Capítulo 8
Después de que Sebástian se va me quedo a hablar con mama mientras Ema prepara la cena. Quiero saber qué piensa. Y como le había caído él, si estaba de acuerdo con todo o algo le parecía mal. Tenía el leve temor de que como Sebástian no era cristiano ella no lo iba a aceptar. Mama era muy cerrada en ese sentido. Siempre nos había hablado a Ema y a mí de que esperaba que eligiéramos hombres cristianos para casarnos. Y nos recordaba de un pasaje bíblico sobre no hacer yugo desigual. Nosotras poníamos cara de concentración cuando hablaba y le prometíamos que íbamos a buscar novio adentro de la iglesia. Pero cuando se iba nos descostillábamos de la risa por sus ocurrencias. ¡Mira que vamos a poner los ojos en esos nabos santurrones que andaban todo el día con la biblia abajo del brazo! Decíamos con Ema una vez que mama se iba. Y nos pasábamos las horas en nuestra habitación cuchicheando sobre el tema hasta que los parpados nos pesaban y las voces se nos ponían roncas. Entonces nos dormíamos. Pero desde mi viaje de egresado del secundario deje de interesarme por los chicos. No quería saber nada de que un hombre se acercara a mí. Ema me decía que ya parecía una de esas mojigatas que iban a la iglesia de mama. Yo me quedaba callada, demasiada avergonzada como para decirle lo que realmente me pasaba. Así que la dejaba hablar hasta que se cansaba y por lo general se iba con sus amigas a bailar o a cualquier otro lado y me dejaba tranquila. Para mí era un alivio.
Pero resultó que mama estaba contenta por mí. Me dijo que habían estado hablando largo y tendido. De que estaba satisfecha de mi elección y que de ahora en más iba a estarlo mucho más. Quise preguntarle el por qué pero al parecer Sebástian no había querido que me dijera nada. Según ella, él me lo iba a decir a su tiempo. Pero que estaba muy feliz. De hecho mientras más hablaba más se le llenaban los ojos de lágrimas. Ema solamente se había limitado a menear la cabeza de vez en cuando. En ningún momento opino sobre nada, solo se limitó a escucharnos por espacio de dos horas aproximadamente. Hasta que después de cenar y lavar los platos cada una se fue a dormir.
Al día siguiente mientras revisaba algunas planillas que me habían quedado por rellenar comencé a ver que el trato con mis compañeros era diferente. Cuando se dirigían a mi percibía una cierta reserva que no había estado ahí. Un leve matiz de respeto se había esparcido por todas las oficinas. Aldana y las demás mujeres que hasta el viernes anterior me habían tratado como una más del montón ahora me hablaban con un respeto inusual. Adriana disfrutaba a lo grande mi incomodidad. Me miraba con malicia mal disimulada lo que me desesperaba y me causaba gracia todo al mismo tiempo. Ella era la única que no había cambiado su trato conmigo. Al medio día esto ya me estaba desesperando.
—Si escucho una vez más “Sí Señora” voy a tener que preguntarme si no será cosa de Sebástian. — me quejo con Adriana. Porque de hecho lo creía muy capaz de haber pedido a recursos humanos que cambiaran el trato hacia mí.
—Vas a tener que aguantarte. Te has pasado de blanco al negro. No podes quejarte. — me responde. — Además ese anillo es una declaración abierta. No hay forma de cambiar las cosas. Mejor es que te sientes y disfrutes. Yo en tu lugar estaría encantada de la vida. — continúa con una mueca.
—Uf!! No sé si voy a poder hacerlo. ¡Claudia anda detrás de mí para ver si quiero alguna cosa, la tuve que mandar por algunas fotocopias para que me dejara en paz por unos minutos! — me lamento.
—¿Y desde cuando usas celular vos? — pregunta Adriana con gesto de sorpresa. He sacado el celular de mi cartera. Quiero mandarle un mensaje de texto a Sebástian.
—Me lo regalo Sebástian y está causándome serios problemas. Hasta ahora solamente he podido agendar su número. Pero no logro mandar un mensaje de texto. Me dan ganas de revolearlo, total después le digo que se me cayó al agua. — le digo con cara de pocos amigos.
—PF!! ¡Como si no pudiera comprarte otro! — contesta ella. Y no está muy errada. — A ver dámelo, Tomás tiene uno igual. Con esta cosita podes hacer un montón. Tiene aplicaciones que todavía no se para que sirven. Pero al menos se mandar mensajes. Ves abrís aquí donde dice menú, mensaje… — Explica ella mientras me muestra la pantalla. — Lo mejor es que pongas el diccionario para escribir más rápido. Si alguna palabra no la tenés la podes agregar aquí. Después te vas a agregar destinatario o contactos… agregar el número. Solamente esta Sebástian… y después enviar y listo. Agenda mi número también. Y para las demás aplicaciones vas a tener que leer el manual.
—Odio lo manuales de instrucciones. Son muy complicados.
—Pero es lo mejor.
—Prefiero… toquetearlo… hasta el cansancio. — le digo concentrada en enviar un mensaje a Sebástian.
—Suerte con eso. — dice ella con ironía.
—¡Ja!! ¡Acabo de mandar mi primer mensaje y no fue tan difícil! — le digo orgullosa.
—¡Que viva! Yo te ayudé. — se ríe ella.
No alcanzo a guardarlo que el aparato suena con una musiquilla. Es Sebástian contestándome. “Me alegro d q hayas aprendido a usarlo Isabel. Tb T.A. Cuídate, estoy deseando verte”. Al momento llega otro más. “Estoy en una reunión, cuando termine te llamo. T.A.” Mi corazón se dispara por la anticipación de oír otra vez su voz. Hago algunas inspiraciones profundas para aquietar el golpeteo alocado que estoy segura se me nota en la base de mi garganta. Instintivamente alzo mi mano hasta ahí. No, es mi imaginación o no, no lo sé. Dejo el celular en mi cartera y me dispongo a seguir con mi trabajo.
Han pasado algunas horas, ya es mediodía y estoy casi terminando con las planillas. He estado tan concentrada que no hice tiempo para tomar una colación. La panza me duele de hambre. Satisfecha de haber adelantado casi todas las tareas en menos tiempo de requerido, voy en busca de Adriana para que me acompañe hasta el bufet a comer algo. La encuentro con la nariz pegada a la pantalla del ordenador.
—Uno de estos días te vas a quedar bizca. — le llamo la atención. — si no vas al oculista esta semana te voy a llevar yo misma. No podes ser tan… — no encuentro la palabra justa para decirle lo que pienso.
—Sí mama.
—Si fuera tu madre ya te hubiera dado unos buenos azotes.
—Bah!! Lo más probable es que yo te de unos buenos azotes a vos. — sentencia.
—¿¿Y eso por qué?? — le digo incrédula. Adriana tenía esa rara habilidad. Daba vueltas cualquier situación a favor suyo.
—¡¡Porque no me contaste nada de lo de Luciano!! — contesta ofendida.
—¿Y qué se supone que tenía que contarte? — me cruzo de brazos
—Que tu prometido lo puso de patitas en la calle. Recién me lo conto Lorena, de RRHH.
—¡Ay por favor!! ¿No le iras a creer a la lengua larga de Lorena? ¡La mitad de las cosas que dice son mentiras, y la otra mitad son exageraciones! — le digo para convencerla.
—Podes tener razón, pero en esto me parece que ella decía la verdad. Luciano estaba cómodo en su trabajo y hasta donde sé lo hacía bien. ¿Por qué entonces se fue sin más?
—¿Porque encontró un mejor trabajo? — intento razonar con ella.
—¿Mejor que este? Enserio Isabel pensé que éramos amigas. — me contesta lastimera.
—Uf!! Si somos amigas. Es que prefiero no hablar. — me lamento
—Ajá! Entonces era verdad. ¿Qué paso? ¿Por qué Sebástian lo hizo renunciar?
No sé si contarle, pero ella tiene razón somos buenas amigas, esto era lo primero que le ocultaba y ya me estaba carcomiendo la consciencia.
—Porque Luciano se propaso conmigo en la cena de fin de año. — le cuento finalmente.
—¿¿Se propaso?? ¡¡¿¿Qué te hizo ese mal…??!! ¿Y por qué soy la última en enterarme?
—Nadie lo sabe, a excepción de Ema que justo nos vio y me ayudó y Sebástian que vio el moretón que Luciano dejo en mi brazo. Me preguntó y tuve que contarle, es más vivo que vos. — le digo revoleando los ojos.—Me acorralo en el pasillo del baño y me pidió que bailáramos.
—Vos no bailas. No te gusta.
—Eso fue lo que le dije y se enojó. Si no fuera por Ema… — le digo mientras me estremezco sabiendo que Luciano era un abusador.
—Uf Isabel tendrías que haberme avisado. Lo hubiera puesto en su lugar.
—No es lo que aparenta ser. Es mucho más peligroso. — le digo contándole todo lo que Sebástian me había contado a mí. Adriana se ha quedado pasmada. Y no es para menos. Haber tenido un violador como compañero de trabajo. Era como haber tenido una bomba de tiempo sin saber en qué momento explotaba.
—¿Estas segura de que está detenido?
—Sí, Sebástian me lo dijo.
—Bueno, entonces es un alivio de que ya no trabaje aquí o en otro lugar.
—Sip. ¿Y si cambiamos de tema? ¿Vamos a comer? Tengo hambre. — le digo sobándome la panza.
—Bueno, si es mejor. Vamos.
Mi teléfono suena en ese momento. El corazón se me vuelve a acelerar. Adriana me deja sola.
—Hola.
—Hola amor. Recién termina mi reunión. ¿Qué tal tu día? ¿Están tratándote bien? — pregunta con una risa mal contenida.
—¡¿Así que fuiste vos?! ¡Están torturándome! No quiero que me den un trato preferencial, Sebástian. Quiero ser una más del montón. — me quejo.
—Amor, vos nunca has sido una más del montón. Además, es lo que espero de mi personal. Sos mi futura mujer y quiero que te traten como tal. — me explica con paciencia.
—¡Es un fastidio! — llorisqueo. — me dicen “Señora” imagínate lo que es para mí. El viernes era Isa o Isabel. Ahora soy “Señora”, ¡me arde la cara de vergüenza!
—¿Te avergüenza ser mi prometida? — me dice con voz afilada. Era la primera vez que lo escuchaba hablar así. Sentí que me ardía la cara.
—¡No! — trato de apaciguarlo. — Es que no estoy acostumbrada a ser el centro de atención de nada.
—Para mí sos el centro de atención y por consiguiente vas a serlo de todos los demás. Vas a tener que acostumbrarte. Cuando nos casemos y vivamos juntos se va a poner peor. — suspira con impaciencia. Me parece verlo pasándose la mano por el pelo con frustración. No sé qué me pasaba, yo no soy así. Suspiro con resignación. Sebástian está a más de mil kilómetros y no quiero ser una carga para él.
—Tenés razón, no sé qué me pasa. Te prometo que de ahora en adelante voy a ser más paciente.
—Esa es mi chica. Te amo. Dentro de dos días voy a buscarte.
—Ok, yo también te amo. Nos vemos.
—Chau amor.
Bueno, esta charla no había sido muy productiva. Lo único que había hecho era ponerme rezongona y mostrar la hilacha. Si Sebástian se había enojado conmigo no lo culpaba. La próxima vez sería mejor.
Suspirando salgo del pasillo para alcanzar a Adriana. Ella está sentada en el mismo lugar de siempre. Todavía no ha pedido nada.
—¿Y? ¿Cómo te fue? — pregunta mientras revuelve su cartera. No está mirándome.
Tuerzo el gesto y aprovecho para sacarle la lengua.
—Que me vaya acostumbrando. — le digo sentándome pesadamente en la silla. Parezco una cría.
—¿Ves? Te dije. — me dice con suficiencia. Me dan ganas de darle un buen puntapié.
—¿Comemos? — le digo para no contestar.
Estoy muy nerviosa, hoy es miércoles. Son las once de la noche. Recién termino de hablar con Sebástian. Mañana a la tarde viene a buscarme para que vayamos a Buenos Aires a visitar a sus padres. Estoy tan nerviosa que no he podido comer nada. Tengo un nudo en la panza y siento la garganta cerrada, como si no pudiera respirar. Mañana voy a conocer a mis futuros suegros, además de que voy a volar por primera vez en un avión. Para colmo lo pilotea mi futuro esposo. Si me agregan algo más me va a dar una poplejía y no voy a poder ir a ningún lado. A lo mejor tendría que fingir una, así me libraba de todo. ¡Que cobarde! Acusa mi subconsciente.
Sebástian no me ha dicho cuantos días nos vamos a quedar. No sé si preparar un bolso o solamente llevar una mochila. A estas alturas me da vergüenza preguntar, así que me decanto por el bolso, solo que no lo voy a llenar tanto. Además no tengo mucha ropa que digamos. No soy una compradora compulsiva. Solamente he preparado dos vestido de algodón liviano, dos jean, remeras y ropa interior. Unas sandalias bajas de cuero beige y las zapatillas que voy a llevar puestas. Mi bolsa de mano esta sobre la cómoda con todo lo necesario para mi aseo personal. Pero nada más. Espero que no refresque porque no he puesto abrigo. Pensándolo bien tendría que llevar uno. Abro el ropero y descuelgo una fina camperita de spandex rosa, es la única que tengo de ese material. No sé si sea una exageración. Pero prefiero pecar de exagerada. Soy una persona muy organizada. Me gusta estar preparada de ante mano. Así que he dejado todo apartado para poder meterlo al bolso el día siguiente. Ema me ha depilado las piernas con cera. Y yo me he sacado los bellitos de la cara. Estoy preparada físicamente, pero mi cabeza me da vueltas a mil. Todavía no sé cómo le voy a contar a Sebástian mi secreto bien guardado. Sé que tengo que contárselo antes de que nos casemos, pero no sé cómo lo voy a hacer. Me da tanta vergüenza. ¿Cómo le digo a mi prometido de que no soy virgen? Estoy segura de que él cree que si lo soy. AH! Sebástian! Me había olvidado de contarte que ya no soy virgen. ¡Pero tranquilo! Porque no me entregué de buena gana. ¡¡Me violaron en mi viaje de egresada!! ¡¡Aunque fuera de eso estoy cero km!! ¡Puf, Dios mío! No sé cómo voy a decirlo. Cualquier forma que elija no va a ser bonito de escuchar. A lo mejor tendría que dejar que sacara sus propias conclusiones, ¿no? Hoy en día las mujeres se acuestan con varios antes de casarse y eso no les impide formar una familia ni ser felices. Pero yo no soy así, al menos en eso no. No sé qué voy a hacer. Me duele la cabeza de tanto pensar. Menos mal que mañana no voy a trabajar. Le avise a Adriana de que no iba.
Voy a la cocina en busca de un analgésico y un vaso de agua fría. Mama está sentada viendo una película. Me siento un rato con ella. El volumen esta tan bajo que no sé cómo hace para escuchar. Solo se oye el zumbido del ventilador.
—¿No podes dormir? — pregunta con preocupación.
—No, la cabeza me da vueltas. Estoy tan nerviosa que siento vértigo.
—Es normal. Ya se te va a pasar. — me dice con palmaditas en mi rodilla.
—¿Te pusiste nerviosa cuando papa te presento a sus padres?
Ella suspira.
—En esos tiempos era diferente. — se encoge de hombros. — Los padres de Felipe vivían en esta finca. Mi papa alquilaba la de aquí al lado. Era de los Reinoso. Los veía todos los días. Crecí con él, estaba acostumbrada a ellos. No fue una presentación. Solamente fuimos a decirles que queríamos casarnos. Nada más. Ese año los padres de él hicieron un carneo y al terminarlo hicieron una fiesta bien grande. Nos casamos ese mismo fin de semana y vinimos a vivir con ellos. Al año siguiente mis suegros murieron en un accidente de autos. Era su primera camioneta, Don Alberto no sabía manejar muy bien. Dicen que se fue derecho contra un camión que venía por la ruta. Parece que se abatato. Felipe se quedó con la finca y la administro lo mejor que pudo. Éramos muy jóvenes. Lo demás ya lo conoces. — me dice sin apartar los ojos de la pantalla plana. Nuestro único lujo.
No sé qué decir, es la primera vez que me cuenta algo de su pasado. Era muy reservada. Lo único que yo sabía era que papa no tenía hermanos ni parientes. Era hijo único. Lo demás era toda una revelación para mí.
La abrazo sintiéndome más cercana a ella que nunca. Quizás he sido muy descuidada en mi relación. Si le hubiera dado una oportunidad quizás ahora seriamos más compañeras y no tendríamos que estar discutiendo tanto. Los ojos me arden con lágrimas contenidas.
—Te quiero, mama.
—Yo también te quiero mi amor. — me dice besándome la cabeza como cuando era una niña. Suspiro sintiéndome mucho mejor. Nos quedamos a terminar de ver la película las dos juntas acurrucadas en el viejo sillón. Cuando termina tengo tanto sueño que al momento de apoyar mi cabeza en la almohada me quedo profundamente dormida.
—¿Tenés todo listo? — mi hermana ha estado ayudándome a poner todo en el bolso. Sebástian ya viene en camino. Recién termino de hablar con él.
—Creo que no me olvido de nada. Las medias están en el bolsillo, mi cepillo de dientes lo guarde en el bolso. — hago un repaso para no olvidarme.
—¿Llevas tus documentos? — pregunta Ema.
Revuelvo dentro del bolso para buscar mi billetera. Tengo tantas cosas que me tardo unos buenos minutos para encontrarla.
—Sí, acá están. — le digo al fin.
—¿Llevas suficiente plata? Sabes que me quedan algunos ahorros. Puedo prestártelos. — me ofrece ella.
—Tengo suficiente. Me llevo la tarjeta de crédito. Además del efectivo. No te preocupes que voy a estar bien. — la tranquilizo.
—¿Te dijo por cuantos días se van?
—No quiso decirme nada. — le digo encogiéndome de hombros.
—De todas formas, no creo que él te permita pagar un solo centavo. Vas a estar bien.
—Sí, no sé cómo voy a hacer para acostumbrarme a eso.
Ema me abraza con fuerza tomándome por sorpresa.
—Te voy a extrañar. — llorisquea.
—Yo también. Pero no me voy para siempre. Ni siquiera me voy por una semana. A lo sumo serán dos o tres días. El lunes tengo que retomar mi trabajo. Seguro que el domingo estamos de vuelta. — le aseguro.
—Igual te voy a extrañar.
—Cuando llegue te mando un mensaje para avisarte que llegue bien. ¿Querés?
—Bueno. — me dice limpiándose la nariz.
Busco a mama en la lavandería, está planchando. Tiene puesto un vestido floreado sin mangas y un pañuelo azul en la cabeza. Está escuchando la radio y tararea al son de la música. Se ve sonriente y feliz. Creo que es mi compromiso el que la ha puesto de ese talante. Me alegro por ella. Merece ser dichosa. Las cosas entre nosotras están cambiando. Puedo sentirlo, desde que Sebástian vino por primera vez, ella ha cambiado. La noto más optimista, ya no esta tan gruñona, ni insiste tanto con el tema de la iglesia. No sé si eso es bueno o malo. Supongo que bueno.
—¿Preparaste todo? — pregunta mama.
—Sí, ya está todo listo. Sebástian viene en camino.
—¿Cuando llegues me vas a llamar? Quiero saber que estas bien.
—Sí, le dije a Ema que le iba a mandar un mensaje. Pero si querés te llamo.
—Lo que sea está bien, con tal de que nos avises como estas. — contesta ella con un rastro de sonrisa.
—Mama, ¿puedo hacerte una pregunta?
—¿Qué pasa? — levanta la mirada con curiosidad.
—¿Por qué estás tan tranquila? Digo, me voy con mi prometido a Buenos Aires a conocer a mis suegros. Y no me has dicho nada de nada. — le digo gesticulando con las manos.
—Ya sos una mujer grande. ¿Qué puedo decirte que no te haya dicho ya? Además Sebástian es un buen hombre. Sé que no tiene malas intenciones. Ya he hablado con él. Y estoy convencida de que no pudiste haber tomado mejor elección que esta.
—¿Hablaron mucho? ¿Qué te dijo? — Siento curiosidad de saber que hablaron.
—Me dijo que te ama, que sos la única mujer a la que le ha propuesto casamiento. Que quiere formar una familia con vos. Y que sus padres están muy contentos. —
Noto que no me está contando lo más importante.
—¿Nada más?
—Bueno, hablamos de muchas cosas, pero ahora no me acuerdo. Es un buen hombre y te ama. ¿Que más importa?
—Mm…no está bien. Tenés razón.
Escucho el motor de un vehículo acercándose al jardín. Mi corazón se dispara.