Prólogo
A las nueve de la noche del 3 de noviembre de 1999, yo volvía a casa después de una clase en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. Cuando salía de la estación de metro de Stamford Brook hacia la oscura noche otoñal, oí un extraño sonido a mis espaldas. No me dio tiempo a reaccionar, cuando, de pronto, alguien me golpeó con fuerza en la cabeza y me empujó al suelo. Instintivamente aferré el asa de mi bolso que contenía la única copia de un manuscrito que acababa de escribir. Pero mi asaltante no iba a darse por vencido.
—Dame tu bolso —me gritó una y otra vez.
Luché con una fuerza que no sabía que poseía. No pude ver su rostro en medio de la oscuridad. Sólo sabía que estaba luchando contra un par de manos fuertes e invisibles. Traté de protegerme al tiempo que intentaba patearlo donde suponía que estaría su ingle. Él me devolvió las patadas y sentí agudas explosiones de dolor en la espalda y las piernas, junto con el sabor salado de la sangre en mi boca.
Unos transeúntes empezaron a correr hacia nosotros gritando. Pronto el hombre estuvo rodeado por una multitud enfurecida. Cuando finalmente conseguí ponerme en pie, a trompicones, descubrí que medía más de metro ochenta.
Más tarde, la policía me preguntó por qué había arriesgado mi vida por un bolso.
Temblorosa y dolorida, les expliqué:
—Dentro guardo mi libro.
—¿Un libro? —exclamó un agente de policía—. ¿Acaso un libro es más importante que su vida?
Naturalmente, la vida es más importante que un libro. Pero, en cierto modo, mi libro era mi vida. Era mi testimonio sobre las vidas de las mujeres chinas, el resultado de muchos años de trabajo periodístico. Sabía que mi comportamiento había sido estúpido: de haber perdido el manuscrito, podía haber tratado de recrearlo. Sin embargo, no estaba segura de soportar una vez más los sentimientos extremos que me había provocado su escritura. Revivir las historias de las mujeres que conocía había sido muy doloroso, y más aún ordenar mis memorias y encontrar el lenguaje adecuado para expresarlas. Al luchar por aquel bolso defendí mis sentimientos y los de las mujeres chinas. El libro era el resultado de tantas cosas que, de haberlas perdido, no habría sido capaz de recuperarlas. Cuando te adentras en tus recuerdos, abres una puerta al pasado; el camino tiene muchas ramificaciones y, en cada incursión, el itinerario que sigues es siempre distinto.