Capítulo 8
Por suerte, gracias a Jack y a sus otros compañeros, a Ágata las horas en el trabajo se le pasaban muy rápido, y apenas veía a Gabriel. Por otra parte, cuando lo veía, él estaba tan distante y arisco que incluso era preferible no verlo. Lo echaba mucho de menos; echaba de menos sus conversaciones, sus sonrisas...
Ya hacía algo más de una semana de la noche fatídica, del «error», y Ágata llegó a la conclusión de que no podían seguir así. Era absurdo. Parecían dos novios de instituto. Era una situación ridícula y muy incómoda.
Incluso sus amigos se habían dado cuenta, y a ella empezaban a agotársele las excusas para justificar que ella y Gabriel ya no salieran tanto juntos. Después de varias noches sin dormir y de un montón de llamadas a su madre, decidió que lo mejor sería que se buscase un piso donde pasar el tiempo que le quedaba en Londres. Al menos así podría estar tranquila y, si tenía suerte, tal vez lograra olvidarse de Gabriel.
Con esa idea en mente, empezó una nueva semana. El lunes, justo antes de que dieran las cinco, Jack apareció por encima de su cubículo.
—Ya es hora de salir. Vamos, apaga el ordenador. No te olvides de que soy tu jefe y tienes que hacerme caso —añadió sonriendo—. ¿Esperas a que venga Gab o quieres que te acompañe yo?
—La verdad es que he quedado con Anthony.
—¿Ah, sí?
—Sí, me ha llamado antes para invitarme al cine y hemos quedado allí dentro de media hora. —Mientras hablaba con él, Ágata apagó su ordenador y recogió el bolso del suelo.
—¿Qué película vais a ver?
—No sé, ya sabes cómo es Anthony. No ha querido decírmelo porque es una sorpresa. En fin, mañana te cuento. Gracias por ofrecerte a acompañarme, Jack, pero como ves, no hace falta.
—De nada. ¿Sabe Gabriel que vas a llegar tarde a casa? —le preguntó Jack levantando una ceja.
—No, no lo sabe. Pero no te preocupes, no creo que le importe.
Jack y Ágata estaban de pie ante el ascensor cuando las puertas se abrieron, y dentro vieron a Gabriel. Llevaba las gafas, señal de que estaba muy cansado, e iba cargado de papeles.
—Jack, suerte que te encuentro. ¿Podrías decirme por qué las fotografías del reportaje de China no son las que tú y yo decidimos y por qué la portada de este mes es tan horrible? Creía que todo había quedado claro.
—Gabriel, estaré encantado de hablar contigo. La verdad es que llevo todo el día persiguiéndote para hacerlo. ¿Te acuerdas de que esta mañana habíamos quedado?
—Ah, lo siento, he tenido un día horrible. ¿Podemos hablar ahora?
—Por supuesto, tú eres el jefe —respondió Jack mirando a Ágata, que aún esperaba para entrar en el ascensor.
—¡Ágata! —esclamó Gabriel sonrojado—. No te había visto.
—Tranquilo, no pasa nada. ¿Ves como tenía razón? —añadió ella mirando a Jack—. En fin, me voy. Hasta mañana.
Entró en el ascensor y pulsó el botón para que las puertas se cerrasen. No tenía ganas de estar junto a aquel frío energúmeno ni un minuto más del necesario.
—Jack, ¿sobre qué tenía razón Ágata?
—Sobre ti. Dice que últimamente no te importa demasiado nada de lo que hace. Pasa, sentémonos y a ver si de una vez nos aclaramos con lo de este reportaje.
—No sé, a lo mejor podríamos dejarlo para mañana, así me voy a casa con Ágata.
—Ah... Ágata no va hacia tu casa, ha quedado con Anthony para ir al cine. —En ese mismo instante, Jack vio cómo la cara de Gabriel pasaba de la sorpresa al enfado en un tiempo récord.
—¿Al cine? ¿Con Anthony? ¿Solos? —Al ver que Jack no contestaba, añadió fingiendo indiferencia—: Bueno, pues espero que les guste la película. ¿Miramos las fotografías de China de una vez o esperamos a que ellas solas decidan cuáles van en el reportaje? —Gabriel empezó a mover las carpetas y a refunfuñar.
—Yo ya estoy listo. Pásame las carpetas antes de que las rompas. —Jack intentó no reírse, y empezó a escoger las fotografías.
Cuando Ágata llegó al cine, Anthony la estaba esperando en la puerta con las entradas en la mano. Como ya era habitual en él, la saludó con dos besos y entraron corriendo a la sala, pues la sesión estaba a punto de empezar. Unas dos horas más tarde, cuando las luces se encendieron, Ágata estaba mucho más contenta y relajada, aunque la película había sido horrible. Anthony había escogido una comedia malísima, pero él no había parado de hacer comentarios en voz baja para que ella se riera. Pocos minutos después de aparecer los primeros créditos en la pantalla, Anthony se había sacado del bolsillo de la chaqueta una bolsa llena de regaliz, el favorito de Ágata. Salieron del cine aún riéndose y él la invitó a comer una pizza en un pequeño restaurante que había cerca, uno de esos sitios donde las venden en porciones.
—No puedo creer que me hayas invitado a ver esa película tan mala. ¿Se puede saber en qué estabas pensando al comprar las entradas? —le preguntó Ágata sonriendo.
—Está bien, voy a confesarte la verdad. —Se limpió las manos con la servilleta—. Cuando has aceptado salir conmigo me he quedado tan sorprendido, que he tenido que improvisar. —Al ver que ella se sonrojaba añadió—: Vamos, no disimules. ¿Gabriel y tú os habéis peleado?
—¿Por qué lo preguntas? —Ágata no quería que ninguno de sus amigos supiera lo que había pasado entre ellos. Acabara como acabara su relación con Gabriel, ellos eran amigos de él desde hacía muchos años, y ella no quería dañar esa amistad.
—Vamos, desde que llegaste te habré pedido unas cien veces que salieras conmigo, y hasta hoy nunca habías aceptado.
—Eso no es verdad —replicó ella—. Nos vemos casi cada fin de semana.
—Ya, pero con los demás. —Al ver que ella iba a interrumpirlo de nuevo, levantó la mano para detenerla—. La única vez que hemos quedado solos, aparte de hoy, fue ese domingo por la mañana que me llamaste para pasear por Hyde Park, y creo que en todas las horas que estuvimos allí dijiste tres palabras. Las conté, fueron «hola», «Anthony» y «adiós».
—Lo siento —dijo Ágata avergonzada—. Esa mañana no me encontraba muy bien.
—Tranquila. Me gustó pasear contigo.
Ágata levantó una ceja, incrédula.
—De acuerdo, no me gustó —reconoció Anthony sonriendo—, pero me alegra ver que hoy ha sido distinto. Lo he pasado muy bien. —Le cogió la mano que tenía apoyada encima de la mesa—. Ágata, no es ningún secreto que creo que eres muy atractiva, ni que en otras circunstancias me gustaría que fuéramos algo más que amigos.
—¿Qué circunstancias? —preguntó ella.
—Si Gabriel y tú no os estuvierais empezando a enamorar el uno del otro —contestó él sin inmutarse—. No intentes negarlo. Todo el mundo cree que nunca me entero de nada porque siempre estoy bromeando, pero la verdad es que siempre he sido el primero en saber cuándo uno de mis amigos está pasando por un mal trago o si, como en este caso, está enamorado. A Gabriel se le nota a la legua.
—Pues lo notarás tú, porque yo...
—Ágata, tendrías que ver la cara que pone cada vez que te digo un piropo. En ocasiones he llegado a temer por mi integridad física. Y cuando te doy dos besos, su expresión es realmente cómica.
Ágata no sabía qué decir, pero como era obvio que no podía mentirle a Anthony, optó por ser sincera. Ella no tenía a nadie con quien hablar sobre esas cosas allí en Londres y con Anthony siempre había notado que había una química especial, como la que tenía con sus hermanos.
—¿De verdad?
—De verdad. —Anthony siguió cogiéndole la mano—. Mira, me gusta mucho estar contigo, creo que lo pasamos muy bien juntos, ¿tú no?
—Sí, yo también lo paso muy bien contigo.
—Gracias. Para mí es toda una novedad quedar con una chica sólo para charlar y reírme un rato, así que quiero que sepas que me encantaría que nos siguiéramos viendo.
—A mí también. Además, así puedo hablar con alguien sobre Gabriel. —Ahora que Ágata no tenía que disimular, estaba aún más contenta.
—Claro, será un placer torturar un poco al bueno de Gab. —Anthony sonrió—. Siempre he pensado que debería aprender a relajarse, y me encanta verlo sufrir por una chica. Aunque espero que ese sufrimiento no sea en vano, Gabriel se merece ser feliz.
—Ya lo sé. —Ágata dio un último sorbo a su bebida—. Bueno, ahora que ya conoces mi más oscuro secreto, ¿por qué no me cuentas algo sobre tu última conquista? Tal vez podríamos intercambiar consejos; tú me enseñas a volver loco a Gabriel y yo te desvelo los misterios de la mente femenina.
Anthony se rió y, tras pagar la cuenta, acompañó a Ágata a su casa. De camino, ella le contó que tenía intención de buscar un piso, y él se ofreció a ayudarla; le dijo que le parecía muy buena idea y que tal vez así Gabriel reaccionaría. Cuando llegaron al portal, se despidieron con un abrazo, y Anthony, como de costumbre, le dio su par de besos. Ágata sonrió y entró. Estaba contenta. Después de casi dos semanas pésimas, ese día todo había empezado a cambiar; tenía un amigo con quien poder reír y hablar sobre Gabriel, y buscar piso ya no le parecía tan horrible. Al día siguiente mismo empezaría a hojear los anuncios de los periódicos.
Gabriel salió de la revista a las ocho, unas tres horas después de que Ágata se hubiese ido. Esperaba que le hubiera gustado película. Y una mierda; si era sincero esperaba que la película hubiese sido horrible, que Anthony la hubiera dejado tirada y que... Nada, lo que de verdad quería era haber sido él quien fuera al cine con ella. Con ese pensamiento, dobló la esquina que había justo antes de llegar a su casa y se quedó helado. Delante del portal estaban Ágata y Anthony abrazados. Gabriel cerró los ojos y se dio media vuelta: si se daban un beso no quería verlo, no se veía capaz de soportarlo. Sin pensar lo que hacía, empezó a andar en sentido contrario. Caminó sin rumbo durante más de una hora y, por más que lo intentaba, no podía quitarse de la mente la imagen de Ágata y Anthony abrazándose. ¿La habría besado? Él lo habría hecho, pero si Anthony se había atrevido a tocarle un solo pelo de la cabeza, iba a tener problemas.
Pero ¿qué estaba diciendo? Él no tenía ningún derecho a pensar esas cosas, al fin y al cabo eso era exactamente lo que pretendía, ¿o no? Sí, sí lo era. Él no quería tener una relación con Ágata, sólo quería que fueran amigos. Claro que una parte muy egoísta de él deseaba que ella no saliera con nadie durante los meses que le quedaban en Londres. Gabriel se dio cuenta entonces de que la echaba de menos, echaba de menos las charlas, los paseos. En las últimas casi dos semanas, él la había estado evitando y, al hacerlo, había eliminado la mejor parte del día. Desde aquella noche, él y Ágata apenas se habían visto; él se había concentrado en su trabajo y ella había empezado a salir a solas con sus amigos. Gabriel sabía que a menudo quedaba con Amanda y con otras compañeras del trabajo, y eso nunca le había preocupado, pero quedar con Anthony ya era otra cosa. No es que estuviera celoso, para nada. Pero él conocía muy bien a su amigo, sabía que era un seductor y no quería que le hiciera daño a Ágata. Eso era lo único que le preocupaba.
Gabriel se detuvo en seco en medio de la calle como si hubiera descubierto algo importante. Ya estaba. Por fin sabía lo que tenía que hacer; tenía que recuperar su amistad con Ágata, quería que volviera a sonreírle y quería volver a charlar con ella hasta las tantas. Aprovecharía una de esas charlas para advertirle sobre Anthony, y seguro que entonces todo volvería a la normalidad. Lo único que tenía que hacer era asegurarse de no tocarla de nuevo. Ya sabía lo que pasaría si lo hacía, y no quería arriesgarse a eso. Era valiente, pero no tanto; y con este último pensamiento, tomó el camino de regreso a su piso.
Ágata se puso el pijama y decidió que leería un rato. No tenía sueño y a lo mejor así podía esperar a que Gabriel llegara y empezar a poner en práctica los consejos que Anthony le había dado. Según él, Gabriel se pasaba la mano por el pelo siempre que ella se mordía el labio, y eso era señal de que se ponía muy nervioso. Ágata se estaba preparando un té cuando sonó el teléfono. No tuvo tiempo de dejar la tetera encima de la mesa antes de que el contestador ya respondía a la llamada.
—Gab, «cari», ¿estás ahí? —Era Monique. Ágata se quedó helada. Según Gabriel, hacía más de tres meses que no la veía—. Supongo que no. —Soltó una risa tonta—. Te llamaba para decirte que he encontrado esa bufanda tuya que tanto te gusta detrás de mi sofá. —Hizo una pausa dramática y continuó—. Si quieres recuperarla, ya sabes donde estoy. Ciao.
Ágata estaba tan furiosa que temió romper el asa de la taza que aún sujetaba entre los dedos. Intentó serenarse. Si analizaba con calma el mensaje de Monique, podía darse cuenta de que nada implicaba que Gabriel hubiera estado con ella. Esa bufanda, si en realidad existía, podía haber estado allí desde mucho antes de que ella llegara a Londres. Pero Ágata estaba tan enfadada que no era capaz de pensar. Dejó la taza y se sentó en una de las sillas que había en la cocina. Ahora lo veía todo claro: Gabriel no quería tener nada con ella. A él sólo le interesaban las mujeres como Monique, mujeres que utilizaban una excusa tan cutre como una bufanda perdida para llamar su atención. Y pensar que había echado de menos sus conversaciones... Era obvio que para él eso no significaba nada. El muy cretino le había mentido. Dios, y ella que se había creído todo ese rollo sobre lo de encontrar a alguien especial. Ágata se dio cuenta de que ya no podía seguir en ese piso; una cosa era que él no quisiera ser su pareja y otra muy distinta, y mucho más dolorosa, era que él le hubiese mentido, que se hubiera burlado de ella. Por extraño que pareciera, Ágata no derramó ni una sola lágrima, y sin pensar en lo tarde que era, descolgó el teléfono y llamó a Anthony.
—¿Sí? —respondió éste con voz soñolienta.
—¿Decías en serio lo de ayudarme a buscar piso? —preguntó ella sin disculparse siquiera.
—¿Ágata? —Anthony se despertó de golpe y encendió la luz de su habitación para asegurarse de que no estaba soñando—. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?
—Claro que estoy bien. —Respiró hondo—. Y no, no ha pasado nada.
—Ya. —Anthony era perfectamente capaz de distinguir el dolor que se escondía en las palabras de Ágata—. Vamos, cuéntamelo.
—Ha llamado Monique.
—¿Monique? —Eso era mucho peor de lo que imaginaba—. ¿Y qué quería? Hace mucho que no se ven.
—Seguro. —Ágata estaba convencida de que Anthony intentaba encubrir a su amigo para cumplir con la solidaridad masculina y todas esas chorradas.
—Te lo juro. —Movió la almohada para estar más cómodo—. Y bien, ¿qué quería?
—Devolverle una bufanda.
—Ágata, piénsalo bien, casi estamos en junio. Nadie lleva bufanda en esta época; ni siquiera el estirado de Gab.
Ágata tuvo que reconocer que en eso tenía razón.
—Da igual. Esa llamada ha sido sólo un aviso —replicó Ágata enigmática.
—¿Un aviso de qué? —Nunca lograría entender a las mujeres.
—De que si me quedo aquí acabaré pasándolo muy mal. —Respiró hondo de nuevo—. ¿Vas a ayudarme?
—Claro que sí. Te ayudaré, y no sólo con lo del piso. —Anthony siempre había pensado que Gabriel era un hombre muy inteligente, pero empezaba a tener serias dudas al respecto.
—Gracias. —Ágata comenzó a recuperar la calma, pero al ver la hora que era se sobresaltó—. Dios mío, Anthony, es tardísimo.
—Ya lo sé. —Bostezó—. Deberías acostarte.
—Siento haberte despertado —se disculpó Ágata.
—No pasa nada. Para eso están los amigos. Buenas noches. —Anthony colgó antes de que ella pudiera desearle lo mismo.
Ágata se quedó en la cocina unos minutos más. Lavó la tetera y la taza que había ensuciado para nada y, cuando estaba a punto de apagar la luz, oyó cómo se abría la puerta del piso.
—¿Ágata? —Gabriel entró en la cocina—. ¿Aún estás despierta?
—Sí —respondió ella escueta—. Me he preparado un té, pero me temo que no puedo ofrecerte. Acabo de tirarlo todo.
—No te preocupes. —¿Eran imaginaciones suyas o Ágata estaba más seria que de costumbre?—. Lo único que tengo ganas de hacer es acostarme.
Ágata estuvo tentada de preguntarle si solo o con Monique, pero se mordió la lengua.
—Me voy a mi cuarto —dijo ella antes de darle la espalda y echar a andar—. Buenas noches.
Gabriel le colocó una mano en el hombro y la detuvo.
—No creo que puedas dormir si acabas de beberte una taza de té —comentó con una tímida sonrisa en los labios—. ¿Por qué no te quedas aquí conmigo a charlar un rato? Me gustaría hablar contigo sobre Anthony.
—El té lo he tirado —respondió ella apartando la mano de él—, así que no creo que tenga problemas para dormir. Y sobre Anthony no tienes nada que decir. No es asunto tuyo. —Lo miró a los ojos e, imitando su sonrisa, añadió—: Y si quieres «charlar» con alguien llama a Monique. Ella estará encantada de hablar contigo. —Al ver que Gabriel la miraba atónito, continuó—: Ha llamado hace un rato, «cari».
Cuando Gabriel reaccionó, Ágata ya se había encerrado en su habitación. Fue hacia el contestador y escuchó el mensaje de Monique. El calificativo que utilizó sonaba fatal. Arreglar eso iba a ser más difícil de lo que creía.