ESCENA 1
BAJAN las luces de la sala, y oímos las voces de Humphrey Bogan y Mary Astor en una escena de EL HALCÓN MALTÉS. Al levantarse el telón, está en escena Allan Felix viendo la película en su televisor, en el salón de su apartamento de la Calle 10, entre la Quinta y la Sexta Avenida, en Nueva York.
El salón es una de las tres habitaciones del apartamento. Las otras dos son un dormitorio, pequeño pero adecuado, y una cocina, pequeña pero adecuada, ambas fuera del escenario, una a cada lado del salón. Arriba a la izquierda, hay una puerta, la entrada del apartamento, que da directamente a una plataforma con barandilla que sirve de zona de oficina; hay dos tramos de peldaños que conducen al salón y, entre los dos, debajo de la barandilla, un banco acolchado.
El salón en sí es una habitación relativamente espaciosa, prototipo de las que se encuentran en los edificios de piedra rojiza del Village: alegre, con ventanas de buen tamaño que dan, desde un segundo piso, a una acera con árboles alineados. Tiene una chimenea y está amueblado con juvenil calidez, con libros y discos, una gran foto de Bogart, sillas cómodas y un sofá acogedor. Es un apartamento que se alquila por unos ciento sesenta y cinco dólares al mes, amueblado y vivido desde hace dos años por los Félix, un matrimonio joven.
Allan Félix es un joven delgado, con gafas, de unos veintiocho o veintinueve años, con aspecto de recién salido de una tira cómica de Jules Feiffer. Se gana razonablemente la vida escribiendo artículos y críticas —algunas literarias, pero en su mayor parte cinematográficas, pues es un forofo del cine— para una pequeña revista intelectual de cine. Fantasea con llegar algún día a hacer algo importante, sea en literatura, sea en cine.
La verdad es que Allan fantasea mucho; su mente es una masa hiperactiva de contradicciones ridículamente neuróticas que hacen de este mundo algo excesivo para él. Es nervioso, tímido, inseguro y, desde hace años, entra y sale de tratamientos psicoterapéuticos.
Al levantarse el telón, Allan está solo, sentado en una silla giratoria, atento a EL HALCÓN MALTÉS. La película está en su secuencia final, cuando Bogey informa a la sorprendida Mary Astor que se dispone a entregarla a pesar de que la ama. La banda sonora precede en una o dos líneas al telón... Sigue atento un instante, ya levantado el telón, suspira, se acerca al televisor y lo apaga.
ALLAN: ¿Cómo lo hace? ¿Dónde está el secreto? El secreto son las películas. Quizá si me tomara otro par de aspirinas, me encontraría mejor. Hacen ya dos... cuatro... seis aspirinas. (Coge de la mesa de café un frasco de aspirinas, vacío.) Me estoy volviendo adicto a la aspirina. Sólo me falta hervir el algodón del cuello del frasco para aprovechar los restos. ¿Qué me ocurre... por qué soy incapaz de relajarme? Nunca debí firmar esos papeles. (Se sienta en el reposapiés de la silla giratoria.) Que me lleve a los tribunales. Dos años de matrimonio a la basura... sin más... Cuando me lo dijo, hace dos semanas, no podía creerlo. Era como una desconocida, no como mi mujer, una completa desconocida.
(El área de oficina se cubre de luz fantasmagórica. Aparece Nancy, en albornoz, secándose el pelo con una toalla; cruza hasta el final de la barandilla de la plataforma.)
NANCY: No quiero indemnización. Puedes quedarte con todo. Sólo quiero terminar.
ALLAN: ¿Por qué no lo discutimos?
NANCY: Lo hemos discutido cincuenta veces. No sirve de nada.
ALLAN: ¿Por qué?
NANCY: No sé. No soporto el matrimonio. No me diviertes. Siento como si me asfixiaras. No siento la menor relación contigo, y no me gustas físicamente. ¡Por el amor de Dios, no te lo tomes como algo personal!
(Sale; la luz se desvanece.)
ALLAN (se levanta y pasea a derecha e izquierda): Oh, no me lo tomaré como algo personal. Me limitaré a suicidarme, eso es todo. Si al menos supiera dónde se ha ido de vacaciones mi maldito psicoanalista. ¿Dónde se van en agosto? Se van de la ciudad. Todos los veranos, Nueva York se llena de locos hasta el primer lunes de septiembre. Y además, ¿qué importa? ¿Y si le encontrara? Le cuente lo que le cuente, siempre me dice que es un problema sexual. Menuda idiotez. Cómo va a ser un problema sexual, si ni siquiera teníamos relaciones. Bueno, de vez en cuando. Pero ella miraba la tele mientras lo hacíamos... cambiando los canales con el mando a distancia. (Se sienta en el reposapiés giratorio.) ¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo ser más sereno? ¿Dónde está el secreto?
(Luz fantasmagórica. Aparece Bogart con su trinchera.)
BOGART: No hay secreto, muchacho. Las tías son simples. Nunca conocí a una que no entendiera un revés en la boca o un golpe con un cuarenta y cinco.
ALLAN: Jamás podría pegar a Nancy. No es ese tipo de relación.
BOGART: ¿Relación? ¿Dónde has aprendido esa palabra? ¿De uno de esos comecocos de Park Avenue?
ALLAN: No soy como tú. Al final de Casablanca, cuando pierdes a Ingrid Bergman, ¿no te quedas destrozado?
BOGART (sube los escalones de la izquierda): Nada que no pudiera arreglarse con un poco de bourbon con soda.
ALLAN: Ya ves, yo no bebo. Mi cuerpo no tolera el alcohol.
BOGART: Sigue mi consejo y olvídate de fantasías como relaciones y esas cosas. El mundo está lleno de tías. Sólo tienes que silbar.
(Bogart sale, y la luz fantasmagórica se desvanece.)
ALLAN (caminando a zancadas de un lado para otro): Tiene razón. Les das el pulgar y te pasan por encima. ¿Por qué no puedo adoptar yo esa actitud? Nada que no pueda curarse con un poco de bourbon con soda. Me tomo un dedal de bourbon y salgo corriendo a que me hagan un tatuaje. Por otro lado, ¿por qué tiene que preocuparme tanto un divorcio? ¡Qué diablos!... Quizás esté mejor sin ella. ¿Por qué no? Soy joven..., estoy sano..., tengo un buen trabajo..., podría ser una oportunidad para espabilarme un poco... Si a ella le va la marcha, a mí también. Traeré aquí a golfas increíbles. Convertiré este lugar en un club nocturno. Tías con marcha, raras, ninfómanas..., vendedoras de Saks... Si ella no me desea... no me voy a imponer. (Se sienta en la silla giratoria.) El día en que se fue, me dijo cosas que no podía ni creer.
(Luz fantasmagórica en el área de oficina. Entra Nancy, con bolso, guantes y bufanda.)
NANCY: Quiero una vida nueva. Quiero ir de discotecas y a esquiar y a la playa. Quiero cruzar Europa en moto. No hacemos más que ir al cine.
ALLAN: Escribo para una revista de cine, ellos me mandan. Además, resulta que me gusta el cine.
NANCY: Te gusta el cine porque eres uno de los mayores mirones del mundo. Yo no soy así. Yo soy activa. Quiero participar. Quiero reír. Nunca nos reímos juntos.
ALLAN: ¿Cómo puedes decir eso? Tú, no sé, pero yo no paro de reírme... risa ahogada, risa nerviosa, de vez en cuando alguna carcajada. Además, ¿por qué no salió esto a relucir cuando éramos novios?
NANCY: Todo era distinto... eras más agresivo.
ALLAN: Todo el mundo lo es cuando corteja. Es perfectamente normal. Tratas de impresionar a la otra persona. No puedes pretender que mantenga semejante nivel de encanto. Me daría un infarto.
NANCY: Adiós, Allan. Mi abogado llamará al tuyo.
ALLAN: No tengo abogado... dile que llame a mi médico. (Sale Nancy y la luz fantasmagórica se desvanece. Allan camina a zancadas.) Se cree algo del otro mundo. No es que le guste la marcha. Es un producto de cafetería de ciudad universitaria. No tardará en ponerse a fumar hierba... creerá que es moderno. Probé la hierba una vez. Reaccioné mal... traté de sacarme los pantalones por la cabeza. Eso es porque me siento culpable. Siempre me siento tan culpable de todo... Me abandona ella, y me preocupo por cómo se las arreglará. (Suena el timbre de la puerta.) Aquí están Dick y Linda. Gracias a Dios, llega Dick. Es mi mejor amigo, pero no debo utilizarle como si fuera mi muleta. (Suena otra vez.) Le utilizaré de muleta.
(Abre la puerta. Entran Dick, joven ejecutivo de buen ver, y Linda, su bella esposa.)
DICK (desplazándose a lo largo de la barandilla): Allan, ¿estás bien?
LINDA (cierra la puerta y se acerca a un extremo de la barandilla): Pobrecito mío.
DICK: ¿Por qué no nos llamaste en cuanto se fue?
ALLAN: No quería molestaros.
DICK: ¡Molestarnos! Por el amor de Dios, ¿para qué están los amigos?
LINDA: ¿Qué razón te dio para divorciarse?
ALLAN (se desplaza hasta la silla giratoria, para después sentarse en el banco de la esquina): Quiere reírse. No se ríe bastante. Risa insuficiente es motivo de divorcio. Y esquiar... quiere ir a esquiar. Quiere bajar una montaña esquiando y riendo como una imbécil.
DICK: Permíteme que llame a mi oficina para decirles dónde estoy. Salí corriendo de una reunión de trabajo en el momento mismo en que llamaste. Deben de haberme tomado por loco.
LINDA (deja el bolso en el banco): ¿Has sabido algo de ella?
ALLAN: He sabido del bufete Schulman & Weiss; me dieron unos papeles para firmar, y Nancy se fue a México. Tiene gracia. Fuimos a México en viaje de novios. Nos pasamos las dos semanas en la cama. Me cogió disentería.
(Durante toda esta conversación, Linda recoge libros del suelo, junto a la mesa de café, y los pone en una estantería encima del bar; recoge revistas de la esquina del sofá y las pone en una mesa detrás del sofá; recoge del bar un vaso con asa, un jersey de un extremo del sofá, cintas de vídeo y el frasco de aspirinas de la mesa de café, y en general va limpiando la habitación.)
DICK (hablando al teléfono): Hola, ¿George? ¿Aceptaron las condiciones? Vaya, demonios. Bueno, si nos la jugamos, nos la jugamos.
LINDA: ¿No cocinas más que los menús de la tele?
ALLAN: ¿Cocinarlos? Los chupo congelados.
DICK: Voy a decirte dónde me encontrarás. Estaré un rato en Gramercy 7-9205, después quince minutos en Murray Hill 5-4774, después estaré en Templeton 8-5548, después en casa, o sea LE 5-8343. Muy bien, George.
LINDA: Hay una cabina de teléfonos en la esquina. ¿Quieres que baje corriendo a ver el número? Pasarás a su lado.
(Desaparece en la cocina.)
DICK: Lo siento, Allan.
ALLAN: Quiere tener marcha. De repente, la vida de casa no sirve para nada.
DICK: No te angusties tanto.
(Linda viene de la cocina con servilletas de papel, que deposita en el escritorio y sigue ordenando el apartamento, mientras hablan los hombres. Quita el polvo del área de oficina, mete en la papelera los papeles que hay en el suelo a su alrededor y coloca la papelera debajo del escritorio.)
ALLAN: Le di un hogar, afecto y seguridad. Era jovencita, la encontré trabajando de camarera en el Hip Bagel. Yo iba todas las noches y le daba propinas enormes. ¡Un dólar y medio por una cuenta de treinta y cinco centavos!
(Linda recoge la bata de la barandilla, y la toalla y la camiseta de la silla del escritorio.)
DICK: Nancy era impulsiva. Todos lo sabíamos.
ALLAN: No se fue impulsivamente. Pasó meses hablando de ello. Sencillamente, nunca pude creer que se atrevería a llegar al final. Soy un subnormal ingenuo. Me tumbaba en la cama a su lado, mientras ella buscaba abogados en las páginas amarillas.
DICK: Mejor que os hayáis dado cuenta ahora. Sois jóvenes. Podéis rehacer vuestras vidas.
(Linda lleva las cosas al dormitorio.)
ALLAN: ¿Jóvenes? Tengo veintinueve años. Estuve al tope de mi potencia sexual hace diez años.
DICK: Míralo por su lado bueno. Eres libre. Saldrás. Conocerás a otras chicas, chicas excitantes, flirtearás, irás a fiestas, te liarás con mujeres casadas, joderás con chicas de todas las razas, credos y colores.
(Linda sale del dormitorio, baja las escaleras, recoge un almohadón y lo coloca en el banco.)
ALLAN: Bah, uno se cansa de eso. Además, a mí nunca me pasan esas cosas. Conseguí inducir a una chica a que me amase, y ahora se ha marchado.
DICK: ¿Ves cómo se subestima? ¿No crees que sobran en el mundo mujeres que le encontrarían atractivo?
LINDA: ¿Eh?... Oh, sí..., claro.
DICK (sentándose en el sofá): El mundo está lleno de mujeres deseables.
ALLAN: No como Nancy. Era algo maravilloso. Por la noche, tumbado en la cama, la observaba a menudo dormir. De vez en cuando, se despertaba, me veía, y daba un grito.
LINDA: La quería de verdad. Me dan ganas de llorar.
DICK: ¿Por qué te dan ganas de llorar? Es como hacer una inversión que después no da dividendos.
LINDA: ¿Tienes una aspirina? Me está empezando a doler un poco la cabeza.
DICK: Se está derrumbando, y va y te pones enferma.
LINDA: No te enfades.
DICK: No me estoy enfadando. He tenido un día muy difícil.
ALLAN: ¿Tú también quieres una aspirina?
DICK: No.
ALLAN: Me tomé todas las aspirinas. ¿Quieres un Darvon?
LINDA: Bueno. Mi psicoanalista me sugirió una vez Darvon, cuando tenía migrañas.
ALLAN: Yo solía tener migrañas, pero mi psicoanalista me curó. Ahora, me salen unos sabañones espantosos.
LINDA: A mí también. Grandes y feos..., de la tensión.
ALLAN: No creo que el psicoanálisis pueda ayudarme. Quizá necesite una lobotomía.
LINDA: Cuando el mío está de vacaciones, me encuentro paralizada.
DICK: Deberíais casaros el uno con el otro e iros a vivir a un hospital.
ALLAN: ¿Quieres una Fresca con tu Darvon?
LINDA: Si no tienes zumo de manzana.
ALLAN: Oh, el zumo de manzana y el Darvon van divinamente.
LINDA: ¿Has probado el Librium con zumo de tomate?
ALLAN: La verdad es que no, pero otro neurótico me ha dicho que son increíbles.
DICK: ¿Puedo tomar una Coca-Cola sin nada dentro?
(Allan pasa al dormitorio; Linda ordena los papeles en el recibidor.)
LINDA: ¡Sufre tanto por ella! En cierto modo, es encantador. ¿Tú sufrirías así por mí?
DICK: Claro que sufriría, pero no enloquecería. Eres igual que él. Sois capaces de emocionaros con el parte meteorológico.
LINDA: Nunca debió casarse con Nancy.
DICK: Nunca dijo nada. Pensé que se llevaban bien.
LINDA: Eso es porque siempre estás demasiado ocupado. Nunca ves lo que pasa a tu alrededor. ¿No te pareció extraño que, a pesar de estar casado, no pudiera conseguirse un ligue para Fin de Año?
DICK: ¿Por qué te abruma tanto?
LINDA: Estas cosas me perturban. Siento una ola de inseguridad.
DICK: ¿Sientes una ola de inseguridad? ¿Quieres que te cuente lo que me ha ocurrido hoy? Esta mañana compré cuarenta hectáreas de tierra en Florida. Resulta que treinta y cinco son de arenas movedizas. Mi consorcio quería hacer un campo de golf. Y ahora, ¿qué? Lo único que podemos hacer es un campo de golf de tres agujeros con la mayor trampa de arena del mundo. ¿Por qué habrá ocurrido esto cuando estoy pendiente de un millón de cosas?
LINDA: Siempre estás pendiente de un millón de cosas.
DICK: No puedo evitarlo. Es mi trabajo, Linda. Busco caminos, piso fuerte, juego en el mercado y hago brillantes negocios como este asunto de las arenas movedizas.
LINDA: Dick, lo estás haciendo de maravilla. Tienes sólo veintinueve años, y ya te has declarado dos veces en quiebra.
DICK: Vamos, querida, no te pongas así. ¿Puedo estar más loco por ti de lo que estoy? Dios mío, le digo que se lo tome con calma... Si estuviera yo en su lugar habría perdido ya un tornillo. Vamos, tenemos que sacarle de esto.
LINDA: Si al menos conociera a alguna chica simpática para él...
DICK: Conoces a modelos. Alguien tiene que haber en tu agencia.
LINDA: No hay muchas solteras.
DICK: ¿Y Carol?
LINDA: Tiene novio.
DICK: ¿Doreen?
LINDA: Ahora vive con un cura.
DICK (de pronto, muy agitado): ¿Y Dorita? La modelo de la fiesta de Don.
LINDA: ¿Para Allan? Dios mío, se lo comería vivo. Sólo dejaría las gafas. No, va a ser un problema.
(Entra Allan con las píldoras y las bebidas.)
ALLAN: Me alegro que hayáis venido, ¿sabéis? Me encuentro un poco mejor.
DICK: Escucha, Allan, Linda y yo vamos a salir a cenar esta noche. Invitamos a alguna chica simpática y vamos los cuatro.
ALLAN: Oh, no, me parece que no.
DICK: Venga, tienes que salir un poco.
ALLAN: Hace dos años que no miro a ninguna otra mujer. He perdido la práctica. Y, cuando tenía práctica, estaba fuera de servicio.
DICK: Vamos, Allan. Has invertido emociones en acciones en baja, se han esfumado, ya no figuran en el tablero. ¿Qué hacer? Reinvertir..., quizás en acciones más estables..., algo con posibilidades de crecimiento a largo plazo.
ALLAN: ¿Con quién pretendes liarme? ¿Con la Merrill-Lynch-Pierce-Fenner-and-Smith, S.A.?
DICK: Venga, Allan, levanta ese ánimo.
ALLAN: ¿Una chica guapa? Tiene que estar pero que muy bien para subirme aunque sea un poco la moral.
DICK: ¿A quién podemos encontrarle?
ALLAN: ¿O sea que todavía no habíais pensado en nadie?
DICK: Hemos pensado en varias.
LINDA: ¿Cómo te gustan?
DICK: Le gustan neuróticas.
ALLAN: Me gustan rubias. Rubitas de pelo largo y falda muy corta y pechos y botas altas y listas y ocurrentes, y sensibles.
DICK: No te fijes sólo en ridículos clichés.
LINDA: ¿Tiene que ser guapa? ¿De pelo largo y pecho grande?
ALLAN: Ah, y un buen trasero. Algo donde hincar el diente.
DICK: Siempre fue muy puñetero, el tío.
ALLAN: Es verdad, pero ya ves el resultado.
DICK: Es verdad, no salías nunca.
LINDA: Sally Keller es rubia y tiene un pecho considerable.
ALLAN: ¿Qué significa considerable?
LINDA (hace un ademán con las manos): No sé..., así.
DICK: No es la chica más lista del mundo.
ALLAN: ¿A qué se dedica?
LINDA: Baila enjaulada en una discoteca.
ALLAN: Olvídala.
DICK: Vamos, a lo mejor consigues llevártela a la cama.
ALLAN: ¡La cama! Con la suerte que tengo, no sería capaz ni de llevarla a una silla.
LINDA: La verdad, Allan, es que las chicas con el aspecto que pretendes no acostumbran a ser grandes lumbreras.
DICK: No sé por qué tanto lío, total para una simple compañía agradable para la cena.
ALLAN: Ni eso me va. Sigo demasiado apegado a Nancy.
DICK: Allan, olvida a Nancy. Se ha ido.
ALLAN: Es verdad. Quería libertad porque quería más marcha.
DICK: Vamos, querida, piensa en alguien.
ALLAN: Me imagino perfectamente qué ha estado haciendo.
NANCY (entra): Oh, Jeffrey, tómame en tus brazos, abrázame. Pensar que hemos podido encontrarnos, tú y yo, aquí, en un pueblecito como Juárez, tú divorciándote de Celia, yo librándome de cómo-se-llame-ése. ¡Qué placer hacer el amor con un hombre alto, fuerte, apuesto, rubio, de ojos azules!
(Sale.)
ALLAN: Llevamos dos semanas divorciados, y ya sale con un nazi.
LINDA: ¡Oye! ¿Y Sharon?
DICK (receptivo): ¿Y Sharon?
ALLAN: Me gusta el nombre.
LINDA: Sharon Lake. Trabaja para Jack Edelman, el fotógrafo. Es su ayudante.
DICK: Una chica lista, y muy mona.
ALLAN: Está bien. Vamos.
DICK (a Linda): Llámala.
LINDA (se acerca al teléfono): Perfecto.
ALLAN (empezando a titubear): ¿Qué le vas a decir?
LINDA (marcando): Voy a ver si está libre para cenar.
ALLAN (presa de un incipiente pánico): No le digas nada del divorcio. Quizá sea mejor decirle que mi mujer se ha muerto.
DICK: Déjalo en nuestras manos.
ALLAN: No sé si deberíamos seguir adelante. (Empieza a dar zancadas.) La antigua tensión vuelve. El estómago me brinca.
LINDA (hablando por teléfono): Sharon Lake, por favor. Linda Christie.
ALLAN (se lleva las manos a las orejas, bloqueando el sonido, y merodea muy nervioso): No quiero oírlo. Laummmmmmmmmmmm-de-ummmmmmmm...
LINDA: ¿Sharon? Hola. Linda. ¿Cómo estás? Me alegro. Escucha...
ALLAN: Ummmmmrn-ummrnmmmmmm...
LINDA: Dick y yo salimos a cenar esta noche con un amigo y pensamos que a lo mejor te apetecería venir con nosotros.
ALLAN: Ummmmmm-umrnmmmminmm...
LINDA: No, no es nada. Tenemos la radio puesta. (Pide ayuda por señas a Dick. Éste silencia a Allan.) Allan Félix. No le conoces. Es amigo de Dick.
ALLAN (apuntando): Atractivo. Escritor. Viuda..., viudo..., mi mujer murió en una explosión en el pozo de una mina...
LINDA: Es muy divertido. Creo que te gustará.
ALLAN: Mira, si no quiere..., olvídalo. Tampoco voy a rebajarme...
LINDA: Muy bien. Te recogemos en coche. A las ocho. Ponte sencilla, claro que sí..., sin tacones.
ALLAN: Que se ponga tacones... ¿Es que acaso soy Toulouse-Lautrec?
LINDA: Muy bien. Te recogemos. Muy bien. Adiós. (Cuelga.) Ya está.
ALLAN (conteniendo a duras penas los nervios): Tengo sentimientos contradictorios. ¿Qué pasaría si me llevara a ésta a la cama y de pronto entrara Nancy? Ju-ju.
DICK: No te hagas demasiadas ilusiones la primera noche, Allan.
ALLAN (a Linda): ¿Ha dicho algo de mí?
LINDA: No te conoce, ¿qué quieres que diga?
ALLAN: Por cierto, no le has dicho que soy viudo.
LINDA (mientras se lleva la Coca-Cola a la cocina): Te he buscado pareja. Lo de la muerte de tu mujer se lo cuentas tú, ¿vale?
ALLAN: Estoy nervioso.
DICK (marcando un número de teléfono): Recogeremos a Sharon, porque vive a dos manzanas de casa, y después pasamos los tres a recogerte. Nos vemos a eso de las ocho y diez. Pero no puedo quedarme hasta muy tarde, mañana por la mañana tengo una reunión de trabajo.
(Linda sale de la cocina con los cuatro vasos limpios y los lleva al bar.)
LINDA: Escucha, lo que quieras... Si se te acumulan los platos sucios o hay que hacer una cama...
DICK (al teléfono): Hola, soy Mr. Christie. Ahora mismo salgo del número de Gramercy y me dirijo rumbo norte al número de Murray Hill.
ALLAN: ¿Por qué no vamos a cenar a la Taberna del Césped? Es una noche ideal para cenar en Central Park.
LINDA: Maravilloso, aquello es tan romántico...
DICK: Detesto la comida que dan. Además, creo que va a llover. (A Allan): ¿Estás bien?
(Dick y Linda se detienen junto a la puerta.)
ALLAN: Sí, claro... estaré bien... Me ducharé y me encharcaré el cuerpo de Canoe... Ahora, en cierto modo, me apetece. Estoy nervioso.
DICK: Adiós.
ALLAN: Me siento mejor... (Cierra la puerta; su rostro adopta una expresión seria.) Tengo miedo.
(Se apagan las luces.)