor con la misma entrega de la primera vez, pero con menos nerviosismo. También en el ámbito de la intimidad, parecíamos conocernos de toda la vida. Sin saberlo, Julio estaba curando las heridas de mi sexualidad... Esa que nunca disfruté por la sensación de culpa y vergüenza que pesaba sobre mi conciencia. Por la tonelada de prejuicios y por la manipulación de mi pareja anterior.
Una vez que nuestro ritual concluyó, recostada entre sus brazos..., me atreví a preguntar cautelosa sobre las razones de su divorcio. Nunca habíamos hablado de ese tema y sentía curiosidad.
—¡Digamos que un día aprendí a amarme lo suficiente como para seguir permitiendo vivir situaciones inaceptables!, contestó tranquilo.
—Marcela era adicta al trabajo. —Es una abogada prominente y sumamente ambiciosa.— Ella sufre de autoestima desviada.
—¿Autoestima qué?
—Desviada; es cuando tu valía como persona se basa en la marca del vehículo que te transporta o la ropa que te viste. Para ella era más importante saber el apellido de una persona, que lo que era en sí misma. Su termómetro de bienestar era la suma de su cuenta bancaria...y al menos dos o tres apariciones por mes en la sección de sociales de los periódicos más importantes de Guadalajara.
—Trabajaba desde que abría los ojos, hasta que los cerraba. Y el raro día que me concedía su compañía un par de horas, su celular nos interrumpía cada diez minutos. —Con los años llegué a acostumbrarme tanto a comer sin ella, a asistir al teatro o al cine solo, a no verla incluso en mis cumpleaños o mis eventos importantes... Que una mañana... desperté y me di cuenta de que ya no tenía nada en común con esa mujer que dormía a mi lado. Nuestros intereses eran totalmente distintos en la vida y yo merecía cuanto era capaz de dar.
El programa me dio el valor y la claridad para poder tomar esa decisión, y me fue de gran ayuda en todo el proceso de duelo. —¡Los doce pasos son un programa de vida Marian!, son aplicables a cualquier situación y créeme que lo he comprobado muchas veces. Suspiro convencido, luego de apretarme más fuerte contra su cuerpo.
En el fondo me sentía temerosa por la actitud que tomaría mi mamá después de lo acontecido la noche anterior, pero... para mi sorpresa, la encontré serena y hasta condescendiente con mi persona. Preparó el desayuno para todos y traviesa jugueteó un rato con Chepe y Nicole.
¡Sí que los límites funcionan!, pensé mientras la observaba. Me tardé muchos años en atreverme a hacerlo dominada por el miedo a la desaprobación o el rechazo de otros. Pero una vez que lo hice, me di cuenta de la eficacia. Doña Martha nunca más intentó ponerme una mano encima y el tema de Álvaro quedó clausurado definitivamente.
Uno a uno fuimos citados por la terapeuta de la clínica donde se encontraba Gabriel.
Isabel Camacho en una mujer de edad madura, alta y corpulenta. Supongo que Dios la creó así; en combinación perfecta con el tamaño de su corazón y su enorme sabiduría.
Todos en la casa, incluida mi madre...que afortunadamente se mostró interesada al fin en la situación de su hijo... decidieron que yo sería la primera entrevistada. ¡Más por miedo, que por cortesía! supongo.
Una señorita muy sonriente me acompañó hasta la oficina de Isabel.
—La doctora, viene en seguida, comentó antes de salir.
Aquel lugar era muy acogedor, todo lo contrario a lo que imaginé. No había escritorio, ni computadora, ni un diván de manicomio..., como suele verse en las películas. El ambiente estaba impregnado por un aroma delicado a incienso. Los únicos muebles eran dos sillones amplios y confortables color camel, con una pequeña mesa de centro; que también hacía las veces de una hermosa pecera.
Mientas esperaba, observé los enormes pergaminos enmarcados de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, que eran casi iguales a los que practica el programa de Al-anon.
Afortunadamente ya me sentía familiarizada con esos conceptos, pero entonces vi un pequeño cuadro que me conmovió hasta lo más hondo del ser. Y, si no es por la llegada de Isabel... hubiera llorado en ese momento.
Era la imagen de un Poder Superior representado por Jesús, sosteniendo a un borracho desfalleciendo entre sus brazos. Lo que más me sensibilizó fue la mirada enternecedora y dolida de ese Dios amoroso hacia su hijo convertido en una piltrafa.
—¡Buenas tardes!, saludó efusiva Isabel. Que al darse cuenta de la humedad de mis ojos clavados en aquella imagen, sugirió... —¡Ponle tu rostro!
—¿Perdón?
—Ponle tu rostro y tu cuerpo desfallecido a ese Poder Superior entre las manos. ¡Será un buen inicio!, hasta que puedas llegar a ponerle también tu vida y tu voluntad por completo.
Sonreí apenas, inhalando con fuerza y mirando al techo para espantar las ganas de llorar.
—Tengo entendido que tú eres Marian y Gabriel es tu hermano. Asentí, tomando asiento frente a ella.
—¿Cómo está mi hermano?
—¿Cómo estás tú Marian?
—¡Supongo que bien!
—¿Supones?
Entonces le conté los motivos por las que llegué a vivir en casa de mi hermano. Las condiciones en que encontré a cada uno de sus hijos y de la noche traumática en que Gabriel estuvo a punto de morir por la congestión alcohólica.
—¡Nicole es quien más me preocupa por la edad en la que está!, y —¡Bianca que vive ensimismada! y...
—¡Quiero saber de ti Marian!, de tus sobrinos sabré en su momento ¡y por ellos mismos!, me irrumpió de golpe... cálida, pero enérgica a la vez.
—¡Te estoy contando de mi vida en los últimos meses!, contesté defensiva ante su comentario.
—¡No!, llevas media hora hablándome de tu hermano y su familia, pero en ningún momento me has hablado de ti.
—¿Cuáles son tus proyectos personales de vida? por ejemplo. Porque, ¡en cuanto tu hermano se recupere, te vas a quedar sin chamba!, ¿lo habías pensado? Ya no tendrás que sentirte responsable de cuidar a nadie.
Me quedé muda ante tal confrontación. La verdad es que no lo había pensado, pero era real. Esos muchachos no eran mis hijos y yo no podría vivir eternamente en casa de mi hermano. ¡Pensar en regresar a México con mi madre, no me entusiasmaba en lo más mínimo! Y, mi relación con Julio ¡era maravillosa pero muy reciente!
Me aterrorizó darme cuenta en un segundo de que no sabía lo que quería. ¡No tenía un solo proyecto de vida personal!, mi trabajo, ¡no era algo que me apasionara como para vivir haciéndolo por el resto de mis días!
¡No tengo!, susurré entristecida.
—Creo que has pasado tanto tiempo rescatando a los demás, que te has olvidado de la persona más importante... ¡Tú!
Hasta ese momento me sentía perturbada y entumecida de todo mí ser, pero... cuando me incitó a hablar de mis padres, y en especial del alcoholismo de mi papá, me desmoroné por completo.
Evoqué sin proponérmelo, el recuerdo de la fiesta de aniversario del tío Eduardo, el hermano mayor de mi papá.
—Fue un evento muy esperado por toda la familia. —Recuerdo que llevaba puesto un vestido rosa pálido, con florecitas bordadas en las orillas del faldón y un moño enorme atado a mi cabello.— La familia Toledo era muy grande y muy alegre. —Sus fiestas siempre se caracterizaban por la buena comida y sobre todo el buen vino.
—¡Todos la estaban pasando bien!, salvo mi madre y yo... porque nos preocupó ver la manera desatrampada en que mi papá empezó a beber.
—Por alguna razón que no recuerdo, Gabriel no nos acompañó en esa ocasión.
—Mi mamá le insistió en que ya era hora de irnos, pero él la ignoró por completo. —Entonces le exigió las llaves del auto para irse aun sin él, pero mi papá no accedió a dárselas.— Ella se puso furiosa y salió a buscar un taxi. —Yo quise quedarme, y estaba tan alterada que no me lo impidió... después de que su cuñada le ofreció hacerse cargo de mí, si veían que el estado de mi papá empeoraba.
—¡Parecía que tomaba vasos de agua en medio del desierto! Dije con una lágrima asomando. —Yo estaba llevando la cuenta alarmada, desde antes de que mamá se fuera y nos dejara a ambos en la fiesta.
—Pretexté dolor de estómago para no seguir jugando con mis primos y me instalé al lado de papá para vigilarlo de cerca.
¡Ya no tomes papito!, ¡vámonos a casa por favor! le suplique varias veces..., hasta que el dulce tono de voz con que siempre me hablaba, se tomó violento e hiriente.
—¡Ya cállate niña! ¿Por qué no te fuiste con la histérica de tu madre? —¡Para cuidarte papá!, contesté en mi mente.
—¡Quise llorar!, me dolía su agresión y la humillación que sentí frente a todos los que estaban en la mesa...pero no lo hice. Y permanecí custodiándolo fielmente.
—Cuando todos los invitados comenzaron a retirarse y la última botella se había acabado..., se levantó torpe desaliñando el mantel y tirando algunos vasos vacíos que quedaban sobre la mesa.
—Mi tío Eduardo lo tomó por la cintura y acomodó el brazo de mi papá alrededor de su cuello, para ayudarlo a caminar hasta el estacionamiento.
—Mi padre tarareaba sonriente una canción mientras se tambaleaba en brazos de su hermano al que besaba cariñosamente en la mejilla... hasta que se dio cuenta de que mi tío pretendía subirlo a su coche y no al nuestro. —Discutieron alto... y mi papá cambió los besos por trompadas y empujones. ¡Se puso como loco! ¡Nadie pudo controlarlo! Yo corrí apresurada para subirme con él a nuestro coche, pero la esposa de mi tío Eduardo me sujetó de los hombros. ¡Me lo impidió!, ¡La odié tanto!... Hice una pausa en el relato con los puños comprimidos.
Estaba ahogada en el dolor de aquel recuerdo y gemía abiertamente, pero aún así continué...
—¡Papito!, grité mil veces desesperada... tratando de zafarme inútilmente de las manos de mi tía... viendo como se alejaba rechinando las llantas de su auto negro a toda velocidad.
—¡Se va a matar! grité antes de escurrírmele como agua entre las manos a mi tía; vencida por toda mi impotencia.
—¡Yo lo tenía que cuidar!, les decía a los adultos..., que a pesar de verse tan grandes desde mi postura y mis siete años, no habían podido detener a mi papá.
Terminé de hablar... pero seguía sollozando. Luego de un minuto, Isabel se sentó junto a mí.
—¡Tu no eras responsable de cuidar a tu papá!, —¡Ni lo eres ahora de tu hermano y tus sobrinos Marian!,— ¡Sólo eres responsable de ti! Dijo envolviéndome por la espalda con su brazo y poniendo otro pañuelo en mi mano.
—¿Te das cuenta de eso? —¿Te das cuenta que desde niña estas cuidando de otros y no de ti?
—¡Es comprensible Marian!, —El alcoholismo y la neurosis de tu familia te heredaron sin quererlo una consecuencia muy compleja llamada “codependencia”.— De niña cuidabas a tu papá y luego continuaste haciéndolo con todo el mundo.
—El primero y más importante de los doce pasos que ves ahí, dijo señalando el pergamino colgado en la pared... —Es “la derrota”...— Para los alcohólicos, se refiere a su incapacidad para dejar de beber. Y, para los codependientes; o sea los adictos al alcohólico, se refiere a nuestra imposibilidad de ayudarlos y la aceptación de lo ingobernable que se ha vuelto nuestra vida..., por estar inmersos en esa lucha inútil.
—¡Derrótate Marian!, —¡Dios te agradece mucho tus buenas intenciones!, pero no necesita tu ayuda para rescatar a nadie más, ¡excepto a ti!, repitió una vez más.
Salí de ese lugar profundamente agotada, pero también, con una serenidad desconocida. Desahogar el dolor y la amargura que me causaban esos recuerdos escondidos en el cajón de mi inconsciente bajo un millón de llaves, me quitaron un enorme peso de encima.
Valeria y mi mamá también frieron citadas el mismo día, en diferentes horarios.
Ninguna de las tres quisimos hablar una palabra acerca de la terapia y nos fuimos a la cama mucho más temprano de lo normal. El mismo efecto se dio entre Adrián, Bianca y Nicole al día siguiente.
La primera visita a Gabriel se dio un par de días después. Nicole corrió a su encuentro en cuanto lo ubicó entre los demás internos y convivimos tranquilamente casi un día completo.
Mama y él se saludaron con un abrazo quisquilloso y no hablaron mucho, pero al menos no discutieron. Por un buen rato... Adrián y él, estuvieron conversando a solas en algún punto de los enormes jardines de la clínica.
Mentiría si dijera que lo vi feliz, pero lo que sí puedo asegurar es que su espíritu estaba rehabilitándose junto con su cuerpo.
Su semblante era bueno y nunca antes vi tanta calma en su mirada y su voz.
Algunas lágrimas nos traicionaron, antes de dejarlo en ese lugar por dos semanas más. Pero al parecer esa separación estaba valiendo la pena.
No sé que hablaron Isabel y mi madre, pero era evidente que al salir de esa terapia, muchas cosas cambiaron para ella. Y sus nietos y yo pudimos disfrutarla alegre y cariñosa por unos días.
Le costó mucho admitir que Julio le agradaba, pero ante el carisma y la bondad de ese hombre, no le quedó más remedio que rendirse.
La tarde anterior a su partida de regreso a México, salimos solas a tomar un café y hablamos de mujer a mujer como jamás lo habíamos hecho.
Me contó con el corazón en la mano, episodios dolorosísimos de su vida que hasta ese momento yo desconocía.
Como que... aquel hombre que vagamente recordaba como a mi abuelo, en realidad era padrastro de mi madre, y que soportó durante años sus abusos verbales e incluso sexuales, sin que mi abuela lo supiera.
Se casó con mi papá a los dieciséis años sin amor, pero eso era mejor que soportar las vejaciones del esposo de su madre.
Entonces entendí a qué se refería Julio cuando hablaba de recoger y pegar los fragmentos rotos de las historias de nuestros padres.
Besé con fuerza las hermosísimas manos blancas y tersas de esa mujer que me dio la vida y que tan duramente juzgué por tanto tiempo. Le pedí perdón a los ojos y la perdoné en silencio dentro de mi corazón. ¡Mamá no pudo dar más, porque no lo tenía!
¡Yo había sido simplemente víctima de otra víctima!, en mi historia, como en todas....no existen culpables. Todos de una u otra forma habíamos sido lastimados por la enfermedad emocional y espiritual de otros.
A la luz de este entendimiento, comencé a sanar con mucha más rapidez las heridas más supurantes de mi pasado.