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EL ÚLTIMO SIETE

 

CUANDO Martin y el doctor Ashwin llegaron aquella tarde a casa del doctor Griswold, lo encontraron sentado al piano, tocando, para su propio deleite, unos extractos de Gilbert y Sullivan. Ashwin estaba rebosante de alegría mientras esperaban en el pórtico a que la casera respondiese al llamado. Las tonadas de Sullivan le interesaban a sus gustos antimusicales solamente porque le recordaban las letras que las acompañaban.
Cuando la casera abrió la puerta, el pianista pasaba bruscamente de un coro de Jolanthe a un solo del Mikado, y los dos detectives de afición entraron a la sala con las notas de

 

Mi objeto todo sublime
lo terminaré a tiempo:
para dejar que el castigo corresponda al crimen,
el castigo corresponda al crimen ...

 

El doctor Griswold dejó de tocar y se levantó del piano.
—Qué agradable sorpresa —dijo—. Me alegro mucho de verlos —y les indicó unas sillas.
Ashwin entró en materia con prontitud desacostumbrada.
—Griswold, usted no tiene idea de qué música tan apropiada a nuestra entrada nos ha ofrecido.
El doctor Griswold se acarició la barba con serena diversión.
—Ashwin, veo que Martin ya lo ha pervertido; usted habla en términos teatrales como él. A propósito —agregó volviéndose a Martin—, anoche leí un curioso artículo en La Abeja; es una crítica teatral en la que se habla del Don Juan redivivo de Fonseca como de un drama maldito, una obra detestable. ¿Usted la llamaría una "obra malograda"?
—¿Sí? —preguntó Martín, con curiosidad—. ¿Cuándo apareció este suelto?
—Creo que en mil ochocientos cuarenta y ocho. Lo recorté; pensé que podría quererlo —pasó a Martin uno de esos pedacitos de papel que siempre le llenaban los bolsillos—. El crítico narra varios episodios de muertes, accidentes y otras catástrofes relacionadas con representaciones de la obra, algo igual a la leyenda que se cuenta en la ópera La forza del destino.
Ashwin se impacientaba.
—Hemos venido a verlo a usted, Griswold, precisamente con motivo de Don Juan Returns.
—Parecen severamente oficiales. ¿En qué puedo serles útiles?
—Estoy muy seguro de que ni el decano, ni el presidente, ni muchos otros notables aprobarán lo que estoy haciendo; pero he trabajado con usted en comisiones y sé que no es ningún académico fanático.
—Gracias —el doctor Griswold pestañeó suavemente y juntó los dedos pensando qué diablos saldría de todo esto. —El hecho es, Griswold —y por una vez el aplomo del doctor Ashwin casi le falló—, que me he vuelto detective.
Griswold dirigió una sonrisa de reproche a Martin.
—Lo ha pervertido completamente.
—Me temo que sí —respondió Martin—, pero en realidad no es en broma. Es de veras y puede ser muy importante.
—Vea usted —continuó Ashwin—, Mr. Lamb tiene varios datos relacionados con estas muertes que no son pruebas claras ni aceptables para el tribunal policial, pero que en cierta forma me han dado que pensar. Si lográramos conseguir algo más, creo que podremos conocer todo el asunto.
—¿Y cumplir entonces con sus deberes de ciudadanos? —insinuó el doctor Griswold—. Bueno, tendrán cualquier informe que yo pueda darles.
—Gracias —Ashwin manifestaba visible alivio por haber confesado su nuevo hobby—. Todo lo que necesitamos de usted es lo siguiente: un diagrama de la ubicación de las personas alrededor de la mesa, en el fondo del escenario, cuando se rompió la copa.
Griswold los miró con expresión extraña, y Martin se apresuró a explicar el asunto del jerez de la escena. Cuando termino, el doctor Griswold se quitó los anteojos y los limpió distraído.
—Bueno, sí... —dijo al fin—. Creo poder hacerlo —buscó un lápiz y un papel y empezó el croquis, dibujándolo lentamente con varias pausas para examinar bien su memoria.
Cuando terminó el croquis, Ashwin interrumpió el silencio con otra pregunta.
—¿Sabe por .qué los Leshin asistieron al ensayo general?
—Déjeme recordar... Hablé a Leshin en la biblioteca. Dijo que se iba a encontrar con su esposa en el teatro para ver la obra, y resolví ir yo también, a pesar de tener mi billete para esta noche. Por suerte lo hice.
—Usted nos ayudó en un momento difícil —agradeció Martin, con afecto.
—No quise decir esto —Griswold estaba muy turbado—. Si no, sencillamente, que de no haber sido así no hubiese visto la obra.
—Pero ¿por qué los Leshin fueron al ensayo general y no a la función? —preguntó Ashwin.
—No sé. Nada Se dijo. Hablamos muy poco. Apenas conozco a Mrs. Leshin, y había cierta frialdad entre ella y el marido. A no ser que esté yo muy equivocado, la mujer parecía sorprendida de verlo allí, a pesar de que él me había dicho que debían encontrarse.
Martin y Ashwin cambiaron una mirada de entendimiento. Era evidente que Tania Leshin había ido sola, con intención de encontrarse después con Paul, a no ser que fuera con un motivo más siniestro, e Iván Leshin lo había sospechado y la siguió, llevando consigo al doctor Griswold, posiblemente para evitar una escena.
Griswold dejó el lápiz.
—Ya está —dijo—. Creo que está bien. Por lo general tengo memoria visual excelente —pasó el croquis a Ashwin, quien sacó del bolsillo el que Martin había dibujado antes.
Los tres hombres se sentaron en el canapé junto a la ventana; la luz fuerte del sol de abril brillaba sobre los dos croquis de la muerte. El doctor Griswold fue el primero en hablar.

 

—Parece que estamos bastante de acuerdo, Martin. Creo que podemos llegar a la conclusión de que los dos diagramas son aproximadamente exactos.
—"Aproximadamente" —repitió Ashwin, con perceptible irritación.
—Si usted quiere discutirlo con su Watson —dijo Griswold—, hágalo, prometo discreción.
—¿A qué distancia cree usted que estaba esta mesa? —preguntó Ashwin.
—A un metro o un metro y veinte. ¿Está de acuerdo, Martin?
—Sí.
—Entonces, cualquiera que se acercase a la mesa habría sido visible. Por cierto que usted pudo no haberlo notado. Pero hubiese podido correr un riesgo innecesario. Esto quiere decir que únicamente Miss Wood o Mr. Bruce han podido hacer caer esa copa de la mesa.
—Creí que Mr. Bruce estaba un poco alejado de la mesa para esto —objetó el doctor Griswold.
—A mi parecer estaba suficientemente cerca —contradijo Martin.
—Entonces esto..., ¡ah! —Ashwin levantó la vista con cierta satisfacción—. Usted, Mr. Lamb, estaba frente a Mr. Bruce y lo hubiese visto en el momento en que cayó la copa. Pero usted, doctor Griswold, estaba frente a Leshin y tenía que volverse un poco en dirección al sonido antes de poder ver a Bruce, pues él había retrocedido en ese momento.
—¡Un minuto! —Griswold tenía otra objeción que hacer—. Usted dice que cree que una copa recibió el veneno al mismo tiempo que la otra fue golpeada. Pero la copa con el veneno estaba del lado opuesto de la mesa al que se encontraba Bruce, más cerca a Leshin y a mí.
—¡Por supuesto! —el rostro de Ashwin tenía una expresión de reproche—. He tenido a la vista lo evidente, y no le he hecho caso. La rotura de esta copa no fue accidental. Había que romperla expresamente.
—¿Por qué? —preguntó Martin—. Al romperla se atrae la atención en las copas.
—Había que romperla para asegurarse de que Mr. Lennox bebiera la copa que contenía la estricnina.
—¿No podía haberse colocado veneno en las dos copas?
—Habría entonces la mera posibilidad de que una inofensiva tercera persona bebiera de la segunda copa con veneno. Nuestro asesino hacía la diferencia.
Martin asintió.
—¿Entonces cree que se colocó antes el veneno?
—Sí. Tal vez cuando circulaba la gente antes de que usted observase estas posiciones casi fijas indicadas en los diagramas. Tal vez aun antes de que se rompiera la copa.
Griswold pestañeó varias veces.
—No tiene idea de cuánto me divierto mirando cómo trabaja un detective deductivo..., ¿o será esto inducción?..., especialmente cuando lo he visto aplicar los mismos principios en las comisiones de estudio, entre otras, las suyas, Martin. ¿Pero querría usted decirme exactamente a qué conclusiones llega?
—Nada más que a esto —repuso Ashwin—. Me temo que sólo sea una cuestión de probabilidades. Es probable que Alex Bruce haya hecho caer aquella copa. (Es casi seguro que él o Miss Wood lo hicieron.) Puesto que la rotura de aquella copa debe de haber sido una parte importante del plan del envenenador, es pues probable que Alex Bruce sea el envenenador. Pero esto no es cuestión de certeza evidente. Es posible que Mr. Bruce o Miss Wood puedan haber hecho caer aquella copa por accidente, anticipándose a la intención del envenenador. Precisamos más detalles, y no veo dónde encontrarlos.
—Puesto que no hay prisa inmediata en obtener estos detalles —dijo el doctor Griswold—, o por lo menos espero que no lo haya, ¿por qué, para variar de tema, no se quedan Martin y usted a tomar el té? Mi hija Marjorie estará en casa en cualquier momento y...
Ashwin se levantó pesadamente. No era la presencia de una joven tranquila para el té lo que le hacía retirarse; deseaba estar solo, libre aun del fiel Watson, y volver a luchar con este problema.
—Lo siento —dijo—, pero tengo que irme. Quédese usted, Mr. Lamb, lo veré el lunes —y después de una rápida despedida, partió.
—Ashwin necesitaba un interés como éste —observó el doctor Griswold—. Se estaba poniendo un poco viejo después que dejó de traducir. Renunció al ajedrez, renunció al billar...; ¿sabe usted que era un verdadero campeón en el club de la Facultad?..., y perdió interés por muchas cosas, aparte de la niñita... Elizabeth, o como quiera que se llame. Me alegro de que lo haya pervertido.
—Estoy un poco preocupado por él —repuso Martin—. De repente ha tomado este asunto muy por lo serio. Y este brusco "lo veré el lunes, Mr. Lamb..." Cuando Holmes descarta a Watson tan perentoriamente es porque las cosas han llegado a una buena situación.
En ese momento entró Marjorie Griswold. El té estuvo bueno. El doctor Griswold volvió a sentarse al piano, y Marjorie contó varias anécdotas, no sin malicia, referentes a sus maestros, que divirtieron tanto a Martin como a su padre
—Y el doctor Leshin no estuvo en clase esta mañana —dijo ella—. No es que lo critique, porque muchas veces yo tampoco llego a las nueve de la mañana en sábado, pero dicen que es porque su mujer ha tenido un ataque de nervios y lo necesitaba.
Fuera de la repentina impresión que le causó oír esta novedad, Martin pasó una tarde tranquila y agradable, sin perturbaciones de estricnina, símbolos y muertes bruscas. El tema no le volvió a la mente hasta que, al regresar a casa, vio por casualidad a Worthing sentado en el Gran Salón. A su lado, en el sofá, estaba Davis, consecuencia del pedido de protección policial que Worthing había hecho. Fue preciso llamar al consulado británico en San Francisco para convencer al sargento Cutting de que le diese custodia; y cuanto más miraba al policía impasible, Worthing pensaba que tanto menos merecía el esfuerzo.
Su pedido y una alusión inadvertida del sargento a lo que Martin había visto, hizo que los periódicos de la tarde florecieran en titulares:

 

LA SECTA SUIZA ATACA OTRA VEZ
EL ASESINO DE SCHAEDEL ELUDE A LA POLICÍA

 

—"A pesar de los esfuerzos de la policía" —leyó Martin— "para omitir o suprimir el hecho importante, se ha descubierto que el símbolo del Siete del Calvario fue encontrado junto al cuerpo de Paul Lennox, envenenado el jueves a la noche, en el escenario del Auditorio Wheeler en la Universidad de California. Se ha sabido ahora que Lennox fue la fuente originaria del informe publicado exclusivamente en este diario referente al Siete del Calvario y a las actividades de la secta suiza conocida como de los vignards" —aquí seguía una repetición de la primitiva historia y terminaba—: "Richard Worthing, un íntimo amigo de Lennox" —Martin se sentía un poco aturdido con esta declaración—, "que fue quien suministró el informe a este diario, ha recibido el símbolo de muerte y ha conseguido protección policial después de gran dificultad."
Martin, adivinando lo que encontraría, se volvió hacia la página del editorial. Sí, allí estaba: era una media columna de acusación perjudicial para la policía, junto con algunas observaciones que probablemente provocarían una profunda indignación en el consulado de Suiza.
Toda la idea de los vignards parecía endemoniadamente plausible..., mucho más plausible, ciertamente, que la idea de que Alex hubiese cometido dos asesinatos a sangre fría por celos. Por cierto que nunca se sabe cómo puede influir en cada uno la rabia sexual, pero con todo parecía un motivo insuficiente para una persona de la comprensiva tranquilidad de Alex. Y después estaba el nuevo símbolo enviado a Worthing..., ¿una pantalla o...?
Martin reflexionaba.
El domingo a la tarde Martin salió a caminar por los cerros con Mona, Lupe Sánchez y Kurt Ross. Lupe parecía con excelente salud otra vez, aunque preocupada por la enfermedad de su padre, y esperaba en cualquier momento un llamado urgente de Los Angeles. Mientras las dos jóvenes charlaban en un español rápido, Kurt tomó el brazo de Martín y lo retuvo un momento.
—Martin —empezó vacilante—, ¿es verdad lo que dicen los diarios?
—Casi nunca es verdad.
—No, no. Me refiero a lo que dicen que viste... aquel símbolo.
—Sí. Lo vi muy bien, y Mac me va a apoyar, aunque el sargento Cutting piensa que me dejo llevar por mi imaginación.
—¿Era exactamente igual al que estaba junto a mi tío?
—En cuanto a exactamente, no puedo decirlo. Le eché apenas un vistazo en un momento muy confuso. Pero era ciertamente el mismo símbolo.
Kurt estaba preocupado.
—Martin —dijo por fin—, no lo entiendo. Soy suizo, y si hubiese una secta como ésta, seguramente la conocería. y ¿qué relación podría tener Paul con mi tío, a no ser que todo esto sea verdad?
—Mona dijo que estabas entre bastidores aquella noche —la inflexión de Martin era entre constatación y pregunta.
—Sí, pero no vi nada. ¿Cómo podía hacerlo en ese montón de gente?
—¿Estabas cerca de la mesa?
—¿Donde estaban las copas? Sí. No te hablé porque te hallabas tan rodeado que ni siquiera conseguí que me vieras.
—¿No viste nada raro?
—No.
—¡Vamos! —la voz clara de Mona se oía a veinte metros más adelante. En silencio e intrigados, apresuraron el paso.
De pronto Kurt volvió a detenerse.
—¡Raro...! Sí, Martin. Algo. De pronto lo recordé. Al pasar junto a la mesa oí decir a la mujer de rojo: "¿Dónde hay una fuente para beber?" Lo observé porque yo también buscaba una. Y el hombrecito moreno..., Mr. Leshin, ¿no es así?, dijo: "¿Por qué no bebes de ésta?", refiriéndose a la copa sobre la mesa.
—¿A qué copa? —Martin le interrumpió ansioso.
—¿Cómo habría de saberlo? Sólo pensé que era extraño sugerir la copa que estaba sobre la mesa del escenario. Yo no la había visto mayormente.
—¿Y ella?
—Ella dijo: "No tengo tanta sed como para eso", o algo por el estilo..., no sé. Yo simplemente pasaba.
Martin estaba callado. ¿Sería esto una nueva clave importante o simple coincidencia? ¿Leshin había tenido alguna idea descabellada de envenenar a su mujer como también a su amante? ¿Estaba él enterado de su plan y la enredaba con ello? ¿O era simplemente una tonta observación? Y su negativa a beber ¿era porque sabía el contenido de la copa, o simplemente. un rechazo a probar lo que pasa por vino en el escenario?
—¿No van a venir nunca, ustedes dos? —gritó Lupe,
—¿Qué crees tú de todo esto? —preguntó Kurt, cuando se acercaban a las jóvenes.
—No sé lo que creo —repuso Martin, y esto por lo menos era la verdad.
Después de una hora de agradable paseo Martin se vio tendido cuan largo era a la sombra de un árbol, con Mona sentada a su lado. Kurt y Lupe se habían alejado con el propósito ostensible de juntar flores silvestres. Mona interrumpió un prolongado silencio para preguntar:
—¿Adelantas como detective aficionado?
—Poco.
—¿Cómo "poco"? —la palabra parecía muy extraña pronunciada con acento boliviano.
—No le encuentro sentido a nada... —irritado, arrancó una brizna de hierba—. Además, he violado la primera regla de una buena historia de detective.
—¿Qué quieres decir, Martin?
—Los detectives no se enamoran —le besó tiernamente la mano.
Mona se inclinó.
—Pero ¡qué tonterías me dices! —murmuró ella—. ¿Enamorado tú?
Martin resolvió que era un tema que se trataba mejor en español y, siguiendo la sugestión de Mona, continuó la conversación en este idioma hasta que ambos, simultáneamente, resolvieron que era preferible no decir palabra. Y Martín olvidó por completo que la indagatoria del asunto de Paul Lennox debía realizarse al día siguiente.

 

 

 

Poco importaba que la indagatoria hubiese seguido en el olvido, puesto que no reveló ningún hecho de interés.
En ausencia de parientes, Martin hizo la identificación formal del cadáver. Por cierto que encontró la tarea especialmente desagradable. Luego vino el interrogatorio referente a lo que había sucedido en el escenario del Auditorio Wheeler, repitiendo Martin lo que dijo en su primera entrevista con el sargento Cutting. Y por fin terminó, no sin sorpresa de que el Siete del Calvario no se hubiese mencionado ni una vez en el interrogatorio. Se imaginaba que la noticia bomba causada por el pedido de protección formulado por Worthing habría irritado tanto al sargento Cutting que había resuelto hacer, más que nunca, caso omiso del símbolo anómalo.
La autopsia reveló la dosis de veneno administrada: tres gramos, muy excedida de la dosis tóxica. No se llamó a ningún testigo con respecto a los motivos posibles, y el jurado dio el veredicto inevitable: que Paul Lennox había muerto envenenado con estricnina, administrada con intención de matar, por una o varias personas desconocidas.
Martin comprendía que esta conclusión no afectaba en lo más mínimo el caso. El veredicto del coroner era una formalidad, sin definición legal en cuanto a descubrimiento de hechos; el sargento Cutting continuaría su investigación y quizás... Martin, al levantar la vista, vio, entre la poca gente que había en la sala, a Richard Worthing (todavía acompañado por el paciente Davis), con aspecto apenado como si esperara ser el próximo protagonista en otra indagatoria del coroner.

 

 

 

—El crimen le hace una mala jugada al sánscrito —observó Martin al instalarse en la silla junto al escritorio de Ashwin.
—Sí. Me parece que tendré que aprobado a usted más por sus capacidades watsonianas que por su conocimiento del Mahabharata.
—Por lo menos tengo un consuelo... —Martin veía que el doctor Ashwin no estaba en humor para sumergirse en una discusión y se imponía un breve período de conversación superficial—. Crimen y sánscrito hacen una combinación única.
—Vea, Mr. Lamb, usted es culpable de un penoso error —Ashwin gozaba con dictar sentencias ex cathedra—. ¿Recuerda usted a Eugéne Aram? Es uno de los crímenes más extrañamente aclarados y muy alabado por Thomas Bood.
—¿Extrañamente aclarado? —repitió Martin—. Recuerdo que Aram tenía algo de filólogo, pero pensé que su crimen quedó simplemente revelado cuando se encontró el esqueleto de la víctima.
—Este caso, Mr. Lamb, es una extraña inversión del que tenemos aquí en Berkeley. En e! asunto Aram, fue muerto el hombre elegido, pero se encontró un cuerpo equivocado. Es decir, el cuerpo de la víctima de Aram fue descubierto después de la sospecha, y se hizo una averiguación al encontrar un esqueleto que nunca fue identificado y que no tenía relación alguna con el crimen. Sobreestimado ridículamente Aram como filólogo, porque también era un asesino (tal como si el Mr. Morris de las fiestas fuese sin duda catalogado con Aram y Edward Ruloff como un hombre "erudito", porque cometiese un crimen mayúsculo), anula, sin embargo, su argumento, Mr. Lamb, de que el asesinato y el sánscrito forman una combinación única. y George Borrow, que por lo menos conocía algo de sánscrito, como quiera que se piense del uso que le daba, describe en uno de sus libros varios encuentros con John Thurtell.
—¿Thurtell?
—No recuerdo en qué libro. Pregúntele al doctor Griswold, que conoce el tema mejor que yo. El botero Thurtell era un asesino común que hoy sería conocido principalmente por las referencias de Borrow, si su crimen no hubiese inspirado también a un poeta. Menos afortunado que Aram, a Thurtell no se lo menciona por su nombre en la poesía anónima a que dio origen su acción, pero los versos son, a mi criterio, de una concisión inmortal —y recitó:

 

Le cortaron la garganta de oreja
a oreja, los sesos quedaron hechos papilla;
Su nombre era Mr. William Weare,
vivía en el mesón de Lyon.

 

Satisfecho por la amable acogida que Martin dio a la gran cuarteta, Ashwin descansó en la silla giratoria y terminó su bebida. luego, deliberadamente callado, abrió un nuevo paquete de cigarrillos, tomó uno, ofreció otro a Martin, encendió los dos y despidió una gran nube de humo.
—Quedé preocupado cuando el sábado lo dejé en casa del doctor Griswold —dijo al fin—, y todavía sigo no menos preocupado. He dormido muy poco en este fin de semana. He fumado mucho más de lo que debiera y he bebido cantidades casi gargantuélicas. Y, como he dicho, todavía sigo preocupado. ¿Tiene usted algo de nuevo para contarme?
Martín relató en pocas palabras la indagatoria exenta de acontecimientos y agregó el utilísimo informe de Kurt sobre el diálogo entre los Leshin.
—A no ser que haya oculto en la historia de Mr. Ross algún punto especialmente sutil, creo que no estamos más adelantados de lo que estábamos. Usted ha sugerido varias interpretaciones..., lo más probable es que no signifiquen nada. Otra interpretación sería que Mr. Ross haya mentido.
—Pero ¿por qué?
—Yo había esperado que ésta fuese su primer idea. Después de todo, fue por mucho tiempo su sospechoso favorito.
—Pero hemos desaprobado por completo este motivo. ¡Oh...! —Martin calló de pronto.
—¿Sí?
—¿Quiere decir que Kurt podría tener otro motivo? ¿Que de todas las personas complicadas, el que ofrece más probabilidades de ser un vignard es él?
—No he querido decir nada de esto, Mr. Lamb; sólo tenía curiosidad por saber si usted insinuaría la idea. Como se lo dije antes, la libreta de apuntes pone fin a los vignards... o más bien los elimina, para emplear su frase preferida. No, le entrego a Mr. Ross, pero creo que usted ya ha molestado bastante a este joven inofensivo.
—Pero quién cree usted que...
—Mr. Lamb, estoy en un estado en que nada me parece claro, si no es el hecho de que las cosas andan mal. Si los Leshin, Miss Wood o, como parece más probable, Mr. Bruce, si alguno de éstos envenenó a Paul Lennox, la muerte de! doctor Schaedel es todavía un misterio. ¿Por qué Mr. Lennox estableció tan cuidadosamente una coartada para la noche en que fue elegido para ser la víctima..., una coartada que podía inventarse fácilmente? ¿Y por qué más tarde contó un galimatías inconsistente sobre una oscura secta suiza? No tiene ningún sentido.
"Pero, ante todo, una pregunta... ¿Por qué cambió de arma el asesino? Para llevar a cabo y cometer la eliminación deseada después de un fracaso criminal se requiere una mente criminal fuerte. Y sin embargo, un verdadero criminal... Cream era aficionado a la estricnina y fue fiel a ella. Jack el Destripador usaba el cuchillo y lo siguió usando, a pesar de las teorías absurdas de los que insisten en que él se convirtió después en el doctor Cream.
"Usted dirá, tal vez, que éstos son todos criminales trastornados que siguen una idée fixe. Pero fíjese en el Smith de las Novias en el Baño (que le corresponde mejor que al gran Sidney el nombre de "el Smith de los Smith"); fíjese en el doctor Pritchard, fíjese en Lydia Sherman, en Sarah Jane Robinson, en la "querida tía Jane" Toppan y aun en la amada Lizzie Borden de Mr. Pearson, en que de acuerdo con la cuarteta que está al nivel del epitafio de Mr. William Weare, sus únicas variaciones en el método fueron la diferencia entre cuarenta y cuarenta y un golpes. ¿Qué puede hacer que un asesino cambie del punzón para hielo en un caso a la estricnina en el otro?
—Varias personas de las que usted menciona —dijo Martin— fueron capturadas porque emplearon repetidas veces el mismo sistema. Fue así por cierto con Cream, con Smith y con Pritchard, a pesar de que Jack el Destripador lo venció. Quizá nuestro asesino quiso evitar ese peligro.
—Esto no cuela, Mr. Lamb. ¿Varía de sistema para ocultar su identidad y sin embargo deja el mismo símbolo junto a ambos cadáveres?
Martin reflexionó.
—Si hubo razón especial para que el asesinato debiese tener lugar en el ensayo de mi obra, la estricnina pudo ser contemplada como la única posibilidad. No puede usar un punzón para hielo en un escenario, a plena vista del público. O tal vez el asesino, de repente, tuvo a mano un veneno que no pudo obtener cuando hizo su primera tentativa.
—Ambas sugestiones son bastante plausibles, y sin embargo... ¿Quiere traerme el texto de su obra, Mr. Lamb? Puede haber algo sugestivo que hayamos pasado por alto.
—Dios sabe que hay en ella mucho que es sugestivo, pero en un sentido diferente al que usted piensa, De todos modos, se la traeré.
—Bien. Me gustaría saber si es verdad que el crimen envalentona al asesino.
—¿Qué quiere decir?
—Nuestro X ha cometido un asesinato por accidente y otro (desde su punto de vista) premeditado. Hasta ahora parece estar a salvo con respecto a ambos, a no ser que e! sargento Cutting oculte algo muy revelador (frase contradictoriamente rara). Si esta aparente seguridad lo tentase ahora a eliminar hábilmente a otro que no lo estorba en nada...
—Parece poco probable.
El doctor Ashwin esbozó una sonrisa macabra.
—Las ilusiones de absoluta seguridad podrían llevar a nuestro X a un crimen muy raro. Aunque no creo nada de los vignards, o por lo menos de sus supuestas actividades en Berkeley, no considero menos justificado que Mr. Worthing solicite protección policial. Asesinarlo a él sería un prueba segura de la existencia de la secta, puesto que nadie podría querer matar a semejante tonto inofensivo.
—Aunque Dios sabe cuantas veces lo he deseado —murmuró Martin.
—Bueno, Mr. Lamb, yo hago hipótesis para mi propia diversión y para ocultar mi preocupación. Creo que podemos estar seguros de que el Siete del Calvario ha matado su última víctima .
Esta sentencia del doctor Ashwin estaba aproximadamente en lo cierto.

 

 

 

Nada ocurrió en los cuatro días siguientes de aquella entrevista nocturna. Martín recibió la visita del sargento Cutting, que le agradó más que nunca, y contestó a numerosas preguntas, en especial referentes a la vinculación que pudiese haber entre Paul Lennox y el doctor Schaedel, pues sin duda el sargento empezaba a tomar el Siete del Calvario un poco más por lo serio. Martín asistió dos veces a sus clases de sánscrito y terminó bastante bien la lectura del episodio de Nala; pero sus discusiones con Ashwin, en estas reuniones, giraron simplemente sobre temas tales como las respectivas contribuciones al Deseo del mundo de Rider Haggard y Andrew Lang o anécdotas de la muy precoz Elizabeth.
—"Les ha hablado a sus compañeras de colegio del sánscrito", escribe la madre. "Le ha dicho a otra niñita: 'Se dice nana nana nut, y es un idioma.'
"También he escrito algunas cartas —dijo Ashwin al doblar la esquela de donde había leído el extracto—. A usted le va a interesar mucho la respuesta que espero de la biblioteca de la Universidad de Chicago.
El viernes a la tarde, después de clase, Martin se acercó al doctor Leshin.
—Me ha dicho Miss Griswold que Mrs. Leshin está enferma. Espero que no sea nada serio.
—No tiene nada, Mr. Lamb. Gracias. Es simplemente tensión nerviosa..., la impresión de haber visto envenenado a Mr. Lennox..., es comprensible. Está ahora en una casa de reposo en Marin County.
—Por favor, exprésele mis condolencias —dijo Martin, atropelladamente, y se maldijo por el resto de la tarde por haber pronunciado una palabra tan tonta.
El viernes a la mañana Lupe Sánchez recibió un mensaje de que su padre el general había empeorado e hizo sus planes para partir el sábado de Los Ángeles.
El viernes a la noche Martin y Mona fueron al United Artists Theatre para ver una película ya designada para el premio de la Academia. Tenía tres estrellas, duraba ciento diez minutos y los aburrió enormemente a los dos. (En resumen, el premio estaba en discusión.)
—No, gracias —repuso Mona, cuando Martin le ofreció tomar un refresco al salir del teatro—. Necesito mucho aire fresco después de esta película. Caminemos por los cerros.
Tomaron tranquila y agradablemente por Bancroft, y pasaron por la International House, para Panoramic Way. Martin alababa las películas mejicanas, tan desdeñadas por los críticos americanos, en contraste con el palabrerío notorio de la super producción que acababan de ver. La disertación que Mona escuchó con admirable paciencia fue interrumpida cuando pasaron por casa de Cynthia por la presencia de Alex Bruce.
—Hola —dijo—. ¿Dando un paseo por los cerros aun sin luna?
—La luz de la luna no siempre es necesaria —dijo Mona, con suavidad.
—No, supongo que no. Y a veces de nada sirve. He estado conversando con Cynthia —le dijo a Martín.
—¿Sí?
—Todo ha terminado. Esta noche nos hemos cantado las verdades. Tomamos un par de copas, lo suficiente para no contenernos, y nos dijimos todo lo que siempre habíamos pensado decir. Así que si alguna vez has creído, Martín, que yo me haría el Mecenas para luchar con autores jóvenes después de casarme con la fortuna de Wood..., bueno, se acabó.
—Qué lástima, Alex. Pero me parece que era de esas cosas que no marchan.
Alex se encogió de hombros.
—Y no es motivo para que yo incomode a la gente. Y a los terceros que al molestar los tête a tête insisten..., ustedes saben. Necesito un paseo por los cerros para aclarar la mente, pero no les impondré mi persona. Además, quiero caminar con paso firme; me siento como si huyera de algo.
—Pero detrás de mí siempre oigo... —citó Martin.
—Es algo así. Hasta luego. —y Alex partió para los cerros a una velocidad nerviosa que trajo a la mente de Martin otra cita que dice:
... uno que por un camino solitario
camina con miedo y temor,
y que después de volverse una vez sigue
sin ya volver la cabeza
porque sabe que un diablo tremendo
le sigue los pasos.
Cuando Martin y Mona llegaron a un trecho del camino en donde no había luz, y durante el abrazo que lógicamente sobrevino, dejaron pasar inadvertidas lo que pisaba los talones a Alex Bruce.

 

 

Por falta de luna, los cerros estaban envueltos en oscura quietud. Mona y Martin se instalaron por fin en el mismo lugar que había sido testigo de su conversación en español el domingo anterior. Hablaron ahora —si es que hablaron— en una extraña mezcolanza de inglés y español, con palabritas que mejor convenían al momento. Y Martin, sin miramientos para lo que él había citado como la primera regla de un detective de novela, se sentía gloriosamente feliz.
Ocurrió todo de pronto y en forma tan repentina que los interrumpió en medio de un beso. Primero oyeron pasos que venían por el sendero, luego la presencia de una persona que caminaba a prisa, luego un tiro, una figura que cayó al suelo, y una forma alta que bruscamente se hizo a un lado del sendero. Todo ocurrió con demasiada rapidez, demasiado confusamente para que Martin lo comprendiera, pero un repentino impulso lo movió a cruzar el sendero para agarrar a la forma alta, a pesar de la mano de Mona que lo retenía.
Su razón, del todo ausente en ese momento, debió de haberlo tranquilizado al sorprenderse de que la forma no tirara ni huyera, pues corrió hacia él y lo agarró con brazos fuertes. Martin no era un luchador experimentado ni musculoso; la forma era ambas cosas. Sin embargo, con un recuerdo fragmentario de jiu—jitsu y en un arranque de habilidad, Martin consiguió, después de una lucha larga y fatigosa, impresionar a la forma hasta que se puso a renegar en alemán corriente con un marcado acento suizo.
—¡Kurt! —gritó Martin, y la sorprendida figura soltó su presa.
—¡Martin! Du! Um Gottes willen...!
Se contemplaron mutuamente en la oscuridad. Sospecha..., incredulidad..., temor... Kurt, afligido, sintió dolor en el pulgar.
—El tiro vino de más abajo, del lado del sendero en que estás tú —dijo por fin Kurt.
—¿Pero quién..., qué...? —con un insólito retorno al sentido común, Martin por fin se volvió hacia la forma tendida en el sendero. Dos jóvenes estaban arrodilladas junto a ella.
—Oí pasos que corrían por el sendero —dijo Mona cuando Kurt y Martin se acercaron. Este reconoció vagamente que la otra joven era Lupe Sánchez.
—Entonces no vale la pena seguir —reflexionó Martin—. Quien quiera que fuere, ha podido desaparecer entre los cerros mientras Kurt y yo tratábamos de agarramos.
—Y el tiro no fue todo —agregó Mona—. Antes de correr, arrojó esto sobre el cuerpo —pasó a Martín una piedra envuelta en un pedazo de papel asegurado con una banda de goma.
Martin no precisaba que se le dijera qué símbolo encontraría cuando desdoblara' e! papel, ni tampoco precisaba encender un fósforo para saber que e! cuerpo inmóvil sobre el sendero era e! de Alex Bruce.