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Miércoles, 27 de agosto, 14.00 h.

Cuando Thursday llegó con su coche, había un camión de transporte saliendo de Hempstead-Young Merchants Patrol. Continuó hasta un parking que había frente al teatro Crestford y regresó a pie al nuevo edificio. Aceleró el paso cuando vio a una conocida silueta vestida de gris, irritada, tratando de encender una cerilla contra la fachada de piedra. Merle Osborn observaba a los hombres ocupados en descargar los muebles del camión.

Al ver a Thursday, se quitó el cigarrillo de los labios, y sonrió burlona.

—Hola, jefe. Sabía por intuición que vendrías por aquí.

—Lo haces muy bien. Quizá deberías ser tú el detective..., claro que no se gana tanto.

—No has perdido tus modales. Yo, tampoco. Incluso puedo predecir para qué subirás. Preguntarás por un cadáver llamado Jagger.

Cuando Thursday habló, lo hizo con la calma suficiente como para decepcionarla:

—Siempre me ha gustado hacer preguntas. Esa sería una de tantas.

Se hizo a un lado para dejar paso a dos hombres que transportaban un fichero al interior del edificio.

—Es una pena que hayas hecho el viaje hasta aquí para nada —dijo Merle—. Young no está. Vi a varios y no dijeron nada..., y Young está menos dispuesto que nadie a hacerlo.

—¿Probaste con las cosquillas en los pies?

Ella aspiró bruscamente el humo del cigarrillo.

—Se enojó porque vine a pedirle información. Me pregunto qué razón hay para enfadarse tanto. ¿Será otro hombre de conducta intachable? —miró a Thursday y frunció el ceño pensativamente—. Tal vez si uniéramos esfuerzos y datos...

—Apártate de mi camino, Osborn. No me gusta el resto de tu equipo —replicó Thursday terminante.

—¿Por qué no se lo contaste al teniente Clapp? Tuviste una oportunidad ideal, ¿no es cierto?

—Tal vez dejo que tú misma te delates. O tal vez he estado demasiado ocupado. Todavía queda tiempo.

Al terminar de hablar, el detective supo que a su voz le había faltado convicción.

También lo supo Merle Osborn. Meneó suavemente la cabeza y un mechón de pelo castaño se salió de su sitio. Con el peine lo volvió a su lugar.

—Por favor, no permitas que entretenga a un hombre tan ocupado. Esperaré aquí tres minutos. Si oigo tiros, me vuelvo a la oficina —dijo, apoyándose contra la pared y poniéndose a silbar.

Merle era capaz, siempre, de tocar precisamente allí donde dolía. Thursday le dio la espalda y entró en el edificio. La puerta eléctrica estaba abierta de par en par para que los dos tipos del camión trabajaran con comodidad. Thursday, muy serio, saludó a la joven recepcionista, y siguió de largo hacia la oficina general donde el ruido de las máquinas de escribir y de calcular era constante. Por un instante, en los ojos sagaces de la muchacha brilló la sorpresa.

—Por favor, ¿a quién desea ver?

—Al señor Hempstead. Me espera —dijo Thursday, impulsivamente.

La rubia cambió su expresión inquieta por un tono de ligera sospecha.

—El señor Hempstead no está. Sólo viene por las mañanas. Es preciso concertar antes una cita.

—¿Y el otro? ¿Mi amigo Young?

La joven no sabía si debía ser amable.

—Le diré al señor Young que usted ha llegado.

—No se preocupe —replicó Thursday—. Conozco el camino. Seguiré a las personas que suben.

Se colocó detrás de los dos hombres que cargaban por las escaleras un enorme armario de acero verde. La recepcionista quiso protestar pero Thursday no la escuchó y siguió de largo.

Subió la escalera escoltando a los sudorosos hombres hasta el segundo piso. El guardia grandote vestido con el uniforme tostado y fresco de H-Y estaba con la cabeza gacha, en el descansillo del final de la escalera. Leía una revista, y no alzó los ojos cuando los tres hombres y el pesado armario pasaron junto a él. Era obvio que ya se había acostumbrado a verles pasar.

Cuando llegaron al final del pasillo, los hombres descargaron el armario de acero en el suelo, cerca de la puerta abierta de la oficina de Parker Hempstead. Thursday advirtió que el orden del recinto no se había alterado desde su última visita.

Entró sin llamar en la oficina de Al Young.

Young, hundido detrás del escritorio, hablaba por teléfono.

—Bien, ¿qué aspecto tiene? —Entonces vio a Thursday y añadió—: Olvídelo. Ya le he encontrado.

Colgó el receptor.

Thursday saludó con amabilidad y se sentó en el sillón frente a Young.

—Bueno, Al, no son modales para dirigirse a una rubia en un día tan caluroso.

La boca de pico se cerró y apretó el cigarro negro. Young golpeó con sus dedos cuadrados sobre el escritorio.

—No me llame Al. Solamente mis amigos lo hacen.

—Soy su amigo —dijo Thursday, y habló con claridad—. Para demostrárselo, vine aquí antes de ir a la policía.

Young dejó de mover con impaciencia los dedos.

—¿Sigue usted todavía hablando de policías? —su tono fue correcto y precavido.

—Ha corrido la voz de que Hempstead-Young alquiló, o aceptó la inscripción, de un hombre llamado Leon Jagger.

Young bajó los párpados.

—¿Quién es ese Jagger?

—Ahora está muerto. Hasta anoche fue el eslabón principal en el asesinato de Lee. Y del de Banks. Y en los ataques incendiarios contra la cadena Tarrant, quien, si no recuerdo mal, es cliente suyo.

—He visto su nombre en los periódicos. Es todo.

—¿Seguro? —Cuando el otro hombre asintió, Thursday colocó la tarjeta sobre el escritorio y se la mostró—. ¿Está seguro todavía?

Las arrugas en la frente de Young aumentaron denotando confusión al ver la tarjeta.

—¿De dónde la sacó?

—Se ha sorprendido. Si comprendo bien esta tarjeta hace referencia a una carpeta que usted guarda bajo llave. —Thursday señaló el fichero de acero gris que había debajo de la ventana.

Young se puso de pie, la cara sombría.

—No sé a qué está jugando, Thursday, pero le advierto que cualquier intento por implicar a Hempstead-Young no le conducirá muy lejos. Me ha estado acosando desde el principio. ¿Por qué?

—Al, usted se ha preocupado desde el principio... ¿Por qué?

—Nunca oí el nombre de Jagger hasta que leí el periódico esta mañana.

—¿Y esta tarjeta?

Young se burló.

—Se pueden comprar cientos de tarjetas como éstas en el vecindario. Cualquiera pudo escribir en ella un nombre y un número. Incluso con una de nuestras propias máquinas. Si esta gracia es obra de algún empleadillo ordinario, le arrojaré a la calle por incompetente. Eso fue lo que ocurrió. Usted le compró la tarjeta a Boots Nathan. Es falsa.

—Existe una forma sencilla de comprobarlo —dijo Thursday con indiferencia—. Abra el fichero, y miremos juntos.

Young titubeó, miró al detective y luego el gabinete cerrado. En seguida sacó una llave de su llavero de bolsillo y se arrodilló frente al mueble. Thursday se incorporó y se situó detrás de Young, los ojos alertas. Young manoseó la cerradura maciza.

—¿Qué espera encontrar aquí? —preguntó de mala gana.

—Nunca se sabe. Tal vez el cadáver de un viejo vestido de carnaval.

Young protestó y revisó el fichero desde la H hasta la N. Las carpetas se deslizaban fácilmente en los rieles.

—Mire usted mismo —le invitó—. No hay cadáveres.

Thursday se inclinó y controló el fichero lleno de finas carpetas de manila amarillas con lengüetas rojas. La división entre letra y letra del alfabeto se señalaba con lengüetas de plástico más grandes. H, I, K, L...

—Espere un momento. ¿Dónde está la J?

Young miró cada una de las carpetas. Después, sin decir palabra, cerró el mueble y abrió el de más arriba. La sección correspondiente a la J no estaba en ninguno de los dos compartimientos. Se puso de pie y sonrió al ver la cara inquisidora de Thursday.

—Es un fichero pequeño. No hay muchos nombres que se inscriban en nuestra línea de trabajo, de modo que no están representadas todas las letras.

—¡Hum! —dijo Thursday. Levantó uno de los auriculares del teléfono que había en el escritorio, marcó un número y pidió hablar con Clapp. El tono de la voz del jefe de homicidios era afligido.

—He visto los periódicos de mediodía, Clapp.

—Entonces ya sabes que damos vueltas en círculo. El caso se ha abierto de nuevo..., tal como querías —suspiró—. Pensé que podría tomarme el día Ubre.

—Tal vez lo hagas mañana. He investigado algo.

Al Young se sentó en su silla giratoria. Thursday, mirando la cara de pronto pálida del otro, contó al policía acerca de la tarjeta de Leon Jagger. Y del fichero donde faltaba la letra J.

—Por lo que parece Hempstead-Young...

Clapp le interrumpió irritado:

—¿Ese Boots Nathan es de fiar o actuó por rencor?

—No lo sé.

—¿Dónde está ahora?

—Viaja hacia el norte.

—Bien —resopló Clapp—. Puedes dejar de preocuparte por Jagger, Max. Encontramos la información hace una hora. Demasiado tarde como para hacer algo, pero la encontramos.

—Dímela.

—Investigué entre los expertos en armas y encontré su nombre en el Anuario Policial Markman’s. Representó a Milwakee en una competición de tiro el año pasado. Llamé a Milwakee. Parece que Jagger trabajó en el departamento y le echaron por soborno. Vino al oeste.

—Parece coincidir.

Clapp hablaba poco entusiasmado.

—No es para alegrarse. Las otras novedades son que obtuve el análisis químico de la basura que había en el lavabo que encontramos en aquella oficina. Los del laboratorio dicen que hay pegamento mezclado con todo lo que siempre se encuentra en un desagüe. Cola con sustancia animal en la base.

—Cola —repitió Thursday, mecánicamente.

—Hablas como yo.

Thursday miró a Al Young. El gerente fornido estaba recostado en su silla y hacía girar nervioso el cigarro en la boca.

—No nos desviemos del asunto Hempstead-Young —sugirió Thursday.

—No sé nada que no pueda decirles en la cara. Ni siquiera conozco a alguno de ellos personalmente, pero, en lo que al departamento de policía respecta, están limpios.

—Hasta ahora.

—Max, estás tan cansado como yo. Tu amigo Nathan dice que robó la tarjeta de allí. Es un triste comienzo, y qué importa si alguna vez Jagger solicitó empleo con ellos. Antes de moverme prefiero estar mejor informado.

Thursday mantuvo una expresión confiada en su rostro para que Young no advirtiera nada.

—Por las dudas, dame más antecedentes.

—El viejo Parker Hempstead tiene dinero pero no tiene familia, así me han informado. Vive en un club privado del centro de la ciudad. Young tuvo una agencia pequeña en Santa Ana, pero más tarde creció, con Hempstead como cerebro. Young es el músculo.

—Sabía que no tenía cerebro —dijo Thursday.

Young apretó los labios. Despreocupadamente trató de acariciarse la pelusa bien recortada del labio superior.

—Está bien. Seguiré insistiendo de todas maneras, Clapp.

—No te entusiasmes —advirtió Clapp antes de colgar—. Creo aún en lo que ya te he dicho.

—Ojalá Clapp se haya divertido con su historia. Muy bien, Thursday, ya ha terminado su sucio trabajo. ¿Tiene alguna otra idea brillante? —dijo Young con amargura.

—No, por ahora. Pero como dicen, ya me conoce, Al.

—Sí, ya le conozco. Un muchacho difícil que irá a cualquier parte con tal de resolver un caso que le permita sentirse más bueno. Bien, héroe, cometí errores... pero nunca maté a un hombre.

—Lo veremos —dijo Thursday conservando aún la expresión dura en el rostro.

De pronto Al Young se incorporó.

—La última vez que estuvo aquí, me dio un consejo. Esta vez seré yo quien le dará uno. Manténgase lejos de aquí. No me asusta, pero tampoco me divierte —dijo Young.

—Aún no me ha visto en plena actuación.

—He visto todo lo que tenía que ver. Detrás de usted, Thursday, hay un muchacho que diariamente despide a los que me hacen perder el tiempo. ¿Quiere añadir su nombre a la lista?

Thursday se dio vuelta. Junto a la puerta estaba el guardia con quien había tropezado en el pasillo. El tipo uniformado, de mirada severa, parecía lo bastante fuerte como para desempeñar su tarea.

El detective suspiró y se dirigió a la puerta.

—El mundo ha fracasado, Al. Las mujeres llevan armas y los hombres alquilan estas niñeras saludables. Nos veremos.

—No lo creo.

Thursday salió al pasillo. El guardia le siguió durante todo el trayecto hasta University Avenue.