VI
Caminaron a través de las extrañas calles. Casi todos los que estaban en ellas parecían hallarse ocupados en prácticas religiosas. Alrededor de ellos flotaba el hedor de los muertos quemados. Había una abundancia universal de talismanes, amuletos de la suerte y objetos funerarios.
Hablando en voz baja, Casher dijo a D’alma:
—Nunca supe que hubiera algo así en este planeta civilizado.
—Obviamente —replicó ella— debe haber bastante gente que cree y se preocupa acerca de la muerte. Hay muchos que no conocen este lugar; si no, habría aquí una multitud. Ésta es la gente que tiene una esperanza equivocada y que no va a ningún sitio, que encuentra su cumplimiento final en esta tierra y bajo las estrellas. Éstos son los que están tan seguros de estar en lo cierto que nunca lo están. Debemos pasar rápidamente a través de ellos, Casher, a menos que nosotros empecemos a creer lo mismo.
Nadie les impidió su camino en las calles, aunque algunos se detuvieron al ver que un soldado, aunque fuera médico, en uniforme, tenía la audacia de ir hasta allí.
Aún se sorprendieron más de que una vieja asistenta de hospital, que parecía ser un perro de otro planeta, caminara junto a él.
—Ahora cruzaremos el puente, Casher, y este puente es la cosa más terrible que nunca he visto; porque ahora vamos a llegar a los Jwindz, y los Jwindz se oponen a ti y a mí y todo lo que representas.
—¿Quiénes son los Jwindz? —dijo Casher.
—Los Jwindz son los perfectos. Ellos son perfectos en esta tierra. Pronto los verás.