—Un día de estos voy a tomarme unas vacaciones —dijo Spence Olham en la primera comida. Miró a su esposa—. Creo que me he ganado un descanso. Diez años es mucho tiempo.
—¿Y el Proyecto?
—La guerra puede ser ganada sin mí. Este grano de arena nuestro no está realmente en peligro —Olham se sentó frente a la mesa y encendió un cigarrillo—. Las máquinas de noticias alteran los comunicados para hacer ver que los alienígenas están ganándonos. ¿Sabes lo que me gustaría hacer en mis vacaciones? Me gustaría ir a hacer camping a aquellas montañas, fuera de la ciudad, donde fuimos la otra vez. ¿Recuerdas? Yo me caí en unas ortigas y tú casi pisas una culebra.
—¿El bosque de Sutton? —Mary comenzó a recoger los platos—. Ardió hace algunas semanas. Creí que ya lo sabías. Fue un fuego repentino.
Olham se balanceó.
—¿Y ni siquiera se preocuparon por hallar la causa? —hizo una mueca—. Ya nada le importa a nadie. En lo único que piensan es en la guerra —apretó las mandíbulas, mientras en su mente se formaba el cuadro completo: los alienígenas, la guerra, las naves aguja.
—¿Como podríamos pensar en otra cosa?
Olham asintió. Naturalmente, tenía razón. Las pequeñas naves oscuras salidas de Alfa Centauro habían dejado atrás a los cruceros terrestres con facilidad, como si fueran inofensivas tortugas. Habían sufrido golpes sin poder contestarlos durante todo el camino de regreso a la Tierra.
Hasta que al fin la burbuja protectora fue inventada por los laboratorios Westinghouse. La habían colocado sobre las principales ciudades terrestres, y finalmente alrededor de todo el planeta; la burbuja fue la primera defensa real, la primera respuesta adecuada a los alienígenas... que era como los habían llamado las máquinas de noticias.
Pero ganar la guerra era otra cosa. Cada laboratorio, cada proyecto, estaba trabajando noche y día, sin detenerse, para hallar algo más: un arma de ataque efectiva. Su propio proyecto, por ejemplo. Durante todo el día, año tras año.
Olham se puso en pie, apagando su cigarrillo.
—Es como la espada de Damocles. Siempre colgando sobre nosotros. Ya estoy cansado, lo único que deseo es tomarme un largo descanso. Pero me imagino que todo el mundo se siente así.
Sacó su chaqueta del armario y se dirigió al porche de entrada. En cualquier momento llegaría el vehículo que lo llevaría hasta el Proyecto.
—Espero que Nelson no se retrase —miró su reloj—. Son casi las siete.
—Ahí llega el vehículo —dijo Mary, mirando por entre las hileras de casas. El sol brillaba tras los tejados, reflejándose sobre las gruesas planchas de plomo. El pueblo estaba tranquilo, sólo se movían algunas personas—. Te veré luego. Trata de no hacer horas extras, Spence.
Olham abrió la puerta y se metió dentro, recostándose en el asiento con un suspiro. Había un hombre mayor con Nelson.
—¿Bien? —dijo Olham, mientras el vehículo salía disparado hacia adelante—. ¿Has oído alguna noticia interesante?
—Las habituales —dijo Nelson—. Algunas naves alienígenas alcanzadas, otro asteroide abandonado por razones estratégicas.
—Me alegraré cuando el Proyecto llegue a su fase final. Quizá sea la propaganda de las máquinas de noticias, pero en el último mes me he hartado de todo esto. Todo parece triste y serio, sin que la vida tenga color.
—¿Cree que esta guerra es en vano? —dijo repentinamente el viejo—. Usted mismo es parte integrante en ella.
—Te presento al Mayor Peters —dijo Nelson. Olham y Peters se estrecharon las manos. Olham se quedó estudiando al viejo.
—¿Cómo va usted tan temprano? —dijo—. No recuerdo haberlo visto antes por el Proyecto.
—No, no trabajo en el Proyecto —dijo Peters—. Pero sé algo de lo que ustedes están haciendo. Mi trabajo es bastante distinto.
Nelson y él cruzaron una mirada. Olham se dio cuenta de ello y frunció el entrecejo. El vehículo estaba ganando velocidad, centelleando a lo largo del terreno árido y yermo hacia el lejano conjunto de los edificios del Proyecto.
—¿Y cuál es su trabajo? —dijo Olham—. ¿O no se le permite hablar de él?
—Trabajo para el Gobierno —dijo Peters—. Con la Agencia de Seguridad.
—¿Eh? —Olham alzó una ceja—. ¿Hay alguna infiltración enemiga en esta región?
—De hecho, he venido aquí para verle a usted, señor Olham.
Olham se sentía asombrado. Consideró las palabras de Peters, pero no pudo obtener ningún significado de ellas.
—¿Para verme? ¿Por qué?
—He venido a arrestarle por espía alienígena. Por esto he venido tan temprano. Agárrelo, Nelson...
La pistola se clavó en las costillas de Olham. Las manos de Nelson estaban temblando, agitadas por la emoción desatada. Su rostro se veía pálido. Inspiró profundamente y soltó poco a poco el aire.
—¿Lo matamos ahora? —susurró a Peters—. Creo que deberíamos matarlo ahora. No podemos esperar.
Olham miró al rostro de su amigo. Abrió la boca para hablar, pero no surgieron palabras. Los dos hombres lo miraban fijamente, rígidos y hoscos por el miedo. Olham se sintió mareado. Su cabeza giraba y le dolía.
—No comprendo —murmuró.
En aquel momento, el vehículo abandonó el suelo y subió, dirigiéndose al espacio. Bajo ellos, el Proyecto quedó atrás, empequeñeciéndose, desapareciendo. Olham cerró la boca.
—Podemos esperar un poco —dijo Peters—. Quiero hacerle primero algunas preguntas.
Olham se quedó mirando a un punto indeterminado mientras el vehículo atravesaba el espacio.
—Llevamos a cabo el arresto sin complicaciones —dijo Peters ante la pantalla del vídeo, en el que se veía las facciones del Jefe de Seguridad—. Esto nos quita una carga de encima.
—¿No hubo problemas?
—Ninguno. Entró en el vehículo sin sospechar nada. No pareció pensar que mi presencia fuera algo desacostumbrado.
—¿Dónde están ustedes ahora?
—Camino del exterior, justo en el borde de la burbuja de protección. Estamos volando a la máxima velocidad. Puede considerar que el período crítico ya ha sido superado. Me alegra que los cohetes de despegue de este vehículo funcionasen perfectamente. Si hubiera habido algún fallo en ese momento...
—Déjeme verlo —dijo el Jefe de Seguridad. Miró a Olham, que estaba sentado con las manos en el regazo, con la vista perdida—. Así que éste es nuestro hombre —lo estudió largo rato. Olham no dijo nada. Al fin, el Jefe hizo una seña a Peters—. De acuerdo, ya basta —una ligera mueca de disgusto alteró sus facciones—. Ya he visto todo lo que quería ver. Ustedes dos han hecho algo que será recordado por largo tiempo. Están preparando una citación para ambos.
—No es necesario —dijo Peters.
—¿Cuál es el peligro en este momento? ¿Hay todavía posibilidades de que...?
—Hay alguna posibilidad, pero no muchas. Según lo que sabemos, necesita una frase clave verbal. En cualquier caso, tendremos que arriesgarnos.
—Notificaré a la base lunar su llegada.
—No —Peters negó con la cabeza—. Haré bajar la nave fuera de ella. No quiero ponerla en peligro.
—Como quiera —los ojos del Jefe chisporrotearon cuando miró de nuevo a Olham. Luego su imagen se desvaneció. La pantalla se apagó.
Olham miró a través de la ventanilla. El vehículo ya había atravesado la burbuja de protección, acelerando cada vez más. Peters tenía prisa. Bajo ellos, rugiendo a través del suelo, los cohetes estaban a máximo régimen. Tenían miedo, se apresuraban al máximo a causa de él.
Sentado junto a él, Nelson se agitó nervioso.
—Creo que tendríamos que hacerlo ahora —dijo—. Daría cualquier cosa por terminar de una vez.
—Tómeselo con calma —dijo Peters—, Quiero que conduzca la nave un rato mientras hablo con él.
Se colocó junto a Olham, mirándole a la cara. Luego alzó la mano y le palpó cuidadosamente, primero el brazo y luego la mejilla.
Olham no dijo nada. Si pudiera avisar a Mary, pensó. Si lograse encontrar la forma en que decírselo. Miró a su alrededor. ¿Cómo? ¿La pantalla visora? Nelson estaba sentado junto a los controles, con la pistola. No había nada que pudiera hacer. Estaba cogido, atrapado.
Pero, ¿por qué?
—Escuche —dijo Peters—, deseo hacerle algunas preguntas. Ya sabe dónde vamos. Nos dirigimos a la Luna; dentro de una hora aterrizaremos en el lado oculto, el deshabitado. Cuando aterricemos, lo pondremos inmediatamente en manos de un grupo de hombres que esperan allí. Destruirán su cuerpo inmediatamente. ¿Comprende? —miró su reloj—. Dentro de dos horas desparramaremos sus piezas por los cuatro puntos cardinales. No quedará nada de usted.
Olham combatió su letargia.
—¿No podrían decirme...?
—Seguro, se lo diré —Peters asintió—. Hace dos días recibimos un informe de que una nave alienígena había penetrado en la burbuja protectora. La nave desembarcó a un espía bajo la forma de un robot humanoide. El robot debía destruir a un ser humano en particular y tomar su lugar.
Peters miró con calma a Olham.
—Dentro del robot había una Bomba U. Nuestro agente no sabía como iba a ser detonada la bomba, pero imaginó que lo sería por una frase hablada específica, un cierto grupo de palabras. El robot asumiría la vida de la persona a la que matase, entrando en sus actividades usuales, en su trabajo, en su vida social. Había sido construido para asemejarse a aquella persona. Nadie notaría la diferencia.
El rostro de Olham se tornó yesoso.
—La persona a quien el robot tenía que suplantar era Spence Olham, un distinguido investigador de los proyectos de experimentación. Dado que este proyecto en especial se acercaba al estadio crítico, la presencia de una bomba animada, moviéndose por el centro del mismo...
Olham se miró las manos.
—¡Pero yo soy Olham!
—Una vez el robot hubiera localizado y matado a Olham, era muy simple sustituírle. Probablemente desembarcaron al robot de la nave hace ocho días. Probablemente se efectuó la sustitución el pasado fin de semana, cuando Olham salió a dar un corto paseo por las colinas.
—Pero yo soy Olham —se volvió hacia Nelson, sentado frente a los controles—. ¿No me reconoces? Somos amigos desde hace veinte años. ¿No recuerdas que fuimos juntos a la universidad? —se puso en pie—. Tú y yo fuimos compañeros de habitación en la residencia. —Caminó hacia Nelson.
—¡No se acerque a mí! —resopló Nelson.
—Escucha, ¿recuerdas el segundo curso? ¿Recuerdas aquella chica? ¿Cuál era su nombre...? —se frotó la frente—. La de pelo oscuro. La que encontramos en casa de Ted.
—¡Basta! —Nelson agitó frenéticamente la pistola—. No quiero oírlo más. ¡Usted lo mató! Usted... máquina.
Olham miró a Nelson.
—Te equivocas. No sé lo que sucedió, pero el robot no acabó conmigo. Algo debió salirle mal. Quizá la nave se estrellase —se volvió hacia Peters—. Soy Olham, lo sé. No hubo sustitución. Soy el mismo que he sido siempre.
Se palpó, pasándose las manos por todo el cuerpo.
—Debe haber alguna forma en que probarlo. Devuélvanme a la Tierra. Un examen con rayos X, un estudio neurológico, cualquier cosa que les parezca bien. O quizá sea mejor buscar la nave estrellada.
Ni Peters ni Nelson hablaron.
—Soy Olham —dijo de nuevo—. Lo sé. Pero no puedo probarlo.
—El robot —dijo Peters— no tendría por qué saber que no era el verdadero Spence Olham. Se convertiría en Spence Olham, en cuerpo y alma. Se le habrá provisto de una memoria artificial, de un falso sistema de recuerdos. Se le parecería, tendría sus recuerdos, sus pensamientos e intereses, llevaría a cabo su trabajo. Pero habría una diferencia: dentro del robot hay una Bomba U, dispuesta a estallar al oír la frase clave —se apartó un poco—. Esta es la verdadera diferencia. Es por eso por lo que lo estamos llevando a la Luna. Allí lo desmontarán y sacarán la bomba. Tal vez estalle, pero no importará. Allí no.
Olham se sentó lentamente.
—Pronto estaremos allí —dijo Nelson.
Se recostó, pensando frenéticamente, mientras la nave caía lentamente. Bajo ellos se encontraba la picada superficie de la Luna, aquella extensión de ruinas sin límites. ¿Qué podía hacer? ¿Qué cosa lo salvaría?
—Prepárense —dijo Peters.
Dentro de algunos minutos estaría muerto. Allá abajo podía ver un puntito, un edificio de algún tipo. En él, había un grupo de hombres, el equipo de demoliciones, esperándolo para hacerlo pedazos. Lo descuartizarían, le arrancarían los brazos y las piernas, lo harían migas. Cuando no encontrasen ninguna bomba se sorprenderían; entonces sabrían a qué atenerse, pero sería demasiado tarde.
Olham estudió la pequeña carlinga. Nelson estaba aún apuntándole con el arma. No había posibilidad alguna por ese lado. Si pudiera ver a un doctor, hacer que lo examinasen... ése era el único camino. Mary podía ayudarle. Pensó frenéticamente, con la mente a toda velocidad. Tan sólo le quedaban unos minutos. Si pudiera entrar en contacto con ella, hacérselo saber de alguna manera.
—Tranquilo —le dijo Peters. La nave descendió lentamente, rebotando sobre el irregular terreno. Todo quedó en silencio.
—Escuchen —dijo Olham con voz pastosa—, puedo probar que soy Spence Olham. Llamen a un doctor. Tráiganlo aquí.
—Ahí está el equipo —dijo Nelson—. Ya vienen —miró nervioso a Olham—. Espero que no suceda nada.
—Nos habremos ido antes de que empiecen a trabajar —dijo Peters—. Saldremos de aquí dentro de un momento —se puso su traje de presión y, cuando hubo terminado, tomó la pistola de Nelson—. Lo vigilaré un momento.
Nelson se puso su traje de presión, apresurándose desmañadamente.
—¿Qué hacemos con él? —indicó a Olham—. ¿Necesita traje?
—No —Peters negó con la cabeza—. Los robots no necesitan oxígeno.
El grupo de hombres estaban ya casi junto a la nave. Se detuvieron, esperando. Peters les hizo una señal.
— ¡Vengan! —hizo un gesto con la mano, y los hombres se aproximaron cautamente, figuras grotescas y rígidas en sus hinchados trajes.
—Si abren la puerta —dijo Olham—, será mi muerte. Me habrán asesinado.
—Abra la puerta —dijo Nelson. Extendió la mano hacia la manecilla.
Olham lo contempló. Vio como la mano del hombre aferraba la barra metálica. Dentro de un momento, la puerta se abriría, y el aire de la nave saldría afuera. Moriría, y entonces se darían cuenta de su error. Quizá en otro tiempo, si no hubiera guerra, los hombres actuarían de otra manera, no llevando a una persona a la muerte porque tenían miedo. Todo el mundo tenía miedo, todo el mundo estaba dispuesto a sacrificar al individuo al miedo colectivo.
Lo iban a matar porque no podían esperar a asegurarse de su culpa. No había bastante tiempo.
Miró a Nelson. Nelson había sido su amigo durante años. Habían ido juntos a la universidad. Había sido el padrino de su boda. Y ahora le iba a matar. Pero Nelson no era un malvado; no era culpa suya. Eran los tiempos. Quizá hubiera sido así durante las plagas. Cuando a un hombre le hubiera aparecido una mancha, posiblemente también lo hubieran matado, sin una duda, sin pruebas, basándose únicamente en sospechas. En momentos de peligro no hay otro camino.
No les echaba la culpa, pero tenía que vivir. Su vida era demasiado preciosa como para ser sacrificada. Olham pensó rápidamente. ¿Qué podía hacer? ¿Había algo a hacer? Miró a su alrededor.
—Vamos ya —dijo Nelson.
—Tienes razón —dijo Olham. El sonido de su propia voz le sorprendió. Tenía la fuerza de la desesperación—. No tengo necesidad de aire. Abre la puerta.
Hicieron una pausa, contemplándole con curiosidad y alarma.
—Adelante. Ábrela. No importa —la mano de Olham desapareció en el interior de su chaqueta—. Me pregunto lo lejos que podrán correr.
—¿Correr?
—Tienen quince segundos de vida —en el interior de su chaqueta, sus dedos se contorsionaron, y su brazo quedó repentinamente rígido. Se relajó, sonriendo débilmente—. Estaban equivocados acerca de la frase clave. En eso estaban equivocados. Les quedan ahora catorce segundos.
Dos rostros anonadados lo contemplaron desde el interior de los trajes de presión. Luego estuvieron corriendo, peleándose, abriendo la puerta de un empellón. El aire silbó, escapándose al vacío. Peter y Nelson saltaron fuera de la nave. Olham fue tras ellos, aferró la puerta y la cerró. El sistema automático de presión bombeó furiosamente, restaurando el aire. Olham dejó de aguantar la respiración con un estremecimiento.
Un segundo más...
A través de la ventana, vio como los dos hombres se habían unido al grupo. Este se dispersó, corriendo en todas direcciones. Uno a uno, se tiraron al suelo, aplastándose contra el polvo. Olham se sentó frente a los controles. Movió las palancas. Mientras la nave se alzaba, los hombres de abajo se pusieron en pie y miraron hacia arriba, con las bocas abiertas de asombro.
—Lo siento —murmuró Olham—. Pero tengo que regresar a la Tierra.
Llevó la nave por el camino por el que había venido. Era de noche. Alrededor de la nave chirriaban los grillos, alterando el silencio de la fría oscuridad. Olham se inclinó sobre la pantalla visora. Gradualmente, la imagen se formó: había logrado la conexión sin problemas. Suspiró tranquilizado.
—Mary —dijo. La mujer se le quedó mirando. Abrió la boca.
—¡Spence! ¿Dónde estás? ¿Qué ha sucedido?
—No puedo explicártelo. Escucha, tengo que hablar rápidamente. Quizá corten la llamada en cualquier momento. Vete al Proyecto y busca al doctor Chamberlain. Si no está allí, busca a cualquier doctor. Llévalo a casa y haz que se quede allí. Que lleve equipo: rayos X, fluoroscopio, todo.
—Pero...
—Haz lo que te digo. Rápido. Que esté dispuesto dentro de una hora. —Olham se inclinó hacia la pantalla—. ¿Todo va bien? ¿Estás sola?
—¿Sola?
—¿Hay alguien contigo? ¿Ha... ha entrado en contacto contigo Nelson o alguien?
—No. Spence, no te entiendo.
—De acuerdo. Te veré en casa dentro de una hora. Y no le digas nada a nadie. Haz que Chamberlain vaya allí con cualquier pretexto. Dile que estás muy enferma.
Cortó la conexión y miró su reloj. Un momento más tarde abandonó la nave, introduciéndose en la oscuridad. Tenía que recorrer un kilómetro.
Comenzó a caminar.
Se veía una luz en la ventana, la del estudio. La contempló, arrodillado junto a la verja. No se veía ningún movimiento ni se oía nada. Alzó su reloj y lo leyó a la luz de las estrellas. Había pasado casi una hora.
Un vehículo pasó disparado por la calle. No se detuvo.
Olham miró hacia la casa. El doctor debía haber llegado ya. Debía estar en el interior, esperando con Mary. Se le ocurrió una idea: ¿habría podido salir de casa? Quizá la hubieran interceptado. Quizá se fuera a meter en una trampa.
Pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Con el informe de un médico, con fotografías y análisis, había una posibilidad, una posibilidad de probar lo que decía. Si pudiera ser examinado, si pudiera permanecer con vida el tiempo bastante como para que lo estudiase...
Lo podría probar de esa manera. Seguramente era la única manera. Su sola esperanza estaba en el interior de la casa. El doctor Chamberlain era un hombre respetable. Era el director médico del Proyecto. Él sabría qué hacer. Su palabra en aquel asunto tendría valor. Podría frenar su histeria, su locura, con hechos.
Locura; eso es lo que era. Si tan sólo pudieran esperar, actuar lentamente, emplear el tiempo necesario. Pero no podían esperar. Tenía que morir. Morir de inmediato, sin pruebas, sin ningún tipo de juicio o examen. Y la prueba más simple lo aclararía todo. Pero no tenían tiempo ni para la prueba más simple. Sólo podían pensar en el peligro. En el peligro, y nada más.
Se puso en pie, y caminó hacia la casa. Llegó al porche. Al llegar a la puerta hizo una pausa, escuchando. Seguía sin oírse nada. La casa estaba totalmente en silencio.
Demasiado en silencio.
Olham se quedó en el porche, inmóvil. Estaban tratando de no hacer ruido en el interior. ¿Por qué? Aquella era una casa pequeña, Mary y el doctor Chamberlain debían hallarse a sólo unos metros de distancia detrás de la puerta. Y, sin embargo, no podía oír nada, ni sonido de voces ni nada. Miró la puerta. Era una puerta que había abierto y cerrado un millar de veces, cada mañana y cada noche.
Puso la mano en la manija. Entonces, de repente, cambió de idea y pulsó el botón. Sonó el timbre, en algún lugar de la parte trasera de la casa. Olham sonrió. Podía oír movimiento.
Mary abrió la puerta. Lo supo en cuanto le vio la cara.
Corrió, zambulléndose entre los matorrales. Un agente de Seguridad apartó a Mary de un empujón, disparando tras él. Los arbustos saltaron hechos trizas. Olham corrió rodeando la esquina de la casa. Saltó y corrió, escapando frenéticamente en la oscuridad. Se encendió un reflector, y un haz de luz lo buscó.
Atravesó el camino y saltó una valla. Corrió a través de un patio trasero. Tras él llegaban hombres. Agentes de Seguridad, gritándose los unos a los otros mientras corrían. Olham jadeó, con su pecho agitándose a sacudidas.
Su rostro... lo había sabido de inmediato. Los labios apretados, los ojos aterrorizados y desorbitados. ¡Si hubiese seguido adelante, abierto la puerta y entrado! Debían haber interceptado la llamada y acudido en cuanto la había cortado. Probablemente ella creía lo que le habían dicho. No tenía duda de que ella también le creía un robot.
Corrió y corrió. Estaba dejando atrás a los agentes, perdiéndolos. Aparentemente no eran buenos corredores. Subió a una colina y descendió por la otra ladera. En un momento regresaría a la nave. Pero, ¿adonde ir esta vez? Frenó su carrera, deteniéndose. Ya podía ver la nave, recortada contra el cielo, allá donde la había dejado. El pueblo estaba tras él; se hallaba en los bordes del terreno silvestre situado entre los lugares habitados, allá donde comenzaban los bosques y la desolación. Cruzó un campo yermo y entró en la espesura.
Mientras llegaba hacia ella, se abrió la puerta de la nave.
Peters salió, enmarcado en la luz. En sus brazos llevaba un pesado rifle boris. Olham se detuvo, rígido. Peters miró a su alrededor, en la oscuridad de la noche.
—Sé que está ahí, en algún sitio —dijo—. Venga acá, Olham. Hay agentes de seguridad rodeándole.
Olham no se movió.
—Escúcheme. Lo atraparemos en seguida. Aparentemente, sigue sin creer que es el robot. Su llamada a la mujer indica que aún está bajo los efectos de la ilusión creada por sus recuerdos artificiales. Pero usted es el robot. Es el robot, y en su interior está la bomba. En cualquier momento la frase clave puede ser dicha por usted, por otro, por cualquiera. Cuando esto suceda, la bomba destruirá todo en un radio de muchos kilómetros. El Proyecto, la mujer, todos nosotros moriremos. ¿Comprende?
Olham no dijo nada, estaba escuchando. Había hombres que se movían hacia él, deslizándose por entre la espesura de los árboles.
—Si no sale, le iremos a buscar. Sólo es cuestión de tiempo. Ya no pensamos llevarlo a la Luna. Lo destruiremos en cuanto lo veamos, y tendremos que correr el riesgo de que la bomba detone. He hecho venir a todo agente de Seguridad disponible a esta área. Toda la zona está siendo batida palmo a palmo. No hay lugar en que pueda esconderse. Alrededor de este bosque hay un cordón de hombres armados. Tiene unas seis horas antes de que investiguemos el último metro.
Olham se apartó. Peters siguió hablando; no sabía dónde estaba. La noche era demasiado oscura para poder ver a alguien. Pero Peters tenía razón. No había sitio donde esconderse. Estaba más allá del pueblo, en los bordes del bosque. Podía esconderse por algún tiempo, pero finalmente lo atraparían.
Sólo era cuestión de tiempo.
Olham se deslizó silenciosamente a través del bosque. Kilómetro a kilómetro, estaba siendo medida, desnudada, investigada, estudiada y examinada cada parte de la zona. El cordón se iba cerrando por momentos, encerrándolo en un espacio que se reducía poco a poco.
¿Quedaba alguna solución? Había perdido la nave, su única esperanza de fuga. Estaban en su casa; y su mujer estaba con ellos, creyendo, sin duda, que el verdadero Olham había sido asesinado. Apretó los puños. En algún sitio debía haber una nave aguja alienígena, y en su interior los restos del robot. La nave tenía que haberse estrellado por allí cerca, estrellado y destrozado.
Y el robot estaba en su interior, también destrozado.
Una débil esperanza comenzó a sonreírle. ¿Y si pudiera hallar los restos? ¿Y si pudiera mostrarles el lugar del accidente, los restos de la nave, el robot...?
Pero ¿dónde? ¿Dónde lo iba a hallar?
Caminó, perdido en sus pensamientos. En algún lugar, probablemente no muy lejano. La nave debía haber aterrizado cerca del Proyecto; el robot debía haber esperado hacer el resto del trayecto a pie. Subió por la ladera de una colina y miró a su alrededor. Estrellado e incendiado. ¿Había alguna clave, alguna pista? ¿Había leído algo, escuchado algo? Algún sitio cercano, a la distancia de un paseo. Algún sitio agreste, un lugar remoto en el que no hubiera gente.
Repentinamente, Olham sonrió. Estrellado e incendiado...
El bosque Sutton.
Caminó más deprisa.
Era de mañana. La luz del sol se filtraba por entre los árboles desgajados, hasta el hombre agazapado al borde del claro. Olham miraba hacia arriba de vez en cuando, escuchando. No estaba muy lejos, tan sólo a algunos minutos de distancia. Sonrió.
Bajó él, desparramados por el claro, y entre los quemados muñones de lo que había sido el bosque Sutton, se encontraba una retorcida masa de restos. Brillaban oscuros a la luz del sol. No había tenido muchos problemas para hallarlos. El bosque Sutton era un lugar que conocía bien; lo había recorrido muchas veces en su vida, cuando era más joven. Había sabido donde iba a encontrar los restos, pues un pico surgía repentinamente, inesperadamente.
Una nave en descenso, no familiarizada con el bosque, tenía pocas oportunidades de evitarlo. Y ahora se hallaba agazapado allí, mirando a la nave o a lo que quedaba de ella.
Se puso en pie. Los podía oír tan solo a corta distancia, acercándose, hablando en voz baja. Se puso en tensión. Todo dependía de quien fuera el primero en divisarle. Si era Nelson, no tenía posibilidad alguna. Nelson dispararía de inmediato. Estaría muerto antes de que vieran la nave. Pero si tenía tiempo para avisarles, para entretenerlos un momento... Eso era todo lo que necesitaba. Una vez vieran la nave, estaría a salvo.
Pero, si disparaban primero...
Crujió una rama quemada, apareció una figura, adelantándose con aire incierto. Olham inspiró profundamente. Tan sólo quedaban algunos segundos, quizá los últimos de su vida. Alzó los brazos, mirando fijamente.
Era Peters.
—¡Peters! —Olham agitó los brazos. Peter levantó el arma, apuntando—. ¡No dispare! —su voz temblaba—. Espere un momento. Mire más allá, detrás del claro.
—¡Lo he encontrado! —gritó Peters. De los árboles quemados de su alrededor surgieron agentes de Seguridad.
—¡No disparen! ¡Miren más allá! ¡La nave, la nave aguja! ¡La nave alienígena! ¡Miren!
Peters dudó. Su arma se movió, inquieta.
—Está ahí abajo —dijo rápidamente Olham—. Sabía que la encontraría aquí. Por el bosque que se había quemado. Ahora tendrán que creerme. Encontrarán los restos del robot en la nave. ¿Me harán el favor de mirar?
—Hay algo ahí abajo —dijo nerviosamente uno de los hombres.
—¡Disparen contra él! —dijo una voz. Era Nelson.
—Esperen —Peters se giró rápidamente—. Yo estoy al mando. Que nadie dispare. Quizá esté diciendo la verdad.
—Disparen contra él —dijo Nelson—. Mató a Olham. Puede matarnos a todos. Si la bomba estalla...
—Cállese —Peters avanzó hacia la ladera. Miró hacia abajo—. Miren eso —hizo una seña a dos hombres para que se acercaran—. Bajen para ver qué es.
Los hombres corrieron ladera abajo, atravesando el claro. Se inclinaron, buscando por entre los restos de la nave.
—¡Y bien? —gritó Peters.
Olham contuvo la respiración. Sonreía débilmente. Debía estar allí; no había tenido tiempo de mirar por sí mismo, pero debía estar allí. De pronto, una duda lo asaltó. ¿Y si el robot hubiera vivido lo bastante como para alejarse? ¿Y si su cuerpo hubiera sido totalmente destruido, convertido en cenizas por el fuego?
Se mojó los labios. Tenía la frente llena de sudor. Nelson lo estaba mirando, con el rostro aún lívido. Su pecho se alzaba y bajaba desmesuradamente.
—Mátenlo —dijo Nelson— antes de que nos mate a todos.
Los dos hombres se pusieron en pie.
—¿Qué es lo que han encontrado? —preguntó Peters. Tenía el arma preparada—. ¿Hay algo ahí?
—Parece que sí. Desde luego, es una nave aguja. Y hay algo en el suelo junto a ella.
—Iré a ver —Peters pasó junto a Olham, que lo contempló descender la colina y llegar hasta los hombres. Los otros estaban tras él, empinándose para ver mejor.
—Es un cadáver de algún tipo —dijo Peters—. Mírenlo.
Olham bajó con ellos. Se quedaron en círculo, contemplándolo.
En el suelo, doblado y retorcido de una extraña manera, se veía una forma grotesca. Parecía humano, quizá. Solo que estaba doblado de forma rara, con los brazos y piernas extendidos en todas direcciones. La boca estaba abierta, los ojos miraban vidriosos.
—Como una máquina a la que se le ha acabado la cuerda —murmuró Peters.
Olham sonrió débilmente.
—¿Y bien? —preguntó.
Peters lo miró.
—No puedo creerlo. Estaba diciéndonos la verdad todo el tiempo.
—El robot nunca llegó hasta mí —dijo Olham. Sacó un cigarrillo y lo encendió—. Fue destruido cuando la nave se estrelló, y ustedes estaban demasiado preocupados con la guerra como para pensar en por qué había ardido un bosque repentinamente. Ahora ya lo saben.
Se quedó fumando, contemplando a los hombres. Estaban arrastrando los grotescos restos fuera de la nave. El cuerpo estaba rígido, los brazos y piernas como postes.
—Ahora encontrarán la bomba —dijo Olham. Los hombres dejaron el cuerpo en el suelo. Peters se inclinó sobre él.
—Creo que veo un extremo de ella —extendió el brazo, tocando el cuerpo.
El pecho del cadáver estaba abierto. En el interior del orificio brillaba algo, algo metálico. Los hombres miraron el metal sin decir palabra.
—Esto nos habría destruido a todos, si hubiera seguido con vida —dijo Peters—. Esa cosa metálica de ahí adentro.
Hubo un silencio.
—Creo que le debemos una disculpa —dijo Peters a Olham—. Esto debe de haber sido una verdadera pesadilla para usted. Si no se hubiera escapado, lo hubiéramos... —no terminó la frase.
Olham apagó su cigarrillo.
—Yo sabía, naturalmente, que el robot no había llegado hasta mí, pero no tenía forma de probarlo. A veces, no es posible probar una cosa inmediatamente. Este era el problema. No había forma en que pudiese demostrar palpablemente que yo era yo.
—¿Qué le parecerían unas vacaciones? —preguntó Peters—. Creo que podremos conseguirle un mes. Se podría tomar las con calma, relajarse.
—En este momento creo que lo que deseo es volver a casa —dijo Olham.
—De acuerdo —le contestó Peters—. Lo que usted quiera.
Nelson se había puesto de cuclillas junto al cadáver. Extendió la mano hacia el brillo metálico visible en el interior del pecho.
—No lo toques —le dijo Olham—. Aún podría estallar. Será mejor que dejemos que el equipo de demoliciones se haga cargo de ello.
Nelson no dijo nada. Repentinamente, asió el metal, metiendo la mano dentro del pecho. Tiró de él.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —gritó Olham.
Nelson se puso en pie. Estaba sosteniendo el objeto metálico. Tenía el rostro contorsionado por el terror. Era un cuchillo metálico, un cuchillo-aguja alienígena, cubierto de sangre.
—Esto fue lo que lo mató —susurró Nelson—. Mi amigo fue asesinado con esto —miró a Olham—. Lo mató con esto, y lo dejó junto a la nave.
Olham estaba temblando. Sus dientes castañeteaban. Miró el cuchillo y luego el cadáver.
—No puede ser Olham —dijo. Le giraba la mente, todo daba vueltas—. ¿Estaba equivocado?
Abrió la boca.
—Pero si ése es Olham, entonces yo debo ser...
No completó la oración, solo la primera frase. La explosión fue visible desde Alfa Centauro.