Capítulo 12
Después del incidente en la cena, el padre de Sebastian ha cambiado mucho conmigo. No tenemos una relación relajada pero tampoco me ignora. Digamos que una tolerancia moderada y un mutuo respeto es lo que permite que me dirija la palabra. Los días han pasado, y ya es domingo. Sebastian y yo debemos volver a Mendoza. En parte es un alivio. La presencia de Leonora en la casa me ha hecho estar en constante estado de alerta y eso me ha agotado. No ha cejado en sus intentos de distanciar a Sebastian de mí. Tenía razón cuando me había advertido de hacerme la vida imposible. Así que suspiro de alivio al abandonar esta casa. Lo único que lamento es alejarme de mi suegra. Le he tomado mucho cariño. Pero me ha prometido visitarnos la semana que viene. Así que nos despedimos con el propósito de vernos pronto.
—¿Entonces el 20 es la fecha? — Adriana acomoda su pelo detrás de su oreja. Esta tan entusiasmada con todo lo que le he contado que la mirada le brilla de pura emoción. La conozco, sé que está feliz por mí.
—El 20 de enero. El viernes llega Ana, quiere ir con nosotras a ver el vestido. Podrías venir y buscamos un vestido para vos.
—Ya tengo un vestido.
—Yo hablo del vestido de dama de honor. — le digo evaluando su reacción.
—¿¿Enserio?? — pregunta con extrañeza.
—Ya le pedí a Ema, esperaba que vos también lo fueras. — le digo
—¡¡Me encantaría!! — contesta encantada con el giro de los acontecimientos.
—Entonces no creo que haya problema en conseguir que ambas faltemos el viernes.
—No creo que eso sea un problema. — dice ella de acuerdo mientras acomoda unas carpetas en una de las gavetas del fichero. Alguien ha puesto un pequeño pino de navidad encima del armario. Tiene que haber sido Aldana. A ella le encantaba decorar las oficinas. Todos los años se tomaba la molestia de revolver en el depósito de la bodega y desempolvar todo tipo de ornamentos alusivos a los festejos.
Faltan apenas unos días para las fiestas. Es una época del año que me entristece. Las fiestas hacen que me ponga nostálgica y melancólica. No tengo idea de por qué. Pero preferiría que esas fechas pasaran desapercibidas. Recuerdo que cuando era niña nos pasábamos planeando lo que haríamos con nuestros primos. Teníamos esa ilusión propia de los niños. La inocencia de esperar con ansia la visita de papa Noel, y los reyes magos. Esa fascinación de levantarnos en la madrugada para ver si por esas casualidades podíamos pillarlos con las manos en la masa. Eran épocas maravillosas. Pero con el paso del tiempo las ilusiones se esfumaron como se esfuma la niebla cuando el sol calienta la tierra. Cuando uno se convierte en adulto esas cosas pasan a ser una fecha más. Ya no hay magia en el asunto.
Estas iban a ser las primeras fiestas que pasábamos sin papa. Iba a ser raro no tenerlo en casa. Al menos mama y Ema estaban entusiasmadas con mi casamiento y eso las mantenía ocupada. Mama se la veía mejor desde que Sebástian entrara en nuestras vidas. Y eso me hacía feliz.
—¿Donde pasan las fiestas? — pregunto con la intensión de cambiar un poco de tema. Todavía me pone incómoda pensar en que recibo un trato preferencial en mi trabajo. Y como se cómo se pone Adriana de pesada con eso. Intento desviar su atención a otra cosa.
—Navidad en casa. Año nuevo todavía no sé. Queríamos juntar a toda la familia. Para variar. Pero todavía no sabemos si Alejandra se va o no. ¿Y ustedes? — pregunta ella.
—Supongo que en casa. — le digo yo sin importancia.
—¿Elena que dice? Me imagino que será un poco raro, digo, no tenerlo a tu papa…
—Tuvimos un tiempo para acostumbrarnos a la idea cuando nos dijeron lo que tenía, pero sí, tenés razón, va a ser un poco raro no tenerlo con nosotras. — convengo.
—Y ella ¿Cómo está?
—Está bien. De él casi no hablamos. Pero yo la veo mejor desde que Sebástian fue a hablar con ella. La veo más entusiasmada. Como más tranquila. — le digo yo sin saber bien cómo explicarme.
—Bueno, mejor entonces. A lo mejor es porque Sebástian viene a darte la seguridad que ella ha querido siempre para vos. — dice ella pensativa.
—Si por ahí tenés razón. Qué se yo.
Las semanas han pasado volando como así también las fiestas. Me encuentro sumergida en un revoltijo de nervios acumulados por la proximidad de mi boda. La elección de mi vestido resulto ser la cosa más simple que haya hecho hasta ahora. Pareciera como si ese modelo en particular lo hubiesen hecho para mí y hubiera estado durmiendo en la profundidad de un armario hasta mi encuentro.
Era tan bello como simple. Confeccionado en chiffon de seda, el vestido es tan elegante en su simplicidad que dejaba sin aliento. Tiene un fino cinturón bordado en piedras. De un solo hombro bordado en la parte superior con las mismas piedras que el cinturón. El corpiño es drapeado. La falda llega hasta el suelo y detrás sigue en una media cola. Mama y Ema han quedado encantadas con él. Adriana y Ana querían algo más elaborado. Pero la que se casaba era yo así que había ganado en la pequeña disputa que se había generado en el pequeño vestidor de la boutique.
Sentía una mezcla de emoción y miedo. A menudo Ema me sorprendía con la mirada perdida en la nada. Tenía tanto miedo de hablar con Sebastian de lo que me había pasado en mi viaje de egresado que no sabía cómo iba a hacerlo. Quería hablar con él antes de que nos casáramos pero no sabía cómo. ¿Cómo se le dice al hombre que amas que tenés un miedo terrible a tu noche de bodas y que no es precisamente por la falta de experiencia sino por lo que te paso cuatro años atrás? Como le iba a hacer para que eso no se interpusiera entre nosotros. Porque estaba segura de que no iba a permitir que nada se interpusiera entre nosotros. Me daba miedo de que él se arrepintiera. Que no me creyera. Me moría de vergüenza. Ni siquiera sabía cómo iba a sacar el tema. Mucho menos cómo lo iba a plantear sin que sonara chocante. Aunque no me hacía muchas ilusiones. Seguramente que semejante noticia iba a ser impactante.
Faltaban solamente una semana y media para la boda y yo estaba hecha un lío. Sebástian lo relacionaba con la fiesta en sí. Creía que me tenía preocupada el hecho de tener tantos invitados y todo eso. ¡Pero si supiera lo que me tenía mal!
—Últimamente has estado un poco rara. ¿Te pasa algo? ¿O es por lo de tu casamiento? — Ema está sentada encima de la cama y pinta sus uñas de un rojo furioso. Tiene la manía de pintarse las uñas arriba de la cama. Una vez derramo un frasco de esmalte fucsia encima de la cama de mamá. El cubrecama Palette no sirvió más. La mancha se esparció en una buena parte de la colcha. Se ligó un buen reto.
—Tengo mucho miedo. — le digo yo con un suspiro. — Me dan nervios por la boda. Tengo miedo de que sea muy fina y no encajemos. — miento, un poco.
—Vas a ver que va a salir todo bien. — Me tranquiliza ella sin saber en realidad que mis nervios son producto de otra cosa.
—Sí, ya sé. Pero lo mismo me da nervios. —
—La fiesta va a pasar como un suspiro y ni te vas a dar cuenta.
—Tenés razón.
—Has adelgazado un poco. Vas a tener que tranquilizarte o cuando te pongas el vestido te va a quedar grande. — me acusa.
—¿Qué querés que haga? No puedo evitarlo. Sabés que el estómago se me cierra cuando ando nerviosa.
—Si ya sé. Por eso te digo que pares un poco. Andas pensando todo el tiempo. Entre más pensés peor va a ser. Mejor es que dejes que las cosas fluyan.
—A lo mejor tenés razón y me estoy haciendo problemas por nada. — le digo pensándolo mejor. Lo Mejor iba a ser que me tomara las cosas con calma. Estaba segura que el momento justo de hablar con Sebástian se iba a presentar cuando menos lo esperara.
Pero el momento justo nunca llego. La semana paso y no pude hablar con él en ningún momento. Apenas nos vimos en los siguientes días anteriores a la boda. Así que imagínense cómo estaba yo. Los más importante de mi vida y no se lo había podido decir. Me sentía un manojo de nervios.
—Enserio Isabel no sé qué bicho te pico. Mirá que hacer dieta justo antes del casamiento. — mama estaba más preocupada que yo. Tiraba del vestido para abajo tratando de que se ciñera más al cuerpo. Pero no había mucho por hacer.
Nerviosa rebusca en el pequeño costurero que lleva siempre en la cartera para emergencias. Y con un suspiro de frustración cose unas puntadas por la sisa tratando de achicarlo un poco. Estoy parada en una tarima improvisada para la ocasión. Nos encontramos en la habitación de la casa de los padres de Sebástian. Es la misma habitación en la que me quede la única vez que vine. Ana ha dispuesto un gran espejo ovalado para que pueda verme mejor. Y la verdad es que le vestido no me queda tan mal. Un poco suelto quizás, pero cae de manera graciosa por mi figura. A mí me gusta más así. Me siento más delgada y más estilizada. La verdad es que estoy re contenta. Jamás me había visto tan delgada. La panza la tengo chata. ¡Es fabuloso!
Soporto con estoicismo los tirones y algún que otro leve pinchazo de la aguja. Prefiero mantenerme callada. Estoy muy nerviosa y por lo general cuando estoy así se me da por quedarme en silencio. Mama está a los suspiros.
—Bueno, me parece que así está mejor. — dice ella mientras me estudia desde diferentes ángulos. — Por lo menos no se nota. — continua con el examen.
—A mí me gusta. — le digo yo para serenarla. — Gracias mama. El peinado es hermoso. — continuo dándole un pequeño abrazo. Esta tan bonita en su vestido azul noche. Se ve joven y un brillo especial inunda su mirada chocolate.
—¡Cuidado! No te vayas a correr el tocado. — dice ella alarmada. — ¡La verdad es que estas hermosa!! ¡Ay hija soy tan feliz! — dice ella. Y sé que es porque mi futuro marido es justo lo que ella siempre había querido para mí.
—Me alegra que seas feliz mama.
—¡Ay Isabel! ¡¡Estas hermosa!! — la voz de Ema se eleva una octava por encima de los grititos de Adriana que viene detrás de ella y Ana que no deja de mirarme con ojos extasiados.
—¡¡Sebástian se va a caer de espaldas cuando te vea!! — Comenta Adriana con la mirada radiante de regocijo.
—Tenías razón, Isabel ese vestido te sienta de maravilla.
—Gracias Ana, sos muy amable.
—¿Qué les parece a las señoras si dejamos a Isabel sola un momento? — sugiere mi suegra. Y se lo agradezco en silencio. Porque la algarabía de tantas mujeres juntas me están poniendo los pelos de punto. Tengo el estómago encogido y el aire no me pasa por los pulmones.
—No te tardes tanto. El pastor ya está ubicado en el altar. — me apremia mi madre mientras me da una última mirada cargada de orgullo.
—Las novias pueden tardarse todo el tiempo que quieran. — asevera mi suegra mientras empuja al puñado de mujeres que no quieren salir de la habitación. — Querida, tomate todo el tiempo que quieras. Los invitados no se van a ir a ningún lado. — me dice Ana mientras cierra la puerta.
Suspiro profundo para calmar los latidos de mi corazón. Y me permito una última mirada en el espejo. Esta vez sola. Sin que nadie revolotee a mí alrededor. Mis ojos tienen un profundo verde esmeralda. E irradian temor. No puedo evitarlo. Tengo tanto miedo. Inspiro nuevamente para darme valor. Evalúo el recogido de mi cabello buscando alguna imperfección. La verdad es que mama es un genio. Ha recogido mi pelo en lo alto de mi cabeza en un elegante rodete. He permitido que me corten un pequeño jopo que mama muy inteligentemente lo ha dispuesto hacia un costado. En un lado del recogido llevo puesto un tocado de una flor solitaria. Es una gardenia natural. El perfume es maravilloso. Muy parecido al de los jazmines. Aspiro el aroma. Y me sorprendo al ver cómo me relaja. Un poco, nada más. Los pendientes que Sebástian me regalara dos días atrás cuelgan de mis orejas con gracia lanzando pequeños rayos azulinos de luz. Hacen juego con el anillo de compromiso. Y aunque no estoy acostumbrada a llevar semejantes joyas. Las uso porque son símbolo del amor que él siente por mí.
Aliso una arruga imaginaria en mi vestido. Y tomo el ramo de gardenias y gipsofilas atadas primorosamente en un lazo de seda blanco. Salgo al pasillo. Como no tengo a mi padre para que me acompañe al altar he decidido hacer sola el recorrido. Mi suegro se ofreció de una manera poco amable y halagadora y como sé que no le gusto del todo, preferí declinar el ofrecimiento. Así que aquí estoy sola en un momento crucial de mi vida. Con los nervios hechos puré. A punto de dar el recorrido más importante de mi vida sola. Pero no me mal interpreten soy feliz. Voy a casarme con el hombre que amo. Así que debería estar todo bien, ¿no?
Tomo el camino de lozas que discurre por entre los arboles del jardín. Aspiro el aroma a azares del jardín. La brisa fresca sopla a través de las copas de los árboles. El viento sacude a un lado mi vestido. La última vez que estuve aquí mi prometido me hizo una de las confesiones más sorprendente. Y aquí estaba haciendo justo lo que mi hermana y yo dijimos que no haríamos nunca. Casarnos con un cristiano mojigato. Aunque Sebástian dista mucho de serlo. Vuelo a decir, soy feliz.
La gigantesca carpa blanca está abierta como una gran cortina. Las mesas dispuesta de manera elegante. A un costado las sillas han sido acomodadas para la ceremonia religiosa. Están todos sentados envueltos en una discreta conversación.
El organista me ve y comienza a tocar una hermosa melodía que no reconozco. Al momento las cabezas de cientos de invitados y familiares voltean a verme. Y es ahí donde me paralizo. Las piernas se me han estancado en el piso y no puedo moverlos. El corazón se me ha disparado. Comienzo a hiperventilar.¡¡Ay Dios!! Creo que voy a desmayarme. No sé si puedo continuar. ¿Qué diablos estoy haciendo? ¿No debería haber tratado por todos los medios de hablar con Sebástian de lo que me pasó? ¿Haber confiado en él? Tendría que haberle demostrado un poco más de lealtad. ¿A quién se le ocurre guardar semejante secreto?? ¿Ay Dios que he hecho? Ya es tarde. ¡La gente me mira! Y ahora qué hago. Mis ojos se dirigen hacia el costado del camino. Por entre los árboles. Quiero irme. No quiero estar aquí. No así. Escucho los murmullos discretos de la gente más próxima a mí. El organista vuelve a tocar la melodía. Pero ya no es tan hermosa como parece. La música ahora se oye distorsionada. ¿Mis oídos me están pasando una mala jugada? ¿O creo que es un Réquiem? No, tiene que ser mi imaginación. ¡Ay no esto no puede estar pasándome! ¡¡Dios mío ayúdame!!De repente siento una cálida mano cerrase en mi codo. Es Sebástian que me habla al oído. Pero yo no puedo oírlo. Solo escucho un fuerte pitido que me aturde.
Sebástian y mi madre me conducen hasta la sombra de la galería. Donde los ojos curiosos no pueden vernos. Ema y Adriana están junto a mí con cara de preocupación.
—Isabel ¿Estás bien? Estas pálida. — la voz de mama se oye cargada de ansiedad.
—Necesito solo un momento, por favor. — le digo yo con los ojos cerrados.
—Elena ¿Por qué no le va a buscar un poco de agua azucarada? Quizás con eso logremos subirle la presión. — escucho la voz controlada de mi prometido. Le agradezco en silencio el sacarme a mi mama de encima. Porque sé que lo hace con ese fin.
Me animo a abrir mis ojos y mirarlo. Sebástian tiene la mirada fija en mí. La preocupación le tiñe los ojos con evidencia. Ema y Adriana ya no están.
—¿Qué te pasa Isabel? — pregunta el tomándome de la mano con ternura.
—Solo necesito un momento. De repente sentí que me iba a desmayar. Tenía miedo. — le confieso sin poder mirarlo.
—¿Miedo? ¿De qué? — pregunta él. Se oye confundido.
—Ay Sebástian!! ¡¡Tendría que habértelo dicho antes!! Pero es que nunca tuve la oportunidad. Últimamente hemos estado rodeados de personas. Y yo he querido decírtelo pero es que no podía. Cuando no era Ema, era Adriana o mama o Ana. Siempre alguien me interrumpía. — las palabras se me atragantan. ¡Hay tanto que quiero decirle!
—¿Qué? Isabel ¿Qué es lo que me tendrías que haber contado? — me pregunta. Lo miro a los ojos y puedo ver la preocupación y alarma en su mirada.
—No sé ni cómo decírtelo. Creo que ahora es mal momento. — me lamento.
—Nunca es mal momento para hablar Isabel. Sabes que podes confiar en mí. Podes decirme lo que sea. Todo va a estar bien. — me tranquiliza.
—No sé si todo va a estar bien después de lo que tengo para decirte. — mi voz cargada de sarcasmo mal contenido.
—¡Bueno mujer!! Habla de una vez. ¿Qué pasa? — pregunta él con impaciencia.
—¡Es que si te ponés así, menos me animo a decirte nada! — digo yo presa del pánico.
—Mirá, lo mejor va a ser que vayamos a la biblioteca. Ahí vamos a poder hablar más tranquilos. — noto su voz seria. Eso hace que mi corazón se encoja y lata aún más rápido. No quiero perderlo. No podría seguir adelante.
Sebástian tranquiliza a mi suegra y mi madre. Les dice que enseguida continuamos con la ceremonia. Pero que ahora necesitamos unos minutos a solas.
—Y bien, ahora que estamos solos. Te escucho. — Sebastian me mira seriamente con los brazos cruzados. Tomo asiento en uno de los sillones. Y me lanzo a llorar como una magdalena. Las lágrimas calientes se derraman por mi cara hasta llegar a mi vestido. Por suerte estoy usando maquillaje indeleble. — ¡¡Ay Isabel!! No llores. Odio verte llorar. Por favor no te pongas mal. Lo que sea podemos arreglarlo juntos. Te amo. Nada nos va a separar. ¡Todo tiene solución amor! — Sebástian me abraza en un tierno arrullo. Que hunde mi corazón más todavía. Siento tanta vergüenza. Ahora que tengo la oportunidad de decirle. No sé ni cómo voy a empezar.
—Yo…yo…me da tanta vergüenza decirte. Pero creo que… mereces… que te diga… la verdad. — le digo yo con hipidos. — yo no soy tan pura como vos crees. — ¡Bueno, ya lo dije! Listo. Que sea lo que Dios quiera.
—¿Me estás diciendo que no sos virgen? — la cara me arde de vergüenza. No me animo a mirarlo.
—Sí.
—¡¡Ay!! ¡¡Isabel, tanto lío por eso!! — Resopla él. — Creí que me ibas a decir que no me querías. ¡O que no querías casarte! — Sebástian se ve aliviado. Me confunde y asombra.
—¿No te molesta que no sea virgen? — le digo yo mirándolo con el ceño fruncido.
—Bueno, yo tampoco lo soy. ¿Te molesta? — pregunta él con picardía.
—Eso es diferente. — le digo revoleando los ojos.
—¿Por qué es diferente?
—Porque sos hombre. — le contesto.
—No tiene nada que ver. Isabel, tu pasado no me incumbe. Me interesa tu presente y tu futuro. Te amo. — me dice él mientras me besa la frente.
—Pero hay más. — le digo yo con un hilo de voz. El corazón se me ha vuelto a acelerar. Mis palmas me transpiran.
—¿Qué? ¿Sos casada? — se ríe él de su ocurrencia.
—No. Yo… me violaron en mi viaje de egresados. Un hombre me atacó cuando salimos una noche con mis compañeras. — le suelto sin más.
—¿Qué?
No puedo decirlo en voz alta otra vez. Me da tanta vergüenza. Observo a Sebastian para medir su reacción. Se ha quedado helado. ¡Ay Dios, no va a querer casarse conmigo! Ahora que se lo dije me va a considerar repulsiva. Lo más probable es que me desprecie.
Pero la reacción de Sebastian me deja asombrada. Porque él me rodea fuertemente entre sus brazos. Sin decir ni una palabra. Permanecemos así no se por cuantos minutos.
El golpe en la puerta nos saca del trance. Es mama preguntando si todo está bien. A lo que mi prometido contesta que sí y que en un minuto salimos. Sebastian toma mi rostro entre sus manos. Y me mira con una infinita ternura y preocupación.
—Todo va a estar bien. Te amo. Lo que te paso no es tu culpa. Ya lo voy a solucionar. — me dice con la mirada seria. La furia en los ojos es tan evidente que casi me da escalofríos. Está a penas contenida en una fina capa de ternura. Pero ahí está. Puedo verla. Lo que me hace pensar si quizás “Lo voy a solucionar” no sea otra cosa que buscar a mi atacante. Pero es que eso casi me da risa. Porque sé que sería imposible. Fue hace cuatro años. Además era de noche y no pude ver nada. Solo recuerdo el timbre de su voz. Se me ha quedado grabado a fuego en la memoria.
—¿Estás seguro que todo va a estar bien? ¿Seguís con la idea de casarte conmigo? — le pregunto yo con dudas.
Él se ríe de mi ocurrencia. Su mirada se suaviza.
—Claro que quiero casarme con vos. ¿No te he dicho que te amo y que nada nos va a separar? ¿A caso dudas de mi palabra?
—No, claro que no. Y ahora como hacemos. Tienen que estar todos hablando. — le digo yo mirando hacia afuera.
—Los demás son de palo Isabel, aquí lo que importa somos nosotros. Vamos. — me dice mientras extiende su mano hacia mí. — Quiero casarme con lamujer que amo.
Me pongo de pie con un alivio que me inunda todo mi ser. Es como ser envuelta en una manta confortable. Me siento tan liviana que es como si me hubieran quitado una mochila de mi espalda. Es increíble como una situación puede cambiar en tan poco tiempo. Segura y fortalecida tomo la mano de mi futuro marido para dejarme conducir.
La gente está sentada cada una en su lugar. Cuando nos ve salir se oye un suspiro generalizado. Una vez que Sebástian toma su lugar junto al altar la ceremonia continua como si nada hubiera pasado. Seguro que vamos a ser la comidilla de toda la ciudad por un buen tiempo. Pero no me importa. Necesitaba hacer esto. Ahora me siento realmente libre de casarme con él. Que me importa lo que digan los demás. Sebastian tiene razón.
Camino por el pasillo con paso lento. La melodía me envuelve. Por un momento solo puedo verlo a él. Esperándome. Sus ojos me miran con orgullo. Yo lo hago con amor. Un momento más y él va a ser mío.