CAPÍTULO V

Tuvieron que llenar otra vez la fosa hasta arriba claro y además él tenía el caballo. Pero aun así faltaba un buen rato para amanecer cuando dejó a Highboy con Aleck Sander en la portilla del prado e intentó recordó entrar de puntitas en casa pero inmediatamente su madre en camisón y con el pelo suelto gimió al lado justo de la puerta de entrada: «¿Dónde has estado?» luego le siguió hasta la puerta de su tío y luego mientras su tío y se ponía algo encima: «¿Tú? ¿Abriendo una tumba?» y él con una especie de paciencia cansina infatigable, ya casi exhausto de cabalgar y cavar y luego volver a rellenar la fosa y luego cabalgar y volver otra vez logrando no sé cómo mantenerse aquel paso por delante de lo que no había esperado en realidad lograr jamás:

—Aleck Sander y la señorita Habersham ayudaron también —lo cual si algo pareció cambiar las cosas fue para peor aunque ella aún no se había puesto escandalosa: solo asombrada inexpugnable hasta que su tío salió vestido del todo con corbata incluso aunque sin afeitar y dijo:

—Oye, Maggie, ¿quieres despertar a Charley, por favor? —Luego volvió siguiéndoles a la puerta de entrada y dijo esta vez (y él volvió a pensar que no podías ganarles nunca realmente por su fluidez que no solo era una capacidad de movilidad sino una voluntad de abandonar con la presteza inmaterial del viento no solo posiciones sino también principios; no tenías que ordenar tus fuerzas porque ya estaban: artillería superior, autoridad, justicia recta y precedente y uso y todo lo demás y lanzabas tu ataque y arrasabas el campo, lo barrías todo ante ti… o eso creías hasta que descubrías que el enemigo no había retrocedido en absoluto sino que había abandonado el campo ya y que no solo había abandonado el campo sino que había usurpado de paso tu grito de guerra; creías que habías tomado una ciudadela y luego descubrías que solo habías entrado en posición insostenible y luego descubrías que la batalla volvía a surgir intacta e incluso inadvertida por la desprotegida y descuidada retaguardia) ella dijo:

—¡Pero cuándo va a dormir! ¡Aún no se ha acostado siquiera! —Así que él esperó hasta que su tío dijo, le susurró:

—Vamos. ¿Qué pasa, hombre? No sabes que el más fuerte que tú y que yo lo mismo que la vieja Habersham era más fuerte que tú y que Aleck Sander juntos; podrías haber ido hasta allí sin que ella te llevara de la mano pero Aleck Sander no hubiese ido y no estoy seguro siquiera que hubieses ido tú cuando empezaras a pensarlo —así que siguió también junto a su tío hacia la camioneta donde estaba sentada la señorita Habersham detrás del coche estacionado de su tío (anoche estaba en el garaje a las nueve en punto; luego cuando tuviera tiempo tenía que acordarse de preguntarle a su tío adónde le había mandado a buscarle su madre exactamente).

—Retiro aquello —dijo su tío—. Mejor olvidarlo. De la boca del niño y de la anciana —parafraseó—… muy cierto, como suele suceder con tantas verdades, lo que ocurre es que a uno no le gusta que se lo pasen por las narices a las tres de la madrugada. Y tampoco olvides a tu madre, aunque, claro, no puedes; ya se ha ocupado ella de eso hace mucho. Basta que recuerdes que pueden soportar cualquier cosa, aceptar cualquier hecho (únicamente los hombres eluden los hechos) siempre que no tengan que afrontarlo; pueden asimilarlo todo mirando hacia otro lado y con una mano abierta a la espalda como hacen los políticos para aceptar sobornos. Mírala: dedicará una vida larga feliz satisfecha a no cejar nunca en su propósito de no perdonarte que sepas abotonarte ya tú solo los pantalones.

Y aún faltaba un buen rato para que amaneciera cuando su tío paró el coche junto a la casa del sheriff y encabezó la marcha por el corto camino y la alquilada galería. (Aunque no podía sucederse a sí mismo, pese a que era ya su tercer mandato, el tiempo que llevaba el sheriff Hampton en el ejercicio de su cargo era en realidad casi el doble de sus doce años de servicio. Era un campesino, labrador e hijo de labradores cuando le eligieron la primera vez y ahora era propietario de casa y hacienda, la casa donde había nacido, y vivía en la alquilada del pueblo durante el período en que ejercía su cargo y volvía luego al campo, su hogar verdadero, cada vez que expiraba su mandato, para vivir allí hasta que podía presentarse de nuevo para sheriff y salir elegido).

—Ojalá no tenga el sueño muy pesado —dijo la señorita Habersham.

—No está durmiendo —dijo su tío—. Está preparándose el desayuno.

—¿Preparándose el desayuno? —dijo la señorita Habersham: y entonces él se dio cuenta de que pese a la espalda tiesa y al sombrero que no se le había movido nunca de la cúspide misma de la cabeza como si lo mantuviera allí prendido no con imperdibles o alfileres sino simplemente por la rigidez inflexible del cuello, lo mismo que las negras portan la colada de toda una familia, la señorita Habersham estaba también al borde del agotamiento por la tensión y la falta de sueño.

—Es un campesino —dijo su tío—. Todo lo que come después de amanecer lo considera cena. La señora Hampton está en Memphis con su hija, que va a dar a luz y la única mujer capaz de hacerle el desayuno a un hombre a las tres y media de la madrugada es su mujer. Ninguna cocinera a sueldo del pueblo vendría a hacérselo. Las criadas del pueblo vienen a una hora decente, hacia las ocho, y lavan los platos.

Su tío no llamó. Empezó a abrir la puerta luego se detuvo y miró tras ellos dos, hacia donde estaba Aleck Sander al pie de los escalones.

—Y no creo que tengas que quedarte fuera solo porque tu mamá no vote —le dijo a Aleck Sander—. Tú entras también.

Luego abrió la puerta e inmediatamente olieron café y carne de cerdo haciéndose, siguieron por el linóleo hacia la luz desvaída del final del pasillo, cruzaron luego el comedor de suelo de linóneo y muebles alquilados entrando en la cocina, en la explosión alegre y activa de una cocina de leña, donde estaba el sheriff delante de una sartén chisporroteante en camiseta y pantalones y calcetines, los tirantes colgando y el pelo revuelto y enredado de sueño como el de un niño de diez años, una espátula en una mano y en la otra un paño de cocina. El sheriff había vuelto ya su enorme rostro hacia la puerta antes de que entraran y él contempló los ojillos pálidos y duros que pasaron de su tío a la señorita Habersham a él y luego a Aleck Sander y aun así no fueron los ojos los que se ensancharon durante aquel segundo sino las pupilas diminutas negras y duras que se habían contraído en el recorrido como cabezas de alfileres. Pero el sheriff no dijo nada aún, solo miraba ya a su tío y las pupilas duras y diminutas parecieron ensancharse ya de nuevo incluso como la espiración que afloja el pecho mientras los tres miraban silenciosos y firmes al sheriff su tío lo explicó rápido y sucinto y resumido, desde el momento en que en la cárcel la noche anterior su tío había comprendido que Lucas había empezado a decirle (o más bien a pedirle) algo, al momento en que él había entrado en la habitación de su tío hacía diez minutos y le había despertado, se detuvo luego y vieron otra vez que los duros ojillos zas, zas, zas, recorrían tres rostros luego volvían al de su tío, mirando fijo a este durante un cuarto de minuto casi sin un pestañeo. Luego el sheriff dijo:

—No vendrían ustedes aquí a las cuatro de la madrugada con semejante historia si no fuese cierta.

—No se trata solo de dos chicos de dieciséis años —dio su tío—. Piense que fue también la señorita Habersham.

—No tiene por qué recordármelo —dijo el sheriff—. No lo he olvidado. Ni creo que lo olvide nunca.

Luego el sheriff se volvió. Un hombre gigantesco también cincuentón, que parecía incapaz de moverse con rapidez y no parecía hacerlo en realidad, pero había cogido otra sartén de un clavo de la pared detrás de la cocina y ya estaba volviéndose a la mesa (donde él advirtió, vio por primera vez el trozo de carne ahumada) antes de que pareciese haberse movido siquiera, cogiendo un cuchillo grande que había junto a la carne aun antes que su tío pudiera empezar a hablar:

—¿Hay tiempo para eso? Tiene usted sesenta millas hasta Harrisburg si quiere ver al fiscal del distrito; tendrá que llevarse a la señorita Habersham y a estos chicos como testigos para intentar convencerle de que extienda la solicitud para la exhumación del cadáver de Vinson Gowrie…

El sheriff limpió rápidamente el mango del cuchillo con el paño de cocina.

—Creí que me había dicho usted que Vinson Gowrie no estaba en esa tumba.

—Oficialmente sí lo está —dijo su tío—. Según el registro del condado. Y si usted que vive aquí y conoce a la señorita Habersham y me conoce a mí de toda su vida política, tuvo que preguntármelo dos veces, ¿qué cree usted que hará Jim Halladay?… Luego hay otras sesenta millas de vuelta con los testigos y la solicitud y ha de conseguir que el juez Maycox extienda una orden…

El sheriff dejó caer en la mesa el paño de cocina.

—¿Tengo que hacer eso? —dijo mansamente, casi distraído: de modo que su tío se le quedó mirando muy quieto mientras él se volvía hacia la mesa, el cuchillo en la mano.

—Eh —dijo su tío.

—He pensado otra cosa —dijo el sheriff—. Me extraña que no lo haya pensado usted también. O quizá lo ha pensado.

Su tío miró al sheriff fijamente. Luego, Aleck Sander (era el que estaba el último, aún no había pasado del todo del comedor a la cocina) dijo con una voz tan suave e impersonal como si estuviera leyendo en voz alta una frase publicitaria que anunciara un objeto que ni poseyese ni esperase nunca desear:

—Quizá no fuese una mula. Tal vez fuese un caballo. —Quizá se le haya ocurrido a usted ya —dijo el sheriff.

—Oh —dijo su tío—. Sí —dijo. Pero ya estaba hablando la señorita Habersham. Le había lanzado una mirada brusca y dura a Aleck Sander pero ahora miraba al sheriff otra vez con la misma brusquedad y dureza.

—Me parece que sí —dijo—. Y creo que nos merecemos que no anden con secretos.

—Yo también lo creo, señorita Eunice —dijo el sheriff—. Solo que el que debe estudiar el asunto ahora mismo no está en esta casa.

—Oh —dijo la señorita Habersham. «Sí» dijo también. Dijo «Por supuesto», poniéndose en marcha ya, encontrándose con el sheriff a medio camino entre la mesa y la puerta y cogiéndole el cuchillo y siguiendo hasta la mesa después que él se cruzase con ella y siguiera hacia la puerta, luego su tío él luego Aleck Sander apartándose al pasar el sheriff hacia el comedor y cruzar hacia el pasillo a oscuras, cerrando luego la puerta; y entonces él se preguntó por qué no habría terminado de vestirse el sheriff al levantarse de la cama; a un individuo al que no le importaba levantarse o tenía que o se levantaba en fin a las tres y media de la madrugada a prepararse el desayuno no podía importarle levantarse cinco minutos antes y tener tiempo para ponerse también la camisa y los pantalones entonces habló la señorita Habersham y él la recordó; la presencia de una dama claro por eso había ido a ponerse la camisa y los pantalones sin esperar siquiera el desayuno y la señorita Habersham habló y él dio un respingo, sin moverse, saliendo del sueño, pues llevaba dormido varios segundos minutos quizá de pie igual que los caballos pero la señorita Habersham estaba mirando aún el trozo de carne por el borde para cortar la primera tajada. La señorita Habersham dijo:

—¿No puede telefonear a Harrisburg y que luego el fiscal del distrito telefonee también al juez Maycox?

—Eso es lo que está haciendo —dijo Aleck Sander—. Telefoneando.

—Quizá fuera mejor que salieras al pasillo para oír bien lo que dice —dijo su tío a Aleck Sander. Luego su tío volvió a mirar a la señorita Habersham; también se fijó él en cómo cortaba ella con mucha rapidez tajada tras tajada de carne magra tan rápido y hasta casi con la misma perfección con que podría hacerlo una máquina—: El señor Hampton dice que no necesitaremos ningún documento. Podemos resolverlo nosotros sin molestar al juez Maycox…

La señorita Habersham soltó el cuchillo. No lo dejó sobre la mesa, solo abrió la mano y sin cambiar de posición cogió el paño de cocina y estaba ya limpiándose las manos cuando dejó la mesa cruzando la cocina hacia ellos más de prisa, bastante más incluso que el sheriff.

—¿Entonces qué hacemos aquí perdiendo el tiempo? —dijo—. ¿Esperando a que él se ponga la corbata y la chaqueta?

Su tío se plantó en seguida delante de ella.

—No podemos hacer nada en la oscuridad —le dijo—. Tenemos que esperar a que amanezca.

—Nosotros no esperamos —dijo la señorita Habersham. Luego se detuvo; si no habría tenido que pasar por encima de su tío aunque este no la tocaba, solo estaba plantado allí entre la puerta y ella hasta que ella tuvo que pararse por un segundo al menos para que su tío se apartara. Y él también la miraba, firme, delgada, casi sin formas, el vestido recto de algodón bajo la precisión redonda del sombrero y él pensó Es demasiado vieja para esto y luego se corrigió; Una mujer una señora no debería tener que hacer esto y recordó la noche anterior cuando había salido del despacho y había cruzado el patio de atrás y había silbado llamando a Aleck Sander y sabía que entonces estaba seguro (y aún lo estaba ahora) de que habría ido solo aunque Aleck Sander hubiera persistido en su negativa pero solo cuando la señorita Habersham rodeó la casa y fue a hablar con él supo que iba a hacerlo de verdad y recordó de nuevo lo que le había dicho el viejo Ephraim cuando encontraron el anillo debajo del comedero de los cerdos: Si tiene que hacer algo fuera de lo normal y no puede esperar, no pierda el tiempo con los hombres; ellos trabajan con lo que su tío llama las reglas y los casos. Acuda a las mujeres y a los niños; ellos trabajan con las circunstancias. Entonces se abrió la puerta del pasillo. Oyó al sheriff cruzar el comedor hasta la puerta de la cocina. Pero no entró en la cocina. Se detuvo a la puerta. Se quedó quieto allí después incluso de que la señorita Habersham dijera con voz áspera, furiosa casi:

—¿Bueno? —Y no se había puesto los zapatos ni se había subido siquiera los tirantes que seguían colgándole y no parecía haber oído en absoluto a la señorita Habersham: estaba simplemente allí acechante corpulento en la puerta mirando a la señorita Habersham (no el sombrero ni los ojos ni la cara siquiera: solo a ella) igual que mirarías una serie de signos en ruso o en chino que alguien en quien confiases plenamente te hubiera dicho que significaban tu nombre, diciendo al fin con tono caviloso y vacilante:

—No —volviendo luego la cabeza para mirarle a él diciendo—: Ni tú tampoco —volviendo luego la cabeza aún más hasta mirar a Aleck Sander que alzó los ojos hacia el sheriff luego los bajó y luego volvió a alzarlos.

—Tú —dijo el sheriff—. Tú eres el indicado. Tú fuiste allí de noche y ayudaste a desenterrar a un muerto. No solo eso, a un blanco muerto que los demás blancos afirmaban que había sido asesinado por otro negro. ¿Por qué? ¿Porque te obligó la señorita Habersham?

—No, nadie me obligó —dijo Aleck Sander—. Ni siquiera sabía que iba a ir. Ya le había dicho a Chick que no pensaba ir pero cuando llegamos a la camioneta los dos parecían dar por supuesto que iba a ir sin remisión y antes de que pudiese darme cuenta estaba metido en el asunto.

—Señor Hampton —dijo la señorita Habersham. Entonces el sheriff la miró. Hasta la oyó esta vez.

—¿Aún no ha acabado usted de cortar la carne?

Traiga acá ese cuchillo. —Y la cogió del brazo, obligándola a volver a la mesa—. ¿Es que no ha trajinado usted bastante esta noche? Dentro de quince minutos habrá amanecido y la gente no empieza un linchamiento en pleno día. Podrían terminarlo de día en caso de poca resistencia o de mala suerte o de retraso. Pero no lo empiezan nunca de día porque entonces tendrían que verse las caras entre ellos. ¿Cuántos pueden comer más de dos huevos?

Dejaron a Aleck Sander con su desayuno en la mesa de la cocina y llevaron los suyos al comedor. Él y su tío y la señorita Habersham con la fuente de huevos fritos y carne y los bollos hechos la noche antes y calentados al horno que estaban como tostadas casi y la jarra de café en la que habían hervido juntos los posos sin colar y el agua hasta que al sheriff se le había ocurrido retirarla de la parte más caliente de la plancha de la cocina; eran cuatro aunque el sheriff había puesto cinco platos y apenas se habían sentado cuando alzó la cabeza el sheriff escuchando aunque él por su parte no oía nada, luego se levantó y salió al pasillo a oscuras y siguió hacia la parte de atrás de la casa y luego él oyó el ruido de la puerta trasera y el sheriff regresó con Will Legate aunque sin la escopeta y él volvió la cabeza lo suficiente para mirar por la ventana que tenía detrás y sí, no cabía duda, había amanecido.

El sheriff sirvió los platos mientras su tío y Legate le pasaban sus tazas y la del sheriff a la señorita Habersham que tenía la jarra del café. Luego de pronto le pareció que llevaba mucho tiempo oyendo al sheriff hablar desde muy lejos diciendo «… chico… chico…» luego «Despiértele, Gavin. Que desayune antes de acostarse»: y dio un respingo, aún era de día solo, la señorita Habersham aún estaba sirviendo café en la misma taza y él empezó a comer, masticando e incluso tragando, subiendo y bajando como si siguiese el movimiento de la masticación por el cenagal profundo blando insondable del sueño, dentro luego fuera de las voces que ronroneaban viejas cosas terminadas que no eran ya asunto suyo: la del sheriff:

—¿Conoces a Jake Montgomery, del condado de Grossman? Uno que ha estado viniendo al pueblo los últimos seis meses o así —luego la de Legate:

—Claro. Una especie de comprador de madera de tres al cuarto. Antes llevaba un local que él llamaba restaurante al otro lado de la frontera de Tennessee junto a Memphis, aunque no conocí a nadie que se atreviese a comprar nada que hubiese que masticar allí dentro, hasta que fue un tipo y le mataron allí dentro una noche hace dos años. Nunca se supo lo que tuvo que ver Jake con el asunto pero la policía de Tennessee le obligó a cruzar otra vez la frontera de Mississippi solo por si acaso. Creo que anda desde entonces por la finca de su padre que queda pasado Glasgow. Quizá esté esperando hasta que le parezca que la gente ha olvidado ya el otro asunto para establecerse en otro sitio en una carretera con un agujero bien grande debajo donde pueda esconder una caja de whisky.

—¿Qué andaba haciendo por aquí? —dijo el sheriff: luego Legate:

—Comprando madera, ¿no? No andaban él y Vinson Gowrie… —luego Legate dijo con una inflexión apenas perceptible, «¿Andaba?» y luego sin ninguna inflexión ya: «¿Qué anda haciendo?» y él esta vez, su propia voz indiferente por el margen blando y hondo del sueño, demasiado indiferente ya para molestarse en apreciar si lo hacía en voz alta o no:

—No anda haciendo ya nada.

Pero fue mejor después, fuera ya de la casa cálida y rancia de nuevo al aire, la mañana, el sol en una estela única (alta leve áurea equilibrada) en las ramas más altas de los árboles, dorando la masa encumbrada obesa inmóvil del depósito de agua del pueblo en alargamiento patas de araña contra el azul los cuatro en el coche de su tío otra vez con el sheriff apoyado ahora sobre la ventanilla del volante, vestido ya además con una llamativa corbata naranja y amarilla, diciéndole a su tío:

—Lleve a la señorita Eunice a casa para que pueda dormir un rato. Yo pasaré por su casa dentro de una hora más o menos…

La señorita Habersham que iba delante con su tío dijo «Bah». Nada más. No soltó ningún exabrupto. No hacía falta. Aquello era mucho más claro y definitivo que un simple exabrupto. Se echó hacia adelante para mirar al sheriff por detrás de su tío.

—Usted coja el coche y váyase a la cárcel o a donde sea a por alguien que cave esta vez. Tuvimos que volver a rellenar la fosa porque sabíamos que ustedes no lo creerían a menos que fueran a verlo. Vamos —dijo—. Nos veremos allí. Vamos —dijo.

Pero el sheriff no se movía. Él le oía respirar, inmenso subterrenal parsimonioso, parecía casi como si suspirara.

—No sé en su caso claro —dijo el sheriff—. Una señora que solo tiene que alimentar y que cuidar y que dar agua a más de dos mil pollos y que atender un huerto de apenas cinco acres puede que no tenga que hacer nada en todo el día. Pero estos chicos tienen que ir a la escuela. Yo al menos no sé de ninguna norma escolar que conceda fiesta para ir a desenterrar cadáveres.

Y esto ya la contuvo. Pero aún no se acomodó en el asiento. Aún siguió echada hacia adelante para poder ver al sheriff por detrás de su tío y él volvió a pensar

Es demasiado vieja para esto, para tener que hacer esto; solo que si ella no lo hubiese hecho entonces habrían tenido que hacerlo él y Aleck Sander, lo que ella y el tío y el sheriff los tres y su madre y su padre y Paralee también denominarían niños… no lo habrían hecho pero habrían tenido que hacerlo para preservar no ya la justicia y la honestidad sino la inocencia: y pensó en el hombre que tenía que matar al parecer al hombre no por un motivo o una razón sino solo por la causa la necesidad la compulsión de tener que matarle, inventando creando su motivo y razón después para poder seguir aún entre los hombres como un ser racional: quienquiera que hubiese tenido que matar a Vinson Gowrie le había desenterrado después de muerto y había matado a otro para colocarle en su tumba vacía de modo que fuese quien fuese pudiese descansar; y los parientes y vecinos de Vinson Gowrie que tendrían que matar a Lucas o a alguien a cualquiera, no importaba en realidad a quién, para poder tumbarse y respirar con calma e incluso afligirse también con toda calma y así descansar. El tono del sheriff fue suave, casi hasta dulce:

—Váyase a casa. Usted y estos chicos lo han hecho muy bien. Es muy probable que hayan salvado una vida. Ahora váyase a casa y deje que nos ocupemos nosotros del resto. No será un lugar adecuado para una señora.

Pero la señorita Habersham solo había hecho un alto y no por mucho tiempo.

—Tampoco lo era anoche para un hombre.

—Espere, Hope —dijo su tío. Luego se volvió a la señorita Habersham:

—Su puesto está aquí en el pueblo —dijo—. ¿Es que no se da cuenta?

Entonces la señorita Habersham miró a su tío. Pero aún no se había retrepado en el asiento, aún sin ceder terreno a nadie; observando, no era ni mucho menos como si hubiese cambiado un adversario por otro sino como si sin pausa ni titubeo les hubiera aceptado a ambos, sin pedir cuartel y sin quejarse.

—Will Legate es un labrador —dijo su tío—. Además lleva toda la noche sin dormir. Tendrá que ir a casa a atender sus cosas un rato.

—¿Es que el señor Hampton no tiene otros ayudantes? —dijo la señorita Habersham—. ¿Para que están?

—Son solo hombres con armas —dijo su tío—. El propio Legate ya nos dijo a Chick y a mí anoche que si hubiese un número suficiente de hombres que se decidiesen y mantuviesen su decisión pasarían por encima de él y del señor Tubbs. Pero si una mujer, una señora, una señora blanca… —se detuvo; paró; se miraron fijamente; observándoles pensó de nuevo en su tío y en Lucas en la celda la noche anterior (había sido la noche anterior, por supuesto; parecía que hubiesen pasado años); excepto por el hecho de que su tío y la señorita Habersham se miraban en realidad los ojos materiales en vez de aplicarse recíprocamente aquella concentración absoluta de todos los sentidos en cuya suma la mera y torpe percepción falible pesaba poco más de lo que pesaría la capacidad de leer sánscrito, era como si estuviese contemplando a los dos últimos jugadores que seguían pujando en una partida de póker—… se sentase allí simplemente, a la vista, donde el primero que pase pueda correr la voz mucho antes incluso de que Beat Four pueda darle a la manivela para poner en marcha la camioneta y salir hacia el pueblo… mientras nosotros vamos allí y liquidamos este asunto definitivamente, para siempre…

La señorita Habersham se echó hacia atrás muy despacio hasta apoyar la espalda en el respaldo del asiento. Dijo:

—Así que he de estar allí al pie de aquella escalera sentada con las faldas estiradas o quizá mejor con la espalda apoyada en la balaustrada y un pie en la pared de la cocina de la señora Tubbs mientras ustedes los hombres que no tenían ni un minuto libre ayer para hacerle a ese viejo negro unas cuantas preguntas por lo que tuvo que recurrir en última instancia a un muchacho a un niño…

Su tío no dijo nada. El sheriff se inclinó sobre la ventanilla lanzando inmensos suspiros subterráneos, no respirando con fuerza sino solo como parece tener que respirar un hombre grande. La señorita Habersham dijo:

—Quiero ir antes a casa. Tengo que remendar unas cosas… No voy a estarme toda la mañana allí sentada sin hacer nada para que la señora Tubbs piense que ha de salir a darme palique. Primero llévenme a casa. Hace una hora comprendí que usted y el señor Hampton tienen mucha prisa y mucha urgencia pero podrán dedicar un poquito de tiempo a eso. Aleck Sander puede traerme la camioneta a la cárcel cuando vaya a la escuela y dejarla delante de la portilla.

—De acuerdo —dijo su tío.