VOLAVERUNT
Al principio, nadie sabía lo que era un Volaverunt.
Actualmente es difícil imaginar el mundo sin él, pero lo cierto es que hace menos de cincuenta años que se tiene constancia de su existencia.
En realidad, al principio, lo único que hubo fue una filmación, que se emitió simultáneamente en todas las cadenas de todos los países del mundo, el 13 de mayo de 2009…, la fecha del primer Volaverunt.
Wikipedia.org, año 2067
La mañana del 13 de mayo de 2009 no se habría distinguido de cualquier otra mañana de sábado pese a que estaba destinada a quedar registrada para siempre en los anales de la historia.
Las familias de toda Europa se levantaban, como siempre, preparadas para vivir la rutina de un sábado más. La gente despertaba perezosamente en sus camas, preparaba su desayuno como solía hacer, y se sentaba a ver la televisión mientras tomaba un café.
En América eran las 20.00; la gente cenaba después de un sábado de reposo y tranquilidad… y también miraba la televisión.
Pero, exactamente a las 12.00 según el meridiano de Greenwich, todos los televisores y canales del mundo emitieron, simultáneamente, la misma extraña e inexplicable escena: dos pies, enfundados en sendas botas blancas que caminaban con paso firme sobre un terreno rocoso.
Las personas, en sus casas, se miraban extrañadas e indignadas. Los niños pedían a gritos que les volvieran a poner sus dibujos. Sin embargo, en el televisor, las botas seguían caminando, inexorables.
Al cabo de unos momentos la escena cambió ligeramente de ángulo y el mundo descubrió centenares de botas que caminaban tras las primeras.
La cámara fue ascendiendo lentamente, alejándose, hasta revelar unas quinientas personas vestidas completamente de blanco. Caminaban en grupos, hilera tras hilera, y delante de todos ellos iba un solo hombre.
Se hallaban en un gran descampado, y avanzaban a paso regular hacia un enorme desfiladero que se extendía delante de ellos (y que algunos expertos, en sus casas, supieron identificar como el cañón del río Blyde, de Sudáfrica).
De repente, el hombre que iba en cabeza se paró en seco, y todas las personas detrás de él le imitaron inmediatamente.
Alrededor del mundo, las líneas de teléfono se colapsaban: millares de personas llamaban a sus conocidos para preguntarles qué estaba ocurriendo, solo para descubrir que se encontraban tan confusos como ellos mismos.
Y mientras, en el televisor, la cámara enfocó unos instantes al hombre que encabezaba aquella singular formación: un hombre cualquiera, también vestido de blanco, sin ningún rasgo particular que le hiciera destacar de los demás… y cuyos ojos azules miraban inquietos aquella multitud de blanco que le seguía. En contraste con las miradas de sus seguidores, llenas de firme resolución, la de aquel hombre reflejaba inseguridad…, ¿tal vez incluso miedo?
De repente, aquel hombre se giró de espaldas a la gente que le seguía y empezó a correr a toda velocidad en dirección al precipicio; y automáticamente las quinientas personas, sin excepción, empezaron a correr con él.
La gente de todo el mundo dejó de hablar por teléfono para contemplar, con la boca abierta, el espectáculo que se desarrollaba en las pantallas de sus televisores. Un espectáculo escalofriante pero bello al mismo tiempo: sin dejar de correr hacia el desfiladero, las personas fueron disponiéndose en una extraña formación, parecida en cierto modo a la forma de un pájaro.
Y, tal como mucha gente ya empezaba a temer, el hombre que encabezaba la marcha llegó al borde del cañón, sin dejar de correr… y saltó. Y detrás, todas y cada una de las personas saltaron con él, manteniendo todavía aquella extraña formación de pájaro.
Conteniendo la respiración, niños y adultos vieron como aquellas misteriosas figuras vestidas de blanco se cogían de las manos en el aire, en pleno salto, mientras se acercaban vertiginosamente al suelo. Entonces el último hombre saltó al vacío, uniéndose a aquella increíble pero mortal formación aérea… y algo ocurrió.
No fue un cambio drástico. Fue algo sutil, tan sutil como cuando miras uno de aquellos dibujos formados por decenas de imágenes y, de pronto, te das cuenta de que todas juntas forman la cara de un personaje famoso.
De alguna forma, inexplicablemente, el mundo comprendió que lo que caía por el precipicio ya no eran quinientas personas. Era un ave enorme, compleja, pero simple y perfecta a la vez. Y cuando ya se encontraba a unos 50 metros del suelo, aquella ave (aquellas quinientas personas) movió sus alas lenta, grácilmente… y se elevó, surcando el viento por encima del cañón del río Blyde, desafiando todo lo que el mundo había conocido hasta entonces.
La gente siguió contemplando el televisor, atónita, aun cuando el pájaro ya era solo un punto en el horizonte. La humanidad acababa de presenciar el primer Volaverunt de la historia.
Es difícil discernir con exactitud quién inventó el nombre Volaverunt, aunque es fácil suponer su conexión con el verbo latín volarunt, «ellos volaron».
Fuese cual fuese su origen, este fue el nombre que acabó estableciéndose globalmente unas semanas después del 13 de mayo de 2009.
Tras la primera aparición en la televisión mundial, numerosos gobiernos iniciaron planes para localizar e investigar aquel suceso que había trastornado el mundo. ¿Cómo era posible que unos desconocidos se hubieran apoderado, durante 20 minutos, de todas las emisiones de televisión de la Tierra? ¿Qué intenciones tenía esta misteriosa organización de hombres y mujeres vestidos de blanco?
Wikipedia.org, año 2067
En algún lugar de Nueva York, tres hombres conversaban sentados en las escaleras de un portal.
—¿Creías que provocaría un escándalo tan enorme? —preguntó uno.
—Era posible…, al fin y al cabo, eso es lo que queríamos, ¿no? —dijo el otro, sonriendo.
El tercer hombre permanecía callado, mirando a sus dos compañeros con unos pensativos ojos azules.
—Recordad —dijo, cuando al fin se decidió a hablar— que ahora es cuando debemos ser más cuidadosos. Todos estamos orgullosos de haber logrado realizar el vuelo, pero aún estamos muy lejos del verdadero objetivo.
Hablaba lentamente, con un volumen algo más bajo de lo común, que hacía necesario que los demás callaran para oír sus palabras.
—Por supuesto…, todos sabemos que lo más importante es no llamar la atención. Puedes descansar tranquilo, nadie hará ninguna tontería. ¿Has decidido ya cuál será la fecha del segundo vuelo?
—Todavía no he decidido la fecha…, pero sí que conozco el lugar.
Y les murmuró algo en voz baja a sus dos interlocutores, que le miraron incrédulos.
—Allí estaremos —le aseguraron sus compañeros, tras un momento de vacilación.
—Gracias —dijo simplemente el hombre de ojos azules, antes de desaparecer por una de las incontables avenidas de Nueva York.
Alrededor del mundo surgieron muchos individuos afirmando conocer la verdad acerca del Volaverunt, o desmintiéndolo. Algunos afirmaban que era una señal de Dios, y otros que todo era un sofisticado montaje.
Todos se equivocaban, pues nadie supo la verdad hasta el 3 de junio de 2009, el día del segundo Volaverunt.
Wikipedia.org, año 2067
Todo estaba dispuesto. Todos estaban preparados. Sus ojos azules repasaron las hileras de personas una vez más, dudando. De nuevo, no pudo evitar pensar que no era justo que toda esta responsabilidad recayera sobre él. Quinientas nueve personas iban a arriesgar su vida una vez más. Todas ellas creían que saldría bien, pero ¿cómo podían saberlo? ¿Por qué todos parecían tener mucha más confianza en el éxito que él mismo? Tal vez porque él era el único que podía entender realmente cómo funcionaba el Volaverunt… y lo delicado que era, lo fatal que podía ser un error.
Luchó por apartar de su mente estos pensamientos y se concentró en la titánica tarea que iban a realizar. Con un pequeño gesto de cabeza la grabación empezó y, por segunda vez, en todos los televisores del mundo aparecieron quinientas personas vestidas totalmente de blanco.
Aunque habían transcurrido veintiún días desde el primer Volaverunt, el mundo todavía no lo había olvidado, y en esta ocasión hicieron falta menos de tres minutos para que las líneas telefónicas se colapsaran.
Como la primera vez, la cámara fue alejándose, hasta que muchas personas comprendieron dónde se desarrollaba la acción esta vez: delante de la multitud de blanco se extendía la fisura más profunda del valle del Rift, situada en la República Democrática del Congo.
De nuevo, el hombre que iba en cabeza empezó a correr hacia la fisura, mientras las quinientas personas corrían detrás de él, colocándose con precisión quirúrgica en la misma formación de la última vez. Al cabo de unos minutos llegaron al borde y empezaron a saltar, hasta que el último hombre se hubo perdido en las profundidades.
Transcurrieron unos segundos de silencio sepulcral, que a muchos les parecieron horas: el viento silbaba alrededor de la cámara, y la gente, en sus casas, se miraba inquieta, sin atreverse a hablar y romper el tenso silencio.
Hasta que, finalmente, el mismo pájaro de la otra vez emergió majestuosamente de las profundidades, remontando el vuelo y dirigiéndose hacia el oeste.
Con la diferencia de que, esta vez, la grabación no terminó ahí: la imagen de la cámara cambió súbitamente, y todo el mundo contempló, atónito, la nueva visión que se les ofrecía. Se trataba de una cámara situada en el propio pájaro, probablemente transportada por alguna de las personas que formaban parte de aquella misteriosa unión capaz de volar. El terreno discurría velozmente por debajo, y al poco rato se divisaron pequeñas siluetas al nivel del suelo.
El pájaro descendió para acercarse a ellas, y las siluetas se convirtieron en niños. Los niños miraban hacia arriba, con la boca abierta, sin comprender qué era aquel pájaro blanco que se abalanzaba sobre ellos. La cámara enfocó más directamente a los niños, y personas de todo el mundo se estremecieron desde sus casas: se trataba de niños soldados, de apenas doce años, entrenados para matar en la interminable guerra que se desarrollaba en la República Democrática del Congo. El gran pájaro cayó en picado, pasando a menos de diez metros sobre sus cabezas y remontando el vuelo a continuación. El ave siguió avanzando, grabándolo todo desde cerca: destrucción, muerte, ruinas, decadencia, sangre…
Transcurridos unos minutos, el ave llegó a una gran planicie desértica, donde empezó a descender. El suelo se acercó vertiginosamente a la cámara, hasta que el pájaro tocó el suelo y se descompuso en quinientos fragmentos: quinientos hombres y mujeres que corrían impulsados por la gran inercia del pájaro y que fueron frenando poco a poco al encontrarse separados. El hombre de ojos azules, que había ido en cabeza en ambas ocasiones, se acercó a la cámara y la sujetó él mismo antes de hablar.
—Somos los ojos de la humanidad —dijo lentamente—. Mi nombre, nuestro nombre, no tiene importancia. No pedimos nada, ni damos nada que no puedan daros vuestros ojos. No tenemos símbolos, ni banderas, ni himnos, pues los ojos no aportan nada más que la visión. No damos nuestra opinión, pues los ojos no opinan. Nuestra única finalidad es transmitir aquello que todos veis: el mundo. En muchas ocasiones a lo largo de la historia, algunos individuos han logrado cerrar los ojos de los demás, pero esto no volverá a suceder jamás: no pueden cerrarse los ojos de toda la humanidad —y, tras unos instantes de vacilación, añadió—: Por ahora ya no tenemos nada más que decir…, al fin y al cabo, no somos más que ojos —y así dio por terminado el discurso, a la vez que desconectaba la cámara.
Durante los días que siguieron al segundo Volaverunt, los medios de comunicación se vieron inundados por toda clase de información referente a la guerra de la República del Congo, procedente de fuentes desconocidas: los nombres concretos de las compañías exportadoras de armas, sus cuentas bancarias, los lugares, fechas, hora y modo en que se traficaban las armas, los centros de reclutamiento de niños soldados, sus nombres, los responsables de su condición... Toda la información, hasta el más mínimo detalle, fue puesta a disposición de cada periódico o cadena de televisión, y apareció en incontables páginas de internet; la grabación del Volaverunt también circuló por todos los medios, y, por encima de todo, fue la gente la que reaccionó: tenían el deseo y los medios para acabar con el conflicto, y la mayoría de los gobiernos e instituciones del mundo se vieron obligados a tomar parte activa y ayudar a solucionarlo.
Este fue el inicio de la muy comentada Revolución Humanitaria, que actualmente ya se sitúa al nivel de la Revolución Agrícola o la Revolución Industrial, y que jamás habría podido producirse sin la existencia de los Volaverunt, ni de su creador.
Incluso hoy, sabemos muy poco sobre el misterioso creador de los Volaverunt. No existen referencias de su infancia, ni se sabe de nadie que le conociera de joven. Desconocemos su familia, su país de origen, sus estudios…, los únicos datos que tenemos sobre él proceden de los años comprendidos entre el 2004 (la fecha en que empezó a entrenar gente para el primer Volaverunt) y el 2010, el año de su misteriosa desaparición.
Wikipedia.org, año 2067
Los últimos años habían pasado tan deprisa…, especialmente el último, no solo por la intensa práctica previa que requería cada Volaverunt, sino también por la cantidad de tiempo empleado en divulgar la detallada información que el mundo esperaba después de cada vuelo.
Pero al final había llegado el momento, él lo sabía, y era imposible atrasarlo.
Ahora mismo, lo que más le pesaba en la conciencia eran las miradas de sus dos compañeros, que le habrían seguido fielmente al infierno pero que ahora le miraban con cara de incredulidad, casi como si se sintieran traicionados.
—Pero…, pero ¿por qué…? —murmuró uno, mirándole fijamente.
—Sé que puede parecer duro…, pero, creedme, es necesario. Sé que lo lograreis, incluso sin mí.
—No lo entiendo…, ¿es que hemos…?
—No, amigo mío. Nadie lo habría hecho mejor que vosotros dos. Simplemente…, ya no me necesitáis: estamos preparando nuevos voluntarios para formar parte de los Volaverunt; hemos creado instituciones encargadas de solucionar los conflictos que señalamos al mundo. En un futuro no muy lejano, recibiréis los frutos de vuestro trabajo: un mundo en paz. Y, por encima de todo, ya habéis aprendido a dirigir un Volaverunt.
—Cierto, lo hemos aprendido…, pero no alcanzamos a entender ni una décima parte de lo que tú comprendes. Tú los creaste…, nosotros jamás habríamos podido hacer algo así.
Él los miró apenados, con aquellos ojos azules que siempre habían reflejado su inseguridad… pese a las grandes hazañas que había logrado.
—Lo sé…, tampoco es fácil para mí. Pero en realidad no necesitáis comprender los Volaverunt, solo os hace falta la capacidad de controlarlos, y eso ya os lo he enseñado. No intento justificarme: pensad de mí lo que queráis. Solo quería decir adiós a dos buenos amigos, antes de…, antes de marcharme —terminó, tras una pequeña vacilación.
Ambos le miraron, sin nada que decir. En realidad, no había nada más que decir.
—¿Qué hora es ahora? —preguntó mientras se levantaba.
—Las 14.15 —le respondieron al cabo de un momento.
—Gracias —dijo, y estas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer, esta vez para siempre, en una de las incontables avenidas de la ciudad.
Un hombre de ojos azules y mirada insegura caminaba por las calles de Nueva York ensimismado en sus pensamientos.
Nadie se fijaba en él, pues no tenía ningún rasgo en particular.
Aquel hombre pensaba, distraídamente, en las minúsculas moléculas, en cómo habían necesitado, en su día, un pequeño empujón para avanzar un poco más.
También le vinieron a la mente las bacterias, formadas por una única célula: soberbias, magníficas, pero todavía les faltaba algo…, otro pequeño empujón, que les permitió alcanzar la condición de organismos pluricelulares.
Más tarde llegaron los primeros seres acuáticos, que nunca habrían conseguido salir del agua; los diminutos mamíferos, incapaces de sobrevivir en una Tierra de dinosaurios; los homínidos, rodeados de depredadores que los habrían condenado a la extinción… y en cada ocasión, él había estado allí para ayudar.
Y aquel hombre siguió caminando, esperando. Esperando el día en que volvería a ser necesario… una vez más.