Llamadme Ishmael. Todos los seres humanos que conozco me llaman así. Mi especie no usa una designación especial («nombre») para distinguir a los individuos, pero éste es el nombre que me dieron los humanos y está bien.
Este nombre lo debo a la señorita Lisabeth Calkins, por quien siento una inclinación mezcla de caballerosidad, instinto protector y sexo («amor»). A lo largo de mi narración queda claro que el nombre de Ishmael se refiere sólo a mí.
Soy miembro de una inteligente especie acuática, no humana y no cuadrúmana: la de los Tursiops truncatus, es decir, soy un delfín de hocico de botella. Tengo once años, lo que quiere decir que estoy completamente maduro en todos los sentidos. Mi peso es de 175 kilos y la longitud de mi cuerpo es de 2,9 m.
Trabajo en la Potabilizadora Gerard Worzel de St. Croix, en las Islas Vírgenes, en un puesto de vigilancia, y empecé mi empleo el 14 de agosto de 1944. Para mi especie soy sexualmente deseable y muy apreciado por mi desarrollo mental. Tengo un amplio vocabulario, me comunico bien con el H. Sapiens y poseo una considerable habilidad mecánica, como puede verse por mi facilidad para poner en marcha el aparato acústico-electrónico al que dicto estas memorias.
Soy un mamífero solitario que ha llevado a cabo actos de heroísmo en beneficio de vuestra especie y deseo tan sólo la recompensa de una… relación más íntima («amor») con la señorita Lisabeth Calkins.
Suplico a mis compañeros del género humano que hablen favorablemente de mí. Soy leal, seguro, formal, devoto e inteligente en extremo. Me esforzaría por darle una compañía estimulante y satisfacción emocional («felicidad») usando al máximo mis posibilidades.
Permítanme que les explique las circunstancias pertinentes.
Apartado 1. — MI EMPLEO.
La Potabilizadora Gerard Worzel ocupa una prominencia en la costa norte de la Isla de St. Croix (Indias Occidentales) y opera con el principio de condensación atmosférica. Todo esto lo sé por la señorita Calkins («Lisabeth»), quien me ha descrito los procesos con gran detalle.
Nuestro propósito es hacer potable el agua salada, a un ritmo de 700 millones de litros por día. Esta agua es transportada como vapor en los cien metros inferiores del viento que sopla en el lado barlovento de la isla.
Un tubo de 0,9 m de diámetro recibe agua fría del mar, la lleva a unos 900 metros de profundidad, por un recorrido de dos kilómetros, hasta nuestra planta. El tubo proporciona unos 150 millones de litros al día, a una temperatura de cinco grados centígrados; esta agua es bombeada hacia nuestro condensador, el cual intercepta mil millones de metros cúbicos de aire tropical templado cada día. El aire tiene una temperatura de 25 grados centígrados, y una humedad relativa de un 70 a un 80 por 100. Al contacto con el agua fría en el condensador, se enfría a su vez hasta los 10 grados centígrados, y logra una humedad del 100 por 100, permitiéndonos obtener 60 litros de agua por metro cúbico de aire. Esta agua, libre de sal («dulce»), es conducida a la red hidráulica de la isla, ya que St. Croix no tiene por sí misma suficiente agua potable para el consumo de los seres humanos. Varios representantes del Gobierno que han visitado nuestra planta en diversas ocasiones con motivo de ceremonias y otros actos dicen que sin nuestra planta la gran expansión industrial de St. Croix hubiera sido imposible.
Por razones de economía operamos en colaboración con una empresa pesquera («vivero»), la cual utiliza nuestros desperdicios. Una vez el agua del mar ha sido bombeada a través de nuestro condensador, debe ser desechada, ya que proviene de un área baja y su contenido de fosfatos y nitratos es un 1.500 por 100 mayor que en la superficie. Esta agua, rica en elementos nutritivos, es conducida desde nuestro condensador hasta una laguna circular próxima («el corral de coral»), llena de peces. En un emplazamiento tan propicio los peces son altamente productivos, y esta producción es suficiente para sufragar los costes de nuestras bombas.
Seres humanos poco informados objetan la moralidad de utilizar delfines para cuidar un vivero. Encuentran que es degradante obligarnos a producir criaturas acuáticas para que luego sean alimento del hombre. Debo señalar, en primer lugar, que a ninguno de nosotros se le obliga a trabajar aquí, y segundo, que mi especie no ve nada malo en alimentarse de criaturas acuáticas: también nosotros comemos peces.
Mi trabajo en la Potabilizadora Gerard Worzel es importante. Yo («Ishmael») soy capataz del Pelotón de Vigilancia de Entrada. Dirijo a nueve miembros de mi especie. Nuestro cometido es vigilar las válvulas de entrada en la principal tubería de agua salada. Estas válvulas se obstruyen con la presencia de organismos como estrellas marinas o algas, las cuales son una dificultad para la eficiencia de la instalación. Nuestra tarea es descender a intervalos y despejar las obstrucciones. Esto se puede lograr sin necesidad de órganos manipuladores, de los cuales, por desgracia, no estamos provistos.
Ciertos individuos de vuestra especie han objetado que es impropio hacer uso de los delfines para un trabajo cuando hay tantos hombres sin empleo. La respuesta inteligente a esto es que, primero, estamos magníficamente diseñados, gracias a la evolución, para desenvolvernos perfectamente bajo el agua sin un equipo respiratorio especial, y segundo, que solamente un ser humano excepcionalmente diestro podría realizar nuestras funciones, y tales seres humanos no se dan con frecuencia entre los trabajadores.
He permanecido en mi puesto durante dos años y cuatro meses, y en dicho período no ha habido ninguna obstrucción importante en las válvulas que yo vigilo.
Como compensación por mi trabajo («salario») recibo un amplio suministro de alimento. Por una paga semejante podría contratarse un tiburón, pero además de mi paga diaria en peces recibo otro tipo de compensaciones, como la compañía de los seres humanos y la oportunidad de desarrollar mi inteligencia latente, ya que tengo acceso a grabaciones de referencia, ampliadores de vocabulario y otros aparatos educativos. Tal como pueden ver, he usado al máximo mis oportunidades.
Apartado 2. — SEÑORITA LISABETH CALKINS.
Su dossier está en el archivo. He tenido acceso a él gracias a la cinta lectora instalada al borde del estanque para ejercicio de delfines. Por medio de una orden hablada puedo tener ante mi vista cualquier cosa de los archivos. Dudo que alguien piense que un delfín pueda tener interés en leer los dossiers personales.
Ella tiene veintisiete años, por tanto pertenece a la generación de mis antecesores genéticos («padres»). Sin embargo, no comparto el tabú cultural de muchos H. Sapiens contra las relaciones emocionales con una hembra de más edad. Además, con respecto a nuestras respectivas especies, la señorita Calkins y yo somos de la misma edad. Ella alcanzó la madurez sexual a la mitad de su edad actual. Yo también.
Debo admitir que ha pasado un poco del tiempo en que, normalmente, las hembras humanas toman un compañero permanente. Yo supongo que no practica relaciones temporales con nadie, ya que su dossier no muestra que se haya reproducido. Es posible que los seres humanos no se reproduzcan después de cada apareamiento anual, o que los apareamientos ocurran sin fecha determinada, en tiempos que no tienen que ver con la reproducción. Esto me parece extraño y algo perverso, aunque por una fecha que he visto, debe de ser así. En el material accesible hay pocos datos sobre los hábitos de apareamiento de los seres humanos. Debo saber más.
Lisabeth —así me permito llamarla— mide 1,8 metros de altura (los humanos no utilizan el término «largo») y pesa 52 kilos. Su pelo es dorado («rubio») y largo. Su piel, a pesar de estar oscurecida por el sol, es bastante blanca. El iris de sus ojos es azul. Por mis conversaciones con los humanos he sabido que pasa por ser una chica bastante guapa. Por palabras que he oído cuando estaba en la superficie me he dado cuenta de que los varones que trabajan en la planta sienten por ella un intenso deseo sexual. Yo también la considero hermosa, tanto como soy capaz de apreciar la hermosura humana (que lo soy mucho). No estoy muy seguro de desearla sexual-mente. Más bien siento necesidad de su compañía, de su proximidad, y esto lo traduzco en términos sexuales simplemente para hacérmelo más comprensible.
Indudablemente, ella no posee lo que yo busco siempre en mis parejas (hocico prominente, aletas lustrosas). Cualquier intento de hacer el amor con ella le produciría dolor y quizá daño físico. Yo no quiero esto. Lo que la hace tan deseable a los ojos de los machos de su especie (glándulas mamarias muy desarrolladas, cabello sedoso, facciones delicadas, largas extremidades inferiores o «piernas» y otras cosas) no tiene para mí una gran importancia, y en algunos casos creo que hasta tienen un efecto negativo. Como en el de las glándulas mamarias de su región pectoral, que sobresalen de su cuerpo de una forma que debe disminuir mucho su velocidad al nadar. Se trata de un diseño deficiente, y yo soy incapaz de encontrar deseable un diseño deficiente. Es evidente que Lisabeth también encuentra inapropiado el tamaño y emplazamiento de dichas glándulas, ya que las oculta en todo momento bajo una pequeña cubierta. Los demás humanos de la planta, que son todos machos y por lo tanto poseen unas glándulas mamarias muy rudimentarias que para nada dificultan su deslizamiento, las llevan al descubierto.
¿Cuál es, entonces, la causa de mi atracción hacia Lisabeth?
Creo que proviene de la necesidad que siento de su compañía. Creo que ella me comprende mejor que cualquier miembro de mi propia especie. De forma que soy más feliz cuando estoy con ella que cuando no lo estoy. Esta impresión proviene de nuestro primer encuentro. Lisabeth, que es especialista en relaciones humano-cetáceas, vino a la planta hace cuatro meses y se me ordenó que subiera con mi grupo de vigilancia para serles presentados. Di un gran salto para verla bien e inmediatamente comprobé que tenía mejor aspecto que los seres humanos que yo conocía. Tampoco estaba cubierta con el vello que los de mi especie encuentran tan desagradable. (Yo no sabía entonces que la diferencia entre ella y los demás humanos de la planta consistía en que era una hembra. Nunca había visto a una hembra humana. Pero pronto lo supe.)
Me aproximé al transmisor acústico y dije:
—Soy el capataz del Pelotón de Vigilancia de la Entrada. Tengo la designación estructural TT-66.
—¿No tienes un nombre? —preguntó ella.
—¿Qué significa el término «nombre»?
—Tu… tu designación estructural. Pero no precisamente TT-66. Quiero decir que no está bien. Por ejemplo, yo me llamo Lisabeth Calkins. Y yo… —meneó la cabeza y miró al supervisor de la planta—. ¿No tienen «nombre» estos trabajadores?
El supervisor no entendía por qué los delfines debían tener un nombre. Lisabeth sí… y mucho. Y puesto que estaba encargada de las relaciones con nuestra especie, nos puso nombre en aquel mismo momento. Yo fui llamado Ishmael. Era el nombre, según me explicó Lisabeth, de alguien que había ido al mar, vivido allí maravillosas aventuras, y que había grabado estas aventuras en una cinta que toda persona culta debía escuchar. Desde entonces tuve acceso a la historia de Ishmael —del otro Ishmael— y puedo decir que es notable. Para ser humano poseía un profundo conocimiento de las ballenas, seres que, por otra parte, considero estúpidos y por los que no siento ningún respeto. Estoy orgulloso de llevar el nombre de Ishmael. Después de ponernos un nombre a cada uno, Lisabeth saltó al agua y nadó con nosotros. Debo decir que la mayoría de los delfines siente por vosotros, los humanos, un poco de desprecio. Sois tan malos nadadores… Quizá sea debido a mi inteligencia, más alta de lo normal, o a una comprensión más grande, el que yo no sienta lo mismo. Yo os admiro por el ardor y la energía que ponéis al nadar, considerando todos vuestros inconvenientes. Tal como les recuerdo a los de mi especie, os desenvolvéis mucho mejor en el agua de lo que nosotros lo hacemos en tierra firme. Lisabeth nadaba bien para el estándar humano, y nosotros ajustamos con tolerancia nuestra velocidad a la suya. Jugamos un rato, y luego ella sujetó mi aleta dorsal y dijo:
—¡Llévame a dar un paseo, Ishmael!
Tiemblo ahora al recordar el contacto de su cuerpo con el mío. Se sentó a horcajadas sobre mí, y sus piernas sujetaban con fuerza mi cuerpo, Y partí, casi a toda velocidad, manteniéndome a ras de la superficie. Estaba encantada, pues reía constantemente mientras yo saltaba por los aires una y otra vez… Fue una exhibición puramente física, en la que no hice uso de mi extraordinaria capacidad mental. Yo mostraba, si queréis llamarlo así, mis cualidades de delfín. Lisabeth estaba maravillada. Incluso cuando me sumergía tan profundamente que la presión podía resultar peligrosa, ella se mantenía sujeta sin dar señales de alarma. Cuando volvimos a la superficie gritó de alegría.
Había tenido mi primer contacto con ella de una forma totalmente animal. Yo conocía a los humanos lo suficiente como para poder interpretar, de vuelta a la orilla, su expresión radiante y ruborizada. Mi objetivo ahora era mostrarle mis grandes condiciones, demostrarle que incluso entre los delfines yo resultaba excepcional por mi facilidad para aprender y para comprender el universo.
Estaba ya enamorado de ella.
En las semanas que siguieron tuvimos muchas conversaciones. No alardeo si digo que ella se dio cuenta en seguida de lo excepcional que soy. Mi vocabulario, que ya era amplio, crecía rápidamente con la estimulante presencia de Lisabeth. Ella me dio acceso a grabaciones que a nadie le hubieran parecido interesantes para un delfín. Desarrollé capacidades que, dentro de mi medio, incluso a mí me dejaban atónito. En poco tiempo adquirí la instrucción que poseo. Creo que estaréis de acuerdo en que puedo expresarme con más elocuencia que muchos seres humanos. Espero que la computadora encargada de imprimir este relato no me traicione con errores de ortografía o confundiendo las palabras que uso.
Mi amor por Lisabeth se hizo más grande y más profundo. Comprendí. Comprendí por primera vez lo que eran los celos cuando la vi correr por la playa dando la mano al doctor Madison, encargado de la fuerza motriz de la planta. Supe lo que era el furor cuando escuché las frases sensuales y vulgares de los machos humanos, mientras los dos paseaban. La fascinación que sentía por ella me llevó a explorar muchos caminos de la experiencia humana. Yo no me atrevía a hablar de esas cosas con ella, pero por otras personas de la base con las que hablaba a veces, aprendí algunos aspectos del fenómeno que los humanos llaman «amor». Supe conseguir que se me explicaran las vulgares palabras que los machos decían a espaldas de Lisabeth; la mayoría refiriéndose al deseo de aparearse con ella (aparentemente de una forma temporal), pero también había comentarios muy favorables sobre sus glándulas mamarias (¿por qué tendrán los humanos tanta afición a ellas?), así como de la parte abultada de su lomo situada justamente encima del lugar donde su cuerpo se divide en las dos extremidades inferiores. Confieso que esto último también me fascina a mí. ¡Es tan extraño que un cuerpo se abra de esa forma en su mitad!
Nunca di a entender explícitamente mis sentimientos hacia Lisabeth. Trataba de hacerle comprender poco a poco que estaba enamorado de ella. Pensé que una vez lo supiera podríamos planear un futuro para los dos juntos.
¡Qué tonto fui!
Apartado 3. — LA CONSPIRACIÓN.
Una voz masculina dijo:
—¿Cómo demonios vas a convencer a un delfín?
—Déjamelo a mí.
—¿Qué le darás? ¿Diez latas de sardinas?
—Este es especial. Peculiar, incluso. Es como un estudiante, podemos llegar a él.
No sabían que yo podía oírles. Permanecía en la superficie, en un tanque de descanso, entre dos inmersiones. Nuestro sentido del oído es agudo, y estaba a una distancia suficiente.
Supe en seguida que ocurría algo raro, pero permanecí inmóvil, pretendiendo no saber nada.
—¡Ishmael! —llamó un hombre—. ¿Eres tú, Ishmael?
Salí al exterior y fui hasta la orilla del tanque. Uno era técnico de la planta, pero a los otros dos no les había visto nunca. Estaban cubiertos de los pies a la garganta, lo que mostraba en seguida que eran extraños a la base. Yo despreciaba al técnico porque era uno de los que habían hecho comentarios vulgares sobre las glándulas mamarias de Lisabeth.
—¡Mírenlo, caballeros! —dijo—. ¡Exhausto en plena juventud! ¡Una víctima de la explotación humana! —Y dirigiéndose a mí—: Ishmael, estos caballeros son de la Liga para la Protección de Especies Inteligentes. ¿La conoces?
—No —respondí.
—Están tratando de poner fin a la explotación de los delfines, al uso criminal como esclavos de las demás especies inteligentes del planeta. Quieren ayudarte.
—No soy ningún esclavo. Recibo una compensación por mi trabajo.
—¡Unos cuantos peces escuálidos! —exclamó el hombre enteramente vestido que estaba a la derecha del técnico—. ¡Te explotan, Ishmael! ¡Te ordenan hacer un trabajo sucio y peligroso y te lo pagan con una porquería!
Su compañero dijo:
—Esto debe terminar. Queremos anunciar al mundo que la era de los delfines esclavos ha terminado. ¡Ayúdanos, Ishmael! ¡Ayúdanos y ayúdate!
No necesito decir que yo era hostil a sus pretendidos propósitos. Un delfín más ingenuo que yo lo hubiera dicho al instante, estropeando su plan, pero yo dije astutamente:
—¿Qué queréis de mí?
—Intercepta las entradas —dijo el técnico en seguida.
A pesar de mis esfuerzos no pude contenerme y contesté, irritado y sorprendido:
—¡Traicionar la confianza que se ha puesto en mí! ¿Cómo podría hacerlo?
—¡Es por tu propio bien, Ishmael! Tú y tu cuadrilla debéis solamente obstruir la entrada y la potabilizadora dejará de trabajar. Toda la isla quedará aterrorizada. Cuadrillas de vigilancia humanas bajarán para ver lo ocurrido, pero tan pronto hayan despejado las válvulas, vosotros debéis taponarlas de nuevo. Un. suministro de agua de emergencia deberá llegar a St. Croix. Todo esto guiará la atención pública hasta el hecho de que la isla depende del trabajo de los delfines… ¡Del excesivo y poco pagado trabajo de los delfines! Durante la crisis, nosotros nos apresuraremos a contar al mundo vuestra historia. ¡Conseguiremos que los humanos se enfurezcan por el modo en que os han tratado!
Yo no dije que yo mismo no sentía furor alguno. En lugar de esto repliqué:
—Podría haber peligro para mí en todo esto.
—¡Tonterías!
—Me preguntarán por qué no he despejado las válvulas. Es mi responsabilidad. Habrá problemas.
Discutimos un rato este punto. Luego, el técnico dijo:
—Mira, Ishmael. Sabemos que hay algunos riesgos. Por eso estamos dispuestos a darte una recompensa si cumples tu cometido.
—¿Como qué?
—Grabaciones. Cualquier cosa que quieras oír la obtendremos para ti. Sé que te interesa la literatura. Dramas, poemas, novelas y todo eso. Después de las horas de trabajo te proporcionaremos toda la literatura que quieras, pero tienes que ayudarnos.
Tuve que admitir su astucia. Sabían exactamente cómo interesarme.
—Es un trato —dije.
—Dinos lo que te gustaría.
—Cualquier cosa sobre el amor.
—¿Amor?
—Amor. Hombre y mujer. Tráiganme poemas de amor, historias de amantes famosos, descripciones del abrazo sexual. Debo comprender esas cosas.
—Quiere el Kama Sutra —dijo el de la izquierda.
—Entonces le traeremos el Kama Sutra —dijo el de la derecha.
Apartado 4. — MI RESPUESTA A LOS CONSPIRADORES.
No me trajeron el Kama Sutra, pero sí una gran cantidad de cosas, incluida una grabación tomada de aquel libro. Durante varias semanas me dediqué intensamente a estudiar la literatura erótica de los humanos. Había tal cantidad de enloquecedoras omisiones en los textos que aún no comprendo bien lo que ocurre entre un hombre y una mujer.
No estoy intrigado por el acoplamiento de un cuerpo con otro, sino por la dialéctica del cortejo, en la que el macho solicita y la hembra pretende no estar en celo. Estoy apabullado entre la diferencia moral que hay entre el apareamiento temporal y el permanente («matrimonio»), y no he logrado asimilar aún el intrincado sistema de tabúes y prohibiciones que los humanos han inventado. Este es mi único fallo intelectual. Al final de mis estudios sabía poco más sobre cómo comportarse con Lisabeth de lo que sabía cuando los conspiradores empezaron a facilitarme grabaciones en secreto.
Y me pidieron que cumpliera mi parte.
Naturalmente, ya no podía hacer aquello a la potabilizadora. Sabía que aquellos hombres no eran los iluminados adversarios de la explotación de los delfines que pretendían ser. Por alguna razón particular, querían ver parada la planta, eso era todo, y habían usado una supuesta simpatía hacia mi especie para ganar mi cooperación.
Yo no me siento explotado.
¿Fue algo indebido por mi parte aceptar las grabaciones sin tener intención de ayudarles? Querían hacer uso de mí y en lugar de esto yo hice uso de ellos. Algunas veces una especie superior debe explotar a una inferior para ganar conocimientos.
Vinieron aquella tarde a pedirme que obstruyera las válvulas. Yo dije:
—No estoy muy seguro de lo que quieren que haga. ¿Pueden explicármelo otra vez?
Astutamente, yo había puesto en marcha un aparato grabador que Lisabeth usaba en sus sesiones de estudio con los delfines de la planta. De este modo, volvieron a explicarme cómo, obstruyendo las válvulas, lograríamos aterrorizar a la gente de la isla, arrojando así un poco de luz sobre el abuso que se hacía de los delfines. Les hice preguntas una y otra vez, averiguando más detalles y logrando que cada uno de ellos dejara su voz grabada en la cinta. Cuando hube recogido suficiente cantidad de incriminación les dije:
—Muy bien. En mi próxima inmersión haré lo que me piden.
—¿Y el resto de tu cuadrilla de vigilancia?
—Les ordenaré que no atiendan más las válvulas para beneficio de nuestra especie.
Y abandonaron la planta, muy satisfechos de sí mismos. Cuando hubieron salido oprimí el timbre que comunicaba con Lisabeth y ella vino en seguida del lugar donde vivía. Le mostré la cinta en el aparato grabador.
—Escúchela —dije pomposamente—. ¡Y luego avise a la policía de la isla!
Apartado 5. — RECOMPENSA AL HEROÍSMO.
Se hicieron las detenciones. Los tres hombres no tenían el menor interés por la explotación de los delfines. Eran miembros de un grupo desorganizador («revolucionarios») que intentaban inducir a un delfín ingenuo a que les ayudase a provocar el caos en la isla. Con mi lealtad, mi valor y mi inteligencia, yo había desbaratado sus planes.
Más tarde, Lisabeth vino a verme al tanque de reposo y dijo:
—Estuviste espléndido, Ishmael. Les engañaste para que grabaran su confesión. ¡Es fantástico! Eres una maravilla entre los delfines, Ishmael.
Yo estaba loco de alegría.
Había llegado el momento. Dije balbuceando:
—Lisabeth, te quiero.
Mis palabras resonaron en las paredes del tanque como salidas de un altavoz. El eco las deformó, transformándolas en grotescos gruñidos propios de una miserable foca: «Te quiero…, te quiero.»
—Pero, ¡Ishmael!
—No puedo explicarte lo mucho que significas para mí. Ven a vivir conmigo. ¡Sé mi amor, Lisabeth! ¡Lisabeth!
Surgieron de mí torrentes de poesía, un vendaval de retórica escapó de mi hocico. Le rogué que descendiera conmigo al fondo del estanque y me dejase abrazarla. Ella rió y dijo que no estaba vestida para nadar. Era verdad. Acababa de volver de la ciudad después de las detenciones. Imploré, supliqué.
Finalmente cedió. Estábamos solos. Ella se quitó todas sus prendas y bajó al estanque. Por un momento contemplé su belleza desnuda… y la visión me dejó estupefacto… Aquellas horribles y oscilantes glándulas mamarias, sabiamente cubiertas hasta entonces, aquellas franjas de repugnante piel blanca, donde el sol no había podido llegar, y aquella inesperada porción de vello…, pero una vez estuvo en el agua olvidé las imperfecciones de mi amor y me lancé hacia ella.
—¡Amor! —grité—. ¡Bendito amor! —Y la rodeé con mis aletas en lo que imaginé sería el abrazo humano—. ¡Lisabeth! ¡Lisabeth!
Nos sumergimos. Por primera vez en mi vida supe lo que era la verdadera pasión, la que cantan los poetas, la que asombra hasta a la mente más fría. Yo sentía el final de sus extremidades («puños») golpeando mi región pectoral y al principio pensé que mi pasión era correspondida. Pero luego llegó hasta mi mente ofuscada por el amor la idea de que pudiera estar faltándole el aire, y me apresuré a subir. Mi querida Lisabeth, roja de sofocación, aspiró profundamente una bocanada de aire y luchó por escapar de mí. Aturdido, la dejé ir, y ella salió velozmente del tanque, dejándose caer rendida en la orilla, con el pálido cuerpo tembloroso aún.
—¡Perdóname! —grité—. ¡Te quiero! ¡Salvé este lugar por amor a ti!
Se las arregló para hacer con los labios una mueca que demostraba que no estaba enfadada conmigo («sonrisa») y dijo con una voz apagada:
—¡Estuviste a punto de ahogarme, Ishmael!
—Estaba descontrolado por mis emociones. Vuelve a entrar en el agua, seré más comedido. ¡Lo prometo! Tenerte cerca…
—¡Ishmael! ¿Qué estás diciendo?
—¡Te quiero! ¡Te quiero!
Oí pasos. El encargado de la energía, doctor Madison, llegó corriendo. Rápidamente, Lisabeth cubrió sus glándulas mamarias con las manos y tapó la mitad inferior de su cuerpo con las prendas que se había quitado. Aquello me dolió, porque, si cubría aquellas feas partes de su cuerpo para que él no las viese, ¿no era señal de que estaba enamorada de él?
—¿Estás bien, Liz? —preguntó—. Oí gritos…
—No es nada, Jeff, sólo Ishmael. Empezó a abrazarme en el estanque. Está enamorado de mí. ¿Te imaginas? ¡Enamorado de mí!
Y se rieron de lo cómico que resultaba un delfín loco de amor.
Antes del alba me había adentrado mucho en el océano. Nadaba donde nadan los delfines. Lejos del hombre y sus cosas. Dentro de mí sonaba la risa burlona de Lisabeth. Sin embargo, no había querido ser cruel. Ella, que me conoce mejor que nadie, no había podido contener la risa ante mi absurda pretensión.
Estuve varios días en el mar, curando mis heridas y descuidando mis tareas en la planta. Lentamente, mientras el dolor daba paso a una leve molestia, me dirigí de nuevo a la isla. En el camino me crucé con una hembra de mi especie. Había entrado en celo hacía poco y se me ofreció, pero yo le dije que me siguiera y así lo hizo. Tuve que alejar varias veces a otros machos que querían hacer uso de ella. La guié hasta la planta, y la hice entrar en la laguna donde los delfines practican sus deportes. Un miembro de mi cuadrilla vino a investigar. Era Mordred. Le dije que llamara a Lisabeth y le dijese que había vuelto.
Lisabeth apareció en la orilla, me hizo saludos con la mano, sonrió y me llamó por mi nombre.
Empecé a jugar con el delfín hembra delante de sus ojos. Hicimos la danza del apareamiento: salíamos del agua y golpeábamos la superficie con nuestras colas, saltábamos, nos sumergíamos, gritábamos.
Lisabeth nos observaba. Yo pedí: «Ojalá se ponga celosa.»
Sujeté a mi compañera y la conduje al fondo del estanque, y allí la poseí violentamente. Luego la dejé libre para que esperase a mi hijo en cualquier otra parte.
Busqué de nuevo a Mordred.
—Di a Lisabeth —le ordené— que he encontrado otro amor, y que quizá algún día la perdone.
Mordred me miró con ojos vidriosos y nadó hasta la orilla.
Mi táctica falló. Lisabeth respondió que era bien venido al trabajo y que sentía mucho si me había ofendido, pero no había ni rastro de celos en su mensaje.
Mi corazón se convirtió en un montón de algas podridas.
Volví a limpiar las válvulas de entrada como la buena bestia que soy. Yo, Ishmael, que he leído a Keats y a Donne. ¡Lisabeth, Lisabeth! ¿Puedes percibir mi dolor?
Esta noche he contado mi historia en la oscuridad. Vosotros, que la escuchasteis, quienquiera que seáis, ayudad a un organismo solitario, mamífero y acuático que desea un contacto más íntimo con una hembra de especie diferente. Hablad de mí a Lisabeth, alabad mi inteligencia, mi lealtad y mi devoción.
Decidle que le doy otra oportunidad. Le ofrezco una experiencia única y excitante. La esperaré mañana por la noche al borde del arrecife. Que nade hasta mí. Que abrace al pobre y solitario Ishmael, que le diga palabras de amor.
Desde lo más profundo de mi alma…, desde lo más profundo, Lisabeth, el más tonto de los animales te desea buenas noches, con un gruñido de enamorado.