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La hija del general del Guomindang

A veces, los temas que se discutían en mi programa provocaban enormes discusiones entre los oyentes, y para mi sorpresa, mis colegas querían seguir discutiendo esos mismos temas al día siguiente de la emisión del programa. El día después de haber presentado un programa en el que tratamos las minusvalías, me encontré en el ascensor con el viejo Wu. Mientras el ascensor chirriaba hacia el sexto piso, él aprovechó para hablarme del programa de la noche anterior. Era un oyente regular de mi programa y estaba dispuesto a compartir sus opiniones e ideas conmigo. A mí me enternecía su interés. Los políticos habían empañado tanto el entusiasmo por la vida en China, que era raro encontrar hombres de avanzada edad, como el viejo Wu, que todavía sintieran curiosidad por las cosas. Era muy inusual que la gente que trabajaba en los medios de comunicación en China viera, oyera o leyera los mismos medios en los que trabajaban: sabían que no eran más que portavoces del Partido.

—Creo que lo que discutisteis anoche en tu programa fue muy interesante —dijo el viejo Wu—. Tus oyentes coincidieron todos en que deberíamos sentir compasión y comprender a los minusválidos. Sentir compasión es fácil, pero creo que la comprensión no lo es tanto. ¿Cuánta gente puede desprenderse de sus mentes y de su cuerpo capacitado, para comprender y entender a un minusválido en sus propios términos? Y debería distinguirse entre las experiencias de la gente que nació incapacitada y la que quedó así en alguna etapa de la vida. Claro... ¡Eh!, ¿qué ha pasado? ¿Está la luz roja encendida?

El ascensor se detuvo de una sacudida y la luz roja de la alarma se encendió, pero nadie entró en pánico porque aquello era algo muy corriente: el ascensor se detenía casi todos los días. Por suerte lo hizo a la altura de uno de los pisos y no entre ellos, y el señor que los reparaba (la persona más popular en el edificio), no tardó en abrir la puerta. Al salir del ascensor, el viejo Wu me dijo una última cosa, casi como emitiendo una orden:

—Xinran, encuentra un momento para conversar conmigo pronto. No pienses sólo en tus oyentes, ¿me has oído?

—Sí, te he oído —repuse en voz alta, mientras el viejo Wu se alejaba.

—¿Qué es lo que has oído?

Un supervisor me detuvo en el pasillo.

—Estaba hablando con el director Wu —le dije.

—Creía que habías oído hablar de la discusión que hubo ayer en el departamento editorial acerca de tu programa.

Sabiendo cuán afilada podía llegar a ser la lengua de mis colegas, me puse a la defensiva:

—¿Acerca de qué discutían? ¿Del tema? ¿De algo que dijo algún oyente? ¿De algo que dije yo?

—Discutían sobre si era más triste haber nacido minusválido o quedar impedido a lo largo de la vida —repuso el supervisor mientras se alejaba por el corredor sin mirar atrás.

Aquella mañana, el departamento editorial parecía haber retomado el tema de la noche anterior. Al entrar en la oficina, siete u ocho personas estaban metidas en una fuerte discusión, a la que también se habían sumado dos de los técnicos. Todos estaban realmente sensibilizados con el tema: algunos estaban acalorados por la excitación, otros gesticulaban o repiqueteaban la mesa con los lápices.

Yo no estaba segura de querer participar en la discusión, porque había tenido dificultades para manejar el tema entre los oyentes, quienes, además, me habían tenido en el estudio hasta tarde, después de terminar la transmisión. Llegué a casa a las tres de la mañana. Con toda la discreción de que fui capaz, tomé la correspondencia y me apresuré a salir.

Justo al alcanzar la puerta, el viejo Chen me gritó:

—¡Xinran, no te vayas! Tú fuiste quien prendió la llama, así que tú misma deberías apagarla.

Yo intenté encontrar una excusa:

—Ahora mismo vuelvo, el jefe quiere verme —dije, y me escabullí para refugiarme en la oficina del director de la emisora, sólo para encontrarlo allí esperándome.

—¡Hablando del rey de Roma! —exclamó.

Me puse tensa, esperando lo peor.

—Aquí tienes una copia del registro de llamadas entrantes. Creo que hay posibilidades de sacar una buena entrevista. Échale una mirada y piensa en algo para esta tarde —me dijo en tono autoritario.

Había un mensaje para mí en el registro telefónico: la hija de un general del Guomindang estaba ingresada en un hospital mental y se suponía que yo debía llamar a un tal doctor Li. No había detalles que indicaran que allí había una buena historia, pero sabía que el director era muy astuto, y que si él decía que había algo, seguro que tenía razón. Siempre acertaba: descubría los temas más jugosos de las menores pequeñeces. A veces lo veía como si hubiera crecido profesionalmente en un ambiente de prensa libre.

Llamé al doctor Li, que fue breve.

—Esta mujer es la hija de un general del Guomindang. Es retrasada mental, pero no nació así. Según me han comentado, ganó un primer premio de ensayo en Jiangsu cuando era pequeña, pero ahora... —La voz del doctor Li se quebró de repente—. Lo siento, ¿podría contárselo personalmente?

Acepté inmediatamente y quedamos que yo visitaría el hospital aquel mediodía.

 

Después de saludarnos brevemente, el doctor Li me llevó a ver a la mujer. Un pálido rostro inexpresivo nos miró al introducirnos en la quieta y blanca habitación.

—Shilin, ésta es Xinran, ha venido a verte —dijo el doctor Li.

Shilin permaneció en silencio, y su cara siguió inexpresiva.

El doctor Li se volvió hacia mí y me dijo:

—No reacciona con nada, pero, de todos modos, yo creo que debemos tratarla con respeto. Ella no nació con la deficiencia mental, alguna vez habló y pudo comprender los sentimientos. —Miró su reloj—. Ayer, algunos de los miembros de la familia de Shilin escucharon su programa y uno de ellos me pidió que concertara una cita con usted. Estoy de guardia ahora pero tome asiento, los parientes de Shilin llegarán en cualquier momento.

Nunca había estado sola en una habitación con una persona con problemas mentales. Intenté hablar a Shilin, pero no reaccionó a mis palabras. Sin saber bien qué hacer, tomé mi bloc de notas y comencé a dibujarla. Ella permaneció completamente quieta, sin prestar atención a lo que yo hacía.

Shilin era muy hermosa. Calculo que tendría cerca de cuarenta años, pero la piel bajo sus ojos era clara y sin arrugas. Sus rasgos eran normales y bien proporcionados, y su recta nariz resaltaba unos ojos grandes y arqueados, que ascendían hacia los ángulos exteriores como si estuviera a punto de sonreír. Sus labios eran finos como los de las mujeres retratadas en las antiguas pinturas chinas.

Antes de que pudiera terminar mi boceto llegaron los parientes de Shilin: su tía y su prima, que eran madre e hija. La tía de Shilin, Wang Yue, era una señora de buenas maneras que se conducía con mucho decoro. La prima, Wang Yu, tendría unos treinta años y trabajaba como contable para el editor de una revista.

Wang Yue dijo que la noche anterior la familia había encendido la radio antes de irse a dormir. Me dijo que escuchaban mi programa cada noche porque los ayudaba a dormir. Yo me pregunté si mi programa era tan abominable y no supe si deprimirme o echarme a reír.

La hija de Wang Yue, que había notado la ambigua expresión en mi cara, le dio un suave codazo a su madre, pero Wang Yue la ignoró. Me dijo que se habían puesto nerviosos escuchando a los oyentes que la noche anterior habían dicho que era mucho peor haber nacido con deficiencias que adquirirlas más tarde en la vida. La familia de Shilin estaba muy en desacuerdo con ello, y había sentido una profunda aversión hacia aquellos que habían defendido esta postura que, por lo demás, creían totalmente errónea.

Wang Yue habló apasionadamente. ¿Acaso la gente podía olvidar el gran dolor que produce perder a alguien que ha tenido a su lado alguna vez? Sin duda era más trágico haber tenido conocimiento y entendimiento y haberlo perdido que no haberlo tenido nunca. Wang Yue dijo que la familia se había revolucionado tanto con este tema que ninguno de ellos había podido dormir. Todos estaban seguros de poder probar su posición contándome el caso de Shilin. La expresión de Shilin permaneció inmutable mientras Wang Yue me contó su historia:

Shilin era la hija de un general del Guomindang, la más joven de su familia. A diferencia de sus hermanos y hermanas mayores, Shilin se crió protegida y mimada. Cuando estalló la guerra civil en China en 1945, su padre fue promovido al rango de general del ejército de Chiang Kai—shek. El Guomindang había perdido el apoyo de los campesinos en favor de los comunistas. Esto suponía un desastre, ya que los campesinos constituían el noventa y ocho por ciento de la población. Aun habiendo recibido armas de Gran Bretaña y los Estados Unidos, al Guomingdang se le fue la situación de las manos. Pronto los comunistas derrotaron al ejército de Chiang Kai—shek, de varios millones de efectivos, que se vio obligado a retirarse a Taiwan. En la huida hacia el este del Guomindang, muchos de sus líderes no pudieron organizar la salida de sus familias a tiempo. La familia de Shilin fue una de ellas.

A principios del verano de 1949, Shilin tenía siete años y llevaba dos años viviendo con su abuela en Beiping. Estaba lista para volver a casa de sus padres en Nanjing para empezar la escuela. Entonces su madre mandó una carta a la abuela en la que le decía que el padre de Shilin estaba a punto de iniciar una campaña, por lo que ella tendría que quedarse en Nanjing cuidando de los demás hijos y no podría viajar a Beiping para recoger a Shilin. Como la abuela estaba débil y mal de salud y, por lo tanto, no podría realizar el viaje, se acordó que la joven tía de Shilin, Wang Yue, la llevaría de vuelta a Nanjing.

Eran tiempos en que las batallas entre el Guomindang y los comunistas iban a resultar decisivas. Cuando Wang Yue y Shilin alcanzaron la orilla del río Yangzi, los servicios de ferry, el único medio de transporte entre el norte y el sur, estaban parcialmente fuera de funcionamiento. Pilas de mercancías se amontonaban en ambas orillas.

Mientras esperaban oyeron que iba a producirse una batalla en Nanjing; el Ejército de Liberación Popular estaba a punto de cruzar el río. Salvo esto, no había nada que les impidiera seguir su camino hacia Nanjing. Cuando llegaron a la superpoblada ciudad encontraron una bandera roja flameando fuera de la casa de Shilin. Un grupo enorme del ejército rojo se había instalado en ella.

Wang Yue no se detuvo en la casa. Rápidamente se llevó de allí a Shilin y preguntó en las tiendas y casas de té vecinas si sabían algo de la familia de Shilin. Algunos habían visto a los familiares cargar los coches y marcharse después de haber despedido a varios de los sirvientes. Otros habían oído que la familia había desaparecido sin dejar rastro el día antes que los comunistas cruzaran el Yangzi. Nadie les daba ninguna noticia concreta, pero parecía ser que toda la familia de Shilin había volado a Taiwan sin ella.

Poco después, Wang Yue recibió la noticia de que su madre había muerto cuando los comunistas registraron su casa en Beiping —rebautizada con el nombre de Beijing por el nuevo gobierno— debido a su parentesco con el padre de Shilin. Volver a Beiping era, pues, imposible. Sin saber qué hacer, Wang Yue se llevó a Shilin a una pequeña pensión de Nanjing. Un día el casero le dijo:

—¿No me habías dicho que sabes leer y escribir? El nuevo gobierno busca maestros para nuevas escuelas, deberías solicitar una plaza.

Wang Yue lo creyó sólo a medias, pero de todas maneras postuló para la plaza y la contrataron de maestra.

Aunque Wang Yue tenía veinte años —sólo trece más que Shilin— dijo a la pequeña que se dirigiera a ella como si fuera su mamá, para así poder encubrir sus identidades. La nueva dirección de escuelas las alojó en una habitación como madre e hija, y también las ayudó a conseguir algunos utensilios para la casa. Shilin fue aceptada como alumna en la escuela.

Wang Yue cuidó sus apariencias y se arregló el pelo para parecer lo suficientemente mayor como para ser la madre de Shilin. Cada mañana recordaba a Shilin que, pasara lo que pasara, no debía decir nada acerca del nombre de sus padres ni de su antigua casa. Y aunque Shilin siempre tuvo en mente los consejos de la tía Wang, no se daba cuenta de lo que significaba dejar escapar algo. Los niños disfrutan alardeando entre sí. Un día, jugando con pequeños sacos de tela llenos de garbanzos, Shilin dijo a sus compañeros que su padre le había regalado un saco con pequeñas joyas cosidas para jugar. Uno de sus compañeros mencionó esto en casa y rápidamente corrió la voz entre los adultos.

En aquella época, todos perseguían ventajas políticas para consolidar su propia posición dentro del nuevo orden comunista. Muy pronto un representante del ejército se presentó en casa de Wang Yue y le informó de que debería dar cuenta de su «difunto marido», el padre de Shilin.

Una noche, el director de la escuela de Wang Yue entró en su habitación en un estado de fuerte agitación.

—¡Ambas deben marcharse inmediatamente, van a arrestarlas! ¡Corran todo lo que puedan, y no vuelvan a Nanjing bajo ningún concepto! Aseguran que Shilin es la hija de un general del Guomindang y que has cometido el delito de refugiar a un contrarrevolucionario. No quiero oír vuestras explicaciones; en estos tiempos, mientras menos sepa, mejor. ¡Váyanse ahora! No empaquen nada, incluso se dice que pueden estar a punto de cerrar las orillas del río. ¡Venga, váyanse de inmediato! Si necesitan algo en el futuro, vuelvan y búsquenme. Debo irme ahora, si me agarran los del Ejército de Liberación del Pueblo toda mi familia correría un riesgo enorme.

A punto de llorar de ansiedad, Wang Yue tomó a la adormilada Shilin de la mano y salieron caminando de Nanjing. Wang Yue no sabía hacia dónde ir, y no cabía la posibilidad de pedir ayuda. No se atrevía a pensar en lo que les pasaría si las atrapaban. Caminaron unas tres horas; en el cielo se vieron relámpagos y Nanjing parecía estar justo detrás de ellas. Cuando Shilin no pudo caminar más, Wang Yue se la llevó detrás de unos arbustos al borde de la carretera y se sentaron. La tierra estaba húmeda de rocío, estaban hambrientas y tenían frío. Pero Shilin estaba tan cansada que se quedó dormida al momento, apoyada en su tía. Congelada y temerosa, Wang Yue dio por fin rienda suelta a sus lágrimas hasta que también ella se quedó dormida.

Poco después, unas voces despertaron a Wang Yue. Una pareja de mediana edad junto a un hombre joven y alto estaban parados a su lado, mirándolas con consternación.

—¿Por qué dormís aquí? —preguntó la mujer—. Hace frío y el suelo está muy húmedo. Levantaos y encontrad una casa o algún otro sitio para dormir. Si no, os pondréis enfermas.

—Gracias, pero no podemos seguir, la niña está exhausta —contestó Wang Yue.

—¿Hacia dónde vais? —dijo la mujer haciéndole una seña al joven para que levantara a Shilin.

—No lo sé. Sólo queremos irnos lejos de Nanjing.

Wang Yue no sabía qué decir.

—Huyendo de un casamiento forzado, ¿no? ¡Oh! Es duro cuando tienes una niña contigo —dijo la mujer dulcemente—. Esperad un momento, intentaré arreglar algo con mi marido. Éste es mi hijo Guowei, y éste mi marido.

El hombre de mediana edad que estaba a su lado las miraba con amabilidad. Habló rápido pero con suavidad:

—No hace falta decir más. Todos tenemos prisa, venid con nosotros. Es más fácil viajar en grupo. Además, ¿cómo podríamos abandonar a una viuda con una niña como usted? Venid, dejadme cargar vuestras cosas. Guowei puede hacerse cargo de la niña. Ting, ayúdala a levantarse.

Una vez en marcha, Wang Yue se enteró de que el señor se llamaba Wang Duo y que había sido el director de una escuela de Nanjing. Su mujer, Liu Ting, había sido educada en una escuela progresista para niñas, así que había ayudado a su marido en la enseñanza y las cuentas de la escuela. Wang Duo era originario de Yangzhou, donde sus ancestros habían enseñado las lecciones clásicas de Confucio en una academia privada. La escuela había sido cerrada a causa de las numerosas guerras y el caos general de las últimas décadas, y se había convertido en la casa de la familia. Cuando Wang Duo se casó, la profesión familiar y la casa le fueron traspasadas. Él pretendía abrir una escuela, pero era difícil hacerlo en un pueblo tan pequeño como Yangzhou. Con el único propósito de ofrecer una buena educación a su hijo, se mudó con toda la familia a Nanjing, donde permaneció durante diez años.

Durante los tiempos duros Wang Duo tuvo serias dificultades para instalar su escuela en Nanjing. Varias veces pensó en volver a Yangzhou para dedicarse a escribir en tranquilidad, pero Liu Ting quería que Guowei finalizara su educación superior en Nanjing, e insistió en quedarse. Ahora que la educación de Guowei había finalizado, regresaban a Yangzhou.

Wang Yue no se atrevió a decir la verdad, sólo habló de cierto secreto que resultaba difícil de explicar con palabras. En aquella época, la gente con educación sabía que el conocimiento podía resultar peligroso. Después de la caída de la dinastía Qing, China cayó en un período de anarquía y regímenes feudales. El caos había sido peor durante los cuarenta y cinco años anteriores al nuevo gobierno comunista: gobiernos y dinastías cambiaban cada día. Nadie conocía las reglas de la república todavía, y lo que se decía era: «Mantén el silencio sobre los asuntos de gobierno, habla poco acerca de tu familia, decir de menos es siempre preferible a decir de más.» La familia Wang no la presionó para conocer los detalles.

Yangzhou es una ciudad pintoresca a la vera del río, cercana a Nanjing. Sus platos típicos, las verduras al vapor, los nabos deshidratados y las lonchas de tofu en jengibre, son conocidos en toda China. Las mujeres de Yangzhou son famosas por sus cuerpos y su belleza. La zona rural de Yangzhou y su paisaje de montañas y de agua han atraído a personalidades políticas y literarias de todo el país. La cantante de ópera de Beijing, Mei Lanfang, y el famoso poeta de la Escuela de la Luna Nueva, Zu Zhimo, son de Yangzhou, al igual que Jiang Zemin, el actual presidente de China.

Wang Duo y Liu Ting tenían una casa tradicional en un suburbio al oeste de Yangzhou, cerca del lago Shouxi. Siglos de dragados, plantaciones de jardines y bosques han transformado el lago en uno de los más bellos de China.

Durante su ausencia la casa había sido vigilada y cuidada por una pareja de ancianos, así que estaba limpia y ordenada cuando regresaron. Aunque todo lo que había en la casa era viejo, se respiraba un agradable aire de escuela. Apenas llegaron a Yangzhou, Wang Yue y Shilin cayeron en cama con mucha fiebre. Liu Ting estaba muy preocupada y llamó con urgencia al herborista chino, que diagnosticó conmoción y resfriado a causa del cansancio, y prescribió un tratamiento de hierbas que Liu Ting preparó con dedicación.

Wang Yue y Shilin se recuperaron en un par de semanas, pero Shilin ya no era la misma y empezó a esconderse detrás de los mayores cuando la familia Wang la llevaba a visitar a los niños del vecindario. Wang Yue creyó que Shilin padecía los efectos colaterales de la huida de Nanjing pero que pronto se recuperaría.

Poco tiempo después Liu Ting dijo a Wang Yue:

—Mi marido dice que eres buena con el lápiz. Si quieres, puedes quedarte y ayudarnos con el trabajo de oficina. Podrás llamarnos tío y tía y a Guowei hermano mayor. También te ayudaremos a cuidar de Shilin.

Wang Yue estaba muy agradecida y aceptó enseguida.

El clima político en Yangzhou era mucho menos cargado que en las grandes ciudades. La gente de Yangzhou no era fanática de la política y la tradición cultural allí dictaba que todo el mundo debía poder vivir y trabajar en paz. La bondad y sinceridad de la familia Wang ayudó a Wang Yue a dejar atrás el terror de lo vivido.

Guowei comenzó a enseñar en una escuela recién inaugurada a la que llevaba a Shilin cada día. De vuelta con los niños de su edad, Shilin volvió a ser la de antes.

A Guowei le gustaba su trabajo porque en la escuela había una atmósfera creativa y allí no se hacía distinción entre ricos y pobres. La dedicación de Guowei era recompensada por la escuela, que le facilitaba la participación en varias actividades extraescolares. Cuando Guowei comentaba entusiasmado su trabajo en casa, sus padres le advertían que debía ser más prudente. Wang Yue lo escuchaba con atención, mostrando interés y comprensión por las pasiones de Guowei. Pronto se enamoraron y se prometieron al tercer año de haberse conocido.

El día del compromiso, Wang Yue decidió decir la verdad a la familia Wang. Mientras Liu Ting escuchaba no paraba de repetir una y otra vez:

—Lo has pasado mal, lo has pasado muy mal. Wang Duo dijo:

—Shilin es la hija de tu hermana, y es nuestra hija también. Desde mañana serás hija de la familia Wang y, por lo tanto, Shilin será nieta de la familia.

Shilin trataba a Wang Duo y Liu Ting como abuelos y a Wang Yue como si fuera su madre, pero no le resultaba fácil reconocer en Guowei a un padre. Tenía ya diez años y era difícil para ella cambiar el modo de tratar a Guowei ante sus compañeros de clase. En la boda de Wang Yue y Guowei lo llamó papá por primera vez, sin que nadie le insistiera en hacerlo. Guowei estaba tan contento que la alzó en brazos y la abrazó con tanta fuerza que Liu Ting tuvo que pedirle que la bajara porque le haría daño.

Shilin era brillante y siempre estaba dispuesta a todo, y, además, la educaban los miembros de su familia, que eran todos maestros. Era una estudiante excelente, hasta tal punto que se saltó un par de cursos, pasando de tercero a quinto directamente. Cuando entró en sexto, Shilin representó a la escuela en el certamen de ensayo regional del norte de la provincia de Jiangsu y ganó el primer premio. Siguió adelante hasta ganar la medalla de bronce en el certamen que incluía a niños de toda la provincia de Jiangsu. Wang Yue y Guowei estaban encantados con la noticia y abrazaron a Shilin con tanta efusión que dejaron de lado los llantos de su primer hijo. Toda la familia estaba orgulllosísima, hasta los vecinos llegaban para felicitarlos por la excelencia de Shilin.

Al día siguiente, mientras Guowei estaba escribiendo unas coplas sobre papel rojo para exponerlas el día internacional del niño, el 1 de junio, una niña entró gritando en la sala y, casi sin aliento, dijo:

—¡Señor Wang, venga rápido! Los niños están insultando a Shilin y ella está peleando con ellos. ¡Está exhausta pero las niñas no se atreven a ayudarla porque los chicos dicen que le darán una paliza a quien lo haga!

Mientras Guowei corría hacia el patio de la escuela, podía oír a los niños gritar a Shilin:

—¡Tú, mentirosa!

—¡Niña bastarda!

—¡Los bastardos siempre son los más listos!

—Pregúntale a tu madre quién era tu padre. ¿Era un borracho que encontró en una zanja?

Guowei se abalanzó hacia la jauría y, apartando a los niños a puñetazos, tomó a Shilin en brazos mientras gritaba ferozmente:

—¿Quién dice que Shilin no tiene padre? ¡Si alguien se atreve a decir una palabra más, será lo último que haga, porque lo voy a moler los huesos! ¡Si no me creéis, probadme!

Asustados, los pequeños matones huyeron despavoridos. Shilin temblaba en brazos de Guowei, pálida como un papel, sudando a mares y con sangre en los labios de tanto mordérselos.

Una vez en casa, Shilin empezó a tener fiebre.

—No soy una bastarda, tengo mamá y papá excelente —repetía una y otra vez.

Liu Ting y Wang Yue se dedicaron por completo a cuidarla.

El doctor dijo a la familia que Shilin había sufrido una conmoción: había irregularidades en el latido de su corazón. Dijo que si la temperatura no le bajaba pronto, podría sufrir daños mentales permanentes. El doctor se preguntaba qué podría haber pasado para que una niña de doce años sufriera semejante conmoción.

Wang Duo dijo furioso:

—Este país se pone cada día peor. ¿Cómo pueden unos niños hacer semejante atrocidad? Lo que le han hecho a la niña es monstruoso.

Guowei se disculpó con la familia por no poder quedarse cuidando de Shilin, pero todos sabían que nadie podía reprocharle nada. Poco después, Guowei descubrió cómo había comenzado la escena en el patio de la escuela. Uno de los niños mayores había querido abrazar a Shilin, pero ella lo había apartado diciéndole que se comportara. Furioso y avergonzado, el niño señaló a Shilin gritando:

—¿Quién te crees que eres? ¿Quién es tu padre? No hay ni sombra de Guowei en tu rostro. Ve a casa y pregúntale a tu madre con quién tuvo que acostarse para tener una bastarda como tú. ¡Para ya de fingir que eres modesta y decente!

Luego ordenó a los demás niños, todos menores que él, que comenzaran a insultar a Shilin, amenazando con golpear a quien se atreviera a desobedecerlo. Guowei se quedó blanco, y sin detenerse a pensar en su posición de maestro, buscó al muchacho y, cuando lo encontró, le propinó una buena paliza.

Shilin se recuperó, pero hablaba poco y rara vez salía a la calle. Casi siempre se quedaba sola en casa. Los exámenes de ingreso al ciclo medio escolar se acercaban, de modo que todos pensaron que ella estaría estudiando y que por eso no iba a la escuela. Wang Yue era la única que todavía se sentía intranquila. Intuía que había algo que no andaba bien con Shilin, pero no se atrevía a comentar sus conjeturas con nadie para no meter a la familia en problemas. Movimientos políticos como el antiderechista comenzaban a expandirse por Yangzhou y muchos ignorantes y gente sin educación pensaban que había llegado el momento de reducir las diferencias entre ricos y pobres recorriendo las casas de los ricos, saqueándolas y repartiéndose el botín, práctica que perduraba desde los tiempos de la dinastía Ming. Comenzaron haciendo una lista de ricas mansiones, planeando causar desmanes usando de tapadera la revolución. La familia Wang se encontraba en medio, no era rica ni pobre, pero nunca se sabía cuándo llegaría el momento en que alguien con resentimiento hacia ellos los catalogaría de ricos propietarios.

Shilin no sobresalió en los exámenes de entrada al ciclo escolar medio, tal y como se esperaba de ella antes del incidente en el patio escolar, pero sus notas fueron lo suficientemente buenas como para asegurarse una plaza en uno de los mejores colegios. La escuela que escogió quedaba cerca de casa de los Wang, cosa que tranquilizaba c a Wang Yue.

Shilin seguía silenciosa y retraída en la escuela, pero comenzaba a mostrarse más abierta en casa. Empezó a preguntar a Wang Duo acerca de los movimientos políticos que estaban teniendo lugar en el país y acerca de la enemistad entre el Guomindang y el Partido Comunista. A menudo preguntaba a Wang Yue sobre sus padres, pero Wang Yue poco sabía acerca de su hermana a causa de la brecha generacional existente entre ellas. Wang Yue era muy pequeña cuando su hermana dejó la casa paterna para asistir a una escuela en el sur, y sólo tenía cuatro años cuando ésta se casó. Shilin pensaba que Wang Yue estaba tratando de ocultarle la verdad para evitar que pensara en el pasado.

Al iniciarse la Revolución Cultural, cuando las relaciones extramatrimoniales pasaron a convertirse en un crimen contrarrevolucionario, la Guardia Roja tachó a Wang Yue de criminal por haber tenido a Shilin antes de casarse. Embarazada de su segundo hijo, Wang Yue fue objeto de frecuentes condenas públicas por parte de la Guardia Roja. Aun así, ella no dijo ni una sola palabra. Wang Duo, Liu Ting y Guowei fueron encarcelados e interrogados uno por uno, pero los tres aseguraron no saber nada acerca del pasado de Wang Yue y Shilin. Uno de los Escoltas Rojos que condujo el brutal interrogatorio era el adolescente que había intentado abrazar a Shilin en la escuela y había sido golpeado por Guowei. El joven humilló a todos sin piedad y golpeó tanto a Guowei en la pierna izquierda que lo dejó rengo para siempre.

Los Escoltas Rojos forzaron a Shilin a contemplar desde una ventana cómo interrogaban y torturaban a la familia Wang. Le estiraron del pelo y pincharon sus párpados para mantenerla despierta durante varios días y varias noches. Mientras vio a Guowei con la pierna sangrando, a Wang Yue llevarse las manos al estómago en señal de dolor, a Wang Duo y Liu Ting temblar de miedo y al niño pequeño de Wang Yue esconderse en un rincón a llorar, el rostro de Shilin permaneció inexpresivo, pero trémulo y sudoroso. Justo cuando un Guardia Roja estaba a punto de golpear la pierna derecha de Guowei con un garrote, Shilin gritó de repente con una voz que parecía venir de otro mundo:

—¡Basta! ¡No sigáis, no sigáis! Ellos no son mis padres. El nombre de mi padre es Zhang Zhongren, mi mamá se llama Wang Xing. Están en Taiwan.

De pronto todos quedaron paralizados. Se hizo un silencio por unos momentos y acto seguido la familia Wang entera se lanzó contra la ventana gritando:

—¡Es mentira, se ha vuelto loca, no sabe de qué habla!

Shilin los miraba mientras gritaban y negaban, y luego estalló en carcajadas.

—No soy una bastarda, tengo madre y padre.

Acto seguido empezó a soltar espuma por la boca y se desmayó.

Los Guardias Rojas utilizaron los nombres que Shilin había dejado escapar; basándose en la confirmación del parentesco de Shilin y en otras evidencias incriminatorias que decían tener, la familia Wang fue encarcelada. Wang Duo, que era de complexión más bien débil y siempre estaba enfermo, murió en prisión. Liu Ting sufrió una parálisis en un costado del cuerpo por dormir en el suelo de la celda. Wang Yue dio a luz a su segundo hijo, una niña, en prisión. La llamó Wang Yu, porque el carácter correspondiente a Yu (jade) se escribe agregando un punto extra al carácter correspondiente a Wang, lo que significaba que era un nuevo miembro de la familia Wang. La llamaban Xiao Yu (pequeño Jade), porque era pequeñita y débil. Cuando fueron liberados de la cárcel, diez años más tarde, Guowei apenas podía caminar y tenía que apoyarse en un bastón.

Hacia finales de los años ochenta, Wang Yue y Guowei se encontraron a uno de los Escoltas Rojos que los habían perseguido. Admitió que aparte de los nombres de los padres de Shilin y un puñado de fotografías de los líderes del Guomindang, las evidencias de la Guardia Roja contra Shilin y los Wang habían sido fabricadas.

Shilin, por su parte, estaba mentalmente enferma, pero su condición variaba: algunos días estaba mejor que otros. Los Escoltas Rojos la enviaron a un pueblo en el área montañosa de Hubei para ser «reeducada» por los campesinos. Ella no podía trabajar en los campos a causa de su inestable condición mental, así es que le fue asignado un trabajo más liviano de pastoreo. Pronto los hombres del pueblo comenzaron a inventar excusas para subir hasta las verdes laderas a las que Shilin llevaba los animales a pastar. Habían descubierto que todo lo que hacía falta para sacar de sus casillas a Shilin era la pregunta: «¿Quién es tu padre?»

Ella reía y gritaba fuertemente y luego se desvanecía. Mientras permanecía inconsciente, los hombres la violaban. Si se resistía, ellos le gritaban una y otra vez: «¿Quién es tu padre? ¿Eres una bastarda?», hasta que Shilin perdía el control y se desequilibraba tanto que accedía a sus órdenes.

Una abuela de buen corazón que vivía en el pueblo se enteró de lo que estaba pasando al ser testigo de una riña entre un hombre y su mujer. Se detuvo en el centro del pueblo y comenzó a insultarlos:

—Bestias sin corazón, ¿acaso no habéis nacido de mujeres? ¿No tenéis madres? ¡Pagaréis por esto!

La abuelita se llevó a Shilin a vivir con ella pero, por entonces, la muchacha ya había perdido toda pizca de conciencia de lo que la rodeaba.

A comienzos de 1989, Wang Yue y su familia encontraron a Shilin en un pueblo de Hubei y se la llevaron a vivir con ellos. Shilin no los reconoció y ella misma estaba casi irreconocible después de años de vida en el campo. Wang Yue llevó a Shilin para que le realizaran un examen físico en el hospital. Cuando leyó los resultados cayó enferma. El informe decía que el torso de Shilin tenía cicatrices de mordeduras, parte del pezón estaba desgarrado y sus labios vaginales habían sido arrancados. El cuello y las paredes de la matriz estaban dañados y habían tenido que extraerle una ramita rota. Los doctores no podían establecer cuánto tiempo llevaba aquella ramita en su interior.

Cuando Wang Yue se repuso de su enfermedad, llamó a los oficiales del Partido del pueblo de Hubei donde había vivido Shilin y les dijo que serían llevados a los tribunales por haber abusado de ella. Los jefes le respondieron:

—Éste es un pueblo muy pobre, si todos los hombres van a prisión, los niños se morirán de hambre.

Wang Yue decidió no seguir adelante. Mientras colgaba el teléfono pensó: «Dios los castigará».

Aunque Guowei pensaba que remover el pasado causaría un gran dolor a Shilin, sugirió que intentaran ayudarla a recuperar algo de conciencia. A lo largo de siete años, Guowei y Wang Yue probaron varios tipos de tratamiento para despertar a Shilin, pero no consiguieron resultados con ninguno de ellos. Alguna vez les pasó por la cabeza preguntar a Shilin por su padre para hacerla reaccionar, pero temían las consecuencias que ello pudiera conllevar.

Wang Yue se las arregló para establecer contacto con el hermano y la hermana de Shilin en Taiwan y ellos fueron a visitar a su hermana perdida. No pudieron conectar con la mujer de los ojos perdidos que les presentaron. Sus padres la habían descrito como una niña vivaz e inteligente, y Shilin se parecía demasiado a su madre como para poder dudar del parentesco.

Wang Yue nunca había cejado de preguntarse las razones reales por las que Shilin había acabado así. No tenía miedo de que pudieran reprocharle no haber cuidado bien de Shilin, pero sabía que a la gente que no había vivido la Revolución Cultural le sería imposible imaginar, ni siquiera comprender, lo que había sucedido. Wang Yue no quería sembrar desdicha, así que evitó comentar la historia de Shilin. Les dijo simplemente que Shilin se había quedado así a causa de un accidente automovilístico. Cuando los hermanos de Shilin preguntaron si había sufrido, Wang Yue les aseguró que no.

Wang Yue nunca dejó de preguntarse si Shilin había sido consciente de lo que le había pasado antes de perderse de este mundo. Yo le contesté de mala gana que, al igual que la demás gente que pierde la cordura durante la edad adulta, Shilin la había perdido a causa de un gran dolor. Shilin había ido construyendo su dolor en capas, desde la noche en que se fugó de Nanjing, a través de su confusa niñez, y nunca lo dejó salir para no hacer infeliz a la familia Wang. Los años de abuso en Hubei habían demolido su cordura.

 

Cuando volví a la radio, a tiempo para la emisión nocturna de mi programa, después de haber pasado la tarde en el hospital, la oficina estaba vacía. Encontré un vaso con zumo de frutas en mi escritorio con una nota de Mengxing, que había dejado el zumo para mí por si volvía muy cansada. Mengxing tenía fama de ser una mujer dura que nunca daba nada a nadie, y su gesto me conmovió. El director de la emisora también me había dejado una nota diciendo que al día siguiente debía entregar el informe con la entrevista a los familiares de la hija del general del Guomindang.

A la mañana siguiente hablé al director de Shilin, pero añadí que no podríamos contar su historia. Él se sorprendió enormemente y me dijo:

—¿Qué pasa? Normalmente sueles tener que pelear para que te permitan transmitir tus historias.

—No pasa nada —contesté—, pero no puedo soportar tener que volver a contar esta historia ni hacer un programa sobre ella. Me resulta imposible.

—Ésta es la primera vez que te oigo decir que algo es imposible o muy difícil; tiene que haber sido una historia dura de escuchar. Espero que puedas olvidarla.

Nunca logré retomar la conversación acerca de los minusválidos con el viejo Wu. Murió de una enfermedad hepática ese mismo fin de semana. En su funeral le conté mis pensamientos en silencio, segura de que podía oírme. Una vez que las personas dejan este mundo, viven en la memoria de los vivos. A veces puedes sentir su presencia, ver sus caras, oír sus voces.