3
El presidente
No podía empezar de otra manera. Había ganado lo distinto y lo distinto también se ve en los detalles. Que la ceremonia de asunción de José Mujica como presidente, el 1 de marzo de 2010, no tendría un gran despliegue era obvio, nadie fue sorprendido. Pero que la banda presidencial que esa tarde Tabaré Vázquez le cruzó sobre el pecho le quedara grande de talle sí fue algo inesperado.
Unos días antes, la confección de la banda presidencial había sido causa de una discusión indirecta entre Vázquez y Mujica con un intermediario que ni siquiera es político. Su nombre es Alberto Fernández y es dueño de Fripur, la empresa pesquera más importante de Uruguay. Fernández siempre tuvo buena relación con Vázquez y Mujica y más aún en las campañas electorales. Fue uno de los tantos empresarios que aportaron dinero y hasta prestó su avioneta y su auto particular para que los candidatos viajasen al interior y al exterior del país.
Con Mujica quiso tener un gesto más, al arranque de su mandato, que terminó en dolor de cabeza. “Te quiero regalar la banda presidencial”, le dijo unas semanas antes de que asumiera. La respuesta de Mujica lo sorprendió.
—¡Qué banda ni qué banda! Que Tabaré me dé la de él.
—Pero la banda es personal. Cada presidente la guarda.
—Yo no quiero guardar nada. Que me dé Tabaré la de él y solucionamos el problema. Yo se la devuelvo.
—Se lo transmito a Tabaré entonces.
Así lo hizo apenas pudo, pero estaba muy claro desde antes de la conversación que el problema no se iba a solucionar de esa forma.
—Tabaré, te voy a comentar cómo viene la mano. Mujica dice que no quiere ninguna banda presidencial y que quiere que le des la tuya.
—¡Pero está loco!
—Es lo que quiere.
—Si es así yo no llevo la banda a la asunción y chau. ¡Que se ponga una banda de papel!
Fernández, desconcertado, no vio otra alternativa que insistirle a Mujica hasta el cansancio. Después de varias idas y venidas, el futuro presidente aceptó, pero con la condición de que no lo obligaran a probársela antes. “Hacé lo que quieras, pero yo no me pruebo nada”, le advirtió.
De algún lado tenían que salir las medidas y cada vez quedaba menos tiempo. En la desesperación, Fernández tomó un almohadón de buen tamaño, se lo puso en la barriga y de esa forma llegó a los números con los que solicitó la banda presidencial a la Congregación Oblatas del Santísimo Redentor, encargada históricamente de realizar esa tarea.
En el medio del proceso, monjas de esa congregación fueron hasta la chacra y llegaron a tomarle alguna medida a Mujica, pero secundaria. Lo más importante ya estaba realizado. Y la banda quedó muy grande: a Vázquez le sobrepasaba las rodillas y a Mujica le llegaba a la mitad del muslo.
El periplo de Fernández no terminó con las medidas. Mujica tampoco quiso retirar la banda cuando estuvo pronta ni envió a nadie de su confianza a que lo hiciera. Todos sus antecesores habían encargado esa tarea a sus esposas pero Mujica resolvió ser, una vez más, la excepción. El encargado de retirarla fue Fernández y debió salir por la puerta trasera del convento para evitar a la prensa. Se la llevó a su casa en una caja de madera que había preparado, cubierta con una bolsa negra.
El empresario se quería quitar de encima, y cuanto antes, el valioso objeto y apenas llegó a su residencia en el lujoso barrio montevideano de Carrasco, llamó por teléfono a Mujica a su chacra de Rincón del Cerro. Lo atendió Lucía.
—Tengo la banda y se la llevo hoy mismo. Está en una caja. No me animé ni a abrirla.
—Bárbaro, pero dice Pepe que no la traiga, que se la arrime el 1.º de marzo porque acá se va a estropear.
Fernández contestó con un silencio, se despidió y cortó. Estuvo dos noches sin dormir por temor a que se la robaran de su casa. Hasta contrató guardia privada. Al tercer día no aguantó más y la llevó a la chacra. A esa altura, Mujica ya había dicho a la prensa que la cinta presidencial se la había regalado Fernández. Lo había puesto en el ojo de la tormenta.
Así empezó Mujica como presidente: sin muchas ganas de ceremonia y protocolo. Lo primero que hizo, en el momento en que Vázquez finalmente lo coronó con la banda de la discordia, fue decirle: “Capaz que en cinco años te la devuelvo”. Pero pidió que le hicieran otra igual a su vicepresidente Astori, cosa que nunca se concretó porque Astori se negó tajantemente. Mujica, desde su asunción, siempre se sintió con una pierna afuera.
“No sé si duro más de tres años”, decía por aquel entonces. Hablaba de su salud deteriorada y de sus más de 70 años. Desde el primer día no sintió aquello como algo duradero. Los planes se amontonaban antes del 1 de marzo y la ansiedad apenas lo dejaba dormir. Prefería pensarlo a término y con un final no muy lejano. Al menos al principio.
“¡En qué lío nos metimos, vieja!”, fue lo que dijo a su esposa Lucía la mañana del 30 de noviembre de 2009, mientras compartían el mate. La noche anterior había ganado las elecciones. Hablaron de las “vueltas de la vida”, de “ni en los mejores sueños” y de cosas por el estilo. Ella le recordó que sería la encargada de tomarle el juramento como presidente por tratarse de la primera senadora de la lista más votada. Se rieron unos segundos. De alegría y de nervios. La oveja negra al poder.
Mujica instaló la sede del gobierno electo en una vieja casona perteneciente al Frente Amplio. No hubo ni hotel ni ningún cambio de espacio significativo, a diferencia de lo que había ocurrido en las transiciones anteriores. Mujica optó por seguir trabajando en la misma oficina que tenía. Quería mostrar austeridad en los detalles. En la transición, en la ceremonia de asunción y hasta en el sueldo. Ya desde el primer día anunció que donaría el 70% de lo que recibiera como pago para construir casas para los pobres y así lo hizo hasta el final de su mandato, entregando cerca de medio millón de dólares en total.
Resolví preparar la transición del gobierno en la sede del Frente Amplio y evitar los lugares lujosos y la ostentación. No me metí en política por la plata, no me interesa. No estoy contra el tipo que está para la guita pero hay que separar los tantos. Me caliento especialmente con la izquierda cuando me venden un verso.
Instalarse en el local del Frente Amplio era, además, simbolizar el respeto al partido e involucrarlo en el gobierno. Acá hay un problema de cuotificación relativa en la elección de jerarcas. Hay que poner a los más capaces en el gobierno, pero ¿quién los elige? La gente vota a la persona como presidente pero también al partido político. Por eso, el partido debe proponer candidatos y el presidente sopesar y optar. No puedo poner a paracaidistas o a los que se me ocurran a mí. Los que te acompañaron en la elección tienen que poner las patas en la batea también.
Así, antes de asumir oficialmente el 1 de marzo de 2010, Mujica empezó a preparar su gobierno sobre la base del diálogo, en especial con su partido político, pero también con la oposición. Eso sí, lo hizo a su manera. Prefirió no tener tan en cuenta los mecanismos institucionales y se centró en sus afinidades y gustos.
Además de las reuniones formales con los principales líderes partidarios y sectoriales, mantuvo un diálogo fluido con quienes eran sus verdaderos interlocutores. Designó personas de su confianza para que ocuparan casi todos los lugares de poder, aunque en muchos casos no serían los futuros ministros. Cada sector tendría su ministro, pero Mujica se encargó de preparar a alguien para controlarlo. La táctica del duende malo.
Con respecto a la oposición, optó por hablar más con su amigo del Partido Nacional Jorge Guapo Larrañaga que con Lacalle, que había sido su contrincante. Mujica nunca tuvo mucha afinidad con Lacalle y viceversa. “No puedo creer que ese mugriento esté en mi sillón. ¡A lo que hemos llegado!”, se quejó Lacalle la primera vez que lo vio en la Cámara de Senadores, sentado en el mismo lugar que él había ocupado diez años antes. A mucho más se llegaría. El futuro sillón que heredaría sería el de presidente, pero Lacalle nunca disminuyó ni disimuló su rechazo.
No puedo hablar todo con el Cuqui Lacalle porque no tengo conexión ninguna con él. Por eso ya hablé con el Guapo para preparar el terreno y usarlo de interlocutor. Hay blancos y blancos y yo prefiero hablar con los que me siento más cómodo.
Habrá muchas instancias institucionales en las que el presidente se reúna con los líderes políticos, pero yo voy a cocinar todo por abajo. Siempre voy a hablar con los que me sienta más cómodo. Así lo hice a lo largo de toda la vida y no voy a cambiar ahora.
Después voy a tener que negociar con los del Partido Colorado, que seguro que arreglan. No son difíciles de arreglar, pero algunos son un poco impresentables. Te hacen transacciones comerciales. Tienen siglos de gobierno metidos en la sangre. Pero bueno, es lo que hay.
Pasaron las semanas y llegó el 1 de marzo. “Hoy estoy en el cielo pero mañana empieza el purgatorio”, ironizó Mujica luego de jurar como presidente ante la Asamblea General, las principales figuras políticas uruguayas y delegaciones de todas partes del mundo. El nuevo jefe de Estado aprovechó la oportunidad y dejó claro que lo que estaba por comenzar no iba a ser solo un lustro más.
Luego de la ceremonia dirigida por su esposa, Mujica leyó un discurso de poco más de media hora y generó aplausos de todos lados. Dijo lo que muchos querían escuchar, fueran de la orientación política que fueran. Educación, educación y educación como lo más importante. Pensar el país a veinte años y acordar entre todos los partidos políticas de Estado. La libertad como forma de gobernar y vivir. Reformar el Estado para quitar los privilegios excesivos a los funcionarios públicos. Un buen arranque, aunque con expectativas demasiado altas.
Ante las figuras internacionales se mostró desinhibido y rehuyó todo lo que pudo las formalidades. Sin corbata y con una camisa con cuello redondo, se paseó entre reyes, presidentes y ministros haciendo chistes y esquivando las palabras protocolares. “La primera impresión es muy importante”, suele decir. Y ese día lo puso a prueba.
Con Hillary Clinton, que en ese momento era secretaria de Estado del gobierno norteamericano de Barack Obama, se reunió durante más de media hora, le hizo algunos chistes sobre su condición de exguerrillero y hasta le palmeó la rodilla, generando cierto nerviosismo en la fiel representante de la cultura anglosajona. Gracias a esa impresión, Clinton resolvió en Washington nombrar como embajadora en Uruguay a Julissa Reynoso, una latina nacida en el Bronx de Nueva York que mantuvo una relación muy fluida con Mujica.
A Felipe de Borbón, hijo del entonces rey Juan Carlos de España, lo saludó con un apretón de manos muy efusivo, se acercó a su oído y le dijo: “Saludos a tus viejos”. La respuesta fue una sonrisa incómoda del futuro monarca.
Con Cristina Fernández ya había tenido muchos contactos como presidente electo. Las relaciones entre ambos estaban en su mejor momento. Ese día se mostró cerca de ella y hasta le dio un abrazo afectuoso cuando llegó el turno de saludarla. No fue más efusivo para no herir a su antecesor Vázquez, pero le dio a entender que empezaba un coqueteo que podía terminar en romance.
Chávez le había pedido una reunión mano a mano. La relación fluida entre ambos había empezado mucho antes. Como ministro de Ganadería, Mujica visitó varias veces Caracas y Chávez Montevideo. Les gustaba conversar de todo. Se consideraban amigos. La noche del 1 de marzo, cuando terminó la instancia protocolar, el recién asumido presidente se dirigió al hotel donde estaba Chávez. No se quedó más de media hora porque estaba agotado, pero algo le dijo.
Le advertí desde el principio, cuando él asumió en Venezuela, que no iba a construir el socialismo. Y no construyó un carajo eso. Pero no tengo duda de que millones de tipos pobres viven mejor. Algo siempre se puede hacer y eso es lo que va a quedar para la Historia. En el caso de mi gobierno algo similar puede quedar, pero mi camino es muy distinto al de Chávez. Se lo advertí desde el día que asumí. “Yo voy a ir para otro lado”, le dije. Si me viene una coyuntura buena, voy a salir airoso, y si no, me van a querer matar. Lo seguro es que no voy a afanar ningún vintén y voy a laburar para los pobres.
Al otro día de su asunción, Mujica se instaló en el despacho presidencial del piso 11 de la Torre Ejecutiva, ubicada en la plaza Independencia, el lugar más céntrico de Montevideo. Le resultó grande, enorme. Casi el doble del tamaño de su casa. No sabía por dónde empezar a familiarizarse con todo aquello. A lo largo de cinco años lo fue llenando de regalos y más regalos. Jarrones, fotos, maquetas de trenes y de casas, esculturas, abanicos, una guitarra eléctrica… de todo. Pero al principio parecía un desierto, un paisaje desolado.
Desde el ventanal, observó por unos minutos la rambla sur de Montevideo. Había pasado la euforia y ahora sí empezaba lo que tanto había deseado. En su cabeza las ideas estaban un poco entreveradas y necesitaba ordenarlas. El orden nunca fue su fuerte pero ahora era necesario. Tomó lápiz y papel y realizó algunas anotaciones. Frente a su silla tenía una computadora pero no le dio ninguna importancia. La registró como parte de la decoración y recordó que todavía faltaba algo. Buscó un portarretrato con una foto de su esposa entre flores y lo puso a su lado. Hizo lo mismo con otro del Bebe Sendic. Hacía más de diez años que repetía la misma ceremonia en cada uno de sus nuevos lugares de trabajo.
Nunca tuvo demasiadas cosas sobre su escritorio. Ni ese, el primer día, ni el último. Los objetos que le fueron regalando ocupaban las alas laterales, como un ejército pronto para invadir el descampado. Frente a él siempre hubo lapiceras, papeles que variaban según cuál era el tema del momento, diarios y las fotos. Jamás llegó a ingresar ni siquiera al umbral del mundo tecnológico.
No me acostumbro a la tecnología. Soy antiguo y ahora no voy a cambiar. Solo un par de veces prendí la computadora que tengo en el escritorio. Pero ni la miro. No la necesito. Hay cosas que no me propongo más. Tengo 78 años. ¡Parááá! ¡Aflojá un poco! A veces agarro la computadora de Lucía y soy un desastre. Si me agarra un chiquilín se hace una fiesta conmigo. Tenés que practicar y todo eso y yo ya estoy viejo. Trato de leer los diarios ahí pero hago lo que puedo. Me doy cuenta de que el mundo va para ahí, pero mi mundo es otro. Si me sacás de leer y escribir a mano, no puedo. A esta altura no me puedo reciclar. Ahora, para las boludeces que dicen, se pueden meter todas las computadoras en el orto. Estoy podrido de leer boludeces. No se les cae una idea. Una serie de lugares comunes que da fiebre.
Prefiero leer mucho y pensar. Trato de interpretar lo máximo posible lo que leo. Y a veces, cuando tengo tiempo, escribo para arreglarme la cabeza. Te ordena un poco las ideas.
Leer y pensar lo salvaron de la locura y lo colocaron en la mayor gloria a la que puede aspirar cualquier político. Ahora había que dar otro paso: hacer. Para eso se preparaba y escribía. El socialismo en su forma más simple había sido siempre su definición ideológica. ¿Qué podía hacer al respecto? Sabía que muy poco pero necesitaba dar alguna señal en ese sentido. Se le ocurrió fomentar desde el gobierno la autogestión para algunos emprendimientos que pudieran funcionar como ejemplo. La palabra ‘autogestión’ estaba sin lugar a dudas anotada en el primer papel que tuvo encima de su escritorio.
El camino ensayable hacia construcciones socializantes hoy en un país pequeño y del tercer mundo lo veo por el lado de la palanca autogestionaria. La idea es generar empresas modelo autogestionadas por los trabajadores. Estoy contra la explotación del hombre por el hombre pero: ¡poné la tuya también! El gran motor que tiene el capitalismo es la parte creativa. Y si no, te dedicás a dormir la siesta. Te achanchás y ahí terminás en la nada, como les pasó a casi todos los países socialistas.
No quería saber nada de aquellas experiencias fracasadas del pasado ni de protagonizar un intento similar en el presente. Por eso, lo que también anotó en el papel fue eliminar las trancas ideológicas que no dejan fluir el pensamiento. Mujica no las tiene particularmente, pero era necesario suprimir cualquier vestigio que quedara por ahí perdido. La autogestión, en algunos casos específicos, como camino posible para buscar una alternativa a la explotación del hombre por el hombre sí, pero después “a cagar con los dogmas”. Ya se lo había dicho a Chávez y lo había repetido durante toda la campaña electoral. Nada de locuras.
Su principal fuente de consulta sería el sentido común. No pretendía ni grandes transformaciones ni cambiar ningún orden establecido. La revolución había pasado de las armas a las urnas y después a su pensamiento.
Una de las principales fuentes de conocimiento es el sentido común. El problema es cuando ponés la ideología por encima de la realidad. La realidad te da en el hocico y te revuelca por el piso. Si la ideología entra a sustituir a la realidad, ahí estás viviendo lo ficticio y eso te va a llevar a la ruina y a conclusiones fantasiosas, que no son. Yo tengo que luchar por mejorar la vida de las personas en la realidad concreta de hoy y no hacerlo es una inmoralidad. Esa es la realidad. Estoy luchando por ideales, macanudo. Pero no puedo sacrificar el bienestar de la gente por ideales. La vida es una y es muy corta.
Dos asuntos más formaban parte de sus prioridades por aquellos días y se transformaron en temas recurrentes durante todo su gobierno: la tierra y la educación. El primero se lo debía al Bebe Sendic y era algo que lo obsesionaba ya desde la época de la guerrilla. El valor de la tierra, quiénes son sus propietarios, cómo se trabaja, qué hacer para poblarla. En la noche del 1 de marzo, durante una cena ofrecida a todas las delegaciones extranjeras, Mujica anunció que intentaría traer a campesinos de países sudamericanos pobres para el campo uruguayo. Montevideo tiene la mitad de la población del país y, de la otra mitad, solo uno de cada cinco vive en el medio rural.
Ya en el gobierno, realizó algunos intentos para lograr un repoblamiento de la campaña. Casi nada funcionó. Lo que sí concretó fue un impuesto para los grandes terratenientes, poseedores de más de 2000 hectáreas. Lo hizo a pesar de la oposición de Astori y de una parte importante del sistema político uruguayo y sin reparar mucho en los detalles, y después debió afrontar las consecuencias. Una declaración de inconstitucionalidad de la Suprema Corte de Justicia lo obligó a volver a empezar en la mitad de su mandato. Pero en eso no cedió. Insistió aumentando otros impuestos a los grandes propietarios de tierra, que hasta el día de hoy se cobran.
No tengo problema con que discrepen conmigo. El que discrepa no se tiene que ir a la mierda del gobierno. Simplemente alguien tiene que decidir y yo decido al final. Pero a mí me encanta discutir. En algunas cosas con Danilo puedo discutir años y no nos vamos a poner de acuerdo. El impuesto a la tierra que resolví poner es un impuesto de origen batllista y el tema de la tierra es muy importante para los tupas. José Batlle y Ordóñez10 sostenía a principios del siglo XX que una parte de la tierra era de la sociedad y que había que pagar por ella. Los propietarios de la tierra le tienen que devolver algo a la sociedad. Además, lo recaudado por ese impuesto es para arreglar la caminería rural, en acuerdo con todos los intendentes.
Mujica es propietario de la chacra en la que vive con Lucía. La compró al salir de la cárcel y desde ese momento ha realizado mejoras y sumado terrenos aledaños. Eso le dio una pauta de hasta qué punto se incrementa el precio de la tierra y lo terminó de convencer de que un impuesto a los terratenientes no es materia de negociación.
La chacra me costó a reventar 17.000 dólares a fines de los 80. Eran catorce hectáreas. Después compré cinco hectáreas al lado en 10.000 dólares. Ahora vale mucho más, pero la suba no es fruto del trabajo que hice arriba. Después compré otra. Tengo 25 hectáreas. Las seis hectáreas últimas me costaron 50.000 dólares. Las compré porque tenían un pozo espectacular. Hoy todo eso sale 500.000 dólares fácil. No tiene proporción lo que pagaste con lo que vale. Hay una parte de eso que tiene que ser de la sociedad. ¡No seas malo! Tienen millones de dólares en la tierra y no quieren poner un peso más. Que puteen todo lo que quieran, pero en eso no transo.
Sobre la educación, su principal obsesión al iniciar el mandato presidencial era facilitar a los jóvenes la enseñanza de oficios. Repetir tres veces la palabra “educación” durante su discurso inicial no fue una excusa para generar aplausos. En ese momento, Mujica pensaba provocar una buena sacudida al respecto. Y, aunque logró concretar algunas ideas, al que sacudieron fue a él. Aquel marzo de 2010, su proyecto era separar la enseñanza técnica de la formal para que los jóvenes tuvieran una salida rápida al mercado laboral sin tener que pasar por la universidad. Quería fundar una nueva organización, aparte de la estructura tradicional, centrada en la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTU), una institución destinada a adolescentes egresados del Ciclo Básico. Nada de eso ocurrió y hasta el día de hoy la UTU depende de las autoridades centrales de la enseñanza, que mantienen su autonomía.
Si me dejan, saco la UTU de toda esa rosca de la enseñanza secundaria y la junto con otras cosas, como el Laboratorio Tecnológico del Uruguay y otras organizaciones, y van a ver lo que pasa. No sé si podré. Les quiero decir mi fantasía: una nueva institución que se saque de arriba el lastre ese de las autoridades formales y la autonomía, que han hecho mucho daño. Hay que experimentar mucha cosa y no veo que eso se pueda hacer con Secundaria. Cuando vos no sabés lo que tenés que hacer con claridad, tenés que experimentar para tratar de encontrar el camino.
Así lo hizo, y recibió en respuesta una resistencia persistente de la mayoría del sistema político y en especial de dos de los sectores que lo llevaron al poder: el Partido Socialista y Asamblea Uruguay, el grupo liderado por Astori. “Fueron el socialista Roque Arregui y el astorista José Carlos Mahía, junto con los legisladores blancos y colorados, los que me trancaron la reforma. Hasta los intendentes opositores me apoyaban”, nos confesó al final de su gobierno.
La separación por ley de la enseñanza técnica de la formal es el fracaso del que Mujica más se lamenta. Pero igual buscó la forma de poder jerarquizar a las aulas destinadas a transmitir oficios. El no de un sistema político acostumbrado a la educación formal lo empujó a recurrir a métodos alternativos.
Promovió un “golpe de Estado” a las autoridades de la enseñanza y colocó al frente de las instituciones directrices a personas provenientes de la educación informal y técnica. “Tomé el poder por la fuerza y ni se dieron cuenta”, ironizó a días de dejar de ser presidente.
El cambio generó un aumento significativo en la matrícula de la UTU y mejores resultados en ese sector de la enseñanza. Un consuelo para Mujica. Un alivio, junto con haber podido expandir, aunque sea un poco, la enseñanza al interior del país. Eso gracias a su idea de crear una nueva universidad pública fuera de Montevideo, destinada a carreras cortas y técnicas, y a la ayuda del entonces rector de la Universidad de la República (la principal y más antigua de Uruguay), Rodrigo Arocena, a quien valora como un amigo. Igual se siente insatisfecho. “La puta que es complicada la enseñanza”, fue su conclusión al final del camino.
Hasta para arreglar los edificios destinados a escuelas y liceos tuvo problemas. La principal resistencia en ese caso fue la burocracia del Estado. También allí buscó la forma y logró revertir una situación complicada. Otra vez tuvo que recurrir al camino en la sombra.
Su cómplice fue la Corporación Nacional para el Desarrollo, y especialmente su presidenta, Adriana Rodríguez, que se tomó muy en serio lo de finalizar las refacciones. Mujica no duda en ponerla como ejemplo y reivindicar las trampas que valen la pena. “Tuvo que inventar una especie de Estado paralelo para lograr superar la crisis edilicia en la enseñanza. Si no era así, no se podía hacer un carajo”.
Superar el conflicto con Argentina, buscar un acercamiento con los militares y terminar con una parte importante de los gastos excesivos realizados por el Estado fueron tres de las medidas que resolvió llevar a cabo en las primeras semanas.
En el caso de Argentina, la gestión fue exitosa. El conflicto entre Vázquez y Néstor Kirchner primero, y con su esposa Cristina Fernández después, había generado un bloqueo de más de cuatro años del principal puente entre Argentina y Uruguay. Los que habían cortado el tránsito eran los argentinos de la ciudad fronteriza de Gualeguaychú, en protesta por la instalación de una planta de celulosa del lado uruguayo. Uno de los principales objetivos de Mujica era levantar ese bloqueo y lo logró seis meses después. Con ese objetivo votó a Néstor Kirchner como secretario general de la Unión de Naciones Sudamericanas, idea a la que Vázquez se había opuesto. La tensión fue disminuyendo hasta casi desaparecer. Sin embargo, con los años de gobierno, el romance entre Mujica y Cristina Fernández terminó en un divorcio, aunque el primer objetivo estaba cumplido.
En la pelea con Argentina jugamos a quién la tenía más grande. Fue una riña de gallos. Nos dejaron cinco años con los puentes cerrados por una estupidez de esas. Los presidentes tienen que tener marcha atrás. Lo importante es la mayoría de la gente. No podés tener caprichos. Yo sé que a algunos no les gustó nada que haya arreglado, pero hice lo mejor para mi país. Nosotros no somos una provincia de Argentina, de casualidad. Tengo muy claro lo que es la Historia. Cuando nos peleamos con Argentina, nos va mal. Mirá el turismo. A ellos les encanta Uruguay y lo disfrutan como locos. Lo idealizan y lo adoran. Hay que aprovecharlo. Estoy podrido de sacarme fotos con argentinos en Colonia. Me dicen que quieren tener un presidente como yo. Vienen y ponen guita. Eso hay que cuidarlo. ¿Sabés la cantidad de gente que vive con eso? ¡Sos loco! Yo pienso también en toda esa gente.
Un tupamaro como presidente debe haber generado algún cosquilleo extraño en los militares. Por más que la mayoría de los que estaban en ese momento en actividad en las Fuerzas Armadas no habían sido protagonistas del enfrentamiento en los años 60 con la guerrilla, se habían formado y crecido escuchando que Sendic y compañía eran lo más parecido al demonio en Uruguay.
Mujica lo sabía y ya desde el primer día puso a los militares en el centro de sus prioridades. El 2 de marzo coordinó una reunión con todos los generales, coroneles y sargentos del Ejército, que se fijó para quince días después en el departamento de Durazno, en el centro del país. Allí realizó un largo discurso, en el que destacó todas las virtudes de las Fuerzas Armadas y tranquilizó a los más nerviosos. “Soldados de mi patria”, les dijo, y anunció que sentía orgullo por ellos y que intentaría contemplarlos mediante todas sus posibilidades.
Considero que los milicos juegan un rol clave. No hay que ser ingenuos. Está muy claro que sin las Fuerzas Armadas no se puede. Es obvio que quienes luchan por el poder se tienen que preocupar por las Fuerzas Armadas. Porque, en realidad, el “nunca más” dictadura militar es un hermoso sentimiento, pero la garantía de que realmente ocurra es que la cabeza de la oficialidad del Ejército refleje la realidad política del país, más o menos. Para que los golpistas se puedan apropiar y conducir esa máquina para derrocar al gobierno, necesitan tener unidad. La única garantía que hay en contra de esa unanimidad golpista es la definición política distinta de los integrantes de esa oficialidad. Si la división política de la sociedad no entra a la cabeza de los oficiales, queda en manos de logias. O son masones, o son nacionalistas o lo que sea. Así es la vida militar en el mundo. Por eso los del Frente Amplio tenemos que ganar militares para nosotros. Esa es la garantía de democracia.
Lamentablemente, me encontré con una izquierda pacata que tiene miedo de hacer política con los milicos. Yo tengo miedo de no tener milicos de mi partido político. ¡Se los estoy regalando a la derecha! ¡No seas malooo! Es una lucha por el poder que yo asumí desde el primer momento. No conozco a nadie que haya luchado por el poder en el mundo y que no se haya preocupado por tener milicos de su lado. Si no lo hacés, perdiste.
Intentó, además, como señal política otorgar prisión domiciliaria a los cerca de veinte militares retirados que estaban presos por los delitos que habían cometido en la dictadura (1973-1985). El procesamiento había ocurrido durante el primer gobierno del Frente Amplio y muchos de los que permanecían entre rejas habían sido sus carceleros. Procuró enviarlos a sus casas como señal de paz. Lo anunció públicamente en su primera semana, no obtuvo ningún respaldo y optó por no dar el paso.
Quise dar la batalla para lograr una prisión domiciliaria para los milicos. Pero perdí antes de concretar nada. Me di cuenta de que iba a partir al medio al gobierno recién empezando y que era al pedo, porque iba a perder. Pero nunca cambié de opinión. No quiero viejos de 80 años presos. No sirve de nada regodearse de esa forma en el pasado y que estos tipos se mueran en la cárcel. No cambia nada. Hay que dejarse de joder. Siempre lo dije y me tuve que quedar quieto.
Cortar con algunos excesos que estaba cometiendo el Estado fue el tercer asunto que Mujica aplicó de forma inmediata. Puso a la venta la casa presidencial en Punta del Este, balneario de la costa este de prestigio internacional, redujo los viáticos en los viajes al exterior y hasta mandó retirar de la estancia presidencial de Anchorena un yate que estaba aparcado en el limítrofe río San Juan. Y lo hizo público. La idea era dar la señal de que empezaba un gobierno sobrio.
Hice que se lo llevaran de ahí. Si tengo el yate, tengo que tener a un marino al pedo. Lo mandé con un marino amigo al culo del mundo. Creo que era un regalo de la Secta Moon a Pacheco11 y nunca lo habían sacado de ahí. Son señales. Es lo mismo que la casa de Punta del Este. Mañana viene un presidente que quiere ir a Punta del Este y va al Conrad, que tiene una suite presidencial. Ahorramos como locos. No tenemos que pagarles sueldo a esos cinco tipos que están todo el año al pedo. En la residencia presidencial de Suárez (en Montevideo) también hay una cantidad de funcionarios sin hacer nada. Pero todo eso, aunque parezca de locos, no es tocable.
Eran detalles menores dentro de la gordura del Estado. Con otros, la mayoría, no pudo. Pero ya desde el primer día anunció sus intenciones. Tanto que hasta colgó en la puerta de su despacho un cartel: “No avergonzar al señor Presidente. Hacer efectivo el aporte al Frente Amplio”. Nunca cobró un viático por viajes al exterior y repitió durante todo su mandato que donaba el 70% de su sueldo para ver si se difundía el buen ejemplo. Se dio de frente contra una pared, que a juzgar por su frustración, era bastante dura.
Estoy con las bolas por el piso de firmar viáticos. Es una joda terrible. Les dije a todos los directores generales de los ministros que se dejen de joder con los viajes. La mayoría no sirven para nada.
Soy un angelito yo también. Me dan cero bola. La gente es jodida a veces. Dono la mayoría de mi sueldo y no logré que casi nadie del gobierno ponga un peso para las casas de los pobres. Solo hay unas pocas excepciones. Es brutal.
Los cambios que con el tiempo sí pudo concretar en el Estado están más relacionados con la gestión y la innovación que con el ahorro. Es probable que ninguno de ellos formara parte al inicio de las cuestiones imprescindibles para él, pero son resultados concretos que no duda en reivindicar y que tendrán impacto en el futuro.
Cuestiones laterales a lo destacado en la figura de Mujica, como que durante sus cinco años de gobierno se incorporaron energías renovables (la eólica, la solar y los biocombustibles), o la apuesta a una terminal regasificadora, o el inicio de la búsqueda de gas y petróleo en Uruguay, o una nueva interconexión eléctrica con Brasil, también figurarán en los libros de Historia.
Otros asuntos a señalar son, por ejemplo, que las empresas públicas aumentaron en forma considerable su inversión, generando un mayor dinamismo en la economía local aunque también un déficit fiscal importante al final del mandato, que Mujica justifica como “necesario”. O que los funcionarios estatales comenzaron a regirse por un nuevo Estatuto, luego de varias idas y venidas, negociaciones, huelgas, modificaciones al texto original y modificaciones a las modificaciones. El resultado: un régimen laboral un poco más adaptado a la realidad, pero lejos de la idea inicial de igualar a los empleados públicos con los privados.
La lista es más larga, aunque se puede resumir en unos cuantos fracasos y algunos éxitos para comenzar, y así durante cinco años. Pero su llegada al poder generó en la sociedad una vibración similar al terremoto del que Mujica hablaba antes, aunque mucho más leve y subterráneo. De esos que no provocan grandes cambios en la superficie pero dejan secuelas.
10. Presidente de Uruguay en dos períodos (1903-1907 y 1911-1915). Promotor de la separación del Estado y la Iglesia católica y de diversas reformas sociales. Su obra y legado se detallan en el capítulo 5.
11. Jorge Pacheco Areco asumió como presidente de Uruguay el 6 de diciembre de 1967, luego del fallecimiento de Oscar Gestido, y se desempeñó en ese cargo hasta 1972. Lideró el combate contra los tupamaros, recurriendo a mecanismos constitucionales previstos para situaciones extremas.