ROSCOE BAJO EL VIENTO
Aquel año sopló en la ciudad un viento maligno y amenazó con destrozar tiestos, fortunas familiares, reputaciones, amores verdaderos y varias clases de virtud. Roscoe, que avanzaba por la carretera, notaba el viento en la espalda y oía las voces que acarreaban las ráfagas.
—¿Sabes de dónde viene el viento maligno, Roscoe? —le preguntaron las voces.
—No —respondió él—, pero no estoy seguro de que el viento sea de veras malévolo. Es posible que se haya sobrevalorado su malevolencia, que sea incluso fraudulenta.
—¿Cree la gente que existe un buen viento maligno? —le preguntaron.
—Por supuesto —respondió—. Y cuando llega hincha las velas de nuestra ciudad, nutre a nuestros bebés, consuela a los forasteros, da una finalidad a nuestros muertos, endereza a nuestros descarriados y viceversa. El viento maligno es una cosa sin igual y exige una profunda atención.
—¿Por qué habríamos de creer lo que dices?
—De la misma manera que soy incapaz de decir la verdad —contestó Roscoe—, soy incapaz de mentir, lo cual, como todo el mundo sabe, es el secreto del político realmente exitoso.
—¿Eres político, Roscoe?
—Me niego a responder, y alego que hacerlo podría humillarme o incriminarme.