Introducción
POLÍTICA DE SUPERPOTENCIAS
Desde que los continentes empezaron a interactuar en el terreno de la política, hace alrededor de quinientos años, Eurasia ha sido el centro del poder mundial. De diferentes maneras y en épocas diferentes, los pueblos que vivían en Eurasia —principalmente los de su periferia europeo-occidental— penetraron y dominaron a las demás regiones del planeta a medida que los distintos Estados euroasiáticos alcanzaban el estatus especial de potencias principales del mundo y pasaban a disfrutar de los correspondientes privilegios.
La última década del siglo XX ha sido testigo de un desplazamiento tectónico en los asuntos mundiales. Por primera vez en la historia, una potencia no euroasiática ha surgido no sólo como el árbitro clave de las relaciones de poder euroasiáticas sino también como la suprema potencia mundial. La derrota y el colapso de la Unión Soviética fueron el último escalón de la rápida ascensión de una potencia del continente americano, los Estados Unidos, como la única e, indudablemente, como la primera potencia realmente global.
Sin embargo, Eurasia mantiene su importancia geopolítica. No sólo su periferia occidental —Europa— sigue siendo el lugar donde gran parte del poder político económico y mundial está localizado, sino que su región oriental —Asia— se ha convertido recientemente en un centro de crecimiento económico vital y con creciente influencia política. De ahí que la cuestión de cómo deben enfrentarse unos Estados Unidos con compromisos globales a las complejas relaciones de poder euroasiáticas —y particularmente si ello impide la emergencia de una potencia euroasiática dominante y antagónica— sigue siendo fundamental en términos de la capacidad estadounidense de ejercer la primacía global.
De ello resulta que —además de cultivar las diferentes dimensiones de poder más novedosas (tecnología, comunicaciones, información, así como comercio y finanzas)— la política exterior de los Estados Unidos debe seguir ocupándose de la dimensión geopolítica y emplear su influencia en Eurasia para crear un equilibrio continental estable en el que los Estados Unidos ejerzan las funciones de árbitro político.
Eurasia es, pues, el tablero en el que la lucha por la primacía global sigue jugándose, y esa lucha involucra a la geoestrategia: la gestión estratégica de los intereses geopolíticos. Es de notar que en una fecha tan cercana como 1940, dos aspirantes al poder global, Adolf Hitler y José Stalin, acordaron de forma explícita (en las negociaciones secretas que tuvieron lugar en noviembre de ese año) que los Estados Unidos debían quedar excluidos de Eurasia. Tanto uno como otro habían comprendido que una inyección de poder estadounidense en Eurasia podía obstaculizar sus ambiciones de dominio global. Ambos compartían la creencia de que Eurasia es el centro del mundo y la de que quien controle a Eurasia controlará el mundo. Medio siglo después, el tema ha sido redefinido: ¿se mantendrá la primacía estadounidense en Eurasia? Y, si es así, ¿con qué fines?
El objetivo último de la política estadounidense debería ser benéfico y visionario: dar forma a una comunidad global verdaderamente cooperativa, de acuerdo con unas orientaciones de largo alcance y con los intereses fundamentales de la humanidad. Mientras tanto, empero, es esencial que no se produzca el surgimiento de ningún aspirante al poder euroasiático capaz de dominar Eurasia y, por lo tanto, también de desafiar a los Estados Unidos. La formulación de una geoestrategia global e integrada para Eurasia es, así, el objetivo de esta obra.
Zbigniew Brzezinski
Washington. D.C.
Abril de 1997