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Banca
¿Qué significa salvar la banca? ¿Por qué no pueden quebrar los bancos como las demás empresas?
Algunos bancos y cajas de ahorro sí han quebrado, han desaparecido o se han fusionado con otras entidades. Además, no solo la banca ha sido salvada; también ha sucedido lo mismo con otras empresas o sectores que tienen peso suficiente como para presionar a las autoridades, como ha sucedido con las empresas de automóviles y algunas aseguradoras en Estados Unidos durante esta última crisis (allí el dinero se ha devuelto tras salir del bache, es el caso de los grandes del automóvil y la banca, aunque han desaparecido decenas de bancos medianos). Pero, en general, la banca es un sector que goza de privilegios: obtiene beneficios cuando las cosas van bien y es rescatada con dinero de los ciudadanos cuando las cosas van mal. ¿Por qué? Porque desde hace mucho tiempo, pero en particular desde hace un siglo, los Estados decidieron apropiarse de la moneda y entregarle a un solo banco la capacidad de organizarla a cambio de quedarse con los beneficios y de actuar como prestamista de los Gobiernos. Ese banco es el banco central, que existe en todos los países y a veces es un banco plurinacional, como el Banco Central Europeo. Como la moneda es ahora fiduciaria, es decir, no está respaldada en última instancia más que por la fe, la confianza de los ciudadanos en la solidez de los activos de la banca y en su capacidad de cuidar del dinero ajeno, ningún banco podría atraer los depósitos de la gente si no ofreciera garantías, y eso es lo que ofrece el banco central: asegura los depósitos y facilita mucho la vida de los bancos, que reciben el dinero de unos ciudadanos que no tienen que preocuparse demasiado. A cambio de esta seguridad para los ciudadanos, las autoridades utilizan el dinero público para rescatar a la banca cuando vienen mal dadas. Se dice a menudo que es el único sistema posible, y que si no hubiera bancos centrales entonces la caída de un banco arrastraría a todos los demás, y al final no habría bancos, ni crédito, ni dinero, y volveríamos al trueque, empobreciéndonos masivamente. No lo sabemos, aunque sí conocemos dos cosas: una es que hubo en el pasado sistemas monetarios y bancarios diferentes al actual; y la otra es que ninguna crisis ha puesto en cuestión este sistema durante el último siglo, de hecho la profunda crisis de estos últimos años ha dado lugar a más controles y más poder de la banca central y los organismos reguladores, de modo que todo indica que en la próxima crisis también los ciudadanos acabaremos rescatando a la banca.
¿La vuelta al patrón oro traería más estabilidad financiera?
No está claro. El patrón oro es un sistema de reglas fijas que prohíbe a las autoridades emitir mucho dinero y, por tanto, reducir su valor mediante la inflación. Bajo el patrón oro la cantidad de dinero que circula en una economía no depende de la voluntad de un político, o de un banquero central, sino de la cantidad de reservas de oro existentes en el sistema financiero. Esa restricción sí podemos pensar que traería una mayor estabilidad. Ahora bien, las cosas son más complicadas de lo que parecen, porque el patrón oro ya existió. Los patrones metálicos tuvieron su auge durante el siglo XIX, y muchos países, España entre ellos, regularon su moneda según el patrón oro, patrón plata, o alguna combinación de ambos. Y, sin embargo, las crisis financieras no desaparecieron. Por lo tanto, no es evidente que el patrón oro en solitario sea una garantía de estabilidad, una estabilidad que requeriría además algunas reglas para el funcionamiento de la banca, en especial en lo tocante a los depósitos y los créditos que la banca puede conceder a partir de los depósitos que recibe. Pero como eso es algo que en nuestro tiempo regulan los bancos centrales, se podría decir que el patrón oro es innecesario si los banqueros centrales hacen las cosas bien. Esto último es materia de mucho debate, porque está lejos de ser evidente. En un aspecto, sin embargo, la cuestión está clara: como el patrón oro limita las posibilidades de una expansión de la cantidad de dinero, tenderá a producir una inflación reducida. El siglo XX dio abundantes testimonios de grandes explosiones inflacionarias orquestadas por los bancos centrales. Esto no ocurrió así en el siglo XIX. Y el propio Keynes, el gran enemigo del patrón oro, en el mismo libro donde, como veremos, lo condenó por ser «una reliquia bárbara», tuvo que reconocer que en los 100 años que transcurrieron desde el fin de las Guerras Napoleónicas en 1815 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, los precios ¡prácticamente no habían subido!
¿Qué riesgos existen en España de sufrir un corralito como el que padeció Argentina?
En Argentina a finales de 2001 sucedieron cuatro cosas: una fue el corralito, es decir, se prohibió a los ciudadanos que sacaran el dinero que tenían en sus cuentas bancarias; la segunda fue la inflación, contra la cual los ciudadanos que tenían sus depósitos bloqueados no pudieron defenderse; la tercera fue la devaluación, porque quienes tenían depósitos en dólares los pudieron retirar no solo más tarde sino a un tercio del valor que habían depositado; y la cuarta fue el impago, o default, es decir, el Estado decidió no pagar la deuda pública. Las autoridades, así, perpetraron un cuádruple ataque contra sus súbditos y también contra los ciudadanos extranjeros que habían invertido sus ahorros en deuda pública argentina. El resultado fue una terrible recesión en el año 2002, cuando el PIB cayó más de un 10%, algo extraordinario que está asociado a las peores catástrofes, que, al contrario de lo que se piensa, no son provocadas por la naturaleza sino por los gobernantes, como las guerras. No parece que esas cuatro tragedias puedan darse a la vez en España, y menos aún con la gravedad que registraron en Argentina. Sin embargo, no cabe descartar dos agresiones de las autoridades contra sus súbditos: la inflación y los impuestos, o más bien cabría decir la inflación y los otros impuestos, porque la inflación también es un impuesto.
¿Por qué el Banco Central Europeo afirma que no presta dinero a los países? ¿Por qué presta entonces dinero a la banca que es señalada como una de las responsables de la crisis actual?
Aunque la relación de los bancos centrales con el poder político es, como hemos visto, muy cercana, en tiempos recientes se ha generalizado la idea de que es mejor que esos bancos sean cada vez más independientes de los Gobiernos, para que gocen de una mayor credibilidad. Es obvio que esa credibilidad disminuye si los bancos centrales se dedican a hacer lo que han hecho toda la vida, es decir, sacarle las castañas del fuego a los Estados, financiándolos con emisión de dinero o facilitando la colocación de su deuda. De ahí que el Banco Central Europeo no pueda prestar dinero de manera oficial a los países miembros de la eurozona. Lo que sucede es que al final ha terminado haciéndolo extraoficialmente, a través de los bancos. La banca privada, por cierto, ha sido una de las responsables de la crisis, pero no la principal, porque el sistema bancario está muy regulado por una autoridad pública, precisamente, los bancos centrales.
Los bancos compran deuda al 4% con el dinero que el Banco Central Europeo les ha prestado al 1%. ¿No era ese dinero para que fluyera el crédito a empresas y particulares?
Recordemos que la consigna de que fluya el crédito no es una receta mágica contra la crisis, como hemos visto. Pero ¿es cierto que ahora los bancos prestan menos que antes? La respuesta, por asombroso que parezca, es: depende. Porque si estamos hablando del sector privado, entonces es evidente que el crédito se ha derrumbado. Pero en cambio en el caso del sector público ha sucedido lo contrario, tanto que ahora el miedo que existe es que vayamos a pasar de una burbuja de deuda privada a otra burbuja esta vez de deuda pública. La inversión en esta deuda es rentable para los bancos, es una buena oportunidad dada la caída en la demanda de crédito de empresas y particulares derivada de la crisis, y es segura mientras los Estados paguen sus deudas. De ahí el miedo que se extiende cuando se sospecha que pueden no hacerlo.
¿Qué es la tasa Tobin sobre la banca?
La tasa Tobin sobre la banca no es una tasa, ni es de Tobin, ni es sobre la banca. No es una tasa porque las tasas se refieren a una prestación de un servicio público en concreto o a la realización de una actividad o a un gasto o destino específico. Por ejemplo, el llamado céntimo sanitario se parece a una tasa: es una suma, que puede ser en realidad de varios céntimos, que el consumidor debe pagar por cada litro de combustible y que se supone que se destina a financiar la sanidad. En la práctica, por supuesto, la Administración recauda y hace de su capa un sayo, pero el nombre de sanitario permite endulzar el tributo; el nuevo tramo impositivo autonómico en el Impuesto sobre Hidrocarburos que posiblemente lo remplazará ya no es una tasa porque su recaudación no tiene un destino específico.
La llamada tasa Tobin no es una tasa porque se trata de un impuesto sobre el flujo de capitales o sobre los ingresos o beneficios de la banca. No tiene ningún destino en particular ni responde a ninguna contraprestación. Además, no es de Tobin, porque el propio James Tobin, el premio Nobel de Economía al que se le ocurrió la idea, la concibió para frenar los movimientos especulativos de capitales a corto plazo, o sea, nada que ver con lo que se llama tasa Tobin. Y para finalizar no es sobre la banca, porque si se aplicara la banca la trasladaría a los usuarios de los servicios financieros en forma de encarecimiento de créditos o abaratamiento en la remuneración de los depósitos. Curiosamente, la tasa Tobin, que hace unos años era una propuesta limitada a los radicales de izquierdas para luchar contra la pobreza, ahora es compartida por políticos de todos los partidos, incluidos los de la derecha, como Sarkozy o Rajoy. ¿Por qué tiene tanto respaldo político una medida que no pagarán los banqueros sino millones de modestos ciudadanos? Por dos razones: la primera es que la suma en la que esos ciudadanos se verán empobrecidos es pequeña y, por tanto, no la percibirán, igual que no perciben el céntimo sanitario u otros gravámenes de tipo indirecto; la segunda es que la crisis económica ha reavivado el antiguo odio a los banqueros (¡aunque no a los banqueros centrales!), y los políticos, siempre dispuestos a empuñar banderas que creen que cuentan con respaldo popular, se han apuntado a la idea de que la banca pague por la crisis o devuelva el dinero de los rescates, y así venden la idea de que la mal llamada tasa Tobin sobre la banca la pagarán los ricos banqueros y no la mayoría del pueblo.
¿Cuántos miles de millones de euros tendrían que pagar los bancos a Hacienda?
Los bancos son empresas, y están obligados a pagar, entre otros, el Impuesto de Sociedades, como todas las empresas. Se podría argumentar que ese impuesto es injusto porque no hay en realidad sociedades sino personas, es decir, todo lo que pagan los bancos y las demás empresas en concepto de Impuesto de Sociedades lo acaban pagando personas físicas concretas, o acaba repercutiendo de una u otra forma sobre ellas. De tal manera que lo que los bancos tendrían que abonar a Hacienda es lo que ya pagan. Y ante planteamientos, como acabamos de ver con la tasa Tobin, que sostienen que hay que gravar al sector financiero con un impuesto adicional, conviene reflexionar sobre quién va a pagar en realidad esos impuestos, que pueden ser, por ejemplo, los trabajadores.
Otra cosa muy distinta es si la banca es un sector privilegiado o no. Y lo es, sin duda ya que cualquiera de nosotros puede crear un pequeño negocio con más o menos dificultad, pero casi nadie puede montar un banco, porque la banca es una actividad muy controlada y regulada por el Estado, en la forma de una institución pública y monopólica que se llama banco central. Este sistema de intervención pública sí que concede grandes privilegios a la banca, desde la capacidad de creación de dinero multiplicando el que reciben en depósito, hasta la posibilidad de ser rescatados con dinero de los ciudadanos cuando hay una crisis. Alguien podrá decir: bueno, si tienen más privilegios que los demás ¡que paguen más impuestos! Pero también alguien podrá preguntarse: ¿y si en lugar de subirles los impuestos no les quitamos esos privilegios?