CAPÍTULO III

MI PRIMER ENCUENTRO CON EL «MAS ALLA»

No es necesario expresar con que entusiasmo, rayano en vehemente expectación, vi pasar las horas que me separaran de aquella entrevista, del día sábado, y la cita para el miércoles. Carlos y Lizardo me preguntaron, en la Logia, cómo me había ido en la visita a Don Fermín. Les informé acerca de los principales temas tratados en la conversación, pero tuve mucho cuidado en no revelar que se me había invitado a una reunión secreta en su casa. Cumplía, así, parte de mi promesa; y mis Hermanos se abstuvieron de hacer nuevas preguntas.

De tal suerte llegó el día y la hora acordados. Naturalmente, ya no necesitaba compañía. Y mientras cuadraba mi carro frente a la casa de los González, el corazón me latía fuertemente ante la ansiedad de acercarme a lo desconocido, de estar a punto de enfrentarme al «Más Allá», que, aun cuando supiera entonces mucho sobre Él, no dejaba de impresionarme la certidumbre de que, dentro de pocas horas, o tal vez minutos, podría ver que se abrieran las puertas de cuanto había estudiado en libros, y recibido en explicaciones de mis maestros de ambas Ordenes, pero que, todavía, no pude conseguir que se me ofreciera en el terreno práctico, en el acercamiento objetivo de esas realidades de otros planos, en la evidente comunicación, directa, entre lo visible, audible y tangible y eso «otro» invisible, incorpóreo, fantasmal…

Y al tocar el timbre de la entrada, debo reconocer que todo mi dominio no lograba contener una intensa emoción y hasta un imperceptible estremecimiento. La puerta se abrió y en su marco vi la silueta graciosa y bella de Chabelita.

—¡Cuánto gusto, Hermano Rosciano! —exclamó con su encantadora y contagiosa risita juguetona—. ¡Pase, pase, que lo estábamos esperando!

Y al ingresar al salón, me di con la sorpresa de que ya estaban allí todas las personas del grupo anterior, incluso mis Hermanos Lizardo y Carlos, con sus respectivas esposas. Ellos me sonrieron y guiñaron un ojo, como recordándome que no habían dicho nada de esta nueva cita en nuestras conversaciones anteriores, por haberla ya sabido de antemano. Y así me lo confirmó Don Fermín, en una parte en que la señora Lydia se levantó para traer unos refrescos.

—Ya todos sabían que usted iba a unirse con nosotros —me explicó—, pero tenían que callar para ver su reacción… Y ahora, no digamos nada sobre lo que vamos a hacer, porque Lydia desconoce lo que aquí se hace

Esta extraña advertencia me sorprendió. Pero recordé lo prometido y me callé. La señora regresó con una criada trayendo un azafate con refrescos, y la conversación se generalizó acerca de temas sin importancia. Yo miraba, algo confuso, cómo todos hablaban sobre los sucesos del día, las noticias de los diarios, lo que pasaba aquí y allá por el mundo, sin mencionar, para nada, el motivo trascendental para el que yo fuera convocado. Doña Lydia se había sentado en un gran sillón confortable, en una esquina, del salón, y todos los doce formábamos corro en derredor de la sala. Don Fermín ocupaba otro sillón igual, dentro del corro, pero frente a su esposa, y nadie parecía interesarse, en lo menor, por asuntos relacionados con espiritismo ni cosas por el estilo.

De rato en rato, en medio de esa conversación intrascendente, miré al dueño de casa con fijeza, como si le preguntara el porqué de tan absurdas conversaciones. Igual hice, varias veces, con mis Hermanos Lizardo y Carlos, pero en cada caso las miradas de los tres no me dijeron nada. Así estuvimos un largo rato, charlando tontamente. Chabelita llamó a la sirvienta para que se llevara los vasos y yo me había encerrado en un aparte silencioso; tratando de observar y de sacar conclusiones sobre lo que no atinaba a comprender. Me preguntaba, interiormente, por qué no hacíamos nada que tuviera relación con el motivo para el que yo estuviera seguro de haber sido invitado: un trabajo de espiritismo práctico.

Y así, callado, observando a todos y cada uno de los presentes, pude notar que Don Fermín, también, guardaba silencio mientras los otros parloteaban, y que miraba fijamente a su señora sentada al otro lado de la pieza. Mirando, entonces, a la Hermana Lydia, me di cuenta de que hacía esfuerzos por mantenerse despierta. Abría y entrecerraba los párpados y empezaba a dar ligeros cabeceos. En ese momento, los demás comenzaron a hablar cadenciosamente y bajando, poco a poco el volumen de voz. La dueña de casa acababa de cerrar los ojos. Todos se miraron y la conversación cesó, como de común acuerdo. Miré a Don Fermín y vi que seguía observando fijamente a su esposa, que, ya dormía, dejó caer la cabeza sobre el respaldo del sillón. Miré interrogante a mis Hermanos Lizardo y Carlos, y se llevaron un dedo a los labios, como indicando silencio.

Pasó algo así como un minuto. Nadie hablaba ya. Todos estaban pendientes de la señora, que entonces comenzaba a respirar más profunda y pausadamente. El señor González miró a su hija y Chabelita se levantó sin hacer ruido. Cerró la puerta que daba al hall de ingreso y apagó las luces de la lámpara central dejando la sala alumbrada tenuemente por una pequeña lámpara de mesa. La madre dormía, ya plácidamente, y todos, callados, quietos, demostrando en su actitud algo como un profundo respeto, parecían esperar.

De pronto vi que Doña Lydia se estremecía como en un rápido estertor. Tosió e hizo un movimiento brusco del tronco, cual si se fuera a levantar. Continuaba con los ojos cerrados y su respiración volvió a ser normal. Levantó la cabeza que dejara caer sobre el respaldo del sillón y se acomodó nuevamente colocando los brazos, que tenía caídos, sobre el regazo, en posición de descanso en los del mueble, adoptando una cómoda postura sentada. Seguía con los ojos cerrados y por su respiración denotaba estar dormida. Pero, de pronto, comenzó a hablar:

—Buenas noches, queridos Hermanos: —dijo, con una voz que no era la suya. Ahora la Hermana Lydia hablaba con una voz seca y sonora, una voz de hombre y de marcado acento español—. ¿Cómo han estado Ustedes?… ¿Pasaron bien esta semana?

—Buenas noches, Emilio —repuso Don Fermín—. Sí, hemos estado bien.

—Buenas noches, Hermano Gutiérrez —repitieron todos los del grupo.

Yo no sabía qué decir. Guardé silencio.

—Veo que hoy nos acompaña el Hermano Rosciano —continuó diciendo la voz de barítono que hablaba por intermedio de la señora—. Me da mucho gusto. Hermano Rosciano, que se haya unido a nosotros.

—Gracias Hermano; a mí también… Pero ¿cómo sabe mi nombre?

—Te esperábamos. Y perdona que te hable así; pero aquí todos nos hablamos en esta forma fraternal, como lo hacen ustedes en la Logia. No te extrañe, porque hemos estado muchas veces a tu lado, y cuando vosotros hablabais de estos temas con los Hermanos Moreno y Arriaga, yo y otros estábamos juntos y, os inspirábamos para que llegarais a venir a este grupo tan querido.

—Entonces me han estado siguiendo… perdón… ¿me han estado acompañando?

—Sí, muchas veces. ¿Quieres una prueba?

—Si quieres, Hermano…

—Bien; ¿te acuerdas que hace quince días, faltando una hora todavía para comenzar los trabajos de tu Logia, conversabas en la Secretaría con el Hermano Lizardo y Te decías que te gustaría mucho poder comprobar en la práctica la posibilidad de comunicarte con los espíritus desencarnados?… En esos momentos tú llevabas en la mano varios documentos que acababas de firmar y que te disponías a llevar al templo. Entre esos papeles había varias solicitudes de personas que desean ingresar a la Logia y que iban a ser sometidas al veto de los Hermanos por medio de una ceremonia que vosotros llamáis «balotaje»… ¿No es verdad?

—¡Exacto! —exclamé, presa de profunda emoción.

—Y queremos que sepas que te hemos estado buscando porque tú has querido profundizar en estos conocimientos y porque, en este grupo se reúnen varios espíritus encamados y desencarnados que la Divina Providencia ha permitido sean juntados para realizar estudios y trabajos que, en común, forman parte del Destino de cada uno.

—Gracias, Hermano…

—Permíteme llamarte más familiarmente: Hermano Pepe, como te dicen cariñosamente quienes en el mundo te tratan de cerca, y tú también llámame como los otros, porque ahora formamos una gran familia unida por lazos de una confraternidad que trasciende, como vez, los límites de la materia. De esa materia que tanto has estudiado y que ahora empiezas a comprobar, como deseabas, que sólo es un mundo efímero y de ilusión, porque se acaba con la Muerte, pero la Muerte no acaba la Vida, ya que estás viendo que la Vida sigue más allá de los sepulcros, tal como tú y otros estudiaran…

—Gracias, Hermano Gu… Gut…

—Gutiérrez, Emilio Gutiérrez fue el nombre que tuve en esa última encarnación. Ya el querido Hermano Fermín te explicará todo esto, aunque ya, también, te han contado algo los queridos Hermanos Moreno y Arriaga con los que te une tan gran amistad. Ahora, permíteme hablar un rato a solas con el Hermano Fermín, y luego, cuando regreséis todos acá, te voy a dar una nueva noticia que te alegrará mucho.

—Perdón; ¿podría adelantarme algo, Hermano?

—Sí. Aquí, junto con nosotros está un viejo amigo tuyo, un espíritu que ha evolucionado muchas veces junto a ti y que influyó, notablemente, para que te buscáramos y te uniéramos a este grupo…

—¿Puedo saber su nombre?

—Los nombres, Hermano Pepe, no tienen mayor importancia. Ya tú sabes que tenemos muchas existencias anteriores, y en esas existencias tuvimos, también, distintos nombres. ¿Qué más da uno u otro? Ahora me dice él qué te diga que puedes llamarlo Hermano Juan… Es, o ha sido más bien, un monje carmelita que está muy íntimamente ligado a ti desde hace siglos… Espera a que hable a solas con Fermín, que luego te presentaré a tu Hermano Juan…

Guardé silencio. Todos se habían incorporado preparándose a salir, y el Hermano González tomó asiento junto al sillón en que se hallaba su consorte. Acompañé al grupo, guiados por Chabelita, hasta el comedor.

Ahí, los Hermanos Carlos y Lizardo me abrazaron, y todos los demás lo hicieron también. Yo quería saber por qué se me dijo, brevemente, que la Hermana Lydia desconocía cuanto allí se hacía, palabras textuales del Hermano Fermín.

—Poique ella ignora que es médium —me explicó Lizardo.

—Y ¿cómo ha podido ser todo esto?

—Es una larga historia que preferimos que te la explique Don Fermín. Por eso es que hablamos de cosas sin trascendencia mientras ella está despierta, pues nos hemos comprometido a mantener, ante ella, el secreto de su maravillosa facultad.

—Verdaderamente, posee una mediumnidad poco común, a juzgar por lo que yo conocía al respecto. He sabido de muchos médiums de distinto tipo: escribientes, sensitivos a ruidos y golpes, auditivos, precognitivos, parlantes, etcétera, pero les confieso que no sabía de alguno que no requiriese de previa preparación hipnótica para entrar en trancé, y nuestra Hermana Lydia parece que entra en trance en forma natural y espontánea. A menos que Don Fermín…

—Comprendo… Pero él mismo te explicará que nunca necesitó dormirla magnéticamente.

—Sin embargo, me pareció que él la miraba fija y detenidamente hasta que se durmió.

—Así es; pero ella no necesita de nadie para dormirse. Entra en trance espontáneamente, sola…

Yo no estaba muy convencido sobre este punto. Pensaba que su esposo poseía un fuerte poder hipnótico y que, de tal manera, con sólo mirarla desde lejos, inducía en ella magnéticamente el sueño. Estuvimos conversando un rato, más o menos un cuarto de hora, cuando González salió del salón y vino a buscarnos.

—Dolores —dijo dirigiéndose a la hermana de Lizardo—; te llama. Dice que tú querías hacerle una consulta privada. Pasa.

Y mientras la Hermana Lola, como algunos la nombraban, ingresó al salón, el anciano se acercó a mí, y con su característico tono paternal me preguntó:

—¿Estás satisfecho?

—Bastante; pero le agradecería si pudiera explicarme algunos aspectos que todavía no conozco bien, en este caso tan especial y, verdaderamente asombroso de mediumnidad, según lo que yo conocía al menos…

—Es verdad. Yo igualmente me sentí impresionado, hace años, cuando descubrí esta facultad desarrollada poco a poco en forma tan maravillosa en Lydia. Podía haberla hipnotizado, pues yo también he practicado algo de hipnotismo; pero nunca fue necesario y no he creído conveniente nacerlo.

—¿Hace mucho que es médium?

—Nunca me enteré de ello hasta hace, relativamente, poco tiempo. —A lo más, dos o tres años atrás. Yo duermo por lo general de cinco a seis horas por la noche. Algunas veces me despierto de madrugada y vuelvo a reanudar el sueño después de una corta lectura. En una de esas vigilias nocturnas sentí que Lydia se movía en la cama y que comenzaba a hablar. Me aproximé y vi que hablaba dormida.

No quise despertarla y sin darle mayor importancia, tomé a sentarme en mi sillón y continuar la lectura a la luz de la pequeña lamparita de velador que utilizo en esos casos. Pero Lydia comenzó a hablar más coherentemente y con mayor claridad. Y lo que me impactó fuertemente, esta vez, fue el notar que no hablaba con su tina voz natural. Ahora se notaba con mayor nitidez, una voz de timbre extraño, ronca, de hombre, que iba pronunciando palabras entrecortadas. Conocedor de estos fenómenos, no pretendí despertarla, para ver en qué paraba todo ello. De pronto la vi incorporarse en el lecho y con los ojos cerrados, igual como Uds. la han visto, esa voz de hombre me dijo:

—Fermín, soy yo… ¿no me reconoces?

—No; ¿quién eres y qué quieres?

—Soy Emilio, tu compadre… Gutiérrez.

»Debo confesarles —prosiguió explicándonos González—, que me sentí profundamente impresionado. Pero mi larga experiencia en estos fenómenos me ayudó a sobreponerme y a mantener un corto diálogo con el espíritu que de manera tan sorpresiva se me manifestaba. Por varias preguntas muy íntimas que le hiciera, tuve la certeza de que, en efecto, se trataba de mi amigo y anterior esposo de Lydia. Me declaró que le habían permitido manifestarse así a nosotros, para cumplir una misión muy noble y elevada que iría explicando en el curso de nuevas intervenciones nocturnas a través de la materia física de ella, que había sido preparada desde la Cuarta Dimensión para este objeto. Desde aquel momento, una o dos veces por semana, a la misma hora en la madrugada, se presentó Emilio y me fue indicando todo lo necesario para que llegáramos a formar un grupo selecto y secreto que tendría que realizar, con el tiempo, una serie de trabajos, estudios y misiones altruistas en bien de muchos Hermanos de la Tierra…

El señor González seguía hablando, y me explicaba cómo tuvo gran cuidado de no revelar su secreto a la señora, porque, también, el espíritu de su amigo y compadre así se lo pidiera. En ese momento, se abrió la puerta del salón y la Hermana Dolores nos llamó desde el hall. Ingresamos de nuevo y ocupando nuestros sitios, el espíritu de Gutiérrez nos saludó otra vez, pidiendo disculpas por habernos hecho esperar.

—Tenía que tratar asuntos privados de nuestros dos queridos Hermanos, y ya sabéis que acostumbramos hacerlo cuando el caso lo requiere. Y ahora, cumpliendo lo prometido al Hermano Rosciano, voy a ponerlo en contacto con nuestro Muy Amado Hermano Juan, que está deseoso de hablarle.

Se hizo un pequeño silencio y una nueva voz, serena, profunda y de timbre bajó, nos dijo:

—Buenas noches, amados Hermanos… Hace un tiempo que no tengo el placer de poder dirigirme a vosotros, porque estuve sumamente atareado en labores propias de nuestro plano espiritual. Aquí nadie está ocioso, como pueden creer quienes no conocen nuestro mundo. Ya podréis ir aprendiendo cómo es la Vida en este mundo del Alma, y eso es parte de la misión que se nos ha encomendado para bien de muchos que, igual a vosotros, desean conocer la VERDAD y recibir LA LUZ, y que tendrán que aprender que LA VERDAD y LA LUZ, no se pueden dar jamás por dinero, pues quien pretende comerciar con ellas, las pierde… Deberéis recordar, siempre, que LA LUZ y LA VERDAD sólo se dan por AMOR… Y ahora, permitidme que me dirija al Hermano Rosciano, que hoy se ha unido a nosotros, para saludarlo en nombre de una larga amistad que nos unió y ha vuelto a unirnos en el Tiempo… ¡Muy amado Hermano… Salud!… Tal vez no entiendas en este instante los alcances de este saludo. Pero una vez que me escuches, a solas, cuanto tengo que decirte, comprenderás su sentido. Estuvimos unidos en el Tiempo en varias existencias anteriores, y después de una separación necesaria por las diferentes experiencias que debíamos pasar, hoy me han permitido, nuevamente, volver a encontrarme contigo para bien de los dos y de muchos… Amados Hermanos del grupo: os ruego permitid que pueda hablar en privado con nuestro Hermano José, pues hay cosas que no estoy autorizado para revelar en público…