CUADRO PRIMERO

Sala en el Alcázar de Coímbra, con cierta intimidad de gabinete de estudio. Ventanal sobre la ribera del Mondego. Un tapiz gótico con los castillos de oro y las quinas azul y plata de Portugal. Una sola puerta lateral.

Entre la austera decoración real sorprenden mapas de mares todavía fabulosos, esferas armilares y galeras en proyecto. Antes de levantarse el telón se oye un alegre repique de campanas, que se prolonga un instante sobre las figures inmóviles.

La INFANTA, en el ventanal, contempla el paisaje, mientras escucha ausente la relación que lee el MAESTRE.

MAESTRE:

«Cien caballeros se disputarán en torneo de lanzas los colores de la infanta y cien doncellas de; los más altos linajes formarán el cortejo coronadas con las tres flores simbólicas». Las tres flores simbólicas de Portugal son el romero, el clavel y la verbena. Pero si la infanta prefiere rosas de España… (Silencio.)

Señora …

ELVIRA (a media voz):

Seguramente no ha oído.

LEONOR:

O está escuchando otra cosa. Cuando la infanta mira lejos y en silencio es que está hablando consigo misma.

INFANTA (sin volverse):

No importa; para las flores siempre me queda un tercer oído. Romero, clavel y verbena. Sigue.

MAESTRE:

«Durante las fiestas de la boda izarán juntas las dos banderas todos los barcos que cruzan el mar…»

INFANTA:

El mar, siempre el mar como una obsesión. Lo comprendo en Lisboa, pero aquí en Coímbra, y en el palacio…

MAESTRE:

Nuestro rey piensa que el mar es una eterna pregunta que algún día tendremos que contestar. ¿Sigo?

INFANTA:

Sigue.

MAESTRE:

«En honor de la novia repicarán a gloria, todas las campanas, y todas las casas de Coímbra se adornarán de blanco, con galas de boda».

INFANTA:

Las estoy viendo: sábanas en las ventanas; banderas blancas en las azoteas… Parece una ciudad que se rinde.

MAESTRE:

Es una ciudad que se te entrega.

INFANTA:

¿Y aquellos árboles, también vestidos de blanco? ¿Otra orden del rey?

MAESTRE:

Orden del verano. Son los naranjos en flor de nuestro Mondego.

INFANTA:

¿Por qué «vuestro» Mondego?

MAESTRE:

Porque es nuestro único río portugués de nacimiento. Los demás nos vienen de España, como las novias de nuestros reyes.

ELVIRA:

Desde que cruzamos la frontera los naranjos salían a recibirnos por todos los caminos.

LEONOR:

Parecían campesinos limpios acudiendo a una fiesta con sus ramos de azahares.

MAESTRE:

Los naranjos en flor siempre son invitados de boda.

INFANTA (alza la mano en saludo):

¡Gracias, ventanas de Coímbra y galeras de alta mar! ¡Gracias, naranjos del Mondego! (Deja caer la cortina y avanza.) Es curioso que en tu país hasta los árboles sean más galantes que ciertos hombres.

MAESTRE:

¿Algún hombre se ha atrevido a faltarle el respeto?

INFANTA:

Uno.

MAESTRE:

¿Su nombre?

INFANTA:

¿Para qué? Está demasiado alto.

MAESTRE:

Por alto que esté. Se me ha confiado tu viaje y no puedo dejar sin castigo una falta contra ti, aunque fuera sólo una palabra.

INFANTA:

No me habló.

MAESTRE:

Una mirada.

INFANTA:

No me miró.

MAESTRE:

¿Cuál es, entonces, su falta?

INFANTA:

Esas dos. No hablarme ni mirarme siendo el primero que debía hacerlo. ¿Necesitas todavía que te diga su nombre?

MAESTRE (baja la cabeza confuso):

Perdón.

INFANTA:

De qué sirve toda esa lista de homenajes si falta el primero que se debe a una mujer. ¿Dónde está el príncipe?

MAESTRE:

¿Piensas que lo sé yo? Hace quince días que dejé Portugal para ir a buscarte.

INFANTA:

Tengo entendido que eres su mejor amigo. Si quieres serlo mío también contesta. ¿Dónde está?

MAESTRE:

Te juro que no lo sé.

INFANTA:

Pero lo sospechas, ¿verdad?

MAESTRE:

No me preguntes, por favor.

INFANTA:

Gracias. Hasta ahora me habían enseñado a agradecer las palabras como una novia. Por lo visto, ha llegado el momento de empezar a agradecer los silencios… como una esposa. Y ya es el segundo que te debo.

MAESTRE:

No recuerdo otro.

INFANTA:

Fue hace tres noches, en un mesón del camino. Una tuna de estudiantes empezó a cantar bajo mi ventana una historia de amor, y precisamente cuando se estaba poniendo más interesante, tus hombres los hicieron callar a latigazos, ¿por qué?

MAESTRE:

No te dejaban dormir.

INFANTA:

Muy torpe. Los estudiantes me habrían quitado el sueño una hora; así lo llevo perdido tres noches pensando en el final.

MAESTRE:

¿Tan interesante era la historia?

INFANTA:

Para mí mucho; porque hablaba de un príncipe cazador, como el tuyo… y de una novia española, que venía… ¿Cómo decían los versos?

«De España viene la novia, camino de Portugal,

a conquistar un castillo que está conquistado ya».

¿No era así?

MAESTRE:

No sé. Tengo mala memoria para versos.

INFANTA:

¿Los recuerdas tú, Elvira?

ELVIRA:

Yo escuchando cantar me duermo.

INFANTA:

¿Y tú, Leonor?

LEONOR:

Yo estaba rezando mis oraciones.

INFANTA (fríamente):

Enhorabuena. Añade a tu lista de homenajes otro silencio más.

MAESTRE:

El Rey.

INFANTA y DAMAS:

Señor… enseguida.

Dichos y el REY, con sus nobles, Coello, PACHECO y Alvargonzález.

NOBLES:

Señora…

REY:

Levanta, Constanza. Como padre te pedí y como hija te recibo. No podía Castilla enviarnos un regalo mejor.

INFANTA:

Gracias, mi señor. Pero antes de hablarte humilde como hija y portuguesa, déjame por última vez hablarte de frente, como española y como infanta.

REY:

No comprendo esa mirada ni ese tono. Esta mañana toda tú eras otra. ¿Dónde está aquella sonrisa que nos deslumbró al verte llegar?

INFANTA:

Siento haberla perdido; pero si la sonrisa formaba parte de mi dote trataré de recobrarla.

REY:

¿Y aquellos ojos alegres llenos de preguntas? ¿Y aquel temblor de mujer feliz?

INFANTA:

Mi felicidad puede esperar. Mi dignidad, no.

REY:

¿Alguna queja entonces? Si es así no durará más que lo que yo tarde en saberla. (Gesto para despedir a los suyos.) Señores…

INFANTA:

No. He sido ofendida públicamente, y mi respuesta ha de ser pública también.

REY:

Está bien. Habla.

INFANTA:

Padre y señor: nuestros dos pueblos se han destrozado en una guerra de hermanos que terminó ayer, pero que puede volver a comenzar mañana. Para impedirlo se concertó mi casamiento con tu hijo. Se me ha llamado «la novia de la paz» y he venido feliz a cumplir esta hermosa tarea pero antes de dar un paso más debo recordarte fue Castilla quien pidió esta boda. Fue Portugal de quién será la culpa si ahora Portugal me rechaza.

REY:

Pero ¿qué estás diciendo? ¿No te ha recibido mi pueblo entero con los brazos abiertos?

INFANTA:

No me quejo, de tu pueblo.

REY:

¿No está en Coímbra toda la nobleza del país para homenaje?

INFANTA:

No me quejo de tus damas ni de tus hidalgos.

REY:

La corte misma ha abandonado Lisboa para venir a verte a mitad de camino.

INFANTA:

Lo sé. Y sé también que llevan mis colores de novia tus barcos y tus ciudades y hasta los árboles de tu tierra. Pero yo no he venido a casarme con tus barcos ni tus naranjos ¿Dónde está tu hijo?

REY:

No es posible… (Se vuelve a sus nobles.) ¿El príncipe, no se ha presentado en el palacio?

COELLO:

Había salido de montería… y hemos despachado emisarios en todas direcciones.

PACHECO:

En este momento cuarenta heraldos lo buscan a retambores de monte a monte.

REY:

Los leñadores de la montaña han bajado a saludarme con ramos de laurel. ¿Conocen ellos mejor, que él el lenguaje de los tambores?

PACHECO:

Quizá esté lejos. A veces, persiguiendo lobos, galopa sierra adentro días enteros.

INFANTA:

Vuestras doncellas han llegado desde las palmeras Algarve y desde los castaños del Miño. ¿Puede tardar más que ellas el mejor jinete de Portugal?

ALVAR:

Tal vez se haya perdido entre las nieblas altas.

COELLO:

O quizá está herido en cualquier choza de pastores. No sería la primera vez.

REY:

Más le valiera así. En esta ocasión solamente una herida podría disculparlo.

INFANTA:

Tampoco, rey Alfonso. En esta ocasión ni una herida sería bastante. El capitán que fue a llevarme la noticia de tu victoria en el Salado traía la voz partida en borbotones de sangre, pero no cayó del caballo hasta que dijo la última palabra. ¡Los caballeros mueren después!

REY:

No te apresures a juzgarlo. Espera.

INFANTA:

No puedo. Pídeme paciencia cuando sea esposa. Ahora es demasiado pronto.

REY:

¿Qué quieres decir?

INFANTA:

¡Que ni Castilla ni yo sabemos esperar! Si antes que caiga el sol no me ha desagraviado el que me ofendió, no dormiré en Coímbra esta noche. Perdóname, buen rey.

REY:

Al contrario. Siempre me han gustado los que se atreven a hacer lo mismo que hubiera hecho yo. ¡A mis brazos! (La abraza.) ¿Has oído, maestre? No hay heridas que valgan, ni lobos ni montañas. Tráeme a mi hijo, esté donde esté.

MAESTRE:

Señor… (Se dispone a salir. La INFANTA le detiene.)

INFANTA:

Un consejo: no lo busques demasiado lejos. Aquella canción de estudiantes hablaba de un «cuello de garza»…, de unos «ojos de esmeralda»… y de un nido caliente a orillas del Mondego. De «vuestro» Mondego. No lo olvides.

REY:

¿Qué canción y qué estudiantes son ésos?

MAESTRE:

Nada, señor. La infanta parece muy intrigada con unos versos que ruedan por ahí de boca en boca.

REY:

Bah, ¿qué puede importarte lo que digan los poetas?

INFANTA:

Los llevo en la sangre. Mi padre el infante Juan Manuel ha escrito famosos libros de cuentos, y mi abuelo Alfonso el Sabio dedicaba a la Virgen cantigas de trovador.

REY:

También mi padre el rey Dionís escribía canciones de amor; pero como un descanso después de las batallas.

INFANTA:

Quizás algún día se olviden sus batallas y se recuerden sus versos.

REY:

En resumen, ¿puedo saber por qué te ha interesado tanto esa dichosa historia?

INFANTA:

Simplemente porque no me dejaron oír el final. Pero el principio no podía ser más prometedor. ¿Verdad. Elvira?

ELVIRA:

Yo ya te dije que oyendo cantar…

INFANTA:

Sí, te duermes en seguida. Pero ahora es una orden. ¡Despierta!

ELVIRA:

Era algo de un padre que tenía un deber, y un hijo rebelde que tenía un amor…

INFANTA:

¿Amor? ¿Los estudiantes decían amor?

LEONOR:

Ellos decían amiga. Pero ¿no es lo mismo en portugués?

INFANTA:

¡Ah!, ¿ésas eran tus oraciones? Sigue, sigue tú.

LEONOR:

Yo sólo recuerdo que el padre los separaba:…, que ella vivía escondida junto a un río…

INFANTA:

Y que el galán iba a verla de noche, galopando con las herraduras al revés para confundir a los espías.

REY:

Poca imaginación tienen tus poetas. Conozco cien historias que empiezan igual. ¿Y después…?

INFANTA:

Después el maestre mandó suspender la canción a latigazos. Y aquí me tienes, esperando la otra mitad.

REY:

Si no es más que curiosidad mandaremos llamar a esos estudiantes.

REY:

No hace falta ya. Puesto que tu hijo va a hacerme por fin el gran honor de venir a saludarme, él mismo me contará la historia completa. Es el que mejor debe saberla y además…, es el único que todavía está a tiempo de cambiar el final. Mi señor… Señores… (Sale con sus DAMAS; detrás, los PAJES.)

El REY, el MAESTRE, COELLO, ALVAR, PACHECO.

REY:

Por Cristo que he estado a punto de estallar. A mí dénme a domar hombres o caballos, pero Dios me libre de mujer ofendida.

PACHECO:

Es orgullosa la castellana.

REY:

Lo que me crispa no es su orgullo, es ese doble filo, y esa esgrima menuda de manos acostumbradas a la aguja. ¿Qué diablos significa ese cuento de las herraduras al revés?

MAESTRE:

La infanta no necesitó mucho para adivinarlo.

REY:

Ella es mujer, pero no sé ni quiero jugar a los acertijos. En una palabra, ¿mi hijo ha vuelto con su amante?

COELLO:

Volver… En realidad no se han separado nunca.

REY:

¿Y me lo tenías oculto?

PACHECO:

Habías prohibido terminantemente toda referencia a esos amores.

REY:

Pero ahora, con la infanta aquí…, ¿cómo no se me advirtió a tiempo?

COELLO:

Esperábamos que su presencia haría a tu hijo entrar en razón.

ALVAR:

¿Quién iba a suponerle capaz de llegar a este extremo?

REY:

¿Es que no le conocéis acaso? ¡Ese potro sin freno…!

PACHECO:

Tampoco imaginábamos que tú pudieras estar tan ignorante de la situación.

REY:

Desde que se nos hizo imposible vivir juntos, apenas le veo ni cambio con él una palabra.

PACHECO:

Pero es el comentario del país entero.

ALVAR:

Ellos mismos no se cuidan de guardar el menor recato.

COELLO:

Y el escándalo ya has visto que corre de boca en boca por mesones y caminos.

REY:

Siempre es lo mismo: cuando se trata de una esposa, todos lo saben menos el marido; cuando es un hijo, todos lo saben menos el padre. ¿De manera que otra vez esa mujer? ¿No le bastó ser desterrada de la corte?

MAESTRE:

Perdón, pero ahora no es ella la que ha faltado a su destierro; es la corte la que ha venido a Coímbra. ¡A las puertas de su misma casa!

REY:

¿Con que ésa era la choza de pastores donde estaba herido? ¿No podía siquiera esconder lejos sus caprichos y cumplir públicamente sus deberes?

MAESTRE:

Ojalá no fuera más que un capricho. Desdichadamente, es una pasión.

REY:

¡Un príncipe no tiene derecho a sus pasiones!

PACHECO:

Todavía ayer fuimos a verle en un último esfuerzo para ahorrarte este momento, pero todo inútil.

ALVAR:

Ni súplicas ni amenazas valen nada con él.

COELLO:

Esa mujer lo tiene tan ciego que por ella sería capaz de todo: de lo mejor y de lo peor. Son sus propias palabras.

REY:

Ah, ¿entonces es un desafío? Perfectamente. Donde terminan las razones empiezan las órdenes. Maestre: esta misma tarde, antes que caiga el sol, mi hijo besará aquí de rodillas la mano de la infanta. Tú respondes por él.

TELÓN.