EL DON DE GAB - Jack Vance

MEDIA tarde había llegado a los bajíos. El viento moría; el mar se encontraba apacible y se extendía con brillo sedoso. En el sur, una negra escoba de lluvia pendía bajo las nubes; en otras partes, el aire se hallaba denso con oscuridad rosa. Gruesas costras de algas flotaban sobre los bajíos; una de éstas sostenía la balsa de bio-minerales, un rectángulo metálico de 60 metros de largo y 30 de ancho.

A las cuatro, una sirena anunció desde lo alto del mástil, el cambio de turno Sam Fletcher, ayudante del superintendente, salió del comedor, cruzó la cubierta hasta la oficina, corrió la puerta y miró al interior. La silla en que comúnmente tomaba asiento Cari Raight para llenar su informe de producción, estaba desocupada. Fletcher miró por arriba de su hombro hacia la planta beneficiadora, pero Raight no se encontraba a la vista. Era extraño. Cruzó la oficina, comprobó el tonelaje del día.

Tricloruro de rodio ...., 3.64

Sulfuro de tántalo......, 0.80

Renicloruro de tripiridilo 0.39

El tonelaje bruto, según el calculo de Fletcher, llegaba a 4.83; un turno regular. Aún superaba a Raight en la competencia. Mañana era el fin de mes; Fletcher difícilmente dejaría de ganar el Haig and Haig a Raight. Anticipando sus protestas y sus quejas, Fletcher sonrió y silbó entre los dientes. Se sentía alegre y confiado. Otro mes traería el fin de su contrato de medio año; entonces volvería a Starholme con seis meses de paga a su crédito.

¿Dónde truenos se hallaba Raight?. Fletcher asomó por la ventana. En su campo de visión estaban el helicóptero —amarrado a cubierta en prevención de las turbonadas sabrinas—, el mástil, la giba negra del generador, el tanque de agua y el extremo distal de la balsa, los pulverizadores, las tinas de lavado, las columnas Tswett y las bodegas de almacenamiento.

Una forma oscura llenó la puerta. Fletcher se volvió, pero era Agostino, el operador diurno, que había sido relevado por Blue Murphy, el operador de Fletcher.

—¿Dónde está Raight? —inquirió Fletcher.

Agostino miró al interior de la oficina.

—Pensé que se encontraba aquí.

—Yo creí que estaba en la planta.

—No, vengo de allá.

Fletcher cruzó la oficina y miró el cuarto de lavado.

—Tampoco está aquí.

Agostino se volvió.

—Subiré a darme una ducha —miró hacia atrás desde la puerta—. Tenemos pocos escaramujos.

—Mandaré el lanchón.

Siguió a Agostino a cubierta y se encaminó hacia la planta de beneficio.

Pasó la cubierta donde estaban amarrados los lanchones y entró a la sala de pulverización. La rotaría número 1 se hallaba moliendo escaramujos para extraer tántalo; la número 2 se encontraba pulverizando caracoles marinos ricos en renio. El molino de bola aguardaba una carga de coral, color naranja rosado, con nódulos de sales de rodio. Bine Murphy, quien tenía una cara roja y una orla magra de cabellos del mismo color, estaba haciendo una revisión de rutina de cojinetes, ejes, cadenas, mangas, válvulas y medidores. Fletcher habló a su oído, para ser escuchado sobre el ruido de las trituradoras.

—¿Ha venido Raight?

Murphy movió la cabeza negativamente.

Fletcher prosiguió hacia la cámara de lavado, donde se efectuaba la primera separación de las sales y la pulpa, a través del bosque de tubos Tswett y otra ve? a cubierta. No vio a Raight. Debía haber ido a la oficina.

Pero la oficina estaba vacía.

Fletcher fue al comedor. Agostino se encontraba cenando. Dave Jones, el despensero, se hallaba a la entrada de la cocina.

—¿Ha estado aquí Raight? —preguntó Fletcher.

Jones, quien nunca utilizaba dos palabras cuando bastaba con una, movió la cabeza negativamente. Agostino se volvió.

—¿Buscaste en el lanchón de escaramujos? Puede haber ido a las repisas.

Fletcher pareció desorientado.

—¿Qué hace Mahlberg?

—Está poniendo dientes nuevos a la paleta de la draga.

Fletcher intentó recordar la disposición de las barcazas a lo largo del muelle. Si Mahlberg, el encargado del mantenimiento de los lanchones, había estado ocupado en hacer reparaciones, Raight podía haberse ido. Se sirvió una taza de café.

—Allí es donde debe estar —tomó asiento—. Raight no trabajaría después de su turno.

Mahlberg entró al comedor.

—¿Dónde está Cari? Quiero ordenar algunos dientes más para la paleta.

Mahlberg rió de la broma.

—Quizá pescó una buena anguila. O un decabraquio.

—Lo cocinaría él mismo —gruñó Dave Jones—. Parece que un decabraquio debe ser bueno de comer —dijo Mahlberg— con lo próximos que son a la foca.

—¿A quién le gustan las focas? —gruñó Jones.

—Yo diría que son más semejantes a sirenas —observó Agostino—, con estrellas de mar de diez patas en vez de cabezas.

Fletcher bajó su taza.

—¿A qué hora salió Raight?

Mahlberg se encogió de hombros; Agostino puso una cara inexpresiva.

—Se hace solamente una hora hasta las repisas. Ya debía estar de vuelta.

—Puede haber sufrido una descompostura —sugirió Mahlberg—. Aunque la barcaza ha estado funcionando bien.

Fletcher se puso de pie.

—Lo llamaré.

Salió del comedor y regresó a la oficina, donde marcó en la pantalla intercomunicadora T3 la señal para el lanchón de escaramujos.

La pantalla permaneció oscura.

Fletcher esperó. El bombillo de neón se encendió y se apagó alternativamente, indicando la llamada de alarma en la barcaza.

No hubo contestación.

Fletcher sintió una perturbación vaga. Salió de la oficina, fue hasta el mástil y se izó hasta la cúpula. Desde ahí podía explorar les 1,800 metros cuadrados de balsa, la costra de dos hectáreas de algas y un gran círculo de océano.

En la distancia lejana, al noreste, cerca de la orilla de los bajíos, la nueva balsa de recuperaciones pelágicas parecía un pequeño punto oscuro, casi borrado por la bruma. Al sur, donde la corriente ecuatorial corría a través de una abertura en los bajíos, las repisas de escaramujos estaban extendidas en una prolongada línea imprecisa. Al norte, donde el risco Macpherson, que se elevaba de los piélagos, llegaba a nueve metros de romper la superficie, pilotes de aluminio sostenían las trampas para caracoles marinos. Aquí y allá flotaban masas de algas, en ocasiones ancladas al fondo, otras veces sostenidas en su lugar por la acción de las corrientes.

Fletcher volvió sus binóculos a la línea de repisas de escaramujos y descubrió el lanchón inmediatamente. Apoyó los brazos, enfocó la cabina de control y amplificó la imagen. No vio a nadie, aunque no pudo fijar los binóculos lo suficiente para asegurarse.

Escrutó el resto de la barcaza.

¿Dónde estaba Cari Raight? ¿Posiblemente en la cabina de control, fuera de su vista?

Descendió a cubierta, fue hasta la planta de beneficio y se asomó al interior.

—¡Eh, Blue!

Apareció Murphy, limpiándose las manos en un trapo.

—Iré a las repisas en la lancha —dijo Fletcher—. La barcaza está allí, pero Raight no responde a las llamadas.

Murphy movió la gran cabeza calva. Acompañó a Fletcher al embarcadero, donde flotaba el bote amarrado. Fletcher tiró de la amarra, acercó la popa de la lancha y saltó a cubierta.

—¿Deseas que vaya? —gritó Murphy—. Dejaré a Hans al cargo.

Hans Heinz era el ingeniero mecánico. Fletcher titubeó.

—Creo que no. Si ocurrió algo a Raight... bueno, puedo arreglármelas. Pero vigilen la pantalla. Es posible que llame.

Entró a la carlinga, se sentó, corrió la cúpula sobre su cabeza y puso en marcha la bomba.

La lancha osciló y botó, cobró velocidad, sumergió su nariz obtusa bajo el agua y se hundió hasta que solamente asomaba la cúpula.

Fletcher desengranó la bomba; el agua entró por proa y fue convertida en vapor y luego expulsada por popa. Biominerales se convirtió en una mancha gris en la bruma rosa, mientras los perfiles del lanchón y las repisas se hacían consistentes y claros y crecían de modo gradual. Fletcher interrumpió la energía; la lancha emergió y flotó hasta el casco oscuro, donde se adhirió con bolas magnéticas que permitieron que bote y barcaza oscilaran independientemente sobre las ondas.

Fletcher corrió hacia atrás la cúpula y saltó a cubierta del lanchón.

—¡Raight! ¡Eh, Cari!

No obtuvo contestación.

Miró de un lado a otro de la cubierta. Raight era un hombre fuerte, grande y activo... pero podía haber sucedido un accidente. Fletcher caminó hacia la cabina de control. Pasó la bodega número 1, llena de escaramujos verdinegros. En la bodega número 2, el botalón estaba salido, sujetando una repisa con las quijadas, preparado para sacarla del agua.

La bodega número 3 aún se hallaba descargada. La cabina de control se encontraba vacía.

Cari Raight no estaba a bordo del lanchón.

Se podría haber ido en helicóptero o en lanchas o caído por la borda. Fletcher exploró el agua oscura, en todas direcciones. De pronto se inclinó sobre la borda tratando de ver a través de los reflejos de la superficie. Pero la forma pálida bajo el agua era un deca-braquio, grande como un hombre, terso como satín, dedicándose tranquilamente a sus actividades.

Fletcher miró pensativo hacia el noreste, donde flotaba la balsa de Recuperaciones Pelágicas, detrás de una cortina de bruma rosa. Era una nueva compañía, de tres meses de antigüedad únicamente, poseída y operada por Ted Chrystal, ex bioquímico de la balsa de Biominerales.

El océano Sabrino era inagotable; el mercado para el metal era insaciable; las dos balsas no eran competidoras en ningún sentido. En ninguna forma podía concebir Fletcher que Chrystal o sus hombres atacaran a Cyrl Raight. Debió caer por la borda.

Regresó a la cabina de control y subió por la escalerilla al puente volante. Hizo una última exploración del agua en torno a la barcaza, aunque sabía que era inútil; la corriente, que pasaba por el estrecho a dos nudos constantes, habría arrastrado el cuerpo de Raight a los piélagos. Fletcher recorrió el océano con la mirada. La línea de repisas se esfumaba en la bruma rosa. El mástil de la balsa de Biominerales apuntaba hacia el firmamento, al noroeste. La balsa de Recuperaciones Pelágicas no podía verse. No había criatura viviente a la vista.

La señal de la pantalla sonó desde la cabina. Fletcher bajó. Blue Murphy estaba llamando desde la balsa.

—¿Qué noticias hay?

—Ninguna en absoluto —respondió Fletcher.

—¿Qué quieres decir?

—Raight no está aquí.

La gran cara roja se arrugó.

—¿Quién está ahí?

Murphy silbó. Parecía no tener nada que decir. Finalmente preguntó:

—¿Tienes idea de cómo ocurrió?

Fletcher negó con movimientos de cabeza.

—No puedo imaginarlo.

Murphy se humedeció los labios.

—Quizá debíamos cerrar.

—¿Por qué?

—Bueno... podrías decir, por respeto a los muertos.

Fletcher sonrió sin humor.

—Podríamos seguir trabajando por lo mismo.

—Como quieras. Pero nos hacen falta escaramujos.

—Cari cargó bodega y media... —vaciló, exhaló un suspiro profundo—. Será mejor que saque unas repisas más.

Murphy se estremeció.

—Es un asunto lúgubre, Sam. No tienes un gramo de miedo en el cuerpo.

—Para Cari es lo mismo ahora —replicó Fletcher—. Tenemos que arrancar los escaramujos alguna vez. No ganamos nada con lamentarnos.

—Supongo que tienes razón —admitió Murphy indecisamente.

—Volveré en un par de horas.

—No caigas por la borda como Cari.

La pantalla se apagó. Fletcher reflexionó que estaba a cargo de la balsa, como superintendente, hasta que llegara la nueva tripulación, después de un mes. Era suya una responsabilidad que no deseaba en particular.

Salió lentamente a cubierta y subió al pulpito del cabrestante. Durante una hora sacó secciones de repisas, suspendiéndolas sobre la bodega, mientras los brazos raspadores arrancaban los apiñamientos verdinegros y luego volvía a deslizar las repisas al océano. Ahí estaba, donde había estado trabajando Raight antes de su desaparición. ¿Cómo pudo haber caído al mar desde el pulpito del cabrestante?

La intranquilidad corrió por sus nervios y subió a su cerebro. Detuvo el funcionamiento del cabrestante y bajó del pulpito. Se detuvo sobre sus pasos, mirando el cable sobre cubierta.

Era una soga extraña... brillante, traslúcida, de dos centímetros y medio de grueso. Yacía en forma de gaza sobre cubierta y un extremo bajaba por la borda. Fletcher la miró y titubeó. ¿Cuerda? Ciertamente, no era del equipo de la barcaza.

Cuidado, pensó Fletcher.

Una rasqueta de mano colgaba del pendolón; era un instrumento corno un azuela. Se utilizaba para rascar a mano las repisas, si las rasquetas automáticas fallaban por alguna causa. Estaba a dos pasos de distancia, más allá del cable. Fletcher bajó a cubierta. La soga se contrajo y se distendió, enredándose en torno a sus tobillos.

Fletcher se lanzó hacia adelante y tomó la rasqueta. La cuerda dio un tirón cruel; él cayó de cara y la rasqueta escapó de sus manos. Pateó, luchó, pero el cable lo arrastró con facilidad hacia la borda. Alargó la mano convulsivamente hacia la rasqueta y la alcanzó con dificultad. La soga estaba levantando sus tobillos para arrastrarlo por arriba de la barandilla. Él se flexionó hacia adelante, golpeando la cuerda una y otra vez. El cable se aflojó, lo soltó y se arrastró sobre la borda.

Él se levantó y fue trastabillando hasta la batayola. La soga se hundió en el agua, perdiéndose entre los aceitosos reflejos del firmamento. Después, durante medio segundo, un frente de onda se mantuvo perpendicular a la línea de visión de Fletcher. Un decabraquio nadaba un metro abajo de la superficie. Vio el racimo de brazos de color rosa dorado, divergentes como los brazos de una estrella de mar y en su centro el parche oscuro que podía ser un ojo.

Fletcher se retiró de la borda, aturdido, asustado, oprimido por la proximidad de la muerte. Maldijo su estupidez, su descuido imprudente; ¿cómo pudo ser tan insensato para permanecer ahí, cargando la barcaza? Estaba claro desde el principio que Raight nunca pudo haber muerto por accidente. Algo lo mató y Fletcher había invitado a ese algo a matarlo también. Fue cojeando hasta la cabina de control y puso en marcha las bombas. El agua fue succionada a través del orificio de proa y expulsada por los desagües. El lanchón se alejó de las repisas. Puso rumbo al noroeste, hacia Biominerales y luego salió a cubierta.

El día estaba terminando; el firmamento oscurecía hasta un color marrón; la bruma se espesó como agua sangrienta. Gedeón, un gigante rojo opaco, el mayor de los dos soles de Sabría, descendió del firmamento. Durante pocos minutos, solamente jugó sobre las nubes la luz del azul-verde Atreo. La penumbra cambió su calidad a verde pálido que, por alguna ilusión, parecía más brillante que el rosa anterior. Atreo se hundió y el firmamento oscureció.

Adelante brillaba la luz del mástil de Biominerales, ascendiendo al firmamento a medida que se aproximaba la barcaza... Fletcher vio las formas negras de hombres, recortadas contra el resplandor. Toda la tripulación estaba esperándolo: Agostino y Murphy, los dos operadores; el encargado del lanchón, Mahlberg, Damon el bioquímico, Dave Jones el despensero, Manners el técnico, Hans Heinz el ingeniero.

Atracó la barcaza, subió por los suaves escalones cortados en las algas apisonadas y se detuvo ante los hombres silenciosos. Esperando en la balsa, habían sentido más vivamente que él lo extraño de la muerte de Raight.

En contestación a la pregunta muda, Fletcher dijo:

—No fue un accidente. Sé lo que sucedió.

—¿Qué? —inquirió alguien.

—Hay una cosa como un cable blanco —explicó Fletcher—. Sale del mar. Si un hombre se aproxima a ella, se enreda en sus piernas y lo arrastra por encima de la borda.

—¿Estás seguro? —preguntó Murphy en voz baja.

—Me atrapó a mí.

—¿Una cuerda viva? —inquirió con voz escéptica Damon, el bioquímico.

—Supongo que pudo haber tenido vida.

—Que otra cosa podía haber sido?

Fletcher titubeó.

—Miré por la borda. Vi decabraquios. Con seguridad uno, tal vez dos o tres.

Hubo silencio. Los hombres miraron hacia el agua. Murphy preguntó en tono asombrado:

—¿Entonces son los decabraquios?

—No lo sé —respondió Fletcher con voz tensa y ahogada—. Me arrastró una soga o fibra blanca. La corté. Cuando miré por la borda, vi decabraquios.

Los hombres hicieron ruidos apagados, de asombro y temor.

Fletcher se volvió y se encaminó al comedor. Los hombres continuaron en cubierta, examinando el océano, hablando en voz baja. Las luces de la balsa se disipaban más allá, en la oscuridad. No había nada que ver. Después, esa noche, Fletcher subió la escalerilla al laboratorio que se hallaba sobre la oficina, para encontrar a Damon ocupado y atento en el visor de micro-película.

Damon tenía cara delgada, con mandíbula alargada, cabellos rubios y lacios y ojos de fanático. Era industrioso y meticuloso, pero trabajaba a la sombra de Ted Chrystal, quien había renunciado a Biominerales para traer su propia balsa a Sabría. Chrystal era un hombre con gran habilidad. Adaptó el caracol marino absorbedor de vanadio de la Tierra, a las aguas de Sabría: desarrolló el escaramujo de tántalo, de la especie rara y enfermiza que era, a resistente y gran productor. Damon trabajaba el doble del tiempo que había trabajado Chrystal y aunque cumplía eficientemente con sus obligaciones rutinarias, carecía de la aptitud y los recursos imaginativos que empleaba Chrystal, para saltar del problema a la solución, sin pasos intermedios aparentes.

Levantó la mirada cuando entró Fletcher al laboratorio y luego volvió a la micropantalla. Fletcher lo observó un momento.

—¿Qué estás buscando? —inquirió al fin.

Damon contestó en el tono importante, ligeramente pedante, que a veces divertía a Fletcher y en ocasiones lo irritaba:

—He estado buscando en el índice para identificar la cuerda larga y blanca que te atacó.

Fletcher produjo un sonido vago y fue a ver las posiciones de los controles del microarchivo. Damon había empleado las claves para "larga", "delgada" y "blanca". Con estas instrucciones, el selector recorrió toda la lista de formas de vida sabrinas y sacó las tarjetas de siete organismos.

—¿Hallaste algo? —preguntó Fletcher.

—Hasta ahora no.

Deslizó otra tarjeta en el visor. Anélido sabrino, RRS-4924, decía el título y apareció en la pantalla un dibujo esquemático de un largo gusano segmentado. La escala mostraba que tenía alrededor de dos metros y medio de longitud.

Fletcher movió la cabeza negativamente.

—La cosa que me atrapó tenía cuatro o cinco veces esa longitud. Y no me pareció que fuera segmentado.

—Hasta ahora es el candidato más probable —dijo Damon. Levantó la mirada, interrogativa, a Fletcher—. Supongo que estás bastante seguro respecto a esta... soga marina larga y blanca.

Fletcher lo ignoró; recogió las siete tarjetas, las regresó al archivo, luego buscó en el libro de claves y volvió a fijar el selector.

Damon sabía las claves de memoria y pudo leer los limbos directamente:

—"Apéndices" ... "largos"... "dimensiones D, E, F, G."

El selector pasó tres tarjetas al visor.

La primera fue un platillo pálido que nadaba como un patín, arrastrando tres largos pelos.

—No es ése —dijo Fletcher.

La segunda fue un escarabajo de agua, negro, con forma de bala y un flagelo posterior.

—No.

La tercera fue una especie de molusco, con plasma basado en selenio, sílice, flúor y carbón. La concha era un hemisferio de carburo de sílice con una giba, de la cual salía un delgado tentáculo prensil.

La criatura tenía el nombre "Monitor de Stryzkal". en honor de Esteban Stryzkal, el famoso taxonomista, precursor en Sabría.

—Ése podría ser el culpable —comentó Fletcher.

—No es móvil —objetó Damon—. Stryzkal lo encuentra anclado en los diques de pegmatita de los bajíos septentrionales, en conjunción con las colonias de decabraquios.

Fletcher estaba leyendo el material descriptivo.

—El tentáculo es elástico, sin límite observable y al parecer funciona como órgano recolector de alimentos, diseminador de esporas y exploratorio. El monitor es hallado típicamente cerca de las colonias de decabraquios. No es imposible la simbiosis entre ambas formas de vida.

Damon lo miró con expresión interrogativa.

—¿Y bien?

—Vi algunos decabraquios cerca de las repisas.

—No puedes estar seguro de que fuiste atacado por un monitor —dijo Damon dudosamente—. Después de todo, ellos no nadan.

—Bueno, no nadan —admitió Fletcher—, según Stryzkal.

Damon iba a hablar y luego, al notar la expresión de Fletcher, dijo en voz baja:

—Por supuesto, hay posibilidad de error. Ni siquiera Stryzkal pudo hacer mucho más que un sumario de vida planetaria.

Fletcher había estado leyendo la pantalla.

—Aquí está el análisis del que sacó Stryzkal.

Estudiaron los elementos y compuestos primarios de la constitución de un monitor de Stryzkal.

—Nada de interés comercial —observó Fletcher.

Damon estaba absorto en una cadena personal de pensamientos.

—¿En realidad descendió Chrystal y atrapó un monitor?

—Sí. En la chinche de agua. Pasaba mucho tiempo bajo el agua.

—Cada quien con sus propios métodos —comentó Damon brevemente.

Fletcher volvió a dejar las tarjetas en el archivo.

—Te guste o no, él es un buen hombre en el campo. Hay que dar al diablo lo que es suyo.

—Me parece que la fase en el campo está terminada —musitó Damon—. Hemos establecido la línea de producción; el tratar de incrementar el rendimiento es un trabajo absorbente. Por supuesto, puedo estar equivocado.

Fletcher rió y palmeó a Damon en el hombro huesudo.

—No estoy intentando hallar errores, Gene. El hecho es que hay simplemente demasiados caminos para que los explore un hombre. Podríamos mantener ocupados a cuatro.

—¿Cuatro hombres? —inquirió Damon—. Más bien una docena. ¡Tres fases protoplásmicas distintas en Sabría, en comparación con el grupo del carbón en la Tierra! ¡Aun Stryzkal sólo rascó la superficie! —observó a Fletcher curiosamente y luego preguntó—: ¿Detrás de qué estás ahora?

Fletcher estaba recorriendo el índice una vez más.

—Lo que vine a cotejar. Los decabraquios.

Damon se echó hacia atrás en su silla.

—¿Decabraquios? ¿Por qué?

—Hay muchas cosas concernientes a Sabría que no sabemos —respondió Fletcher con suavidad—. ¿Has bajado a ver una colonia de decabraquios?

Damon apretó los labios.

—No. Ciertamente no.

Fletcher marcó la tarjeta del decabraquio.

La tarjeta saltó del archivo al visor. La pantalla mostró el fotodibujo original de Stryzkal que, en muchos aspectos, daba más información que las estereofotos a colores. El espécimen representado medía cerca de dos metros, con un cuerpo pálido, como de foca, terminado en tres aletas propulsoras. De la cabeza divergían los diez brazos de los cuales derivaban su nombre las criaturas; miembros flexibles de 45 centímetros de longitud, que rodeaban el disco negro que Stryzkal había presumido que era un ojo.

Fletcher repasó la descripción bastante superficial del habitáculo, alimentación, métodos reproductivos y clasificación protoplásmica de la criatura. Frunció el ceño.

—No hay aquí mucha información, considerando que es una de las especies más importantes. Vamos a ver la anatomía.

El esqueleto del decabraquio estaba basado en una cúpula anterior, ósea, con tres vértebras cartilaginosas flexibles, cada una terminada en una aleta propulsora. La información de la tarjeta llegaba a su fin.

—Creí que dijiste que Chrystal hizo observaciones de los decabraquios —gruñó Damon.

—Las hizo.

—Si es un hombre tan endiabladamente bueno en el campo, ¿dónde están sus datos?

Fletcher sonrió.

—No me culpes, yo sólo trabajo aquí.

Volvió a poner la tarjeta en la pantalla.

Bajo comentarios generales, Stryzkal había anotado: "Los decabraquios parecen pertenecer al grupo Sabrino clase A, la fase silicio-carbo-nítrico, aunque se desvían en aspectos importantes". Añadió unas líneas de especulaciones respecto a las relaciones de los decabraquios con otras especies sabrinas.

Chrystal nada más había hecho la anotación: "Estudiados en busca de aplicación comercial; ninguna recomendación específica."

Fletcher no hizo ningún comentario.

—¿Qué tan detenidamente los estudió? —inquirió Damon.

—Lo hizo a su modo espectacular. Bajó en la chinche de agua, arponeó a uno de ellos y lo trajo al laboratorio. Pasó tres días disecándolo.

—Aquí está anotado demasiado poco —gruño Damon—. Si yo trabajara tres días en una nueva especie como el decabraquio, podría escribir un libro.

Vieron repetirse la información. Damon señaló la pantalla con un dedo huesudo.

—¡Mira! Eso ha sido borrado. ¿Ves esos triángulos negros al margen? ¡Señales de cancelación!

Fletcher se frotó el mentón.

—Es muy extraño.

—Es pernicioso —chilló Damon, indignado—, borrar material sin indicar motivo o corrección.

Fletcher movió la cabeza lentamente.

—Parece que alguien va a tener que consultar a Chrystal —consideró la idea—. Bueno... ¿por qué no hacerlo ahora?. Bajó a la oficina, desde donde llamó a la balsa de recuperaciones pelágicas.

El mismo Chrystal apareció en la pantalla. Era un hombre grande, rubio, con piel sonrosada e inocencia afable, que enmascaraban lo alerta de su mente; su cuerpo rollizo disfrazaba, asimismo, una musculatura poderosa. Saludó a Fletcher con cordialidad cautelosa.

—¿Cómo van en Biominerales? En ocasiones desearía continuar con ustedes, amigos. Esto de trabajar para uno mismo no es como se dice.

—Tuvimos un accidente —informó Fletcher—. Pensé que era mejor avisarte.

—¿Accidente? —Chrystal pareció ansioso—. ¿Qué ocurrió?

—Cari Raight salió en la barcaza y no regresó.

Chrystal pareció alterado.

—¡Eso es terrible! ¿Cómo... por qué...?

—Aparentemente, algo lo arrastró. Creo que fue un molusco monitor... el monitor de Stryzkal.

La cara rosada de Chrystal se arrugó con asombro.

—¿Un monitor? ¿Estaba la barcaza en agua poco profunda? Pero no pudo estar en agua tan baja. No comprendo.

—Yo tampoco.

Chrystal torció un cubo de metal blanco entre sus dedos.

—Eso es extraño, ciertamente. Raight debe estar... ¿muerto?

Fletcher afirmó con varios movimientos sombríos de cabeza.

—Ésa es la suposición. He prevenido a todos que no salgan solos; pensé advertirte lo mismo.

—Eso es decente de tu parte, Sam —Chrystal frunció el ceño, miró el cubo de metal y lo dejó a un lado—. Nunca habíamos tenido dificultades en Sabría.

—Vi decabraquios bajo la barcaza. Ellos podrían estar inmiscuidos de algún modo.

Chrystal pareció no entender.

—¿Decabraquios? Son bastante inofensivos. Fletcher movió la cabeza, sin comprometerse.

—Incidentalmente, traté de estudiar los decabraquios en la microbiblioteca. No había mucha información. Ha sido borrada una gran parte del material.

Chrystal levantó sus cejas pálidas.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque tú puedes haberla borrado.

Chrystal pareció ofendido.

—Vamos, ¿por qué habría de hacer algo así? Trabajé mucho para Biominerales, Sam... tú lo sabes tan bien como yo. Ahora estoy tratando de ganar dinero. Te aseguro que no es un lecho de rosas.

Tocó el cubo de metal blanco y luego, al notar la mirada de Fletcher sobre él, lo empujó hacia un lado de su escritorio, contra el Manual Universal de Constantes y Relaciones Físicas, de Cosey.

Después de una pausa, Fletcher inquinó:

—Bueno, ¿borraste o no parte de la historia del decabraquio?

Chrystal frunció el ceño en pensamientos profundos.

—Puedo haber cancelado una o dos ideas que resultaron inexactas... Tengo una idea vaga de que las saqué del archivo.

—¿Cuáles fueron esas ideas? —preguntó Fletcher con voz sardónica.

—No las recuerdo de inmediato. Probablemente fue algo respecto a sus hábitos alimenticios. Sospechaba que los decas ingerían plancton, pero parece que estoy equivocado.

—¿No?

—Se alimentan de hongos submarinos que crecen en los bancos de coral. Eso fue lo más que pude deducir.

—¿Fue todo lo que eliminaste?

—No puedo recordar nada más.

La mirada de Fletcher regresó al cubo de metal. Notó que cubría el título, del manual desde el ángulo de la V de Universal hasta la segunda T de Constantes.

—¿Qué es lo que tienes en tu escritorio, Chrystal? ¿Estás interesado en la metalurgia?

—No, no —respondió Chrystal. Tomó el cubo y lo miró minuciosamente—. Es nada más una aleación. Bueno, gracias por llamarme, Sam.

—¿No tienes ninguna idea personal concerniente a cómo recibió lo suyo Raight?

Chrystal pareció sorprendido.

—Tú sabes más que nadie en Sabría en relación con los decabraquios.

—Temo que no puedo ayudarte, Sam.

Fletcher movió la cabeza afirmativamente.

—Buenas noches.

—Buenas noches, Sam.

Fletcher permaneció mirando la pantalla oscura. Moluscos monitor... decabraquios... la micropelícula mutilada. Había una tendencia ahí, pero no podía identificar la dirección. Los decabraquios parecían estar complicados y también Chrystal, por asociación. Fletcher no creyó las protestas de Chrystal; sospechaba que mentía por sistema, casi con referencia a cualquier tema. La mente de Fletcher fue hasta el cubo metálico. Chrystal había parecido demasiado indiferente, demasiado rápido para cambiar de tema. Pensó en su propio Manual. Midió la distancia entre el vértice de la V y la segunda T: 4.9 centímetros. Ahora, si el cubo representaba un kilogramo de masa, como era probable en esas muestras... Fletcher calculó: en un cubo de 4.9 centímetros por lado había 119 ce. Suponiendo una masa de 1,000 gramos, la densidad sería 8.4 gramos por centímetro cúbico.

Fletcher miró la cifra. En sí misma, no era particularmente sugestiva. Podría ser cualquiera de cien aleaciones. No tenía objeto insistir demasiado basándose en una sarta de hipótesis... aún así, buscó en el Manual: níquel, 8.6 gramos por ce., colbato, 8.7 gramos por ce., niobio, 8.4 gramos por ce.

Se echó hacia atrás en su sillón y pensó. ¿Niobio? Un elemento costoso y tedioso de sintetizar, con fuentes naturales limitadas y un mercado insatisfecho. La idea era estimulante. ¿Había desarrollado Chrystal una fuente biológica de niobio? Si era así, su fortuna estaba asegurada.

Fletcher se relajó en su sillón. Se sintió fatigado mental y físicamente. Su mente volvió a Cari Raight. Imaginó su cuerpo fláccido flotando a través de la noche, hundiéndose en kilómetros de agua hasta sitios a donde nunca llegaría la luz. ¿Por qué se le había robado la vida a Cari Raight?

Principió a sentir dolor de rabia y frustración, por la inutilidad, la indignidad de la muerte de Raight. Era un hombre demasiado bueno para haber sido arrastrado a la muerte en el oscuro océano de Sabria.

Se levantó y salió de la oficina, subiendo al laboratorio.

Damon todavía estaba ocupado en su trabajo de rutina. Tenía tres proyectos en marcha: dos que comprendían la separación de platino por especies de algas sabrinas; el tercero era un intento para incrementar la absorción de renio por la esponja Alphard Alfa. En cada caso, su técnica básica era la misma: someter generaciones sucesivas a una concentración creciente de sales metálicas, en condiciones que favorecieran la mutación. Con el tiempo, algunos de los organismos principiarían a hacer uso funcional del metal; serían aislados y transferidos al agua de mar sabrina. Unos pocos podrían sobrevivir al choque; algunos se adaptarían a las nuevas condiciones y empezarían a absorber el elemento ya necesario.

Las cualidades deseables de estos últimos organismos serían intensificadas por medio de cruzamiento selectivo; después serían cultivados en gran escala y al fin se haría que las inagotables aguas sabrinas rindieran otro producto.

Al entrar al laboratorio, Fletcher encontró a Damon arreglando bandejas de cultivos de algas en líneas geométricas exactas. Miró a Fletcher por arriba del hombro, un tanto agriamente.

—Hablé con Chrystal —informó Fletcher.

Damon se interesó.

—¿Qué dijo?

—Dice que pudo haber borrado algunas equivocaciones de la película.

—Es ridículo —comentó Damon.

Fletcher fue hasta la mesa, mirando pensativamente las hileras de cultivos de algas.

—¿Has hallado niobio en Sabría, Gene?

—¿Niobio? No. En ninguna concentración apreciable. Hay rastros en el océano, naturalmente. Creo que uno de los corales muestra un conjunto de líneas de niobio —inclinó la cabeza con curiosidad de ave—. ¿Por qué lo preguntas?

—Fue nada más una idea fortuita.

—No supongo que Chrystal te haya dado alguna satisfacción.

—En absoluto.

—¿Cuál es entonces el siguiente paso?

Fletcher se sentó en la mesa.

—No estoy seguro. No puedo hacer mucho. A menos que...

Titubeó.

—¿Qué?

—A menos que yo mismo haga una exploración submarina.

Damon se asombró.

—¿Qué esperas ganar con eso?

Fletcher sonrió.

—Si lo supiera, no tendría que hacerla. Recuerda, Chrystal descendió y luego volvió y mutiló el micro-archivo.

—Entiendo eso —admitió Damon—. Aun así, pienso que es un tanto... bueno, necio, después de lo que ha sucedido.

—Quizá; tal vez no —se deslizó de la mesa a cubierta—. De cualquier modo, esperaré hasta mañana.

Dejó a Damon formulando su informe diario y descendió a la cubierta principal. Blue Murphy estaba aguardando al pie de la escalera.

—¿Bueno, Murphy? —inquirió Fletcher. La cara roja y redonda mostraba el ceño fruncido.

—¿Agostino está ahí arriba?

Fletcher se detuvo sobre sus pasos.

—No.

—Debía haberme relevado hace media hora. No está en el dormitorio. No está en el comedor.

—Buen Dios —dijo Fletcher—. ¿Otro?

Murphy miró al océano por encima de su hombro.

—Lo vieron hace alrededor de una hora en el comedor.

—Ven. Vamos a registrar la balsa.

Buscaron por todas partes: la planta beneficiadora, la cúpula del mástil, todos los rincones y hendeduras que podría querer explorar un hombre. Todos los lanchones estaban amarrados; la lancha y el catamarán oscilaban en sus amarres; el helicóptero se recortaba en cubierta con sus aspas caídas.

No hallaron a Agostino en ningún sitio, a bordo de la balsa. Nadie sabía a dónde fue Agostino; nadie sabía cuándo había partido exactamente.

La tripulación de la balsa se reunió en el comedor. haciendo pequeños movimientos nerviosos, mirando el océano a través de las portañolas.

Fletcher pudo pensar muy poco qué decir:

—Cualquiera que sea la cosa que anda tras de nosotros, y no sabemos lo que es, puede sorprendernos y está alerta. Debemos ser cuidadosos...

Murphy golpeó con suavidad con el puño sobre la mesa.

—Pero, ¿qué podemos hacer? ¡No podemos esperar como vacas tontas!

—Sabria es teóricamente un planeta seguro —dijo Damon—. De acuerdo con Stryzkal y con el índice galáctico, no hay aquí formas hostiles de vida.

—Quisiera que el viejo Stryzkal estuviera aquí para decírmelo —rezongó Murphy.

—¿Puede regresarnos con sus teorías a Raight y a Agostino? —preguntó Dave Jones, Miró el calendario—. Falta un mes.

—Únicamente trabajaremos un turno —anunció Fletcher—, hasta que obtengamos reemplazos.

—Llámalos refuerzos —farfulló Mahlberg.

—Mañana —continuó Fletcher—, iré a explorar en la chinche de agua, para intentar tener idea de lo que está ocurriendo. Mientras tanto, será mejor que todos lleven hachas.

Se oyó un sonido suave en las ventanillas, afuera, sobre cubierta.

—Llueve —dijo Mahlberg. Consultó el reloj de pared—. Medianoche.

La lluvia siseaba en el aire, tamborileaba en los muros; el agua corría por cubierta y las luces del mástil brillaban a través de las ráfagas inclinadas.

Fletcher fue hasta las ventanillas y vio hacia la planta beneficiadora.

—Creo que será mejor que suspendamos el trabajo por esta noche. No hay razón para...

Fijó la mirada a través de la ventanilla y luego corrió hacia la puerta y salió a la lluvia.

El agua azotó su cara. Podía ver muy poco, además del resplandor de las luces en la lluvia. Y una apariencia de blanco a través del gris negro brillante de la cubierta, como una vieja manguera de color blanco, de plástico.

Se enredó en sus tobillos: sus pies fueron retirados del piso. Cayó sobre el metal mojado.

El sonido de pisadas se oyó tras él; hubo maldiciones excitadas, un ruido metálico y un roce; la presión en torno a los tobillos de Fletcher cedió.

Fletcher se levantó de un salto y se apoyó en el mástil.

—Hay algo en la planta beneficiadora —gritó.

Los nombres corrieron bajo la lluvia. Fletcher los siguió. Pero no había nada en la planta beneficiadora. Las puertas estaban abiertas de par en par; las salas se hallaban iluminadas. Los pulverizadores se encontraban a un lado y otro; detrás, los tanques de presión, las tinas, los tubos de seis colores distintos. Fletcher abrió el interruptor maestro; el zumbido y los chirridos de la maquinaria se apagaron.

—Vamos a cerrar y volvamos al dormitorio.

La mañana fue lo inverso del anochecer; primero la bruma verde de Atreo, calentándose a rosado mientras Gedeón se levantaba tras las nubes. Era un día turbulento, con turbonadas arrastrando cortinas oscuras en todas direcciones.

Fletcher desayunó, se vistió con un traje de una pieza, ceñido a la piel, con filamentos calefactores y luego un traje impermeable con escafandra de plástico.

La chinche de agua pendía de pescantes al extremo oriental de la balsa; una concha de plástico transparente, con las bombas selladas al centro, en una celda de metal. Al sumergirse, el casco se llenaba de agua a través de válvulas que después cerraban; la chinche podía sumergirse hasta 120 metros, resistiendo el casco alrededor de la mitad de la presión y el agua del interior el resto.

Fletcher se metió a la carlinga; Murphy conectó las mangueras de los tanques de aire a la escafandra y luego cerró y atornilló la portañola. Mahlberg y Hans Heinz hicieron oscilar hacia afuera los pescantes. Murphy fue a colocarse junto al control de izamiento; titubeó un momento, mirando el agua oscura con reflejos rosados, a Fletcher y nuevamente al agua.

Fletcher agitó la mano.

—Abajo.

Su voz salió de la bocina en el mamparo, atrás de ellos.

Murphy movió la manivela. La chinche descendió. El agua entró por las válvulas, subió en torno al cuerpo de Fletcher y por arriba de su cabeza. Subieron burbujas de la válvula de escape de la escafandra.

Fletcher probó las bombas y después largó las amarras. La chinche inclinó la proa en el agua, hacia abajo. Murphy suspiró:

—Tiene más valor del que es probable que tenga yo jamás.

—Puede escapar de cualquier cosa que esté tras él —comentó Damon—. Es posible que esté más seguro que nosotros aquí, en la balsa.

Murphy lo palmeó en el hombro.

—Damon, mi amigo... puedes trepar. Arriba del mástil estarás seguro; sería improbable que subieran a arrastrarte al agua —levantó la mirada a la cúpula, a treinta metros sobre cubierta—. Y creo que ahí sería a donde treparía yo... si alguien me llevara alimentos.

Heinz señaló al agua.

—Ahí van las burbujas. Pasó bajo la balsa. Ahora va hacia el norte.

El día se hizo tormentoso. Volaba espuma sobre la balsa y aventurarse a cubierta significaba quedar calado hasta los huesos. Las nubes se adelgazaron lo suficiente para mostrar las siluetas de Gedeón y de Atreo, de colores anaranjado sangriento y lima. Los vientos murieron repentinamente; el océano se aplanó en una calma ominosa. La tripulación estaba en el comedor, bebiendo café y hablando en voces repiqueteantes e intranquilas.

Damon se sintió inquieto y subió a su laboratorio. Volvió corriendo al comedor.

—Decabraquios... ¡están bajo la balsa! ¡Los vi desde la cubierta de observación!

Murphy se encogió de hombros.

—Están a salvo de mí.

—Me agradaría atrapar uno —dijo Damon—. Vivo.

—¿No tenemos ya suficientes dificultades? —gruñó Dave Jones.

Damon explicó con paciencia:

—No sabemos nada respecto a los decabraquios. Son una especie altamente desarrollada. Chrystal destruyó todos los datos que teníamos y necesito cuando menos un espécimen.

Murphy se levantó.

—Supongo que podemos pescar uno con una red.

—Bueno —aprobó Damon—. Prepararé el tanque grande para recibirlo.

La tripulación salió a cubierta; el tiempo se había hecho bochornoso. El océano estaba plano y oleoso; la bruma unía mar y firmamento en una suave graduación de color, de escarlata sucio cerca de la balsa, a rosa pálido en el cénit.

El botalón se hizo girar; una red paracaídas le fue fijada y la bajaron poco a poco al agua. Heinz se puso junto al cabrestante; Murphy se inclinó sobre la barandilla, mirando atentamente al agua.

Una forma pálida salió de abajo de la balsa.

—¡Arriba! —bramó Murphy.

El cable se puso tenso con un chasquido; la red salió del agua en una cascada de espuma. En el centro se debatía un decabraquio de 1.85 metros, produciendo un ronquido con las agallas carentes de agua.

El botalón osciló hacia cubierta; la red se abrió; el decabraquio se deslizó al tanque de plástico.

Se lanzó de un lado a otro; el plástico se abollaba donde chocaba. Después, flotó en el centro, en calma, con los tentáculos de la cabeza plegados contra el torso.

Todos rodearon el tanque. El punto ocular negro los miraba a través de las paredes transparentes. Murphy preguntó a Damon:

—¿Ahora qué?

—Desearía que el tanque fuera izado junto al laboratorio, donde lo tenga cerca.

—Ahora mismo.

El tanque fue izado y colocado en el punto que había indicado Damon. Éste fue a planear su estudio, excitado.

La tripulación observó al decabraquio por diez o quince minutos y luego volvió al comedor.

—Pasó el tiempo. Ráfagas de viento agitaban el océano. El magnavoz siseó a las dos;. la tripulación se puso rígida y levantaron las cabezas.

La voz de Fletcher salió del diafragma:

—Hola, a bordo de la balsa. Estoy alrededor de dos millas al noroeste. Prepárense para izarme a bordo.

—¡Ja! —gritó Murphy, sonriendo—. Lo hizo.

—Ofrecí momios de cuatro a uno contra él —dijo Mahlberg—. Tuve suerte de que nadie los aceptara.

—Muévanse. Estará listo antes de que estemos dispuestos.

La tripulación salió en tropel al desembarcadero. La chinche de agua se acercó deslizándose sobre el océano, con el lomo brillante cabalgando el negro desorden de las aguas.

Se deslizó hasta la balsa; los arpeos se fijaron en placas a proa y popa. El cabrestante gimió y la chinche fue izada, arrojando su lastre de agua.

En la carlinga, Fletcher parecía tenso y fatigado. Salió de la chinche tiesamente, se estiró, abrió el cierre de cremallera del traje impermeable y se quitó la escafandra.

—Bueno, volví —miró en torno suyo—. ¿Sorprendidos?

—Hubiera perdido dinero —replicó Mahlberg.

—¿Qué hallaste? —inquirió Damon—. ¿Algo?

—Fletcher hizo movimientos afirmativos de cabeza.

—Bastante. Permítanme cambiarme de ropa. Estoy empapado... transpiración —se detuvo en su sitio, mirando el tanque sobre la cubierta del laboratorio—. ¿Cuándo subió eso a bordo?

—Lo pescamos alrededor del mediodía —contestó Murphy—. Damon quería estudiar uno.

Fletcher permaneció mirando el tanque, con los hombros hundidos.

—¿Algo malo? —preguntó Damon.

—No —respondió Fletcher—. No podría ser peor de como está.

Se volvió hacia el dormitorio.

La tripulación lo esperó en el comedor; apareció veinte minutos más tarde. Se sirvió una taza de café y tomó asiento.

—Bueno —principió—. No puedo estar seguro... pero parece que estamos en dificultades.

—¿Decabraquios? —inquirió Murphy.

Fletcher movió la cabeza afirmativamente.

—¡Lo sabía! —chilló Murphy triunfante—. Puede decirse, viendo a esos fanfarrones, que no son buenos. Damon frunció el ceño, desaprobando los juicios emotivos.

—¿Cuál es la situación? —preguntó a Fletcher—. Cuando menos, en tu opinión.

Fletcher eligió sus palabras con cuidado.

—Están ocurriendo cosas que ignorábamos. En primer lugar, los decabraquios tienen organización social.

—¿Quieres decir... son inteligentes?

Fletcher movió la cabeza.

—No lo sé con seguridad. Es posible. Es igualmente posible que vivan por instinto, como los insectos sociales.

—¿Cómo...? —comenzó Damon.

Fletcher levantó una mano.

—Les diré lo que sucedió; después podrán hacer preguntas.

Bebió su café.

—Cuando me sumergí estaba alerta, naturalmente y mantuve los ojos bien abiertos. Me sentía bastante seguro en la chinche de agua; pero han estado ocurriendo cosas extrañas y me puse un poco nervioso.

"Tan pronto como estuve en el agua, vi los decabraquios... cinco o seis de ellos.

Hizo una pausa para beber café.

—¿Qué estaban naciendo? —preguntó Damon.

—No mucho. Flotando cerca de un gran monitor que se había adherido a las algas. El brazo estaba colgando como un cable, hasta perderse de vista. Acerqué la chinche para ver qué harían los deca; comenzaron a retroceder. No deseaba perder mucho tiempo bajo la balsa, así que viré al norte, hacia los piélagos. A la mitad del trayecto vi una cosa rara; de hecho, la dejé atrás y regresé a echar otro vistazo.

"Había alrededor de una docena de deca. Tenían un monitor... y éste era realmente grande. Un gigante Se encontraba colgando de una serie de globos o burbujas; una especie de cápsulas que lo mantenían flotando y los deca estaban moviéndolas. En esta dirección.

—En esta dirección, ¿eh? —musitó Murphy.

—¿Qué hiciste? —inquirió Manners.

—Bueno, quizá todo era una incursión inocente; pero no quise correr riesgos. El brazo de este monitor sería como una guindaleza. Volví la chinche hacia las burbujas, hice estallar algunas y esparcí el resto. El monitor cayó como una piedra. Los deca se dispersaron en varias direcciones. Pensé que había ganado ese asalto. Seguí hacia el norte y muy pronto llegué a donde principia la pendiente hacia los piélagos. Navegaba alrededor de seis metros bajo el agua; entonces descendí a sesenta. Por supuesto, tuve que encender las luces; este resplandor rojo no penetra demasiado bien a través del agua —Fletcher tomó otro trago de café—. Todo el trayecto hasta los piélagos había estado pasando sobre bancos de coral y rodeando bosques de algas. Donde la repisa desciende a los piélagos, el coral llega a ser algo fantástico; supongo que hay más movimiento de aguas, más nutrimento, más oxígeno. Crece a treinta metros de altura, en espiras y torres, sombrillas, plataformas, arcos blancos, azules pálidos, verdes pálidos.

"Llegué a la orilla de una fosa. Fue una conmoción; en un minuto mis luces estaban sobre el coral, todos esos pináculos y torres blancas; luego, no había nada. Me hallaba sobre los piélagos. Me puse un poco nervioso —Fletcher sonrió—. Irracional, por supuesto. Consulté el indicador de profundidad. El fondo se encontraba 360 metros más abajo. Aun así, no me gustó y viré una y otra vez. Entonces noté luces a mi derecha. Viré y fui a investigar. Las luces se extendieron como si estuviera volando sobre una ciudad... y eso era.

—¿Decabraquios? —preguntó Damon.

Fletcher movió la cabeza afirmativamente.

—Decabraquios.

—¿Quieres decir... que la construyeron ellos mismos? ¿Con luces y todo?

Fletcher frunció el ceño.

—No. Dude estar seguro de eso. El coral había crecido en formas que les proporcionó pequeños cubículos, de los que entraban y salían nadando, para hacer lo que desearan hacer en una casa. Ciertamente, no necesitan protección de la lluvia. No construyeron esas grutas de coral en el sentido que nosotros construimos una casa; pero tampoco parecía coral natural. Es como si hubieran hecho crecer el coral de manera conveniente para ellos.

—Entonces son inteligentes —comentó Murphy en tono dudoso.

—No, no por necesidad. Después de todo, las avispas construyen nidos complicados sin más equipo que un conjunto de instintos.

—¿Cuál es tu opinión? —preguntó Damon—. ¿Qué impresión te causaron?

Fletcher movió la cabeza.

—No puedo estar seguro. No sé qué clase de cartabones aplicar. "Inteligencia" es una palabra que significa muchas cosas diferentes y el modo como la utilizamos generalmente es artificial y especializado.

—No te comprendo —dijo Murphy—. ¿Quieres decir que estos deca son inteligentes o que no lo son?

Fletcher rió.

—¿Somos inteligentes los hombres?

—Seguro. Cuando menos, eso dicen.

—Bueno, lo que estoy intentando explicar, es que no podemos usar la inteligencia del hombre como medida para la mente de los decabraquios. Tenemos que juzgarlos de acuerdo con un conjunto de valores distintos... valores de los decabraquios. Los hombres empleamos herramientas de metal, cerámica, fibra; materia inorgánica, cuando menos muerta. Puedo imaginar una civilización que dependa de implementos vivientes... criaturas especializadas que utiliza el grupo dominante para propósitos especiales. Supongan que los decabraquios viven sobre esta base. Obligan al coral a crecer en la forma que quieren. Emplean los monitores como pescantes, o cabrias, o trampas, o para atrapar algo fuera del agua.

—Entonces, aparentemente —repuso Damon—, crees que los decabraquios son inteligentes.

Fletcher movió la cabeza.

—Inteligencia es sólo una palabra, una cuestión de definición. Lo que hacen los deca puede no ser susceptible a la definición humana.

—No entiendo —dijo Murphy, acomodándose en su silla.

Damon insistió:

—No soy un metafísico o un semántico. Pero me parece que podríamos aplicar o tratar de aplicar una prueba crucial.

—¿Qué diferencia constituye una cosa u otra? —inquirió Murphy.

—Una gran diferencia, en lo relativo a la ley —replicó Fletcher.

—Ah —dijo Murphy—, la doctrina de la responsabilidad.

Fletcher movió la cabeza afirmativamente.

—Podríamos ser sacados del planeta por herir o matar autóctonos inteligentes. Se ha hecho.

—Es verdad —admitió Murphy—. Yo estaba en Al-kaid II, cuando la corporación Graviton se metió en esa clase de dificultades.

—Entonces, si los deca son inteligentes, tendremos que ser cuidadosos. Por eso miré dos veces cuando vi el deca en el tanque.

—Bueno... ¿son o no son? —preguntó Mahlberg.

—Hay una prueba crucial —repitió Damon.

La tripulación lo miró expectante.

—¿Bueno? Escúpela —pidió Murphy.

—La comunicación.

Murphy movió la cabeza, pensativo.

—Parece tener sentido —miró a Fletcher—. ¿Los notaste comunicándose?

Fletcher movió la cabeza negativamente.

—Mañana llevaré una cámara y una grabadora. Entonces lo sabremos con seguridad.

—A propósito —dijo Damon—, ¿por qué estabas preguntando respecto al niobio?

Fletcher casi lo había olvidado.

—Chrystal tenía sobre su escritorio un cubo de niobio. O tal vez lo tenía. No estoy seguro. Damon afirmó con movimientos de cabeza.

—Bueno, puede ser una coincidencia, pero los deca están cargados de él.

Fletcher lo miró fijamente.

—Está en su sangre y hay una fuerte concentración en sus órganos internos.

Fletcher detuvo su taza a medio camino hacia su boca.

—¿Bastante para aprovecharlo?

Damon hizo movimientos afirmativos de cabeza.

—Tal vez cien gramos o más en el organismo.

—Bueno, bueno —comentó Fletcher—. Eso es en verdad muy interesante.

Llovió durante la noche: comenzó un gran viento que levantaba e impulsaba la lluvia y la espuma. La mayor parte de la tripulación se había retirado a dormir; todos, excepto Dave Jones el despensero y Manners el operador de radio, quienes estaban jugando un partido de ajedrez.

Un nuevo sonido se elevó sobre el viento y la lluvia: un gemido metálico, un discorde crujido que al fin se hizo demasiado fuerte para ignorarlo. Manners se levantó de un salto y fue a la ventanilla.

—¡El mástil!

Pudo verse difusamente, a través de la lluvia, oscilando como un junco, aumentando su arco de oscilación cada vez.

—¿Qué podemos hacer?

Un grupo de tensores se rompió.

—Ahora nada.

—Llamaré a Fletcher.

Jones corrió por el pasillo hacia el dormitorio.

El mástil dio un tirón repentino, permaneció dos segundos en un ángulo inestable y luego se desplomó sobre la planta beneficiadora.

Fletcher apareció y fue a mirar por la ventanilla. Sin la luz del mástil, la balsa estaba oscura y ominosa. Fletcher se encogió de hombros y se volvió.

—No podemos hacer nada esta noche. Le costaría la vida a un hombre salir a cubierta.

Por la mañana, el examen de los desperfectos reveló que dos de los tensores habían sido aserrados o cortados completamente. El mástil, de construcción ligera, fue cortado con rapidez y los segmentos torcidos arrastrados a un rincón de la cubierta. La balsa parecía calva y plana.

—Alguien o algo —dijo Fletcher—, está ansioso por causarnos tantas dificultades como sea posible.

Miró sobre el océano cargado de rosa, hacia donde flotaba la balsa de recuperaciones pelágicas, más allá del alcance de su vista.

—Al parecer —observó Damon—, te refieres a Chrystal.

—Tengo sospechas.

Damon miró a través del océano.

—Yo estoy prácticamente seguro.

—Las sospechas no son pruebas —comentó Fletcher—. En primer lugar, ¿qué esperaría ganar Chrystal atacándonos?

—¡Qué ganarían los decabraquios?

—No sé —respondió Fletcher—. Me agradaría saberlo.

Fue a vestirse con el traje submarino.

La chinche de agua fue dispuesta. Fletcher enchufó una cámara en la montadura externa y conectó una grabadora de sonido a un diafragma sensible, en el casco. Se sentó y corrió la ampolla sobre su cabeza.

La chinche de agua fue bajada al océano. Se llenó de agua y su lomo brillante desapareció bajo la superficie.

La tripulación parchó el techo de la planta beneficiadora y después arboló una antena.

Pasó el día; vino el crepúsculo y la noche color ciruela.

El magnavoz siseó y farfulló; la voz de Fletcher, cansada y tensa, dijo:

—Dispónganse. Ya voy. La tripulación se reunió junto a la batayola, esforzando la mirada a través de la penumbra.

Uno de los frentes de ola, con brillo opaco, mantuvo su forma, se acercó más y se convirtió en la chinche de agua.

Los arpeos fueron bajados; la chinche de agua desalojó su lastre y fue izada hasta sus calzos.

Fletcher saltó a cubierta y se apoyó contra uno de los pescantes.

—He tenido bastante inmersión para algún tiempo.

—¿Qué descubriste? —preguntó Damon ansiosamente.

—Tengo todo filmado. Lo exhibiré tan pronto como deje de sonarme la cabeza.

Tomó un baño caliente, después bajó al comedor y comió un plato de estofado que puso Jones frente a él, mientras Manners pasaba la película que había filmado Fletcher, de la cámara al proyector.

—Me he decidido respecto a dos cosas —dijo Fletcher—. Primera, los decas son inteligentes. Segundo, si se comunican unos con otros, es por medios imperceptibles para los seres humanos.

Damon parpadeó, sorprendido e insatisfecho.

—Eso es caso una contradicción.

—Nada más observa. Podrás verlo por ti mismo.

Manners puso en marcha el proyector; la pantalla se iluminó.

—Los primeros pocos metros de película no muestran mucho —señaló Fletcher—. Navegué directamente al extremo de la repisa y recorrí la orilla de los piélagos. Cae como el fin del mundo... a plomo. Hallé una gran colonia alrededor de diez millas al oeste de la que encontré ayer; casi una ciudad.

—"Ciudad" implica civilización —afirmó Damon con voz didáctica.

Fletcher se encogió de hombros.

—Si civilización significa manejo del medio —he oído esa definición en algún sitio— entonces son civilizados.

—¿Pero no se comunican?

—Estudia la película tú mismo.

La pantalla estaba oscura, con el color del océano.

—Hice un rodeo sobre los piélagos —dijo Fletcher—, apagué mis luces, puse en funcionamiento la cámara y me aproximé lentamente.

Una constelación pálida apareció en el centro de la pantalla, separándose como un enjambre de centellas. Brillaron y se expandieron; tras ellas, aparecieron las siluetas elevadas y difusas de minaretes, torres, espiras y espigas de coral. Se definieron al acercarse Fletcher. La voz grabada salió de la pantalla: "Estas formaciones varían en altura de quince a sesenta metros, en un frente de alrededor de ochocientos metros."

La imagen se amplió. Aparecieron agujeros negros en la fachada de las espiras; pálidas formas de decabraquios entraban y salían nadando. "Noten el área frente a la colonia," dijo la voz. "Parece ser una repisa o un patio de almacenamiento. A partir de aquí es difícil ver; descenderé alrededor de treinta metros."

La imagen cambió; la pantalla se oscureció. "Ahora estoy descendiendo; el indicador de profundidad marca 110 metros... 115... no puedo ver demasiado bien; espero que la cámara esté captándolo todo."

—Ahora están viendo mejor de lo que pude ver yo —comentó Fletcher—; las áreas luminosas en el coral no brillan con demasiada intensidad allá abajo.

La pantalla mostró la base de las estructuras de coral y un banco casi plano de quince metros de anchura. La cámara hizo un giro rápido y atisbo sobre el borde, a la negrura.

—Estaba curioso —explicó Fletcher—. El banco no parecía natural. No lo es. ¿Notan los perfiles hacia abajo? Escasamente son perceptibles. La repisa es artificial... una terraza, un pórtico anterior.

La cámara volvió a apuntar al banco, que pareció estar marcado en áreas de color con diferenciación.

La voz de Fletcher dijo: "Esas áreas coloridas son como arriates en un jardín... hay una clase diferente de planta, hierba o animal en cada una de ellas. Me acercaré más. Aquí hay monitores." La pantalla mostró dos o tres docenas de hemisferios pesados y después pasó a lo que parecían ser anguilas con filos aserrados a lo largo de sus costados, adheridas al banco por una ventosa. Luego había flotadores y después un gran número de conos de color negro, con colas sueltas muy largas.

—¿Qué los mantiene allí? —preguntó Damon en tono asombrado.

—Tendrás que preguntarlo a los decabraquios —respondió Fletcher.

—Lo haría si supiera cómo.

—Todavía no he visto nada inteligente —comentó Murphy.

—Observa —dijo Fletcher.

—Un par de decabraquios entraron nadando a escena, mirando con las manchas oculares negras a los hombres que estaban en el comedor, desde la pantalla.

"Decabraquios", observó la voz de Fletcher desde la pantalla.

—Hasta entonces, creo que no me habían notado —comentó Fletcher en persona—. No llevaba luces ni me recortaba contra el fondo. Quizá sintieron la bomba.

Los decabraquios se volvieron al mismo tiempo y descendieron bruscamente hacia la repisa.

—Noten —dijo Fletcher—. Vieron un problema y la misma solución se les ocurrió a ambos simultáneamente. No hubo comunicación.

Los decabraquios se habían reducido a manchas pálidas contra una de las áreas oscuras de la repisa.

—Yo no sabía lo que estaba sucediendo —siguió diciendo Fletcher—, pero decidí cambiar de sitio. Y entonces (la cámara no muestra esto) sentí golpes en el casco, como si alguien estuviera lanzando piedras. No pude ver lo que ocurría hasta que algo golpeó la cúpula frente a mi cara. Era un pequeño torpedo con nariz larga, como una aguja de tejer. Me retiré rápidamente, antes que los deca pudieran intentar alguna otra cosa.

La pantalla se apagó. La voz de Fletcher informó: "Estoy fuera de los piélagos, navegando paralelo al borde de los mismos." Formas indeterminadas nadaron a través de la pantalla, sombras difusas borradas por la distancia submarina.

—Volví por el borde de la repisa —explicó Fletcher—, y hallé la colonia que vi ayer.

Una vez más, la pantalla mostró espiras, estructuras elevadas de colores azul pálido, verde pálido, marfil. "Estoy aproximándome", anunció la voz de Fletcher. "Voy a mirar al interior de uno de esos agujeros." Las torres se agrandaron; adelante había un agujero oscuro.

—Aquí encendí la luz de proa —comentó Fletcher.

El agujero negro se convirtió repentinamente en una brillante cámara cilíndrica de quince metros de profundidad. Las paredes estaban adornadas con globos de colores brillantes, como esferas de árbol de Navidad. Un decabraquio flotaba en el centro de la cámara. Tentáculos traslúcidos que terminaban en perillas se extendían desde los muros de la cámara y parecían estar golpeando y amasando el terso cuero, como de foca, de la criatura.

—Parece que al deca no le agradó que lo espiara —dijo Fletcher.

El decabraquio se retiró al fondo de la cámara; los tentáculos desaparecieron rápidamente en las paredes.

—Atisbé al interior del agujero siguiente.

Otro orificio negro se convirtió en una cámara brillante al iluminarlo el fanal. Un decabraquio flotaba en calma, sosteniendo una esfera de jalea rosada ante su ojo. No se veían los tentáculos del muro.

—Éste no se movió —comentó Fletcher—. Estaba dormido, o hipnotizado, o demasiado atemorizado. Iba a retirarme... y sentí el golpe más horrible. Creí que me encontraba perdido.

En la pantalla, la imagen dio un gran salto. Algo oscuro pasó adelante y se hundió en las profundidades.

—Levanté la mirada —continuó Fletcher—. No pude ver otra cosa que cerca de una docena de deca. Aparentemente habían llevado una gran roca hasta encima de mí y la dejaron caer. Puse a funcionar la bomba y me dirigí de regreso a casa.

La pantalla se apagó. Damon estaba impresionado.

—Convengo en que muestran patrones de comportamiento inteligente. ¿Captaste algunos sonidos?

—Ninguno. Tuve la grabadora funcionando todo el tiempo. Ni una vibración, excepto los golpes en el casco.

La cara de Damon tenía una mueca insatisfecha.

—Deben comunicarse en alguna forma; de otra manera, ¿cómo puede entenderse?

—No pueden, a menos que sean telépatas —respondió Fletcher—. Los observé cuidadosamente. No hacen sonidos o movimientos entre ellos... ninguno en absoluto.

—¿No podrían emitir ondas de radio? —inquirió Manners—. ¿O infrarrojas?

—El del tanque no lo hace —replicó Damon malhumorado.

—Oh, vamos —intervino Murphy—, ¿no hay razas inteligentes que no se comunican?

—Ninguna —contestó Damon—. Emplean distintos métodos, sonidos, señales, radiación; pero todas se comunican.

—¿Qué dices de la telepatía? —sugirió Heinz.

—Nunca hemos tropezado con ella; no creo que la hallemos aquí —respondió Damon.

—Mi teoría personal —dijo Fletcher—, es que piensan igual, así que no necesitan comunicarse.

Damon movió la cabeza con expresión de duda.

—Supongamos que trabajan sobre una base de coordinación comunal —siguió Fletcher—. Que ése es el modo como han evolucionado. Los hombres son individualistas; necesitan la palabra. Los deca son idénticos: tienen noción de lo que está sucediendo, sin necesidad de palabras —reflexionó unos segundos—. Supongo, en cierto sentido, que se comunican. Por ejemplo, un deca quiere extender el jardín frente a su torre. Posiblemente espera hasta que se aproxima otro deca y entonces lleva una piedra, indicando lo que desea hacer.

—Comunicación por ejemplo —observó Damon.

—Es verdad... si puedes llamarla comunicación. Eso permite un grado de cooperación; pero está claro que no permite la charla, los proyectos para el futuro o la tradición del pasado.

—¡Quizá ni la noción del tiempo! —exclamó Damon.

—Es difícil estimar su inteligencia nativa. Podría ser notablemente elevada o podría ser baja; la falta de comunicación debe de ser un obstáculo terrible.

—Con obstáculo o sin él —comentó Mahlberg—, nos tienen corriendo.

—¿Y por qué? —gritó Murphy, golpeando la mesa con su gran puño rojo—. Ésa es la cuestión. Nunca los hemos molestado. Y de pronto desaparece Raight y después Agostino. Y perdemos el mástil. ¿Quién sabe en qué pensarán esta noche? ¿Por qué? Eso es lo que deseo saber.

—Ésa es una pregunta que voy a hacer mañana a Ted Chrystal —dijo Fletcher.

Fletcher se vistió con un tejido azul limpio, desayunó en silencio y fue a la cubierta de vuelo.

Mulphy y Mahlberg habían retirado los cables y limpiado la película de sal de la cúpula.

Fletcher trepó a la cabina y dio vuelta a la perilla de inspección. Luz verde; todo en orden.

—Tal vez sea mejor que vayamos contigo, Sam —sugirió Murphy semiesperanzado—, si hay posibilidad de dificultades.

—¿Por qué habría de haberlas?

—Creo a Chrystal capaz de cualquier cosa.

—Yo también —admitió Fletcher—. Pero... no habrá dificultades.

Puso en marcha las aspas; el helicóptero se elevó, se alejó de la balsa y voló hacia el noreste. Biominerales se convirtió en una pizarra brillante en la mancha irregular de algas.

El día estaba oscuro, bochornoso, sin viento, aparentemente preparándose para una de esas tremendas tormentas eléctricas que azotaban cada pocas semanas. Fletcher aceleró, esperando concluir su misión tan pronto como fuera posible.

Millas de océano se deslizaron y pasaron; Recuperaciones Pelágicas apareció adelante.

Veinte millas al sudoeste de la balsa, Fletcher alcanzó a un pequeño lanchón cargado de materia prima para los maceradores y columnas de lavado de Chrystal: notó que había dos hombres a bordo, ambos agazapados dentro de la cúpula de plástico. Quizá también Recuperaciones Pelágicas estaba teniendo dificultades, pensó Fletcher.

La balsa de Chrystal era poco diferente de Biominerales, excepto que el mástil aún se elevaba desde la cubierta central y que la planta beneficiadora se hallaba en actividad. No habían suspendido el trabajo, cualesquiera que fuesen sus dificultades.

Fletcher hizo descender el helicóptero sobre la cubierta de vuelo. Cuando las aspas dejaron de girar, Chrystal salió de su oficina; un hombre grande, rubio, con cara redonda, burlona.

Fletcher saltó a cubierta.

—Hola, Ted —saludó con voz cautelosa.

Chrystal se aproximó con una sonrisa jovial.

—¡Hola, Sam! Hacía mucho que no te veía —le estrechó la mano vivamente—. ¿Qué hay de nuevo en Biominerales? Por supuesto, sentí mucho lo ocurrido a Cari.

—De eso es de lo que quiero hablar —Fletcher miró en torno suyo. Dos de la tripulación estaban observando—. ¿Podemos entrar a tu oficina?

—Seguro, por todos conceptos —Chrystal mostró el camino a la oficina y abrió la puerta—. Adelante.

Fletcher entró a la oficina. Chrystal se puso tras su escritorio.

—Toma asiento —se sentó en su sillón—. Ahora ¿qué sucede? Pero antes, ¿quieres un trago? Te gusta el escocés, según recuerdo.

—Hoy no, gracias —Fletcher se movió en su silla—. Ted, estamos en contra de un problema serio aquí en Sabría y será mejor que hablemos con claridad respecto a él.

—Ciertamente —aceptó Chrystal—. Adelante.

—Cari Raight murió. Y Agostino.

Las cejas de Chrystal se elevaron, asombradas.

—¿También Agostino? ¿Cómo?

—No lo sabemos. Nada más desapareció.

Chrystal tomó un instante para digerir la información. Después movió la cabeza, perplejo.

—No puedo comprenderlo. Nunca habíamos tenido dificultades así.

—¿No está ocurriendo nada aquí?

Chrystal frunció el ceño.

—Bueno... nada que valga la pena mencionar. Tu llamada nos puso en guardia.

—Los decabraquios parecen ser responsables.

Chrystal frunció los labios y parpadeó, pero no dijo nada.

—¿Has estado persiguiendo decabraquios, Ted?

—Vamos, Sam... —Chrystal titubeó, tamborileando con los dedos sobre el escritorio—. Ésa difícilmente es una pregunta limpia. Aunque estuviéramos trabajando con decabraquios o pólipos, o pepinos de mar, o anguilas, no creo que desearía decírtelo, en un sentido o en otro.

—No estoy interesado en tus secretos de negocios —dijo Fletcher—. El punto es éste: los decabraquios parecen ser una especie inteligente. Tengo razones para pensar que estás industrializándolos para extraerles su contenido de niobio. Al parecer están haciendo lo posible por tomar represalias y no les importa contra quién sea. Han matado a dos de mis hombres. Tengo derecho a saber qué está ocurriendo.

Chrystal movió la cabeza afirmativamente.

—Puedo entender tu punto de vista; pero no sigo tu cadena de razonamiento. Por ejemplo, me informaste que un monitor había arrastrado a Raight. Ahora dices que fueron decabraquios. Además, ¿qué te conduce a creer que estoy extrayendo niobio?

—No tratemos de engañarnos, Ted.

Chrystal pareció aturdido y luego molesto.

—Cuando aún trabajabas para Biominerales —siguió Fletcher—, descubriste que los deca estaban llenos de niobio. Borraste toda esa información de las tarjetas, conseguiste ayuda económica y construiste esta balsa. Desde entonces has estado pescando decabraquios.

Chrystal se inclinó hacia atrás, estudiando a Fletcher fríamente.

—¿No estás llegando a conclusiones apresuradas?

—Si es así, todo lo que tienes que hacer es negarlo.

—Tu actitud no es muy agradable, Sam.

—No vine para ser agradable. Hemos perdido dos hombres y también nuestro mástil. Hemos tenido que suspender el trabajo.

—Siento oír eso... —principió Chrystal.

—Hasta ahora te he concedido el beneficio de la duda, Chrystal —lo interrumpió Fletcher.

Ted pareció sorprendido.

—¿Cómo dices?

—Estoy suponiendo que no sabías que los deca son inteligentes, que están protegidos por el Acta de Responsabilidad.

—¿Bueno?

—Ahora ya lo sabes. No tienes la excusa de la ignorancia.

Chrystal guardó silencio unos segundos.

—Bueno, Sam... ésas son afirmaciones un tanto asombrosas.

—¿Las niegas?

—¡Por supuesto, las niego! —exclamó Chrystal en una explosión de energía.

—¿No estás industrializando decabraquios?

—Despacio. Después de todo, Sam, ésta es mi balsa. No puedes venir y hostilizarme. Es tiempo de que lo entiendas.

Fletcher se retiró un poco, como si la mera proximidad de Chrystal fuera desagradable.

—No estás dándome una respuesta clara.

Chrystal se inclinó hacia atrás en su sillón y unió los dedos, inflando las mejillas.

—No intento hacerlo.

La barcaza que había pasado Fletcher en el trayecto estaba acercándose a la balsa. Fletcher la miró colocarse contra el embarcadero y fijar sus arpeos. Preguntó:

—¿Qué hay en ese lanchón?

—Francamente, no es nada que te importe.

Fletcher se levantó y fue hasta la ventana. Chrystal produjo sonidos inquietos de protesta. Fletcher lo ignoró. Los dos tripulantes de la barcaza no habían salido de la cabina de control. Parecían estar esperando una plancha que estaba siendo colocada en posición por el botalón de carga.

Fletcher observó con curiosidad y asombro crecientes. La plancha se encontraba construida como una partesa, con altas paredes de madera contrachapeada.

Se volvió hacia Chrystal.

—¿Qué está ocurriendo afuera?

Chrystal estaba mordiéndose el labio inferior, con la cara roja.

—Sam, vienes estallando, haciendo acusaciones descabelladas, insultándome de complicación y no digo una palabra. Trato de tomar en cuenta la tensión bajo la cual estás; aprecio la buena voluntad entre ambos grupos. Te enseñaré algunos documentos que demostrarán de una vez por todas... comenzó a buscar entre un mazo de diferentes panfletos. Fletcher continuaba junto a la ventana, con un ojo a Chrystal y un ojo a lo que ocurría afuera, en cubierta.

La plancha fue puesta en posición; los tripulantes de la barcaza estaban preparados para desembarcar.

Fletcher decidió ver lo que sucedía. Se encaminó a la puerta. La cara de Chrystal se puso rígida y helada.

—¡Sam, estoy advirtiéndote que no salgas!

—¿Por qué no?

—Porque yo lo digo.

Fletcher abrió la puerta. Chrystal hizo un movimiento para saltar de su sillón y luego se dejó caer sentado, lentamente.

Fletcher salió y cruzó la cubierta hacia el lanchón. Un hombre lo vio a través de la ventana de la planta de beneficio e hizo ademanes apremiantes.

Sam vaciló y después se volvió a mirar la barcaza. Un par de pasos más y tendría a la vista la bodega. Avanzó, estiró el cuello. Con el rabillo del ojo, vio que los ademanes del hombre se hacían frenéticos y, entonces, el hombre desapareció de la ventana.

La bodega estaba llena de decabraquios blancos y fláccidos.

—¡Atrás, tonto! —gritó alguien desde la planta beneficiadora.

Quizá un sonido leve avisó a Fletcher; en vez de retirarse hacia atrás, se tiró sobre cubierta. Un pequeño objeto voló sobre su cabeza, viniendo del océano, con un peculiar sonido de aleteo. Pegó en un mamparo y cayó... un torpedo como pez, con una larga trompa aguzada. Se aproximó aleteando a Fletcher, quien se levantó y corrió, agazapado y zigzagueando, hacia la oficina.

Dos más de los dardos como peces pasaron a centímetros de él; Sam se lanzó a la oficina a través de la entrada.

Chrystal no se había movido de su escritorio. Fletcher se aproximó a él, jadeando.

—Es una lástima que no haya sido tocado, ¿verdad?

—Te previne que no salieras.

Sam volvió a mirar al exterior. Los tripulantes del lanchón corrieron por la plancha cubierta a la planta beneficiadora. Un cardumen de peces dardos salió del agua, pegando en la madera contrachapeada. Fletcher se volvió hacia Chrystal.

—Vi decabraquios en esa barcaza. Cientos de ellos. Chrystal había recobrado la compostura que había perdido.

—Bueno. ¿Y qué?

—Tú sabes tan bien como yo que son inteligentes.

Chrystal movió la cabeza sonrientemente. Sam estaba encolerizándose.

—¡Estás arruinando Sabría para todos!

Chrystal levantó una mano.

—Calma, Sam. Los peces son peces.

—No cuando son inteligentes y matan hombres en represalia.

Chrystal movió la cabeza otra vez.

—¿Son inteligentes?

Fletcher aguardó hasta que pudo controlar su voz.

—Sí. Lo son.

—¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado con ellos?

—Naturalmente, no he hablado con ellos.

—Exhiben algunos patrones sociales. También las focas.

Sam se acercó más y miró con furia a Chrystal.

—No voy a discutir definiciones contigo. Quiero que dejes de cazar decabraquios, porque estás poniendo en peligro las vidas a bordo de ambas balsas.

Chrystal se inclinó un poco hacia atrás.

—Vamos, Sam, sabes que no puedes intimidarme.

—Has asesinado a dos hombres; yo escapé hoy tres veces por centímetros. No voy a correr esa clase de peligro para poner dinero en tu bolsillo.

—Estás haciendo conclusiones apresuradas —protestó Chrystal—. En primer lugar, no has probado...

—¡He probado lo suficiente! ¡Tienes que dejar de hacerlo, eso es todo!

Chrystal movió la cabeza lentamente.

—No veo cómo vas a impedirlo, Sam —sacó la mano de abajo del escritorio; llevaba en ella una pequeña pistola—. Nadie va a intimidarme en mi propia balsa.

Fletcher reaccionó al instante, tomando a Chrystal por sorpresa. Sujetó la muñeca de Chrystal y la golpeó comía el ángulo del escritorio. El arma se disparó, abrió un surco en el escritorio y cayó de los dedos sin fuerza, de Chrystal al suelo. Chrystal siseó y maldijo, se inclinó a recogerla, pero Fletcher saltó por encima del escritorio y empujó al hombre hacia atrás en su sillón. Chrystal lanzó una patada a la cara de Fletcher, conectando un golpe en su mejilla y haciéndolo caer de rodillas.

Ambos hombres se lanzaron sobre la pistola. Sam la tomó, se levantó y retrocedió hasta la pared.

—Ahora sabemos donde estamos.

—¡Suelta esa pistola!

Fletcher movió la cabeza.

—Estoy poniéndote bajo arresto; arresto civil. Vendrás a Biominerales hasta que llegue el inspector.

Chrystal pareció atónito.

—¿Qué?

—Dije que voy a llevarte a la balsa de Biominerales. El inspector llegará en tres semanas y te entregaré a él.

—Estás loco, Fletcher.

—Quizá. Pero no estoy aceptando riesgos contigo —Fletcher hizo un movimiento con la pistola—. Muévete. Al helicóptero.

Chrystal cruzó los brazos fríamente.

—No voy a moverme. No puedes asustarme con una pistola.

Fletcher levantó el arma, apuntó y oprimió el gatillo. La lengua de fuego rozó el trasero de Chrystal. Ted saltó, llevando una mano a la quemadura.

—El disparo siguiente será bastante más cerca —dijo Fletcher.

Chrystal lo miró como un jabalí desde un zarzal.

—¿Sabes que puedo acusarte de plagio?

—No estoy secuestrándote. Estoy arrestándote.

—Demandaré a Biominerales por todo lo que tienen.

—A menos que Biominerales te demande antes. ¡Muévete!

Toda la tripulación recibió al helicóptero; Damon, Blue Murphy, Manners, Hans Heinz, Mahlberg y Dave Jones. Chrystal saltó altivamente a cubierta y recorrió con la mirada a los hombres con quienes había trabajado en un tiempo.

—Tengo algo que decirles.

La tripulación lo miró en silencio. Chrystal señaló a Fletcher con el pulgar encorvado.

—Sam se metió en dificultades. Le dije que lo voy a demandar y eso es lo que voy a hacer —miró de cara en cara—. Si lo ayudan resultarán cómplices. Les aconsejo que le quiten esa pistola y me lleven a mi balsa.

Miró en torno suyo, pero nada más encontró frialdad y hostilidad. Se encogió de hombros en actitud colérica.

—Muy bien, recibirán el mismo castigo que Fletcher. El plagio es un delito grave.

—¿Qué haremos con la alimaña? —preguntó Murphy a Fletcher.

—Encerrarlo en el cuarto de Cari; ése es el mejor lugar para él. Vamos, Chrystal.

De regreso en el comedor, después de encerrar a Chrystal, Sam dijo a la tripulación:

—No necesito prevenirlos, tengan cuidado con Chrystal. Es tramposo. No le hablen. No le hagan mandados de ninguna especie. Si quiere algo, llámenme. ¿Entendieron todos?

—¿No estamos metiéndonos en honduras? —inquirió Damon en tono de duda.

—¿Tienes alguna proposición? Ciertamente, estoy dispuesto, a escucharla.

Damon pensó.

—¿No aceptaría dejar de cazar decabraquios?

—No. Se negó de modo terminante.

—Bueno —admitió Damon de mala gana—. Creo que estamos haciendo lo apropiado. Pero tenemos que probar una acusación. Al inspector no le importará si Chrystal engañó o no a Biominerales.

—Si algo sale contra nosotros, aceptaré toda la responsabilidad —protestó Fletcher—. Tonterías —repuso Murphy—. Todos estamos juntos en esto. Digo que hiciste bien. De hecho, debíamos entregarlo lo más rápido posible a los deca y ver lo que le decían.

Después de unos minutos, Fletcher y Damon subieron al laboratorio, para ver al decabraquio cautivo. Flotaba tranquilamente en el centro del tanque, con los diez brazos en ángulo recto con su cuerpo y el área ocular, negra, mirando a través del plástico.

—Si es inteligente —observó Fletcher—, debe estar tan interesado en nosotros como lo estamos nosotros de él.

—No estoy tan seguro de que sea inteligente —replicó Damon tercamente—. ¿Por qué no trata de comunicarse?

—Espero que el inspector no piense sobre esas mismas líneas —dijo Fletcher—. Después de todo, no tenemos un caso hermético contra Chrystal.

Damon pareció preocupado.

Bevington no es un hombre muy imaginativo. De hecho, es más bien oficial en su actitud.

Fletcher y el decabraquio se examinaron el uno al otro.

—Sé que es inteligente... pero, ¿cómo puedo probarlo?

—Si es inteligente —insistió Damon obstinadamente—, puede comunicarse.

—Si no puede —repuso Fletcher—, entonces depende de nosotros.

—¿Qué quieres decir?

—Tendremos que enseñarle.

La expresión de Damon fue tan perpleja y preocupada, que Sam rompió en risa.

—No veo la gracia —se quejó Damon—. Después de todo, lo que propones es... bueno, no tiene precedentes.

—Supongo que no —aceptó Fletcher—. Sin embargo, tiene que hacerse. ¿Cómo están tus conocimientos lingüísticos?

—Son muy limitados.

—Los míos lo son todavía más.

Permanecieron mirando al decabraquio.

—No olvides que tenemos que conservarlo vivo —dijo Damon—. Eso significa que tenemos que alimentarlo —lanzó a Fletcher una mirada cáustica—. Supongo que admitirás que come.

—Sé con seguridad que no vive por fotosíntesis —respondió Sam—. No hay luz suficiente. Creo que Chrystal mencionó en la micropelícula que comía hongos de coral. Un momento.

Se encaminó hacia la puerta.

—¿A dónde vas?

—A comprobarlo con Chrystal. Con seguridad ha notado el contenido de sus estómagos.

—No te lo dirá.

Fletcher volvió diez minutos más tarde.

—¿Bueno? —inquirió Damon con voz escéptica.

Fletcher parecía bastante complacido del resultado de sus investigaciones.

—Hongos de coral, principalmente. Pedacitos de renuevos tiernos de algas, gusanos stylax, naranjas de mar.

—¿Chrystal te informó de todo eso? —preguntó Damon, incrédulo.

—Sí. Le expliqué que tanto él como el decabraquio son nuestros huéspedes, que proyectábamos tratarlos en la misma forma precisa. Si el decabraquio comía bien, también comería bien Chrystal. Eso fue todo lo que requirió.

Más tarde, Sam y Damon permanecían en el laboratorio, viendo comer al decabraquio verdinegras bolas de hongos.

—Dos días —dijo Damon con voz agria—, ¿y qué hemos realizado? Nada.

Sam se mostró menos pesimista.

—Hemos progresado en sentido negativo. Estamos bastante seguros de que no tiene aparato digestivo, de que no reacciona al sonido y de que aparentemente carece de medios para producir sonido. Por lo tanto, tenemos que emplear medios visuales para comunicarnos.

—Envidio tu optimismo —declaró Damon—. La bestia no me ha dado bases para sospechar la capacidad o el deseo de comunicación.

—Paciencia —recomendó Fletcher—. Quizá aún no sabe lo que estamos tratando de hacer y tal vez teme lo peor.

—No solamente tenemos que enseñarle un lenguaje —gruñó Damon—; tenemos que introducirle la idea de que la comunicación es posible. Y luego inventar un lenguaje.

Fletcher sonrió.

—Pongámonos a trabajar.

Inspeccionaron el decabraquio y la negra área ocular los miró a través de la pared del tanque.

—Debemos elaborar una serie de convenciones visuales —dijo Fletcher—. Los diez brazos son sus órganos más sensibles y podemos presumir que están controlados por la sección más altamente organizada de su cerebro. Entonces... elaboramos una serie de señales basadas en los movimientos de los brazos del deca.

—¿Nos da eso extensión suficiente?

—Creo que sí. Los brazos son tubos flexibles de músculo. Pueden adoptar cuando menos cinco posiciones diferentes: recta hacia adelante, diagonal al frente, perpendicular, diagonal hacia atrás y directa hacía atrás. Como la bestia tiene diez brazos, es evidente que hay diez, a la quinta potencia, combinaciones... un total de cien mil.

—Ciertamente, una cantidad adecuada.

—Nuestro trabajo es elaborar el vocabulario y la sintaxis; resultará una labor más o menos difícil para un ingeniero y un bioquímico, pero tendremos que intentarlo.

Damon estaba interesándose en el proyecto.

—Es nada más un problema de consistencia y estructura básica firme. Si el deca tiene la menor comprensión, en absoluto, lo conseguiremos.

—Si no lo hacemos —dijo Sarn—, estaremos perdidos y Chrystal terminará apoderándose de la balsa de Biominerales.

Se sentaron a la mesa del laboratorio.

—Tenemos que presumir que los deca no tienen lenguaje —propuso Fletcher.

Damon gruñó con incertidumbre y algunos momentos pasó los dedos entre sus cabellos, en confusión enfadada.

—No está probado. Francamente, no creo que sea, incluso, probable. Podemos discutir toda la vida si podrían entenderse por proyección comunal o algo así; pero eso está a un par de años luz de responder a la pregunta de si lo hacen. Podrían estar utilizando telepatía, como dijimos; también podrían estar emitiendo rayos X modulados, estableciendo señales largas y cortas en código, en algún subespacio desconocido para nosotros, o un interespacio, o hiperespacio; podrían estar haciendo casi cualquier cosa de la que nunca hemos sabido.

"Según lo veo, nuestra mejor probabilidad y nuestra mejor esperanza, es que tengan alguna forma de sistema de codificación y comunicación por medio del cual se comunican entre sí. Obviamente, como sabes, deben tener un sistema interno de codificación y comunicación; eso es lo que constituye una estructura neuro-muscular con curvas de regreso. Cualquier organismo complejo requiere comunicación interna. Todo el punto de este requerimiento del lenguaje, como medio de clasificar las formas de vida extraterrestre, es distinguir entre las verdaderas comunidades de entidades individuales pensantes y las comunales, tipo insecto, con aparente inteligencia.

"Ahora, si tienen allí algo como un hormiguero o una ciudad panal, estamos hundidos y Chrystal vence. No puedes enseñar a hablar a una hormiga; el grupo tiene inteligencia, pero el individuo no la tiene.

Así que tenemos que suponer que tienen un lenguaje o para generalizar más, un sistema formalizado de codificación para la intercomunicación. También podemos presumir que emplea una vía fuera del alcance de nuestros organismos. ¿Te parece lógico eso?

Fletcher movió la cabeza afirmativamente.

—De cualquier modo, llámala una hipótesis de trabajo. Sabemos que no hemos visto una indicación de que el deca haya tratado de hacernos señales.

—Lo cual sugiere que la criatura no muestra inteligencia.

Sam ignoró el comentario.

—Si supiéramos más respecto a sus hábitos, emociones y actitudes, tendríamos una mejor armazón para este nuevo lenguaje.

—Parece bastante plácido —observó Damon.

El decabraquio movía los brazos ociosamente. El área ocular estudió a los dos hombres.

—Bueno —dijo Fletcher con un suspiro—, primero, un sistema de notación —tomó un modelo de la cabeza del decabraquio, que había construido Manners. Los brazos estaban hechos de tubo flexible que podía doblarse en varias posiciones—. Numeramos los brazos del cero al nueve, en el sentido del movimiento de las manecillas del reloj, comenzando con éste, en la parte superior. Las cinco posiciones, adelante, diagonal al frente, erecto, diagonal hacia atrás y atrás, las llamamos A, B, K, X, Y. K es la posición normal y cuando un brazo esté en la posición K, no será tomado en cuenta.

Damon expresó su conformidad con movimientos de cabeza.

—Eso es bastante acertado.

—El primer paso lógico parecería que son los números.

Elaboraron juntos un sistema de notación y construyeron una tabla:

Los dos puntos (:) indican una señal compuesta: esto es, dos o más señales separadas.

Número O Señal OY

10 OY, 1Y

20 OY, 2Y

100 OX, 1Y

110

1 1Y

111

2 2Y

1112

OY,1Y:1Y OY,1Y:2Y

21 22

OY,2Y:1Y OY,2Y:2Y

101 102

OX,1Y:1Y OX,1Y:2Y

112

OX,1Y:OY,1Y OX,1Y:OY OX,1Y:OX,

1Y:1Y

1Y:2Y

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

120 121 122

OX,1Y:OY,1Y OX,1Y:2Y, DX,1Y:OY,

2Y: 2Y

200 OX,2Y

1,000 OB.1Y

2,000 OB,2Y

2Y:1Y 201

202

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

etcétera, etcétera

—Es consistente —observó Damon—; pero laborioso. Por ejemplo, para indicar cinco mil setecientos sesenta y seis, es necesario hacer la señal... veamos: OB,5Y, luego OX,7Y, después OY,6Y y por último 6Y.

—No olvides que éstas son señales, no vocalizaciones —le recordó Fletcher—. Aún así, no es más laborioso que cinco mil setecientos sesenta y seis.

—Supongo que tienes razón.

—Ahora... palabras.

Damon se echó hacia atrás en su sillón.

—No podemos elaborar un vocabulario y llamarlo lenguaje.

—Quisiera saber más teoría lingüística. Naturalmente, no entraremos en abstracciones.

—Nuestra estructura de inglés básico podría ser una buena idea —musitó Damon—, con las partes de la oración del inglés. Esto es: los sustantivos: son cosas, los adjetivos: son atributos de las cosas, los verbos: son los desplazamientos que sufren las cosas, o la ausencia de desplazamiento.

Fletcher reflexionó.

—Podríamos simplificarlo aún más, a sustantivos, verbos y modificadores verbales.

—¿Es factible eso? ¿Cómo dices, por ejemplo, "la balsa grande"?

—Utilizaríamos un verbo que significara "crecer". "Balsa agrandada." Algo así.

—Hmmm —gruñó Damon—. No imaginas un lenguaje muy expresivo.

—No veo por qué no debía serlo. Presumiblemente, los deca modificarán cualquier cosa que les demos, de acuerdo con sus necesidades. Si hacemos comprender nada más un conjunto básico de ideas, ellos continuarán a partir de allí. O para entonces, estará aquí alguien que sepa lo que está haciendo.

—Está bien —aceptó Damon—, comencemos con nuestro decabraquio básico.

—Primero, en listemos las ideas que un deca encontraría útiles y familiares.

—Yo tomaré los sustantivos —propuso Damon—. Tú encárgate de los verbos. También toma tus modificadores.

Escribió: N" 1: agua.

Después de discusión y modificación considerables, se convino en una lista elemental de sustantivos y verbos básicos, con señales asignadas. La cabeza simulada del decabraquio fue dispuesta ante el tanque, con una serie de luces en un tablero cercano, para representar números.

—Con una máquina codificadora, podríamos escribir simplemente nuestro mensaje —comentó Damon—. La máquina dictaría los impulsos a los brazos del modelo.

Fletcher afirmó con movimientos de cabeza.

—Magnífico, si tuviéramos el equipo y varias semanas para chapucear con él. Es demasiado malo que no sea así. Ahora... vamos a comenzar. Primero los números. Tú trabaja con las luces, yo moveré los brazos. Nada más del uno al nueve, por ahora.

Pasaron varias horas. El decabraquio flotaba tranquilamente, observándolos con el negro punto ocular.

Se aproximaba la hora de alimentarlo. Damon mostró las bolas verdinegras de hongos; Fletcher dispuso la señal de "alimentos" en los brazos del modelo. Fueron dejados caer unos pocos bocados en el tanque.

El decabraquio los succionó apaciblemente por su tubo oral. Damon puso de modo ostentoso la bola de hongos en el tubo oral del modelo y luego se volvió al tanque y ofreció comida al decabraquio.

El decabraquio lo observó, impasible.

Pasaron dos semanas. Fletcher fue al antiguo cuarto de Raight para hablar con Chrystal, a quien halló leyendo un libro de la biblioteca de micropelícula.

Ted extinguió la imagen del libro, bajó los pies de la cama y se sentó.

—El inspector llegará en muy pocos días —dijo Fletcher—. Se me ocurrió que podrías haber cometido un error honesto. Cuando menos, puedo ver la posibilidad.

—Gracias por nada —replicó Chrystal.

—No quiero hacerte víctima por lo que pudo ser una equivocación.

—Gracias nuevamente; pero, ¿qué quieres?

—Si cooperas conmigo para hacer que los decabraquios sean reconocidos como una forma de vida inteligente, no haré cargos contra ti.

Chrystal levantó las cejas.

—Eso es grande de tu parte. ¿Y se supone que retire mis demandas?

—Si los deca son inteligentes, no tienes nada de qué acusarme.

Ted miró agudamente a Fletcher.

—No pareces demasiado feliz. El deca no habla, ¿eh?

Sam reprimió su disgusto.

—Estamos trabajando con él.

—Pero están comenzando a sospechar que no es tan inteligente como creían.

Fletcher se volvió para retirarse.

—Éste únicamente sabe catorce señales hasta ahora. Pero está aprendiendo dos o tres diarias.

—¡Eh! —exclamó Chrystal—. ¡Aguarda un minuto!

Sam se detuvo junto a la puerta.

—¿Para qué?

—No te creo.

—Es privilegio tuyo.

—Déjame ver a este deca haciendo señales.

Fletcher movió la cabeza negativamente.

—Estás mejor aquí.

Chrystal lo miró con cólera.

—¿No es ésa una actitud bastante irrazonable?

—Espero que no —miró en torno suyo—. ¿Careces de algo?

—No.

Ted cerró el interruptor y su libro se proyectó una vez más en su pantalla del cielo raso.

Fletcher salió de la habitación. La puerta se cerró tras de él; los cerrojos fueron corridos. Chrystal se sentó, alerta y se levantó de un salto con ligereza peculiar, fue hasta la puerta y escuchó.

Las pisadas de Sam se alejaron por el corredor. Ted regresó al lecho en dos zancadas, metió la mano debajo de la almohada y sacó un pedazo de cordón eléctrico, cortado de una lámpara de escritorio. Había adaptado dos lápices como electrodos, haciendo ranuras a través de la madera y enredando un alambre en torno a la mina de grafito expuesta así. Incluyó un bombillo eléctrico como resistencia, en el circuito.

Fue hasta la ventana. Podía ver la cubierta hasta la orilla oriental de la balsa y detrás de la oficina hasta las arcas de almacenamiento, atrás de la planta beneficiadora. La cubierta estaba vacía. El único movimiento era una nube blanca de vapor que se levantaba del tubo de circulación y, detrás de ella, el rosa y escarlata de las nubes flotantes.

Chrystal se puso a trabajar, silbando silenciosamente entre labios fruncidos. Conectó el cordón en la cinta del zócalo, aplicó los dos lápices a la ventana, formó un arco y quemó el surco que ya rodeaba casi la mitad de la ventana; era el único modo como podía cortar el cristal de berilo-silicio templado.

Era trabajo lento y muy delicado. El arco era débil y rebelde; los vapores irritaban su garganta. Perseveró, parpadeando, con ojos lacrimosos, torciendo la cabeza a uno y otro lado, hasta las cinco y media, treinta minutos antes de la cena, cuando guardó el equipo. No se atrevía a trabajar después del oscurecer, por miedo a que el resplandor trémulo provocara sospechas.

Pasaron los días. Cada mañana, Gedeón y Atreo pintaban el firmamento mate con sus respectivos tonos escarlata y verde pálido; cada tarde se desvanecían en tristes ocasos tras el océano occidental.

Una antena improvisada había sido arbolada del techo del laboratorio a un poste, sobre los alojamientos. Una tarde, Manners dio la alarma general con jubilosos silbatazos cortos, para anunciar una señal del LG-19, que estaba descendiendo en Sabría, en su visita regular semestral. Al día siguiente por la tarde, los alijadores descenderían de órbita, trayendo al inspector, suministros y nuevas tripulaciones para Biominerales y Recuperaciones Pelágicas.

Se rompieron botellas en el comedor; hubo conversación en voz alta, planes valientes, risas. Los alijadores, cuatro de ellos, salieron de las nubes a la hora exacta. Dos se posaron en el océano, junto a Biominerales; dos más visitaron la balsa de Recuperaciones Pelágicas.

La lancha llevó los cables y los alijadores fueron amarradas al embarcadero.

El primero en subir a la balsa fue el inspector Bevington, un hombrecillo vivo, inmaculado, con su uniforme azul oscuro y blanco. Representaba al gobierno, interpretando su multiplicidad de reglamentos, leyes y ordenanzas, tenía poder para juzgar delitos menores, tomar en custodia delincuentes, investigar las violaciones a las leyes galácticas, examinar las condiciones de vida y las prácticas de seguridad, recaudar impuestos, deudas y gabelas y, en general, personificaba al gobierno en todas sus fases y aspectos.

La posición bien podría haber invitado al peculado y la tiranía mezquina, si no estuvieran sometidos los mismos inspectores a una inspección rigurosa.

Bevington estaba considerado como el hombre más concienzudo y más carente de sentido del humor en el servicio. Si no era particularmente querido, cuando menos era respetado.

Fletcher lo esperó a la orilla de la balsa. Bevington le lanzó una mirada aguda, preguntándose por qué mostraba una sonrisa tan amplia. Sam estaba pensando que sería un momento dramático para que uno de los monitores de los decabraquios alargara su apéndice y sujetara el tobillo de Bevington. Pero no hubo perturbaciones de ninguna clase. Bevington saltó a la balsa sin contratiempo.

Estrechó la mano de Fletcher y luego miró de un lado a otro de la cubierta.

—¿Dónde está el señor Raight?

Fletcher se sobresaltó; se había acostumbrado a la ausencia de Raight.

—Oh... murió.

Tocó a Bevington el turno de sobresaltarse.

—¿Murió?

—Venga a la oficina —indicó Fletcher—, y se lo explicaré. Este ha sido un mes violento.

Levantó la mirada al antiguo alojamiento de Raight, donde esperaba ver a Ghrystal asomado por la ventana. Pero la ventana estaba vacía. Fletcher se detuvo. ¡Vacía! ¡La ventana carecía de vidrio! Corrió por cubierta.

—¡Oiga! —gritó Bevington—. ¿A dónde va?

Sam se detuvo el tiempo suficiente para replicar por encima de su hombro:

—¡Será mejor que venga conmigo!

Corrió hacia la puerta que conducía al comedor, con Bevington apresurándose tras él, frunciendo el ceño con enfado y sorpresa.

Sam miró al comedor, vaciló, luego volvió a cubierta y levantó la mirada a la ventana vacía. ¿Dónde estaba Chrystal? Ya que no había venido por cubierta al frente de la balsa, debió encaminarse hacia la planta beneficiadora.

—Por acá —dijo Fletcher.

—¡Un momento! —protestó Bevington—. Quiero saber qué...

Pero Fletcher se hallaba en camino por el lado oriental de la balsa hacia la planta beneficiadora, donde ya estaba la tripulación del alijador, revisando las cajas de precioso metal que debían ser trasbordadas. Levantaron la mirada al aproximarse Sam y Bevington.

—¿Ha pasado alguien? —inquirió Fletcher—. ¿Un tipo grande, rubio?

—Entró allí.

Uno de los tripulantes del alijador señaló hacia la planta beneficiadora.

Sam giró y entró a la planta. Encontró junto a las columnas lavadoras a Hans Heinz, confundido y colérico.

—¿Atravesó por aquí Ted Chrystal? —preguntó Fletcher, jadeando.

—¡Que si pasó por aquí! Como un huracán. Me dio un empellón en la cara.

—¿A dónde fue?. Heinz señaló.

—Salió a cubierta al frente.

Sam y Bevington salieron apresuradamente, con el inspector demandando:

—¿Qué está sucediendo aquí?

—Lo explicaré en un minuto —gritó Fletcher.

Salió corriendo a cubierta y miró hacia las barcazas y la lancha.

Ted Chrystal no se veía por ningún lado.

Nada más podía haber ido en una dirección: de regreso hacia los alojamientos, habiendo hecho correr a Fletcher y a Bevington en un círculo completo. Un pensamiento repentino asaltó a Fletcher:

—¡El helicóptero!

Pero el helicóptero permanecía intacto, con sus amarres tensos. Murphy vino hacia ellos, mirando perplejo por arriba de su hombro.

—¿Has visto a Chrystal? —inquirió Sam.

Murphy señaló.

—Subió por ahí.

—¡El laboratorio! —gritó Sam en agonía repentina.

Subió la escalerilla con el corazón en la boca, seguido por Bevington. ¡Si únicamente estuviera ahora Damon en el laboratorio, no en cubierta o en el comedor!

El laboratorio se encontraba vacío, excepto por el tanque que contenía el decabraquio.

El agua se hallaba turbia y azulada. El decabraquio estaba lanzándose de un lado a otro del tanque, con los diez brazos contraídos.

Sam saltó sobre una mesa y después se lanzó directamente al tanque. Envolvió el cuerpo convulso con los brazos y levantó, pero la masa escurridiza escapó. Fletcher volvió a sujetarlo, hizo un esfuerzo desesperado y al fin lo sacó del tanque.

—Tómalo —dijo a Murphy entre dientes—. Ponlo sobre la mesa.

Damon llegó corriendo.

—¿Qué sucede?

—Veneno —replicó Sam—. Ayuda a Murphy.

Damon y Murphy lograron acostar el decabraquio sobre la mesa.

—Atrás —ladró Fletcher— ¡va el agua!

Retiró las abrazaderas del costado del tanque y el plástico flexible se plegó. Cuatro mil litros de agua corriendo por el suelo.

La piel de Fletcher principiaba a arder.

—¡Ácido! Damon, toma un cubo y enjuaga la cubierta. Mantenlo húmedo.

El sistema de circulación estaba bombeando aún agua salada al tanque. Sam se arrancó los pantalones, que mantenían el ácido contra su piel, luego se enjuagó rápidamente y volvió el chorro de agua salada al tanque, lavando el ácido.

El decabraquio yacía fláccido, con las aletas de propulsión temblorosas. Sam se sintió enfermo y embotado.

—Haz la prueba con carbonato de sodio —dijo a Damon—. Quizá pueda neutralizar parte del ácido —obedeciendo a un pensamiento repentino, se volvió a Murphy—. Ve a buscar a Chrystal. No lo dejes escapar.

Ése fue el momento que escogió Chrystal para entrar al laboratorio. Miró en torno suyo con una expresión de ligera sorpresa y saltó a una silla para evitar el agua.

—¿Qué está sucediendo aquí?

—Pronto lo sabrás —contestó Fletcher ceñudamente y ordenó a Murphy—: No lo dejes huir.

—¡Asesino! —gritó Damon con una voz que se rompió por la tensión y el pesar.

Chrystal levantó las cejas, fingiendo asombro.

—¿Asesino?

Bevington miraba de Fletcher, a Chrystal, a Damon.

—¿Asesino? ¿Qué significa todo esto?

—Nada más lo que especifica la ley —explicó Sam—. La destrucción consciente y voluntaria de una especie inteligente. Asesinato.

El tanque estaba lavado; puso las abrazaderas a los costados. El agua salada comenzó a subir por los lados.

—Ahora —dijo Fletcher—. Vuelvan a meter al deca. Damon movió la cabeza desesperadamente.

—Está liquidado. No está moviéndose.

—Lo pondremos en el tanque, de cualquier manera —insistió Sam.

—Me agradaría poner a Chrystal ahí con él —comentó Damon con amargura apasionada.

—Vamos —reprobó Bevington—, basta de eso. No sé lo que está ocurriendo, pero no me gusta lo que oigo.

—Yo tampoco sé lo que está sucediendo —aseguró Chrystal, con expresión divertida.

Levantaron el decabraquio y lo metieron al tanque.

El agua tenía una profundidad de alrededor de quince centímetros y el nivel estaba subiendo demasiado lentamente para el gusto de Sam.

Damon corrió al gabinete. Fletcher miró.

—Oxígeno —pidió a Chrystal: ¿Así que no sabes de qué estoy hablando?

—Tu pez consentido muere... no intentes acusarme de eso.

Damon entregó a Fletcher el tubo del tanque de oxígeno; Sam lo hundió en el agua, junto a las agallas del decabraquio. El oxígeno burbujeó. Sam agitó el agua, impulsándola a las agallas. El agua tenía 25 centímetros de profundidad.

—Carbonato de sodio —dijo Sam por arriba de su hombro—. Bastante para neutralizar el ácido.

Bevington inquirió con voz incierta:

—¿Va a vivir?

—No lo sé.

Bevington miró oblicuamente a Chrystal, quien movió la cabeza.

—No me culpe a mí.

El agua se elevó. El decabraquio tenía los brazos fláccidos, flotando en todas direcciones, como cabellos de medusa.

Fletcher se enjugó la transpiración de la frente.

—¡Si sólo supiera qué hacer! No puedo darle un trago de brandy: quizá lo envenenaría. Los brazos principiaron a ponerse rígidos, a extenderse.

—Ah —exhaló Sam—, así está mejor —llamó a Damon—. Gene, encárgate de esto, mantén el oxígeno entrando a las agallas.

Saltó al suelo, donde Murphy estaba lavando el área con baldes de agua. Chrystal hablaba con gran seriedad a Bevington:

—¡He temido por mi vida durante tres semanas! Fletcher es un lunático rematado. Será mejor que mande por un médico o un siquiatra.

Notó la mirada de Fletcher e hizo una pausa. Sam atravesó el laboratorio lentamente. Chrystal se volvió otra vez al inspector, cuya expresión era fatigada.

—Estoy haciendo una demanda oficial —dijo Chrystal—. Contra Biominerales en general y Sam Fletcher en particular. Ya que usted es representante de la ley, insisto en que ponga a Fletcher bajo arresto, por actos criminales contra mi persona.

—Bueno —replicó Bevington, mirando a Sam con cautela—. Ciertamente, haré investigaciones.

—¡Me secuestró a punta de pistola! —gritó Chrystal—. ¡Me ha tenido encerrado tres semanas!

—Para evitar que asesinaras decabraquios —dijo Fletcher.

—Es la segunda vez que dices eso —subrayó Chrystal ominosamente—. Bevington es testigo. Eres culpable de difamación.

—La verdad no es difamación.

—He pescado decabraquios, ¿y qué? También corto algas y pesco coleocantos. Tú haces lo mismo.

—Los deca son inteligentes. Ésa es la diferencia —se volvió a Bevington—. Él lo sabe tan bien como yo. ¡Procesaría hombres para extraerles el calcio de los huesos, si pudiera ganar dinero con eso!

—¡Eres un mentiroso! —chilló Chrystal.

Bevington levantó las manos.

—¡Orden! No puedo comprender, a menos que alguien presente hechos.

—Él no tiene pruebas —insistió Chrystal—. Está intentando sacar mi balsa de Sabría ¡no puede resistir la competencia!

Sam lo ignoró. Dijo a Bevington:

—Usted desea hechos. Para eso está el decabraquio en ese tanque y por eso Chrystal vació ácido en él.

—Vamos a aclarar eso —determinó Bevington, mirando a Chrystal con dureza—. ¿Usted vació ácido en ese tanque?

Ted cruzó los brazos.

—La pregunta es completamente ridícula.

—¿Lo hizo o no? Nada de evasivas.

Chrystal vaciló y después respondió con firmeza:

—No. Y no hay un vestigio de prueba de que lo haya hecho.

Bevington movió la cabeza.

—Ya veo —se volvió a Fletcher—. Usted habló de hechos. ¿Cuáles hechos?

Fletcher fue hasta el tanque, donde todavía estaba Damon agitando agua oxigenada hacia las agallas de la criatura.

—¿Cómo está?

Damon movió la cabeza en expresión de duda.

—Está actuando de modo peculiar. Me pregunto si lo habrá dañado internamente el ácido.

Fletcher observó la forma larga y pálida durante un momento.

—Bueno, hagamos la prueba. Eso es todo lo que podemos hacer.

Cruzó el laboratorio y después empujó sobre sus ruedas el modelo de decabraquio. Chrystal rió y se volvió, disgustado.

—¿Qué intenta demostrar? —preguntó Bevington.

—Voy a mostrar que el decabraquio es inteligente y capaz de comunicarse.

—Bueno, bueno —dijo Bevington. Eso es algo nuevo, ¿no?

—Cierto.

Sam dispuso su cuaderno.

—¿Cómo aprendió su lenguaje?

—No es suyo; es un código que elaboramos entre nosotros.

Bevington inspeccionó el modelo, bajó la mirada al cuaderno.

—¿Éstas son las señales?

Fletcher explicó el método.

—Tiene un vocabulario de cincuenta y ocho palabras, sin contar los números hasta nueve.

—Ya veo —Bevington tomó asiento—. Adelante. El escenario es suyo.

Chrystal se volvió.

—No tengo que ver este engaño.

—Será mejor que permanezca aquí y proteja sus intereses —sugirió Bevington—. Si no lo hace, nadie lo hará.

Fletcher movió los brazos del modelo.

—Admito que éste es un dispositivo rudimentario; con tiempo y dinero, elaboraremos algo mejor. Principiaré con los números.

—Yo podría entrenar a un conejo para que contara en esa forma —comentó Chrystal despreciativamente.

—Después intentaré algo más difícil —prometió Fletcher—. Le preguntaré quién lo envenenó.

—¡Un momento! —bramó Chrystal—. ¡No puedes inculparme de esa manera!

Bevington tomó el cuaderno.

—¿Cómo preguntará? ¿Qué señales utilizará?

Sam indicó:

—Primero, interrogación. La idea de interrogación es una abstracción que el deca no comprende todavía completamente. Hemos establecido una convención de elección o alternativa, como "¿cuál quieres?" Tal vez captará lo que deseo.

—Muy bien... interrogación. ¿Luego qué?

—Decabraquio... recibe... agua... caliente. "Agua caliente" significa "ácido". Interrogación: ¿Hombre... dar... agua... caliente?

Bevington aprobó con movimientos de cabeza.

—Está bien. Adelante.

Fletcher hizo funcionar las señales. La negra área ocular observó.

—Está inquieto... muy alterado —dijo Damon ansiosamente.

Fletcher concluyó las señales. Los brazos del decabraquio oscilaron una o dos veces y luego tuvieron una convulsión de incertidumbre.

Sam repitió la serie de palabras, agregando la repetición de "interrogación... ¿hombre?"

Los brazos se movieron lentamente.

—"Hombre" —leyó Sam.

Bevington afirmó con movimientos de cabeza.

—Hombre... Pero, ¿cuál hombre?

—Párate frente al tanque —indicó Fletcher a Murphy.

Hizo las señales: Hombre... dar... agua... caliente... interrogación.

Los brazos del decabraquio se movieron.

—"No-cero" —leyó Fletcher—. No. Damon... colócate frente al tanque.

Hizo las señales: Hombre... dar... agua... caliente... interrogación.

—"No."

Sam se volvió hacia Bevington.

—Póngase frente al tanque.

Hizo las señales.

—"No."

Todos se volvieron hacia Chrystal.

—Es tu turno —dijo Fletcher—. Avanza hasta el tanque, Chrystal.

Ted avanzó lentamente.

—No soy un estúpido, Fletcher. Entiendo tu jugada.

El decabraquio estaba moviendo los brazos. Sam leyó las señales, con Bevington mirando por encima de su hombro el cuaderno.

—"Hombre... dar... agua... caliente."

Chrystal principió a protestar. Bevington lo hizo callar.

—Párese frente al tanque, Chrystal —y ordenó a Fletcher—: Pregunte una vez más.

Fletcher hizo las señales. El decabraquio contestó:

—"Hombre... dar... agua... caliente. Amarillo. Hombre. Dolor. Venir. Dar... agua... caliente. Salir."

Se hizo silencio en el laboratorio.

—Bueno —dijo Bevington secamente—. Creo que ha probado su caso, Fletcher.

—No me van a atrapar con tanta facilidad —aseguró Chrystal.

—Silencio —tronó Bevington—. Está bastante claro lo que ha sucedido.

—Está claro lo que va a suceder —dijo Chrystal con voz ronca por la cólera. Tenía en la mano la pistola de Fletcher—, Me apoderé de esto antes de venir y parece que...

Levantó la pistola hacia el tanque, apuntando, con el dedo en torno al gatillo. El corazón de Sam se heló.

—¡Eh! —gritó Murphy.

Chrystal se sobresaltó. Murphy le arrojó su balde. Chrystal disparó contra Murphy y erró. Damon lo atacó y Chrystal volvió la pistola hacia él. El dardo al rojo blanco perforó el hombro de Damon. Gene rodeó a Chrystal con sus brazos flacos, relinchando como un caballo. Sam y Murphy avanzaron, se apoderaron de la pistola y torcieron los brazos de Chrystal hacia atrás.

—Ahora está en dificultades, Chrystal —declaró Bevington—, aun cuando antes no hubiera estado.

—Ha asesinado a cientos y cientos de deca. En forma indirecta, asesinó a Cari Raight y a John Agostino. Tiene que responder de muchas cosas.

La tripulación de reemplazo había bajado del LG-19 a la balsa. Fletcher, Damon, Murphy y el resto de la tripulación relevada estaban sentados en el comedor, con seis meses de descanso delante de ellos.

El brazo izquierdo de Damon colgaba en cabestrillo; jugueteó con su taza de café, utilizando la mano derecha.

—No sé qué haré. No tengo planes. El hecho es que estoy en el aire.

Fletcher fue hasta la ventana y miró a través del océano escarlata oscuro.

—Yo me quedaré.

—¿Qué? —gritó Murphy—. ¿Te oí bien?

Fletcher volvió a la mesa.

—Yo mismo no puedo entenderlo.

Murphy movió la cabeza, con incomprensión total.

—No puedes decirlo en serio.

—Soy un ingeniero, un hombre de trabajo —explicó Sam—. No tengo hambre de poder o ningún deseo de cambiar el universo; pero parece que Damon y yo pusimos algo en movimiento, algo muy importante y quiero verlo seguir.

—¿Quieres decir, enseñar a los deca a comunicarse?

—Sí. Chrystal los atacó, los obligó a protegerse. Revolucionó sus vidas. Damon y yo revolucionamos la vida de este deca de un modo enteramente nuevo. Pero sólo hemos principiado. ¡Piensa en las posibilidades! Imagina una población de hombres en una tierra fértil... hombres como nosotros mismos, excepto que nunca aprendieron a hablar. Luego, alguien les proporciona el contacto con un nuevo universo... un estímulo intelectual como nada que hayan experimentado antes. ¡Piensa en sus reacciones, su nueva actitud hacia la vida! Los deca están en esa misma situación... excepto que nada más hemos empezado con ellos. Nadie puede saber lo que lograrán y, en cierto modo, quiero participar en eso. Aunque no fuera parte, no podría partir con el trabajo a medias.

—Creo que yo también me quedaré —dijo Damon repentinamente.

—Están locos de atar —observó Jones—. Mientras más pronto me vaya, mejor.

El LG-19 tenía tres semanas de haber partido; las operaciones se habían hecho rutinarias a bordo de la balsa. Un turno seguía a otro; los arcones comenzaron a llenarse con nuevos lingotes de precioso metal.

Fletcher y Damon trabajaron prolongadas horas con el decabraquio; y llegó el día del gran experimento.

El tanque fue llevado a la orilla del embarcadero.

Fletcher hizo una vez más las señales de su mensaje final: "Hombre enseñarte señales. Trae muchos decabraquios, hombre enseñar señales. Interrogación."

Los brazos se movieron como aprobación. Sam retrocedió; el tanque fue izado y arriado por la borda y después sumergido.

—El decabraquio emergió, flotó un momento cerca de la superficie oscura y se hundió en el agua oscura.

—Ahí va Prometeo —comentó Damon—, llevando el don de los dioses.

—Mejor llámalo el don de la palabra —rectificó Fletcher, sonriendo.

La forma pálida había desaparecido.

—Ganarán cincuenta por diez a que no regresa —les ofreció Caldur, el nuevo superintendente.

—No estoy apostando —respondió Fletcher—. Únicamente esperando.

—¿Qué harán si no vuelve?

Fletcher se encogió de hombros.

—Tal vez pescar otro y enseñarlo. Después de un tiempo, dará resultado.

Pasaron tres horas. Las brumas comenzaron a descender; la lluvia nubló el firmamento.

Damon, quien había estado atisbando por la borda, levantó la mirada.

—Veo un deca. Pero, ¿es el nuestro?

Un decabraquio salió a la superficie. Movió sus brazos: "Muchos... decabraquios. Enseñar... señales."

—Profesor Damon —dijo Fletcher—. Su primera clase.