En la primavera, dulce y joven primavera, ataviada de verde, enjoyada con cantos de pájaros bobos, falsa, dulce y estridente, como una dependienta presumiendo de lujo barato, como un advenedizo con dinero y sin gusto, ellos eran pequeños, jóvenes y confiados, y a veces los matabas. Pero en agosto, como un lánguido y repleto pájaro, aleteaban despacio por entre el pálido verano, hacia una luna que se fragmenta y muere, y eran mayores y crueles. Omnipresentes como enterradores; astutos como prestamistas; seguros de sí mismos e inevitables como políticos. Llegan a la ciudad como lascivos muchachos campesinos, tan apasionadamente unidos como un equipo universitario de fútbol. Invasores, monstruosos aunque sin majestad; como una plaga bíblica vista con prismáticos invertidos. La magnitud del Destino se torna despectiva por su ubicuidad y absoluta insistencia.