Capítulo 8
EN la guarida de la casa de Rome tres jaguares inquietos y enfadados andaban de un lado a otro. Seguramente era una imagen interesante de contemplar la de esos tres hombres con los felinos que llevaban dentro acechando bajo la superficie de la piel. Hombres profesionales con cualidades animales que guiaban sus pensamientos y acciones. El espacio se cargaba de tensión cuando se movían dentro de sus pequeños confines. En estado salvaje los genuinos jaguares llevaban vidas solitarias; el único momento en que estaban juntos era el tiempo que pasaban con su madre, de cachorros, durante los primeros dos años de vida.
Los Shadow Shifters eran diferentes ya que permanecían juntos. Cada tribu creaba su pequeña comunidad, tanto por protección como por la preservación de la especie. Incluso cuando emigraban a Estados Unidos, la mayoría de los Shifters vivían muy cerca de otros Shifters de la misma tribu. La cercanía les proporcionaba seguridad.
Esa noche habían recibido un susto tras otro. Rome sabía que todas las piezas estaban relacionadas, desde el micrófono de su esmoquin hasta el asalto en el callejón. Se habían saltado las principales normas de la Ètica, pero no habían tenido otra opción. Los rogues solo querían una cosa: atacarlos.
—No todos eran topètenia —dijo Nick finalmente.
Después de llegar a casa de Rome cada uno de ellos se dio una ducha. Como Rome era el único que tenía una casa en lugar de un apartamento o un piso, pasaban mucho tiempo allí y se entretenían en la enorme sala de juegos, viendo deportes o corriendo por la zona aislada y arbolada detrás de la casa. Tanto Nick como X tenían siempre ropa allí para ocasiones como la de esa noche.
Después de la ducha Nick se puso unos pantalones vaqueros, zapatillas de deporte y una camiseta negra. Había dejado de andar de un lado a otro lo suficiente como para inclinarse sobre la mesita y coger una de las pelotas antiestrés con forma de fruta del enorme cuenco de cristal para apretarla enérgicamente con la mano izquierda.
Rome se detuvo delante de la fila de ventanas que componían casi toda la pared frontal de su habitación. Los vaqueros anchos y la camiseta arañaban su piel a medida que su felino interior apretaba con más fuerza para liberarse. Podía ver por encima del vasto jardín hasta la fila de árboles, también de su propiedad, que había a quince metros de distancia. El lugar oscuro y desolado lo llamaba, hacía señas al felino que llevaba dentro para que volviera a salir, para que saliera al único lugar en el que podía ser libre.
—No todos eran topètenia —repitió Nick, alzando un poco la voz.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
Había sentido algo diferente cuando vio a ese trío, pero no tenía dudas de que el que había sido lo bastante estúpido para atacarlos era definitivamente un jaguar. Uno de los más salvajes; probablemente se perdiera de su madre en el bosque y tuviera que aprender a valerse por sí mismo. Desde luego, no era como los otros; parecía más fuerte, pero era torpe peleando, lo que seguramente significaba que no había sido entrenado como el resto. Daba igual; seguía siendo un asesino nato y algunas cosas eran meramente instintivas.
—Nos han cogido por sorpresa, en un ataque de adrenalina.
—Sé con quién estoy peleando en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, Rome. Y tú también deberías. Era un guepardo.
—Ni de broma —dijo X desde el rincón en que se había quedado cuando dejó de andar de un lado a otro.
Como si el sonido de su voz le hubiese hecho recordar a Rome que X estaba ahí, se giró hacia él y le dijo:
—¿De dónde vienes? Pensé que tenías cosas que investigar esta noche.
X apretó los puños varias veces. Rome no cogió la pelota antiestrés pero controlar a su felino también era una prueba. Todos querían volver a la calle, encontrar a esos rogues y terminar con ellos. El instinto de cazar y matar a su enemigo era fuerte, lo que acariciaba su humanidad como un cuchillo de sierra.
X era el más grande del trío, ya que medía 1,93; era ancho de hombros, tenía la cabeza rapada y la piel casi del mismo pardo rojizo que cuando era un animal.
No era coincidencia que el color de su piel apenas variara y fuera casi igual en su forma humana que en su forma animal. Nick tenía un tono más claro, que coincidía con el rojizo de cuando se convertía en un jaguar, al igual que el color chocolate oscuro de Rome se fundía a la perfección en el jaguar negro que era. Dado que eran felinos adultos, cada uno de ellos tenía un tamaño y agilidad tal que los convertía en reputados cazadores salvajes. En ese instante, mirándose, de pie, en su forma humana, parecían simplemente hombres, aunque, eso sí, con una complexión magnífica, músculos tonificados y una increíble fuerza física. Pero en ese momento estaban usando su inteligencia para encontrar una solución a su problema que no implicara violencia, lo que era un indudable indicio de su lado humano; un indicio de la humanidad que trataban de mantener con todas sus fuerzas.
—Llegué a la recepción justo cuando os marchabais. Cuando vi el Tahoe y la limusina os seguí. —X se encogió de hombros—. Menos mal que lo hice. Eran tres contra dos.
—Hemos pasado por cosas peores —dijo Nick—. Además, Eli y Ezra estaban ahí.
Habían peleado juntos a menudo, enfrentándose a todo tipo de peligros, años atrás, cuando los tres estaban en el Gungi. Por eso se mantenían firmes en su determinación de no hacer de la lucha su forma de vida. Ahora vivían en Estados Unidos. Esa noche, sin embargo, no habían tenido alternativa.
—La policía no ha podido ver nada, Rome —le dijo X como si le estuviera leyendo el pensamiento.
—Ya lo sé —contestó, aunque seguía sin gustarle nada haberse transformado en mitad de la calle como si eso fuera la cosa más natural del mundo—. Pero volverán, y la próxima vez quizá sí lo vean. El que se hayan presentado hoy ha sido como un preámbulo de lo que va a suceder.
El silencio que siguió a sus palabras demostró que todos estaban de acuerdo.
—¿Crees que son los tres de la fiesta? ¿Los que estaban persiguiendo a Kalina? Era Kalina Harper, nuestra trabajadora nueva, ¿no?
Nick seguía apretando la pelota antiestrés; tenía el ceño fruncido y las pupilas como meras rendijas ante la luz de la habitación. Los ojos de los Shifters se adaptaban a la luz y a la oscuridad. En el callejón habían usado su visión nocturna, sus pupilas se habían adaptado a la oscuridad haciéndose redondas y grandes, lo que les permitía ver con nitidez. Ahora, con luz, tenían unas rayas más pequeñas y oscuras sobre la brillante córnea. Eso era porque el felino seguía merodeando, esperando a salir. En la oficina o cuando eran completamente humanos el felino descansaba en su interior y sus ojos eran como los de cualquier persona.
—Era Kalina —dijo Rome con firmeza—. Estaba en su punto de mira. Yo sabía que había Shifters en el edificio pero no los vi hasta que me di cuenta de que ella estaba allí.
Ese hecho le ponía de los nervios. ¿Por qué iban a por ella? ¿Cómo sabían que Kalina iba a ir a la recepción?
—¿Quién es Kalina Harper? —preguntó X, moviéndose con agilidad y sigilo para sentarse en el sofá de piel.
—Es la tía buena de nuestra contable nueva —dijo Nick con una sonrisa de oreja a oreja que contuvo ligeramente cuando vio la mirada que le lanzó Rome.
Estaba tratando de picarle, Rome lo sabía, y decidió ignorar el comentario.
—No sé lo que estaba haciendo en la recepción anoche —dijo mientras seguía pensando en la forma en que esos rogues la miraban. No había podido evitar ir junto a ella en ese momento; tenía que llevársela para demostrarles a los rogues que esa mujer estaba bajo su protección.
—A lo mejor simplemente compró una entrada al igual que el resto de la gente —dijo Nick.
—A lo mejor. —Pero Rome no estaba convencido. Seguía habiendo algo en ella que le resultaba intrigante. Recordó aquella noche, dos años atrás, cuando volvía a casa de una reunión. Normalmente nunca iba en coche a las reuniones, sobre todo a las reuniones de facciones. Pero lo había hecho esa noche. Se dirigía al aparcamiento donde había dejado el coche cuando olió algo que le llevó en la dirección contraria. Hasta ese callejón donde un hombre estaba intentando violarla.
Dos años después, esa misma noche, algo lo había llevado hasta ella de nuevo. Y en esta ocasión había podido llegar antes de que la atacaran.
En cuanto a lo sucedido en la parte trasera del coche, era inevitable; y volvería a suceder. Rome era demasiado decidido, demasiado seguro de sí mismo como para creer otra cosa.
—La pregunta más importante es qué vamos a hacer con esos rogues. ¿Crees que trabajaban solos? —preguntó X.
—Imposible —dijo Nick—. No eran luchadores entrenados, o por lo menos no estaban bien entrenados. Su ataque fue torpe. Ni siquiera creo que esperaran que estuviéramos ahí.
X se recostó en el sofá.
—Lo que significa que estaban buscando a esa mujer, porque tú ya te marchabas, ¿no, Rome?
—Sí. Acababa de salir de su casa cuando vi a Nick. Nos llegó el olor a la vez.
—No pudimos hacer nada más que reaccionar —dijo Nick, y a continuación tiró la pelota, que rebotó contra una estantería, al otro lado de la sala—. Los muy cabrones nos atacaron.
—Venganza —afirmó X—. Rome se había llevado su premio. Sabes cómo son respecto a las mujeres.
Rome asintió con la cabeza.
—Lo sé. —Por eso estaba tan decidido a mantener a Kalina al margen de todo aquello. Su mayor preocupación en esos momentos era que los rogues volvieran a intentar atacarla—. Dile a Ezra que vaya para su casa y que se quede allí con ella. No quiero que esté sola ni un segundo.
Nick asintió.
—La pregunta sigue en el aire: ¿por qué ella? ¿Qué relación tiene con esos rogues?
—Los rogues no necesitan tener ninguna relación con su víctima. Si van a por esa mujer no van a parar hasta conseguirla —dijo X.
—Eso es lo que hacen en el Gungi. Esto no es el bosque —dijo Rome, dándose cuenta de lo huecas que sonaban sus palabras.
—Y los rogues ya no están en el bosque, tal y como sabemos ahora. El que nosotros nos comportemos de manera civilizada no significa que ellos vayan a hacer lo mismo —añadió Nick.
Rome le dio la razón a regañadientes. Esa noche se había demostrado que las reglas habían cambiado. La cuestión era qué iban a hacer ahora al respecto.
—Llama por teléfono a Baxter. Lo primero que quiero mañana por la mañana es una reunión —le dijo a Nick—. Todo el mundo tiene que estar aquí a las siete.
Estaba reuniendo a su equipo. Cada jefe de Facción tenía un equipo para hacer cumplir las leyes de la Ètica en sus zonas. Si los rogues estaban avanzando en el territorio de Rome, su pelotón y él estarían listos para hacer lo que fuera necesario para neutralizarlos.
Nick asintió con la cabeza.
—Eli se quedará contigo esta noche. Mandaré a Ezra de nuevo a casa de la señorita Harper.
—No venían a por mí —dijo Rome.
X se puso de pie.
—Ahora sí. Eres el líder de Facción, ellos lo saben. Y te llevaste algo que querían. Vendrán a por ti solo para divertirse un poco.
Rome volvió a la ventana, miró la noche.
—Cazarme no les resultará divertido. Eso te lo prometo.
Unas zarpas feroces se hundieron en la carne con un sonido desagradable que se fundía con el aullido de un felino herido. La rabia manaba con cada golpe, lo que llenaba la habitación del hedor ácido de la sangre y al mismo tiempo lo inundaba de maldad.
Estaban en un viejo almacén de una salida de la autopista 95 justo a las afueras de DC, en la zona norte de Virginia. El edificio había sido abandonado mucho antes de que llegaran pero se habían apoderado de él a principios de año. Poco a poco, pero de manera constante a medida que entraba el dinero, lo estaban convirtiendo en un lugar más habitable. Pronto sería la sede de su imperio. Porque muy pronto gobernarían, tal y como se suponía que debía hacer su especie.
Ese era el objetivo de Sabar. Había nacido en la selva y los primeros cinco años de su vida se había criado como un animal, hasta que le enseñaron a vivir de manera diferente. Y se le abrieron los ojos porque fue entonces cuando entendió que podía tener lo que quisiera. Ahora, veinte años después, se encontraba aquí, en Estados Unidos, haciendo todo lo que estaba en sus manos para que su especie sobreviviera. Para que gobernara.
El felino que llevaba dentro lo arañaba, quería dominar la situación, enfrentarse a los enemigos él mismo. Pero eso tendría un desenlace mortal y, aunque no era ajeno al acto de matar, en este caso Sabar sabía que no estaba del todo listo para conseguirlo con estos Shifters.
Sin embargo, merecían ser castigados. Si había una cosa que Sabar no podía soportar era el fracaso. Esos tres debían de saberlo a esas alturas; habían estado con él lo suficiente. Bueno, dos de ellos lo habían estado. El otro solo llevaba con su grupo unos cuantos años, pero venía muy recomendado. Ahora Sabar se preguntaba si no habría sido un error acogerlo.
—¡Levanta, quejica! —gritó, y después de la orden le dio una patada al Shifter en el estómago con la punta de acero de su bota—. ¡Mueve tu culo de mierda!
Le hablaba así porque no era un jaguar. En el bosque, separaban a las tribus según la familia felina en la que nacía cada uno. Ese era el modo de actuar de los veteranos y la Asamblea. Hacía mucho que Sabar se oponía a esa doctrina y aceptaba a todos los miembros de las otras tribus. No importaba de qué tribu procediesen o si su tribu no vivía en el Gungi; todos eran Shifters, poderosos de un modo que los humanos nunca podrían llegar a entender. Pero este, este guepardo quejica que había sido recogido por una Shifter hembra que se lo había llevado a él una noche, podía perfectamente haber sido el punto débil de ese día. El que les hubiera hecho perder un elemento clave para que Sabar pudiera gobernar.
—Dime otra vez por qué no está aquí ahora mismo.
Pudo oír a los otros dos detrás de él, oler el alivio que sentían por haberles dejado en paz por el momento.
—E..., ella se ha ido —contestó Chávez, el hombre que tenía la cara llena de pecas. Le salía sangre de la herida que tenía en el cuello, donde Sabar le había pegado la primera vez, y era un poco difícil ver las pecas que cubrían su cara. Pero a Sabar no le importaba lo más mínimo qué aspecto tendría cuando se acabara todo. Quería respuestas—. Vino y se la llevó. Estábamos a punto de cogerla pero se la llevó —consiguió decir Chávez sin tartamudear esta vez.
—¿Quién se la ha llevado, Darel? ¿Y por qué no lo impedisteis?
Darel se puso en pie con dificultad; luego sacó pecho, echó los hombros hacia atrás y habló con claridad:
—El líder de Facción Reynolds se la llevó, señor. Desaparecieron entre la multitud y seguramente salieron por una salida secreta. Decidimos ir a casa de ella con la esperanza de que Reynolds la dejase allí y pudiésemos cogerla cuando él se fuera. Pero no lo hizo. Cuando nos acercamos no estaba solo. Ya habían cambiado de forma y estaban esperándonos. Estábamos luchando con ellos cuando llegó la policía.
Sabar rugió, con la sangre manando de sus dedos, justo donde las garras le rasgaban la piel.
—¿Dónde están Reynolds y sus lacayos? Y lo más importante, ¿dónde está la mujer?
Sus dientes se afilaron y se clavaron en sus labios. Esa era toda la transformación que se permitía por el momento. Si tomaba ahora forma felina, los demás también lo harían, lo que llevaría con total seguridad al derramamiento de sangre y a la muerte. Las bestias no razonaban con quién luchaban, solo luchaban para sobrevivir. Entre tanto, Sabar se aferró a regañadientes a su mitad humana, hizo uso de su mente humana y actuó en consecuencia.
—Nos fuimos todos antes de que la policía entrase en el callejón y nos viera —dijo Chi. Él también se había puesto en pie y estaba ante Sabar en posición de firmes.
Chávez se estaba levantando, apoyándose en la pared.
—Ellos salieron corriendo primero —dijo, como si eso cambiara las cosas.
—Deberías haber corrido tras ellos. Se supone que vuestra especie es más rápida, ¿no?
Por su forma de hablar, parecía que Sabar tenía prejuicios contra la especie de Chávez. Ese pensamiento no procedía de su parte humana, sino del animal que llevaba dentro, listo para dar una zarpada en el pescuezo al otro felino en cuestión de segundos. No confiaba en él y hacía unos días que había pensado en matarlo. Pero tal y como reza el dicho, es mejor mantener a tus enemigos cerca.
—Me da igual cómo lo hagas o a quién tengas que matar para acabar con esto de una vez, ¡pero quiero a esa chica y la quiero ahora! —Sus palabras terminaron con un rugido ensordecedor que resquebrajó las ventanas e hizo que los que estaban de pie junto a él se estremecieran.
Nadie más abrió la boca y el trío salió en fila y caminó por el suelo de cemento hacia la puerta trasera, que usaban para evitar que nadie los viera desde la autopista.
Rome corrió como si su vida dependiera de ello. Corrió sin parar por el bosque que rodeaba una región muy montañosa de Virginia hasta que su ijada estaba empapada de sudor. Solo entonces se detuvo y se percató de que estaba en un lugar privilegiado. Dio vueltas alrededor de dos árboles grandes y caminó por el suelo tapizado de vegetación. Sus labios se abrieron dando paso a unos colmillos grandes y afilados; entonces empezó a resollar. Observó la oscuridad del bosque a través de las rendijas de sus ojos verde oro y le encantaba la sensación del aire de la noche al rozar su cuerpo cubierto de pelaje. Dio un salto y mantuvo el equilibrio con sus patas traseras, aferrándose al tronco del árbol con sus patas delanteras. Entonces el felino arañó el árbol con un zarpazo rápido e irregular, tal y como hacía en el pasado.
Esta era su tierra: su parte humana la había comprado y tenía las escrituras. Pero con su parte animal la había marcado, había reivindicado su territorio para que quien se atreviera a entrar en él lo supiera. Ese árbol en concreto albergaba la marca de las zarpas del felino que atravesaba ese bosque corriendo todos los días. Esa noche en particular su carrera estaba motivada por muchas cosas: rabia, expectación, ansia y lujuria. Todas esas cosas calaban en su parte humana y presionaban tanto a Rome que no sabía qué era lo que tenía que hacer primero. Arañaban ferozmente su parte animal, lo que hacía que se impacientara e irritara. Ni siquiera adoptando su forma animal podía olvidarse de sus miedos y fantasmas. Las partes más oscuras de su pasado seguían persiguiéndolo después de tanto tiempo. Ahora tenía treinta y cinco años y era un abogado de éxito. Debería estar pensando en encontrar una esposa, sentar la cabeza y formar una familia: eso era lo que su madre hubiese querido que hiciera. Y su padre también, pues era un hombre que creía en la familia y en la tradición. Sí, sus padres le habían enseñado lo importantes que son las raíces, las costumbres, de modo que su lealtad a los Shifters era tan importante para él como su carrera profesional. Y eso incluía encontrar al que mató a sus padres, lo que era una de las mayores cargas que sobrellevaba. Todavía estaba viva en su memoria la noche del asesinato, a pesar de lo pequeño que era en aquel entonces. Baxter le dijo que permaneciera dentro del armario y le habían enseñado que tenía que obedecer a los mayores. Pero supo que algo iba mal. En lo más profundo de su ser sintió una ola incipiente de calor; luego escuchó unos gritos, los de su madre. Entonces se puso de pie y apoyó su pequeña mano en el pomo de la puerta del armario, listo para abrirla.
«Siéntate bien, señor Roman. No te muevas hasta que yo vuelva a por ti», le había dicho Baxter.
Rome ya le había desobedecido porque había dejado de estar sentado.
¿Qué daño podía suponer salir del armario? Su madre lo necesitaba.
Pero al final no salió, y cada vez que sollozaba inhalaba el pungente olor a sangre. Y se quedó sentado en el armario con ganas de vomitar. De pronto se apagaron los gritos y reinó el silencio durante lo que le pareció una eternidad; pero Baxter no volvió. Aunque tenía que ir al baño y sus tripas rugían de hambre se quedó donde le habían dicho. Y sus padres murieron a manos de otro Shifter.
El felino abrió la boca y rugió del dolor por el recuerdo, por la pérdida, por aquel día en que no pudo transformarse y proteger a las personas que más quería.
Ahora, sin embargo, sí podía. Rome era más poderoso como felino que como humano. Cuando encontrase al asesino de sus padres no había duda de que le haría pagar por ello. Y ahora había otra persona a la que tenía que proteger: Kalina.
Dos años antes no conocía a esa mujer y todavía seguía sin conocerla muy bien, o al menos su parte humana. Sin embargo, su felino sentía una conexión enorme con ella y un gran deseo de liberarse cada vez que estaba en su presencia. Luchaba por evitarlo, claro, y se preguntaba por qué su parte animal quería estar con ella en libertad. Nunca en su vida había sentido esa urgencia con otra mujer. La atracción era tal que Rome se excitaba con solo pensar en ella.
Cuando la tocó esa tarde y sintió sus músculos internos contraerse alrededor de sus dedos quiso rugir del placer. En sus ojos vio un fuego enterrado, un fulgor que ella traba de ocultar. Kalina se derritió tras el contacto físico con tal ansia que daba la impresión de que sabía lo que la esperaba. Pero no lo sabía, como tampoco lo supo él hasta que la tocó. Y ahora quería más.
La deseaba con una fuerza que no había sentido antes, lo que constituía otro problema que tenía que tratar y resolver. Ese era su trabajo como líder de Facción: resolver los problemas de los Shifters de Estados Unidos. Como abogado resolvía los de sus clientes. Pero ahora era él quien tenía un problema. Una mujer que lo desconcertaba, lo excitaba y que, además, necesitaba su protección.
Volvió a correr, permitiendo que su felino tomara lo que necesitaba y se alimentara de los elementos de la naturaleza de la única manera que sabía.
La luz de la luna ya se veía con nitidez, lo que significaba que estaba llegando al final del bosque. Rome siempre se aseguraba de liberar a su felino solo en las profundidades del bosque para que ningún transeúnte pudiera verlo, pues, a pesar de que esa tierra era suya y estaba cercada, le parecía muy arriesgado hacerlo en cualquier lugar donde existiera aunque fuera la más mínima posibilidad de ser descubierto. Justo cuando apareció la última fila de árboles, el felino aminoró el paso, se recostó con la respiración todavía entrecortada y su hocico percibió los aromas del entorno. Cuando su pulso volvió a la normalidad, la bestia se calmó y volvió a su aspecto humano. En cuestión de segundos el cuerpo fibroso del jaguar se transformó en un hombre de metro noventa y ciento seis kilos de puro músculo.
Rome se dirigió al lugar en el que había dejado su bata y se la puso mientras salía del último manto de árboles a la brisa de la noche. De camino a casa con los pies descalzos sintió el césped frío y ligeramente mojado por la humedad.
Una luz dorada manaba de la puerta abierta del patio. Cuando entró se topó con un pedestal de mármol con una bandeja de plata encima. Y con una copa de whisky. Baxter lo conocía demasiado bien. Rome cogió la copa y levantó el mando para cerrar la puerta que estaba a su espalda y activar la alarma.
—Descanse un poco, que mañana va a ser un día muy ajetreado —dijo Baxter con un tono lento y preciso desde la entrada de la sala de juegos.
—¿Ya está organizada la reunión? —preguntó. Entonces dio un trago a su copa y dejó que el calor calmara el profundo dolor de sus entrañas.
—Sí, el señor Dominick se ha encargado de todo. El señor Eli se quedará hoy con nosotros en casa.
—¿Y Ezra?
—Está con la señorita Harper. Pero quizá debería plantearse traerla aquí. Usted no va a descansar hasta que no sepa que está a salvo —susurró Baxter antes de fundirse con la oscuridad.
Él ya había pensado en eso. Sabía que su felino ansiaba volver a verla, olerla, tocarla. Su instinto protector crecía y su autocontrol estaba alcanzando el límite en su esfuerzo por mantenerla a salvo.
El felino empezó a inquietarse, rugiendo en su interior de vez en cuando mientras Rome analizaba las opciones que tenía.
Deseaba a Kalina, de eso no había duda. Y en ese momento no estaba por la labor de cuestionar a su otro yo. Él era quien era gracias a su jaguar. Eran socios y sus dos mitades trabajaban juntas para formar un todo. El felino deseaba a Kalina. El hombre se moría por ella.