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El zorro

Dos golpes fuertes y secos en la puerta de la cocina resquebrajaron el silencio nocturno. Mujica leía al costado de la estufa de leña encendida, a unos diez metros de distancia. Estaba solo y era raro que recibiera visitas cuando ya había anochecido. Tampoco tenía sentido que el llamado fuera a la puerta trasera y no a la principal, luego del control de los encargados de la seguridad a la entrada de la chacra. “Algún vecino que necesita algo”, pensó el presidente y se levantó con dificultad de su sillón.

No reconoció a quien lo miraba tras el vidrio rectangular de la parte superior de la puerta. Era un hombre de unos cuarenta años, corpulento, con aspecto de militar. Un coronel del Ejército, fue lo primero que pensó. Quitó el cerrojo y lo invitó a pasar y sentarse a la mesa de la cocina, frente a la heladera y a la pileta para lavar la vajilla.

Casi no intercambiaron palabras. Los saludos de rigor y muy poco más. El visitante abrió una notebook que llevaba bajo el brazo y seleccionó un video que ya tenía separado. Puso play y en pantalla aparecieron tres personas con uniforme militar de combate y pasamontañas para ocultar sus rostros, sentados tras una mesa y con los pabellones patrios de Uruguay como telón de fondo. Leían una proclama en la que amenazaban a jueces y fiscales por los procesamientos con prisión de oficiales por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura (1973-1985) y anunciaban que procederían a la liberación de sus “presos políticos”.

Hacía poco más de un año que Mujica era presidente y la noticia sobre la existencia de ese video estaba en todos los medios de comunicación, pero él no había visto el material. Después de la exhibición, el hombre cerró la computadora, le anunció que le iban a enviar una copia a su oficina, se levantó, saludó y se fue por la misma puerta, que había permanecido abierta. Mujica quedó sentado y sin reaccionar unos segundos, antes de volver a pasar el cerrojo.

Se fue a dormir sin decir nada a nadie. Su esposa estaba de viaje y los encargados de la seguridad mantenían la vigilia afuera, sin percatarse de nada. Semanas después, nos contó el episodio con cierta preocupación. Lo interpretó como un aviso, una demostración de lo expuesto que estaba hasta en su propia casa. Sintió miedo, pero prefirió mantenerlo en secreto para no provocar un escándalo político y una mayor custodia a su alrededor. Sí se lo dijo a un juez cuando lo interrogó sobre el caso del video, que ya había generado una investigación judicial, y le pidió que no lo hiciera público.

“¿Por qué no lo detuvo?”, preguntó el magistrado al escuchar el relato de Mujica. “Ni loco. Andá a saber cuántos eran y cómo reaccionaban”, fue la respuesta del presidente.

Nunca llegaron al intruso y Mujica siguió como si nada hubiera pasado, pero es probable que haya registrado el mensaje y actuado en silencio. El caso se terminó archivando y su casa recibiendo muchas más visitas que antes. De todas formas, ese episodio quedó en su memoria.

—Fue brutal, tas loco. No es joda esto. Conocen mi casa. El tipo tuvo que entrar caminando por el costado, por el campo.

—No entiendo por qué no contaste nada.

—No le dije a la guardia porque me empiezan a hacer misterio, me llenan de policías y sirenas y no puedo dormir nunca más. Eso fue un trabajo de inteligencia de milicos de los verdes, no de los azules (policías). Llevando el video a casa, mostraron un alarde de eficiencia, como diciendo: “Mirá Pepe que estás regalado”. Estaban marcando terreno.

—No se necesita conocer mucho Uruguay para darse cuenta de que estás regalado, ¿no?

—Sí, pero que se te metan en tu casa de noche significa otra cosa. Yo igual siempre tengo algún fierro guardadito por ahí, pero no soy loco. No me quiero complicar porque si te la quieren dar, te la van a dar.

—Matarte a vos debe ser más fácil que matar a un diputado.

—Sí, pero yo les digo a los compañeros: “¡Sabés qué entierro!”. Una movilización de masas. ¡Mataron al presidente de Estados Unidos y no me van a matar a mí si quieren! Hay que asumir. Es parte de la cosa. Acá el mensaje que quisieron pasar es que me tienen al alcance de la mano. Lo que no saben es que me importa un carajo.

Ese fue uno de los principales episodios amenazantes que Mujica registró como presidente. Una advertencia de los militares más conservadores que al final quedó solo en eso. Cuando nos lo contó le había quitado dramatismo. Lo interpretaba como una demostración de fastidio de los que siempre fueron sus enemigos más acérrimos.

Los embates indignantes para él vinieron desde dentro del Frente Amplio. Eso fue lo que le sorprendió: que las emboscadas más elaboradas fueran de sus aliados de partido político. Nunca los denunció en público. A mediados de 2011 se enteró de que estaban preparando su sucesión, sin que él diera ninguna señal de que quería dar un paso al costado. Personas del Frente Amplio que no lo querían habían empezado a hacer circular el rumor de que iba a renunciar a su cargo y hablaban de lo excelente que sería Astori como presidente. Tenían hasta una fecha aproximada prevista.

Mujica realizó una audición radial, en la que dijo que el presidente era él y que lo sería hasta el último día en que la Constitución de la República lo establecía. Nos llamó la atención esa reflexión, por su contenido y virulencia. Le transmitimos nuestra curiosidad al final de una de nuestras tantas charlas. Permaneció en silencio. Varias veces se lo tuvimos que preguntar e igual no dijo demasiado.

“Están haciendo cosas muy jodidas contra el gobierno”, fue lo poco que soltó. Habló de un posible complot, volvió a referirse a “cosas muy jodidas”, y no quiso profundizar. “¿Intentan sustituirte?”. “Algo de eso”. Hasta ahí llegamos.

Nunca más volvió a referirse al tema. Hablamos varias veces sobre su futuro político, su salud o la posibilidad de que no terminara su período de gobierno. Jamás profundizó en lo que ocurrió ese invierno de 2011. En respuesta, lo que hizo fue consolidar su figura de presidente. Se armó de una gruesa caparazón proyectando su imagen en el exterior, adquiriendo una fama internacional histórica para Uruguay, y realizando movimientos internos para controlar los factores de riesgo.

Destituyó ministros y jerarcas de todo rango, promovió leyes polémicas, asumió protagonismo en conflictos internacionales, recibió refugiados sirios, aceptó albergar a presos de la cárcel de Guantánamo acusados por Estados Unidos de ser terroristas árabes, y hasta funcionó como mensajero entre La Habana y Washington. Todo eso lo hizo para que no quedaran dudas de quién era el presidente. Por supuesto, en forma desordenada y con idas y venidas: no sabía actuar de otra forma.

Buscó también construir alianzas con sus opositores dentro de Uruguay. “El presidente no maneja ni por asomo todos los resortes del poder”, era su argumento, al intentar cuidarse las espaldas mediante un peligroso equilibrio. “No hay que usar mucho los teléfonos, ni siquiera conmigo”, nos dijo más de una vez durante la segunda mitad de su mandato, y nos convocaba para hablar personalmente acerca de los asuntos más delicados. “¡Yo qué sé quién carajo me está escuchando! Apenas soy el presidente”, se quejaba.

Quizá por esa inseguridad y necesidad de respaldo, Mujica se acercó a la oposición, más allá de los debates obvios. Además de darles cargos directivos en las empresas públicas, escuchó sus propuestas e intentó contemplar algunas. “Preciso como el pan a la oposición, los trato con algodón”, nos confesó en sus comienzos.

Contó con el apoyo de políticos blancos y colorados para algunas leyes importantes, como la patente de vehículos única a nivel nacional y la creación de una nueva universidad pública en el interior del país. Más que votos, lo que perseguía era tranquilidad.

Algo similar hizo con las Fuerzas Armadas. Siempre supo que la mayoría de los militares no lo votan. Igual, no intentó desplazarlos, aunque considera que son muy importantes para mantener el poder. Buscó convencerlos. Lo acusaron de seguir una política similar a la de

Hugo Chávez en Venezuela, que transformó a las Fuerzas Armadas en defensores de su régimen.

¡Qué me vienen a joder! Están haciendo misterio con que nosotros estamos metiendo gente ahí, como hizo Chávez en Venezuela. ¡Ojalá! Me hubiera encantado hacer política en el Ejército, pero no tengo tropa. No estamos metiendo gente de izquierda en las Fuerzas Armadas porque no va ninguno. Ese es el problema.
Igual, al Ñato lo respetan y a mí también. Somos tupas, tenemos una relación de años. Y nosotros los respetamos mucho a ellos. Yo siempre se lo digo: una sociedad y un gobierno necesitan de los militares. Vos les decís a los milicos y los milicos cumplen. Me acuerdo de cuando mandé levantar a la gente de la calle. Los del Ministerio de Desarrollo tenían reparos, no querían, y había un coronel que decía: “¿Cómo no lo vamos a hacer, si lo mandó el presidente?”.
Por eso les abrí los cuarteles y los puse a hacer más cosas. Es necesario que se reconcilien con la gente. A esta generación no se le puede pasar la cuenta de otra. No ganamos continuidad así. En varios líos grandes traté de meterlos para que asuman que son importantes. Cuando tuve un lío con el reparto de combustible, por ejemplo, recurrí a ellos. Con eso fue que empezaron a hacer pelota a Allende en Chile. Nunca voy a dejar que el país se quede sin combustible.

En 2013, Lacalle le informó a Mujica, preocupado, sobre la intención de la Policía de comprar 1000 fusiles. “Es demasiado poder para la Policía”, le advirtió. Mujica tomó nota y resolvió dar la mitad de ese armamento a los militares. “Una señal para la interna”, argumentó. Nunca la concretó porque al final los fusiles adquiridos por la Policía fueron apenas 150. Pero ya estaba decidido a beneficiar a las Fuerzas Armadas.

En esa conversación, Lacalle le recordó que cuando él era presidente enfrentó una huelga policial de semanas que lo dejó en una muy mala posición. “Por eso hay que tener cuidado con los policías”, le dijo. Mujica respondió algo que luego se encargó de que se supiera entre militares y policías: “Si me hacen una huelga policial como la que hubo en tu gobierno, no dura ni un día: saco al ejército a las calles”.

Como ministro del Interior, a cargo de la Policía, Mujica designó a su amigo el Bicho Bonomi, un exguerrillero que comparte sus mismos códigos. “Es un tipo muy importante para mí y por eso lo mandé a ese lugar clave”, fue su justificación. “La Policía no se pierde una joda”, dice Mujica. Y alguien del perfil de Bonomi, que “labura como loco y no se casa con nadie”, es el que puede comenzar la limpieza. Algo hizo, evaluó Mujica al terminar su gobierno, aunque todavía falta mucho.

En esa estrategia de generar certezas para lograr continuidad, Mujica tampoco confrontó demasiado con los grandes capitalistas ni con los medios de comunicación masivos, como la televisión. No adoptó el camino seguido por algunos de sus colegas en América Latina, como Chávez, Evo Morales o Rafael Correa. Los tres principales canales de televisión abierta eran los mismos cuando él asumió como presidente que cuando le pasó la banda presidencial a su sucesor. Y ningún inversor importante en Uruguay decidió abandonar sus negocios debido a la Presidencia de Mujica. Todos confiaron y él, en lugar de expropiar sus negocios como ocurrió en otros lugares del continente, aplicó la “táctica de la sífilis” como forma de mantenerlos.

Para las sociedades anónimas igual que para los grandes capitalistas tengo la táctica de la sífilis. La sífilis no mata a la víctima porque si lo hace, no tiene de dónde comer. Si yo les saco todo o los corro de Uruguay, después no hay nadie que ponga plata. ¿Y quién me dice que nosotros vamos a manejar mejor esas cosas que ellos? Mirá lo que pasó en Venezuela. Les expropiaron todo y ahora están peor. No me jodááás.

Con los tres canales uruguayos de televisión abierta tuvo una relación que osciló entre el amor y el odio. Siempre los consideró opositores a su incursión en el poder, pero mantuvo un diálogo muy fluido con periodistas y acaparó minutos en los informativos. Pocas veces dijo que no ante un pedido de entrevista. Sabía que la televisión es lo que mira la mayoría de la población e intentó aprovecharlo.

Se enfrentó a una disyuntiva importante acerca de qué hacer con la asignación de los canales de televisión comerciales. Le pedían que interviniera, que se los sacara a los dueños que se habían mantenido por décadas, que diera un golpe. No lo hizo. Sumó dos nuevos canales para que tuvieran más competencia y poca cosa más. Lo pensó mucho y concluyó que ese era el mejor camino. “Por más que digan lo que digan, miren que yo hago las cosas por algo, no soy un presidente al pedo”, se justificó en la intimidad ante las críticas.

Me metí en un lío brutal con la ley de medios. El problema es que la torta publicitaria es la misma y si la divido mucho termino con todos fundidos. La izquierda me pide que mate a las familias que están en los canales de televisión. Pero ¿cómo hago para matarlas? ¿Y quiénes vienen después? Tengo que darle muchas vueltas a eso.
Yo sé lo que han hecho esas familias, pero tampoco puedo abrir la puerta a los canales de afuera. Los de acá son malos pero por lo menos son de acá. Donde abras la puerta, se te cuelan extranjeros por todos lados. Mi idea es tener a nuestros oligarcas. Capaz que adjudicamos un canal y después se lo venden a Clarín, O Globo, el mexicano Slim o al que sea. No quiero que ellos dominen la cosa.
Igual a los canales de acá les puse competencia local, dos canales nuevos. No deben de estar nada contentos pero la tarea de gobernar implica tener amigos y enemigos.

En ese manejo de los equilibrios alrededor del poder, Mujica también fue especialmente cuidadoso a la hora de tener que despedir a algunos de los jerarcas de su gobierno. Preparó con tiempo los relevos, los fue meditando durante semanas, y a veces meses. No fueron muchos los destituidos y buscó que los cambios estuvieran más que justificados.

“Le cuesta arrancar cabezas. Siente un poco de culpa, no es un buen cirujano”, nos dijo una de las personas que trabajó a su lado durante los cinco años de gobierno. Más de la mitad de los jerarcas sustituidos fueron de su propio sector político. Eso también prueba que le costó meterse con lo ajeno. Por temor, por cuidado, por el motivo que fuera, lo cierto es que lo hizo muy pocas veces.

Un ejemplo de su proceder en estos temas fue cuando en abril de 2011, en la residencia de Anchorena, nos contó una serie de irregularidades en los hospitales públicos. Funcionarios que marcaban tarjeta y no trabajaban, sindicalistas que elegían a sus amigos en las licitaciones, de todo un poco. Nada con pruebas concretas, pero los informantes de Mujica eran confiables. Sin embargo, dejó pasar un año antes de despedir a algunos de esos jerarcas y los problemas se arrastraron durante más de la mitad de su gobierno.

Su justificación en las demoras para relevar a los que no obtenían los resultados esperados era su propio partido político, el Frente Amplio, y los equilibrios internos. “Esto debería ser como un director técnico de fútbol: el que no tiene buenos resultados para afuera y sin chistar”, decía. Fueron muy pocas las veces que aplicó esa filosofía.

Eso sí, nunca se guardó sus intenciones. Muchos gobernantes se enteraron por los medios de comunicación de que el presidente quería sustituirlos. Así pasó con los dos principales de la educación pública, y también con algunos ministros. Impulsivo y un poco irrespetuoso, nunca cambió su forma de proceder. Después tenía reuniones con los involucrados o se encargaba personalmente de escribir comunicados o convocar a conferencias de prensa para salvarlos o despedirlos. Nadie estaba del todo seguro.

En uno de los momentos de mayor tensión con Argentina, cuando tenía que resolver si autorizaba a la empresa finlandesa de pasta de celulosa UPM una mayor producción, por más que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se opusiera radicalmente, convocó a su oficina en el piso 11 de la Torre Ejecutiva a parte de su plana mayor: el canciller Luis Almagro, el vicecanciller Luis Porto, el secretario de la Presidencia Homero Guerrero, el subsecretario Diego Cánepa y el embajador de Uruguay en Argentina Guillermo Pomi. Quería escuchar la opinión de todos. Después de una ronda completa, en la que solo Cánepa se mostró favorable a darle la autorización a la empresa extranjera en forma inmediata, sin esperar las elecciones en Argentina dos meses después, Mujica gritó: “¡Están todos despedidos, no los quiero ver más!”. Algunos se sonrieron y entonces el presidente lo repitió, pero más fuerte.

Los jerarcas se pararon al mismo tiempo y se fueron a la otra punta del piso 11, al despacho de Cánepa. “Tenemos que empezar a redactar las renuncias”, dijo uno de ellos. Todos coincidieron. Luego vinieron las especulaciones sobre los motivos de una medida tan drástica. “Es una señal para Argentina”, dijo uno. “Quiere reorganizar su Gabinete en la última parte del gobierno”, especuló otro.

“Los llama el presidente”, les informó María Minacapilli, la secretaria de Mujica, cuando ya habían pasado cuarenta minutos. Volvieron a ingresar a su despacho. El presidente estaba leyendo unos papeles y apenas levantó la vista. “Ya autoricé. Vuelvan a sus cosas”, fue lo único que les dijo Mujica con una sonrisa. Luego se encargó él en persona de comunicarle la decisión a favor de la empresa UPM a Cristina Fernández, durante una visita que realizó al puerto de Buenos Aires.

Asumir el protagonismo individual en lo internacional fue otra de las armas que utilizó Mujica para luchar contra los que querían debilitarlo. Después de su discurso durante la reunión del grupo Río+20 en junio de 2012, en Brasil, Mujica se dio cuenta de que el mundo estaba necesitado de líderes que dijeran cosas distintas, en un momento de política devaluada, y ocupó rápidamente ese lugar.

Cuando Julian Assange, fundador de WikiLeaks, resolvió difundir los archivos secretos diplomáticos de Estados Unidos, a los que había accedido, eligió cinco medios de prensa del mundo: El País de España, Le Monde Diplomatique de Francia, The Guardian de Inglaterra, The New York Times de Estados Unidos y Der Spiegel de Alemania. Optó por ellos por su circulación y prestigio a nivel mundial, después de un largo análisis. Y eligió bien. Sus revelaciones llegaron hasta el último rincón del planeta.

Además de WikiLeaks, tienen algo más en común esos cinco medios: todos hicieron entrevistas y luego informes sobre el presidente más pobre del mundo. También hablaron de Mujica otros que quedaron afuera de la lista de Assange, con igual o mayor prestigio mundial, como la revista inglesa The Economist, el diario norteamericano The Washington Post, los italianos Corriere della Sera y La Repubblica o la cadena de noticias inglesa BBC, que fue de las primeras en visitarlo en su chacra de Rincón del Cerro y mostrarlo en la intimidad, atrayendo a una audiencia de cientos de miles alrededor del mundo.

Le siguieron la alemana Deutsche Welle y la norteamericana CNN, pero también viajaron a Uruguay para entrevistarlo canales chinos, coreanos, árabes, rusos o australianos. Así fue creciendo la fama internacional de Uruguay y de su presidente. La revista norteamericana Time lo eligió entre las 100 personalidades más influyentes del año en 2013 y The Economist coronó a Uruguay como el país más destacado de ese año.

Mujica aprovechó esa vidriera internacional a su favor. Elaboró un programa de trabajo y destinó casi todas las mañanas de los miércoles, durante los últimos años de su gobierno, a brindar entrevistas para el extranjero, en momentos en que todos iban detrás de la oveja negra. Casi siempre recibía a los periodistas en su casa, con su perra Manuela cerca y con un posterior recorrido por las instalaciones.

—Estás aprovechando como loco la fama.

—Soy un bicho muy raro internacionalmente y soy consciente de eso. Trato de aprovecharlo para Uruguay, de sacar un beneficio. En todas las cumbres, el que más esperan ahora es mi discurso.

—La verdad que de los demás no hay mucho que esperar...

—Cuando vos leés un buen libro, la aventura empieza cuando lo cerraste, porque hay una parte que ponés vos. Te hace pensar. Con los discursos pasa lo mismo. El problema es cuando estás pensando cuándo carajo termina porque no te están diciendo nada. Por la obligación no funciona. El silencio se gana, no te lo regalan. Meté cosas de contenido y vas a ver que te van a dar pelota y te van a atender. Pero si hablás al pedo, la gente no escucha. Si no sabés de algo, no hablés. Es hablar solo para meter la pata.

—Lo que es hablar, vos hablás por todos lados. Ya son cientos las entrevistas en medios extranjeros, ¿no?

—Sí, doy una por semana y tengo doscientas pedidas para los últimos meses de gobierno. Es brutal. El tema ahí es que las cosas tienen que tener un poquito de gancho. Yo me pongo del lado del periodista. Siempre hice esas cosas. Los periodistas van a la noticia. Pero hay gente que no lo puede entender o que no le puede dar contenido a nada.

—En todas las crónicas te han puesto por allá arriba. ¿Cómo convivís con eso?

—No me creo un genio ni mucho menos. Si diera pelota a lo que dicen no me bancaría nadie. Para mí el genio es 90% sudor. Lo que te da más sabiduría es vivir con todas las ganas y decir lo que pensás. Son muy pocos los políticos que lo hacen. A veces es muy incómodo, pero te puedo asegurar que da muy buenos resultados.

Primero fueron las condiciones en las que vive y cómo se viste, su forma de ejercer el poder, su filosofía y sus opiniones políticamente incorrectas sobre los temas de interés mundial. Cuando todo eso ya se estaba agotando, surgió un nuevo imán para los medios internacionales: las leyes sociales, como la despenalización del aborto, la habilitación del matrimonio homosexual, y muy especialmente, la regulación por parte del Estado del mercado de la marihuana.

Mujica se imaginó que el tema de la marihuana tendría un impacto mundial, aunque no tanto. Eso sí, cuando llegó el momento, subió al escenario y se colocó bajo la luz de los reflectores para que todos lo miraran. Otra vez, manejó la situación como un especialista en opinión pública y logró superar sus expectativas. Agencias internacionales como la francesa AFP opinaron que, con su estilo de vida y medidas como la de la marihuana, Mujica había logrado poner a Uruguay en el mapa mundial.

La ironía de todo esto es que la regulación de la marihuana por parte del Estado no era algo que le interesara especialmente al inicio de su Presidencia. En abril de 2011, durante el almuerzo que mantuvimos con él en la estancia de Anchorena, restó importancia a los que promovían el autocultivo de las plantas de cannabis. “Mirá quá interesante discusión, si tener seis u ocho plantas. Seguro que ahí está el futuro”, se burló.

El porro no fue más que un cuento lejano en la vida de Mujica. Nunca lo probó ni tampoco creció en la época del auge del narcotráfico y de la diversificación de las drogas. Pero sabe escuchar, esa es una de sus principales virtudes. Con el transcurso de los meses lo convencieron de que el tema era importante y de alto impacto. Por eso lo aceptó y lo hizo suyo. El impacto siempre fue una de sus tácticas preferidas.

Para mí no es central el tema del matrimonio igualitario y el de la marihuana. La agenda es los ricos y los pobres. Los negros y los homosexuales que tienen problemas son los pobres. Hay que poner en el centro a los que están en el fondo del tarro.
Pero igual son datos de la realidad. Una virtud del político es saber interpretar los tiempos y yo los interpreto con base en la libertad. Nosotros somos liberales en serio. El liberalismo y el anarquismo son primos hermanos. Y quiero que Uruguay se parezca a lo que históricamente fue: un país de vanguardia. Por eso defiendo todas estas reformas sociales.

La habilitación del matrimonio entre homosexuales y la legalización del aborto fueron iniciativas presentadas por la bancada del gobierno, que el sector político de Mujica acompañó y que el presidente aplaudió desde el Poder Ejecutivo. Pero el tema de la marihuana fue distinto. Ese proyecto fue con la firma del presidente, que eligió pasar de la burla a la acción.

El hombre fundamental en esa modificación de postura fue su amigo, el Ñato Fernández Huidobro. Lo convenció de la importancia de promover un cambio en el combate al narcotráfico ante los malos resultados. Fue a mediados de 2012, en tiempos en los que aumentaban los delitos. El punto de quiebre resultó ser el asesinato a sangre fría cometido por un menor de edad al empleado en una pizzería, registrado en las cámaras de seguridad y transmitido por todos los canales de televisión. Los uruguayos estaban indignados. Algo había que hacer.

Así surgió el proyecto de regulación de la marihuana, en medio de otra cantidad de medidas para combatir la inseguridad. Eran seis, pero la regulación del mercado de cannabis es la única que todos recuerdan y que recorrió el mundo.

Lo de la marihuana reventó a nivel internacional. No sé si dará resultados pero el problema es que lo que estamos haciendo hasta ahora contra el narcotráfico no sirve. Vamos a cambiar de literatura porque así no va la cosa. Tenemos que ser realistas: es un tema económico. El narcotráfico nos rompió los códigos y destrozó la cultura delictiva. Yo estuve preso en Punta Carretas y conviví con delincuentes y decir que los delincuentes de antes no tenían valores no es cierto.
Lo peor de la droga es el negocio. No me importa bancar a 50.000 adictos enfermos; el problema es bancar el narcotráfico. Están destruyendo muchas cosas en la sociedad. Y el narcotráfico vive y factura también mucho más gracias a la represión. Esa es la lógica que hay que cambiar.

Como sustento teórico, Mujica recurrió a Milton Friedman, uno de los principales defensores del libre mercado y del liberalismo económico. Friedman, el mismo que representó durante años lo que Mujica combatió hasta con las armas y que fue sustento económico de los militares. Ese Friedman fue quien mejor explicó, a principios de los 80, los beneficios de liberalizar las drogas.

Hay que robarle el mercado a la droga, decía Friedman. A los narcotraficantes los matás solo así. En el fondo fue Friedman quien anticipó todo esto. Es increíble cómo la Historia genera esas coincidencias. Él fue el primero que vio que el de las drogas es un tema económico. El riesgo es muy alto y por eso en cada una de las etapas del narcotráfico las ganancias son brutales. Están todas las leyes básicas de la economía: a más riesgo, más ganancias. Las enormes tasas de ganancias generan coimas y corrupción. En muchos países han comprado jueces y generales y elegido presidentes. Tienen ajuste de cuentas también. No se va a un abogado a litigar: es a los tiros.
Además, cuando se entra a ese mundo, difícilmente se sale. Empieza a generar una serie de pactos de silencio y omertà. Mucho peor que la droga es el narcotráfico. Las cárceles están llenas de narcotraficantes en todo el mundo. En Uruguay, uno de cada tres presos está relacionado con la droga. Para combatir la violencia y el delito, primero hay que encontrar una solución al narcotráfico.

El Parlamento le hizo modificaciones al proyecto original del Poder Ejecutivo y Mujica no quedó conforme con los resultados. “Lo que están votando es muy de soñador”, nos dijo la misma mañana en que la Cámara de Diputados estaba sancionado la ley sobre la marihuana. “Regular es regular en serio”, nos advirtió.

Por eso preparó una reglamentación de la norma muy restrictiva. Daba la sensación de que no estaba convencido del paso que estaba dando. “Es un experimento”, repetía por todos lados. Le daba vueltas y vueltas y hasta evaluó poner a los militares a hacer el trabajo de plantación y custodia, para dar una señal de seriedad. No lo hizo, pero advirtió hasta el cansancio que lo aprobado no era un “viva la Pepa”.

Distintos países del mundo empezaron a interesarse por lo que ocurriría en Uruguay. Además de los periodistas, Mujica recibía consultas de gobernantes de otros continentes. “El mundo va hacia lo que está haciendo Uruguay”, concluyó cerca del final de su mandato. Su pronóstico fue una humanidad con drogas regularizadas en menos de medio siglo.

Quedará para que lo responda la Historia. Si se cumple la profecía, será una cocarda más para la oveja negra.

Mujica también recurrió a su fama internacional para ofrecerse como mediador en los conflictos continentales. Trabajó en forma insistente con el objetivo de asumir un liderazgo regional.

Empezó a concretar ese camino en Cuba, durante una visita oficial en julio de 2013. Ya había iniciado su tarea de canciller de las buenas intenciones meses antes, al visitar al papa Francisco en el Vaticano y pedirle que trabajara por la paz en Colombia, pero durante el viaje que hizo a La Habana mantuvo una reunión en secreto con representantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que se encontraban negociando en la capital cubana una tregua con el gobierno de su país, encabezado por Juan Manuel Santos.

Nosotros estábamos ahí, en la puerta de la residencia temporal de Mujica en La Habana, y vimos llegar a los líderes guerrilleros. Un golpe de suerte, no se podía creer. Su encargado de prensa, Joaquín Constanzo, nos transmitió que la intención del presidente era no dar difusión a la reunión. Demasiado tarde. De vuelta en Montevideo, Mujica nos convocó a su chacra y nos dijo: “Si lo vieron, publíquenlo, pero que quede claro que no fue porque yo se lo informé”. Todavía tenía que hablar con Santos y por eso prefería que la mediación se mantuviera en secreto. Santos se reunió con él unos meses después en Nueva York y le agradeció su tarea. Luego Mujica volvió a reunirse con los guerrilleros en La Habana, y semanas después, otra vez con Santos, durante una cumbre presidencial en Brasilia. A los comandantes guerrilleros trató de convencerlos de que un acuerdo de paz era el camino más beneficioso para ellos. “Yo estoy aquí por haber cedido a tiempo”, argumentó. También hubo varias reuniones en secreto entre el embajador uruguayo en La Habana y los representantes de las FARC, que negociaban con el gobierno colombiano en esa ciudad, y entre otros emisarios.

Gracias a la mediación con los colombianos, Mujica quedó posicionado como un líder regional. “Una jugada bien tupa”, nos dijo uno de sus hermanos de armas durante los 60. Así surgieron después otras posibilidades a nivel internacional y un importante acercamiento con Estados Unidos.

Meses después, Mujica se ofreció a participar como mediador en Venezuela, en el peor momento entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, pero no lo dejaron. Maduro entendía que si aceptaba, legitimaba a la oposición y Mujica quedaba como neutral, cuando prefería tenerlo de su lado. Se lo mandó decir expresamente por intermedio de su canciller del momento, Elías Jaua, que viajó a Montevideo para explicar las razones por las que el gobierno venezolano no aceptaba la mediación.

Su apuesta más grande fue acercar a Cuba con Estados Unidos. Evaluó que, después de cincuenta años de enfrentamientos, eso era posible. Lo vio o se lo hicieron ver. Cuando en julio de 2013 visitó a Fidel Castro en su casa, ambos analizaron esa posibilidad. Mujica se dio cuenta de que los hermanos Castro estaban más abiertos a un acuerdo. El régimen comunista de la isla caribeña estaba muy desmejorado y cada vez más solitario. Buscar acercamientos con el mundo exterior era un camino de salida posible.

“Este es el momento”, pensó. Así comenzó a preparar un viaje a Washington para reunirse con el presidente Barack Obama, en su oficina. Un exguerrillero latinoamericano en el Salón Oval de la Casa Blanca, el primero en la historia: qué mejor oportunidad que esa para procurar algo importante. Contaba además con la ventaja de que Obama lo había posicionado como un referente regional.

Mujica lo visitó en mayo de 2014 y unos meses antes resolvió, a pedido de Estados Unidos, recibir en Uruguay a seis presos de la cárcel de Guantánamo, un centro de reclusión norteamericano en suelo cubano en el que se encontraban los acusados de formar parte de grupos terroristas. El lugar había sido creado por George W. Bush y Obama quería cerrarlo.

Aceptó la propuesta luego de enviar a personas de su confianza a visitar la cárcel. Demoró unas semanas en dar el sí a Estados Unidos, aunque desde un primer momento sabía que lo haría. Al justificar su respuesta, argumentó motivos humanitarios y recordó su pasado en la cárcel. La jugada era mucho más ambiciosa.

Obama está desesperado por esto de Guantánamo y se merece ayuda. A un tipo que se ha comido catorce años en cana seguramente de garrón, sería un hijo de puta si no le doy una mano. Bush llegó a pagar miles de dólares por los que entregaran a supuestos terroristas. En Pakistán y en esos lados vendieron hasta a la madre y todos marcharon para Guantánamo. Hay que sacar a esos tipos de ahí. Al único que consulté fue a Raúl Castro y me dijo que le diera para adelante. Voy a aceptar sin cobrar nada a cambio, pero voy a mandar el mensaje de que sería bueno que se acordara de los cubanos y que flexibilizara un poco la cosa.

La de Guantánamo fue una bomba noticiosa que Mujica nos adelantó en una de nuestras charlas, justo antes de terminar la segunda botella de vino y cuando se acercaba la medianoche. La excitación nos sacó el mareo. Sonreímos satisfechos al imaginar lo que se venía. Fue difícil que contara algo más que los titulares. Insistimos una, dos, tres veces, pero sin resultado. Permaneció en silencio. Cambió de tema y se sirvió otra copa. A la hora volvimos sobre el punto y volvió a esquivarnos.

—Investiguen, que para eso son periodistas.

—¿Pero ya es un hecho lo de Guantánamo?

—Averigüen. Está cerca de concretarse y ya hay gente en los dos gobiernos que lo sabe.

—¿Y lo de Cuba?

—Eso va a quedar para los libros de Historia.

La información sobre Guantánamo la confirmamos y a los pocos días la publicamos. En cuanto a lo de Cuba, supimos que Obama le dijo que estaba dispuesto a conversar con Raúl Castro y que él se lo transmitió al presidente cubano. “Dígale a su amigo que este es el momento para buscar un arreglo”, le comentó Obama a Mujica en el Salón Oval de la Casa Blanca. Semanas después, Mujica se lo trasladó personalmente a Castro, cuando coincidieron en una cumbre en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. El 17 de diciembre de 2014, Obama y Castro anunciaron en público el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, luego de más de medio siglo de ruptura. Mujica recibió el agradecimiento de ambos gobiernos y reivindicó su aporte al proceso de paz. Sobre si tuvo un rol central o secundario, poco se supo.

Lo que sí se dijo fue que esa postura internacional de mediador que adoptó Mujica fue para intentar que le dieran el Premio Nobel de la Paz.

Existe un razonamiento rebuscado de que todo lo que se hace es por una finalidad extra y no por convencimiento íntimo de que algo se debe hacer. Todas las cosas se interpretan como logros prefabricados y no se entienden los principios de que la paz siempre beneficia, de que se debe negociar para lograrla, de que bajar tensiones debe ser la línea general y también el diálogo permanente, sobre todo con los fuertes. No es pragmatismo, sino un camino más suave tácticamente, para no aislarse y poder sumar fuerzas hacia lo estratégico.

Estuvo nominado dos veces para el Premio Nobel: en 2013 y 2014. El primer año lo postuló Mijail Gorbachov, y el segundo, cuando su proyección era mucho más grande, fueron varios políticos y académicos de distintos países que lo presentaron. Fueron sus dos años más intensos a nivel internacional.

Al principio no le dio trascendencia a la posibilidad de obtener el premio: le pareció algo imposible. Sin embargo, en 2013 quedó entre los diez finalistas y se llevó una grata sorpresa. Para el segundo año ya había muchos que hablaban de él como posible ganador. Incluso la cadena de noticias BBC difundió un artículo con el título “¿Un premio Nobel de la paz para Mujica?”, cuatro meses antes de que se supiera el ganador.

A semanas de que se conociera públicamente el elegido por el Comité Nobel de Oslo, Mujica anunció públicamente que tenía pensado renunciar a ese galardón si lo recibía. Antes, solo el filósofo francés Jean Paul Sartre y el exprimer ministro vietnamita Le Duc Tho habían desistido de recibirlo. Él lo sabía y le interesaba ser el tercero. “El mundo no está para premios por la paz”, fue su argumento. “Ya sabía que no lo iba a ganar”, le cuestionaron sus opositores. “No se lo dieron por eso”, argumentaron sus fieles. Lo que quedó fue la duda, un ingrediente que Mujica siempre utilizó en sus mejores jugadas.