Capítulo 25
TRES horas más tarde Kalina se dio cuenta de que su plan no era tan fácil como pensaba.
El hombre llamado Eli (o debería decir el guardián del infierno) estaba tan pendiente de ella que todo lo que podía hacer era ir al baño sola. Se había sentado en el pasillo, ante la puerta del cuarto de Rome, pero cada vez que ella hacía un movimiento, el tal Eli llamaba a la puerta y entraba, como si esperara verla colgada del balcón dispuesta a escapar. Lo que había pensado un par de veces.
Ferrell estaba llamándola al móvil como si no tuviera otro número grabado en la memoria de su teléfono, pero ella se negaba a contestar. Lo que quisiera de ella prefería que lo obtuviese a través del agente Wilson y la DEA: Kalina no quería tratar con Ferrell a solas nunca jamás.
Pero la siguiente llamada la sorprendió e hizo que se animase.
—Hola, Mel —respondió.
—¡Hola, Kalina! Es genial oír tu voz. Llevo días intentando contactar contigo.
Kalina suspiró y se sintió culpable. Lo cierto era que había quedado muy mal con la amable mujer.
—Sí, quería llamarte para hablarte sobre la otra tarde.
—Oh, no te preocupes por eso. Simplemente pensé que Stephen te hartó un poco. En cualquier caso, hace años que no charlamos. ¿Te apetece que comamos juntas?
Kalina echó un vistazo a la habitación. La verdad era que no le apetecía comer con Mel, pero quería salir de allí. Llevaba la mayor parte del día sintiéndose encerrada y atrapada.
—Ah, claro. Me parece muy buena idea.
—Genial. Hoy tengo el día libre, por lo que puedo pasar a recogerte en una hora. Tengo que hacer un recado rápido, pero luego podemos comer algo, ir de compras... Ya sabes, pasar una tarde de chicas.
Mel parecía emocionada, quizá demasiado emocionada para su gusto, se dijo Kalina, pero era la excusa que estaba buscando para llevar la contraria a los deseos de Rome.
—Buen plan. —A continuación le dio la dirección y cerró su teléfono.
Después de colgar, Kalina se dio cuenta de que probablemente no debería haberle dicho a Mel que la recogiese en casa de Rome. Era evidente que eso generaría más preguntas sobre su relación con él, preguntas que tenía claro que no quería responder. Pero parecía que esa era la única forma de salir de aquella casa, y en las presentes circunstancias resultaba mucho más importante para ella salir para poder vigilar a Rome que pensar en cómo responder las inevitables preguntas de Mel sobre su vida amorosa.
Rome le había pedido que confiara en él. Y así lo hacía. Pero él también tenía que confiar en ella. Aún le quedaba trabajo por hacer, aunque en los últimos dos días el enfoque hubiese cambiado. Además, ¿esperaba Rome mantenerla encerrada en su habitación hasta que volviese? Bueno, si lo pensaba entonces no la conocía.
Kalina entró al baño y abrió el grifo de la bañera. A pesar de su celo vigilante, Eli no se atrevería a entrar en el baño. O por lo menos esperaba que así fuera. Se sentó en un lado de la bañera y pensó en todo lo que le había pasado en las últimas semanas: el ascenso en el trabajo, volver a ver a Rome y enamorarse de él. Suspiró fuerte y trató de no pensar mucho sobre lo último. Rome no le había dicho que la quería, solo que la deseaba, que la necesitaba. Eso debería bastar, dado que nadie le había dicho nunca que la quisiera, por lo que estaba acostumbrada. Pero por extraño que pareciera no era así.
Ella tampoco le había dicho que lo quería. Probablemente por miedo al rechazo. Además, ¿cómo iba alguien a querer a un Shifter?, se preguntó, esbozando una irónica sonrisa. Rome pertenecía a un mundo del que ella no sabía nada, aunque reconocía que le intrigaba.
Cuando, pasados diez minutos, la bañera amenazaba con desbordarse, cerró el grifo y salió a la habitación, haciendo un gran numerito como si fuera a darse un baño. A continuación volvió al servicio y cerró de un portazo. Esperó un poco y cuando se aseguró de que Eli no trataba de entrar, se acercó a la puerta del balcón de doble cristal. Sigilosamente, quitó el pestillo y deslizó la puerta de cristal lo justo para que cupiese su cuerpo. Una vez dentro, pasó por encima de la barra y rezó para no romperse ningún hueso cuando saltase el piso que había de altura. Un matorral de hortensias de color azul claro amortiguó su caída mientras aterrizaba con firmeza sobre sus pies.
No sabía si Rome tenía cámaras que vigilaran su propiedad, pero imaginó que dado el secreto que guardaba seguramente las tendría. Por tanto, se puso en cuclillas y caminó siguiendo la hilera de árboles que recorrían la parte trasera de la casa. Cuando llegó al final, se encontró frente a una rotonda que daba paso al jardín delantero, la entrada de vehículos y a una pequeña fuente. Trató de pensar la mejor manera de salir por la verja sin que la vieran.
Era un día muy caluroso; el sol brillaba implacable y un suave reguero de sudor ya había empezado a marcar su espalda cuando finalmente decidió que era cuestión de actuar o morir. Empezó a correr; sus piernas se movían con rapidez y ligereza mientras atravesaba el jardín delantero con una facilidad extrema. Unos árboles grandes y más espesos rodeaban la verja de hierro que cercaba el perímetro de la casa. Se coló entre ellos y se quedó en un pequeño espacio entre la verja y los árboles; entonces esperó. Estaba lo bastante cerca de la entrada principal como para que Mel la viera en cuanto aparcara, pero como seguía cubierta por los árboles se aseguraba de que ninguna de las cámaras de la casa pudiera captar su presencia allí.
Los árboles también le daban un poco de sombra ahora que permanecía esperando a que llegara Mel. Mientras aguardaba pensó en Rome y en lo triste que se pondría cuando descubriera que se había ido. Se sintió un poco afligida porque no quería hacerle daño. De todos modos, se dijo para darse ánimos, aunque él le había pedido que no lo abandonara nunca, ella no le había prometido nada. Y solo estaba haciendo lo que tenía que hacer, lo que cualquiera hubiera hecho en sus circunstancias.
Y no solo estaba cumpliendo con su deber, sino que estaba haciendo lo correcto, y también Rome se beneficiaría a la larga, pensó, resignándose a su misión. Si averiguaba lo que estaba pasando contribuiría a limpiar el nombre de Rome y, además, cuando él conociera el carácter de la relación que unía a su padre con Raúl Cortez ya no se sentiría tan culpable por la muerte de sus padres. Él no le había contado mucho sobre su pasado, pero Kalina había podido sentir su dolor, esa sensación de pérdida que solo entiende otra persona que también haya perdido a sus seres queridos. Ahora que sabía que él había leído esos papeles que estaban en su ordenador podía imaginarse la sensación de traición que debió de inundarlo al leerlos. Por lo tanto, ella estaba ayudando a Rome, ayudando al hombre que amaba, escapándose y yendo en contra de su voluntad.
Por alguna razón, ninguna de esas razones hacía que se sintiera mejor.
Con destellos de excitación, ella le clavó las uñas en la espalda. Una vez. Dos veces. A la tercera, unos riachuelos de sangre carmesí emergieron de la piel desgarrada. Él gimió debajo de la mujer y movió las caderas, dejando que su clítoris desnudo friccionara sobre la base de su espalda. Dijo algo pero ella no lo entendió, no le importaba mucho.
Hacía casi un año que estaba liada con ese hombre, dándole lo que ansiaba, tomando lo que necesitaba y haciendo en la cama todo lo que él pedía, consiguiendo de ese modo todo lo Sabar quería.
—¡Más fuerte! —gritó él en esta ocasión, y ella arrastró las zarpas por su espalda una vez más. Él se corrió por el dolor. Cuando estaba con él todo consistía en provocarle más dolor.
A decir verdad, ella también se corrió. El olor de la sangre y la sensación de poder que la sacudían por dentro cada vez que conseguía que ese hombre gritara de placer le resultaban muy excitantes. Ahora por ejemplo; la esencia de ella pendía por los lumbares de él mientras observaba cómo la sangre de las heridas abiertas rodaba por los costados y aterrizaba en las sábanas blancas de hotel.
—Tu amigo no ha pagado. Sabar no está muy contento —dijo, y a continuación frotó su clítoris sobre la piel áspera del hombre, ya que le encantaba la fricción que provocaba el movimiento—. O hablas con él o va a acabar como Baines.
—Ven aquí, nena —refunfuñó, y se dio la vuelta de modo que ahora estaba tumbado sobre su espalda ensangrentada.
Ella se recolocó y bajó el cuerpo hasta que su miembro pequeño y gordo consiguió adentrarse en su sexo húmedo. Él gimió y sus ojos, de un gris apagado, se pusieron en blanco.
Le agarró las caderas con sus rechonchas manos para mantenerla bien sujeta mientras empujaba hacia arriba, convencido de estar ahondando en ella.
No sentían nada el uno por el otro, por eso tenía que culminar de otras maneras cuando estaba con él. Se echó ligeramente hacia delante y le arañó el pecho con profundos latigazos furiosos. El hombre abrió los ojos de par en par, al igual que la boca, y el grito que soltó la hizo correrse al instante. Entonces empezó a cabalgar sobre él con cuidado de no elevarse demasiado y que su raquítica envergadura se saliera. Él jadeaba y le temblaba la papada mientras ella seguía en movimiento.
—¿Vas a hacer que tu gente pague? —preguntó mientras le ponía las manos sobre el pecho y sentía la sangre en sus palmas.
—Mierda..., mierd..., sí..., sí. Llamar..., sí..., le llamaré. ¡Joder!
—Eso es, si quieres que te siga follando y vivir lo bastante para optar a la candidatura al Senado que acabas de anunciar es mejor que te asegures de que todos ellos pagan cuando es debido.
—Sí, sí. Lo haré —dijo entre jadeos mientras le pellizcaba las caderas—. Fóllame más fuerte. Más fuerte.
Ella se movió más rápido; sabía que él duraría un minuto más aproximadamente. Al ver que su cara se contraía, se echó hacia delante y sintió que se le alargaban los colmillos. Entonces le mordió, justo en el pezón. Él gritó y se corrió al mismo tiempo. Ella se separó de su cuerpo sudoroso y ensangrentado y se dirigió a la mesa en la que estaba su móvil. Marcó con fuerza un número familiar y acto seguido dijo:
—He terminado.
—Bien. Ahora vete a por mi pareja —contestó la voz ronca de Sabar al otro lado de la línea.
Después de darse una ducha rápida y ponerse de nuevo la ropa de trabajo, Melanie estaba a punto de marcharse cuando Ralph Kensington, que se encontraba aún a medio vestir dando caladas a un cigarro, la miró fijamente a través del aro de humo que acababa de soltar.
—Eres salvaje. Pero yo te puedo domar.
Ella se colocó el bolso al hombro y se rio.
—Ni en tus mejores sueños, viejo.
—¿Te casarías conmigo? —le preguntó.
—No puedo. Ya tengo pareja. —Abrió la puerta y se quedó de pie unos segundos—. Además, no eres mi tipo. —Cerró la puerta detrás de ella, por lo que se perdió su último comentario.
—Tienes razón —dijo con una risita a la vez que se rascaba su protuberante barriga—. No soy un felino.
En cuanto vio a Mel acercándose a la entrada Kalina supo que había cometido un error garrafal.
La Mel que salió del coche negro no tenía nada que ver con la mujer con la que Kalina había pasado la tarde el domingo. La supermamá, ama de casa y empleada ejemplar se había evaporado.
Lo que ahora tenía delante era una transformación total: y nada comparado con las del programa de Oprah2. Esto iba mucho más allá. Mel la miró con unos ojos ligeramente rasgados, los labios desenvueltos, los hombros bien derechos y las caderas meciéndose al viento. Llevaba puesta una falda cortísima lo bastante apretada como para asfixiar a un perro, un top de una tela muy fina atado al cuello, que dejaba ver una generosa parte de su pecho, y unos tacones altísimos. Su pelo rojo parecía brillar más y lo llevaba recogido, por lo que su largo cuello quedaba al descubierto.
—Cómo me alegro de volver a verte, Kalina —dijo con un ronroneo.
Así era; su voz, sus movimientos, todo su ser desprendía la palabra «felino». Vale, quizá Kalina estaba exagerando. Solo porque Rome había admitido que era un felino Shifter no significaba que todo el mundo con el que se topara fuese uno ahora. Aun así, esta Melanie era diferente.
—Hola, Mel. ¿Qué tal? Sonabas urgente —dijo Kalina midiendo la distancia entre ella y la casa. Mel se encontraba al otro lado de la verja, junto a un coche con las ventanas tintadas, lo que le decía a Kalina que seguramente no estaba sola. Además, era un coche lujoso que costaba mucho más de lo que podría pagar con el precario salario que ganaba en el despacho de abogados. Toda la situación era extraña, y cuando Kalina cogió aire juró que podía oler a trampa.
—Solo quería volver a verte. Lo cierto es que no has pasado por la oficina. Le pregunté a Nick por ti. —Ella estaba caminando mientras pasaba los dedos por la verja y miraba a Kalina con una sonrisita sexy—. Parecía convencido de que estabas bien. Imagino que si te estás quedando en casa del jefe se puede decir que así es.
Kalina se encogió de hombros tratando de permanecer tranquila. No llevaba la pistola, ni disponía a mano de nada que se pareciera remotamente a un arma. Sin embargo, mantenía los puños apretados en los costados como si se estuviera preparando para una pelea.
—Es una situación pasajera. ¿Por qué me llamaste? —Kalina decidió ir al grano.
—Te estoy diciendo que quería volver a verte.
—¿Por qué? Nos acabamos de conocer.
Mel dejó de caminar.
—Bueno, pensé que habíamos conectado. Ya sabes, igual que has conectado con Rome y con su... especie.
—No sé muy bien de qué hablas.
Mel inclinó la cabeza y unos finos mechones de pelo le rodearon la cara. Sus ojos hicieron algo extraño: cambiaron de color. «No, es el sol», se dijo Kalina a sí misma, pero sabía que no era así.
—Creo que lo sabes, Kalina. Sabes muchas cosas —afirmó Mel mientras se acercaba a la parte de la verja en la que estaba Kalina.
—Mira, quizá deberíamos pasar este día de chicas en otro momento —dijo Kalina. Estaba a punto de darse la vuelta e irse cuando algo detrás de ella la dejó paralizada. No podía ver lo que era pero sabía que había algo, algo que no era humano. Pudo sentir un movimiento lento y conocía los ojos inquietantes que sabía que en ese preciso momento estaban clavados en su espalda.
Miró a Mel y esta le preguntó sin más:
—¿Por qué? —La mujer-felino echó hacia atrás la cabeza y se rio—. Qué ingenua, gatita. Muy ingenua, maldita sea. Bueno, todo esto cambiará pronto.
Antes de que Kalina pudiera decir otra palabra Mel había metido una mano por la verja, la había agarrado del brazo y tiraba de ella hasta que su hombro chocó terriblemente contra el hierro. Lo siguiente que sintió fue una especie de escozor en el antebrazo y a continuación todo se fundió en negro.