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Al llegar Sarah a su casa se dirigió a la gran habitación de la parte de atrás, que Lawrence llamaba, con énfasis, su estudio.

Él estaba allí, desembalando una pequeña estatua que había adquirido recientemente, obra de un joven artista francés.

—¿Qué te parece, Sarah? Bella, ¿verdad?

Sus dedos acariciaban con sensibilidad las líneas del cuerpo retorcido y desnudo.

Sarah se estremeció ligeramente, como recordando algo.

—Sí, bella… ¡pero obscena! —dijo frunciendo el ceño.

—Oh, vamos… es sorprendente ver que aún queda en ti algo de puritana, Sarah. Interesante que persista todavía.

—Esa figura es obscena.

—Ligeramente decadente, quizá… Pero muy inteligente. Y denota una elevada imaginación.

—Paul toma hashis, desde luego, lo que seguramente explica el espíritu de la figura.

Dejándola se volvió a Sarah.

—Estás de lo más en beauté, mi encantadora esposa, y alterada por algo. Las penas siempre te sientan bien.

—Acabo de tener un terrible altercado con mamá.

—No me digas. —Lawrence alzó las cejas, divertido—. ¡Qué cosa tan poco probable! Apenas puedo imaginármelo. La dulce Ann.

—¡Hoy no estaba tan dulce! Pero sí debo admitir que me he portado de modo bastante horrible con ella.

—Las disputas domésticas no son muy interesantes, Sarah. Vamos a no hablar de ellas.

—No pensaba hacerlo. Madre y yo hemos concluido… ése es el resumen. No. Quería hablarte de otra cosa. Creo que… voy a dejarte, Lawrence.

Steene no demostró ninguna reacción especial. Alzando las cejas murmuró:

—Creo, ¿sabes?, que sería muy poco inteligente de tu parte.

—Parece como si amenazaras.

—Oh, no… una ligera advertencia. ¿Y por qué vas a dejarme, Sarah? Mis esposas han solido hacerlo antes de ahora, pero tú no tienes motivos. Por ejemplo, yo no te he destrozado el corazón. Tú tienes muy poco corazón, por lo que a mí respecta, y sigues siendo…

—¿La favorita reinante?

—Si quieres explicarlo con ese símil oriental. Sí, Sarah, te encuentro perfecta, incluso con el deje puritano, que da como cierto encanto picante a nuestra… ¿cómo diré?, forma de vida pagana. Por cierto, la razón de mi primera mujer para abandonarme tampoco puede ser la tuya. Desaprobación moral mal podría ser tu principal acusación, si tenemos en cuenta todo.

—¿Qué importa por qué te dejo? ¡No finjas que te importa en realidad!

—¡Me importará mucho! En este momento eres mi posesión más codiciada… mejor que todas éstas.

Con un gesto amplio de la mano mostró el estudio.

—Me refería a… que tú no me quieres.

—La devoción romántica, como te dije una vez, nunca me ha atraído… ni dando ni recibiendo.

—La verdadera razón es que hay alguien más. Me marcho con él.

—¡Ah! ¿Y te dejas los pecados atrás?

—¿Quieres decir…?

—Me pregunto si va a ser tan fácil como crees. Has sido una discípula muy apta, Sarah… la corriente de la vida fluye con fuerza dentro de ti… ¿podrás renunciar a esas sensaciones… esos placeres… esas aventuras de los sentidos? Piensa en las veladas donde Mariana… recuerda Charcot y sus diversiones… No es tan fácil dejar todas esas cosas de lado, Sarah.

La joven le miró, y por un instante el miedo asomó a sus pupilas.

—Lo sé… lo sé… ¡pero se puede renunciar a todo!

—¿Se puede? Estás bastante metida en ello, Sarah…

—Pero saldré… tengo intención de salir.

Y dando media vuelta dejó rápidamente la habitación.

Lawrence dio un golpe a la estatua.

Estaba francamente fastidiado. Aún no se había cansado de Sarah. Dudaba de que alguna vez se cansara… era una criatura temperamental, capaz de resistir… de luchar… una criatura de una belleza encantadora. Una pieza de colección extremadamente rara.