VI
—¡Despierta Vicente!
Me levante de la cama desconcertado, cogí el reloj de la mesita y vi que eran las seis de la mañana.
—¿Qué ocurre?
—¡Despierta, rápido!
—Pero si tenemos tiempo de sobra.
—¡No! No hay tiempo. Ni siquiera prepares las maletas. Baja rápido.
Con las legañas aún en los ojos, me vestí y bajé a la recepción. En una de las esquinas, había una mesita rodeada de un sofá y dos sillones donde Eduardo tenía cogida la mano de la agente Bardy.
—¿Qué ocurre? Nuestro avión no sale hasta dentro de cuatro horas.
Eduardo se levantó y me invitó a sentarme mientras la agente se tomaba un café.
—Siéntate Vicente… ¡ha ocurrido!
—¿La tercera víctima?
—¡Creo que sí!
A la agente se le veía muy afectada y cuando levantaba la taza para tomar un sorbo, se notaba un ligero temblor en sus manos.
—¿Qué te pasa hija mía?
—Ha ocurrido el asesinato que vinisteis a avisarnos…
—¡Entiendo!
—¡No! No lo entiende Padre. El hombre que han asesinado, es mi padre.
De un salto me levanté y miré a Eduardo estupefacto.
—La agente me acaba de decir que encontraron su cadáver desnudo dentro de una fuente muy cerca de aquí. Me da la impresión que se encuentra cerca de la plaza donde ayer hablamos con los pescadores.
—¿Pues a qué esperamos? Vayamos a examinarlo.
—No podemos. La agente Bardy vino a nosotros de manera extraoficial. Al parecer este caso es más complicado de lo que pensábamos.
—Pero si no vemos el cadáver no podremos saber con certeza si está relacionado con las otras víctimas.
La agente, dejó la taza de café en la mesita y me miró con ojos humedecidos pero a su vez llenos de odio. El pelo desarreglado y su arrugada camisa, desvelaban el enorme ajetreo emocional que sufría con cada recuerdo. Con su mano derecha, sujetaba un pañuelo mojado mientras con la izquierda, un rabioso puño cerrado, le impedía llorar desenfrenadamente.
—Le encontramos boca arriba dentro de la fuente de la «Place des Quinconces». Cuando lo sacaron del agua vimos que en la espalda tenía algo grabado con letras cirílicas. Enseguida me acordé de vosotros y no lo dudé ni un segundo en venir a veros.
—¿As dicho «lo sacaron del agua», quienes?
—Dijeron que eran de la unidad científica pero yo conozco a los de esa unidad y esos hombres no lo eran.
—Tú eres policía. ¿Qué crees que está pasando?
—Seguro que existe una relación con ese maldito barco averiado.
Eduardo se volvió a sentar en el sofá junto a ella y le ofreció una servilleta para limpiarse las lágrimas. Su frágil estado, nos hizo sentir aún más el peso de nuestro fracaso.
—¿Por qué no nos hablas del barco?
—El hombre de negro que conocisteis en el despacho del capitán el día que llegasteis, pertenecía al servicio secreto y se identifico con el nombre de Pierre Zeitoun. Por supuesto nunca se sabe si es el verdadero nombre y nosotros, en casos así, tampoco hacemos muchas preguntas. La cuestión es que este hombre, llegó hace cuatro días a nuestra ciudad y a pesar de que el barco ni siquiera estaba aquí, él parecía conocer su procedencia y el hecho de que se iba a averiar.
—¿Cómo es posible?
—Al parecer transportaban mercancía muy peligrosa; no dijo nada al respecto pero ya sabéis lo que ocurre…
—Continua.
—Se rumoreó que se trataba de sustancias químicas o toxicas pero aún así, debíamos actuar como si no sucediera nada. Más tarde, uno de los tripulantes del barco desembarco y aprovechamos la ocasión para crear confusión y poder efectuar un registro más efectivo.
—Entonces la pelea fue provocada por uno de vuestros agentes.
—¡Eso es! Desconozco el nombre del marinero, pero a primera vista, parecía más árabe que ucraniano.
—Pero… ¿Estáis realmente buscándolo?
—No, lo han detenido y trasladado a alguna parte, pero por desgracia no sé a dónde.
Eduardo agachó la cabeza y sacó su bolígrafo del bolsillo; a mí con tan sólo escuchar las palabras químico y toxico se me pusieron los pelos de punta. El desánimo consiguió apoderarse de nosotros. Un barco transportando un cargamento mortal, un despiadado y meticuloso asesino, una invitación a atraparle, el desasosiego resultado de la constante incertidumbre y como punto final una muerte que no conseguimos evitar. Demasiado complicado para un cura sin experiencia. Mi bloqueada mente, intentaba ofrecer una explicación a todo lo sucedido pero la relación entre todos estos elementos, parecía concluir con un rotundo «no sé qué hacer».
—Hija mía, dime si existe algún modo de poder examinar el cadáver.
—Hay una manera padre, pero no será fácil y posiblemente sea arriesgada.
—Creo que a estas alturas debemos arriesgarnos.
La agente Bardy, al darse cuenta que se le presentaba una posibilidad de ir tras el asesino de su padre, se sobrepuso a lo ocurrido con firmeza y decisión. Con su comportamiento, nos dio a entender que su departamento no le había asignado el caso y ella decidió actuar al margen de ellos. Se levanto del sofá y se acercó al recepcionista que inmediatamente le ofreció el teléfono para llamar.
—Pobre mujer.
—No quiero parecer cruel Vicente, pero este golpe del destino puede que marque la diferencia entre encontrar el asesino o no.
—Los franceses también parecen muy interesados en el caso y es obvio que disponen de más medios, sin olvidar que tienen el cadáver de la tercera víctima y nosotros ni siquiera sabemos cuál es la inscripción. Quizás deberíamos dejar que ellos se ocupen de «Zeus», si es que existe tal y como nosotros lo hemos plasmado.
—¡No me gusta ni siquiera considerar la idea de rendirme!
La expresión de la cara de Eduardo me asusto un poco y me hizo sentirme bastante humillado. Enseguida se dio cuenta de su desmesurada reacción y se calmó.
—Perdóname Vicente. Algunas veces se me olvida que eres cura.
—No te preocupes, últimamente a mí también.
Volví a recordar lo que había ocurrido hace unos pocos años. El funeral de ese niño fue un duro golpe para mí. Como podía consolar a la familia del pequeño si yo era el culpable de su muerte. No me sentía capaz de consolarme a mí mismo y mucho menos de apoyar a los demás. Desde entonces, simplemente sobrevivía entre mis remordimientos, escudándome tras una mentira.
—¿Qué te pasa Vicente?
—¿Eh?, nada, nada…
El momento de hacer algo para resarcirme, había llegado.
—Ya viene la agente Bardy, veamos que ha conseguido.
—Señores, he dispuesto de los medios para poder examinar el cadáver de mi padre.
—¿Cómo lo has logrado?
—Tengo un amigo en el depósito pero me ha dicho que está muy vigilado y será muy arriesgado. Debemos entrar de noche, lejos de las miradas indiscretas y creo que no debería venir con nosotros padre.
—Estoy de acuerdo con ella Vicente.
—¿Por qué dices eso?
—No estás preparado para afrontar la situación.
—Pero yo necesito ver el cadáver. A lo mejor hay algo que no podáis interpretar y que sea importante.
No trataba de hacerme el valiente ni tenía intención de impresionar a nadie pero esta vez presentía que tenía razón. Debía entrar y examinar el cadáver yo mismo para no dejar lugar a posibles dudas. Mientras lo meditaba, Eduardo siguió dándole vueltas a bolígrafo y con la cabeza agachada empezó a murmurar.
—¡Sabes que tengo razón Eduardo!
—Por desgracia sí, aunque sigue sin gustarme la idea.
La agente Bardy asintió con la cabeza pero no con demasiada seguridad. Durante unos segundos, el silencio nos arropó a todos y ninguno reaccionamos, hasta que ella se levantó y se dirigió hacia la entrada del hotel.
—¿Porqué no os acercáis al lugar del crimen e investigáis un poco?
—Es una buena idea pero no creo que tus colegas se pongan muy contentos al vernos y más si es contigo.
—Yo no iré con vosotros inspector, os esperaré en el paseo del río cerca de la plaza. Una vez acabada vuestra investigación, seguid caminando dirección sur hasta que me vuelva a reunir con vosotros. De esta manera, nadie nos verá juntos y si alguien os reconoce, no me veré obligada a dar explicaciones de vuestros actos.
—Me parece bien.
Al guardar Eduardo su bolígrafo en el bolsillo, noté como cada vez se sentía más animado.
—Lamento entrometerme en vuestros planes pero…
—¿Sí Vicente?
—¿No se enfadarán cuando se den cuenta que no vamos de camino al aeropuerto?
—Estamos en un país comunitario. Podemos quedarnos y circular libremente todo lo que nos plazca, siempre que no quebrantemos ninguna ley por supuesto. Si nos preguntan, simplemente les diremos que decidimos hacer un poco de turismo y que dispondremos de nuestros propios medios para regresar a casa.
Con cada decisión que se tomaba, era bastante obvio que lentamente nos manteníamos al margen de las decisiones de nuestros superiores porque en ningún momento había visto a Eduardo llamar para informar de la situación.
*
Nos dirigimos hacia la plaza, tal y como lo planeó la agente Bardy. Eduardo y yo nos fuimos callejeando sin saber a qué nos íbamos a enfrentar y como deberíamos reaccionar. Tras unos quince minutos de caminata por las callejuelas de la ciudad de Burdeos, llegamos a nuestro destino. El imponente monumento de cuarenta metros de altura junto a sus magnificas fuentes adornadas con estatuas de caballos, peces dominados por niños y hombres posando para la posteridad, se encontraba rodeado por una simple cinta amarilla que impedía el acceso a los visitantes. Curiosamente, sólo dos agentes de policía custodiaban el lugar y a pesar de la naturaleza del crimen, parecían ignorar la importancia de su cometido.
—Ya hemos llegado Eduardo pero parece ser que no se va a tratar de un simple paseo.
—Eso me temo.
Debíamos hallar la manera de acercarnos sin que los vigilantes nos impidieran examinar la escena del crimen.
—Necesito aproximarme lo máximo posible.
—No te preocupes Vicente; primero daremos un paseo alrededor de la fuente para ver si desde lejos conseguimos distinguir algo importante y luego, yo distraeré a los policías para que tú puedas acercarte todo lo necesario.
—¿Cómo los vas a distraer?
—No te preocupes por eso, tú sólo céntrate en el lugar y las pruebas.
Indiscutiblemente, era una fuente preciosa; una verdadera obra de arte aunque los restos de sangre en el agua enturbiaba su belleza. Dimos dos vueltas a su alrededor sin acercarnos demasiado al cordón policial para no levantar sospechas. Los agentes, situados fuera del mismo, charlaban despreocupados sin prestar demasiada atención al vaivén de los turistas. Por supuesto, el hecho de que los de la policía científica ya habían examinado el lugar a fondo extrayendo todas las posibles pruebas, no les dejaba mucho material que vigilar.
—¿Has reparado en algo interesante?
—Me temo que no Eduardo.
—Maldita sea, yo tampoco.
Me fijé en las estatuas una por una con la esperanza de que pudiera divisar algo lo suficientemente extraño que nos pudiera aclarar alguna pregunta pero lo único raro que vi, era lo que podía describirse como un nido abandonado de palomas.
—Sin la inscripción del cadáver no creo que pudiera encontrar una relación con el caso.
—¿A lo mejor si te acercaras más?
—No sé si serviría de algo.
—¡Inténtalo!
Asentí decidido a arriesgarme y Eduardo se dirigió hacia los dos policías que vigilaban el lugar. Quería acercarme por la derecha donde una mancha de color purpura, casi absorbida por la superficie porosa de la piedra, permanecía aún visible, incluso desde lejos. Sin duda, el lugar donde encontraron el cuerpo de la víctima.
Me quedé observando a Eduardo que de manera casual ya se había situado al lado de los dos policías y se disponía a hablar con ellos. No paraba de gesticular con las manos como si estuviera pidiendo instrucciones para llegar a un determinado lugar, cuando de repente, los dos agentes desenfundaron sus armas y empezaron a gritarle, haciéndole señas para que se tirara al suelo. En cierto modo había conseguido distraer a los agentes y sin lugar a dudas, al resto de la gente que paseaba por la plaza.
A pesar de que llevaba la sotana puesta, nadie se había fijado en mí. Me colé por debajo del cordón policial y me acerqué al borde de la fuente no sin antes sentir un escalofrío que recorrió mi cuerpo como un golpe de corriente. Rebusqué por el monumento y las estatuas de arriba abajo pero no distinguía nada extraño. No disponía de mucho tiempo; Posiblemente la solución se encontraba ante mis ojos pero en cierto modo, buscaba una aguja en un pajar. Por otro lado, no creía que el plan de Eduardo fuera el de ser arrestado. Demasiada presión para tan pocos indicios. Mire de reojo y le vi enseñando su placa a los dos agentes convenciéndoles a que bajasen sus armas. El tiempo se me agotaba. Por muy frustrado que me sintiera, tenía que salir de allí inmediatamente. Con paso firme y a la vez ligero, me alejé de la fuente y también de nuestra oportunidad de descubrir alguna que otra pista.
—¿Qué has averiguado?
—Me temo que nada.
—Maldita sea.
—Debemos esperar a examinar el cadáver.
—Claro… Bueno, que se le va a hacer, vayamos hacia el paseo a encontrarnos con la agente Bardy.
—¿Qué pasó con los policías?
—Nada… al levantar mi mano señalando hacia una dirección pidiendo indicaciones, vieron mi pistola que la había colocado ahí a propósito y se alarmaron. Me inmovilizaron, me registraron y cuando les enseñé mi placa me dejaron marchar. Lo malo es que ahora no tendremos otra oportunidad igual.
—Tengamos paciencia.
—Cierto… ¡Mira! Allí está la agente Bardy.
Hicimos tal y como lo habíamos planeado. La seguimos a cierta distancia hasta alejarnos del sitio. Caminamos más de veinte minutos hasta que finalmente se giró y se acercó a nosotros.
—¿Ha valido la pena el esfuerzo?
—¡Me temo que no! Esta noche tenemos que examinar el cadáver a ver lo que conseguimos.
El rostro de la agente, lleno de decepción y desesperación, aparentaba pálido y arrugado, maltratado por la impotencia; yo, al igual que Eduardo, también me sentía decepcionado, pero al no disponer de libre acceso a la pruebas, la situación se nos complicaba por momentos.
*
Durante las últimas horas el tiempo transcurrió lentamente. Se había hecho de noche y no dejaba de dar vueltas en la cama de mi habitación. La templanza que debería poseer me había abandonado y en su lugar, la impaciencia me había poseído. Vagamente se podía escuchar el sonido de la televisión en la habitación de al lado. El exasperante ruido de un reloj antiguo que adornaba el pasillo, atravesaba la pared e invadía mis oídos torturándome aún más. De repente, la ventana se abrió bruscamente, salté de la cama asustado y me acerqué a ver lo que había pasado. Fuera no hacía nada de viento; seguramente alguna de las limpiadoras no la había cerrado bien por la mañana. Me cercioré de poner el pestillo y volví a acostarme. Mientras pensaba en todo lo ocurrido, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me quedé durante unos segundos prácticamente congelado. Volví a levantarme para ver si el aire acondicionado estaba puesto aunque yo no recordaba haberlo encendido. Tras toquetear los botones del mando, me aseguré de que estaba apagado. Inseguro y desconcertado, abrí mi maleta y saqué mi vieja Biblia, la presione con fuerza hacia mi pecho y me puse de rodillas dispuesto a rezar.
«Toc toc toc…»
—Prepárate Vicente que nos vamos…
No sé muy bien si la voz de Eduardo me reconfortó o me disgustó. Su inesperada interrupción, me hizo dudar de si realmente seguía siendo un siervo de Dios o de si sólo fingía serlo.
—¿Te encuentras bien Vicente?
—¡Sí! Estoy Bien… Esperadme abajo…
—De acuerdo, no tardes.
Me preparé, salí de mi habitación y comencé a bajar las escaleras hacia el recibidor. Me resultaba difícil ocultar lo asustadizo que me sentía. Nunca antes había hecho algo parecido pero no era momento de dudar. Conseguí evitar el ascensor una vez más y tras llegar a la recepción, me quedé pensativo.
—¿Qué te pasa Vicente?
—Nada Eduardo, no te preocupes, sólo es que no estoy acostumbrado a este tipo de situaciones.
—No te pongas nervioso, a demás, ésta es una de las pocas veces que vas vestido apropiadamente para la ocasión.
—¿A qué te refieres?
—Vas camuflado…
—Sigo sin entenderte.
—Vestido de negro…
—Dios mío. Que ocurrencias las tuyas.
Los dos empezaron a reírse amenizando la situación. Debo admitir que resultaba bastante gracioso pero mi problema no era entrar en el depósito; En realidad lo que más me disgustaba eran las almas sufridas que podrían deambular por allí. Al fin y al cabo mi vínculo con lo espiritual nunca se había roto. Aún soñaba con ese niño y muchas veces me despertaba en mitad de la noche empapado de sudor como si me estuvieran persiguiendo.
—Señores, ha llegado el momento.
—Estamos listos ¿verdad Vicente?
—Sí, claro…
La agente Bardy, dejó su coche aparcado delante del hotel. Nos subimos y nos dirigimos hacia el depósito que según ella, no tardaríamos mucho en llegar; también era de esperar puesto que la ciudad tampoco era muy grande.
De noche, todo se veía de diferente manera. Las soleadas callejuelas se convertían en rincones románticos poco iluminados y muy apropiados para los enamorados. Las grandes avenidas, adquirían un favorable colorido entonando aún más la belleza de los edificios que las rodeaban. Un puente adornado con sus farolas, un centro comercial con sus reclamos, una simple tienda vislumbrando su colorida fachada, todo formaba parte de la vivaracha noche de este lugar.
—Aparcaré aquí y seguiremos andando. No quiero que ninguna cámara de seguridad registre mi matricula.
—¿Por dónde entraremos?
—Nos están esperando por la puerta trasera. La cámara de seguridad estará desconectada durante unos minutos y dispondremos de tiempo de sobra para entrar sin ser grabados.
—Este contacto tuyo debe tratarse de un buen amigo.
—Más bien de mi padre…
No podía evitar fijarme en el dulce rostro de la agente Bardy y a su desesperado intento de contener unas lágrimas que se formaban al sentirse tan cerca de su padre. Era un golpe muy duro y la mayoría de la gente no sería capaz de mantener la compostura. Mientras se recogía el pelo formando una coleta, limpió disimuladamente sus mejillas y se mordió los labios. Enseguida se dio cuenta de que la estaba mirando y me devolvió una sonrisa. Acto seguido, sacó su teléfono móvil y llamo a su contacto.
—¡Fransua! Ya hemos llegado… Sí, en la parte trasera.
Seguidamente colgó y caminó hacia la esquina del edificio. Nosotros la seguimos de cerca asegurándonos, de que los únicos elementos fuera de lugar, éramos nosotros.
—¡Allí está! Ya podemos entrar.
Sobre el marco de la puerta, una tenue luz de color azul, desvelaba la existencia de un hombre mayor vestido con una bata blanca. Conforme nos acercábamos, escuchamos un susurro.
—Daos prisa… Tenemos que volver a conectar la cámara de seguridad y la alarma contra incendios.
No había tiempo para presentaciones, nosotros sabíamos que se llamaba Fransua y que nos llevaría hasta el cuerpo de la tercera víctima y él sabía que quería ayudarnos; eso era más que suficiente. Empezamos a recorrer un oscuro pasillo donde sólo las luces de emergencia impedían que nos golpeásemos con las paredes. En un elaborado laberinto, caminamos de izquierda a derecha, de arriba abajo y vuelta a empezar. Todo me parecía igual y mi corazón se encogía por momentos.
—¿Porqué no hay más luz?
—Qué importancia tiene eso ahora, Padre… Síganme y no hablen por favor.
Por fin llegamos a la sala de autopsias y Fransua se quedó en la puerta sin entrar.
—Tenéis diez minutos. He dejado mis apuntes encima de la mesa.
Eduardo miró a Fransua y asintió con un gesto de agradecimiento. La agente Bardy, completamente desconsolada, permaneció inmóvil tras recordar que quien yacía muerto sobre la mesa de autopsias no era una víctima cualquiera, sino su padre.
—No te preocupes hija mía, Eduardo y yo nos encargaremos de la investigación. Si no te encuentras bien puedes esperar fuera.
—Se lo agradezco padre pero no. Prefiero ayudar en todo lo que sea posible y no quedarme con las manos cruzadas.
—Muy bien, si no te importa coge los apuntes del doctor y copia todo lo que puedas.
—Pero las notas en español por favor…
—No se preocupe inspector.
Bajo la atenta mirada de la agente Bardy, me acerqué al cadáver. Una mano, arrugada como una tela desecha y fría como el mármol, asomaba por debajo de la sábana blanca. El intenso olor a yodo, el vaho que exhalábamos y la indiscutible presencia de la muerte, rizaba mis entrañas de una manera que nunca conseguiré olvidar.
—¡Vamos Vicente! Recuerda que el forense sólo nos ha otorgado diez minutos; no perdamos el tiempo.
—Estoy a punto de destapar a su padre, no seas tan insensible.
—¡No, no! Tiene razón… el tiempo apremia y los culpables se alejan cada vez más de nosotros así que no demoremos lo inevitable.
Destape el cadáver con un brusco tirón y enseguida me percaté de la expresión de terror y angustia que desfiguraba su semblante. Después de examinar la parte visible, noté una gran diferencia entre éste y las demás víctimas. Tanto en la cara como en la zona abdominal, se apreciaban diversos moratones lo que indicaba que había presentado batalla antes de morir.
—Fíjate en las marcas Eduardo… en mi opinión, luchó contra su asesino.
—¡Qué extraño! Las otras víctimas no tenían marcas de violencia por haberse resistido.
—¿Crees que la víctima y «Zeus» se conocían?
—Eso no es posible… mi padre nunca haría tratos con este tipo de gente…
—No quiero parecer insensible en un momento como éste, pero ¿está segura de eso?
—¡Claro que estoy segura!
—¿No parecía tener más dinero de lo habitual o haber comprado algo que normalmente no hubiera podido?
—Parecía más distante últimamente pero no era muy extraño en él.
—¿A que se dedicaba su padre?
—Era el vigilante nocturno del puerto deportivo de nuestra ciudad…
Eduardo permaneció quieto y callado durante unos segundos; miró el reloj y se giro hacia mí.
—Date prisa Vicente; el tiempo apremia.
Me dispuse a girar el cadáver para examinar su espalda en busca de la tercera inscripción. Mis manos temblaban y el hecho de que la agente Bardy estaba más pendiente de mí que de los apuntes que Eduardo le había pedido que revisara, me ponía aún más nervioso. Casi había conseguido dar la vuelta al cadáver cuando por un descuido se me resbaló. Con un movimiento rápido, la agente Bardy agarró a su difunto padre impidiendo que se cayese de la mesa de autopsias. Mi sorpresa fue tan grande que sólo pude pronunciar una palabra.
—Perdóname…
—No se preocupe padre… Sólo… Tenga un poco más de cuidado…
Después de llamarme la atención, agarró la mano de su padre con fuerza y colocó el cuerpo en una posición más propicia para que yo pudiera examinarlo. Se mantuvo un rato a su lado sin soltarle la mano esperando que sucediera un milagro. Manteniéndose dura e impasible, se iba inclinando cada vez más hacia el regazo de su padre que por el contrario, se negaba a corresponderle. Finalmente no pudo soportarlo y apartándose lentamente, regresó al escritorio para seguir copiando los apuntes.
Me concentré en mi labor y examiné la espalda. Tenía escrito un texto en griego, igual que en las anteriores víctimas. La única diferencia era que se lo había grabado de una manera mucho más precipitada y curiosamente, también el mensaje era más extenso. «Ο Ερμής θα περάσει τα σύνορα της χώρας γιά να παραδώσει το μήνιμα».
—¿Qué pone?
—Hermes, cruzará las fronteras del país para entregar el mensaje.
—¿Y qué significa?
—No lo sé Eduardo… tendré que concentrarme y analizarlo a fondo.
—¡Fijaos en esto! En las anotaciones del doctor pone que en su boca encontraron una piedra de color negro y con el número cinco grabado en ella.
—¿Estás segura que estaba en su boca?
—Eso es lo que hay escrito en el informe. ¿Por qué lo pregunta inspector?
—Te lo explicaré luego. ¿Qué más pone?
—Estoy traduciendo y copiando lo más rápido posible. Será mejor que lo estudiemos cuando salgamos de aquí.
Seguí examinando el cuerpo en busca de más pistas. Durante unos segundos, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y mis piernas se paralizaron como si un frío intenso las estuviera recubriendo. Mi mente regresó al momento en que ese pobre niño perdió la vida delante de mis ojos; el tiempo se paralizó, los segundos me parecían minutos y los minutos se alargaban aún más. Empecé a sudar, mis brazos no reaccionaban y apenas era capaz de mover mi cabeza. Miré hacia abajo y mi corazón empezó a latir de tal manera, que parecía que el pecho me iba a explotar. ¡No me lo podía creer! El muchacho, agarrado a mis piernas y mirándome directamente a los ojos, apareció de la nada, listo para cobrarse su venganza. Me mostraba sus dientes como un perro rabioso a su presa y de entre sus labios salían unas palabras que apenas conseguía entender. «Escondeos… escondeos… Vienen…». El escalofrío se convirtió en terror, las yemas de mis dedos estaban frías como el hielo y mis ojos me escocían. Cuando por fin conseguí reaccionar, me eché bruscamente hacia atrás y me golpeé la espalda con una de las manillas de las cámaras de conservación.
—¿Qué te pasa Vicente?
—¿No lo habéis visto? ¡En mis piernas!
—Cálmate…
—Tenemos que escondernos… ¡Rápido!
La agente Bardy se acercó a la puerta y asomó la cabeza para ver si alguien se acercaba.
—Tiene razón, debemos escondernos. Un grupo de gente se dirige hacia aquí.
Eduardo empezó a abrir las cámaras por si en alguna había hueco. Encontró dos y me hizo un gesto para que me acercara.
—Tú métete en ésta y yo me meteré en la otra.
—¿Y cómo vamos a salir?
Rápidamente cogió una bata de médico que había en un perchero al lado de una mesa y se la puso a la agente Bardy.
—Cuando todos se hayan marchado, sácanos de aquí.
—Pero…
—No te preocupes, saldrá bien; tú sólo consigue pasar desapercibida.
Sin pensárselo dos veces, se colocó en posición para meterse dentro del escondite.
—A que esperas.
—Es que sufro de claustrofobia.
—No hay tiempo para eso… ¡Entra!
—No es una buena idea.
—He dicho que entres.
Cada vez que intentaba entrar, mi instinto me lo impedía. En ese momento, sentí una mano amiga sobre mi hombro que me ayudaba lentamente pero con firmeza, a entrar en la cámara de los difuntos. Era la agente Bardy que con una sonrisa y asintiendo suavemente me animaba a superar mis temores. Casi sin darme cuenta, me encontraba dentro de ese lugar tan estrecho y completamente arropado por la oscuridad. Incluso con la sotana puesta, la superficie metálica se pegaba en mi piel. El exterior apenas era perceptible; no conseguía oír nada. Estaba tan aterrorizado que no era capaz de pronunciar ni una palabra, al menos así no delataría nuestra posición. La situación era muy incómoda para mí; aunque no podía ver las paredes sentía como la oscuridad me consumía, ni siquiera conseguía extender la mano para palpar este extraño entorno. Empecé a pensar en mi pueblo y en mi labor como cura que tanto había desatendido. Su olor a mosto durante la vendimia, sus cálidas noches de verano junto a una cerveza en el bar de Antonio y los anaranjados amaneceres en el porche de mi casa.
En lo más profundo de la oscuridad, sólo y atormentado, me ahogaba en mi propio silencio hasta que finalmente, una luz intensa me cegó. Era la agente Bardy, apareció con su bata blanca como si de un ángel se tratase. Una vez más, puso su mano sobre mi hombro y me sacó de mi pesadilla que empezaba a volverme loco.
—No tenga miedo padre; ya podemos irnos.
Salí de la cámara muy mareado y confuso; tarde un buen rato en volver a orientarme, pero durante ese rato, Eduardo junto a nuestra amiga, me arrastraban cogido de los brazos y me guiaban detrás del médico forense. Los pasillos del hospital, me parecían inmensos túneles sin fin. El laberinto de esquinas, puertas, camillas, cajas y carteles, me parecía una espiral que no dejaba de confundirme. Cuando oí el sonido de una puerta abriéndose y noté el aire del exterior, sentí un gran alivio.
—Date prisa Vicente… Tienes que volver en ti mismo…
La voz de Eduardo y el olor tan característico que tienen las ciudades próximas al mar empezaba a despejar mi mente. Mientras corría agarrado a mis compañeros, no paraba de tropezar con todo objeto que se me presentaba. Finalmente llegamos al coche; me sentaron en la parte delantera y bajaron la ventanilla para que me diera el aire. Sin más preámbulos, la agente Bardy arranco y pisó el acelerador a fondo para sacarnos lo más rápido posible de ese lugar.
—¿Qué sucedió mientras estábamos escondidos?
—Tuvimos mucha suerte. No sé cómo pudo saber el Padre Vicente que alguien se acercaba, pero sin duda nos salvó. Nada más esconderos, el hombre de negro, junto con otros dos hombres, entró en la sala. El forense, enseguida se dio cuenta de la situación, me dijo que le acercara sus apuntes y me presento como su ayudante. Mientras examinaban el cadáver, le di a entender con el rabillo del ojo, el lugar donde os habíais escondido y menos mal, porque hubo un momento en que querían abrir la cámara donde estabais. En el preciso instante que quería abrir la puerta, el doctor le cogió de la mano y le dijo que tuviera un poco más de respeto por los difuntos. Eso hizo acallar la curiosidad de los agentes y cuando acabaron su tan inesperado examen, se marcharon sin decir ni una palabra.
—¿Entonces no se dieron cuenta de que algo iba mal?
—Creo que no inspector…
—¿Qué significa eso?
—No sé… sólo es… ya sabe…
—Vale, vale. Un detalle pero cuéntamelo.
—Es que en cierto momento el agente de negro se acercó al escritorio mientras copiaba las anotaciones del doctor y al tenerlas traducidas al español resultaba bastante obvio que no eran suyas.
—¿¡Y no dijo nada!?
—Seguramente no se dio cuenta.
—Esperemos que así sea.