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El anarco

Una pista de aterrizaje en el pasto en el centro de Mongolia. Un avión de hélice que desciende y golpea sus ruedas contra el verde, sacudiendo apenas a los pocos pasajeros a bordo. Un muchacho de algo más de 20 años que mira el paisaje desolado por la ventanilla. Un recuerdo reciente que se apodera de su mente otra vez, hasta terminar de derrumbar lo poco que queda de aquella ilusión.

El comunismo no es el camino. Esa frase a principios de los 60, meses después de la revolución cubana, le generaba cierta molestia. Sin embargo, no podía dejar de repetirla en silencio. Había visitado Moscú y sufrido el lujo de la miseria. Cuando en uno de los principales hoteles de esa ciudad se enfrentó a la ostentación del Imperio prusiano, entre alfombras persas, escaleras de mármol y candelabros de oro, entendió que aquello estaba destinado a fracasar.

El joven consternado era Mujica, en un viaje a la Unión Soviética y China como representante de la juventud del Partido Nacional uruguayo. Era blanco por aquellos años. Dice que lo sigue siendo desde la ideología, pero entonces era dirigente y trabajaba en la secretaría del ministro de Industria, Enrique Erro. Recibió una invitación a los dos principales países comunistas de la época y no lo dudó ni un instante. Había algo que le generaba curiosidad.

El traslado fue una odisea. “Parecía como los viajes en las diligencias a caballo”, recuerda hoy. Voló de Montevideo a San Pablo, de San Pablo a Río de Janeiro, de Río de Janeiro a Belén, de Belén a Madrid, de Madrid a Viena y de allí a Moscú, donde estuvo cerca de un mes. Después volvió a subir a un avión para ir de Moscú a Pekín, con una escala en Mongolia.

En Moscú visitó a varios integrantes del gobierno soviético de aquella época, encabezado por Nikita Kruschev. En China conoció a Mao Tse Tung, ya en su vejez. Mao recibió a la delegación sudamericana en una vieja cabaña rodeada por un inmenso parque. Apenas hablaron. Se sacaron una foto y poco más. A Mujica le impresionó la cantidad de libros que tenía por todos lados. Años después, leyendo las memorias de Henry Kissinger, Mujica se daría cuenta de que fue allí, en esa misma casa, donde se negoció el reinicio de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y la China comunista.

Pero lo más significativo de ese viaje fue la decepción con Moscú. Sus ideas ya eran de izquierda y, con la experiencia reciente de Cuba, había empezado a sentir cierta simpatía por el comunismo. La visita a la Unión Soviética fue como una patada en el hígado.

Pensaba llegar al país de Lenin pero comprendió que el personaje que mejor representaba a los rusos era Iván el Terrible, el primer zar y monarca que gobernó por más tiempo ese Imperio, en la segunda mitad del siglo XVI. Fue radical, perverso y violento. A través de ese personaje, Mujica vio a los rusos. Un país de extremistas, en el que tenía más cabida la mafia que una sociedad sin clases.

Actualmente ubica ese momento como el derrumbe del comunismo en su cabeza. Hoy en día cree que lo más significativo que le enseñó la vida “es la importancia de los matices porque el blanco y el negro no sirven para nada”. La sabiduría para él reside, al presente, en el “liberalismo en serio”, en aceptar al que piensa diferente. En Moscú no había nada de eso. La disidencia terminaba, con suerte, en Siberia.

Lo que sintió en aquella oportunidad fue asco por los fanatismos. Fue consciente de que una única teoría no es suficiente para interpretar la realidad. Volvió a Uruguay y empezó a leer desenfrenadamente. Se fue del Partido Nacional, se hizo tupamaro y guerrillero, pero lejos de la influencia soviética. Mezcló ideologías, no se quedó solo con una. Aquella travesía asiática de la juventud le enseñó lo que no había que hacer y por eso la recuerda con cariño.

Fui a la Unión Soviética cuando la gente del partido vivía de gran lujo. En ese momento ya se veía que iba a ganar la democracia, aunque los comunistas no lo podían ver. Tal vez yo, más libre, vi lo que ellos no podían. Entrabas a las fábricas y veías la cara de tristeza que tenían los obreros, pero ni ellos se daban cuenta. El problema es que la idea del socialismo no puede estar a las patadas con la libertad. El liberalismo promete lo que no da, pero como filosofía es un escalón superior de la humanidad. Algo que intente mejorar al hombre no puede tirar eso para atrás, tiene que ser a partir de la libertad. Nunca lo entendieron en el bloque socialista y así les fue.

La lectura se hizo pasión en el joven de aquellos años. De todo lo que leía extraía ideas y así iba armando su propio cóctel. Los anarquistas fueron sobre los que más se recostó.

La que respeta en serio la libertad es la anarquía. Por eso, de todas las ideologías, es la que más me interesa. Pero la libertad humana no quiere decir la ausencia de responsabilidad ni la ausencia de límites. El límite es no joder al otro. Y si vos te rompés el alma sin explotar al otro y conseguís más cosas, te tengo que aplaudir. No se puede pensar en un igualitarismo a ultranza. Eso no existe. Igualar para abajo es una boludez y no termina en nada bueno. Capaz que es lo más injusto.

También aquella fue una época de autores clásicos. Mujica se sumergió en los griegos, también en Confucio y en Nicolás Maquiavelo. Pasaba más de seis horas por día leyendo. Alternaba mañanas y tardes enteras entre la Biblioteca Nacional y la Facultad de Humanidades de Montevideo. Iba sumando a su archivo y alejándose cada vez más de la izquierda mayoritaria.

Un autor le llamó especialmente la atención: Carl von Clausewitz y su obra De la guerra. Lo sacudió. Es de los pocos libros de aquella época que todavía conserva en su casa. “Es uno de los tipos de los que más aprendí de política”, recuerda hoy. “Era un general joven que peleó contra Napoleón y es el padre de la escuela prusiana. Es como el Marx de la guerra. Él es el de la definición clásica de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Es cierto: la guerra tiene objetivos políticos”.

Primero vino la guerra en la teoría y después llegó el Bebe Sendic. Y los tupamaros, y la clandestinidad, y la política por otros medios en los hechos. Mujica aprendió mucho del Bebe, también desde el punto de vista ideológico. Fue él quien le recomendó a Rosa Luxemburgo. Sendic la tenía como referente e hizo publicar su obra en Uruguay. Rosa Luxemburgo, la oveja negra de los comunistas. La mujer, la irreverente, la discutidora. Hasta hoy Mujica sigue repasando sus libros, digiriendo sus ideas, dándole la razón con la Historia.

Esa mujer era bruja. Defendía a la democracia. Se peleaba con la socialdemocracia y con Lenin. Es una cuestión de principios, de la lucha por la libertad para un desarrollo intelectual, decía. Yo creo en eso. Parece que la tipa estaba viendo lo que iba a pasar después. Trotski allá por el año 1936 o 37 dijo que Rosa tenía razón. Y el Bebe se tuvo que pelear con el Partido Socialista para publicarla. No querían saber de nada.

Fue Sendic el primero que en aquella época dijo que el bloque socialista se iba a caer a pedazos. Se lo decía en la cara a los dirigentes comunistas rusos, a los europeos, a los cubanos. Cuarenta años después Mujica se lo repite a otros. Todo eso lo aprendió de Sendic.

Un paisano muy inteligente, de lenguaje sencillo. Sin embargo, un intelectual riguroso. Había estado en Europa y se carteaba con gente de primera línea de los comunistas. Lo pronosticó contra todos. Los cubanos no se lo perdonaron nunca porque se lo dijo allá también. Tiraba un bochazo de esos, pero no te fundamentaba mucho por qué.

Mujica llegó a la Presidencia lejos del discurso de los socialistas del siglo XXI, encabezados por Chávez, y de los comunistas del siglo XX. Sentía aprecio por ellos, pero no comulgaba en la práctica. Cuba era como una “vieja novia” de la adolescencia, a la que veía desmejorada con los años. Tenía un poco de lástima por aquel modelo para toda una generación. Aunque siempre destacó la dignidad de la isla caribeña, no tiene miedo de hablar de su fracaso. Viajó dos veces a Cuba siendo presidente y hasta ayudó a buscar una salida a la crisis económica por la que atravesaba. En una de sus visitas, sentado en La Bodeguita del Medio, en pleno centro de La Habana, les dijo a jerarcas del gobierno que el problema es que en Cuba “todos tienen empleo” y que por eso nadie arriesga nada. “Por más mierda que sea el capitalismo, es el que ayuda a crecer”, argumentó entre mojitos. Intentó convencerlos de que fueran hacia algo distinto porque nunca creyó en el modelo cubano.

Menos todavía en el de Venezuela. De Chávez valora que sacó a muchos venezolanos de la pobreza. Pero para Mujica eso no es el socialismo. Ni parecido. “Es la forma más larga de terminar en el capitalismo”, le decía a su amigo Hugo, que respondía riendo. “Esto es creer o reventar”, le contestaba Chávez. Mujica no creyó, Chávez murió a los pocos años y Venezuela sigue su dudoso experimento.

Poca cosa hubo en Uruguay de esa corriente continental izquierdista. Mujica recurrió mucho más a lo que habían hecho sus antecesores en el siglo XX. Además de Rosa Luxemburgo y de Winston Churchill y de tantos otros a nivel internacional, exprimió a los caudillos históricos locales, como Luis Alberto de Herrera o José Batlle y Ordóñez. De todos ellos tomó herramientas para administrar mejor el Estado, aunque sin dejar de reivindicar el anarquismo.

—Y dale con el anarquismo. Está bravo ser anarquista y jefe de Estado al mismo tiempo, ¿no? No se entiende mucho.

—Es una cuestión de momento, de tiempo histórico. Yo soy un anarquista crónico. La mejor reforma del Estado es abolirlo. El problema está en la humanidad en la que me tocó vivir, que no me deja vivir sin Estado. Es la expresión de nuestras carencias, aunque el 90% de la historia de la humanidad fue sin Estado. El Estado es la demostración de la existencia de clases en la sociedad. Aparece cuando aparece el dominio de unos sobre otros. El gobierno asume y está constituido cuando nombró al Ministerio de Defensa, del Interior y al canciller. Lo primero es garrote. No es el ministro de Economía ni de Educación.

—¿Te ganó el garrote entonces?

—Sí. Pero las repúblicas anarquistas murieron abajo de los tanques, no murieron apolilladas como las soviéticas. Por eso todavía se mantienen encendidas.

Detrás del sillón de Mujica, en su despacho del piso 11 de la Torre Ejecutiva, llama la atención una foto de 50 por 50 centímetros, enmarcada en un portarretrato negro de madera. Es la imagen de un expresidente, la única en su oficina y no es de su partido. El retrato que cubre sus espaldas es el de José Batlle y Ordóñez, el principal caudillo histórico del Partido Colorado.

Batlle y Ordoñez fue presidente a principios del siglo XX en dos oportunidades (1903-1907 y 1911-1915) y desde allí impulsó al Uruguay moderno. Fue el encargado de separar la Iglesia del Estado, de promover leyes sociales como las ocho horas diarias de trabajo y de encabezar una serie de reformas liberales, de las que Mujica se siente orgulloso.

La mención a Batlle se hacía frecuente cuando Mujica intentaba explicar cuestiones centrales de su administración. Durante todo el siglo XX, el batllismo heredado de don Pepe fue absorbido por el Partido Colorado, que gobernó noventa de esos cien años. Pero en el siglo XXI fue el Frente Amplio el que tomó muchas de esas banderas. Y Mujica especialmente.

El tipo hizo de todo porque era muy audaz. Hay que ver lo que escribía y decía. Hay que escribir dios con minúscula en ese momento. Don Pepe fue el padre del Uruguay más lindo, del Uruguay moderno. Era más loco que yo. Batlle era bastante anarco, se rodeaba de anarcos. Encima era presidente de la República juntado con una mujer que estaba separada. ¡La lucha que debe haber tenido! Pero bancó e impuso. “De pie, ha muerto Lenin”, escribió. ¡Qué coraje cívico, la puta madre! Ni loco se lo voy a dejar solo a los colorados. Los hombres grandes no son propiedad de los partidos, son patrimonio nacional, son capital del país.

Una casualidad de la Historia: el período que estuvo Mujica al frente del Poder Ejecutivo fue 100 años después de la segunda Presidencia de Batlle y Ordóñez. Una casualidad que tuvo sus consecuencias en la práctica. A partir de 2012, Mujica fue invitado al menos una vez por mes a las celebraciones de centenarios de escuelas, liceos, universidades y edificios públicos de todo tipo. La repetición le llamó la atención. En una de esas celebraciones, en una pequeña escuela del interior uruguayo, recibió un libro antiguo para firmar. Era el acta de inauguración de ese centro de enseñanza, con la firma de Batlle y Ordóñez. “Ahí me di cuenta de la magnitud de la obra de Batlle. Después de ese, fui como a veinte centenarios más”.

Mujica cree que Batlle y Ordóñez interpretó de la mejor manera al Uruguay de su época. Constató que la burguesía uruguaya era muy débil y por eso impulsó al Estado como motor de la economía y recibió de brazos abiertos a los inmigrantes. Después, a mediados del siglo XX, apareció el “segundo batllismo” a través de su sobrino Luis Batlle Berres, y ahí “todo terminó en un clientelismo y una burocracia que ¡mamma mía!”. Pero no se puede acusar al padre de lo hecho por sus hijos y mucho menos por sus sobrinos.

También admira a Batlle y Ordóñez como figura simbólica. Reivindica como mérito suyo la Suiza de América que fue Uruguay en los años 50. Del batllismo, por las ideas, y de los inmigrantes, por el impulso al trabajo y a construir. Los edificios públicos tenían que ser los mejores para Batlle. Así nació en Montevideo el Palacio Legislativo, las Facultades de Veterinaria y Agronomía y después el Hospital de Clínicas y el Estadio Centenario. El ejemplo generó la acción.

En lo social, el Pepe actual se siente pariente del Pepe del pasado. Su gobierno quedará en la Historia por ser el que despenalizó el aborto, habilitó el matrimonio entre homosexuales y regularizó la venta de marihuana a través del Estado. Todas esas son reformas liberales y Mujica no duda en compararlas con las de Batlle y Ordóñez a principios de siglo.

Acá hubo un liberalismo batllista que marcó al país. Objetivamente fue el modelo. Lo hizo en una circunstancia histórica y política que era posible y lo ayudó la inmigración y la situación económica. Pero mostró el camino. Nosotros también estamos haciendo reformas liberales de ese tipo. El liberalismo y el anarquismo son primos hermanos. Ahora nos parecemos a lo que históricamente fuimos: un país de vanguardia. Eso era lo que pasaba en la época de Batlle. Las mujeres empezaron a votar, se autorizó el divorcio, el Estado empezó a producir alcohol, la enseñanza se autorizó para las mujeres. Hasta se instrumentó la legalización de la prostitución. Mujica elige a Batlle y Ordóñez en el Partido Colorado y en el Partido Nacional a Luis Alberto de Herrera12: los dos referentes de los partidos tradicionales uruguayos en la primera mitad del siglo pasado, muy distintos pero caudillos. También de Herrera adoptó características que le han sido muy útiles.

De joven, en la revolución de 1904, Herrera enfrentó con las armas al gobierno de Batlle y Ordóñez. Se sumó a los revolucionarios blancos al mando de Aparicio Saravia13. Su formación fue en un país dividido por la guerra. Años más tarde lideró al Partido Nacional con un estilo muy particular y llegó a ser presidente del Consejo de Gobierno, cuando la Presidencia la ejercía un colegiado. Marcó a toda una generación política.

Dos cosas aprendió Mujica de Herrera y las aplica hasta el día de hoy. La primera es sobre las relaciones internacionales que debe tener Uruguay. Herrera siempre defendió la idea de tener los mejores vínculos con Sudamérica y se opuso a un excesivo acercamiento con Estados Unidos.

Soy profundamente herrerista con respecto a las relaciones internacionales. Herrera lo primero que defendía era el Río de la Plata y tenía razón. Por eso hay que arreglar con Argentina. La guita inmobiliaria, el Uruguay logístico, la clase media argentina en Colonia, todo eso viene de ahí. ¡Vamos a dejarnos de joder! Ya lo advertía Herrera. Era un viejo conservador, pero en materia de política internacional la tenía muy clara. No tenemos una base norteamericana acá gracias a él. Los colorados estaban para arreglar.

La segunda enseñanza que dejó Herrera a Mujica es la importancia de recorrer en forma constante el interior del país y conocer a caudillos locales de todos los rincones. Herrera siempre apostó al Uruguay profundo, donde el Partido Nacional es mayoría. Y lo hizo con mucho pragmatismo y oficio político.

Mujica también siente cariño por el interior uruguayo y, poco a poco, lo fue conquistando con su discurso hasta lograr por primera vez, en las elecciones de 2014, una mayoría de votos en algunos pueblos de pocos habitantes. Los intendentes de los distintos departamentos, especialmente los del Partido Nacional, mantenían un diálogo fluido con él cuando era presidente y le mostraban su lealtad de distintas formas. Así se acordó la patente única de vehículos en todo el territorio nacional y el impuesto a las grandes extensiones de tierra. Es más: jefes comunales blancos se llegaron a comunicar con Mujica para saber cómo responder ante exigencias de los líderes partidarios que les reclamaban una actitud más opositora. Él se reunía a escondidas con los intendentes. Eso también era típico de Herrera: la negociación por debajo de la mesa, el contacto personal por encima de la institucionalidad.

Mujica participó, además, en homenajes a los caudillos del Partido Nacional más recientes, como los realizados a Wilson Ferrerira Aldunate. Wilson fue un ícono en la lucha de los uruguayos contra la dictadura militar de los 70, se embanderó con esa causa, pero no solo por eso Mujica lo reivindica.

¡No me jodan con Wilson únicamente blanco! Es mucho más que eso: es de todos los uruguayos. Las batallas las perdió todas, pero la Historia demostró que tenía razón. Cuando nosotros éramos clandestinos y estábamos en plena guerrilla negociábamos con él. Siempre se movió con mucho sentido pragmático. Era un tipo audaz, no era un mequetrefe.

“Pragmático” es un concepto repetido por Mujica. Pragmatismo, matices, ideologías tan distintas como el batllismo y el herrerismo, todo eso le gusta. La realidad, en definitiva. En ese punto también se parece a Herrera, según el historiador Gerardo Caetano. Unos meses después de que Mujica asumiera como presidente, Caetano lo definió como herrerista en un programa de Radio Oriental de Montevideo.

“Además de muchas cosas es muy herrerista, siempre lo ha sido. Él no nació a la vida política en el herrerismo pero su estilo de hacer política es netamente herrerista. Lo viene profundizando con el tiempo”, opinó Caetano.

¿Qué es hacer “política herrerista” para ese prestigioso historiador uruguayo? “El herrerismo es pragmatismo. Eso Herrera lo decía hasta el cansancio y Mujica es un pragmático. Pero además el estilo de hacer la política herrerista es un estilo táctico, no estratégico. Es como esos jugadores que hacen una moña para acá y otra moña para allá. Es decir, van construyendo un rumbo desde la táctica. Y la estrategia es la suma de tácticas con una gran propensión a negociar. Mujica cree que la política es así, al igual que Herrera. Incluso a Herrera siempre se lo cuestionaba por eso, como a Mujica. Le decían el Gusano Loco porque iba para un lado y para otro”.

Lacalle, nieto de Herrera, también cree que Mujica tiene rasgos herreristas. Nunca le tuvo simpatía, pero como político lo respeta y más después de haber perdido con él las elecciones.

En 2009, durante una entrevista en radio El Espectador, Lacalle confesó: “El senador Mujica es un hombre muy inteligente, muy vivo —porque a veces no se es inteligente y vivo al mismo tiempo—, y además ha leído mucho, tiene un sustrato intelectual en lo que dice, aunque lo viste hábilmente de una jerga popular, cosa que es una gran habilidad desde el punto de vista político. Lo hacía el doctor Herrera: cuando quería simplificar un tema político ponía una comparación criolla—. Pero los dogmáticos (del Frente Amplio) no le van a dar mucha piola”. Es el atractivo de la oveja negra.

“Hay que leer la Historia”, repite Mujica. La reciente y la más lejana. Para eso recurre a biografías, investiga acerca de los hombres que quedaron en el bronce. De la región y del mundo. Las memorias de Trotski y de Churchill son una cita frecuente en sus reflexiones. El agua y el aceite, como a él le gusta.

También se ha dedicado a estudiar lo realizado por caudillos de Uruguay y Argentina durante el siglo XIX, el de la independencia latinoamericana. De todos extrae elementos porque cree que es poco lo que queda por inventar. Cambian los nombres y las circunstancias, pero las disyuntivas son las mismas y las decisiones se repiten.

Sobre la Historia uruguaya, Mujica está convencido de la importancia del Río de la Plata y las provincias unidas, en oposición a Buenos Aires. Es José Artigas su principal referente de la primera mitad del siglo XIX. El Artigas que quería el territorio que hoy forma Uruguay unido a las provincias centrales de Argentina y parte de Bolivia. El que peleó contra la hegemonía de Buenos Aires. El que empezó como contrabandista y terminó liderando un movimiento libertario. El que quería dar tierras a los indígenas y a los pobres. También ha leído sobre Juan Antonio Lavalleja o Fructuoso Rivera, pero el líder que más le interesa es Artigas. Artigas y la guerra de puertos que originó todo. Buenos Aires y Montevideo como los principales destinos del Río de la Plata. Esos son para Mujica el origen y la explicación de la rivalidad que existe hasta hoy.

De los argentinos, su personaje histórico favorito es Juan Manuel de Rosas. Lo respeta por federal, por formador de la nacionalidad argentina, por promotor de la mezcla de razas y de la integración, por distinto.

Juan Manuel de Rosas, que sabía mucho de política, estaba en el desierto y le escribe a su mujer, doña Encarnación, y le dice que no se olvide de atender a las mulatas y a las negras en sus necesidades. “Ayúdalas y socórrelas en todo lo que puedas porque ya verás de cuánto es capaz la fidelidad de los humildes”, le dice. Esa es la esencia del peronismo que vino después. Perón lo estudió todito a Rosas y construyó su poder ayudando a los cabecitas negras. Era un gran vivo Perón, pero Rosas fue el tipo que marcó el camino, un hacendado ganadero del Río de la Plata que se puso a plantar trigo porque quería tener mucha gente en la estancia y no lo podía lograr con la ganadería. Con eso llegó a tener mil y pico de personas y formó un escuadrón, que era su tropa personal. Ahí empieza su carrera política. Tenía un reglamento en la estancia: el que fallaba sufría sanciones fuertes y hasta azotes. Para mí Rosas fue el forjador de la nacionalidad argentina. Sin Rosas, Argentina iba a terminar en cinco, seis o siete países. Él logró mantener el equilibrio.
Hay muchos personajes de esos en la historia como para aprender. Rosas era federal, pero federal de Buenos Aires, y al final también defendía el monopolio del puerto de Buenos Aires. Artigas era argentino pero del otro lado del Río de la Plata. La primera declaratoria de independencia de Uruguay decía: “Orientales argentinos”. Artigas es tan uruguayo como argentino. Esa es la verdad.

Con respecto a los tiempos más lejanos, Mujica repara en los pensadores griegos. Los prefiere de la misma forma que admira a la ciencia en general y a la filosofía y a la antropología en particular. Los elige por haber sido integrantes del pueblo que mejor recurrió al hombre como objeto de estudio. Eso es lo que atrae a Mujica. El hombre y la naturaleza. Ahí está lo más parecido a la religión para este viejo ateo y anarco.

Los hombres que piensan en forma independiente son los libres y los que imaginan más allá de los pensamientos son los que construyen el futuro. Esa y otras premisas ha aprendido Mujica leyendo a los griegos pero también a los grandes hombres del Renacimiento italiano y a los científicos de vanguardia de todos los tiempos.

El humanismo más profundo viene por el camino de la ciencia. En última instancia la filosofía es hermana de las matemáticas y sin filosofía y sin ciencia no hay humanidad. Cuando era joven no le daba mucha pelota a las matemáticas pero me encantaban la biología y la filosofía. Hace unos años me puse a estudiar geometría y es una cosa increíble. Lo otro es la estadística. Me tuve que poner a aprender de vuelta hace pocos años porque si no se te pasan cosas y no entendés un carajo. Me arrepiento de no haberles dado pelota de joven a las matemáticas. El problema es que hay cada chorizo que la enseña y eso no ayuda un carajo. Matemática es volver a lo antiguo y ahí está la fuente de la sabiduría. ¿Cuántos matemáticos han hecho descubrimientos en el pizarrón que después pasaron cuarenta años para comprobarlos?

Descubrimientos es algo con lo que Mujica coqueteó toda su vida. Intentó e intenta en sus ratos de ocio intelectual llegar a ciertas certezas. Esa es una característica de las personas inteligentes: buscar respuestas. La otra, asociada, es la frustración y la angustia. Mujica vive con angustia. Pero trata de canalizarla mediante la búsqueda de conocimiento. Las etapas más fructíferas al respecto fueron durante su encierro, porque allí sobraba el tiempo.

—Alguna vez me pregunté, leyendo en los calabozos, qué es el hombre. Ahí sí que tenía tiempo para pensar en todas estas cosas. Si te definís como socialista desde el punto de vista científico como yo, entonces ¿qué carajo es el hombre? Esta pregunta clave me la hice cuando estaba en el cuartel de Paso de los Toros. ¿Cuáles son los componentes del disco duro del hombre? ¿Y qué recibimos como influencia de la cultura y del medio ambiente? A partir de ahí vino mi afición a la antropología. Ahí me acordé de Renzo Pi, de Daniel Vidart y de todos esos amigos y los fui a ver cuando salí de la cana.

—Por más antropólogo que seas, no parece haber una respuesta única para eso.

—Después de mucha lectura y charla llegué a alguna conclusión. El hombre es un animal gregario, social. Vive en sociedad. No puede vivir en soledad. El 90% de la historia del hombre arriba de la tierra es en grupos. Desde ese punto de vista, se puede concluir que es un animal socialista.

—Muy utópico y poco realista, teniendo en cuenta lo que pasa hoy.

—Ta bien. Pero la historia reciente es apenas una página. Lo más difícil es que el hombre sea jefe de sí mismo, pero se puede lograr. En la campaña electoral hablé de los Kun Sang, un pueblo indígena africano sin propiedad privada y que trabaja pocas horas por día. Me dijeron de todo pero estaba hablando de esto. Recurriendo a un ejemplo extremo les quería mostrar que el hombre puede vivir de otra forma.

—Los Kung Sang viven aislados en la mitad de África. También hay comunidades perdidas de budistas, vegetarianos, hippies y hasta de amigos de los platos voladores...

—La historia del hombre es más larga que lo que pasa hoy. ¿Qué es lo que lo hizo individualista y capitalista? Lo que vino después, en los últimos siglos. Los avances tecnológicos, el conocer más, el querer colonizar. Por eso el hombre es una criatura que vive en cierta contradicción. La historia lo hizo de una manera y su presente es otro. Es socialista por naturaleza y egoísta y ambicioso por su tiempo. Esa es la angustia del hombre moderno.

—¿Y de quién es la culpa? ¿No es del hombre acaso? ¿No será parte de la evolución natural todo eso?

—El hombre vivió con valores distintos y sobre la base de otra organización durante el 90% de su historia. Realmente creo que es esencialmente gregario y socializante, pero quitándole a eso la poesía. El socialismo no es una panacea. Es un camino para procurar ser mejores a conciencia. No es el fin de los problemas ni el equivalente al paraíso, sirve para tratar de mejorar. Yo soy socialista pero no veo construible al socialismo en un país pobre y poco educado. No por ricos e instruidos iremos al socialismo, pero esas son las condiciones básicas porque el hombre ya nace con algo de eso en el disco duro. Es el desarrollo histórico de la civilización el que lo hizo capitalista.

Genera dudas ese planteo tan idealista del hombre. Mujica también las tiene y las reconoce. Da la sensación de que quisiera creer esto y justificarlo pero que la realidad lo trae bastante golpeado. Lo que sí es seguro para él es que el hombre necesita de la autoridad, ya sea ejercida por él mismo o representada por otro, pero la civilización que sobrevivió es la paternalista. No es el mejor escenario, está muy lejos de los Kung Sang, pero es el real. Alguien tiene que mandar. Y para mandar hay que estar convencido. El que no está convencido tiene un problema serio y no termina en nada bueno. “Cuando no estás convencido te tenés que ir y chau. No podés guiar a nadie si tenés dudas y por eso hay que pensar mucho en lo que cada uno cree”.

De convencimientos, historias y autoridades, Mujica admira a dos instituciones: el Ejército y la Iglesia católica. No porque comparta sus valores ya que, de hecho, está muy lejos de los católicos y también de la disciplina militar. Lo que le llama la atención es cómo han sobrevivido por milenios y siguen tan vigentes hasta el día de hoy.

La Iglesia católica tiene una organización piramidal bastante perfecta para Mujica. Las tradiciones se arrastran desde hace 2000 años y se continúan respetando y manteniendo. Posee redes en todas partes del mundo y es el partido político más antiguo y con más seguidores de la Historia. Así lo entiende Mujica y le interesa todo lo que hay detrás de la elección de las autoridades eclesiásticas, el poder judicial paralelo que las juzga y toda esa estructura montada con base en convenciones arbitrarias que pueden sobrevivir incluso a un cataclismo nuclear.

Del Ejército el gusto viene por otro lado. Cree que es allí donde se expresa la máxima autoridad y el origen de la civilización moderna. Por eso Mujica respeta a los militares. Mujica y todos los tupamaros. Y los militares los respetan a ellos, porque creen tener códigos compartidos. Su amigo, el Ñato Fernández Huidobro, fue ministro de Defensa durante su gobierno. “Mi general”, le decían muchos oficiales, que lo consideraban como el mejor ministro de los últimos treinta años. Muy irónico si se tiene en cuenta que en los 60 y 70 estaban en bandos enfrentados. Pero a veces eso es lo que deja la guerra.

Todos los ejercicios esos que hacen los milicos y que son al pedo son para que los tipos queden automatizados y respondan a la orden. Cuando viene la guerra no pueden disparar cada cual para su lado y tienen que reaccionar en bloque en forma perfecta. Las cosas que más te impresionan de las civilizaciones del pasado son los ejércitos. ¿Cómo se hizo el Imperio inca o el romano o el chino? El Ejército está hasta antes que el Estado. ¡No me vengas a decir que no tienen nada que ver con la historia de la humanidad porque el Estado existe por la represión y para la represión siempre estuvo la Policía y el Ejército! Ese es el origen. Si no estudiás Historia, no entendés nada.

Hasta el día de hoy, Mujica recuerda a sus grandes profesores cuando era estudiante. Mucho les debe de su pensamiento más profundo, ese que se construye en los primeros años de vida. Y destaca especialmente que le enseñaron cómo aprender a aprender e intentar adquirir de cada cosa lo más valioso. Lo transformaron en una esponja.

El escritor uruguayo Francisco Paco Espínola fue uno de los maestros que más recuerda. Fue su profesor cuando él era adolescente y destinó un año entero de sus cursos a Homero y a Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Iba para adelante y para atrás, una y otra vez, con los textos de ambos autores. Todo lo que aprendieron sus alumnos en un año lo aprendieron de esos dos ilustres escritores. También tuvo como profesor a José Bergamín, un refugiado de la Guerra Civil Española y “uno de los hombres más finos” que conoció en su vida. El historiador Carlos Real de Azúa fue otro de los que dejó su sello en los años de aprendizaje de Mujica.

Pero lo que más destaca como enseñanza de sus primeros años es el Uruguay de inmigrantes en el que creció. Nada mejor que los entreveros para Mujica, y cuando son culturales, más disfrutable todavía. A principios del siglo XX, Uruguay recibió miles de inmigrantes europeos, especialmente españoles e italianos, que huían de las guerras y de la pobreza. “Aquellos gallegos y tanos eran un despelote”, recuerda Mujica. “Fueron ellos los que laburaron para construir lo que somos hoy. Mi familia, al igual que la de la mayoría de los uruguayos, era así”.

Lo que queda luego de una inmigración masiva es, según Mujica, todo beneficio. Nada bueno se consigue si no se puede ver lo diferente y convivir con eso. Lo central es la tolerancia al que es, piensa o se expresa distinto.

La mezcla de gente es lo mejor que hay. La pureza racial es una mierda. Brasil es el mejor ejemplo. Tienen de todo. Negros rubios y de ojos claros, cualquier cosa. Y tienen unas ganas de vivir que no se puede creer. Es un ejemplo de mestizaje brutal.

No solo la pureza racial fastidia a Mujica. También la ideológica. A Marx lo ve como un “genio” y dice que su interpretación de la Historia es lo más aproximado a la realidad, pese a su rechazo al comunismo. “Lo que hicieron después con él es una grosería, porque Marx habló desde la lectura histórica y social y nunca pensó que eso iba a servir de justificación para que hicieran cualquier cosa”.

La teoría sirve como insumo pero no como verdad absoluta. Nada más lejos de Mujica que la combinación de esas dos palabras. Nada que sea absoluto lo entusiasma. Ni siquiera la muerte.

12. Luis Alberto de Herrera nació en 1873 y murió en 1959, con 85 años. Fue el principal líder del Partido Nacional durante cincuenta años y llegó a integrar, en sus últimos años de vida, el Consejo Nacional de Gobierno de Uruguay.

13. Aparicio Saravia fue el caudillo del Partido Nacional de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Encabezó una revolución contra el gobierno del Partido Colorado y murió en 1904, luego de una batalla en Masoller, departamento de Rivera.