II
NO hacía viento en Boise y el sudor corría por el rostro de Paul cuando se dejó caer dentro de la sombra de la carreta y comenzó a desenvolver el almuerzo que Gerda había preparado. Justin rebuscó por entre unos pocos montones más de escombro y se le unió. Con una voz el viejo había hecho más de lo que le correspondía; estaba lo bastante cansado para tragar tres bocados de su bocadillo antes de escupirle y maldecir.
—¡Manteca rancia! ¡Le dije a Gerda que no quería manteca... está absolutamente seca, como su asqueroso pan!
—Cogiste mis bocadillos, los tuyos están en la otra bolsa. Y Gerda es una estupendísima cocinera —Paul regó su bocadillo con la caliente y amarga cerveza casera y estudió los escombros de la antigua ciudad con una gran expresión de dudas—. Esto ya ha sido saqueado y no tenemos la menor idea de dónde mirar. Por pura suerte que encontrárnosla lata de ANTU; si mata las ratas como dices, el viaje habrá valido la pena. Pero no hallamos nada más. ¿Por qué no nos vamos?
—¡Por qué no encontraría una máquina de escribir! ¿Qué es eso?
Paul sacudió la cabeza y le entregó la cosita.
—A mí que me registren. Esperaba que tú supieses darle algún uso. Es una latita de un aspecto muy gracioso.
—Umm. Un revelador magnetrónico de memoria, aparece, por debajo del polvo y la suciedad que le cubre. Ajajá, lo es —Justin le miró dudoso, comenzó a deshojar y luego lo volvió a mirar con nuevo interés—. ¿Sabes lo qué es, o lo has olvidado?
De algún lugar de su memoria, Paul extrajo una idea general. La ciencia había tropezado con ella accidentalmente, poco después de que la corriente magnética fuese vuelta a descubrir y utilizada. Una suspensión coloidal de metales, en una jalea de siliconas quedaba provista de nodos; entonces conectando dos nodos cualquiera, quedaba un lazo conductor permanente a través de la gelatina, igual que dos hechos causan un lazo permanente entre las células cerebrales. Se podía enseñar por experiencia, después de un tiempo, puesto que los enlaces se hacían increíblemente más conductivos con la utilización. Había demostrado ser una cosa completamente satisfactoria para substituir los reveladores telefónicos. Justin asintió.
—Y las máquinas de sumar. Este asunto es uno del sistema de dos nodos, según deduzco. En su mayor parte, todas las máquinas comerciales se vendían en el mismo lugar, así que espero que seas lo bastante brillante para acordarte de dónde lo encontraste.
Les costó mucho menos de media hora excavar el agujero detrás de la carreta, unos seis pies adicionales a través de los blandos escombros. El pico de Justin tropezó primero con el cemento, y no había nada débil en su ataque sobre un círculo de cuatro pies; los brazos del muchacho le dolían de quitar escombros y de apartar el cemento, cuando éste se rompió finalmente. ¡Su padre desapareció en medio de una lluvia de polvo y maldiciones!
—¡Uff...! —hubo un fino vigor en los reniegos, así que no se había hecho mucho daño y un segundo más tarde apareció la cabeza del anciano—.. Vamos, nos hemos encontrado con unos sótanos que se nos pasaron por alto. Huelen mal, pero el aire se está renovando. Échame la linterna... humm dos bodegas, un andamiaje de madera rajada entre ellas. Hay una escalera por aquí, aunque para alcanzarla tendré que pasar por el agujero.
Pero Paul no perdió tiempo en esperar que le pusieran la escalera. Había visto apilada una serie de herramientas, hachas y rastrillos. ¡Hachas y rastrillos!
Abrió otra caja, revelando inútiles mangos de pico, pero en una estantería mohosa estaba el incalculable tesoro de herramientas de diversas, clases. No era mucho, puesto que la bodega parecía haber quedado en el borde mismo del rayo energético... pero lo bastante para dejarle sin habla mientras se daba cuenta de la gran suerte que acaba de tener.
Justin gruñía, al no ver nada que le interesara. La ajada sección del tabique de madera se rompió y cedió con unos cuantos golpes de su pico y penetró por el agujero. Paul llegó en respuesta a su grite pero allí no había más que montones de papel podrido y grandes libros de especie indefinida. Entonces su padre salió de un armario y señaló a un túnel en ruinas, con el suelo de tierra por debajo de la capa de cemento, que corría a lo largo del tabique de madera.
Solía ser esto un depósito de suministros y un almacén para el negocio de máquinas comerciales del piso de arriba. ¡Mira esa caja! ¡Una de las dos máquinas de sumar de donde vino el chismecito de antes! De nada sirve sin generadores magnéticos, pero si pudiésemos sacarlo...
Paul se volvió a sus tesoros.
—Sácalo tú. Si yo tengo tiempo después de haber cargado las herramientas, volveré y te ayudaré; aunque me parece que está muy estropeado para que lo puedas utilizar. A menos que consigas tiempo libre para buscar ayuda.
Pero como siempre, la idea de Justin de la cooperación era seguir sus propios intereses y el sonido del pico y de la pala prosiguió, mientras Paul preparaba una palanca para izar hasta arriba toda la mercancía, preciosa para él. Cargó por sí mismo la carretera, jurando ante lo ineficiente de la grúa y volvió para encontrar que no había nada más utilizable, aunque exploró con el pico en el apretado montón de escombros.
—¡Vamos holgazán, Paul, deja de haraganear y échame una mano! —su padre estaba prácticamente bailoteando en el agujero entre los cimientos, los labios sucios de sudor y polvo, pero su voz tan imperiosa como siempre.
Por el momento, sin embargo, Paul estaba demasiado complacido para dejar que aquello le irrigase y siguió al otro en su retorcido y peligroso túnel, para llegar hasta una caja abierta que contenía lo que evidentemente fue una máquina de escribir en muy mal estado.
—De teclado antiguo, inútil —dijo Justin, mientras sé detenía para meter las manos por debajo—. El teclado de Dvorak fue normal durante cincuenta años y aún siguen haciendo esos chismes. ¡Malditos reaccionarios! ¡El bueno está presente más allá, mira! ¡Ahora si tú..! ¡Ug! ¡Ug! Lo sacaré y luego hay otro cajón que he encontrado a tu lado del tabique... es sólo maquinaria, pero puede utilizarse. ¡Toma! ¿O puedes hacerlo deslizar por ti mismo?
—Quizás. Sí, creo que sí... ¡Uf! ¡Mejor será que lo rompamos y dejemos el embalaje!
—¡Y perder la mitad de las piezas al abrirlo! ¡No digas tonterías! —el viejo gruñó abriéndose paso por lo peor del túnel, ahorrando el aliento para maldecir juiciosamente, hasta que ambos estuvieron a nivel del piso—. Quizás haya más género aquí... por lo menos éste es uno de los pocos sitios que los saboteadores se pasaron por alto. Cuando subamos esto, lo cargas y yo cubriré nuestras huellas. Entonces quizás, si dejas de oponer objeciones malditas al mejor criterio de tu padre, te diré yo por qué necesito tener una máquina de escribir.
Lo hubiese hecho muchos años antes si no hubiera sido tan infernalmente curioso.
Pero Paul estaba escuchando con solo la mitad de su capacidad cuando el trabajo se hacía y ocupó su lugar junto a las dos vacas que eran a la vez animales de leche y de tiro. Su padre estaba sentado en el gran cajón, con su preciosa máquina de escribir en las manos, casi en paz con el mundo, y las ruedas de la carreta, sacadas de un antiguo camión, saltaron y traquetearon por las ruinas que fue antes un camino que conducía hasta la hacienda. Su mente estaba más interesada con la carga que con la historia.
Palta de toda justificación, exageración y distorsión, la cosa era bastante sencilla. Su padre en apariencia había tenido a un mecanógrafo copiando, su material dictado y los errores normales —o anormales, según le dijo— le habían llevado a una pelea. Hubo una demanda judicial, otra pelea, un brazo roto para el mecanógrafo y una amonestación a Justin para que dejase de maltratar al mecanógrafo insistiendo en que su máquina podía hacer un trabajo mejor.
—Y ahora, por el señor Harry, con una máquina de escribir decente, voy a demostrar de una, ves para siempre y a todos, que ese mecanógrafo era lo que le llamé. Paul, vas a ver lo mecanografiado que cualquier editor apreciaría. Sin errores, sin borrones, sin equivocaciones y sin comerse pasajes enteros. ¡Acabaré el libro y lo terminaré bien!
Paul soltó una risita.
—¿Quieres decir que pasaste veinte años con eso... todo el tiempo y todos los jaleos de la isla? Sí, es natural, aunque admito que probablemente es por eso por lo que estamos vivos hoy. Demasiado mala gente, no era lo bastante rica para sacarte y matarte como lograste hacer al esconderte.
—No te olvides, ricos y listos lo bastante —le corrigió Justin con relativa amabilidad. Su triunfo era aún importante para él—. Y si lo hubiesen sido, se hubiesen visto en grandes jaleos. Consigue cien personas y tendrás una administración; una vez con eso y verás como todo crece hasta unirse a la guerra para cubrirse uno mismo. Claro que pasé veinte años... hubiese pasado un millar, si los hubiese tenido. ¡Le dije que mostraría que era todo cuanto le llamé, y lo haré!
—Es difícil, Justin. Ha muerto. Quizás puedas encontrar a sus herederos, pero no creo que tengas muchas suerte... ni aún pasándote veinte años más. ¡Arre, «Bessy»! —guió a las vacas rebordeando un bache del camino, notando cómo se quejaban, pero decidiendo que podrían hacer un alto de tres horas para ser ordeñadas, probablemente. Podía desperdiciarse algo en el ordeño, tardío, pero ya estaban a mitad de camino de su casa.
El tono de triunfo de Justin le cortó en seco el curso de sus pensamientos y le hizo prestar atención a su padre.
—¿Crees que estoy loco, Paul? ¿Ya te dije que yo no era uno de esos blanduchos petrimetres modernos! ¡El muy cerdo tenía una hija... una chica maravillosa, hijo, maravillosa; que me apreciaba! No, no tendré dificultades en encontrar a su heredero. ¡Tú lo eres!
Paul sacudió la cabeza, pero se unió a la carcajada del viejo. Por un momento pudo sentir una forma distorsionada del viejo temor que tenía por su padre, aunque sabía que la situación era ridícula. Quizás Justin era un brujo; por lo menos todo el asunto de Boise lindaba en lo milagroso.
Harry Reassler pareció estar de acuerdo, cuando dio un vistazo al carro cargado y comenzó a enjaezar sus otras dos vacas mientras descargaban la mayor parte del cargamento. ¡Definitivamente un brujo y bien notable! ¡Si el señor Ehrlich quisiera, quizás tuvieran la buena suerte de encontrar por allí a los comerciantes de quienes él había oído hablar e incluso efectuar un buen negocio! Gerda salió y sonrió con timidez, asegurando al anciano que no había mantequilla en la cena que le había preparado, y todo fue dulzura y alegría.
Claro que no podía durar. Una fuerte lluvia pilló a Harry y Justin de regreso, y estropeó todos los planes de excavar en Boise al hacer impracticables los caminos. Su triunfal adquisición de todo el género de los comerciantes —un toro, tres caballos y unas cuantas gallinas y pollos— perdió algo de sus placeres cuando el garañón se comportó como un asesino y las dos yeguas medio muertas de hambre demostraron estar sin domesticar.
Luego, por la mañana, Justin inventó un tostadero, y al ponerlo en funcionamiento descubrió que la crema para sazonar su malta estaba poniéndose rancia. Todo volvió a la normalidad de golpe. Gerda se retiró a la cocina llorando y Paul envió a su padre a su cuarto con palabras que medio lamentó y medio deseó hubieran sido más fuertes.
Ahora Harry volvió del campo y le cortó el hilo de sus pensamientos con una mirada sombría hacia las nubes que se apiñaban en el cielo.
—Mejor será que volvamos, Paul. Es inútil sembrar más cuando va a llover. Bueno, necesitamos el género, por lo que si no podemos extender la sementera más igualadamente...
—Sí. Pregúntale a mi padre; él es el experto en poner o quitar obstáculos —Paul había empezado a olvidarse de todo bajo el zumbar del aparato sembrador, pero lo recordó todo mientras se encaminaban a la casa—. Humm, ¿qué quería el tipo aquel de Payette?. Discutisteis cerca de una hora.
—Quería comprarnos nuestra segadora estropeada, para reparar una que hallaron ellos. He estado aguantando en espera de una oferta mejor, pero ya no necesitamos nada de lo que tienen... así que voy a cambiarles un par de sierras de cruz rotas y unos pedazos de hacha, por su género. Diablos, con eso podemos tener una sucesión de cambios y cambalaches que permitan mejorar esta sección, una semana de trabajo para un día de uso de la segadora... Y, Paul, no te olvides que fue tu padre quien nos consiguió todo eso. No nos ha costado a nosotros ni una hora de trabajo y tampoco él nos debe más cooperación. Ya te dije que era buena cosa tener un brujo.
—¡Pero le debe a Gerda una infinidad de palabras educadas!. Maldita sea, no me importa demasiado que haga o no su trabajo, aún con nuestra repentina suerte, pero no puedo soportar el que vierta y veneno sobre vosotros dos.
—Sí. Es un poco demasiado duro con ella, teniendo en cuenta el chico que esperamos. Pero en general, ella se alegra de que el viejo esté aquí. Nos estamos haciendo demasiado ricos y ese rumor se extiende por los alrededores. Los bandidos pueden oírlo y tú despertarte muerto una mañana... a menos que se enteren también de que tienen un brujo, lo que les hará mantenerse alejados. Sigue tú, yo desengancharé las vacas.
La lluvia empezaba a caer, pero ellos estaban casi llegando al granero y un sonido como detonaciones de escopeta de máquina de escribir llegó hasta sus oídos. Harry inclinó la cabeza para escuchar, con el temor del hombre que apenas sabe leer, deletreando las palabras, pero no hizo el menor comentario.
Paul se quedó algo sorprendido por la velocidad de la máquina de escribir, cuando entraba en la casa y comenzó a llenar despacio un depósito graduable de lo que podía ser eventualmente un sembrador de maíz. Su padre debía haber perfeccionado algún truquito de prescribir sobre cinta corregible con la que alimentar a la máquina con el texto acabado; no había dedos humanos que se pudieran mover con tanta rapidez. Era ingenioso, pero no valía la pena de haber pasado en eso veinte años de trabajo; cualquier ingeniero habría mirado con desdén a quien empleara en lo mismo más de una semana. ¡Y había pensado que su padre era un científico!
Sin embargo, podía haber tenido justificación siempre cuando el libro contuviera alguna nueva teoría matemática que necesitara una seguridad absoluta y una libertad de verse libre de errores mecanográficos. En vez de eso, era una novela, una novela romántica y ñoña de las que se publicaban antes de la guerra en ediciones populares, cuando aún habían editoriales y gente con tiempo libre para dedicarse a la lectura como escape a sus preocupaciones cotidianas.
Paul rechinó los dientes y con un esfuerzo se obligó a relajarse y a colocar la presión del depósito de manera que no estropeara el mecanismo. Había visto a verdaderos científicos en sus dos años de vida durante su vagabundeaje como comerciante. Estaban el viejo Kinderhook y Gleason, trabajando con el joven Napier durante las pocas horas en que no se veían esclavizados en el campo, con el duro trabajo de conseguir con qué subsistir. Luchaban en un combate perdido de antemano, pero al menos luchaban. Y en cierto modo, con cálculos de un mes de duración y que una máquina podía hacer en cuestión de segundos, recuperaban las viejas y evolucionadas teorías, poniéndolas a un nivel en que pudieran ser manejadas con los escasos materiales existentes. ¡Mientras tales hombres intentaban milagros sin recursos, su padre se sentaba cómodamente dictando una estúpida novela anacrónica!
Pero el rápido tecleteo se había vuelto lento, según podía escuchar entre un murmullo de maldiciones, seguido por una breve ráfaga de tecleo y un grito.
—¡Paul! ¡Paul! —se puso en pie con un suspiro de disgusto y fue hacia la habitación antes de que el otro saliese atronador para conturbar la faena casera.
—Sí, ¿qué pasa esta vez? Su padre estaba en la mitad del suelo; ante una masa complicada de maquinaria. Había una pequeña máquina de vapor cuya caldera estaba encendida con leña, colocada sobre unas piedras planas y enviando el humo por la ventana, una dinamo zumbante y la máquina de escribir, todo conectado a una caja negra achaparrada de brazos pequeños, colocados sobre las teclas de la máquina, y un brazo levantado cerca del rodillo. Justin sacudía los puños, impotente, en dirección a la caja.
—¡Estropeada, oyes, estropéela! ¡Si tuviese una barca buscaría a esos transportistas estúpidos! ¡Veinte años de trabajo y desperdiciados...! Paul gruñó cansino.
—Si yo tuviese un bote, te dejaría que fueses Snake abajo en busca de ellos. ¿Cuál es el problema de todo este caos?
—Este caos —le dijo su padre con un marcado sarcasmo—, es una máquina de escribir operada oralmente... ¡y que funciona! ¡O funcionaba! No como el trasto de cien toneladas que tenía el Instituto, que no podía ni acentuar ni separar los homónimos... ni ser operada por un solo locutor individual adiestrado. ¡Mi Vocatipe funcionó, hasta que la trajeron aquí! ¡Ahora está estropeada!
A su pesar, el muchacho es el que estaba impresionado, aunque no podía estar seguro que aquel cacharro mereciese la pena de interesarse. Cogió el micrófono, oprimió el botón y habló con rápidas palabras dirigidas a la máquina.
—¡El molino de escribir, es decir, la fábrica de escritura no podría atenerse al grito sagrado, pero sí la letra buena a la derecha de la fácil impresión: «Dos manzanas cayeron al suelo demasiado rápidas. El hombre del sombrero tuvo que inclinarse ante la reina».
¡No habían errores!
—¡Pero mil millones de reveladores...! ¡Y la caja no podía pesar más de cien libras! Se quedó petrificado y maravillado, esperando la explicación de su padre. Y esta vez puso su plena atención, incluso a los juramentos.
El analizador bucal y las teclas magnéticas eran de viejo material, como los ojos escrutadores para detectar los fracasos de la máquina y el transformador que convertía la corriente eléctrica en corriente magnética. El resto era tan sencillo como su compleja teoría. Una memoria magnetrónica de un millar de nodos, en un tubo hecho por su padre, ocupaba un rincón de la caja y hacía el verdadero trabajo. Entre sus nodos, medio millón de enlaces podían formarse, sirviendo como nodos para un centenar de millares de millones de subenlaces que se trasformaban en quinquillones de subenlaces. Era de tamaño extraordinario y complejidad máxima, que le había costado pocos meses construir.
El resto de los largos años se pasó en pronunciar palabras y golpear teclas, hasta que el tubo desarrollara un reflejo acondicionado a cada una dentro del diccionario abreviado y pudiese empezar, la en apariencia desesperada tarea, de aprender a escoger entre formas alternadas y en cierto modo encontrar un sistema o puntuación que funcionara. Ningún hombre normal hubiese creído aquello posible y sólo la tuzodería del individuo más tozudo del mundo hubiera continuado probando hasta que el éxito coronase su titánica labor.
—Ahora está estropeada —terminó Justin. La atención y sorpresa de su hijo debió ablandar su cólera, porque sólo quedaba amargura en su voz. Cogió una hoja de sus notas en taquigrafía y comenzó a dictar, mientras la máquina corría ligeramente tras él—...«Tan seguro como me llamo Patrick Xenophon»... ¡Mira!... «Tan seguro como me llamo Patrick Xavier». He dicho veinte veces Xenophon y veinte veces ha escrito Xavier. ¡Todo el acondicionamiento de sus reflejos estropeados... todo hay que repetirlo!
Paul raspó las letras de la página con la punta de su navaja de bolsillo y llenó las adecuadas a mano.
—Eso no se te ocurriría a ti, supongo —empezó cuando un chasquido de la máquina le hizo volver la vista. Había arrancado la hoja, puesto una nueva y comenzaba a mecanografiar otra vez la página. Cuando hubo terminado, ¿su versión original quedaba ante él?
Justin se quedó mirando con fijeza su creación durante largo rato con sorpresa horrorizada, mientras sus hombros se hundían lentamente. Luego, con un gemido roto, las páginas de sus notas y la copia terminada, salió en silencio de la habitación. Minutos más tarde, Paul le vio moverse despacio a través de la lluvia siguiendo el camino del granero con Gerda a sus talones. ¡Y la chica sonreía!
El muchacho miró de la máquina a las máquinas, y las formas de retirar de las dos personas, y luego volvió a posar los ojos en la página que tenía. Entonces se dejó caer desmadejado en el sillón.
Gerda entró horas más tarde para obligarle a cenar y encender la luz, pero él se limitó a dar las gracias con un gruñido y siguió leyendo. Sorprendentemente, era una maravillosa obra de la literatura de escape, escrita por mano maestra. Una vez las palabras de la primera página hubieran penetrado en su mente confusa, la continuación era irresistible. ¡En cierto modo, era una lástima que no se pudiese publicar nunca; la necesidad de un escapismo realmente efectivo jamás había sido mayor!
Era efectivo, era una manera extrañamente tranquilizadora. Al principio su intención fue detenerse después del primer capítulo, pero para entonces se daba cuenta de que necesitaba relajarse gracias a la lectura y siguió adelante, dejando que el mundo real a su alrededor desaparécese de su cerebro. Además, si el escribir aquello había significado veinte años de trabajo para su creador, ¡qué hubiese por lo menos una persona que disfrutase y sacase provecho al trabajo!
Colocó a un lado la última página y se acercó a la máquina, en donde estaba el libro sin terminar....Tan seguro como me llamo Patrick Xavier...". Patrick Xavier O'Malley, debería haber sido, o Patrick Xenophon...
—¡Justin! ¡Eh, Justin! —su grito fue casi igual al grito ordinario de su padre, pero no tuvo ocasión de pensar en la similitud. Cuando la puerta se abrió, su dedo estaba ya en el pasaje y lo sacudía delante de los ojos del anciano—. ¡Tú le pusiste por nombre Xavier, no Xenophon! ¡Mira la página 4!
Justin dio una mirada de asombro a la página y cogió el micrófono. Esta vez no habían dudas. Mientras, el Vocatipe siguió sus palabras hasta el fin de la página y expelió el producto terminado. Entonces soltó una risita.
—A veces pienso que soy muy tozudo, Paul. Hubiera jurado que tenías razón, así que no me molesté en comprobarlo. ¿Te das cuenta de lo que esto significa... una máquina que ha sido diseñada para tomar el dictado, pero que no lo hará a menos que el dictado sea consecuente con los hechos? ¡Oh, es un secretario perfecto! ¡Enséñale algo de matemáticas y piensa en los errores que te ahorrará cuando redacte un pedazo de cálculos relativos a la investigación! ¡Paul, por una veis has demostrado ser del todo útil!
El muchacho abrió la boca para responder, pero Justin no dio ocasión. Estaba acariciando la máquina y balbuceando incoherencias.
—Ahora podemos acabar el libro —le decía mientras le daba otra palmadita de afecto—. ¡Máquina bonita... máquina excelente! ¡Le enseñaremos que su abuelo no era ningún cretino estúpido! A propósito, muchacho, ¿qué tal estuvo la sementera?
—Perfecta —respondió Paul y salió de la habitación dirigiéndose a la cama sin querer verse arrastrado en aquel torrente de insanidad. Sólo su padre era capaz de inventar tal imposibilidad, como una máquina capaz de mostrar los rendimientos de inteligencia. Y sólo Justin lo hubiese utilizado para terminar una novela que jamás podría ser publicada.
Pero mientras se metía por entre las sábanas, estaba menos seguro del mal uso que hubiese hecho su padre de la máquina. Quizás, en algún lugar dentro de los misteriosos subenlaces, contenía inteligencia potencial, pero que nunca podría ser asequible en su vida. Aunque era inútil. Sí era un medio de comunicación y mientras pudiese aprender hechos, el lenguaje es un producto protoplásmico, lleno de tantas variables abstractas y confusas como las ideas de «verdad» o «divinidad».
Soñó en plantarse sobre un acantilado mientras un hombre ciego le ofrecía un reluciente robot nuevo, si podía describirle el color verde y naranja.
Apenas amanecía cuando la mano de Justin sobre su hombro le despertó y durante un momento creyó que aún seguía en la isla. Volvió a la realidad, sin embargo, mientras tanteaba para coger su mono de trabajo. Los ojos del padre estaban rojos por la falta de sueño, pero llenos de un brillo emocional.
Justin rompió el silencio con una voz que era más suave de la que empleó durante años.
—Sé lo que piensas de mí, Paul, pero yo nunca olvidé el verdadero trabajo. Sabiendo que fracasaría, luché por la decencia y la honradez como pocos hombres han luchado nunca y no fue hasta el último minuto en que me decidí huir... no, déjame que te lo diga a mi manera... integrarse en la administración de un mundo no lógicamente adelantado es algo inconcebiblemente complejo... ¡aun cuando los hombres hagan el trabajo y tengan una sola y vaga idea de lo complicado que es! Las amplias políticas dependen de los resultados de departamentos inferiores y así a través de cincuenta etapas verticales y de invencibles subdivisiones horizontales. La cinta roja no es nada graciosa; es detestable y horrible. Las complicaciones engendran complicación y eso engendra también desconexión de la realidad. Se cometen errores; nadie puede ver y revisarlos a tiempo y conducen a más errores, lo que lleva hasta la guerra.
«Durante un rato, ellos lucharon contra la guerra. ¡Y luego simplemente pelearon! Hice cuanto pude y fallé. En la isla, no había nada que hacer acerca de la guerra, así que construí el cerebro. Aquí, ¿por qué tenía que forcejear para recrear el viejo círculo vicioso que crecería hasta acabar barriendo a la raza entera? Traté de prepararte, pero no pude prepararme yo mismo.»
—Si tú te hubieses explicado... —comenzó Paul con debilidad, pero su padre lo apartó a un lado, impidiéndole proseguir y continuó por su propia cuenta.
—¡Pero ahora puede hacerse algo! El gobierno puede trabajar. Todo lo que necesita es un cerebro que maneje la cinta roja... no mejor, sino más complicado que los cerebros humanos... unas cuantas mentes tremendas con recuerdos perfectos para contener el infinito número de compartimentos correlativos y entrelazados. Dejemos que los hombres tomen las decisiones, porque los cerebros robot les dan libertad para realizarlas de manera prudente... y movámonos al instante, donde la cinta roja tardaría años. Paul, les daremos los cerebros.
—No papá —dijo el muchacho con voz baja, maldiciendo la tozudez innata que le obligaba a no dejar a su padre en el mundo de fantasía recién hallado—. Quizás algún día tendrán esos cerebros y tú serás el responsable. Pero no en nuestra época. Me has enseñado la semántica lo suficiente como para saber lo imposible de un trabajo de proporciones a tu mecanismo, incluso un obscuro conocimiento de las palabras necesarias.
No había rastro de desencanto en el rostro del anciano. Estaba rígido y la diversa tozudería reapareció, pero no contestó. En su lugar, hizo un gesto a su hijo para que le siguiese y cruzó en silencio hasta la habitación del Vocatipe. En la máquina había un pedazo pequeño de papel y habían otras porciones bajo los ojos escrutadores y reajustados.
—Lo malo es, que tú crees que la electricidad que hace funcionar un motor es ciencia, Paul. No es verdad. O la ciencia es el proceso de reducir todas las cosas a su mínimo común denominador y de construir sistemáticamente desde allí. Yo tuve una enseñanza antes que me volviese novelista y aún la poseo. No perdí la noche soñando. Repasa esta lista de palabras mientras miras —Justin le entregó el pedazo de papel y comenzó a preparar pedacitos de papel de color bajo los ojos del escrutador.
—¿Qué? —preguntó mientras la máquina se ponía en funcionamiento emitiendo un zumbido—. ¿Qué?
Un nuevo papel cayó dentro de la máquina de escribir y las palabras salieron despacio:
Un triángulo azul y un círculo rojo están dentro de un cuadrado blanco. ¿Sobre qué está el círculo negro? ¿Sobre qué?
—Exágono —respondió tranquilo Justin.
—Un círculo negro está sobre un exágono. El exágono es color naranja. ¿Qué color es el naranja? ¿El exágono es naranja? ¿Qué color es el naranja?
Los ojos asombrados de Paul se contrajeron mientras miraba con fijeza la hoja de papel.
¡El naranja no está citado entre las palabras cuyas definiciones diste a las máquinas!
—Claro que no... nunca se lo enseñé al cerebro, pero me hizo una jugarreta antes de que se despertara —el viejo oprimió el botón del micrófono y se dirigió a la máquina—. El exágono es color naranja. ¡El exágono es naranja! ¿De qué color es el tono naranja?
Las teclas comenzaron a funcionar. Luego la página se desgajó y una nueva hoja quedó inserta en su lugar. Sin titubeo alguno las letras comenzaron a formar palabras sobre el papel:
La suerte de O'Malley. Pág. 119
"tenía que ser verdad; el hecho era tan seguro como los axiomas de geometría, o los principios básicos de la física. Invariablemente toda mezcla de rojo y amarillo da naranja."
Saltó un espacio y añadió otra línea:
El exágono es rojo y amarillo. El exágono es naranja. ¿De qué color es el exágono?
—Naranja, Rojo y amarillo forman naranja —aseguró Justin parando a la dudosa máquina—. Mira, tiene una memoria perfecta, al igual que un sentido de análisis. Y tendría que tener algún sentí vago del propósito de las palabras para poder separar los mónimos como ahora veo. De todas maneras, ya he establecido la confusa distinción entre un y él, así que eso puede costar años, pero no siglos... y basta por hoy ¡Vamos a ver si podemos encontrar algo que comer!
El cerebro de Paul parecía vacilar mientras miraba cómo su padre partía el pan, aunque el amplio plan estaba ya cristalizándose y no tenía duda de su éxito. Necesitarían conseguir que Gleason, Kinderhook y Napier se les uniesen allí, en donde la riqueza recién hallada permitiría momentos libres para su trabajo de máxima importancia. Al principio tendrían que depender del cambalache pero cuando la riqueza crease riqueza, podrían progresar. El cerebro era capaz de ser convertido en un calculador infinitamente mejor que los antiguos con una ligera enseñanza que fuese desde las matemáticas hasta el lenguaje exacto. Y con los materiales que ahora pudiesen encontrar. Fuese como fuese, los lentos principios de la ciencia proporcionarían más riqueza con la que construir.
Tendría que organizar a la comunidad sacándola de su anarquía presente, para que alguien fuese destinado a la agricultura y a la enseñanza y otros a pensar. Eso sería duro en un mundo que había aprendido a desconfiar de todas las formas de gobierno con amarga experiencia. Pero mientras el cerebro no fuese una máquina administrativa perfecta, sería poderosamente influyente entre la gente supersticiosa. Su padre podría cuidar y desarrollar su reputación como brujo, hasta que las evidentes ventajas de la organización hicieran inútil tal engaño.
Quizás sería mejor conservar el secreto del cerebro. Pero cualquier acontecimiento, el conocimiento y la esperanza para el futuro, haría posible todo el resto.
—Ejem —murmuró Justin teniendo la boca ocupada con un buen pedazo de pan—. Creo que todo irá bien, hijo. Pero cuando vea a Gerda...
¡Y el sueño de Paul se derrumbó! Había sido una estupenda emoción, pero no podía construirse un futuro estable sobre el odio a la mantequilla rancia. Giró hacia su padre y su boca era blanca y tensa, de modo que tuvo que forzarse para pronunciar entre dientes las palabras.
—¡Te dijo que la dejases en paz, Justin! Si alguna vez...
—Ejem. Debes mirar por la ventana y esperar hasta que acabe —le respondió el anciano con una sonrisa en sus labios—. Mientras trataba de descubrir lo que había de malo en el cerebro, hice que abriesen el otro cajón que encontré a un lado en el tabique allá en el subterráneo. Gerda y yo hemos pasado algún tiempo reemplazando el motor, pero lo hemos conseguido. Es más, lo hemos instalado en su sitio gracias a un cabrestante.
Paul se tragó despacio su rabia y volvióse para mirar a través del pequeño pedazo de vidrio en dirección al granero. Al principio sólo vio la turbia espalda de Harry, pero cuando el hombre se apartó, las otras cosas se le hicieron visibles. Gerda aparentemente quería probar fortuna, porque estaba sonriendo cuando dio vuelta a la espita y dos chorros de líquido cayeron en los cubos preparados. ¡El separador de nata estaba trabajando satisfactoriamente!
—Como decía, antes de que me interrumpiese... cuando vea a Gerda... —Justin dio otro bocado del amarillento pan con mantequilla y chasqueó los labios con aprobación—. Cuando la vea, la felicitaré por lo que guisó anoche. Muy bueno. ¡Aunque nunca podré soportar la mantequilla rancia!