Capítulo 13
—¿Cómo se siente señora Weich? — pregunta mi marido con una luz especial en la mirada. Tiene la mano en mi cintura. Se ve tan guapo y elegante de traje negro y camisa blanca. El chaleco plata le da un toque sofisticado. Suspiro feliz de estar en sus brazos. Estamos parados en el mismo camino en donde hablamos hace un tiempo. Las horas han pasado volando. La luna brilla en todo su esplendor. Es una noche bien estrellada.
—Muy bien, feliz de que todo haya salido tan bien. — le digo yo mirando a mi alrededor. Los invitados están pasándoselo en grande. Se ha pasado por alto el pequeño percance de algunas horas atrás. Aunque todavía estoy segura de que va a ser el comentario por algunos días. Pero no me importa. Por mí que hablen lo que quieran. Yo no voy a estar para oírlos comentarios maliciosos.
Dentro de unas horas nos vamos de luna de miel a Aquiraz, un lugar en Brasil. Es un alivio. Sebastian se lo tenía bien guardado. Pero igual que yo, él tampoco sabe guardar un secreto por muchos días. Ya tengo todo el equipaje listo. Ema y Adriana me ayudaron a prepararlo. Las dos no dejaron de cargosearme en todo el rato. Que cuando nos íbamos. Por cuantos días. A que parte. Llámame cuando llegues. Y cosas por el estilo. Por Dios, ¿no se daban cuenta de que era una mujer recién casada? ¿Para qué les iba a decir cuando volvía o a dónde iba? Lo que menos iba a ser era estar llamándolas a cada rato para hablar con ellas. ¡No señor! Iba a disfrutar el tiempo solamente con mi marido y nadie más.
Observo a cada uno de mis nuevos familiares. Cada uno es diferente y especial a su manera. Lucas y Amanda son los más compañeros y cercanos a Sebástian. Amanda es una hermosa mujer de pelo rojo como el fuego. Los ojos de un intenso verde la asemejan a un elegante felino. Tiene una sonrisa maravillosa. Desde el primer momento en que estuve con ella me di cuenta de que íbamos a ser grandes amigas. La niña de ambos se llama Bianca. Y es una niña de seis meses preciosa y vivaracha. Rubia como el padre y de ojos verdes como la madre. Se ha metido a todo en el bolsillo. Luego viene Martín, el otro primo de mi marido. Él está casado con Valeria. Ambos son biólogo marino. Y trabajan en uno de los parques acuáticos más grande de Mar del Plata. No tiene hijos. Valeria es rubia de ojos celestes. Tiene un aire aniñado y es muy estilizada. Martin es castaño de ojos marrones. Ninguno de los dos es muy dado para hablar. Pero igualmente son buena compañía. El último y más jóvenes de todos es Víctor. Él es abogado y está casado con Eliana que también es abogada. Ambos trabajan en una prestigiosa firma de abogados de Córdoba. De todos los Fariello son los únicos que viven en el interior del país. Tienes dos hijos. Julián de tres años y Sofía de ocho años. Ambos niños son traviesos y picaros. Le han hecho pasar canutas a todos por igual durante la cena. Para desesperación de Eliana. Víctor en cambio se ha pasado la velada mirando para otro lado para desespero de su esposa. La familia en pleno es un grupo de lo más pintoresco. Como buenos descendientes de italianos todos hablan a la par. Para meter cuchara hay que gritar más que ellos. Cada uno a excepción de Martin y Valeria, tienen algo para decir. He tenido que aguantarme chistes pesados durante toda la fiesta. Las mujeres me han dado consejos sobre lo que según ellas necesitan y espera un marido Fariello.
Estoy feliz, aunque lo único que empaña un poco esa felicidad es la presencia de la maligna Leonora. Mi suegro insistió en invitarla. La muy serpiente no ha dejado de largarle miradas seductoras a mi marido durante toda la fiesta. ¿No se dará cuenta de que queda ridícula haciendo eso justo ésta noche? Por suerte mi esposo no le ha dado ni la hora. Además tengo un batallón de mujeres que me han defendido en todos los ataques. Ahora que soy también una Weich, tengo más primas para defender el fuerte. Cada esposa Fariello, mi cuñada Alexia, que resultó ser una mujer agradable e inteligente, Ema y Adriana. Todas dispuestas a sacarle los ojos a la rubita a la primera ofensiva. Aunque debo darle crédito a ella. Porque se ha pasado la noche esquivando el ataque de todas ellas en diferentes oportunidades. La pobre fue más cháchara que verdad.
—Ya es hora. — dice Sebastian mientras mira su reloj de pulsera. — ¿Vamos?
—No puedo irme sin antes tirar el ramo. — le advierto yo.
—Claro amor, que el cielo me libre de impedirte hacer lo que tengas que hacer. — bromea él.
—Entonces acompáñame.
—¡Ay no! Eso hacelo vos sola. Yo te miro desde aquí. — me contesta él mientras se acomoda en una de las sillas vestida elegantemente con una funda blanca y lazo de seda turquesa. — La vista es agradable. — dice mientras me recorre con la mirada. Se ve tan atractivo sentado así. Ha puesto la silla al revés y usa el respaldo para apoyar sus brazos. La mirada pícara.
Suspiro teatralmente y camino hacia el escenario improvisado donde todos mis primos han pasado para cantar un par de canciones. Eso es una de las habilidades de los varones Fariello. Cantan de maravilla. Incluyéndolo a mí esposo. Me dejo con la boca abierta. ¿Conocen a Il Divo, el cuarteto de opera pop? Bueno, ellos suenan iguales. Siempre me gustó el canto. De hecho cuando asistía a mi iglesia formaba parte del coro. Pero lo de ellos era de otra categoría.
Mi bello esposo me observa desde su posición mientras subo al escenario con timidez. Aclaro mi garganta y me dispongo a llamar a todas las solteras de la fiesta por el altoparlante.
—Buenas noches a todos. En nombre de mi esposo y mío quiero agradecerles a todos por estar aquí en esta noche tan especial. — el corazón lo tengo a mil. La garganta se me ha secado. Carraspeo. — Puesto que enseguida nos vamos. — Un silbido se escucha por entre la multitud atenta. Las risas contenidas lo acompañan. Siento como de a poco el calor me sube a mis mejillas. Sebastian se lo está pasando en grande. — Bueno, soy de pocas palabras. Así que….
—¡Que suerte tuvo mi primo! — se oye decir por ahí. Las luces me encandilan no puedo ver de dónde vino el comentario. Los invitados se ríen de nuevo.
—Como les decía, antes de que me interrumpiera un desubicado. Quiero invitar a todas las damas solteras presentes, para que se acerquen. Voy a tirar el ramo. — concluyo mientras observo que entre risas y comentarios de a poco las solteras incluyendo a mi hermana y mi cuñada se arriman hacia donde yo estoy.
—¿Listas?
—Sííííí… — gritan todas con entusiasmo. El DJ pone un redoble de tambores. Me da risa. Tomo impulso y elevo el ramo por encima de mi cabeza. Volteo para ver quien lo tomo. Una exultante y eufórica Ema enfundada en su vestido de seda turquesa levanta el ramo como si fuera un trofeo. Aplaudo con entusiasmo. Las demás se alejan entre risas y expresiones de decepción. Ema, Alexia y Adriana han sido mis damas de honor. Las tres eran un cuadro hermoso digno de ver. Todas vestidas en seda turquesa parecían hadas mágicas salidas de algún cuento fantástico.
Bajo del escenario con alegría, Sebastian toma mi mano para ayudarme.
—Ahora ¿nos podemos ir? — pregunta con fingida seriedad.
—¿Nos despedimos de todos? — pregunto yo.
—No hace falta. — dice mientras me aleja de los invitados.
—¿De tus padres y mi madre tampoco?
—Ellos están esperándonos adentro.
—¿El equipaje?
—Ya está todo listo. Lucas me ayudó hace un rato. Él nos va a llevar al aeropuerto.
—Voy a cambiarme entonces. — le digo. Pero él tironea de mi mano.
—No quiero que te cambies. — me dice él mirándome a los ojos.
—¿Por? — no entiendo porque no quiere. Va a ser muy incómodo ni que decir vergonzoso, caminar por los pasillos del aeropuerto con semejante vestido.
—Porque quiero ser yo el que te lo quite, Isabel. — pronuncia mi nombre como la primera vez que lo hizo. Con una cadencia melodiosa. Siento como mi vientre se encoge de placer. Los colores me suben. Él pasa un dedo por mi mejilla. E inclina su rostro hacia mí para plantar un suave beso en mis labios. Me hace suspirar profundo. Los ojos se le han vuelto de un color caramelo. — ¿Te he dicho lo hermosa que estas así vestida? Casi me muero de preocupación cuando te vi paralizada en el pasillo. Creí que ibas a salir corriendo.
No sé qué responder.
—Vamos. Ya están todo en la puerta esperándonos. — dice él rompiendo el incómodo silencio.
Miro a mi alrededor con los sentidos confusos. El salón de la casa esta desierto. La música suena lejana desde aquí. Los padres de Sebástian, Alexia, Ema, mi mama y Adriana están esperándonos para despedirse de nosotros.
Abrazo con fuerza a mi madre. Los ojos me pican. Le agradezco por todo y le digo cuanto la quiero. Ema y Adriana me abrazan a la vez. Ambas tranquilas por esta vez. Mi suegra me abraza con alegría. Igual mi cuñada. Mi suegro estrecha mi mano con frialdad. Lo sorprendo con un cálido abrazo. Los ojos se le han puesto brillantes. Es como dicen “un gesto vale más que mil palabras”
—Cuídense. — dice don Samuel.
—Si papa. — contesta mi esposo mientras imita mi gesto.
—Hijo. — Ana estrecha a mi esposo con alegría y ojos llorosos.
—¡Me estoy haciendo viejo aquí adentro! — apura Lucas desde adentro de la camioneta.
—¿Vamos? — dice mi esposo. Me toma de la mano y me conduce hasta la camioneta que ya tiene el motor encendido y la puerta de atrás abierta.
Mi esposo me ayuda a acomodar la cola del vestido. Toma asiento junto a mí. Saludamos a todos con la mano mientras Lucas conduce la camioneta por el camino de entrada rumbo al aeropuerto.
—¿Contenta? — pregunta Sebástian.
—Sí, mucho. — le digo yo. — ¿Y usted?
—Soy el hombre más feliz de esta tierra. — su respuesta me hace derretir.
Lucas pone una melodía suave en el estéreo. Me relajo en los brazos de mi esposo. Estoy tan cansada. Los pies me duelen. He tenido que llevar unos altísimos zapatos de diseño españoles que me regalo mi cuñada. Son bellísimos, pero no estoy acostumbrada. Suspiro soñolienta.
—En unos minutos vamos a llegar. — Me dice Sebastian.— ¿Estás cansada?
—Un poco.
—En el avión vas a poder descansar. — me dice él.
—¿Vamos a usar el tuyo? — pregunto yo que ya estoy acostumbrándome a esa preciosidad.
—No, el Cessna no tiene autonomía suficiente para hacer este viaje. — contesta él con eficiencia. ¿Qué será eso? Prefiero no preguntar.
—¿Entonces?
—Entonces volamos en otro un poco más grande. — él dice.
—¿También es tuyo? — contesto yo asombrada. Él se ríe.
—No, este es alquilado para la ocasión.
—¿Alquilado? ¿Y por qué no viajamos en un vuelo comercial como los demás?
—Porque no quiero espectadores.
—¿Espectadores? — trago. El corazón se me ha vuelto a disparar. A este paso el pobre va a colapsar en cualquier momento.
—Ajá. —contesta él mientras me observa. Menos mal que la camioneta está sumida en la oscuridad. Porque seguro que en mi cara se ve el pánico que siento. Me hundo en el asiento junto al él y cierro mis ojos.
—Bien señores, hemos llegado. — anuncia Lucas unos minutos más tarde. Como las últimas veces ha conducido hasta la parte de atrás del aeropuerto. Allí hay un elegante avión más grande que el de Sebástian estacionado y con la puerta abierta. Es elegante e imponente.
Sebastian abre mi puerta y me ayuda a descender. Levanto la cola del vestido para no arrastrarla en el piso. Lucas camina cargando dos valijas. Sebástian lleva mi bolso de mano. Dos morenas muy atractivas enfundadas en uniformes azul marino descienden del avión para tomarlas. Dos hombres de uniforme bajan también. Supongo que uno es el piloto y el otro es el primer oficial.
— Señor y señora Weich, bienvenidos y felicitaciones. — dice el más alto estrechándonos las manos.
—Gracias. — contesta mi esposo.
—El avión está listo para partir señor.
—Bueno aquí es donde yo me despido. Primo que les vaya bien. — Lucas abraza a su primo. — cuando lleguen al menos avisen que están bien.
—Claro que vamos a avisar. — le contesto yo mientras lo abrazo.
—Cuida a mi primito. No lo hagas cansar. — dice Lucas mientras se aleja riéndose del comentario.
Subimos al avión. Una de las morenas nos indica dónde tomar asiento. El interior es tan lujoso como el Cessna. Solo que este es mucho más grande. Tiene seis asientos y un largo diván. ¡Es enorme! Y el servicio es excelente. La tripulación nos espera con una mesa preparada con copas y un balde con champagne helado. Los asientos tienen almohadones en color crema como el tapizado. Hay mantas tejidas. Aunque no creo que las necesitemos. El calor no lo amerita. La alfombra tiene diseños de arabescos en dorados y marrones. También hay arreglos florales. Y hasta una pantalla led. Todo es bello y delicado.
Suspiro de placer mientras tomo asiento frente a la mesa preparada. Una de las auxiliares se arrima dónde estamos.
—Disculpen. El capitán les anuncia que vamos a despegar. Deben abrocharse los cinturones.
Ambos obedecemos al instante. Sebastian me observa por un largo tiempo. Al final me pone incomoda.
—¿Qué pasa? — le digo sin poder contenerme.
—Nada, te miro. Ese peinado te queda bien. Aunque lo prefiero suelto. ¿Quién te peino?
—Mi madre.
—¿Y el vestido? — pregunta él con un brillo en su mirada chocolate.
—Es de una diseñadora de Mendoza.
—Es precioso. ¿Maquillaje?
—Tu hermana. — ¿Qué es esto? ¿Por qué tantas preguntas?
—Estás hermosa Isabel. No veo la hora de llegar y poder tenerte para mí solo.
Me río de su comentario.
—¿Qué te causa tanta gracia?
—“Hermosa” — le digo yo revoleando mi mano. Me da gracia.
—Sos una mujer muy hermosa. ¿No viste como te miraban los hombres en la fiesta? — pregunta el serio.
Me encojo de hombros. La verdad es que no vi nada que no fuera a él.
Sebastian se desabrocha el cinturón y se inclina hacia mí. Los ojos de un profundo marrón. El aroma a él es glorioso. Me aturde.
—¿Qué? — pregunta.
—Lo único que vi Sebástian… fue a vos. — le digo yo en un susurro.
—Ay Isabel, sos mi perdición.
Inclina aún más su cara y me besa lentamente. Un carraspeo nos interrumpe. Sebástian mira con fastidio.
—Disculpe señor. Quería saber si necesitan algo más. — la morena se acomoda el pelo incómoda ante la mirada penetrante de mi esposo.
—No, gracias. Si no le importa necesitamos un poco de privacidad. — le dice él con una sonrisa educada.
—Por supuesto señor. — contesta ella dejándonos solos. Corre unas pesadas cortinas oscuras y el compartimento se vuelve más privado. Suspiro con cansancio. Las horas de tensión me están pasando factura.
—Tengo los pies a la miseria. — me quejo mientras desabrocho también mi cinturón.
—¿Puedo? — pregunta mientras toma uno de mis pies.
Me encojo de hombros.
—No vas a hacerme cosquillas. Podría patearte. — le advierto con una risita.
—Nunca amor. — contesta él mientras saca con cuidado un zapato a la vez y comienza a masajearme los pies con delicadeza. —Deberían de prohibir semejantes tortura para las mujeres. Esto es una trampa mortal. — dice él mientras mira con el ceño fruncido los fabulosos zapatos blancos con piedras. Preferí no preguntar que eran.
—Una trampa mortal sexy. — digo yo.
—Eso es cierto. — contesta él con una lenta sonrisa.
Suspiro de placer y cierro mis ojos. Sebastian continúa con el masaje. Es delicioso.
Repaso mentalmente la fiesta. No tengo nada para quejarme con mi suegra. La decoración ha sido perfecta. El blanco, plata y turquesa han sido los colores usados para la ambientación de la carpa y los alrededores del parque. Las antorchas le han dado un toque exótico al lugar. Todo rezumó elegancia y sofisticación. Mi familia estaba encantada con el trato que recibieron. La verdad es que estoy muy feliz de que todo haya salido tan bien. A decir verdad estoy en el séptimo cielo.
—¿Mejor?
—Sí, mucho mejor. Gracias. — le digo yo. Los ojos se me cierran. Reprimo un bostezo. No quiero que crea que no estoy interesada en estar con él. Pero el cansancio me gana. Los parpados se me cierran.
Sebástian me envuelve en sus brazos. Se esta tan cómodo aquí que me relajo inmediatamente.
La suave sacudida me despierta.
—Estamos llegando. — dice la voz suave de mi marido. Miro a mi alrededor. Estoy acostada en el suave diván y tapada con una de las colchas. — Tenés que abrochar tu cinturón. ¿Lo hago por vos? — pregunta él con la mirada divertida. Asiento. — Esto también se nos está haciendo una costumbre, ¿no? — vuelvo a asentir aun media dormida. ¿Qué hora será? ¡He dejado a mi esposo solo! ¡Qué bochorno!
Él toma asiento junto a mí. Y envuelve mi mano con la suya. Bajo la mirada. El anillo de oro brilla con las luces de la cabina. Lo miro a los ojos y me encuentro con su mirada llena de amor.
El avión desciende suavemente en el aeropuerto de Fortaleza. Es tarde. Una de las morenas nos abre la puerta para descender. La otra trae una de las maletas. El capitán y el primer oficial aún están en la cabina.
A los pies de la escalera hay un hombre de traje esperándonos.
—Boa noite. — saluda el hombre en portugués mientras estrecha la mano de mi marido.
—Boa noite. — responde Sebastian en un perfecto portugués también. Lo miro asombrada. No sabía que supiera hablar en otro idioma. Supuse que sabría inglés, pero nada más.
—Ele auto está preparado senhor. — dice el hombre mientras señala un auto negro.
—Muitoo brigado. Elebagagem. — contesta mi esposo mientras ayuda a una de las auxiliares a recoger el equipaje.
—Sim senhor. — responde el hombre mientras alza dos maletas y las lleva hacia donde está el auto.
Los pilotos han descendido del avión.
—Buen aterrizaje. — les dice mi esposo mientras estrecha sus manos.
—Muchas gracias señor Weich. Mario es el experto. — contesta el capitán mientras señala a su compañero.
—Gracias señor. Es trabajo en equipo, como usted bien sabe. — contesta el otro.
—¿Dentro de tres semanas, entonces? — concluye mi esposo.
—Sí señor, dentro de tres semanas nos estaremos viendo otra vez.
—Muchas gracias, buenas noches. — saluda Sebastian.
—Feliz luna de miel señora. — dice el capitán saludando con la visera.
—Muchas gracias. — contesto yo con timidez.
Sebastian toma mi mano y caminamos hacia donde está estacionado el elegante vehículo. La brisa fresca me da escalofríos. Me estremezco. Sebastian pasa su brazo por mis hombros. El chofer abre la puerta del auto para nosotros con un gesto de saludo hacia mí.
—Senhora.
—Muchas gracias. — le digo en español.
El viaje dura más o menos unos treinta minutos. La noche está muy cerrada. No puedo distinguir nada. Pero no creo que el hotel quede mucho más lejos. Hemos estado viajando por espacio de algunos minutos.
—¿En qué hotel nos vamos a quedar? — pregunto yo. Necesito mantenerme despierta. El vaivén del vehículo me está dando sueño otra vez.
—No vamos a ningún hotel.
—¿No? ¿A dónde vamos entonces?
—Un amigo nos prestó su casa.
—¡Que generoso! — digo yo asombrada y feliz. Vamos a tener privacidad. — ¿Cómo dijiste que se llama el lugar?
—Aquiraz. — dice él. — Ya casi llegamos.
El auto se detiene frente a un portón de hierro. Las puertas se abren con lentitud. El vehículo continúa el recorrido por el camino de ripio hasta llegar a una elegante y moderna casa rectangular. Los ventanales de vidrio son casi del tamaño de las paredes. Las luces están encendidas. Alguien ha dejado todo listo para nuestra llegada. Sebastian me ayuda a descender del auto. La verdad es que no ha sido tan difícil moverme con este vestido. El chofer deja las maletas en el vestíbulo y se va con un “buenas noches”.
—¿Puedo? — pregunta mi esposo extendiendo sus brazos hacia mí.
—¿Me vas a levantar? — me asombra y me da un poquitín de vergüenza.
—¿No es costumbre que el novio traspase el umbral con la novia en brazos? — pregunta él divertido.
—Supongo. ¿No soy pesada? — le digo dudando.
—No lo creo. ¿Probamos?
Me da risa la cara de picardía que tiene mi marido. Jadeo de la sorpresa cuando me levanta con tanta facilidad.
—¿Ves? No pesas nada. — dice él depositándome en el vestíbulo. La estancia principal es amplia y luminosa. Tiene un aroma a flores. Inspecciono a mí alrededor y veo de dónde viene el perfume. Las flores están dispuestas en un alto jarrón de cristal en una pequeña mesa junto al ventanal. A lo lejos se ve el reflejo de la luna en el mar. La noche está en calma. — ¿Querés conocer la casa?— pregunta mi esposo con suavidad.
—Bueno. — Me muero de curiosidad por ver qué más hay. Soy curiosa por naturaleza. No me aguanto.
—Vamos, es por aquí. — dice él mientras me toma la mano. Y conduciéndome por la casa con absoluta familiaridad.
—¿Ya has estado aquí? — pregunto picada otra vez por la curiosidad.
—Sí. No es la primera vez. Con Jorge hemos venido cuando éramos más jóvenes. Ahora la usa con su familia.
—Es hermosa. — le digo yo recorriendo con la mirada la delicada decoración de un ambiente.
—Espera a ver la playa privada. Tiene desembarcadero propio.
Recorremos la casa habitación por habitación. Tiene una cocina amplia y bien equipada con una mampara de vidrio que da al patio. Desde aquí también se puede ver y oír el mar. La habitación principal está decorada en tonos azules y blanco. Tiene una cama con dosel de madera. La colcha de un intenso azul marino es la que domina visualmente todo el ambiente. Tiene un baño en suite con una bañera del tamaño de una pileta Pelo pincho. ¿Para qué tan grande? Me pregunto yo. La sala principal es amplia. De un lado está el living y del otro el comedor. Hay tres habitaciones más. Dos en suites y una más pequeña.
—¿Querés ver la playa? — pregunta Sebástian con los ojos soñadores. Asiento entusiasmada con la proposición. Nunca he visto el mar. Sebastian toma mi mano y me ayuda a caminar por el sendero de piedras. Esto ya es una costumbre entre nosotros. El sonido de las olas rompiendo en la orilla es maravilloso. Aspiro profundo para oler el aire. Todo es tan nuevo para mí.
La playa esta desierta. Es cierto, sólo es para nosotros. Mi esposo me conduce por la arena. Me es difícil caminar con los zapatos. Tironeo de su mano.
—¿Qué pasa? — pregunta curioso.
—No puedo caminar con estos zapatos. — le digo al tiempo que me inclino para quitármelos. Él me ayuda.
—¿Mejor?
—Sí.
Caminamos hasta llegar casi a tocar el agua. Tengo que levantarme la cola del vestido para que no se moje. La espuma espesa llega hasta nosotros. Esto es hermoso. El cielo está despejado permitiendo ver una enorme y brillante luna plateada. Las estrellas son preciosos puntos brillantes semejantes a trozos de cristales. Pareciera que Dios hubiera esparcido con su mano cada uno de ellos de forma descuidada. Aunque siendo Él el autor de todas las cosas, mejor es decir que todo está en un perfecto orden.
Suspiro extasiada de tanto esplendor. Y cierro mis ojos. Los sonidos que produce el mar es todo lo que puedo oír. Aguzo un poco más. Nada. Solo las olas del mar. Podría acostumbrarme a esto. La soledad. El aroma salado. La paz. Todo es perfecto.
—Te gusta. — Dice Sebastian convencido de que así es. Mi sonrisa se ensancha al escucharlo.
—Sí, es cierto. Esto me encanta. ¿Podemos quedarnos aquí un rato más? — pregunto yo sin dejar de sonreír.
— Señora Weich, es un placer verle esa sonrisa maravillosa en su cara. Podemos quedarnos el tiempo que quiera.
Sebástian me acomoda entre sus brazos de cara al mar. Apoyo todo mi peso en él. Ambos estamos en silencio. Ambos extasiados por la inmensidad del paisaje. No sé cuánto tiempo pasa. Pueden ser minutos u horas. Simplemente estamos aquí en silencio. Y ninguno de los dos se ha movido del lugar. Estoy cómoda en el calor de mi esposo. La brisa sopla despeinando mi elaborado recogido. Extiendo mis manos y desato el rodete. El aire desparrama mi pelo y libera el perfume a champú que ha quedado atrapado entre las hebras. Es un olor familiar. Coco y vainilla. Sebástian hunde la nariz en mi cabeza y aspira con fruición. Cierro mis ojos. Y me permito sumergirme en la delicia de sus caricias. Todo es absolutamente perfecto.
—¿Qué te parece si vamos adentro? — dice Sebástian rompiendo el silencio entre nosotros.
—Bueno. — le digo yo al tiempo que mi corazón se dispara a mil. Tengo tanto miedo por lo que viene a continuación. Miedo a no saber qué hacer. Ni cómo.
Mi esposo me lleva de la mano con paso lento. Entramos por la mampara de la cocina y me acomoda en una de las sillas. Me sorprende que no vayamos directo a la habitación. Creí que eso era lo que íbamos a hacer. Sebastian abre la enorme heladera y saca un pote de ¿Helado? ¿Vamos a tomar helado?
—Juraría que escucho tu corazón desde aquí, Isabel. — dice mi esposo mientras revuelve el interior de la heladera.
Hago un mohín de respuesta. Él gira la cabeza y clava su mirada en mí. La impaciencia se ve reflejada en el chocolate de su mirada.
—No va a pasar nada que no quieras. ¿Lo sabías, no?
No tengo respuesta para eso.
Ahora revuelve uno de los cajones.
—Estoy dispuesto a esperar todo el tiempo que sea necesario. — continúa él mientras abre el pote de helado y lo coloca en la mesa frente a mí. Toma asiento junto a mi lado y me extiende una cuchara.
—Creí que iba a ser diferente. — le digo yo avergonzada mientras tomo la cuchara.
—¿Diferente? ¿Cómo? ¿Diferente malo o diferente bueno?
—Ni malo ni bueno, solo diferente. — digo yo mientras tomo una cucharada de le deliciosa crema de chocolate.
—¿Podrías decirme cómo? — pregunta él con impaciencia.
—Creí que ibas a intentar algo. No sé… tratar de seducirme e intentar algo ésta noche. — digo yo. Siento la cara caliente. Estoy segura que estor colorada. Me da tanta vergüenza. No se cómo reaccionar. No sé qué espera él de mí. — Sería lo que corresponde, ¿no?
—No, con vos nada de lo normal se aplica. Me muero de ganas de seducirte y llevarte a la cama. Pero puedo esperar. Con lo que te pasó sé que tengo que ser paciente. Aunque no te miento si te digo que va a ser doloroso y frustrante. — resopla él mientras desliza un dedo por mi mejilla acalorada. ¿Doloroso? ¿A qué se refiere?
—Entonces, ¿esta noche no va a pasar nada? — pregunto yo con una mezcla de alivio y desilusión.
—No, solamente voy a pedirte que duermas junto a mí. Nada más que eso. — Contesta mientras tira de mi mano y me conduce a la habitación principal.
Aunque sé que puedo confiar en él. Mi corazón vuelve a dispararse. Siento la garganta cerrada y seca. Trago para poder humedecerla.
Sebastian me acerca a la orilla de la cama y comienza a desabotonarme el vestido. Me giro alarmada.
—¿No me dijiste que no iba a pasar nada?
—¿No confías en mí? — pregunta él con lentitud.
—Sí, pero…
—¿Pero?
—Pero ¡estas desnudándome!
—¿¿Vas a dormir vestida?? — su pregunta me hace pensar. Es cierto, tengo que desvestirme para dormir. Pero es que me da tanta vergüenza que él me vea así.
—No.
—Entonces déjame ser yo el que te saque el vestido Isabel. Te pedí eso antes de que saliéramos de Buenos Aires. ¿Te acordás?
—Sí, es cierto. — digo yo mientras lo dejo hacer.
Las manos de Sebástian son suaves y gentiles. Con lentitud deja caer el vestido hasta el suelo. El traje cae con un suave frufrú. Él todavía sigue vestido, mientras que yo estoy en ropa interior. ¿Habrá algo más incómodo que eso? Cierro mis ojos para no ver. Me da tanta vergüenza. Retuerzo mis manos frente a mi estómago.
Sebástian inclina su cabeza y roza un delicado beso en mis labios. Aun no me ha tocado. Y eso aumenta más las sensaciones en mi piel. El beso dispara pequeñas cosquillas en mi bajo vientre. Me hace suspirar. Me sorprendo al ver que se inclina y con sutileza desliza mis medias hasta sacarlas. Al terminar planta un tierno beso en mis piernas dejando un cosquilleo delicioso en ellas. Es tan fácil y natural estar así con él. Creí que el pánico se iba a apoderar de mí. Que me iba a paralizar. Pero descubro que esto se me da con tanta naturalidad que me deja asombrada. Estoy segura que puedo llegar hasta el final. Pero no sé cómo pedirlo.
Sebastian me besa dulcemente desparramando una suave corriente de electricidad por mi espalda. El beso se hace más urgente. Más profundo. Y mientras tanto mi esposo se quita su traje. Los dos envueltos en un abrazo caemos a la cama.