7
DESDE MUCHAS HORAS ANTES, BLAKE Y SPARTA HABÍAN PERDIDO TODA NOCIÓN DEL TIEMPO, cautivos en el interior de aquella esfera de alienígenas cantores. Por su parte, éstos no parecían tener noción de ocasionar molestias a sus huéspedes. Su sentido del tiempo era totalmente distinto al de los humanos.
Lo que estaba sucediendo parecía no tener importancia, no obstante el continuo retorcimiento de aquellos cuerpos y el clamor de aquel cántico modulado sin cesar. Durante algún tiempo tuvo lugar un despliegue de imágenes en el centro de la esfera acuosa, con velos de color y franjas oscilantes de múltiples luces que se desplazaban en todas direcciones en grupos de minúsculos pólipos, con esquemas geométricos sumamente precisos pero incomprensibles para la mirada humana. Hubiera podido tomarse como el equivalente alienígena de un ballet acuático o de una comedia televisada o de un lanzamiento publicitario. Pero por más atención que prestasen, Blake y Sparta tan sólo entendían algunas palabras y frases aisladas de la cháchara que se oía a su alrededor. Aquél no era el vocabulario de la Cultura X como ellos lo habían aprendido, e incluso las palabras y las frases que podían reconocer sonaban extrañas a sus oídos.
Finalmente, Sparta dejó de esforzarse y se sumió en una especie de letargo.
Mientras permanecía en aquel estado de ensoñación, algunas palabras que había podido captar se unieron a las otras claves ambientales impresas en su conciencia. No quiso apresurar su trance porque no se trataba de una computación ni de un asomo de ello, sino de la búsqueda de un entendimiento más profundo.
Por fin despertó.
Esperó unos momentos sumida en el fluir y refluir del sonido que hacía vibrar las aguas a su alrededor. Luego, rechazando aquellos sonidos con toda la energía de que era capaz, dijo:
—Perdonadnos y escuchadnos.
Blake la miraba estupefacto.
Los alienígenas guardaron silencio. Y luego, de pronto, entonaron al unísono:
—Escuchemos a nuestros huéspedes.
—Honorables anfitriones —dijo Sparta—, somos vuestro futuro, contra el que debéis poner a prueba todo cuanto hagáis y decidáis aquí. No podemos amenazaros ni vamos a hacerlo. Pero debéis ayudarnos a comprender. Sólo así podemos lograr que vosotros también comprendáis.
Como si hubieran estado esperando aquellas palabras, que para ellos debieron sonar en un tono apacible aunque Sparta las pronunció con toda la fuerza de que era capaz, los seres natatorios las asimilaron sin dificultad y en seguida las repitieron y las amplificaron.
Siguió un nuevo titubeo momentáneo mientras sus observaciones eran parafraseadas y el eco las repetía hasta que cesaron definitivamente.
Blake miraba a Sparta con aire curioso, preguntándose qué habría imaginado ella que sucedería. Pero no quiso interrumpirla; ya se lo explicaría todo cuando hubiese acabado. Hacía mucho tiempo que estaba resignado a confiar en sus actos aun cuando le parecieran incomprensibles.
El coro restalló a su alrededor:
—¿Cómo podemos ayudaros a comprender?
—Mostradnos vuestra obra magna —respondió Sparta sin vacilar—. Contadnos vuestra historia.
—Esperad —fue la retumbante respuesta. Y su enorme eco se difundió como el mugido de una trompa marina.
Sparta se volvió hacia Blake.
—Eso que oímos ahora quizá suene como un coro entonando el Aleluya, pero en realidad es un combate que se libra desde hace ya bastante tiempo,
—¿Qué ocurre? —preguntó Blake.
—No estoy segura. Pero, sea lo que sea, tiene que ver con nosotros.
Un sector de la esfera viviente se replegó sobre sí misma y se abrió vomitando cuerpos semejantes a calamares. Una forma reluciente del tamaño de un dirigible se introdujo en esa abertura. El objeto tenía un enorme dosel hemisférico sutilmente policromo gracias a la interferencia de una fina película de ondas lumínicas que vibraba como una estremecida pompa de jabón, teñida con los colores de una madreperla. Bajo ella se ondulaba una falda de finos tentáculos y de membranas rojas, tenues como velos. Por encima, la nave estaba recubierta de ventanas en espiral y de proyecciones como de percebes. En su parte inferior, tentáculos y excrecencias carnosas removían el agua rítmica y pomposamente.
Blake observaba con atención.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Un animal o un submarino?
—Es una medusa —respondió Sparta.
—¿Como las que hay en Júpiter? —quiso saber Blake, incrédulo.
—Al menos, parecida a ellas —fue la respuesta de Sparta—. Creo que estamos a punto de averiguar cuál es el cometido de esta especie.
Como movidos por alguna señal invisible, docenas de alienígenas se arremolinaron alrededor de los humanos, tropezando entre sí y deslizándose pegados unos a otros como pececillos encerrados en un tanque de agua, aunque de un modo tan sutil y ligero que no daban la impresión de aglomerarse o de forcejear. Los humanos fueron diestramente conducidos hacia la parte inferior de la medusa, precisamente a su centro, allí donde en una auténtica medusa se hubieran encontrado la boca y el estómago.
Sin embargo, no fueron devorados. Los alienígenas dirigieron a sus huéspedes hacia el interior de la nave mediante miles de suavísimos impulsos de sus tentáculos. Era como encontrarse en el amable interior de un organismo enorme, amorfo y tenuemente iluminado.
—Me gustaría que nos permitieran verlo todo —indicó Blake.
—A mí, esto me parece familiar —observó Sparta—. Me recuerda a la nave-universo.
Se hallaban en una red de pasadizos que serpenteaban como formas orgánicas quizá vivas o acaso inertes. De pronto pasaron a una ampolla transparente, en la cima misma de la enorme cúpula, teniendo ante sí el movedizo océano.
—¿Qué es eso? ¿Un holograma?
—Es la realidad —repuso ella—, vista a través de una ventana inmaterial de un grosor de tan sólo unas moléculas.
Al parecer, aquella tronera diáfana soportaba la enorme presión del agua sin aparente esfuerzo. Dentro de la cámara translúcida a su vez, se movían dos o tres docenas de seres parecidos a calamares, de formas finísimas y elegantes, resplandeciendo en azul y anaranjado. Otros eran mayores, como masas verdes y cobrizas, y hacían vibrar el espacio acuoso con una variedad de sonidos multifónicos al hablar todos a un tiempo.
—Todo cuanto estáis viendo, todo menos el armónico océano salino, lo hemos transportado nosotros hasta aquí. Observad lo bien que trabajamos para cumplir el Mandato.
Blake y Sparta intercambiaron una mirada expectante. La medusa había empezado a moverse. Por los costados y hacia atrás sólo alcanzaban a ver los amplios velos levantándose y cayendo, impulsando a la nave con un suave deslizamiento hacia delante. La enorme bola de seres vivientes que los rodeaba se abrió y volvió a cerrarse tras ellos como si los expeliera y el ágil navío se introdujo con rapidez en unas aguas bénticas desprovistas de forma.
Elevándose desde la oscuridad del fondo surgió ante ellos una amplia barrera coralífera y, sin el menor ruido, la nave se introdujo en lo que parecía una bulliciosa calzada de libre circulación para peces; un pasaje entre muros de blancos esqueletos de coral recubiertos por capas de coral viviente y de un centenar de especies de erizos de mar y de estrellas escarlatas y rojas. Los camarones se movían danzando por entre las anémonas; los cangrejos tropezaban entre sí persiguiendo partículas flotantes; el agua, entre las paredes, estaba atestada de bandadas de brillantes peces a rayas. La nave discurría y giraba entre ellos sin el menor esfuerzo, siguiendo las caprichosas sinuosidades del pasillo.
—Observad —cantaron las criaturas que los rodeaban—. La armonía de esas miríadas de seres es espléndida y perfecta. La vida carbónica surge del fondo del mar y flota en las aguas. Por encima de nosotros, otra vida carbónica cubre la superficie de la tierra y surca el aire de los cielos. La delicada red está completa. Todos los elementos actúan en un dinámico equilibrio.
Llegaron a una laguna abierta. Flotillas de medusas reales palpitaban sobre ellos. El fondo se perdía en una oscuridad de un azul casi negro.
—Las criaturas que devoran la luz en las aguas profundas mueren y se hunden en el fondo marino, llevándose consigo su carbono. Los seres que se alimentan de luz en la tierra mueren asimismo y se descomponen, añadiendo su carbono al del suelo. Miríadas de seres se nutren de aquellos que consumen la luz, y se degluten entre sí. Así todos existen en una compleja armonía, como un reflejo de su lugar de origen.
Aquel cántico era un himno que parecía haber sido ensayado mil veces, desprovisto por completo de espontaneidad.
—Estos mares son bellísimos; pletóricos de vida —dijo Sparta produciendo con su pecho los chasquidos y chirridos adecuados, al tiempo que trataba de sonreír cautivadoramente, preguntándose qué impresión podía causar su sonrisa en aquellos seres.
Reaccionando ante una mirada de ella, Blake canturreó sonoramente acompañándole cuando añadió:
—Lo habéis hecho maravillosamente.
Pero cuando Sparta miró las aguas verdeazuladas, tan nítidas como las de los mares tropicales de la Tierra, se dijo que eran menos ricas en nutrientes de lo que lo sería un océano más frío y nebuloso, repleto de plancton. Sin embargo, aquéllas eran las latitudes más altas del planeta. Quizá los mares de Venus no fueran tan ricos en vida como sus anfitriones pretendían.
Como si quisiera cambiar el tema de sus mudos pensamientos, la nave se impulsó repentinamente hacia arriba; burbujas y medusas se esparcieron bajo la invisible cúpula y el hemisferio madreperla que la envolvía y emergieron a la superficie.
—¡Uuaaahuuuu! —exclamó Blake sin poder reprimir su sorpresa.
El agua se deslizaba desde la cúpula.
Las bulliciosas ondulaciones se retiraron bajo ellos y avanzaron por entre nubes espesas que se pegaban al exterior como gruesos copos de algodón gris. Incluso sumergidos en las aguas interiores de la nave, pudieron sentir su aceleración. Observando aquellas nubes, Sparta se preguntó qué se estaría fraguando allí.
Pensó que no todo el continente local parecía haberse alegrado con la llegada de la nave-universo o con la aparición de Blake y de ella. Pero aun así, ningún alienígena pareció demostrar sorpresa. Después de que se hubiera formado aquella gran concentración y de que ella pronunciara su breve discurso: «Honorables anfitriones; somos vuestro futuro...» pareció como si representaran un papel escrito para ella mucho, mucho tiempo atrás.
Supo entonces, sin el menor asomo de duda, qué era lo que ella y Blake habían esperado durante tanto tiempo. ¿Estaban predestinados para algo?
Aunque tal vez un «Designado» fuese sólo el equivalente a un inspector de fontanería. Por la mente de Blake había pasado idéntico pensamiento.
—¿No tienes la impresión de que nos han traído aquí para que comprobemos cómo han cumplido ese Mandato suyo?
—Hablaron de «un reflejo de su lugar de origen» como si éste fuera el modelo.
—Afirmaría que se trata de su mundo original y que lo que desean es reproducirlo aquí.
—Como quisimos hacer en Marte en nuestros tiempos.
—Pero lo que intentamos entonces, y volveremos intentar dentro de tres mil millones de años, me parece un poco más flexible, más adaptable —opinó Blake—. ¿O será que me estoy mostrando chauvinista de nuevo?
—Es pronto para juzgar. No hemos visto todavía lo suficiente.
—Pero sí sabemos que les gusta hacer las cosas basándose en un programa.
—O al menos por consenso.
—Estamos dispuestos a contestar vuestras preguntas —intervinieron los guías agitando el agua a su alrededor con nerviosa insistencia, como para advertirles que no era muy cortés hablar un idioma extraño frente a sus anfitriones.
—Son muchas las preguntas que queremos formular —respondió Blake, tomando la iniciativa—. Nos gustaría saber cómo construisteis vuestra nave...
***
Forster hace otra pausa en su relato, dejando a su auditorio pendiente de sus palabras, mientras toma unos sorbos de la tibia bebida. Por unos momentos sus pensamientos parecen alejarse de aquella biblioteca vacía en una casa a orillas del río Hudson. En las inciertas sombras, que proyecta el moribundo fuego su expresión parece sombría.
Resumiendo su relato, prosigue:
—Redfield obtuvo una respuesta más completa de lo que había imaginado. Todo cuanto él y Troy preguntaron obtuvo su explicación. Y ello formaría la base de cuantos conocimientos he podido reunir y conservar concernientes a esos seres a los que decidimos llamar amalteanos...