CAPÍTULO XX

COMO SE PUEDE MODIFICAR EL KARMA

Entre las muchas ventajas que este tipo de estudios le pueden proporcionar a quienes los siguen, está la posibilidad de acelerar, en forma práctica y positiva, el desarrollo evolutivo del ser que puede conseguir adelantar con mayor o menor rapidez, según sea la mayor o menor seriedad que ponga en este empeño, y la intensidad con que realice los esfuerzos necesarios.

En todos los campos de la humana actividad, el triunfo corresponde a los mejor preparados y a los que hayan aplicado con mayor potencia una superior preparación. Porque no sólo se requiere un buen adiestramiento previo, sino la suma de energías necesarias para obtener los objetivos propuestos. Porque se puede saber muy bien lo que uno debe hacer para determinado propósito; pero si no se pone en juego todas las fuerzas y elementos requeridos para su realización, todo quedará en proyectos y los mejores planes serán olvidados, si no se llevan a cabo con el empleo de todos los medios que la experiencia exija.

En el curso de los varios ejemplos que vimos en los capítulos anteriores, pudimos apreciar cómo se realizaba el karma en los diferentes casos de espíritus que fueron investigados, y así conocimos diversas clases de expiación por la que habían tenido que pasar cada uno de ellos en cumplimiento de esa ley cósmica ineludible. Pudimos comprender, también, que ese trabajo depurativo del alma se va desarrollando a medida que el sujeto sigue su peregrinaje, por la Vida, tanto en las etapas de involución en la materia del mundo físico, en las diversas encarnaciones, cuanto en los períodos que se pasa en la Cuarta Dimensión, que pueden ser muy largos según sea la clase o nivel del espíritu.

Y en ambos estados, cada ego va avanzando y aprendiendo, con mayor o menor provecho, las lecciones de esta Gran Escuela de la VIDA. Y el aprovechamiento que obtenga dependerá, naturalmente de su propio trabajo y de su mayor o menor aplicación al proceso de depuración que necesita el alma para que el Yo Supremo pueda conseguir los grados altos de luminosidad y de vibraciones elevadas que le permitan vivir en estados de conciencia superiores y en mundos en que la felicidad es cada vez más perfecta, como hemos tratado de mostrarlo al lector en el curso de este estudio.

Ese camino está abierto para todos. Pero el ingreso a los planos superiores de la VIDA sólo es permitido a quienes han realizado su propia transformación, depurando sus defectos y modificando sus primitivas tendencias inferiores, verdaderos rezagos de los bajos instintos provenientes de la animalidad no muy lejana para los hombres que se encuentran, aún, en los peldaños inferiores de la Evolución. Y ese trabajo de purificación, que significa trasmutar cuanto de imperfecto y de inútil hay en al alma, que es el vehículo de las pasiones, de las emociones y deseos que embargan al ser humano en las diferentes etapas de su progresivo desarrollo, es efectuado por la gran mayoría de nuestra humanidad en largos períodos, porque un enorme porcentaje de los seres que habitan nuestro planeta desconoce todas estas verdades y secretos del Cosmos, y esa ignorancia —que sólo se disipa con el tiempo y la experiencia de muchas pruebas— es la causa real de todos sus errores, de todos sus defectos y de todas sus calamidades… Y para la gran mayoría, también, si no se afanan y se esfuerzan en progresar rápidamente, les pasa lo que a los alumnos perezosos de las escuelas comunes de este mundo: van quedando rezagados mientras otros, más estudiosos y esforzados, avanzan con rapidez y ganan todos los premios…

Pero todos podemos hacer lo mismo. Y cuando se conocen estos secretos de la Vida y del Cosmos, cualquier persona está en condiciones de poder adelantar rápidamente, modificando Karmas hasta llegar a conseguir en poco tiempo, estados tan avanzados de conciencia y de espiritualidad superior, que pueda lograr, a corto plazo, lo que para otros requiere, a veces, muchos siglos. Vamos a ver, ahora, un método muy sencillo para ello.

El Decálogo como Termómetro Psíquico

Lo primero que tiene que hacer quien desee conquistar rápidamente los escalones superiores y desarrollar con prontitud las facultades adormecidas en todos, alcanzando los niveles de una vida en que se deja atrás los karmas dolorosos y las pruebas duras de las más comunes existencias, es conocer la verdad de su mundo interno. En otras palabras: descubrir su verdadera personalidad, conocerse a sí mismo. Y esto no es tan fácil, pues la mayoría de las personas tiene un concepto muy falso de sí mismas. El mal llamado «amor propio» hace que muchos se precien de un equivocado retrato. Tienen una opinión tanto más falsa de la realidad cuanto más atrasados se encuentran en la escala de valores de la vida real, porque su estado de ignorancia les genera algo así como una miopía espiritual que se engaña al estudiarse íntimamente, confundiendo sus debilidades y defectos con cualidades inherentes a un carácter muy distinto de lo que, en verdad, existe en ellos.

Y mientras el hombre no aprende a conocerse, imparcial y desapasionadamente, a sí mismo, es muy poco lo que puede avanzar en la senda de su transformación. Y el que no trata de conocer la verdad sobre su propia vida interna, sobre sus fallas, debilidades, vicios y demás imperfecciones, no puede evitar los karmas que le hagan expiar cada uno de los errores cometidos y pagar cada una de las deudas contraídas con otros o consigo mismo, y ese purgatorio puede perpetuarse hasta por milenios…

Pero el que llega a conocer las fallas y los puntos débiles de su alma, como los famosos «talones de Aquiles» de su YO interno, puede saber en dónde están las llagas que hay que curar, como el médico acertado que descubre las causas de un mal y puede recetar el remedio apropiado. Y para eso tenemos al alcance de todos un magnífico instrumento. Una fórmula muy antigua, pero tan eficaz y fácil de usar, que ha servido más de cuatro mil quinientos años a centenares de generaciones humanas: el famoso Decálogo de Moisés.

En efecto, Los Diez Mandamientos recibidos por los israelitas en las faldas del Sinaí, como lo narra la Biblia, son hasta ahora una fórmula de valor inapreciable para aprender a conocernos a nosotros mismos y descubrir todos los puntos vulnerables de nuestro YO secreto. Puede ser que muchos, hoy día, piensen que esto es una tremenda necesidad, porque en los tiempos actuales, con las grandes transformaciones habidas a través de los siglos, y con el positivismo materialista que domina en todo a todos, los Diez Mandamientos de la religión mosaica, heredados por el Cristianismo, pueden parecer antiguallas propias de catecismos infantiles…

Pero el que profundiza en los arcanos de la Vida y del Cosmos, encuentra que ese Decálogo milenario conserva toda la validez y todo el sabio conocimiento de eterna verdad sobre la vida real de una humanidad que, en el fondo de su alma, sigue teniendo las mismas fallas, los mismos defectos, las mismas debilidades, pasiones y vicios, desde esos lejanos tiempos hasta hoy día… Basta con repasar, detenida y seriamente, las diez fórmulas, para darse cuenta que, en su escueta y resumida sencillez está el compendio magistral de todas las debilidades humanas, sin distinción de época, de raza, pueblo o lugar de la Tierra…

Y en esas diez sentencias, cuando las estudiamos con detenimiento, vamos encontrando nuevas facetas que amplían los alcances de cada mandato, hasta comprender las más variadas formas de interpretación global, que nos muestran a una sana meditación, los varios y amplísimos aspectos en que debe comprenderse cada fórmula, porque en su entrelinea contiene cada mandamiento un sinnúmero de facetas que llegan a abarcar hasta los más recónditos y secretos pensamientos que pueda tener la mente humana en todos los tiempos…

Es por eso que el Decálogo mosaico ha servido por siglos y siglos, no sólo a los judíos, sino a varias religiones de ellos derivadas, y a varias escuelas iniciáticas, a manera de fórmula sencilla pero magistral, en la tarea de conocerse a sí mismo para transformarse uno mismo. Es como si tratáramos de hacer un retrato verídico del YO. Un retrato que deseamos sea exacto. Tanto más exacto cuanto más sinceros seamos en nuestro anhelo de conquistar las cumbres gloriosas de la Vida. Y si conseguimos pintar ese retrato con los colores exactos y con los rasgos precisos, habremos logrado triunfar en los primeros pasos, y podremos ganar nuevas victorias en nuestro camino hacia la superación total y la FELICIDAD…

Para saber usar esos Diez Mandamientos, no bastan leerlos ni aprenderlos de memoria, como se enseñara a muchos, cuando niños. Hay que pensar con detención en cada uno. No leerlos de un golpe y tratar de memorizarlos en conjunto, sino pensar en cada uno por separado. Tomar ese trabajo con método y con disciplina, dedicando a eso que va a constituir un verdadero ejercicio, determinado tiempo cada día, o por lo menos tres veces por semana. Buscar y aprovechar un lugar en que podamos reposar por lo menos media hora cada vez sin que nadie nos pueda interrumpir, a fin de sumirnos en un verdadero momento de absoluto reposo. Y así, cómodamente sentados o echados sobre una cama o sofá, mientras nuestro cuerpo, descansa y se relaja totalmente, pensar en una de las consabidas fórmulas, buscando vislumbrar los alcances recónditos del mandato y sus posibles relaciones con lo que, en ese aspecto, haya de similitud con nosotros, con nuestra diaria conducta, con nuestros hábitos y costumbres.

No tratemos de disimular ni ocultarnos a nosotros mismos, si descubrimos coincidencias, de lo que hacemos y pensamos, con lo que expresa el mandato que en esos momentos nos sirve de modelo. Y no nos contentemos con pasar de lado, superficialmente, cada caso, cada prueba de nuestra conciencia. Examinemos, con rigurosa energía, lo que hacemos a diario; lo que pensamos y planeamos en nuestra diaria labor y nuestra lucha por la existencia, comparando cada actitud, cada paso que hemos dado o que pensamos dar, con el amplio contenido del mandamiento que ahora nos sirve de «termómetro» psíquico. Y sí lo hacemos así, honradamente, francamente, firmemente… veremos que habría, quizás, mucho que enmendar en nuestra conducta acostumbrada. Si así es, ya hemos descubierto una llaga en el alma, y podremos encontrar, también, cuál es el remedio apropiado.

Procediendo en esta forma con cada uno de los diez mandamientos, utilizando sólo uno cada vez, porque de otro nodo se establecería una confusión que nos impediría fijar nuestra atención completa en cada tema, ya que debemos procurar que esta gimnasia espiritual y psíquica nos dé los mejores resultados, habremos ido conociendo, poco a poco, muchos matices desconocidos por nosotros mismos, en nuestra verdadera personalidad; en nuestra íntima y verdadera conciencia. Y si tenemos la firmeza de mantener este ejercicio, perdurando en nuestro esfuerzo por conocer la verdadera faz de nuestro YO INTERNO, habremos conseguido más de un fructífero resultado, pues al insistir, repetidamente, días y semanas en tal empeño, habremos descubierto muchos de los defectos que debemos enmendar y habremos conseguido, también, desarrollar nuevas fuerzas, venciendo los obstáculos que pudieron oponerse a la realización de ese examen, y logrando, al mismo tiempo, una mayor fuerza de voluntad, un mayor desarrollo de nuestras energías psíquicas y mentales, que van a servirnos, enseguida, en los nuevos pasos por vencer las faltas encontradas.

Pero, antes, quiero repetir mi recomendación, muy importante, sobre la necesidad imperiosa de buscar, en cada mandamiento, las variadas facetas que, muy sutilmente, pueda tener en sus alcances, pues ya dije que su expresión literal en las Tablas de Moisés, es un resumen sintético de grandes proyecciones; porque, por ejemplo: «NO MATAR», en la escueta expresión de esas simples dos palabras, podemos encontrar una enorme variedad de implicancias que nos podrían servir para escribir un gran libro, con muchas páginas, acerca de todos los múltiples alcances que pueden derivarse de una profunda y luminosa comprensión de ese lacónico y tan grande mandamiento…

Para comprender mejor cómo debemos proceder en el análisis de las ocultas implicancias de cada mandamiento, puede servir un ejemplo. Tomemos, por caso, el sétimo: «NO HURTAR» (o «no robar», que es lo mismo). Si nos concretamos a considerar tan sólo el sentido escueto de esas dos palabras, serán muy pocos los beneficios que se pueda obtener en la comparación y examen con nuestra conducta; porque es posible que el que está realizando este ejercicio sea ya una persona incapaz de cometer un acto de vulgar latrocinio. Pero ya he dicho que en cada fórmula del Decálogo están ocultas muchas sutiles implicancias, y el mejor éxito reside, precisamente, en descubrirlas. Veamos en cuantas formas puede el hombre delinquir en este escabroso terreno, que es uno de los más comunes motivos de equivocación para nuestra humanidad. Hay muchos, que en el campo de los negocios, procuran sacar beneficios tan exorbitantes que gravan con dolor a quienes necesitan imperiosamente su mercadería. En tales casos, la conciencia del comerciante puede que no encuentre ningún motivo de censura a su proceder, y que estime como algo muy justo y correcto el exigir un precio enormemente recargado por una mercadería que por razones o circunstancias especiales puede ser de absoluta urgencia para el comprador. A diario se da este caso con corriente especulación en materia de alimentos o de medicinas. Y, si nos preguntamos, como el comerciante ¿nos agradaría que estando yo necesitado, con urgencia, de una medicina salvadora, se me exija una suma de dinero que está fuera del alcance de mis posibilidades para adquirirla?… ¿Es lícito, en este caso, recargar la utilidad por codicia, abusando de la situación para obligar al otro a satisfacer nuestra ambición?… Pensemos con detenimiento y veremos que, tal injusticia con el prójimo, que a nosotros si fuéramos la víctima, nos indignaría y la llamaríamos un robo, está involucrada, también, en ese escueto mandamiento, por mucho que las prácticas mercantiles permitan realizar tales acciones…

Y ¿qué se puede pensar de aquellos grandes señores de las finanzas, que en la cúspide poderosa de muchas instituciones, manejan los hilos que mueven el intercambio económico, financiero o comercial de ciertos sectores, procurando con refinada astucia y fría inteligencia, obligar a los sectores rivales a ceder posiciones, depreciar valores, y hundirse en la ruina si es posible, por conquistar situaciones, asumir activos a precios de remate, valorizar a capricho las nuevas pertenencias y seguir dominando a otros, que pueden ser a veces grandes masas de seres humanos?… ¿No cae todo esto dentro del 7.º mandato de Moisés, por mucho que las costumbres y las leyes de nuestra actual humanidad lo toleren?…

¿Qué debe pensar, también, un médico (pongamos por caso), de los que hay muchos en la Tierra, quien cegado por la codicia, inventa situaciones que requieran una intervención quirúrgica, para aprovechar de la ignorancia de su paciente y operarlo?… Esa operación, innecesaria, ¿no es también un robo?…

Y esos otros, —que han existido siempre, en todas partes y en todos los tiempos— quienes aprovechando del poder y de las posiciones encumbradas, realizan operaciones que, aparentemente, no dañan a nadie en forma directa, pero que al producirles desmesuradas ganancias les permiten acumular grandes fortunas que, muchas veces, producen desequilibrios tremendos en la economía de las instituciones, grupos o naciones a cuyo cuidado se encuentran… ¿no caen, igualmente, dentro de la bíblica prohibición mosaica de «NO ROBAR»…?

Muchas sutilezas de esta índole podemos encontrar, si analizamos detenidamente los alcances tan diversos de este mandamiento, que hasta hoy es uno de los que más olvida, a cada instante, nuestra pobre humanidad. Porque, —repito una y mil veces si fuera necesario— no es sólo el hecho vulgar de apropiarse, groseramente, de lo que pertenece a otro, como las múltiples formas de robos, estafas, latrocinios mayores y menores que se cometen en el mundo todos los días, sino esa variedad oculta de las muchas maneras que la astucia humana inventa para saciar las ansias de dinero y de poder, y las múltiples intrigas que sirven a muchos para obligar a otros a entregarles algo, como los chantajes y la usura en todas sus varias modalidades.

Y lo que se acaba de exponer, tiene también aplicación directa a todos los demás acápites del Decálogo mosaico, pudiendo el practicante de los ejercicios mencionados ayudarse en su labor y en su propósito con una simple fórmula adicional, extraída ahora del Nuevo Testamento: No hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti… Procede con los otros como te gustaría que los otros procedan contigo…

Aprovechamiento del «Retrato» para la Transformación del Yo

Así como algunos acostumbran escribir su diario, o sus memorias, día a día, el que se proponga realizar la magna labor de superarse con rapidez, debe ir anotando por escrito los detalles que vaya descubriendo en ese diario examen que acabamos de explicar. Es preferible hacerlo por escrito, en un cuaderno o libreta de notas, para que no se olvide nada si lo dejamos al simple cuidado de la memoria. Y así, iremos anotando todo lo que vayamos, descubriendo en esa práctica diaria. Todos los aspectos de nuestra conducta que merezcan enmendarse. Las distintas fallas de nuestro carácter que requieran ser reformadas. Los hábitos equivocados y negativos, que encontremos contrarios a las justas interpretaciones de los mandamientos. Las tendencias perjudiciales y los pensamientos que se opongan a la correcta realización de los mandatos del Decálogo. Todo aquello, en fin, que descubramos en nosotros y que no se ajuste, imparcialmente, al firme cumplimiento de sus normas y preceptos, ya sean literales en el texto o derivados en la observación y análisis, deberá ser anotado en la libreta, para que se pueda mantener constantemente la presencia de esas fallas y la necesidad de eliminarlas.

Si queremos progresar y superarnos, seria y efectivamente, tenemos que proceder así, aunque nos cueste trabajo hacerlo diariamente y por mucho que nos moleste reconocer nuestros defectos y confesarnos nuestras imperfecciones. Porque, si no lo hacemos, continuaremos sufriendo los efectos de las reacciones generadas por nuestras faltas, sancionadas por el Karma, durante todo el tiempo (que pueden ser siglos) hasta que se haya logrado vencer todas esas malas inclinaciones que nos mantienen atrasados y sufriendo. Si podemos conseguir que todo esto cambie, rápidamente, asegurando en una existencia tísica el adelanto que, de otro modo, puede torturarnos por centurias ¿por qué no hacerlo de una vez?…

En efecto, si continuamos con paciencia la tarea que nos hemos propuesto, de la manera que estamos indicando, al cabo de no mucho tiempo habremos conseguido hacer el verdadero retrato de nuestra íntima personalidad, la figura exacta del alma que domina a nuestro YO… Y ese retrato no es necesario que otros lo conozcan. Nuestro trabajo puede ser tan secreto como lo queramos realizar. Las notas en que se vuelquen todos los descubrimientos que nos hemos revelado, pueden quedar guardadas con la misma seguridad y discreción que se haya puesto en hacer los ejercicios… Nadie, por lo tanto, ha de saber lo que estamos haciendo; y así, nadie tiene por qué enterarse de nuestros secretos y de nuestra labor por alcanzar una completa y muy íntima transformación…

Y cuando tengamos la lista general de todas las faltas encontradas, y estemos decididos a enmendarlas totalmente, habrá llegado el momento de utilizar ese «retrato» secreto de nuestro YO actual, para la elaboración de los planes de nuestra nueva personalidad, que será como hacer los planos para la construcción de un nuevo edificio, más sólido y más perfecto. Y en esta nueva etapa, que trataremos en el próximo capítulo, se desarrollarán las fuerzas que vamos a necesitar para el triunfo de tan magna como gloriosa empresa, y para toda clase de triunfos en la Vida.