X
Atrás quedaba el pueblo medieval y los pocos almendros que lo rodeaban. A lo lejos, se veían las grandes montañas que dibujaban líneas y sombras tras las nubes. Por desgracia, las vistas no conseguían llamar mi atención como lo hubieran hecho antaño. En mi mente sólo había espacio para preguntas y tenía la sensación de que con cada minuto que pasaba me acercaba lentamente a las respuestas. Sólo el pesado remordimiento junto a la difusa imagen de Daniel, conseguían distraerme de vez en cuando. Una vez más, el nombre de Dante Alighieri rondaba por mi cabeza. Empecé a recordar el estado de las víctimas cuando las encontramos e intentaba averiguar qué clase de vínculo podrían tener con ese nombre. Me resultaba difícil entender que podían tener en común Dante y un trabajo de Aristóteles. Ambas obras pertenecen claramente a épocas distintas y están escritas en diferentes idiomas ¿por qué «Zeus» eligió hacer las inscripciones en griego? Demasiadas dudas y muy poco tiempo para aclararlas.
—En ese cartel ponía dieciséis kilómetros para llegar a Ginebra.
—¡Menos mal! Ya me he hartado de estar sentado. Sólo falta que tengamos algo de suerte y encontremos un hotel donde alojarnos.
—¿Por qué dices eso Eduardo?
—¿Te olvidas que es época de vacaciones?
—Seamos positivos… ahora mismo debemos centrarnos en el caso. Todavía no sabemos qué es lo que vamos a hacer una vez lleguemos a Ginebra.
Emma que estaba conduciendo, se giró hacia nosotros y contestó.
—Creo que debemos visitar los bancos de la ciudad uno por uno hasta encontrar aquel donde mi padre tenía su cuenta.
Eduardo y yo nos quedamos pensativos intentando dar una respuesta.
—¿Tenéis otra idea mejor?
—La verdad es que no ¿Y tú Eduardo?
—¡No por desgracia!
—¿Por qué dices eso?
—No creo que se trate de una tarea muy simple pero como dijimos, no disponemos de más ideas.
—Es mejor que esperar a que la próxima víctima aparezca. De todas formas aún disponemos de más de un día hasta el siguiente asesinato. Mejor hacer eso que no hacer nada ¿no os parece?
—Tienes razón, aunque va a ser difícil predecir quien va a ser la siguiente víctima. Ni si quiera sabemos con certeza si «Zeus» estará aquí.
—Bueno chicos… Pronto cruzaremos la frontera con Suiza. Aunque con este tráfico tardaremos un poco más de lo previsto.
Frente a nosotros se desplegaba una larga caravana de coches que a primera vista me parecía excesiva. Supongo que se trataba de algo normal en una zona como en la que nos encontrábamos. Las fronteras entre países europeos estaban abiertas y sólo en determinados momentos se realizaban controles de seguridad. No sabía si dar por hecho que al entrar a un país fuera de la Unión, el control de acceso sería diferente.
—¿Cómo cruzaremos?
—¿Cómo dices Vicente?
—Que cómo cruzaremos la frontera…
—Creo que es obvio ¡en coche!
—¿No necesitamos pasaporte o pasar por aduanas?
—¡No! Sólo se trata de controles esporádicos, como en cualquier otra frontera de la Unión Europea.
—¡Mejor así!
En el coche de enfrente, dos niños no paraban de saludarnos y de reírse. De vez en cuando su enorme perro se abalanzaba sobre ellos y les relamía interrumpiendo su inocente juego. El olor a neumático recalentado y a aceite requemado, rezumaba por todas partes. Un temerario motorista nos adelantó por nuestra derecha con su copiloto agarrado fuertemente a su cintura. El cansancio había hecho mella en mí y lo que menos deseaba era tener que soportar un riguroso control policial.
—Ring ring, ring ring…
—Suena tu teléfono Eduardo.
—Ya me doy cuenta Emma. ¿Quién será? ¡No aparece ningún número!
—¡Pues contesta!
Eduardo presionó el botón verde, se colocó el aparato en la oreja y se quedó en silencio asintiendo con la cabeza.
—Es para ti Emma…
—¿Quién es?
—Sólo me ha pedido que te pongas al teléfono.
Cogió el móvil, nos miró con cierta incertidumbre y se quedó sin habla, al igual que Eduardo, aunque ella ni siquiera asentía con la cabeza. Permaneció completamente inmóvil con la mirada clavada en el coche que estaba delante de nosotros, sin distraerle las payasadas de los dos pequeños.
—Entiendo…
Era la única palabra que pronunció antes de colgar y devolverle el teléfono a Eduardo.
—¿Qué ocurre? Te has quedado pálida.
—Tengo dos noticias; una buena y otra extraña.
—Normalmente son una buena y otra mala.
—Lo sé Vicente pero no es el caso…
—Pues empieza con la buena.
—¡En la frontera están haciendo un control y nos van a parar!
—¿Ésa es la buena?
—¡Sí! Tengo que dar una contraseña y me entregaran una caja. Luego nos dejarán pasar.
Eduardo sacó su bolígrafo y empezó a darle vueltas, se giró hacia atrás y me miró fijamente.
—Por favor, dime algo que tenga sentido Vicente.
—Yo soy quien cree en un ser que nadie ha visto y que sólo puede sentirlo a través de la fe; aunque últimamente me encuentro bastante desvinculado de mis lazos espirituales así que sinceramente pienso que estas preguntando a la persona equivocada.
—Precisamente por ese motivo te pregunto a ti.
—Sólo puedo relacionar la actual situación con tu compañero. Quizás llamaron desde tu oficina y llegaron a un acuerdo para que regresásemos antes de que todo empeorara.
Eduardo siguió dando vueltas al bolígrafo bastante preocupado hasta que Emma se dirigió a los dos.
—No pudo haber sido nadie de la oficina de Eduardo. Ellos desconocían nuestro destino, además debe tratarse de alguien que me conoce o que tiene información sobre mí.
—Explícate.
—La contraseña es 22-12-19-70.
—¿Y qué significa?
—Es la fecha de mi nacimiento 22/12/1970.
—Entonces la persona con que hablaste es un conocido tuyo…
—No me sonaba su voz y tampoco es que mantuviéramos una larga conversación. Me dictó lo que debíamos hacer y nada más.
—Entonces ésa es la noticia extraña…
—¿Entiendes ahora a lo que me refería?
Eduardo daba vueltas a su bolígrafo con más nerviosismo pero sin decir ni una palabra. Estaba analizando la situación cuando finalmente, guardó el bolígrafo en su bolsillo y estiró sus hombros hacia atrás.
—Tengo la impresión de que sólo hay un camino a seguir. Nos acercaremos al control y nos enfrentaremos a las consecuencias de nuestros actos. De esta manera, averiguaremos si la noticia es buena o mala.
—…
—No os abruméis. Lo peor que puede pasar es que se trate de una trampa.
—¿Una trampa? Con que fin…
—El fin más simple Vicente. ¡Matarnos!
—¿Cómo?
—Puede que «Zeus» sea más listo y mejor organizado de lo que creemos.
—¿Y ha montado un control?
—Sólo es una hipótesis.
—No lo sé… me parece un poco exagerado, pero no imposible.
—¿Y no tienes otra hipótesis?
—No nos olvidemos de que alguien nos dejó una nota en el hotel, lo que significa que es posible que ese alguien nos esté ayudando otra vez.
—¿Y la caja?
—¡No tengo respuestas para todo! No veis que sólo estamos divagando inútilmente.
Emma rápidamente puso el intermitente para acercarse al arcén.
—No Emma, ahora no te pares.
—¿Estás seguro Eduardo? Quizás sea mejor que nos preparemos antes de seguir.
—No hay tiempo para eso y es la única manera de salir de dudas. ¿Qué podemos hacer? No hay manera de dar la vuelta además, en el caso de que alguien esté poniendo su vida o su carrera en peligro para ayudarnos, sería muy rastrero por nuestra parte no aprovechar esa ayuda.
—Tienes razón. Quizás merezca la pena arriesgarse.
El aire acondicionado del coche no dejaba de resoplar. En el exterior, las hojas de los árboles acariciaban el ambiente con su suave contoneo. Metro tras metro, la cola se acortaba cada vez más hasta que por fin conseguimos distinguir un control de policía en el otro extremo de la carretera. El hecho de ver a hombres uniformados, despejó nuestras dudas y nos sentimos aliviados tras descartar la hipótesis de una trampa por parte de «Zeus».
Lo policías nos pararon y nos observaron por ambos lados del coche. Llevaban un cuaderno que revisaban periódicamente por si reconocían alguna de las caras que les habían indicado. Uno de los agentes se colocó delante de nosotros y nos hizo una señal para que aparcáramos en una zona cercana al quitamiedos donde había aparcados cuatro coches patrulla y una furgoneta. Por los alrededores, otros policías con las caras tapadas con pasamontañas y con fusiles automáticos vigilaban la zona. Cuando apagamos el motor del coche, todos se giraron mirando hacia nosotros casi de manera simultánea. Aún no había oscurecido y los detalles que conseguía distinguir me incomodaban y me hacían sudar. Los de las ametralladoras se colocaron en fila y un agente encapuchado se bajó de la furgoneta y se acerco al lado del conductor donde se encontraba Emma.
—Préstame tu bolígrafo, Eduardo.
—¡Claro!
Cogió el bolígrafo junto con un trozo del mapa que guardábamos en la guantera y escribió los números que le habían dicho por teléfono; bajó la ventanilla del coche y se lo entregó al agente encapuchado. Él, cogió el trozo de papel y lo miró fijamente sin abrir la boca; sólo hizo un gesto con la mano para que esperásemos y se dirigió una vez más hacia la furgoneta.
—Al parecer, sabe muy bien de que va todo esto.
—¡Esperemos que así sea porque nosotros no tenemos ni idea!
El policía encapuchado se volvió a bajar de la furgoneta pero esta vez llevaba en las manos una mochila rosa con unos muñequitos de pelos verdes colgando por los extremos. Cualquiera diría que se trataba de la mochila de una niña pequeña. Se acercó a la puerta de Emma y la abrió; entonces se agachó y nos la entregó. Perplejos y angustiados, nos quedamos con una expresión rígida para que no se notase nuestro desconcierto. Rápidamente, Emma me pasó la mochila para dejarla en el asiento de atrás y regresó a su postura inicial. El encapuchado se levantó e hizo un gesto para cerrar la puerta cuando de repente, la abrió otra vez y se volvió a agachar.
—¡Buena suerte!
No supimos que contestar cuando nos dijo esas palabras en español. Su acento extranjero distorsionó la pronunciación pero le entendimos perfectamente. Enseguida se levantó, cerró la puerta del coche y regresó corriendo a la furgoneta. Los tres policías que nos habían indicado donde estacionar, pararon el tráfico y nos ayudaron a incorporarnos a la carretera. Ya nos faltaba muy poco para llegar a Ginebra.
*
A lo lejos divisábamos la ciudad de Ginebra y por los retrovisores veíamos como el control policial se disolvía tras detener un par de coches más. Se podía decir que la milenaria ciudad estaba pegada a la frontera. En varias casas ondeaba la bandera roja con su característica cruz blanca en el centro. Aún no nos sentíamos abrumados por lo ocurrido pero Eduardo, mostrándose impaciente, se giró hacia atrás.
—¿A qué esperas? Abre la mochila Vicente.
—No, debería abrirla Emma.
Ella levantó los brazos del volante como si estuviera molesta.
—¡Déjate de tonterías y abre la mochila de una vez! Cuanto antes sepamos lo que hay dentro antes nos aclararemos.
—Vale, vale… ahora mismo la abro.
Cogí la mochila rosa y la puse entre mis piernas. Lo primero que vi, era un periódico del día de hoy, al que le faltaban varias hojas, por debajo un libro infantil para colorear, al que también le faltaban hojas, y por último una caja de seguridad metálica de color plateado que tenía el tamaño de una caja de zapatos. En la parte del agarrador, una cerradura con una combinación de 8 dígitos mantenía su contenido a buen recaudo.
—¿Qué es lo que hay en la mochila? No creo que sea nada fuera de lo común.
—Tranquilízate Emma. Hay una caja metálica con un cierre de seguridad.
—¿Y cómo la abrimos?
—¿Me repites una vez más la fecha de tu nacimiento?
—Veintidós del doce de mil novecientos setenta.
—Voy a intentarlo.
Marqué la fecha en la cerradura y sin que me sorprendiera mucho, la caja se abrió a la primera.
—¡Ya está abierta! Veamos… los trozos sobrantes del periódico y del cuaderno de pintar… bastante dinero en francos Suizos y en Euros, un sobre y más papeles y debajo del todo tenemos…
—¿Qué es lo que has encontrado Vicente?
Cogí la caja y se la entregué a Eduardo.
—Lo que tenemos aquí amigo mío es una Beretta y su munición. De momento creo que me la voy a quedar yo.
—Me parece una buena idea pero me puedes explicar porqué nos han dado un arma; deberían saber que ya tenéis una cada uno.
—Eso es cierto pero la que tengo en mis manos no está registrada. Fíjate en el número de serie, ha sido borrado.
—¿Y qué significa?
—No lo sé, pero nos la vamos a quedar por si acaso…
Que mal me resultó ese «por si acaso».
—Me parece que ya tenemos bastante dinero. Ahora Vicente, veamos que hay en el sobre.
—Espera que lo abro. A ver, tenemos un mapa de la ciudad en el que han marcado una localidad con un círculo rojo y también hay una carta pero no está escrita en español; creo que es francés.
Nos acercamos a un parque y Emma encontró un sitio para aparcar. Dejó el coche en marcha y se giró hacia mí.
—A ver, dame esa carta. Os la leo. «Tenéis dinero y una herramienta para los imprevistos. También disponéis de una reserva en el hotel que veis señalado en el mapa a nombre de Bardy». Y ya no pone nada más…
—Como que nada más… debe haber algo más…
—¡No! Eso es todo.
Eduardo cogió la carta y la miro por ambas caras. Encendió la luz interior del coche e intentó mirar a través de la carta por si hubiera una inscripción oculta o una marca pero no se mostró muy satisfecho.
—¿Cómo es posible que no haya nada más? Me parece increíble…
Eduardo se puso las manos a la cabeza y empezó a murmurar frases que en realidad no hacía falta que nos las explicara.
—No lo entiendo; tantas molestias para esto… es increíble… no es posible… maldita…
Emma le quitó la carta de las manos y le apretó con fuerza el brazo.
—¡Es mejor que nada! Céntrate en la parte positiva. Tenemos una reserva de hotel, tenemos más dinero a parte de los ahorros de mi tío, tenemos otra arma y lo más importante de todo, tenemos a un amigo.
Eduardo bajó las manos lentamente colocándoselas sobre sus muslos y cerrando los puños.
—Es verdad; resulta mucho mejor que la posibilidad de haber caído en una trampa de «Zeus».
—Y no olvidemos que alguien se está arriesgando para apoyarnos…
—… y con influencias.
—Tenéis razón.
—Claro que la tenemos.
—No perdamos más tiempo y vayamos al hotel.
Emma miró la calle en la que nos encontrábamos y la situó en el mapa. Salió del lugar donde había aparcado y se dirigió hacia el hotel.
—El hotel se encuentra bastante cerca de aquí. Necesitamos descansar… el día ha sido demasiado largo y debemos recuperar fuerzas para impedir el próximo asesinato.
—¡Quizás deberíamos comenzar la búsqueda de inmediato!
—No Vicente; hoy no podemos hacer nada. Primero descansaremos y mañana temprano empezaremos por averiguar el banco en el que mi padre tenía esa dichosa cuenta.
Tras tomar dos curvas, seguir una recta y girar a la derecha en un semáforo, llegamos al hotel. Disponía de aparcamiento así que no tuvimos que buscar uno. Caminamos a través de columnas y vehículos y nos metimos en el ascensor dirigiéndonos directamente hacia el recibidor. Resultó ser muy amplio así que no sentí ningún tipo de ansiedad. Al abrirse la puerta, cortinas rojas de terciopelo colgaban por las paredes, cuadros de perros cazando liebres en marcos dorados y una excelente imitación de la estatua de David que se encontraba a mi izquierda, me dejaron boquiabierto. La ostentosidad nos rodeaba y la humildad se reducía en sencillos gestos del personal. Una camarera inclinó la cabeza al vernos y el recepcionista ya había llamado al botones mientras no dejaba de sonreír. Demasiado lujo para la ocasión o quizás la mayoría de los hoteles de esta ciudad tuvieran las mismas características.
Uno de los idiomas que más se habla aquí es el francés y la reserva se había realizado con el apellido de Emma así que fue ella quién se acercó a la recepción. Después de unos amables gestos y una breve conversación con el recepcionista, ya había regresado con nosotros mientras llevaba las llaves de nuestras habitaciones en la mano.
—Tenemos tres habitaciones, la 206, 207 y la 208.
—Has visto Eduardo, han tenido el detalle de reservar una para cada uno.
—Ya veo Vicente, lo que también significa que, sea quien sea, está bien informado sobre nosotros.
Esa conclusión me provocó un sentimiento ambiguo. De repente no sabía si sentirme muy seguro o muy vulnerable. La ayuda del desconocido resultó muy útil hasta el momento pero aún desconocíamos la identidad del misterioso benefactor. Sin lugar a dudas, nos ayudaba para alcanzar sus propios objetivos que también nos eran desconocidos. ¿Pretendía distraernos para que «Zeus» consiguiera continuar con su plan o nos utilizaba para atraparle? ¿Ayuda o distracción? Empecé a entender lo que suponía actuar igual que un títere y a meditar sobre el riesgo que conllevaba.
—Ya he avisado para que nos despierten a las seis de la mañana así que vayamos a descansar.
—Muy bien. Cuanto antes empecemos, mejor.
Dejamos atrás el recibidor y nos metimos en el ascensor. Frente a nosotros, un largo pasillo vestido con una alfombra roja. En las paredes, más cuadros de cacerías y entre ellos, algunos paisajes primaverales al puro estilo de Van Gogh. Frente a la puerta de una de las habitaciones, una bandeja de color plata descansaba en el suelo con una botella de champan vacía junto a un par de rosas marchitadas. Olía a madera aunque curiosamente, no era el material que más predominaba. Nos acercamos a nuestras habitaciones y decidí quedarme en la 206 sin ningún motivo en particular. Estábamos agotados pero ansiosos por obtener respuestas. La noche había llegado y el día de mañana resultaría decisivo, especialmente para un desafortunado desconocido.