Capítulo 7

ROME salió al aire de la noche, sus oídos atentos al sonido. Había captado el olor en cuanto entró en el apartamento. Por allí habían pasado rogues, no tenía la menor duda. Y probablemente eran los mismos que se le acercaron en la fiesta.

No se sorprendió cuando Nick apareció a su lado, sigiloso, con el cuerpo contraído y preparado para luchar.

—Yo también lo puedo sentir —susurró Nick—. Están cerca.

—¿Qué quieren? —preguntó Rome, pero no esperaba necesariamente que Nick contestara.

—Pelea. ¿Qué va a ser?

Rome negaba con la cabeza, no quería creer que una pelea fuera la única motivación de todo eso. Los rogues no necesitaban buscar formas de dar rienda suelta a la violencia y normalmente no escogían a humanos o Shifters concretos. Su brutalidad era aleatoria, o al menos antes lo era. Rome tenía el presentimiento de que las reglas del juego estaban cambiando y le había llegado el memorándum un poco tarde.

Pero eso no significaba que no pudiera salir victorioso.

Entonces escuchó un grito violento. Era una advertencia: algún Shifter que estaba en la zona los había olfateado y quería que se fueran. Eso no iba a ocurrir.

Nick y él avanzaron al mismo tiempo, se fueron hacia el sonido; sus cuerpos estaban alerta, los felinos preparados para abalanzarse. Ya había un felino ahí fuera, en las calles, escondido bajo el manto de la noche. La Ètica les prohibía desvelarse ante los humanos. Era la única forma de preservar su especie. Los humanos odiaban lo que temían e indudablemente temerían a un Shifter parte hombre y parte jaguar. El odio llevaría al exterminio y al fin de los Shadow Shifters. Habían mantenido oculto su secreto durante cientos de años, y a la Asamblea le gustaba creer que lo podrían seguir haciendo durante otros tantos. Rome no estaba necesariamente de acuerdo pero de ninguna manera iba a permitir que la exposición sucediera en su zona.

En el momento en que bajaron de la acera hubo otro rugido desafiante.

—Viene del callejón —dijo Nick.

—Era de esperar.

Otra voz masculina se unió a ellos y los dos levantaron la vista para ver a X a su lado; su felino ya estaba luchando por liberarse y podían ver las garras presionando bajo sus uñas.

—Venga, X, aguanta un poco, no sabemos lo que hay ahí abajo.

—Sabemos que no es bueno —dijo X con un rugido similar al que les gritaba en la oscuridad.

Rome quería actuar con cautela, pero el siguiente rugido parecía estar más cerca del edificio. El edificio donde vivía Kalina. Entonces olvidó la cautela y comenzó su transformación: su corazón, su mente, todo estaba transformándose en el felino que llevaba dentro.

Lo siguiente fue arrancarse la chaqueta; el pelo ya se expandía por su piel. Mientras se quitaba los zapatos, vio de reojo que Nick y X también se estaban quitando la ropa. En unos segundos estaba libre: el felino irrumpió en la superficie con una serie de crujidos de huesos que dieron paso a la vigorosa complexión ósea de un jaguar adulto.

Sus zarpas golpearon el húmedo cemento y el felino agitó su enorme cabeza, frunciendo el hocico para revelar sus colmillos afilados. Esta vez fue él el primero en rugir, la única advertencia que recibiría el otro felino sobre su llegada.

Con movimientos lentos y premeditados, Rome se adentró en el callejón, sin detenerse cuando aparecieron los primeros escalofriantes ojos verdes. Era un jaguar grande y se estaba acercando al borde de una vieja salida de incendios enseñando los colmillos, desafiante. Había estado esperando, observándolos desde el minuto en que entraron en el callejón, juzgando a su presa, su cuerpo listo para la acción.

Un olor diferente llamó la atención de Rome hacia el otro lado: otro felino. Otro jaguar adulto salió de detrás de un contenedor; sus bigotes se movían para captar el olor de Rome, Nick y X.

Detrás de él Rome escuchó un gruñido más débil, olió el miedo y supo instintivamente lo que pasaría después.

X rugió y Nick saltó en el aire al mismo tiempo que el jaguar que estaba detrás del contenedor iniciaba el ataque. Rome se levantó sobre sus patas traseras en el momento en que el jaguar de arriba se abalanzaba sobre él, de manera que sus gigantescos cuerpos se encontraron en el aire mientras se revolvían en posiciones imposibles. La batalla fue breve, tres contra tres, zarpas golpeando costados musculosos, colmillos mordiendo piel cubierta de pelo.

El sonido era espantoso, violetos rugidos y gruñidos retumbaban en los edificios de los alrededores cargando la atmósfera de la ciudad con una resonancia desquiciada y sobrecogedora.

En la distancia, pero acercándose, se escucharon sirenas.

Las orejas de Rome se levantaron en posición de alerta y su cuerpo se encogió cuando el otro jaguar intentó darle un zarpazo. Rome lo bloqueó justo a tiempo y golpeó al otro felino violentamente. Este se tambaleó y Rome se dio la vuelta para ver que tanto Nick como X estaban superando a sus oponentes. Emitió un rugido suave de advertencia y vio cómo ambos lanzaban golpes rápidos a sus oponentes.

Ellos fueron los primeros en salir del callejón, ya que el instinto de conservación de la especie dominaba sobre el de matar a los felinos que se habían atrevido a atacarlos en una calle de la ciudad. Los otros felinos se quedaron juntos, gruñendo y lanzándose sus propias advertencias desde el otro lado del callejón.

Era como una pelea de bandas cuyos miembros se dispersaran de mala gana. Solo que estos no eran humanos normales, sino animales, animales letales que acababan de ver los primeros actos de una guerra que llevaba mucho tiempo fraguándose.

Cuando Rome, Nick y X llegaron a la entrada del callejón no se sorprendieron al ver a Ezra y Eli con su ropa en la mano. Los dos hombres estaban también medio desvestidos; lo más probable era que se estuvieran preparando para transformarse y unirse a la batalla cuando escucharon las sirenas de policía.

Su mente registró la nueva transformación, su felino protestaba mientras el hombre intentaba centrarse en el aquí y ahora. Estaban en la calle, él al mando. Tenían que alejarse de esa zona, ya. Mientras se ponía los pantalones, Rome agarró el resto de su ropa, que sostenía Eli, y les gritó a los demás:

—Vámonos. Coged los dos coches y nos encontraremos en mi casa.

Eli y Ezra asintieron con la cabeza; Nick y X se habían puesto los pantalones y llevaban en la mano lo que quedaba de su ropa mientras se dirigían rápidamente a los vehículos.

Cuando Rome se metió en el coche y sintió el frío cuero de los asientos contra su espalda desnuda, exhaló un suspiro.

Aquello no había terminado. Volvería a ver a esos felinos, estaba seguro.

La guerra que la Asamblea había estado intentado evitar durante cientos de años había empezado.