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Miércoles, 27 de agosto, 1.30 h.

Ya no había tanta gente, sólo quedaban unos pocos marineros con sus chicas. Algunos miraron con curiosidad al hombre alto que cruzó, el rostro grave, corriendo detrás de la muchacha. Thursday alcanzó a llegar a la ventanilla para comprar la entrada, pero Nancy ya había trepado los escalones y se dirigía a la rueda de la feria.

¿La seguiría o la esperaría abajo? Su momentánea vacilación resolvió el problema. La rueda de vigas plateadas inició perezosamente su vuelta. Las bombillas de colores y las cabinas rojas se recortaron contra los ladrillos oscuros y las ventanas aún más oscura del edificio Scroggs.

Thursday se encogió de hombros. Se sentó en la plataforma de las escaleras de Averigüe-Su-Peso. Era fácil observar a Nancy entre las cabinas ondulantes. Era la única pasajera, y cobraba altura. El operador, inclinado contra la cerca de alambre, fumaba sombríamente un cigarrillo.

Con la cabeza echada hacia atrás, Thursday miró a la muchacha china. Estaba muy erguida, sentada en la cabina de metal. Primero podía verse un costado de su cara color limón y luego el otro. Sostenía el bolso en su falda. Nancy había esperado a Leon Jagger. Ahora Thursday esperaba a Nancy Lee.

El fonógrafo de Grogan se oía, amortiguado, a lo lejos.

...rien n’y fait, menace ou prière...

La joven había escuchado su conversación con Grogan. La sola mención de la noria había impresionado su joven inteligencia, nublada por el deseo de venganza, y había subido para repetir la vuelta de su hermano. Thursday pensó que había una cosa segura: se apoderaría de inmediato de ese viejo 38 e insistiría para que Song Lee contuviera a su impetuosa hija como fuera.

Otra vez la cabina en la que viajaba Nancy Lee alcanzó la cima y comenzó el descenso. Había observado los tejados de los puestos del parque, pero ahora, a medida que tocaba suelo, miraba atentamente un costado del solar. Volvió la cabeza y echó un vistazo a las oscuras ventanas del edificio de oficinas que había junto a Joyland.

Un cristal estalló en pedazos. Desde una de las ventanas del edificio surgió un fulgor directamente en dirección a la muchacha. El parque de atracciones resonó con el eco del estampido.

Thursday se vio a sí mismo de pie, erguido, las piernas separadas. Su mano hizo el gesto de quien coge el revólver, pero se detuvo. Ya no llevaba ninguno. En algún sitio gritó una mujer. Afuera, en la calle B., chilló el silbato de la policía y después se oyó el ruido de las pisadas que corrían por el asfalto.

La noria aterrizó completando su circuito inexorable. Ya no se veía a Nancy Lee en el interior de la cabina. Thursday corrió hacia allí. El operador, inmóvil junto a la cerca, miraba embobado las ventanas cerradas.

Era un hombre pequeño, y el manotazo de Thursday en el brazo casi lo levantó en vilo.

—¡Siga! ¡Baje esa cosa!

Empujó al operador hacia el tablero de controles que había al pie de la enorme rueda. El hombre lloriqueaba y trataba de zafarse de la presión de los dedos que lo arrastraban.

—¿Cuál es? —le gritó.

La cabina que traía a la joven estaba cerca de la plataforma. El operador atinó a coger la palanca de acero más grande. Thursday la agarró primero, llevándola violentamente hacia atrás.

La rueda se detuvo en seco, y las cabinas se sacudieron fuertemente.

Thursday soltó el brazo del hombre y se lanzó a toda carrera por los escalones de madera. Nancy Lee estaba tirada en el suelo de la cabina, una forma blanda encajonada entre las láminas de metal. Su cabello negro se derramaba por todas partes. Thursday se arrodilló y deslizó una mano debajo del cuello de la joven. Los dedos encontraron una tibia dureza.

—¿La alcanzaron? —explotó la voz de Clapp detrás de él.

—Todavía respira.

Absurdamente pasó las manos por debajo del cuerpo caído y se levantó, llevando en sus brazos a la muchacha inconsciente. Respiraba con fuerza pero entrecortadamente y la sangre se entremezclaba con los largos mechones de cabello. La bala había formado un cruel y profundo surco húmedo en la parte superior de su cabeza.

—Stein está aquí todavía. ¿De dónde vino el tiro? —dijo Clapp.

Thursday señaló hacia arriba con la cabeza.

—Cuarto piso.

La luz de la noria inmóvil centelleaba iluminando el marco astillado de una ventana alta.

Clapp se zambulló escaleras abajo otra vez, llamando a Crane. Corrieron hacia la entrada de Front Street, rodeando las puertas laterales del edificio Scroggs. Más allá de Joyland, otras siluetas se alejaban por First Avenue.

Nancy gimió suavemente contra su pecho. Con precaución, Thursday descendió los escalones, atravesó la cerca de alambre y caminó por el asfalto mugriento. La multitud, más excitada ahora, le abrió paso.

Por alguna parte apareció Merle Osborn y miró la blanca cara que se desangraba.

—Aquí tiene a su Chica-Esfinge —le dijo Thursday, pero no oyó la respuesta de ella.

Stein llamó a la ambulancia policial aparcada en doble fila en el bordillo frente a la galería de tiro con ballesta.

—Colóquela en esta camilla.

Thursday apoyó suavemente el bulto flojo sobre la lona y se apartó.

Los dedos rápidos del médico sondearon el cuero cabelludo destrozado.

—Nuestro amigo está perdiendo puntería. Vivirá.

Thursday asintió, silencioso y repentinamente aliviado. Stein hizo un gesto brusco a sus asistentes vestidos de blanco.

—Llévenla al dispensario. Estaré allí en seguida.

La camilla se deslizó con ruido seco.

—No es el trabajo, son las horas —dijo Stein.

Observaron la ambulancia dar la vuelta a la esquina, las sirenas ululantes.

—Tal vez lo oiré, tal vez no, pero ¿de qué se trata todo esto? —agregó Stein.

—Es superior a mí —dijo Thursday—. Nada tiene sentido, Stein.

—Nunca lo tuvo.

El médico de la policía se alejó hacia un coche aparcado cerca. Thursday regresó lentamente a Joyland.

La multitud rodeaba curiosa la noria. Murmuraban algo acerca de una luz que iluminaba una de las ventanas del cuarto piso del edificio y estiraban las cabezas para ver mejor a las pequeñas siluetas que examinaban el cristal.

Thursday se abrió paso enérgicamente entre los cuerpos apiñados y subió la escalerilla. En la cabina donde había viajado Nancy Lee, había manchas de sangre por el suelo y una en el bolso marrón. Lo recogió y dio la espalda a la multitud previniendo la curiosidad de algún espectador interesado. Rápidamente, retiró el revólver «Enfield», se lo metió en el bolsillo de la chaqueta y volvió a colocar el bolso en la misma posición que antes ocupaba en el suelo de la cabina.

El peso del arma le advirtió que estaba cargada. Pero Nancy Lee ya tenía suficientes problemas para esa noche. No tenía por qué explicar la tenencia de un 38 sin licencia.

Thursday descendió otra vez los escalones y se dirigió al edificio Scroggs.